sábado, 12 de febrero de 2011

Febrero 2011

El Verdadero Discipulado.  Por William McDonald.
Capítulo 2. Renunciando a Todo.


“Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33).
Para se discípulo del Señor Jesús, hay que renunciar a todo. Este es el sentido inequívoco de las palabras del Señor. No importa cuantas objeciones pongamos a tan extrema demanda ni cuanto nos rebelemos ante regla tan imposible e imprudente. Prevalece el hecho de que esta es la Palabra del Señor y que quiere decir exactamente lo que dice.
Desde el comienzo debemos enfrentar las siguientes verdades inmutables:
a)      Jesús no hace esta demanda a una cierta clase selecta de obreros cristianos. Dice: “Cualquiera de vosotros…”
b)    El no dijo debemos estar dispuesto a renunciar a todo en forma voluntaria. Dijo: “Cualquiera  de vosotros que no renuncia…”
c)     No dijo que debemos renunciar solamente a una parte de  nuestros bienes. Dijo: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee…”
d)    El no dijo que hubiera una forma diluida de discipulado que permitiera al hombre conservar sus posesiones. Jesús dijo: “… no puede ser mi discípulo”.
Realmente ­­no debería sorprendernos esta demanda tan absoluta como si fuera la única sugestión de este tipo en la Biblia.
¿No dijo Jesús: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan: mas haceos tesoros en los cielos…”? Muy acertadamente Wesley afirmó: “hacerse tesoros en la tierra está claramente prohibido por nuestro Señor como el adulterio y el asesinato”.
¿No dijo Jesús: “Vended lo que poseéis y dad limosnas” (Lucas 12:33)? ¿No instruyó al joven rico diciéndole: “…vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme? (Lucas 18:22). Si no quería decir lo que dijo, ¿qué quería  decir entonces?
Y a través de los años ¿no es un hecho que muchos de los santos de Dios han renunciado a todo por seguir a Cristo?
Antonio N. Groves y sus esposa que fueron misioneros en Bagdad se convencieron que tenían que dejar de hacer tesoros en la tierra, y que debían dedicar la totalidad de una importante fortuna al servicio del Señor.
C. T. Studd “decidió dar toda su fortuna a Cristo aprovechando la dorada oportunidad que se le ofrecía de hacer lo que el joven rico no pudo hacer… Era un simple acto de obediencia a las definidas declaraciones de la Palabra de Dios”. Después de distribuir miles de libras esterlinas en la obra del Señor, reservó el equivalente de 9.588 dólares para su esposa. “Pero ella no fue menos que su marido: -- Carlos – le preguntó --,  ¿qué le dijo el Señor al joven rico que hiciera? – Vende todo, le contestó. – Entonces comenzaremos bien con el Señor desde nuestra boda.” Y el dinero fue a dar a las misiones cristinas.
El mismo espíritu de dedicación animaba a Jim Elliot. En su diario: “Padre hazme débil para que pueda desligarme de lo temporal. Mi vida, mi reputación, mis posesiones; haz que mi mano las suelte, Señor. Aún, padre, quisiera desligarme del deseo de ser mimado.” “¡Cuántas veces he dejado de abrir mi mano por retener solamente lo que he considerado un deseo inofensivo, por aquel ápice de mimosidad! Más bien, hazme abrir mi mano para recibir el clavo del Calvario, como Cristo la abrió, para que yo, soltándolo todo, pueda ser libertado, desatado de todo lo que ahora me tiene atado. El consideró el cielo, sí, la igualdad con Dios, como cosa a la que no debía aferrarse. Así, haz que me desligue de lo que tengo tomado”.
Nuestro corazón infiel nos dice que es imposible tomar literalmente las palabras de nuestro Señor. “Si renunciáramos a todo, nos moriríamos de hambre”. “Después de todo, debemos hacer provisión para nuestro futuro y el de nuestros seres queridos”. “Si todos los cristianos renunciaran a todo, ¿quién financiaría la obra del Señor?”. “Y si no hubiera cristianos ricos, ¿cómo podríamos alcanzar con el Evangelio a la gente de las clases altas?” Y así van apareciendo los argumentos en rápida sucesión, todos para probar que Jesús dijo algo que significa una cosa diferente de lo que dio a entender.
Es un hecho comprobado que la obediencia al mandato del Señor es la forma de vida más sana y razonable y la que produce mayor gozo. La Escritura y la experiencia testifican que ninguno de los que han vivido sacrificándose por Cristo ha padecido necesidad, y será así también con los que lo hagan en el futuro. Cuando el hombre obedece a Dios, el Señor lo toma bajo su cuidado.
El hombre que deja todo por seguir a Cristo no es un pobre inútil que espera que los demás cristianos le sostengan:
Primero, es industrioso. Trabaja diligentemente para proveer a las necesidades mínimas de su familia y las suyas propias.
Segundo, es frugal. Vive en la forma más económica posible para que todo lo que quede después de satisfacer sus necesidades inmediatas pueda ser usado en la obra del Señor.
Tercero, es previsor. En vez de acumular tesoros en la tierra, los deposita en el cielo.
Cuarto, confía en Dios en lo que respecta a su futuro. En vez de dar lo mejor de su vida tratando de formar vastas reservas para la vejez, da lo mejor de sí para el servicio de Cristo confiando en Él para provisión futura. Cree que si busca primeramente el Reino de Dios y su justicia, jamás pasará necesidad de alimento y vestido (Mateo 6:33). Le es irrazonable acumular riquezas para un día que no sabe si vivirá. Su argumento es el siguiente:
1.     ¿Cómo podemos acumular y guardar fondos extras en forma consciente cuando ese dinero podría usarse inmediatamente para la salvación de almas? “El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él  su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? (1 Juan 3:17)

“Una vez más consideremos el importante mandamiento: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18). ¿Podemos, con verdad, decir que amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, cuando les dejamos pasar hambre mientras nosotros tenemos más que suficiente y de sobra? Le preguntaría a cualquiera que haya experimentado el gozo del conocimiento del don inefable de Dios: “¿Cambiaría usted este conocimiento… por la posesión de cien mundos? Entonces no retengamos los medios por los cuales otros pueden obtener este conocimiento santificador y la consolación celestial.”
2.     Si creemos realmente que la venida de Cristo es inminente, desearemos usar nuestro dinero inmediatamente. De otro modo correremos el riesgo que caiga en las manos del diablo, dinero que debería haberse usado para bendición eterna.
3.     ¿Cómo podemos orar a conciencia que el Señor provea el dinero necesario para la obra cuando nosotros mismos tenemos dinero que no queremos usar en dicha empresa? El dejarlo todo por Cristo nos libra de la oración hipócrita.
4.     ¿Cómo podemos enseñar todo el consejo de Dios cuando hay ciertos sectores de la verdad, como el que estamos considerando, que no hemos obedecido? En tal caso nuestra manera de vivir debería sellar nuestros labios.
5.     El hombre inteligente de este mundo hace abundantes reservas para su futuro. Pero esto  es no caminar por fe, sino por la vista. El cristiano ha sido llamado a una vida de dependencia de Dios. Si hace tesoros en la tierra, ¿en qué difiere del mundo y su manera de vivir?
Con frecuencia se nos argumenta que debemos proveer para las necesidades futuras de nuestra familia; de otro modo somos peores que los incrédulos. Apoyan este punto de vista dos textos: “… no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos” (2 Corintios 12:14). Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo (1 Timoteo 5:8).
Un estudio cuidadoso de estos textos mostrará que se refiere a las necesidades cotidianas y no a las contingencias futuras. En el primero de estos versículos Pablo está usando ironía. El es el padre y los corintios son unos hijos. El no los carga económicamente, aunque tiene derecho a ello por ser siervo de Dios. Después de todo, él es su padre en la fe y los padres ordinariamente proveen para los hijos y no los hijos para los padres. Aquí no se trata de la provisión de los padres para el futuro de sus hijos. Todo el pasaje tiene que ver con la provisión para las necesidades presentes del apóstol Pablo y no con la provisión para sus posibles necesidades futuras.
En 1 Timoteo 5:8 el apóstol está  discutiendo del cuidado a las viudas pobres. Insiste que sus parientes deben cuidarlas. Si no tienen familia, o si ella las descuida, entonces la iglesia local debe cuidar de la viuda cristiana. Pero una vez más se refiere a las necesidades presentes y no a las futuras.
El ideal de Dios es que los miembros del cuerpo de Cristo se preocupen por las necesidades inmediatas de sus hermanos en la fe. Hay que compartir equitativamente… “Para que en este tiempo con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos (2 Corintios 8:14-15).
El cristiano que piensa que debe hacer provisión para necesidades futuras enfrenta el difícil problema de determinar cuanto necesitará. En consecuencia  gasta su vida en tratar de adquirir una fortuna de monto indefinido, perdiendo el privilegio de dar lo mejor al Señor Jesucristo. Llega al final de una vida derrochada y descubre que después de todo, si hubiera vivido de todo corazón para el Salvador, todo lo necesario habría sido provisto oportunamente.
Si todos los cristianos tomaran literalmente las palabras de Jesús, la obra del Señor no carecería de fondos. El Evangelio sería proclamado con mayor poder y en menor tiempo. Si algún discípulo estuviera en necesidad, sería el gozo y privilegio de los demás dar de lo que ellos pudieran tener.
Sugerir que debe haber cristianos ricos para alcanzar a los ricos del mundo es un absurdo. Pablo alcanzó a la casa de César siendo un prisionero suyo (Filipenses 4:22).  Si obedecemos a Dios podemos confiar en que El se encargará de los detalles. En esto toda discusión debería terminar en el ejemplo que Jesús dejó. El esclavo no es mayor que su señor. Como dijera Jorge Muller: “El mal comienza cuando el siervo procura tener riquezas, grandeza y honra en este mundo donde su Señor fue pobre, humilde y despreciado.”
“Los sufrimientos de Cristo incluían la pobreza (2 Corintios 8:9). Por supuesto, la pobreza no se demuestra por harapos y suciedad, sino por la falta de reservas y de los medios para darse lujos. Andrés Murray dice que el Señor y sus apóstoles no podría haber realizado la obra que hicieron de no haber sido realmente pobres. El que va a levantar a otros necesita descender, como el buen samaritano, y la inmensa mayoría de la humanidad ha sido y es pobre.”
La gente reclama que hay ciertas posesiones que son indispensables para el hogar. Es cierto.
La gente razona que los hombres de negocio que son cristianos necesitan un capital para realizar sus negocios. Es cierto.
Otros argumentan que hay otras posesiones materiales que pueden ser usadas para gloria de Dios, por ejemplo, un automóvil. También es cierto.
Pero más allá de estas necesidades legítimas, el cristiano debería vivir en forma frugal y sacrificada para que el Evangelio sea difundido. Su lema debería ser. “Trabaja mucho, consume poco, da mucho, y todo para Cristo.”
Cada uno de nosotros es responsable ante Dios por lo que significa dejarlo todo. Un creyente no puede dictar normas para el otro; cada persona debe actuar como resultado de su propio ejercicio delante de Dios. Es un asunto estrictamente personal.
Si como resultado de tal ejercicio, el Señor guía a un creyente a un grado de devoción hasta el momento desconocido, no debe ser ello motivo de orgullo personal. Los sacrificios que hagamos no son en ninguna manera sacrificios cuando los examinamos a la luz del Calvario. Además de esto, damos al Señor solamente aquello que ya no podemos retener y que hemos dejado de amar. “No es necio quien da aquello que ya no puede retener para obtener algo que no puede perder”.
Continuará
Epístola de Santiago.  Por John Nelson Darby


Capítulo 1.


El hecho de que los creyentes estuviesen aún en medio de Israel con algunos que se decían creyentes y no eran más que simples profesantes, permite comprender fácilmente, por una parte, por qué el apóstol se dirige a la masa del pueblo como siendo aquellos que pudiesen participar de los privilegios acordados a este último —suponiendo que la fe en el Mesías existiera—; por otra parte, por qué se dirige a los cristianos como si tuvieran un sitio especial; y finalmente, por qué advierte al mismo tiempo a aquellos que profesaban creer en Cristo. La aplicación práctica de la epístola en todos los tiempos, y en particular en aquellos en los cuales un cuerpo numeroso pretende tener derecho hereditario a los privilegios del pueblo de Dios, es de lo más fácil debido a su perfecta claridad. Por lo demás, la epístola tiene una fuerza muy peculiar para la conciencia individual; ella juzga la posición, los pensamientos y las intenciones del corazón.
La epístola empieza entonces con una exhortación a gozarse en las pruebas, las que son un medio para producir la paciencia (v. 2-3). En el fondo, este tema de las pruebas, y del espíritu que conviene a quienes son ejercitados por ellas, prosigue hasta el final del versículo 20 de este primer capítulo, en el cual el pensamiento del pasaje se vuelve hacia la necesidad de poner freno a todo lo que se opone a la paciencia y hacia el verdadero carácter de alguien que se mantiene en la presencia de Dios. Tal dirección, como conjunto, termina al finalizar el capítulo. El hilo del razonamiento del apóstol no es siempre fácil de reconocer; la llave del mismo se halla en la condición moral a la que él se refiere. Trataré de hacer que la comprensión de esa llave sea lo más accesible que se pueda.
Lo sustancial del tema consiste en que debemos andar ante Dios y mostrar la realidad de nuestra profesión, en contraste con la unión con el mundo, es decir, dar prueba de la religión práctica. La paciencia, pues, tiene que tener su obra completa (v. 4); así la voluntad es subyugada y sometida, y se acepta toda la voluntad de Dios; por consiguiente, nada le falta a la vida práctica del alma. Uno sufre, pero se atiene pacientemente al Señor. Es lo que Cristo hizo; ésta era su perfección: aguardaba la voluntad de Dios y nunca hacía la suya propia; así la obediencia era perfecta aun cuando el hombre fuera puesto a prueba. Pero, de hecho, a menudo carecemos de sabiduría para saber lo que deberíamos hacer. Para ello, dice el apóstol, el recurso es evidente: pedimos a Dios sabiduría y él da a cada uno liberalmente (v. 5); solamente que tenemos que contar con su fidelidad y con una respuesta a nuestras oraciones. De otra manera hay doblez de corazón; la dependencia no está sujeta a Dios; nuestros deseos tienen otro objeto (v. 6). Si únicamente buscamos lo que Dios quiere y lo que Dios hace, dependemos de él con un corazón seguro del cumplimiento de Su voluntad. En cuanto a las circunstancias de este mundo, las que podrían hacer creer que es inútil depender de Dios, se desvanecen como la flor del campo. Deberíamos tener conciencia de que nuestro lugar, según Dios, no es el de este mundo. Aquel que es de condición humilde debe regocijarse de que el cristianismo le exalte (v. 9), y el rico, de que a él le humille (v. 10). No debemos gozarnos en las riquezas, pues éstas pasan (v. 11), sino en el ejercicio de corazón del que habla el apóstol, porque después que hayamos sido probados gozaremos de la corona de vida (v. 12).
La vida de quien es probado y en el cual esta vida se desarrolla con obediencia a toda la voluntad de Dios, vale más que la de un hombre que se entrega a todos los deseos de su corazón por el lujo.
Con respecto a estas tentaciones, a las cuales uno se deja llevar por las codicias del corazón, no se debe decir que vienen de Dios. El corazón del hombre es la fuente de la codicia que conduce al pecado, y por éste a la muerte (v. 13-15). ¡Que nadie se engañe a este respecto! Lo que en lo íntimo tienta al corazón procede de uno mismo. Todos los dones buenos y perfectos vienen de Dios, y él nunca cambia, sólo hace lo bueno. Por eso nos ha dado una nueva naturaleza, fruto de su propia voluntad, la que obra en nosotros mediante la Palabra de verdad para que seamos primicias de sus criaturas (v. 16-18). Como es Padre de las luces, lo que es tiniebla no viene de él. Él nos engendró por la Palabra de verdad para ser los primeros y más excelentes testigos de este poder bienhechor que resplandecerá más tarde en la nueva creación, de la cual somos las primicias. Esto es lo opuesto al falso pensamiento que querría hacer de Dios la fuente de las codicias y atribuirle las tentaciones, las que tienen su origen en el corazón del hombre.
La Palabra de verdad es la buena semilla de la vida; la propia voluntad es la cuna de nuestras codicias. La energía de esta voluntad nunca puede producir los frutos de la naturaleza divina, como tampoco la ira del hombre cumple la justicia de Dios. Por eso somos exhortados a ser dóciles, dispuestos a oír, lentos para hablar, lentos para airarnos; exhortados a poner a un lado todas las sucias codicias de la carne, toda energía de iniquidad, y a recibir con mansedumbre la Palabra (v. 19-20), una Palabra que, como es de Dios, se identifica con la nueva naturaleza que está en nosotros (la Palabra está implantada en nosotros; v. 21), formándola y desarrollándola según su propia perfección, porque incluso esta nueva naturaleza tiene su origen en ella.
Esta Palabra de verdad no es como una ley que está fuera de nosotros y que, al oponerse a nuestra naturaleza pecaminosa, nos condena. Ella salva al alma; es viva y vivificadora; obra vitalmente en una naturaleza que es fruto de ella, y a la que forma e ilumina.
Pero es necesario que la Palabra obre realmente en nosotros; es preciso que no sólo seamos oidores de ella, sino que ésta produzca frutos prácticos que sean la prueba de que obra real y vitalmente en el corazón (v. 22). De otra manera, la Palabra es tan sólo como un espejo en el que quizás nos podemos ver por un momento, y luego olvidamos lo que hemos visto (v. 23-24). Aquel que escudriña la ley perfecta, que es la de la libertad, y persevera haciendo la obra que ella indica, será bendecido en la actividad real y obediente que se desarrolla en él (v. 25).
Esta ley es perfecta, pues la Palabra de Dios, todo lo que el Espíritu de Cristo ha manifestado, es la expresión de la naturaleza y del carácter de Dios, de lo que él es y de lo que él quiere, pues él quiere lo que él es, y esto necesariamente.
Esta ley es la ley de la libertad, porque la misma Palabra, que revela lo que Dios es y lo que él quiere, nos ha hecho partícipes, por gracia, de la naturaleza divina; de manera que el hecho de no andar según esa Palabra sería no andar de conformidad con nuestra propia naturaleza nueva. Y andar según una regla que exprese los deseos de esta nueva naturaleza que es de Dios, y los dictados de su Palabra, esto es la verdadera libertad.
La ley dada en el Sinaí reprime y condena todos los movimientos del viejo hombre, y no puede permitirle tener una voluntad, pues debe hacer la voluntad de Dios. Pero tiene otra voluntad, de modo que la ley le es una esclavitud, una ley de condenación y de muerte. Más, como Dios nos ha engendrado por medio de la Palabra de verdad, la naturaleza que tenemos en virtud de haber nacido así posee gustos y deseos conformes a esa Palabra: ella es de esa misma Palabra. La Palabra, merced a su propia perfección, desarrolla esta naturaleza, la forma, la ilumina, como lo hemos dicho; pero la naturaleza misma tiene su libertad en el acto de seguir lo que esta Palabra expresa. Así sucedió con Cristo; si se hubiera podido quitarle su libertad (lo que espiritualmente era imposible), ello habría sido impidiéndole hacer la voluntad de Dios, su Padre.
Lo mismo ocurre respecto al nuevo hombre en nosotros (el que es Cristo, como vida en nosotros), el cual es creado en nosotros según Dios, revestido de justicia y verdadera santidad, producidas en nosotros por la Palabra, que es la perfecta revelación de Dios, del conjunto de la naturaleza divina en el hombre, de la cual Cristo —la Palabra viviente, la imagen del Dios invisible— fue la manifestación y el modelo. La libertad del nuevo hombre es la libertad de hacer la voluntad de Dios, de imitar a Dios en su carácter, como querido hijo suyo, tal como ese carácter fue manifestado en Cristo. La ley de la libertad es este carácter, tal como es revelado en la Palabra, y la nueva naturaleza halla su gozo y satisfacción en ese carácter de Dios revelado en Cristo, así como ella extrae su existencia de la Palabra que Le revela y del Dios que en ella es revelado.
Tal es “la ley de la libertad” (v. 25), el carácter de Dios mismo en nosotros, formado por la operación de una naturaleza engendrada por medio de la Palabra que Le revela a él y que usa como molde esta misma Palabra.
El primer elemento que traiciona al hombre interior es la lengua (v. 26). Un hombre que parece estar relacionado con Dios y honrarle, y que no sabe reprimir su lengua, se engaña a sí mismo, y su religión es vana.
La religión pura ante Dios, el Padre, es la de cuidar de aquellos que, alcanzados en las relaciones más tiernas por la paga del pecado, se ven privados de sus sostenes naturales; y de guardarse sin mancha del mundo (v. 27). En vez de destacarse y figurar en un mundo de vanidad, alejado de Dios, uno debe volverse, tal como lo hace Dios, hacia los afligidos, hacia los que precisan socorro, y guardarse de un mundo en el que todo contamina, en el que todo es contrario a la nueva naturaleza que es nuestra vida y al desarrollo y manifestación en nosotros del carácter de Dios, tal como lo conocemos por la Palabra.
La Biblia - Resumen de Sus 66 Libros Por L.M. Grant




Levítico

"Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia del todo el pueblo seré glorificado." (Levítico 10:3)
Levítico toma su nombre de Leví, cuyo nombre significa 'juntado'. Es un libro que se ocupa de los principios santos de Dios al unir Su pueblo a Él como adoradores. Por consiguiente, se nos pone frente a las ofrendas necesarias para acercarse a Dios: el holocausto, la oblación, la ofrenda de paz, la ofrenda por el pecado, la ofrenda de expiación ‑ retratos todas de la sola ofrenda de Cristo en sus varios aspectos.
El sacerdocio también es prominente.  Aarón es un tipo de Cristo, el Gran Sumo Sacerdote; sus hijos son un tipo de todos los creyentes de la presente edad de la iglesia quienes son llamados "sacerdocio santo," y "real sacerdocio" (1 Pedro 2:5, 9).
En este libro aparecen también varias otras leyes. La contaminación incapacitaría a alguien de acercarse a Dios hasta el tiempo en que la contaminación fuese limpiada por los medios indicados por Dios. Estaba prohibido comer  alimentos inmundos; esto simboliza el rechazo de aquello que es moralmente inmundo. Y la lepra, un tipo de la corrupción del pecado obrando en un individuo, lo incapacitaría para acercarse a Dios. Lo mismo harían otras inmundicias ceremoniales, pero sólo porque son tipos de inmundicia moral o de inmundicia espiritual. Nosotros ya no observamos el tipo, sino la realidad que el tipo estaba destinado a imprimir en nosotros.
El capítulo 23 enumera las siete fiestas de Jehová que debían ser guardadas por Israel, no para el propio placer de ellos, sino en adoración a Dios. Todo esto apunta a la grandeza de la propia obra de Dios en Sus tratos dispensacionales. El gran tema de Levítico es el del acercamiento a Dios en santa adoración.

Números
"Como lo mandó Jehová por medio de Moisés fueron contados, cada uno según su oficio y según su cargo; los cuales contó él, como le fue mandado." (Números 4:49)
Este libro presenta la cuenta y el ordenamiento de Israel en su marcha a través del desierto. Dios dio instrucciones para el servicio de ellos y para la guerra mientras iban de camino a la tierra de Canaán.
A todos, Dios, les dio su propio lugar particular, ya sea cada una de las doce tribus, de donde se eligieron los soldados; o sean los Coatitas, o Gersonitas, o Meraritas, las familias de la tribu de Leví, quienes fueron designadas para servir a los sacerdotes a preocuparse del tabernáculo y de su servicio. Vemos en estos detalles, un cuadro de la gran sabiduría de Dios y su cuidado en ordenar todos los asuntos de las vidas de Sus santos para su historial en el mundo, un mundo que, por experiencia, encontramos que es un desierto.
Su historia es de casi cuarenta años de debilidad general, fracaso, quejas, y desobediencia. Esta se ha repetido muy tristemente en la Iglesia hoy. Con todo, el cuidado y la fidelidad de Dios que no fallan, resplandecen maravillosamente por sobre su fracaso. Esto sobresale en la historia de Balaam (capítulos 22 al 24), en la que Dios es visto defendiendo a Su pueblo contra todo esfuerzo del enemigo por derribarlos.
Josué y Caleb (cap. 14:6‑9) son ejemplos alentadores de inquebrantable consagración, de cualquier modo, en contraste con la desobediencia general; y ellos nos recuerdan fuertemente que no necesitamos ser fracasados. Un sentido verdadero de la cuenta y el ordenamiento de Dios, y colocarnos dónde Él considere adecuado, en cualquier servicio que a Él le complazca, nos dará una firme resistencia, sin importar lo que otros hagan.

Deuteronomio

"Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos." Deuteronomio 8:2

Deuteronomio significa 'repetición de la ley'. Es, principalmente, un discurso de Moisés a Israel, en el cual él examina su historia, mostrando todo en la luz de la propia gloria de Dios. Él muestra en esa historia, no sólo la aprobación de Dios de sus actos de obediencia y Su desaprobación de la deslealtad y la desobediencia, sino también las maravillosa gracia, paciencia, y sabiduría de Dios en los caminos de Su gobierno.
Así ellos deben recordar que Dios los ha conducido, y toda la forma en la cual Él los condujo. Lejos de exaltarlos en el mundo, Él los ha humillado, y los ha puesto a prueba en cuanto a si serían obedientes o no. Él había permitido que tuvieran  hambre, y los alimentó con maná, para que pudieran comprender su dependencia de Él y de la verdad y suficiencia de Su Palabra.
El libro también confirma y enfatiza la responsabilidad de Israel de hacer diligentemente la voluntad de Dios en vista de que tenían que dar cuenta a Él. De esta forma, esto nos hace pensar en el tribunal de Cristo; y siendo un libro de muchos detalles, nos recuerda que los detalles de nuestras vidas son mucho más importantes de lo que nos gustaría pensar, ya que estos recibirán cercana atención cuando comparezcamos ante el Señor en aquel día.


Doctrina.

1. BIBLIOLOGIA

La Formación del Canon





Hemos ya revisado cuales son los libros que componen nuestra Biblia. Entonces surge la pregunta ¿cómo se conformó la lista libros que componen nuestra Biblia? ¿Quiénes determinaron que la lista de libros fuesen los que actualmente la componen? ¿Qué determinó que ello sucediera? 

Para responder las interrogantes planteadas, procederemos a revisar brevemente la historia eclesiástica y a considerar el proceso que ocurrió para que  todo quedase como actualmente se encuentra en nuestras Biblias. Para ello empezaremos a definir que es la palabra “canon”.

Un “canon” es una lista de libros autorizados. La palabra viene del griego, kanon, que significa caña de medida. Históricamente, la canonización puede verse como un proceso.  No se logró por personas reuniéndose para determinar que libros serían autorizados. El proceso se llevó a cabo en tiempos y lugares diferentes. Sin duda, al principio, los apóstoles y los maestros en la iglesia primitiva contaron lo que Jesús hizo, dijo y lo que su muerte significó para nosotros. A su debido tiempo, esas narraciones fueron acotadas y escritas.

El proceso de canonización, aunque no fue nada oficial en el sentido de una lista aprobada, empezó en el primer siglo. Por ejemplo, algunas personas puede que vieran el Evangelio de Marcos como un registro autorizado de la vida de Jesús incluso antes de que se escribiese el Apocalipsis. O estaban leyendo Gálatas en la iglesia antes de que se escribiese romanos.

Gradualmente varios libros fueron aceptados como Escritura, y solo después la iglesia empezó a marcar los límites de qué libros podían llamarse Escrituras y formar parte de la colección de escritos autorizados y útiles, esto es, el canon.

Había amplio acuerdo sobre  la  gran   mayoría, 20 de 27 libros, del Nuevo Testamento. Los desacuerdos eran sobre unos pocos libros pequeños. Específicamente había algunas reservas con respecto a hebreos, Santiago, 2ª de Pedro, 2ª y 3ª de Juan, Judas y Apocalipsis, y esto continuó varios siglos.

Tenemos muchas citas que los padres de la primitiva iglesia hicieron de la Biblia.  Podemos afirmar que ninguna doctrina de la Biblia ha sido afectada ni en lo mínimo en las copias que de ella se han hecho a través de los siglos.

Históricamente las cartas y evangelios de los apóstoles fueron citados por personajes históricos y relevantes en la historia del cristianismo: (a) Policarpo, que vivió al principio del siglo II; (b) Ireneo, alrededor del año 180, citó el Nuevo Testamento más de 1.000 veces; (c)  Clemente  de Alejandría, alrededor del año 200, tiene cerca de 3,000 citas del Nuevo Testamento; (d)Tertuliano citó todos los libros del Nuevo Testamento, excepto la 2ª epístola de Pedro, la epístola de Santiago y  2ª y 3ª epístola de Juan.

Es importante decir que estos escritos, de los autores antes citados, estaban mucho antes de Constantino, y todos aceptaban Mateo, Marcos, Lucas, Juan, los Hechos y las cartas de Pablo; pero había algunas incertidumbres acerca de las epístolas generales.

Hubo algunos libros adicionales que se contaron ocasionalmente como autorizados: 3ª de Corintios, El pastor de Hermas, el Didache, la primera carta de Clemente de Roma, las cartas de Ignacio, Bernabé, el Apocalipsis de Pedro, los Hechos de Pablo, el Evangelio de Pedro y el Evangelio de Tomás. Algunos de estos forman parte de la colección llamada Los padres apostólicos (Didaché), otros se consideran heréticos. Algunos de ellos fueron extensamente recomendados, y los límites del canon fueron, de alguna forma, difusos durante muchos años.

¿Qué motivó a los líderes a hacer una lista de los libros considerados con autoridad para la fe?

Dos factores pudieron jugar un importante papel: 1) Los heréticos tales como Marcion, tenían su propia lista de libros; y  2) los perseguidores del siglo IV querían quemar los escritos sagrados de los cristianos, mientras que los cristianos trataban de esconderlos.
Ahora, exactamente ¿qué libros iban a salvar de la persecución que estaban sufriendo los cristianos?
El hecho de que Marcion se sintiera compelido a crear una lista reducida, o canon, muestra el hecho de que ciertos libros eran ya considerados con autoridad por la iglesia, incluso en aquella fecha tan temprana, bastante antes de Constantino
Cuando Constantino aceptó el cristianismo, dio instrucciones de hacer 50 copias de alta calidad de las Escrituras, para que fuesen distribuidas, con el fin de asegurar la uniformidad de la enseñanza a lo largo de su imperio. Pero aparentemente no dijo nada sobre que libros incluir en aquellas copias. Incluso bastante después de Constantino, algunos siguieron no aceptando algunos de ellos. Juan Crisóstomo (c.400) tenía 11,000 citas del Nuevo Testamento, pero ninguna de 2ª de Pedro, 2ª o 3ª de Juan, de Judas o de Apocalipsis. Aunque podía haber visto una lista diciendo que esos libros eran canónicos, la lista no pudo hacer que los usara.
En Occidente, las cosas eran más estables, ya que había una autoridad central diciéndole a todos que aceptaran la traducción Vulgata, que contiene todos los libros del Nuevo Testamento aceptados hoy. Incluso así, más de 100 manuscritos, de los 8,000 de la Vulgata, incluyen la epístola espuria a los Laodicenses. 

Primeras Listas del Canon


La primera lista de libros sin disputa procede de Eusebio, alrededor del año 320. “Aunque informó que algunas listas precedieron a la suya, incluyendo listas supuestamente de Clemente de Alejandría y Orígenes… Estas listas, lo más probable, es que fueran invenciones que él construyó de sus propias tabulaciones de las referencias de las Escrituras del Nuevo Testamento que Clemente y Orígenes citaron”
Eusebio señaló que los siguientes libros estaban en disputa: Santiago, Judas, 2ª de Pedro, 2ª y 3ª de Juan, Hechos de Pablo, el Pastor de Hermas, Apocalipsis de Pedro, la epístola de Bernabé, Didache (Doctrina de los doce apóstoles) y posiblemente Apocalipsis.  Eusebio escribió en el tiempo de Constantino y no dio ni una indicación de que éste tuviera alguna opinión sobre qué libros deberían  ser aceptados.
Si Constantino trató de intervenir al intentar establecer una lista de libros oficial, entonces no tuvo ningún éxito. Ninguna lista autorizada provino de él.
Marcion eligió sus favoritos de una lista ya existente de Evangelios y Epístolas. La iglesia respondió al canon abreviado con un “No; más que esos”.  Escribió un primer canon, en el que sólo incluía los escritos de Pablo, dejando sólo algunas epístolas como auténticas (quitó la a los Hebreos y las llamadas pastorales), y el Evangelio según san Lucas (sin los dos primeros capítulos). Después de este canon, el cristianismo ortodoxo se dio cuenta de que era necesario organizar la maraña de escritos que se habían producido desde el origen del cristianismo y publicó su propio canon, que llegó a ser lo que hoy conocemos como Nuevo Testamento.
No queda de Marcion ninguno de sus escritos y todo lo que sabemos de él son los escritos de Tertuliano condenándolo. Sin embargo, se tienen noticias de al menos dos textos, uno conocido como Antítesis, y el otro su versión de la Biblia
Algunos de los Cánones que han llegado hasta hoy:
·         El canon de Cheltenham, probablemente a mediados del siglo IV, omitía a Santiago, Judas y hebreos. 
·         El Códice Sinaítico, del siglo IV, incluye todo el canon actual más Bernabé y el Pastor de Hermas.
·         El Concilio de Laodicea (363) omitía algunas de las epístolas generales y Apocalipsis.
·         Atanasio de Alejandría, en el año 367, dio una lista idéntica al canon actual, pero no todos seguían su lista.

¿Es el canon una lista de libros con autoridad, o una lista autorizada de libros?


¿Procede de sí mismo la autoridad de cada libro, o del hecho de que está incluido en la lista? ¿Es el canon independiente de la autoridad de la iglesia, o depende de la autoridad de la misma?
Probablemente la mejor respuesta es un poco de ambas.
Muchos de los libros fueron reconocidos con autoridad intrínseca; los líderes de la iglesia primitiva reconocieron que los libros tenían autoridad incluso antes de que alguien votara al respecto. Estaban meramente ratificando lo que ya se daba por sentado: los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, el Libro de Hechos y las epístolas de Pablo, la inmensa mayoría del Nuevo Testamento. Por otro lado, algunos de los libros discutidos eventualmente ganaron una amplia aceptación, no tanto por ellos mismos, sino porque fueron incluidos en una lista por varios líderes de la iglesia y concilios.
El canon fue determinado por la firme y continuada tradición cristiana, una tradición que había tomado forma por medio de esos mismos libros. No podemos añadir ni quitar más libros de nuestro canon del Nuevo Testamento. La inmensa mayoría de la iglesia resistiría cualquiera de esos cambios. Confiamos que Dios ha guiado a su pueblo de tal forma que lo que tenemos, presenta un testimonio fiel del evangelio y es un registro preciso de  la revelación de Dios a la humanidad.
Continuará.
LA IGLESIA: MODELO DE AYER Y HOY Por Ángel  Bonatti


Todo creyente debe desear que la Iglesia en la cual se congrega sea una Iglesia próspera, que cumpla la función específica a la cual ha sido llamada, es decir: Predicar el evangelio y edificar a los santos. Si una congregación apunta a estos objetivos será pobre en su desarrollo, y no alcanzará la meta propuesta. La Iglesia primitiva, la de los hermanos que nacían a la nueva vida en los albores del cristianismo, era una Iglesia que rendía las condiciones requeridas por el Señor de la Iglesia. Leemos en Hechos 9:31: "Entonces las iglesias tenían paz, por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se acrecentaban Fortalecidas por el Espíritu Santo". 
Se destaca en primer lugar la paz que reinaba en el seno de esa Iglesia, "tenían paz". Las Iglesias que habían surgido en Judea, Galilea y Samaria gozaban de la paz interior; entre los santos había paz. Tal vez los de afuera, los judíos que eran opositores a "El Camino" que predicaban los apóstoles, presentaban un campo de batalla desde afuera, pero esto no afectaba la marcha de la Iglesia, sino que la hacía más fuerte, pues las persecuciones les unían mas y mas. La guerra por parte de los de afuera no les perjudicaba, sino que les beneficiaba.
Pero lo destacable es  que  entre  ellos "tenían paz". Y esto es Io que importa, lo que vale, que entre los creyentes no haya guerra, sine paz. La falta de armonía entre los santos en una iglesia local, el orgullo, la vanidad, la envidia, las murmuraciones, la falta de amor; todo esto contribuye a que la paz no sea un hecho positivo,  y es cuando esas cosas abundan que la guerra interna entre hermanos produce el estancamiento de la obra.
Varias exhortaciones de los Apóstoles, apuntan a exhortar acerca de la paz. Ro.14:19 dice: "Así que sigamos Io que contribuye a la paz y a la mutua edificación". Ef.4:3 nos llama a ser "solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz". Y el autor a los hebreos en el cap. 12:14 enseña: "Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor". Un espíritu de paz es de gran estima delante de Dios y cuando lo hay, entre los santos en la congregación, la obra crece.
Dios es Dios de paz -- hay bendiciones y Dios es glorificado, pero cuando hay guerra, el enemigo toma partido, y la Iglesia sufre las consecuencias. ¡Hermanos! Demasiada guerra hay en este mundo; que haya paz en las Iglesias de Cristo, buscando la armonía y aumentando el amor más y más, hasta que venga  el Príncipe de paz para llevarla al cielo. 
MUTUA EDIFICACION
Otra característica de la Iglesia es que eran "Edificadas". El Señor Jesús había subido a lo alto, llevando cautiva a la cautividad y había dado dones a los hombres. El Señor había regalado dones a la Iglesia para la edificación de la misma. Ella es como un edificio que se va construyendo, hasta que todo queda terminado. Volvemos al texto de Ro. 14:19: "Así que sigamos lo que contribuye a la paz, y a la mutua edificación". Todo lo que en la Iglesia se hace, debe apuntar a la edificación de los unos con los otros. La Iglesia no es un lugar donde  vanagloriosamente se exhiben los dones; ya lo dice Pablo a los corintios, sino  que debe haber en lo que se hace, se dice y se comparte, el propósito de la edificación de los santos. La Iglesia  debe avanzar y no retroceder, y Dios ha puesto en ella los hombres que a través de la Palabra de Dios, dan a los creyentes el alimento necesario para que haya un verdadero crecimiento en cada piedra viva con que se va Formando el edificio. 
"El Señor constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo", EF. 4:12.
Que los ministros del evangelio sigan el ejemplo de Pablo cuando decía a los corintios: "Por eso os escribo estando ausente, para no usar de severidad cuando éste presente, conforme a la autoridad que el Señor me ha dado para edificación, y no para destrucción", 2 Co.13:10. La edificación de la Iglesia debe ser el anhelo de los obispos que Dios ha colocado, de los enseñadores, doctores etc., para que los creyentes crezcan fuertes, vigorosos. En una congregación ninguno vive para si. Todos los creyentes dan su contribución para el bien de los otros. ¡0ué nuestras Iglesias sean bien edificadas!
IGLESIAS ACTIVAS
Otra característica de la Iglesia era que "andaban", es decir, tenían actividad; caminaban, se movían. Sentían la necesidad de extender el evangelio y lo predicaban por todas partes. Una Iglesia sin actividad, está a punto de morir. Tiene que haber  programa anual de actividades; tiene que haber progreso constante, y la obra del Señor requiere actividad. Pero notemos que andaban en el temor del Señor. Esta es la mejor manera de andar. No podemos pretender servir al Señor de cualquier manera. El saludable temor de Dios debe caracterizar nuestro servicio para El. Hay quienes toman la obra de Dios como un pasatiempo, sin pensar que se debe servir al Señor  “con temor de reverencia", porque Dios es fuego consumidor. Todo servicio que se haga para Dios sin este temor reverencial, tendría magros resultados. Y la falta de temor en las asambleas ha traído mucho daño, criticas, envidias entre obreros, calumnias, falsedades, cosas que perjudican en vez de edificar. 
La actividad es necesaria, pues la mies es grande y los obreros son siempre pocos, pero y que nuestro servicio sea hecho en el santo temor de Dios, pues un día tendremos que dar cuenta a Dios de nuestro ministerio y conducta en la Iglesia.
IGLESIA DE AYER Y DE HOY
Se dice también que las Iglesias se acrecentaban. Se multiplicaban, no se conformaban con tener una congregación con buena membrecía solamente. Ellos miraban mas allá, como lo hacían los tesalonicenses, los cuales se extendían por todos los lugares, sembrando la Palabra de Dios y ganando almas para el reino de Cristo. Los creyentes primitivos sabían que habían sido "convertidos de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo". La Iglesia debe procurar por todos los medios que la gente se convierta; no sólo se convenza; debe predicar el "nuevo nacimiento“. Hoy existe el peligro de predicar un evangelio  social que apunta al intelecto y no al corazón. La Iglesia debe denunciar el pecado con toda verdad y proclamar la gran salvación que hay a través de la obra de Cristo el Salvador.
Es hora de pensar en los lugares más allá; hay centenares de pueblos en todo el mundo donde no hay testimonio del Señor. Así tendremos una actividad Fructífera, andando en el temor del Señor. Pero lo más efectivo era que el Espíritu Santo fortalecía las Iglesias. Este debe ser el anhelo de toda congregación que el Espíritu de Dios tenga libertad para dirigir, para exhortar, consolar y dar fuerzas para el trabajo en la Iglesia. Sin el poder del Espíritu de Dios todo es en vano; El es el que redarguye al mundo del pecado, de justicia y de juicio. Es El que capacita a los siervos para el servicio. Reparte los dones como quiere, y da fortaleza para el arduo trabajo que la obra requiere.
Permita Dios nuestro Señor que las Iglesias hoy· en este momento difícil que vive nuestro mundo, sean exponentes de la gracia de Dios y como luz del mundo y sal de la tierra; que se extiendan llevando el mensaje glorioso del evangelio de la paz.
(Contendor Por la fe, Nº 235 y 236)


“TENED FE EN DIOS por C. H. Mackintosh


¡Cuán propensos somos, en los momentos de apremio y dificultad, a volver nuestros ojos hacia los recursos de los hombres! Nuestros corazones están llenos de confianza en la endeble criatura, de esperanzas humanas y de expectativas terrenales. Sabemos relativamente poco de lo bendito que es mirar simplemente a Dios. Somos rápidos para mirar a cualquier parte antes que a él. Corremos hacia cualquier cisterna rota y procuramos apoyarnos en algún báculo de frágil caña, cuando tenemos una Fuente inagotable y la Roca de los siglos siempre cerca.

Sin embargo, hemos probado un sinnúmero de veces que el hombre es cual tierra árida, agotada, sin agua. Con total seguridad, cuando recurramos a él, no dejará de defraudarnos. “Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz; porque ¿de qué es él estimado?” (Isaías 2:22). Y de nuevo: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada” (Jeremías 17:5 y 6).

Tal es el triste resultado de apoyarse en la criatura: aridez, desolación, desazón; como la retama en el desierto. Ninguna lluvia refrescante, ningún rocío del cielo, ningún bien, nada excepto sequedad y esterilidad. ¿Cómo podría ser de otro modo cuando el corazón está apartado del Señor, única fuente de bendición? No está al alcance de la criatura satisfacer el corazón. Sólo Dios puede hacerlo. Él puede satisfacer cada una de nuestras necesidades y cada uno de nuestros deseos. Dios nunca falla al corazón que confía en Él.

Pero se debe confiar en él de veras. “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice” que confía en Dios, si realmente no lo hace? Una fe fingida no conducirá a nada. De nada vale confiar de palabra o de lengua. Es menester que lo sea de hecho y en verdad. ¿Qué provecho tiene una fe que pone un ojo en el Creador y el otro en la criatura? ¿Pueden Dios y la criatura ocupar la misma plataforma? ¡Imposible! Debe ser Dios o la criatura, con la maldición que siempre sigue cuando tiene lugar esta última opción.

Notad el contraste: “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Pues será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (Jeremías 17:7 y 8).

¡Cuán bendito! ¡Cuán brillante! ¡Cuán precioso! ¿Quién no pondría su confianza en un Dios así? ¡Cuán placentero es que uno se halle completa y absolutamente en sus brazos! Estar confinado a Él. Tenerle ocupando toda la amplitud de visión del alma. Hallar todas nuestras fuentes en él. Ser capaces de decir: “Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de él es mi esperanza. Él solamente es mi roca y mi salvación. Es mi refugio, no resbalaré” (Salmo 62:5 y 6).

Nótese esa palabra: “solamente”. Es muy escrutadora. De nada aprovechará que digamos que confiamos en Dios, cuando estamos todo el tiempo mirando de reojo a la criatura. Estar hablando frecuentemente de mirar al Señor cuando, en realidad, estamos esperando que nuestros semejantes nos ayuden, es de temerse sobremanera. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:9 y 10).

¡Cuánta necesidad tenemos de juzgar en la presencia de Dios las  más profundas motivaciones que animan nuestro corazón! Somos muy propensos a engañarnos a nosotros mismos por el uso de frases que, en lo que a nosotros respecta, no tienen absolutamente ninguna fuerza, ningún valor, ninguna verdad. El lenguaje de la fe podrá estar en nuestros labios, pero, en realidad, el corazón está lleno de confianza en el hombre. Hablamos a los demás acerca de nuestra fe en Dios, sólo con el propósito de que nos ayuden a salir de nuestras dificultades.

Seamos honestos. Caminemos a la clara luz de la presencia de Dios, en la que cada cosa es vista tal como realmente es. No privemos a Dios de su gloria, ni a nuestras almas de abundantes bendiciones, por una hueca profesión de dependencia en él, cuando, en realidad, el corazón está yendo secretamente en pos de alguna fuente humana. No perdamos tan grande gozo, paz y bendición, tan grande fuerza, estabilidad y victoria que la fe siempre halla en el Dios viviente, en el viviente Cristo de Dios y en la viviente Palabra de Dios. ¡Oh, tengamos fe en Dios! (Marcos 11:22).




¿A QUIEN OFRENDAMOS?  Por Samuel J. Alonso


Gran privilegio tienen los hijos de Dios de colaborar en el sostén de Su obra, de lo cual el Señor se agrada y trae aparejada bendición al alma, porque "El alma liberal será engordada" (Prov. 11: 25).

En 1 Crónicas 29:9, dice: "Y holgóse el pueblo de haber contribuido de su vo­luntad, porque con entero corazón ofre­cieron a Jehová voluntariamente". Esta cita bíblica señala los últimos días del Rey David, cuando su hijo Salomón ha­bría de sucederle en el trono, pero tam­bién indica lo que por tiempo fue el ejer­cicio de su corazón: construir casa para su Dios, lo que tuvo cumplimiento en los días de Salomón. En el capítulo señalado (v. 5) leemos las palabras que David di­rigió al pueblo: "¿Y quién quiere hacer hoy ofrenda a Jehová?" destacando, no solamente el carácter VOLUNTARIO de la OFRENDA, sino también su des­tino: "A JEHOVA".

A este llamado, el pueblo respondió con dignidad, contribuyendo voluntaria y alegremente. Solemniza el alma cuan­do, en este orden de pensamientos, lee­mos en Efesios 5:2, respecto a la perso­na de nuestro Amado Salvador: "Se en­tregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, en olor suave", mos­trando la dirección de la ofrenda de sí mismo: "A DIOS". Era él primordial objeto, aunque entendemos, sin duda, el alcance de ella: la salvación de nues­tras almas. Sin embargo, El primero deseaba "Agradar a Dios", "Dar satis­facción a Dios", "Para la gloria de Dios", en el cumplimiento de sus eternos pro­pósitos, Ofreciéndose a Dios".

De la misma manera, entendemos cuál debe ser el verdadero y mayor ejercicio de corazón de los hijos de Dios "a! ofrendar". Son diversas sus formas y aspectos, en sus alcances y beneficios que podemos señalar. Comenzaremos con los obreros del Señor, quienes han consagrado todo su tiempo a Su servicio, pudiendo a la vez extendernos a todo cuanto está relacionado a la obra del Señor: la Iglesia, como Casa de Dios, en sus necesidades materiales, en la atención de sus miembros y el sostén del testimonio conforme a la dignidad del Señor.
El más elevado propósito de "la ofrenda a Dios", debe ser precedido por una actitud de corazón voluntario, co­mo respuesta a un ejercicio consciente de nuestro deber y privilegio como pue­blo de Dios, cuyas promesas de su ben­dición leemos en 2 Crónicas 31:10: "Por­que Jehová ha bendecido a su pueblo". Asimismo, dura es la carga que procede de Dios a su pueblo cuando, en su apar­tamiento, mezquindad y pecado, no res­pondían dignamente a sus deberes: "LA NACION TODA ME HABEIS ROBADO" (Malaquías. 3:8,9). Estas palabras permanecen aún en nuestros días, como solemne amonestación y enseñanza para nuestro debido ejercicio de corazón.

MAYORDOMIA DE NUES­TROS BIENES.
Debemos ejercitarnos ante la proximidad del "día del Tribu­nal de Cristo", cuando la mayordomía de nuestros bienes será debidamente considerada en su móvil e intención (1 Corintios 4:5), por nuestro Señor, en la ma­nifestación de su Señorío para con cada redimido, cuando traiga consigo en Su Venida cumplido galardón (Apocalipsis. 22: 12).
Varias Escrituras nos ayudan y orientan en este nuestro primer privile­gio y responsabilidad.
NUESTRA OFRENDA AL SEÑOR DEBE SER REALIZADA:

a)     Honestamente (Hechos. 5:1-5)
b)    Simplemente (Romanos. 12:8)
c)     Regularmente (1 Corintios 16:2)
d)    Proporcionalmente (1 Corintios. 16:2)
e)     Voluntariamente (2 Corintios. 8:1-5)
f)     Generosamente, liberalmente (2 Corintios 9:5,6)
g)    Esforzadamente (2 Corintios 8:3)
h)     Ilimitadamente (a sí mismo, sin retener o reservar algo para sí) (2 Corintios 8:5)
i)      Bondadosamente (2 Corintios 8:2; 9:13)
j)      Alegremente (2 Corintios 9:7)
k)     Espontáneamente, devotamente (2 Corintios 9:2, 8:1)
l)      Ejemplarmente (2 Corintios 9:2)


CUAL SACERDOTES.
Bajo este aspecto, las Escrituras señalan la eleva­da y honrosa posición de cada salvado, ir en relación a Dios por y en el Señor Jesucristo: "…para ofrecer sacrificios es­pirituales agradables a Dios por Jesucristo (1 Pedro 2:5; Hebreos 13:15). Así lle­gamos a Filipenses 4:18, donde leemos: "Lo que enviasteis, olor de suavidad, sacrifi­cio acepto, agradable a Dios". De esta manera, el siervo de Dios es atendido, socorrido en sus necesidades materiales, y Dios es glorificado en ello. Un sacri­ficio material precedido de un ejercicio espiritual delante de Dios, identificándose con su siervo el apóstol en su obra para El. Consciente de ello, señala el apóstol Pablo (v. 19): "Mi Dios suplirá todo lo que os falta..." Pero "la gran ofrenda", la que sirve de base a toda otra ofrenda, es la que está expresada en 2 Corintios 8:5, con respecto a las iglesias de Macedonia y su liberalidad: "Más aún, a sí mismos se dieron primeramen­te al Señor...". Es este el ruego expre­sado por el apóstol en Romanos 12:1,2.
En la consideración de nuestros pri­vilegios y responsabilidades, ¡con cuán­ta mayor dignidad deberíamos respon­der a la demanda y promesa de Dios! "TRAED... PROBADME... OS ABRIRE LAS VENTANAS DE LOS CIELOS, Y VACIARE SOBRE VOS­OTROS BENDICION HASTA QUE SOBREABUNDE." (Malaquías 3:10). 

¿QUE ESPERA EL SEÑOR DELCREYENTE CONCIENTE?

El Señor sabe lo que cada uno de sus hijos puede DAR. El Señor espera recibir ALGO de sus hijos en prueba de reconocimiento y gratitud, no porque El lo necesite, sino para trocarlo en ben­dición para Su pueblo y el propio ofe­rente, en cumplimiento de sus propósi­tos.

Un creyente consciente, que se ha entregado "primeramente al Señor" (2 Corintios 8:5), es agradecido y desea ofrendarle lo mejor de su vida, de su tiempo, de sus bienes. Por impulso natural, de­seará entregarle "de las primicias de sus frutos" (Prov. 3:9).

Un hijo de Dios, cuando ofrenda, debe tener la visión del Señor y los sa­grados intereses de Su obra, por sobre sus propios intereses. Debe estar ejerci­tado en Su presencia en cuanto a las ne­cesidades de la Obra y de sus obreros, apartando absolutamente de sí el pen­samiento de que sus ofrendas están des­tinadas a determinada iglesia o herma­nos.

El Señor espera que sus hijos, cons­cientes de sus deberes y privilegios, pro­cedan de acuerdo a lo que indican las Escrituras, inspirados por la bendita Ley de la Gracia que, si bien es cierto no fija ni determina una cantidad como la Ley antigua lo exigía (el diezmo) apela directamente al corazón del cre­yente que, ejercitado en amor, estará ca­pacitado para abandonar toda especula­ción personal y someter sus posibilida­des a la voluntad del Señor.

El  Señor espera que el creyente, en cuanto a las OFRENDAS, se conduzca:

ORDENADAMENTE: "Cada pri­mer día de la semana, cada uno... apar­te en su casa... lo que por la BONDAD de Dios pudiere..." (1 Con 16:2). El Se­ñor nos pide un poco de orden, un poco de disciplina en nuestro ofrendar; un poco de atención hacia sus intereses. No señala cantidad, pero EL SABE cuanto podemos dar, de acuerdo a lo que su bon­dad nos ha prosperado. ¡Qué no le de­fraudemos...!

GENEROSAMENTE: "Que en grande prueba d e tribulación... la abun­dancia de su gozo y su profunda pobre­za, abundaron en riquezas de su bon­dad." (2 Corintios 8:2). El apóstol se está refiriendo a los macedonios que, en me­dio de tribulaciones y pobreza manifes­taron las riquezas de su bondad. Her­moso privilegio tienen aquellos herma­nos que pueden dar sin reticencias para los distintos aspectos de la Obra, pero, ¡cuán valiosa es ante los ojos del Señor la ofrenda de los pobres y aún de los que sufren, que se gozan en la "comunica­ción del servicio para los santos!"

GOZOSAMENTE: "Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, o por necesidad, porque Dios ama el dador alegre" (2 Corintios 9:7). Sin medida, sin obligación, pero con ALE­GRIA. Es la consigna de la Ley de la Gracia, otra vez aquí apelando al cora­zón. Según nuestro corazón esté ejerci­tado en la presencia del Señor, así será nuestro gozo y la bendición que depare nuestro ofrendar. No permitamos que ninguna fuerza humana nos impulse, ni siquiera un sentimiento de obligación, pues perderemos el gozo y la bendición que proceden de una actitud espontánea.

ESFORZADAMENTE: "Pues de su grado han dado conforme a sus fuer­zas... y aún SOBRE sus fuerzas" (2 Corintios 8:3). Siguiendo con los macedonios, ve­mos que ellos dieron, aparentemente, más de lo que podían dar. El Señor no les exigió —como tampoco nos exige a nos­otros— pero les proveyó la gracia nece­saria para ser causa de bendición a otros. Esa gracia puede ser también nuestra, para que nos esforcemos en la santa y bendita comunicación. La "viuda pobrecilla", que dio "todo el sustento que te­nía" (Lucas 21:1-4), puede aleccionarnos en tal sentido, poniendo a prueba una fe sincera.

HONESTAMENTE: "Ahora, pues, llevad también a cabo el hecho, para que como estuvisteis prontos a querer, así también lo estéis en CUMPLIR confor­me a lo que tenéis" (2 Corintios 8.11). Si nos hemos forjado un propósito delante del Señor, si en nuestra conciencia hemos deseado y proyectado una comunicación material para Su obra, seremos honestos al concretar en hechos tal propósito, dando al Señor "conforme a lo que te­nemos" y de acuerdo a lo propuesto en nuestro corazón. La "honestidad espiri­tual" es también una demanda del Señor a los oferentes, pues no será grata la ofrenda del creyente que tiene "cuentas pendientes" con sus hermanos y, menos aún, si pretende disimularlas en la pre­sencia del Señor (Mateos 5:23, 24).

VOLUNTARIAMENTE: “...co­nozco vuestro PRONTO ÁNIMO... (2 Corintios 9:1,2). ¡He aquí la clave del éxito de toda actitud del creyente! Todo lo que hagamos para el Señor, debemos realizarlo con ánimo dispuesto. Si no es así, no tendrá valor ni será aceptado por El, con "la suministración para los san­tos" ocurre exactamente lo mismo. El apóstol conocía la voluntad pronta de los macedonios. El Señor sabe cuando damos voluntariamente y nosotros lo experimentamos en gozo y bendición. La ley antigua también exigía "ofrendas VOLUNTARIAS" (Deuteronomio 12:6). Des­pués de la ofrenda del Señor en la cruz, ¡cuánto más debemos sentir en el alma el deseo de ofrendar voluntariamente...!

EJEMPLARMENTE: "…vuestro ejemplo ha ESTIMULADO a muchos" (2 Corintios 9:2). ¿Qué mejor estímulo que el ejemplo? Podemos dar elocuentes mensajes sobre la necesidad de la co­municación e informes sobre la actividad de los obreros del Señor, pero lo más edificante será "practicar" la comunica­ción. Ello alentará a otros a imitarnos, multiplicando así las bendiciones. Y no será necesario que lo proclamemos. El Señor siempre usa los buenos ejemplos para bien de Su obra y nuestro propio bien. Las virtudes del creyente "afloran" solas ante los demás, porque "...el EVANGELIO no consiste en PALA­BRAS sino en VIRTUD ' (1 Corintios 4:20)

Que el Señor nos ayude para que no le defraudemos en cuanto a lo que El es­pera de un hijo consciente.
(Sendas de Luz - Junio-Julio -1975)



 
¿Nos reconoceremos en el Cielo? Por H. Rossier


Suelen a veces los cristianos preguntarse si reconoceremos en el cielo a aquellos que nos han precedido. Personalmente, no lo dudo; pero reconoceremos también a los que no habíamos  conocido en este mundo, de la misma manera que los discípulos reconocieron en el Monte de la Transfiguración a Moisés y Elías en gloria, mientras que éstos no hacían más que hablar con Jesús. Pero si se nos habla muy poco de reunirnos después de nuestra partida con aquellos que hemos amado (2 reyes 12:23), se nos dice, en cambio, no que ellos nos han adelanto, sino que nosotros tampoco les adelantaremos cuando nosotros, los que vivimos, ya transformados seremos arrebatados junto con nuestros seres amados resucitados de entre los muertos para ir al encuentro del Señor. En un instante, todos los santos seremos reunidos sobre la tierra para ser atraídos por el Señor en un abrir y cerrar de ojos (1ª Corintios 15:51-52; 1 Tesalonicenses 4.13-18). Los  afectos y vínculos, tales como los hemos conocido en la tierra ya no tienen valor alguno en la gloria.
Un mismo amor y un común sentir, concentrados sobre un mismo y solo Objeto, se habrá apoderado de todas las fuerzas, de todas las aspiraciones y afanes de nuestro ser. El que no conozca bien al Salvador, tal vez pueda figurarse  que allí encontrará cosas más interesantes que el mismo Autor de su salvación. Pero  el cristiano entendido sabe que Jesús llena el tercer cielo con su santa presencia, como antiguamente, delante del profeta, las faldas de sus vestiduras llenaban el templo (Isaías 6:1). Ahora bien: “estas cosas dijo Isaías cuando vio su gloria y habló de Él” (Juan 12:41).

¿Quién es Digno? (Apocalipsis 5:2)



“No soy digno de que entres bajo mi techo” (Lucas 7:6).

“Ni aun me tuve por digno de venir a ti” (Lucas 7:7).

“No soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado” (Marcos 1:7).

“He  pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno” (Lucas 15:21).

“Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno” (Apocalipsis 5:4).
“Señor, digno eres de recibir la gloria… porque tu creaste todas las cosas (Apocalipsis 4:11)

“Digno eres… porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes” (Apocalipsis 5.9-10)

“El Codero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” (Apocalipsis 5:1)