domingo, 23 de octubre de 2011

¿Cómo controlar su lengua?

“Ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado… Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios”. Santiago 3:8-9


            Si la fe se manifiesta necesariamente por medio de obras, la impureza del corazón se exterioriza tarde o temprano mediante palabras. Toda máquina de vapor posee una válvula por medio de la cual la excesiva presión interna se escapa irresistiblemente. Si dejamos subir en nosotros esa «presión» sin juzgarla, se traicionará inevitablemente con palabras que no podremos retener. El Señor nos hace comprobar así la impureza de nuestros labios (Isaías 6:5) y nos muestra cuál es su fuente interior: “La abundancia del corazón” (Mateo 12:34; 15:19; Proverbios 10:20).
            Pero Él nos invita a juzgarnos y a separar “lo precioso de lo vil” (Jeremías 15:19), a fin de ser como su boca. Hay sabiduría y sabiduría. La “que es de lo alto”, como todo don perfecto, desciende del Padre de las luces (Santiago 1:17). Sus motivos nos la darán a conocer: ella es siempre “pura”, sin voluntad propia y activa para hacer el bien. Tendríamos que volver a leer las declaraciones de Santiago cada vez que estemos a punto —es decir, por desdicha, muchas veces al día— de hacer mal uso de nuestra lengua: contender, mentir (cap. 3:14), maldecir (cap. 4:11), jactarse o vanagloriarse (cap. 4:16), murmurar (cap. 5:9), jurar o proferir palabras ligeras (cap. 5:12; Efesios 4:29; 5:4)…

Algunas citas del libro de los Proverbios:
“Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; mas la lengua de los sabios es medicina.” (12:18)
“En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente.” (10:19)
“El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias.” (21:23)
“La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor.” (15:1)
“La congoja en el corazón del hombre lo abate; mas la buena palabra lo alegra.” (12:25)
“El hombre se alegra con la respuesta de su boca; y la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!” (15:23)
“Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene.” (25:11)
“El justo aborrece la palabra de mentira.” (13:5)
“Panal de miel son los dichos suaves; suavidad al alma y medicina para los huesos.” (16:24) 

¡Bocados suaves!

“Las palabras del chismoso son como bocados suaves.” Proverbios 18:8 y 26:22


            ¡“Bocados suaves” o golosinas! (RV77) Esta palabra evoca dulces realidades, no sólo a los golosos, sino también a numerosos niños, jóvenes y adultos. Además de ser deliciosas en el momento, más tarde dejan un agradable recuerdo.
            Y si Salomón nos habla de ellas en dos ocasiones, relacionándolas con las palabras del chismoso o delator, y comparando estas desagradables palabras con una comida agradable, es para llamar nuestra atención sobre esta inclinación a la que todos estamos propensos.
            ¿No es verdad que a veces los asuntos de un amigo, de un hermano, de una asamblea, son tan interesantes que se escuchan con agrado? Y si lo sucedido es de lamentar, contado de una manera denigrante, quizá con calumnia o burla, se convertirá en estos “bocados suaves” que “penetran hasta las entrañas”, es decir, hasta las profundidades más íntimas. Ciertamente rechazamos de entrada esta golosina de mal gusto y juzgamos aún más al que nos trae el chisme. Pues él ha sido el primero en deleitarse y ahora probablemente lo amplifica o lo envenena.
            ¡Qué hermoso sería si las noticias siempre fueran un motivo de alabanza, cosas ejemplares y llenas de edificación! Pablo nos da un ejemplo de ello cuando habla de algunos de sus colaboradores: Prisca y Aquila “expusieron su vida por mí”. Onesíforo “muchas veces me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas, sino que cuando estuvo en Roma, me buscó solícitamente y me halló” (2 Timoteo 1:16-17).
            Estimulémonos hablando de estos ejemplos, bendigamos a Dios que inclina los corazones al amor y a las buenas obras. Pero huyamos de los “bocados suaves”, no los escuchemos, están envenenados.
            “El hombre perverso levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos” (Proverbios 16:28). Falta de confianza, sospechas, odio y amargura siguen a menudo a estas digestiones dolorosas.
            Al enterarnos de un desliz, de un paso en falso e incluso de un pecado en nuestro hermano, sería preferible que primero nos juzgáramos a nosotros mismos y luego usáramos la oración y la Palabra de Dios, que es como el agua que purifica, siempre en amor, “porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Pedro 4:8). Pensemos en la gracia de nuestro Señor Jesucristo, quien conoce perfectamente nuestras debilidades y en su misericordia acude a vendar y a curar las heridas, quien eleva la mirada y da ánimo a todo aquel que se encuentra fatigado. Mientras estaba el Señor aquí en la tierra, aunque “conocía los pensamientos del corazón del hombre” (Lucas 6:8), no les relataba a sus discípulos acerca de los desastres que veía en los corazones. Más bien, como hombre “de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3), sufrió los males de los que le rodeaban, esperando el momento de llevar sobre sí mismo en la cruz el peso de nuestros pecados.
            Nos dejó un modelo para que sigásemos sus pisadas. Fijemos, pues, nuestros ojos en Jesús... y huyamos de las golosinas.

Cuando un creyente peca...

La mayoría de los creyentes, incluso los jóvenes, conocen bien el versículo: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9). Efectivamente, este es un versículo que toca nuestros corazones porque nos pone ante la misericordia de la cual Dios puede colmarnos al purificarnos gracias a "la sangre de Jesucristo, su Hijo" (v. 7).
         No obstante, vemos en nuestros días que cada vez más se instala entre los cristianos una ligereza a la hora de considerar y tratar el pecado. Es bueno, pues, considerar lo que pasa cuando pecamos:
Mi pecado ofende a Dios
         Este es un punto poco considerado. No olvidemos que el pecado ha entrado en el mundo porque el hombre ha creído en las mentiras del diablo y no en las declaraciones de su Dios y Creador. El diablo sugirió que Dios había mentido, no queriendo el bien del hombre. Y el hombre, creado a imagen de Dios, ha sido inducido a creer públicamente delante de Dios, del diablo, de los ángeles y de toda la creación que Dios no sería ni luz ni amor. En consecuencia, el hombre ha hecho la amarga experiencia del conocimiento del bien y del mal (Génesis 3:5) y ¡deliberadamente prefirió el mal! Así ofendió y despreció la gloria del Dios santísimo, el que tiene "ojos demasiado puros para mirar el mal" (Habacuc 1:13, V.M.). Esto lo hizo debido a un solo pecado; y este único pecado fue suficiente para que la primera pareja, Adán y Eva, fuesen expulsados del huerto de Edén, de delante la presencia del Dios Creador.
            Hasta hoy, ésta es la situación en la que se encuentran todos los seres humanos, descendientes de Adán.
         Entonces, ¿qué puede hacer un hombre para la propiciación de sus pecados (es decir, para que sus pecados sean cubiertos)? Debemos llegar a la amarga constatación de que no hay nada en nosotros que pueda borrar nuestros pecados y que nuestras manos no pueden presentar nada a Dios que él pueda aceptar. "Nuestro Dios es fuego consumidor" (Hebreos 12:29). No es un ídolo pagano que espera cada tarde algo de comida en su altar para que su cólera no se inflame sobre nosotros. No obstante, a menudo lo tratamos así y de este modo lo ofendemos aun más. Pues actuando así, consideramos a la ligera la obra del Señor Jesús. ¿Nos damos realmente cuenta de que hasta por un solo pecado que cometamos, aun siendo creyentes, el Señor Jesús tuvo que venir a la tierra y morir sobre el infame madero del Gólgota como un maldito, castigado por Dios y afligido? Él fue hecho pecado por mí, ¡por un solo pecado que cometí! Dándome cuenta de esto en el fondo de mi corazón, ¿puedo todavía pensar en pecar para después «arreglar el asunto» pronunciando algunas excusas que simplemente salen de mi boca pero sin sentir la seriedad de mi acción delante de Dios?
El pecado me quita el gozo de la comunión con el Padre
         Aunque mi hijo me desobedezca, sigue siendo mi hijo; sin embargo, falta la alegría entre los dos. Esto es así entre padres e hijos sobre toda la faz de la tierra.
En varias tribus de África, un hijo que deshonró a su padre no puede pedir perdón simplemente diciendo algunas bellas frases. Tal hijo deberá, según las costumbres, hacer un sacrificio que satisfaga las exigencias del padre. (Notemos que tal práctica está completamente en contradicción con la fe cristiana para la que existe sólo un sacrificio válido: el del Señor Jesús.)
         Estos dos ejemplos ofrecen sólo un débil cuadro de lo que pasa entre mi Padre celestial y yo cuando cometo un solo pecado. El gozo de la comunión con mi Padre volverá solamente después de una confesión sincera de mi pecado. Tal confesión significa más que todo el estado de un corazón que llora por haber menospreciado los derechos de su Dios y su Salvador. No consiste en una mera serie de excusas simplemente pronunciadas por la boca.
         Antes de escribir el versículo bien conocido: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1:9), el apóstol Juan había dicho: "nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido" (v. 3-4). No hacer caso de estas instrucciones acarreará graves consecuencias, porque si no confieso mi culpa, me voy a acostumbrar al pecado y a la ausencia del gozo que encontraba antes en la comunión con el Padre y su Hijo. Llegaré a ser cada vez menos sensible a lo que deshonra a mi Señor y a mi Padre. Mi testimonio se debilitará de día en día y terminaré como Demas, que se alejó también exteriormente de Dios y se fue al mundo (2 Timoteo 4:10).
Mi pecado me aleja de los hijos de Dios
         Este es otro punto importante: "Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él esta en luz, tenemos comunión los unos con los otros" (1 Juan 1:6-7). Vemos que el andar en la luz está íntimamente ligado a la comunión entre los hijos de Dios. (Esta enseñanza destaca sobre todo en las epístolas del apóstol Juan). Esto es lógico, porque un hijo de Dios no podrá aprobar los pecados que uno de sus hermanos comete y deberá entonces reprenderle. Si no escucha al que le reprende, se encontrará tarde o temprano lejos de la bendita comunión de la familia de Dios.
         Dicha manera de actuar no sólo se limita a los hermanos y hermanas reunidos en el sólo nombre de Cristo, sino también a los hijos de Dios que se encuentran en cualquier iglesia. Por ejemplo, no podemos aceptar el pecado de una hermana en Cristo por el hecho de que se reúne en otra parte. Y los pecados que haya cometido un hermano de entre los que conocen la verdad de la unidad del Cuerpo de Cristo, también son una ocasión de caída para los hijos de Dios en las denominaciones.
         Si, pues, alguien quiere volver al Señor después de haber pecado, deberá también reparar las consecuencias que produjo su pecado en la vida de los hijos de Dios, incluso de los que se reúnen en otro lugar.
Mi pecado me coloca bajo la disciplina de la asamblea
         En la Palabra de Dios encontramos varias formas de disciplina ejercidas por la asamblea o iglesia local reunida en el Nombre del Señor Jesús. Esto comienza con formas de actuar de carácter pastoral, como la de restaurar a un hermano que ha sido sorprendido en alguna falta (Gálatas 6:1). Luego es preciso amonestar a los hermanos que andan desordenadamente (1 Tes. 5:14), o reprender a alguien públicamente (1 Timoteo 5:20). Si todos los cuidados pastorales para hacer volver a aquel que peca no han tenido un resultado positivo, la consecuencia es que debe ser puesto fuera por ser considerado un (hombre) "malo"(1 Corintios 5:13, V.M.), es decir, alguien que demuestra por su conducta que se ha enteramente identificado con el pecado que comete.
¿Con qué fin la asamblea debe ejercer la disciplina?
         Primeramente, a causa del deber que le incumbe de responder a la santidad del Señor y de su Mesa. No se puede venir a la presencia del Señor cargado con pecados para participar del partimiento del pan (Malaquías 1:7; 1 Corintios 10:20; 1 Corintios 11:27-32). Incluso en el Antiguo Testamento, el animal que iba a ser sacrificado debía ser puro y sin defecto corporal, lo que nos habla de la pureza y de la perfección de lo que ofrezcamos a Dios. "Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza; es decir, fruto de labios que confiesan su nombre" (Hebreos 13:15). Y los versículos de 2 Timoteo 2:19 y 22 precisan que el "que invoca el nombre del Señor" debe hacerlo "con corazón puro". No podemos presentarnos delante de nuestro amado Salvador con impurezas y pecados no confesados, pues Él es el Dios santísimo. Nuestro corazón entero debe estar más bien en regla con Dios, ¡y no solamente nuestra boca!
         Una segunda razón para ejercer la disciplina es la de ganar, si es posible, la persona en cuestión. Por la acción disciplinaria esta persona puede empezar a comprender que realmente se encuentra en un camino que deshonra al Señor y mancha la asamblea, y que esto la lleva a la pérdida de su testimonio. Al comprender la seriedad de su situación, esta alma podrá volver al Señor, tal como aconteció en Corinto con aquel hombre perverso (lea 1 Corintios cap. 5 y 2 Corintios cap. 2 y 7).
Mi pecado mancha el testimonio del Señor Jesús
         Por mi pecado yo hago comprender a todos los que me ven (Dios, los ángeles, el diablo y sus ángeles, los creyentes y el mundo) que no tomo en cuenta a Dios, que más bien hago caso al diablo y que no me he dejado separar enteramente del mundo por la cruz del Señor Jesús (Gálatas 6:14). Así seré semejante al antiguo pueblo de Dios, del cual el apóstol Pablo escribió en romanos 2:24: "...porque el Nombre de Dios es blasfemado entre los  gentiles por causa de vosotros".
         Recordemos que una sola mentira de una pareja de creyentes (Ananías y Safira en Hechos 5) fue suficiente para que murieran. No habían perdido su salvación, pero sí su testimonio, pues ellos se habían identificado y ligado a los planes del que es mentiroso desde el principio, es decir, el diablo.
         Por el pecado destruimos nuestro testimonio del Señor y hasta el testimonio de la Palabra de Dios que es predicada a nuestro alrededor. Si el Espíritu Santo no hubiera obrado en juicio contra Ananías y su mujer, los incrédulos habrían podido pensar que Dios toleraba esta manera hipócrita de actuar de sus hijos (común entre los incrédulos), sin que tuvieran que sufrir las consecuencias.
         Hoy damos esta misma impresión cuando pecamos a la ligera sin arrepentirnos.
El camino de regreso
         Todo esto nos muestra claramente que no existe algo como «un leve pecado» en la vida de un creyente o uno que no tenga consecuencias. Aun un solo pecado tiene consecuencias graves, y mucho más cuando se trata de una vida de pecado, como por ejemplo el alcoholismo o la fornicación. ¿Somos conscientes del hecho de que, como dice J.N. Darby, un solo pecado para Dios es mil veces más grave de lo que son mil pecados a nuestros ojos? El Señor Jesús llevó todo el juicio de nuestros pecados. Pero, seamos conscientes de que él lo llevó según el severo juicio de Dios —quien es llamado "Santo, santo, santo" en Isaías 6:3—, ¡y no según nuestro ligero juicio superficial!
         Después de haber pecado experimentamos a menudo un sentimiento de culpabilidad, ¿no es cierto? Sin embargo, la convicción producida por el Espíritu Santo, de cuánto sufrió el Cordero de Dios durante las tres horas del abandono de Dios por este solo pecado, ¡es otra cosa!
         Es, pues, evidente que es necesario una auténtica confesión para que pueda darse una restauración.
Características de una auténtica confesión
         Primeramente, el creyente debe estar profundamente convencido de haber ofendido tanto al Dios santísimo, quien por gracia ha llegado a ser su Padre, como a su Salvador, que se dio a sí mismo para librarle del presente siglo malo (Gálatas 1:4). Esta convicción producida en él por el Espíritu Santo, dará como resultado un espíritu quebrantado y un corazón humillado, como fue el caso de David después del adulterio con Betsabé (Salmo 51).
         (Me permito añadir un pensamiento muy importante: después de la restauración en la plena comunión con los hermanos, un corazón realmente contrito y humillado nunca se muestra con una actividad excesiva durante las reuniones o en el servicio. Desgraciadamente, a menudo se observa semejante actitud. Es obvio que se trata de la actividad de la carne, que quiere dar la impresión de que «el asunto» ya está bien arreglado. Por el contrario, un corazón realmente humillado se caracterizará por el silencio, los lamentos, y una visible humildad que no busca ni excusarse ni darse importancia. Tengámoslo bien claro, pues nuestro servicio para el Señor no puede cancelar ni la ofensa hecha al Dios altísimo, ni los daños causados a los demás por nuestra vida de pecado.)
Es cierto, únicamente mediante una confesión sincera, honesta y completa delante del Dios santo, él podrá perdonarnos y purificarnos de toda maldad (1 Juan 1:9).
         Y después se trata de reparar los daños causados a otras personas. ¿Qué nos dice la Palabra de Dios al respecto?
 Reparación de los daños
         En Levítico 6:4-7 leemos: "...habiendo pecado y ofendido, restituirá aquello que robó, o el daño de la calumnia, o el depósito que se le encomendó, o lo perdido que halló, o todo aquello sobre que hubiere jurado falsamente; lo restituirá por entero a aquel a quien pertenece, y añadirá a ello la quinta parte... Y para expiación de su culpa traerá a Jehová un carnero sin defecto de los rebaños... Y el sacerdote hará la expiación por él delante de Jehová y obtendrá perdón de cualquiera de todas las cosas en que suele ofender". Este pasaje nos enseña dos cosas importantes que debe hacer un hijo de Dios cuando reconoce haber actuado mal y haber pecado:
• Primeramente es necesario que repare los daños al ciento veinte por ciento, es decir, lo principal y encima, un quinto de más. Por ejemplo: si alguien ha robado 50 kilos de arroz deberá reembolsar 60 kilos. Esto nos enseña que la reparación se ha de hacer de una manera tan amplia y convincente que nadie podrá tener dudas de que el arrepentimiento es real y genuino. Tomemos otro ejemplo: si has desobedecido a tu padre, no basta con una excusa barata, un «perdóname» a menudo muy superficial. Más bien es por tus hechos, tu actitud contrita y tu humildad de espíritu que se muestra la obra del arrepentimiento que el Espíritu produjo en ti.
• Solamente después de que el israelita hubiese efectuado las reparaciones, debía presentarse ante Jehová con el sacrificio para obtener el perdón. Así es también en nuestros días: el pleno perdón, la verdadera restauración, tanto en la comunión con el Padre y su Hijo, como en la comunión con los hijos de Dios, sólo son posibles si antes he confesado mis pecados ante el Señor y he arreglado por entero las consecuencias que éstos causaron a mi prójimo.
         En lo que se refiere a la restauración, es evidente que esto no puede hacerse precipitadamente. Tomemos el caso de un hermano que durante muchos meses solía emborracharse con los habitantes incrédulos del pueblo. Ciertamente no puede ser restaurado sólo en el espacio de algunas semanas después de haber vuelto a asistir a las reuniones.
         Porque es necesario que tanto la asamblea se convenza de su arrepentimiento (si se le admite en el partimiento del pan sin tener esta convicción, actuará con ligereza ante la Mesa del Señor), como también que la gente del mundo acepte la confesión que él hizo delante de ellos, al comprobar que él verdaderamente se separó de su manera de actuar. En el caso contrario, se hará burla del testimonio del Señor por una llamada «restauración» apresurada y únicamente exterior.
         O, para hablar de otro caso muy grave, si alguien ha abusado de una chica (aunque la haya «tomado» con su consentimiento), la ha ofendido profundamente al tratarla de esta manera, porque ella es una criatura de Dios. Él no la ha creado para que se abuse de ella. El agresor deberá confesar su horrendo pecado ante ella en humillación y con llanto sincero. Si no lo hace llegará a ser un obstáculo para su conversión y, más tarde, para su crecimiento espiritual.
         Luego, tendrá que reparar los daños ocasionados a sus padres y también a la gente del pueblo, quienes se enteraron de ese acto abominable. No solamente debe confesar su grave pecado de fornicación, sino también, siendo creyente, debe decirles que ha deshonrado a Dios y que fue necesario confesarle su pecado. Si no hace esto, la consecuencia será que, después de su restauración, menospreciarán el testimonio de los cristianos y de la asamblea local a causa de este pecado. Porque ellos asociarán la asamblea cristiana (o la Asamblea/Iglesia entera) a este pecado y ya no se sentirán culpables en lo que concierne a sus propios hechos. De esta manera, ¡dicho pecado llegará a ser un justificante para los de ellos!
         Sólo se pueden evitar tan nefastas consecuencias al confesar este pecado sin retén, al reparar integralmente los daños causados, y al abandonar el mal de una manera evidente. Además, se sobreentiende que el culpable tampoco podrá sustraerse a la responsabilidad de ayudar a criar al niño que venga al mundo como resultado de su pecado.
Ejemplos de las Escrituras: La lepra
         Cuando en Israel se temía que alguien pudiera tener lepra (en sentido figurado esta terrible enfermedad es una imagen del pecado), en Levítico 13 y 14 se lee cómo esta persona era aislada durante 7 días. Después de este tiempo, el sacerdote tenía que mirar a la persona para comprobar si realmente se trataba de un caso de lepra. Si el resultado de esta consulta no era concluyente, la persona era encerrada otra vez por un tiempo.
         Esto nos enseña que, si una asamblea se entera de rumores acerca de un pecado, o si una persona viene a confesar un pecado, los hermanos deben ocuparse de ello. Si después de que la persona haya sido examinada por hermanos maduros, experimentados y espirituales, la asamblea todavía no está convencida ante el Señor de que el pecado fue confesado y abandonado, dicha persona debe quedar aislada durante «siete días».
         Es cierto, en su aplicación espiritual, ese principio del Antiguo Testamento no indica para nosotros literalmente 7 días, sino que se refiere a un período suficientemente largo para que el Espíritu Santo pueda mostrar a la asamblea el verdadero estado de dicho creyente. Cuanto más en serio tome la asamblea su deber ante Dios, tanto menos se apurará para «restaurar» a un alma en la que los frutos del arrepentimiento no hayan podido producirse todavía. Bien sabemos que en general los frutos de nuestros campos tampoco crecen en un solo día, ni siquiera en algunas semanas...
         En Números 12, María (o Miriam), al haber ofendido a Jehová perjudicando a su siervo Moisés, inmediatamente fue alcanzada por la lepra y fue echada fuera del campamento. Sólo después de una «plenitud de tiempo» de 7 días, pudo volver a la congregación. (Notemos de paso que esta historia nos muestra la gravedad del pecado de la maledicencia, es decir, del hablar mal de nuestros hermanos y hermanas. Desgraciadamente, a menudo se trata este mal con ligereza en vez de juzgarlo con la seriedad que merece).
Ejemplos de las Escrituras: La iglesia de Corinto
         Después de haber recibido la primera carta del apóstol Pablo, la asamblea de Corinto había al fin puesto bajo disciplina y excluido al malvado fornicario que se hallaba entre ellos (léase 1 Corintios 5). Luego leemos en la segunda carta a los corintios que el apóstol exhorta a la asamblea a perdonar a dicho hermano y a consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza (2 Corintios 2:5-11). De dicho pasaje y también del capítulo 7 de la misma carta se desprende claramente que el hombre que había sido disciplinado ha-bía vuelto en sí y había confesado sus pecados. Era cierto que él se había entristecido profundamente por su acto (así como también la asamblea de Corinto debido a sus faltas), hasta estar en peligro de hundirse en una tristeza excesiva. ¡He aquí el ejemplo de un corazón realmente contrito y humillado!
         Este resultado ciertamente no se produjo en una sola semana. Fueron necesarios por lo menos varios meses hasta que el apóstol pudiese escribir a la asamblea que el tiempo había venido para que ahora le mostrasen amor a este hermano. Él no sólo debía volver con llanto al Señor Jesús, sino también en medio de sus hermanos y retomar allí su lugar.
         Este ejemplo del Nuevo Testamento destaca con evidencia que se precisan tiempo y paciencia para que una asamblea se convenza de que alguien ha confesado verdaderamente sus pecados ante Dios, que ha arreglado los problemas que había causado (a la asamblea y también a la gente del mundo), y que se han producido los frutos del arrepentimiento en él, los cuales regocijan el corazón del Señor y de todos los suyos. Solamente entonces, y no antes, la asamblea puede acercarse de nuevo a él para animarlo a volver a tomar su lugar a la Mesa del Señor.
         Cualquier otra manera de proceder tendrá por resultado la mancilla y la pérdida del testimonio de la asamblea reunida en el nombre del Señor Jesús, y al mismo tiempo la pérdida del que había sido conocido como hermano.
         Para terminar, transcribimos un pasaje muy convincente, sacado del libro francés «Poursuivez la sainteté» de M. Tapernoux (Seguid la santidad):
         «El arrepentimiento es el juicio que se lleva sobre sí mismo, y sobre los hechos del pasado, a la luz de Dios. El culpable reconoce en su corazón que ha actuado mal, y lo declara abiertamente. Por lo tanto, el arrepentimiento y la confesión están ligados entre sí, y ambos son indispensables para la restauración del alma. Sin éstos, la comunión con Dios no puede ser restablecida. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos. Por lo tanto, Dios exige la confesión y no oraciones de rutina, y todavía menos penitencias.
         "Entonces dijo David a Natán: pequé contra Jehová" (2 Samuel 12:13). Después de haber hablado así al profeta, David se dirigió directamente a Dios: "Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos" (Salmo 51:4).
         El arrepentimiento está caracterizado por el sentimiento profundo, sincero y doloroso de que por nuestro pecado hemos ofendido a Dios mismo y menoscabado Su santidad y Su gloria. No debemos contentarnos con un sentimiento superficial de culpabilidad.
         «No hay quizás nada que endurezca más el corazón que el hábito de confesar un pecado sin realmente sentirlo», dijo J.N. Darby. Semejante ligereza no nos caracterizará si nos acordamos de que Dios tenía que herir a Su amado Hijo y abandonarlo sobre la cruz a causa de nuestros pecados.
         "Empero contigo está el perdón, para que puedas ser temido" (Salmo 130:4, V.M.)».
 Camerún, 2003

Ceñid los lomos de vuestro entendimiento

“Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado”, 1 Pedro 1:13.
Llegamos, pues, a la siguiente con­clusión: La realización de las posi­bilidades de vida en Cristo depende de la aplicación mental vigorosa. Y ese es el significado de la admonición: "ceñid los lomos de vuestro entendi­miento". Esta exhortación nunca ha sido tan necesaria como en el tiempo actual. La tendencia moderna es que ha de haber pocos que piensen por los muchos. Los aparatos electromecánicos que tienen cierto parecido a una inteligencia or­denada, pero mecánica, discurren inclu­so en la proyección y en la producción continuada de otros aparatos o máqui­nas. Los pensamientos de los pocos fue­ron transmutados en máquinas de acero para el uso de los muchos; y los mu­chos, en su función, se convirtieron en una colección de máquinas humanas. Pero ahora, la robotización mecánica está sustituyendo a la mano de obra humana, dejando a muchos obreros sin empleo, y así, aumentar el número de los "para­dos". Este es el resultado de que los pocos han de pensar por los muchos; aunque en este caso sea para perjudicar a muchos en bien de unos pocos "acau­dalados".
El uso que se hace de los periódi­cos y de las revistas es mentalmente desmoralizador. ¡Nadie ciñe los lomos de su entendimiento para leer un perió­dico! A menos que sea para leer un ar­tículo ocasional interesante; pero cuando se requiere hacer cualquier es­fuerzo mental, ¡generalmente se pasa de largo! Incluso hay una petición insis­tente por una religión que no demande cualquier esfuerzo para "pensar", que pueda fácilmente ser entendida y dis­frutada sin esfuerzo mental. Haremos bien en prestar atención a lo que nos dice este apóstol pescador: "Ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesu­cristo sea manifestado".
Y esto no cierra la puerta a los que carecen de entendimiento. Para empezar, diremos que en asuntos espi­rituales todos estamos faltos de co­nocimiento: Tenemos los entendimientos como los bebés. Y hay habitación para los niñitos en la casa del Padre. El evangelio con toda su dulzura y poder puede ser creído por uno que nunca ha ido a la escuela. Como los postes de señalización que están en los cruces de las carreteras para indicar al viajero o caminante la dirección a tomar, así ocurre con el evangelio. La indicación es sencillamente, "cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo" (Hch.16:31). El predicador que no proclama esto con claridad, está gravosamente faltando a su ministerio.
Estas palabras significan que no hemos de contentarnos con una mera educación elemental en las cosas espi­rituales. La religión cristiana está planeada para atender al hombre entero, y por consiguiente, ha de dar ocupación a todas las facultades del entendimien­to. Esta es una palabra para aquellos que son reacios a ir religiosamente a la escuela. Pablo se quejaba acerca de los creyentes corintios al comprobar que ellos actuaban como si fuesen unos bebés; el apóstol experimentó que su ministerio a los corintios había sido restringido y circunscrito por ellos mismos. Los corintios continuaban en un estado elemental y obligaban al apóstol a seguir como si fuese un maestro de escuela parvularia; ellos se estaban desarrollando con una alimentación a base de leche y no de vianda sólida. Todavía no habían saboreado un buen y abundante alimento de comida en la mesa del Padre-.
¿Hay alguno que esté en esta si­tuación? Si es así, la admonición es para el tal: "Ceñid los lomos de vues­tro entendimiento"; trata de salir de la clase primaria; trata de salir fuera de los primeros principios, del mero alfabeto y de la tabla de multiplicar de la vida cristiana. De todos los niños, ninguno es más querido y recibe tanta atención como el recién nacido. Se le considera especialmente la ali­mentación que necesita, y se comentan y se admiran sus graciosos dichos. Pero la corriente silla alta en la que ha de estar sentado no ha de servir para mo­nopolizar a la familia entera; y cuando el bebé ha tomado su plato de sopa e insiste en bajar de su silla, no se le debe permitir que lo haga, ya que rom­pería la reunión familiar en la mesa, entre los cuales, tal vez, habrá niños mayores que tienen sus cosas por hacer, y que necesitan y desean un alimento más sólido. Ese es el significado de las palabras, "ceñid los lomos de vues­tro entendimiento". Que los bebés sean alimentados adecuadamente; pero que se tenga presente que en la casa del Padre hay instrumentos con los cuales han de aprender a manejarlos, utensilios con los cuales han de aprender a usarlos, cuadros a los que deben aprender a querer, libros con los cuales han de aprender a leer y a entender. Ellos han de aprender mucho más que del lenguaje de su crianza; ellos han de adquirir el habla de las personas adultas, y apren­der el lenguaje de la literatura, del comercio y de la guerra. Ellos han de aprender a tomar el consejo de los hombres prudentes, a participar en la conversación con los sabios, a permane­cer con su Padre que está en lo Alto, a considerar el mundo y entender el: "Por tanto, ceñid los lomos de vuestro en­tendimiento". Despojado de toda clase de tecnicismos, es decir, poniendo todo vuestro entendimiento a trabajar. Como el soldado que se ciñe su espada para ir a la lucha; como el mismo Maestro Divino que puso a un lado su manto, y tomando una toalla, se la ciñó con prontitud para lavar los pies de sus discípulos; o, modernizando la metá­fora, como el obrero que se quita la chaqueta, enrolla las mangas de su camisa, y estando libre de todo impedi­mento innecesario, puede dedicarse a su tarea; así pues, pondrás tu entendi­miento para trabajar, para reunir, disciplinar y aplicar todos tus poderes mentales a la tarea de ser un cristiano digno de tal nombre. Como la herencia de la tierra de Canaán para el pueblo de Israel, que vino a ser suyo cuando lucharon por su posesión; como cuando las riquezas, por ejemplo, del con­tinente americano fueron posesionadas por aquellos que desafiaron los mares y talaron los bosques, arrancando los te­soros de la tierra y de la mina; así también, la herencia incorruptible de la gloria es nuestra, para poseerla y disfrutarla, cuando nos dedicamos en descubrir y apropiarnos de sus tesoros escondidos.
Si estudiamos el contexto veremos que hay además otra razón para tener esta actitud de disposición mental: Precisamente es la salvaguardia contra el mal. La laxitud mental es siempre compañera de la laxitud moral. El des­fallecimiento mental siempre va del brazo de la flojedad moral. El enemigo fácilmente encuentra acceso de entrada a la ciudadela cuando los centinelas están soñolientos. David C. Egner, tra­tando acerca de los ataques del gran enemigo de las almas, nos dice: "Cuando hacemos una re consagración de nuestras vidas a Cristo o declaramos nuestra intención de abandonar algún pecado o hábito problemático, Satanás siempre nos ataca de inmediato. Así como Jesús fue tentado por el diablo inmediata­mente después de haber sido bautizado y declarado ser el Hijo de Dios, de la misma manera somos a menudo tentados poco después de haber hecho una nueva resolución de seguir al Señor".
Paul Johnson, un contratista de obras, explicó que después de haberse convertido al Señor, siendo persona adulta, empezó a crecer espiritualmente. Por su lectura de la Biblia se vio convencido, por su responsabilidad como esposo y padre, de que debía pasar más tiempo con su familia, y sin embar­go, su trabajo le hacía estar fuera de casa muchas tardes hasta anochecer. Así que, después de una lucha, prometió al Señor que dejaría de aceptar citas para las últimas horas de la tarde. Al día siguiente, por la mañana, recibió una llamada telefónica de un importante cliente, que quería reunirse con él a última hora de la tarde. "Hubo una larga pausa", dijo, "y finalmente le dije que lo sentía, pero que para tener una entrevista habría de ser durante las horas del día, y no a última hora de la tarde". Aunque aquel hombre esta­ba extremadamente ocupado, accedió a la petición de Johnson, y la reunión que celebraron a primeras horas de la tarde condujo a una importante expansión en su negocio de contratista.
El crecimiento espiritual es vital para el creyente. Esto sucede cuando estudiamos la Palabra de Dios y recono­cemos aquellas cosas que precisan de corrección en nuestra vida cristiana. Pero cuando nos decidimos a dar nuestro paso al frente, debiéramos estar dis­puestos para un ataque inmediato. Este es el momento en que Satanás golpea. Al diablo no le importan las decisiones del creyente... en tanto no las ponga en práctica. Hay que estar bien des­piertos y en continua vigilancia contra tales ataques. La vigilancia constante es el precio de la seguridad. El enten­dimiento desceñido es negligente para las distinciones morales y una fácil presa para los engaños del enemigo.
El "ceñid los lomos del entendi­miento" es el reunir todos los esfuer­zos del ser humano hacia una clara dirección, disponiéndose para la acción; es el poner toda la facultad del entendimiento en guardia, con la voluntad en orden, sometida solamente a la Voluntad del Todopoderoso y Omnis­ciente Dios nuestro. Es mantener la prescrita actitud del mismo Maestro Divino cuando dijo: "Velad y orad, para que no entréis en tentación". Que esto sea una realidad en cada uno de noso­tros.
Contendor por la fe, Nº 235-236

COMUNIÓN CON DIOS: ¿QUÉ ES?

 "Porque así ha dicho Jehová el Señor a la casa de Israel: ¡Buscadme a mí, y vivi-réis! mas no busquéis a Bet-el, y no acudáis a Gilgal, ni paséis a Beer-seba: porque Gilgal indudablemente irá en cautiverio, y Bet-el vendrá a ser nada."
Amos 5: 4, 5 - Versión Moderna
          

            Nosotros siempre estamos en peligro de ser engañados al utilizar un estilo de fraseología que trasciende nuestra verdadera experiencia. Cada denominación religiosa tiene una cantidad de expresiones peculiares a sí misma, y uno está expuesto a adoptar tales expresiones, sin ser capaz, en la práctica, de entrar en su significado. De ahí la importancia de tener en mente que el Cristianismo no es una mera colección de expresiones, sino una realidad divina - una influencia viva, que actúa, que es poderosa, siendo ella misma como una infusión que llena todos los sentimientos y afectos del alma, y exhibiéndose ella misma en la vida.
          Ahora bien, una de esas formas de expresión, utilizada muy frecuentemente, y poco comprendida, es "comunión." Comunión con Dios es el gran secreto de la fortaleza del creyente, y es, por consiguiente, de la mayor importancia que él comprenda clara e inconfundiblemente lo que ella significa, y en qué consiste; y, además, que él se guarde cuidadosamente contra toda cosa que parezca una falsificación de ella. Si se le pidiese a uno que diese una definición de comunión, él podría responder, «Es simplemente entrar en los pensamientos de Dios; y como los pensamientos de Dios encuentran su gran centro en Jesús, el hecho de ser capaz de entrar en Sus pensamientos sobre Jesús constituye el orden más elevado de comunión para el alma. Dios ha enaltecido grandemente al bendito Jesús; y cuando nosotros somos capaces, por medio del Espíritu, de hacer lo mismo, nuestros pensamientos están en feliz comunión con los de Dios; y esto es lo que debemos buscar.» Pero nosotros debemos recordar que la comunión con Dios es una cosa muy diferente de la comunión con una iglesia Cristiana, por muy sana que sea en doctrina, o pura en la práctica.
         Sin embargo, el punto que deseo poner de manifiesto en este artículo, es la importancia de una comunión real, personal con Dios, aparte de la ayuda recibida incluso de instituciones divinas. Nosotros debemos considerar la comunión como una cosa pura, abstracta, independiente, santa, que está por sobre, y que está mucho más allá de toda cosa terrenal. "La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre." (Juan 4:21 - LBLA). De nuevo, "Dios es espíritu; y es necesario que los que le adoran, le adoren en espíritu y en verdad." (Juan 4:24 - RVR1909 Actualizada). Bajo la ley había cuatro cosas esencialmente necesarias antes de que la adoración pudiese ser ofrecida.

1.     Un sacerdote de la simiente pura de Aarón - pura en raza, y pura en su persona. Un hombre podía ser de la simiente de Aarón, pero con todo, si él tenía una sola imperfección corporal, un solo defecto personal, él no osaba acercarse a ofrecer el pan de su Dios, o a estar ante al altar de su Dios. (Ver Levítico capítulos 21; 22).
2.     El sacerdote tenía que sostener en su mano un incensario puro - un incensario de oro (Hebreos 9:4).
3.     Él tenía que poner en ese incensario, incienso puro.
4.     Él tenía que quemar este incienso con fuego puro, sacado del altar.

         Es escasamente necesario recordar al lector Cristiano que estas cosas eran simbólicas (o tipos, figuras). Nosotros debemos ser lavados de nuestros pecados en la sangre del Cordero, y ser hechos así sacerdotes para Dios, antes que podamos acercarnos al altar. Sin el conocimiento de estas cosas, no puede haber adoración alguna. Religiosidad puede haber en abundancia, pero ninguna adoración. El objetivo mismo de la mera religiosidad a menudo puede ser, colocar al alma en la posición de un adorador, y cuando este es el caso, la religiosidad es colocada en el sitio de la preciosa sangre de Cristo. De nuevo, así como era necesario que el incensario del sacerdote fuese puro, sobre el cual el incienso era consumido, así el corazón del cristiano deber estar debidamente ordenado, antes que sea posible que el olor grato de la alabanza agradecida pueda ascender a Dios. Además, así como el sacerdote necesitaba incienso puro, del mismo modo ahora, Cristo debe ser el 'ingrediente' puro y sencillo de la adoración de nuestras almas. Y, por último, así como el incienso necesitaba ser consumido por fuego puro, del mismo modo ahora, el Espíritu Santo debe encender en nuestras almas la llama de la adoración pura y espiritual. Así, mientras nos alimentamos de Cristo con corazones sinceros y mentes enseñadas por el Espíritu, nosotros presentamos a Dios la fragancia de la adoración aceptable.
         Los puntos anteriores pueden ser ampliados; pero se ha dicho lo suficiente para demostrar qué cosa puramente espiritual es la comunión, y también, cuán necesario es que nosotros velemos contra toda cosa similar a un "fuego extraño", el cual es simplemente la introducción de elementos extraños, es decir, elementos carnales o terrenales, en nuestra adoración. Tampoco es meramente una cosa abiertamente impía la que puede ser utilizada como un obstáculo, sino cosas correctas, sí, incluso instituciones divinas; de hecho, mientras más una institución pueda probar que es de Dios, más necesidad hay de vigilancia, para que ella no usurpe el lugar de Dios en nuestros corazones. La conciencia de un creyente detectará y rehuirá fácilmente aquello que es manifiestamente opuesto a Dios y a Su verdad, pero puede ser que él no vea tan prontamente el peligro conectado con lo que ha sido establecido por Dios, y honrado por generaciones de fieles en tiempos antiguos. De ahí la fuerza y conveniencia del llamamiento, "Así ha dicho Jehová el Señor,... ¡Buscadme a mí, y viviréis! mas no busquéis a Bet-el, y no acudáis a Gilgal, ni paséis a Beer-seba: porque Gilgal indudablemente irá en cautiverio, y Bet-el vendrá a ser nada." (Amós 5: 4, 5 VM). Bet-el, Gilgal, y Beerseba, fueron todos lugares muy sagrados a los ojos de un Israelita fiel. Bet-el fue el sitio donde el espíritu de Jacob sintió por primera vez la dulzura y solemnidad de la presencia divina - fue "casa de Dios" - un sitio que poseía mucho atractivo para el corazón, y conectado con muchos recuerdos benditos. Tal fue el carácter de Bet-el en sus días tempranos; pero, ¡cuán lamentable! aquellos días habían pasado, y Bet-el había perdido su gloria primera. Jeroboam había colocado un becerro de oro allí, haciendo así de ella la casa de un becerro, en lugar de la casa de Dios (1 Reyes 12: 25-33). ¿Qué valor tenía, entonces, la casa de Dios, si Dios había abandonado la casa? ¿Quién pensaría en atribuirle importancia al simple nombre de Bet-el, cuando el Dios de Bet-el ya no iba a ser hallado allí? Nadie. Nadie cuyo corazón valorase a Dios, podía satisfacerse con ir a la casa de Dios, y hallar allí solamente un becerro - una burla - una vanidad. Con todo, este fue  el pecado mismo de Israel, ellos permitieron que Bet-el se interpusiera entre ellos y el Dios de Bet-el. De ahí la importancia de la Palabra, "¡Buscadme A M!"
         Por otra parte, Gilgal fue, como sabemos, el lugar en que Israel había gustado por primera vez los productos de la tierra de Canaán (Josué 5:11), y donde Dios les había sido quitado de encima el oprobio (o, la afrenta) de Egipto ("Y dijo Yahveh a Josué: «Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto.» Por eso se llamó aquel lugar Gilgal, hasta el día de hoy." Josué 5:9 - BJ). Desde Gilgal, asimismo, Josué y su banda de conquistadores acostumbraban a hacer sus salidas a nuevos triunfos sobre los incircuncisos, y hacia allí regresaban a disfrutar los despojos. De este modo era un lugar pleno de santo interés; y, mientras fuera contemplado en conexión con las escenas que se habían desarrollado allí, podría haber despertado muchas emociones piadosas en el corazón de un adorador fiel. Pero, ¿qué cosas podían hacer de Gilgal un sitio valioso, salvo el espíritu y los principios que le pertenecieron? Y si estos dejaron de ser conocidos en verdadero poder, Gilgal sólo podía demostrar ser un nombre vacío, calculado para alejar el corazón de la comunión viva con Dios mismo, y más aún por cuanto había sido un lugar de una verdadera experiencia divina para el pueblo del Señor.
         Por último, Beerseba fue 'el pozo del juramento' ("Y lo llamó Seba (Juramento). Por eso el nombre de la ciudad es Beerseba (Pozo del Juramento) hasta hoy." Génesis 26:33 - NBLH), un lugar que se hizo preciado, por muchas razones, para la posteridad de Isaac, sin embargo sólo valioso en proporción a que se tuvieran en mente las circunstancias que le habían dado su nombre.
         Así vemos cómo la sagrada antigüedad de los lugares arriba citados actuaría como un lazo para el corazón de un Israelita, y tendería a alejarle de Dios. Efectivamente, fue el hecho de estar ellos asociados con tantos recuerdos benditos, con tanto que fue realmente de Dios, el que constituiría un lazo tan peligroso para ellos. El diablo no presenta al Cristiano cosas flagrantemente malas y falsas; él sabe que tales cosas serían rechazadas de inmediato; pero él trabaja por conducto de cosas que tienen apariencia de verdad y piedad alrededor de ellas; sí, y también cosas que, puede ser, una vez tuvieron la aprobación divina, pero que, después de todo, no soportarán la luz escudriñadora de la Palabra. No sería suficiente que un Israelita reposara satisfecho con las antiguas instituciones de Bet-el, Gilgal y Beerseba; él podría ser muy diligente al buscarlas, y sin embargo podría estar muy necesitado de la exhortación, "¡Buscadme A MI!"
         ¿Cuál es, entonces, la enseñanza que se nos invita a sacar del hilo de pensamiento arriba expuesto? Simplemente este: la Comunión con Dios, y la Comunión con instituciones divinas, son cosas muy distintas; nosotros podemos perder, a menudo, la primera, en nuestro celo por la última. Cuán a menudo hemos exhibido mucho celo al contender por alguna institución Cristiana, mientras, quizás, nuestras almas estaban estériles y carentes de comunión personal con Cristo mismo. Cuán a menudo, asimismo, como los discípulos que iban a Emaús, nosotros hemos hablado mucho acerca de cosas relacionadas con Cristo, cuando, si Él mismo se hubiese acercado, nosotros no Le habríamos conocido. En momentos semejantes, habría sido muy razonable que se nos hubiera dicho, «No busquéis instituciones - no busquéis ordenanzas - no busquéis meramente las cosas que están relacionadas con Cristo, sino buscadlo a Él - Su Persona bendita - la realidad divina de la comunión personal con el resucitado Hijo de Dios, pues sin Él, las instituciones más hermosas son impotentes - y las ordenanzas más solemnes, son frías e inanimadas.» Tampoco son solamente las ordenanzas meramente humanas a las que todo esto es pertinente, sino incluso a aquella de es de autoridad divina; por ejemplo, la Cena del Señor, el ministerio de la Palabra, la comunión Cristiana, etc., todas las cuales son, por decirlo así, pliegues del cortinaje que pueden esconder a Cristo de un alma que realmente Le busca en ello, pero que sólo puede tender a ocultarle de la vista de los que son cautivados y atraídos por la forma externa más que por la verdad, y el espíritu, y la vida.
         Procuremos, entonces, percibir como una realidad, comprender la verdadera naturaleza, de la persona de Cristo. Procuremos con diligencia hallarle a Él, en el partimiento del pan, en el ministerio de la Palabra, en la comunión de los Cristianos,  en el servicio de oración y alabanza; en una palabra, en todas las cosas en las cuales Él nos ha dicho que Él será hallado; pero no confundamos la alegría en estas cosas con la alegría en Dios, para no ser hallados, en nuestra esfera, y conforme a nuestra medida, promoviendo, en el mal peculiar de los postreros días, UNA APARIENCIA DE PIEDAD SIN LA EFICACIA DE ELLA.

Traducido del Inglés por: B.R.C.O.