domingo, 7 de abril de 2013

PENSAMIENTO


¿Tenemos "los ojos puestos en el cielo"? (Hechos 1:10). ¡Ah, qué corazones inconstantes poseemos! ¡Cuán variables y superficiales son!
El Espíritu Santo dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús y quiere mantenerla fija sobre él.         Por tanto, el propósito habitual del Espíritu es revelar y glo­rificar a Jesús. 

Todo Aquel que Cree


¿Comprendes, querido lector, lo que quieren decir estas palabras?
Estaba sentado a la orilla de un paseo un pobre ciego, leyendo en su Biblia de relieve. Una y otra vez pasaba su dedo sobre las letras, y una y otra vez leía: to-do a-quel... pero no lo comprendía. Pasaba por allí entonces un muchacho, y lla­mándole el ciego, le preguntó: "Hijo mío, ¿qué quiere decir todo aquel?" Y el muchacho respondió: "Quiere decir usted y yo y todos". Entonces dijo el ciego: "Es verdad, quiere decir yo".
Un joven moribundo oyó leer en aquel supremo momento las siguientes palabras: "Todos los que en El creyeren, recibirán perdón de pecados" (Hechos 10:43). Dirigiéndose a su madre, le dijo: "Repíteme, madre, esas expresiones: Todos los que... eso sin duda quiere decir yo".
Supongamos que Dios, en lugar de decir: Todos los que... hubiese dicho Fulano de tal, ¿dudarías entonces de qué hablaba con noso­tros? No; pues aún más claramente nos alude diciendo: Todo aquel... porque de un mismo nombre puede haber más de una persona, ¿y cuál sería pues la señalada? Pero cuando dice Todo aquel... comprende a todos, te comprende a ti.
Sería muy útil buscar y retener en la memoria, y principalmente en el corazón, todos los textos que con­tienen tales palabras: veamos aquí algunos:
·         Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo uni­génito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16).
·         Todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre (Hechos 10:43).
·         Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado (Romanos 10:11).
·         Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios (1 Juan 5:1).
·         Todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente (Juan 11:26).
·         Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas (Juan 12:46).
·         Todo aquel que invocare el nom­bre del Señor, será salvo (Romanos 10:13).

Los Ángeles: El ángel de Jehová


4. Los Ángeles.


El ángel de Jehová


¿Quién es este Ángel?
            Unas de las preguntas que para algunos es difícil de responder y para otros es muy fácil de encontrar es la identidad de este ser. En sí es un ser misterioso; pero por el análisis de los textos que hemos repasado no es un ángel común, es más, muestra un alto grado de dignidad,  en grado tal, que los que se han acercado, han tenido que rendirle homenaje. Algunos creyentes lo han identificado con el Señor Jesucristo. De ser así, entonces corresponde a teofanía o  más bien, una Cristofanía, es decir, una manifestación del Señor Jesucristo antes de su encarnación.
            Los Rabinos también han encontrado en este ángel a un ser particular, que escapa al arquetipo de un ángel común.  De hecho le dieron un nombre particular para identificarlo. Le llamaron Metratón y que quiere decir, el Ángel de su Faz. Este nombre o designación no se encuentra en el Antiguo Testamento (Tanaj) ni en el Nuevo Testamento.
            En el Talmud Babilónico y en el Zohar (dos libros de interpretaciones de los rabinos) encontramos  referencia a este ser. En el primero se habla que esta sentado en la posición que le corresponde a Dios mismo. Y en el segundo, lo identifica con el ángel que guió a pueblo de Israel por el desierto, después de haber salido de Egipto y lo muestra como un sacerdote celestial.
            En otro comentario, el Talmud dice: «El Metratón, el ángel del Señor, está unido al Dios Altísimo en perfecta unidad en su naturaleza», mientras que otras fuentes hablan acerca de él como de uno que «tiene dominio so­bre todo lo creado». La Midrash, que es antiquísi­ma, conocida como Otiot de Rabbi Akiba, hace la siguiente declaración respecto al ángel del Señor: «El Metratón es el ángel, el príncipe de la faz, el príncipe de la ley, el príncipe de la sabiduría, el príncipe de la fortaleza, el príncipe de la gloria, el príncipe del templo, el príncipe de los reyes, el príncipe de los gobernantes, de los que ocupan altos cargos y de los exaltados.»
            Después de cientos de años, aun se discute la etimología de la palabra "Metratón". Se parece a la palabra latina “Metator” que significa mensajero, guía, líder.  La palabra “Metatron” es numéricamente equivalente a Shaddai (Dios) en hebreo gematria  (Numerología en hebreo); por lo tanto le dicen que tiene un “nombre como su amo.”

El Señor Jesucristo.
            El  Ángel de Jehová le dice a Abraham en Génesis 22: De cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar, y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz (Gn. 22:17-18).
            Ningún ángel, ni ningún ser creado (Sal. 148:2,5),  puede hacer la promesa a Abraham. Para ello se necesita poseer los atributos  propios de Dios, que son la omnisciencia y omnipotencia. El primero se requiere para tener conocimiento del futuro, y el segundo para que la promesa se haga realidad. Tanto la omnisciencia como la omnipotencia son atributos únicos e incomunicables de Dios.
            Si recorremos el Antiguo Testamento vamos a encontrar que el Ángel de Jehová tiene ciertas características muy peculiares. Por ejemplo:
·         Tiene la autoridad para perdonar pecados (Ex. 23:21), algo que es prerrogativa absoluta de Dios (Dn. 9:9; Mr. 2).
·         Acepta Adoración (Jos. 5:14).
·         Consolar
·         Castiga a los rebeldes
·         El Nombre de Dios está en él
·         Demanda adoración (Ex. 3:5). Sólo Dios es digno de adoración (Mt. 4:10; Ap. 22:8).
·         Acepta sacrificios (Jue. 13:19-23).
·         Intercede
            ¿Y por qué lo comparamos con el Señor Jesucristo? En los evangelios encontramos sus dichos y actos, y en ellos podemos encontrar características que nos llevan a meditar en la similitud con el Ángel de Jehová, que nos llevan a pensar que es la misma persona. Revisemos algunas de ellas:
1.      El Señor dijo que Abraham se había gozado viendo este momento (Juan 8:56)
2.      El Señor Perdonó Pecados (Mateo 9:2; Lucas 7:48)
3.      El Señor Aceptó adoración (Juan 9:38)
4.      Dijo que él y el Padre eran uno solo (Juan 10:30).
5.      Consoló a muchos
     Es evidente que es Jesucristo, no por gusto le decía Jesús a los judíos que Moisés había escrito de El (Juan 1:45; 5:46). Cuando Felipe encontró a Natanael y le dijo: Hemos encontrado a aquel de quien Moisés escribió en la Ley, y también los Profetas: a Jesús de Nazaret, el hijo de José (Juan 1:45).
     El Señor Jesucristo al resucitar cito: “¿No era necesario que el Cristo padeciese estas cosas y que entrara en su gloria?  Y comenzando desde Moisés y todos los Profetas, les interpretaba en todas las Escrituras lo que decían de él” (Lucas 24:26-27). Y si leemos los libros de Moisés, notaremos que "aparentemente" no se habla de el Señor Jesucristo (aunque si encontramos muchas figuras), son pocas las profecías, pero si habla mucho de "El Ángel de Jehová".
¿Cómo explicamos todas estas similitudes? La respuesta está en la doctrina de la Trinidad. El Ángel de Jehová es Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad. Esta es la conclusión inevitable a la que llegamos luego de conocer que la invisibilidad de Dios Padre es establecida en Juan 1:18, 4:24, 5:37; 1 Timoteo 1:17, 6:16; Hebreos 11:27, etc., y que el Espíritu Santo también es invisible (Jn. 3:8, 14:17). Corresponde señalar enfáticamente que cuando indicamos que el Ángel de Jehová es Jesucristo, bajo ningún concepto entendemos que Jesucristo es un ángel o un ser creado. La palabra usada, malak, significa mensajero, y si bien se usa también para mensajeros humanos, la connotación sobrenatural y divina  es más que obvia en los pasajes referentes al Ángel de Jehová. Si reconocemos que existe una unidad y una consistencia indudable entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, tenemos que aceptar la realidad de que Jesucristo pre-encarnado es la imagen del Dios invisible en el Antiguo Testamento.
Hay cuatro cuestiones que nos pueden ayudar a identificar al ángel de Jehová con Cristo en sus apariciones previas a la encar­nación.
(1) La segunda persona de la Trinidad, el Hijo, es el Dios visible del Nuevo Testamento (Jn 1:14, 18; Col. 2:8, 9). De la mis­ma manera, el Hijo era la manifestación visible de Dios también en la época del Antiguo Testamento.
(2) El ángel de Jehová no volvió a aparecer tras la encarnación de Cristo. Una referencia como la de Mateo 1:20 no identifica a ningún ángel en especial, por lo que se debería entender como una referencia a un ángel del Señor.
(3) Ambos fueron enviados por Dios y tuvieron ministerios parecidos como revelar, guiar y juzgar. El Padre no fue nunca enviado.
(4) Este ángel no podía ser el Padre ni el Espíritu, ya que éstos nunca toman forma corporal (Jn. 1:18; 3:8).
Una multitud de similitudes entre el Ángel de Jehová y la persona de Jesucristo apoyan esta doctrina. Ambos tienen ministerios similares tales como comisionar, consolar, liberar a los cautivos, proteger a los siervos de Dios, comunicar o revelar verdades, portar grandes promesas, interceder por la gente de Dios, etc.
Sumado a esto, la ausencia total del Ángel de Jehová en el Nuevo Testamento, nos ayuda a concluir que el Ángel de Jehová es nuestro amado Señor Jesucristo.

Resumen
El ángel de Jehová se nos ha mostrado igual en esencia a Jehová, si bien distinto de Él. La única solución a esta aparente contradic­ción es que el ángel de Jehová es una aparición pre encarnada del Señor Jesús, el Hijo eterno. De hecho, es la Cristofanía más fre­cuente del Antiguo Testamento. Sus ministerios son diversos, dila­tados y bien conocidos en los tiempos del Antiguo Testamento, desde los días de Abraham hasta los de Zacarías. Entre sus ministerios se encuentran algunos que sólo Dios mismo puede realizar; y son tan paralelos a los de Cristo que suponen un argumento más a favor de su identificación como el Cristo pre encarnado.

LA IGLESIA QUE ES SU CUERPO


Mi presente propósito es considerar brevemente la obra del Santo Espíritu en la formación de la iglesia de Dios - el cuerpo de Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu" (I Cor. 12:13). El bautismo del Espíritu es débilmente entendido por la mayoría. Alguno imagina que esto es una especie de "segunda bendición" a la cual se entró a través de un menor favor en algún momento subsiguiente a la salvación; otros lo suponen como una cosa repetida, para ser solicitada a través de la oración encarecida por los santos individualmente y colectivamente.
            La Escritura habla de otra forma. El bautismo del Espíritu (Cristo siendo el que bautiza, Juan 1:33) es mirando al cuerpo de Cristo. Por medio de esta razón los santos de Dios, de cualquier modo numerosos, están unidos a la vida de la Cabeza en el cielo, para cada cual. Semejante cosa era desconocida hasta que Cristo fue glorificado. Hubieron hombres piadosos primero, por supuesto; la fe individual había sido desde los días de Abel, si no de Adán. Pero no estaba la unión, ni pudo estar hasta que la redención fue efectuada y Cristo ascendido a la diestra de Dios. Entonces fue extraído un propósito, que fue realizado ante el mundo que estaba, más se mantuvo oculto en el corazón de Dios hasta que correspondió con el momento de la venida. Ese propósito era para tener una compañía de personas en la gloria celestial con el Segundo Hombre para tomar parte con Él en todos los resultados de Su obra gloriosa, en asociación personal con Él como miembros de Su cuerpo. Los miembros están reunidos mientras los consejos de Dios concerniente a la tierra son despreciados. Cuando el Mesías se presentó a Israel, fue rechazado. Esto ha retardado el reino, con toda su bendita conexión para la tierra entera. Todo ha sido hecho bueno poco a poco y todo lo que los profetas han hablado ha sido cumplido; pero para el presente, Cristo se ha sentado a la diestra de Dios y el Santo Espíritu está aquí, reuniendo Sus miembros y coherederos. Cuando el número este completo, el Señor descenderá en el aire y les recibirá así mismo. Esto es una cosa maravillosa tener parte en semejante designio. Era un inmenso privilegio de la antigüedad ser un judío y estar en posesión de la Palabra de Dios, y el divino santuario. Más el vino nuevo es sobre pasadamente mejor por fe. En la nueva compañía toda distinción carnal entre el judío y el Gentil desaparece, la muralla de en medio de separación había sido derribada; todos tienen acceso por medio de un mismo Espíritu al Padre y todas las bendiciones de aquel que es la Cabeza ascendida son nuestras, quienes son uno con Él (Ef. 2). De este modo para conocer nuestro lugar verdaderamente, nosotros debemos aprender el lugar de Cristo; para aferrar nuestra porción celestial, la porción de Cristo debe ser discernida, pues en esto todos los miembros comparten a través de la infinita gracia de Dios. Todas las bendiciones espirituales en los cielos son nuestras en Él; y todo el amor del Padre descansa sobre nosotros en Él.
            Esto eleva las almas justas fuera del mundo y le da un carácter celestial. Si nuestra porción es totalmente celestial y si nosotros somos realmente uno con el Hombre exaltado allí, esto nos hace desear saber que está allí y se familiariza con todo. Es imposible que un santo pudiera realmente tomar por medio de la fe su unión con Cristo en gloria, amando a un mundo hostil y malo. El entendimiento intelectual es indigno y vano.
            La comprensión de un lugar semejante de bendición y privilegio, lleva con sus correspondientes responsabilidades durante nuestro andar en la tierra. Esto los apóstoles impelen en 1 Corintios 12. La diferencia entre Efesios y 1 Corintios considera la verdad del un cuerpo, en la cual uno nos da el lado celestial y el otro el terrenal. Los miembros han recibido todo lo importante de la Cabeza para la edificación general y bendición, y es, para no estar descontento con el lugar y funciones divinamente asignado para cada uno (1 Corintios 12:14-18). En otro lado está para no ser despreciado en relación a la porción del más eminente dotado para aquellos que son más desairados. Todos son necesario y ninguno está para ser despreciado (vers. 19-21). El débil y el menos digno miembro, lejos de ser inútil en el cuerpo, están para tener nuestro especial afecto y cuidado. Es para ser una comunidad de interés entre los miembros de Cristo (vers. 22-26).
            Nosotros vemos estos divinos principios que fueron entendidos y realizados, en la fe por los primeros santos. El cuadro presentado por medio del Espíritu de Dios, en Hechos de los Apóstoles en los primeros capítulos, es cautivador en su belleza y simplicidad. Desde todo esto, la iglesia de Dios se ha desviado gravemente. El vaso honrado que fue usado como el administrador de la verdad de Cristo y la iglesia - el Apóstol Pablo - contemplo con aflicción, a la vasta mayoría declinando antes de que él hubiese sido llamado a su reposo. ¡Cuán rápida es la declinación después de su partida! ¡Cuán pronto estaba la verdad completamente perdida! Es solo lo último que Dios había recuperado para Su propiedad. Muchas verdades concernientes a la bendición individual de los creyentes, fueron victoriosos atrás en el siglo decimosexto, pero, poco o nada fue entonces incorporado dentro de la iglesia de Dios. Pero el Espíritu de Dios había traído la verdad poniéndola al frente nuevamente ante la venida del Señor. Él debería tener a los santos entrando en su verdadera comunión a Cristo, que ahí puede estar un correcto andar, individualmente y colectivamente, a una actitud correcta hacia Él.
            Esto podría ser argüido, que es prácticamente imposible actuar sobre tales principios después todo eso ha venido a la profesión de la iglesia. Con el vasto conjunto de confesores de Cristo, gastan sus energías en edificar humanamente al formar cuerpos ¿Qué debe ser hecho? No debemos olvidar que la iglesia de Dios está hecha de individualidades y cada santo individualmente tiene su propia responsabilidad ante el Señor. Para intentar obtener el cuerpo público verdadero (en justicia) es inútil; cada uno debe pisar la senda del Señor por sí mismo. El Santo Espíritu está aún en la tierra y el cuerpo de Cristo está aún aquí, como leemos, "un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación" (Ef. 4:4). Sin embargo, sí pocos buscan llevar esto externamente en fe, pueden considerar que la presencia del Señor y el poder del Espíritu de Dios, está con ellos. ¿Qué más puede el corazón desear? (Mt. 18:20).
Traducido por Denis Valencia

LA UNCIÓN CON ACEITE


« ¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor; y la oración de fe salvará al enfermo; y si hubiese cometido pecados, le serán perdonados» (Santiago 5:14-15)
                                              

            Muchas veces los enfermos rescatados del Señor se han cuestionado el tema de este pasaje y se han preguntado si no deberían hacerse ungir con aceite, esperando así ser librados de sus sufrimientos. Otros lo han hecho y no han recibido ningún alivio. ¿Por qué?
            La cosa es bien simple si nos recordamos que esta epístola, la de Santiago no está dirigida a la Iglesia cristiana, sino más bien a las doce tribus de Israel. Es por esto que encontramos la sinagoga y otras cosas que parecen extrañas si no tomamos el cuidado del primer versículo de esta epístola; cosas que pueden ser sencillas si nos colocamos, por el pensamiento, en el terreno del pueblo terrenal de Dios. La unción con aceite era algo frecuente en las ordenanzas del antiguo pacto. Se ungía a aquel que debía subir al trono; se ungía también a los sacerdotes cuando entraban en sus funciones; el tabernáculo y todos los utensilios debían ser ungidos con aceite de la santa unción, etc. Esta función prefiguraba (o simbolizaba) la venida del Espíritu Santo que, mas tarde, debía habitar en los creyentes y en la Iglesia (o Asamblea de creyentes), que es la casa de Dios. De ningún modo estamos sorprendidos al encontrar esta unción con aceite en los versículos que nos ocupan. Aquí, tiene que ver con un pueblo terrenal que se movía en medio de las sombras de las cosas celestiales. Ahora que tenemos la plena realidad de esas cosas, no tenemos que ver con lo que eran las sombras, las figuras (Hebreos 8:5), y esto mas aún, en lo que concierne a la Iglesia, no vemos ninguna ordenanza de esta índole.
            Luego, ungir a un enfermo, es volverse a colocar en un terreno donde nada ha sido conducido en perfección y en la cual el creyente ha sido libertado para siempre por la gracia de Dios. Podemos también agregar que nunca un hijo de Dios fiel desearía arrogarse el título de anciano desde que la autoridad apostólica, que solo tenía el derecho de nombrar, no estuviera mas allí para hacerlo. Desear usurpar este título denotaría una fuerte dosis de pretensión de parte de aquel que lo hiciera.
            ¿No hay nada que hacer con respecto a los enfermos que están entre nosotros? Ciertamente, la oración de fe tiene siempre el poder y su eficacia en todos los tiempos y en todas las dispensaciones. Puede suceder que un enfermo estuviera bajo el golpe de una disciplina particular de parte del Señor a causa de algún pecado que no ha sido juzgado. ¿Qué hacer en tales circunstancias? Confesarlo. El asunto es muy simple y verdadero en todos los tiempos (Ver Salmo 32). Sucede también a menudo que la enfermedad está permitida por el Señor para probar la fe de aquel que la padece y de aquellos que están en contacto con él. Epafrodito había estado enfermo y muy cerca de la muerte realizando el precioso servicio que le había sido confiado por lo filipenses a favor del apóstol Pablo (Filipenses 2:25). Nadie desearía pensar que esta enfermedad era la consecuencia de sus pecados, como tampoco las frecuentes indisposiciones del fiel Timoteo (1ª Timoteo 5:23). El Señor se servía entonces de estas enfermedades para el bien de aquellos que estaban aquejados y para la prueba de su fe, así que para aquellos que se beneficiaban son su fiel servicio.
            Hoy día es lo mismo. Tenemos necesidad de sabiduría en todo tiempo. Cuidemos de guardar las enseñanzas de la Palabra de nuestro Dios, con el fin de no dejarnos desorientar en nuestro andar. A menudo se ha hundido en grandes aflicciones a almas fieles, ignorantes puede ser, y que están padeciendo enfermedad, u otras cosas penosas, volviéndose a si mismas en lugar de volver su miradas a Aquel que es el Pastor fiel de su rebaño querido. En lugar de encontrar amigos que venían a reconfortarlo, ellos encontraban, como Job, consoladores falsos que venían a agobiarlo ocupándose de ellos mismo, en lugar de hablar de Aquel que solo podía gozar su corazón en lo profundo de la prueba.
Traducido de "El Mensajero Evangélico año 1944

En El Mar Rojo


Éxodo 15:1-19

I. Texto. "Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente" (Éxodo 15:1).

II. Lección Principal. Los hijos de Israel, habiendo sido librados de Egip­to, y traídos a través del Mar Rojo, y habiendo visto sus enemigos muer­tos en la orilla del mar, cantan su canción de triunfo. Es la primera canción registrada en la Biblia, y es la primera de las canciones de sal­vación que abundan en las Escrituras. Nos enseña el gozo dé la salvación y cómo cantar la nueva canción que Dios pone en la boca de Sus redi­midos. La salvación y el cantar van juntos.

III. El Escenario de la Canción.
Los hijos de Israel, después de estar en Egipto por 430 años, son sacados gloriosamente. La canción puede lla­marse:
1.    Una Canción de Redención. El cordero de la Pascua ha sido inmolado, la sangre ha sido rociado sobre las casas, el destructor ha pasado y Dios había salvado a los primogénitos de Israel porque "El vió la sangre." Ellos eran un pueblo redimido - redimidos por sangre y poder. Solamente tales pueden realmente cantar.
2.    Una Canción de Resurrección. Ellos habían pasado a través del mar y la nube, una figura de muerte, sepultura y resurrección en Cristo. Fue como si el mar (la muerte) los hubiera tragado y después devuelto su presa en resurrección.
En 1 Cor. 10:2 leemos: "Y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar." Así somos bautizados en Cristo, en Su muerte y resurrección (Rom. 6:3-4). Podemos cantar la nueva canción - "Morí, por lo tanto vivo."
3.    Una Canción de Libertad. El cruel cautiverio y esclavitud de Egipto han pasado y se han ido para siempre. Quién entonces debe can­tar como ellos. Así que somos "libres." El pecado ya no tendrá dominio sobre nosotros; estamos bajo la gracia (Rom. 6:14). ¡Oh el gozo de los redimidos, el gozo de los libres!
4.    Una Canción de Regocijo. No solo de regocijo en la salvación, sino en el Señor mismo. "Jehová es mi cántico" (v. 2). Amamos al Se­ñor por lo que ha hecho, pero más por lo que es. Nos regocijamos en Su salvación, pero nos regocijamos más en el Señor mismo.

IV. La Canción.
v. 1. Es una Canción de Triunfo. "Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente; Ha echado en el mar el caballo y al jinete."
v. 2. Fortaleza, Cántico, Salvación. "Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación". (Esta nota de alabanza es repetida frecuentemente en las Escrituras. Aparece en el Salmo 118:4, Isaías 12:2 y en varias formas a través de le Palabra de Dios).
v. 3-16. El Señor es un Hombre de Guerra. Esta nota de la canción es profética. Predice el triunfo de Cristo en justicia sobre toda la tierra. Edom, Moab, Canaán fv. 15), todos caerán ante El, y estos son solamente figuras del conjunto de fuerzas en la tierra que se oponen a Dios.
vv. 11 - 16. Su carácter es maravillosamente descrito.
"Glorioso en santidad."
"Temeroso en alabanzas."
"Haciendo maravillas."
v. 17. Su bendición para Su pueblo. El los guió en misericordia. Los guió hacia el lugar santo, introduciéndoles y plantándoles en el monte de Su heredad, "en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado."
v. 18. El Triunfo Final. Jehová reinará eternamente y para siempre.
Así que la Primera Canción es un reconocimiento del pasado (triunfo y salvación), del presente (bendición y descanso) y del futuro, el glorioso reino de Cristo (es eternamente y para siempre).

V. Otras Lecciones de la Canción.
1.   Todo el Gozo Cristiano está Basado en la Obra Terminada de Cristo. Los hombres no pueden cantar hasta que son redimidos y libra­dos del poder del pecado. Los prisioneros no pueden cantar. La pri­mera canción fue una consecuencia de la salida de Egipto.
2.   La Salvación y el Gozo están siempre Asociados. Así fue con Israel. Y así es con pecadores salvados por gracia. Cuando el Evangelio vino, el ángel que lo anunciaba lo llamó "Buenas nuevas de gran gozo." Hubo gran gozo donde quiera que fue predicado, como cuando Felipe lo predicó en Samaria, y con individuos como el Eunuco (Hechos 8:39), el carcelero de Filipos (Hechos 16:34) y muchos otros.
Todas las falsas religiones son sombrías y tristes. En Cristo está el gozo inefable y plenitud de gloria.
3.    El Gozo Cristiano no es una Conmoción. Es el "gozo de la fe." Es gozo "en el Señor." Se regocija en la obra de Dios, creyéndola. Se regocija en la salvación, en Cristo y es el "gozo de la esperanza", anti­cipando la venida y el futuro triunfo de Cristo. Nos regocijamos en la esperanza de la gloria de Dios. Cuán diferente es esto de la emoción y estímulo de la carne o de la hueca y vacía risa del mundo.
4.   El Triunfo en el Mar Rojo es un tipo de nuestra muerte, sepul­tura y resurrección con Cristo. Para entrar completamente en esto como una experiencia, y cantar con gozo de corazón, debemos creerlo en fe, porque Dios lo ha dicho, y debemos actuar como si así fuera, creyendo simplemente y sinceramente como aquellos que murieron con Cristo (Col. 3:3), y como resucitados con El; dejando de prestar atención a las cosas mundanas, mas buscando las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (Colosenses 3:1).
5.   Cantando una Canción espiritualmente sana. Quizás unas cien veces viene la orden de "Cantar al Señor." David, en los Salmos, dice una y otra vez, "Yo cantaré," y nos exhorta a cantar (a veces la mejor medicina para un corazón triste). El ser llenos del Espíritu se confirma "hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones" (Efesios 5:18-20). "Dando gracias siempre a Dios por todas las cosas."
6.   Cantando un Gran Testimonio. Cuando la Reina de Sabá vio la gloria de Salomón dijo, "Bienaventurados tus hombres, dichosos estos tus siervos."
Cuando otros nos ven gozosos en Cristo y nos oyen alabando al Señor, serán atraídos a El.
7. Nuestro Tema de Gozo y Canto no debe ser egoísta. Esos cristianos que siempre andan buscando excitación no son obreros estables y útiles; andan para su propia satisfacción. El gozo no debe ser buscado como una gratificación; acompañará todo trabajo de fe y obra de amor en Cristo. Su principal tema es Cristo, Su obra, Su venida, y especialmen­te Su futuro glorioso. "Jehová reinará eternamente y para siempre." No estoy buscando gozo, sino servir al Señor. Encuentro gozo en ese servi­cio, pero mi gozo verdadero vendrá cuando vea al Señor en Su gloria.
Verdades Bíblicas – Nº 337-338

Paz Con Dios


CAPÍTULO 4
En cierta ocasión una partida de cazadores atravesaba una de las inmensas llanuras de América. Hallábanse a cierta altura, cuando de pronto los expertos ojos del guía advirtieron de un peligro muy común en aquellos países. A lo lejos resplandecía una gran llama. La arboleda se había secado debido a un sol intenso, como sólo puede verse en aquellas regiones, y probablemente otros cazadores habían encendido una hoguera, en medio de su campamento, que después no tuvieron la precaución de apagar. Seguramente iban de paso y muy aprisa. En fin, así fue entonces que el viento, soplando con fuerza había avivado esa hoguera, propagando las llamas con espantosa rapidez por el campo abierto, devorando todo lo que encontraba a su paso, y sembrando destrucción. ¿Qué podían hacer los cazadores? Huir era imposible; el viento propagaba el fuego con una rapidez siniestra y devastadora; no había tiempo que perder.
El guía se baja y prende fuego al bosque que tiene delante; el viento agranda y aumenta el pequeño fuego, y muy pronto ven delante de ellos un espacio de donde han desaparecido hierbas y árboles, quedando solamente ceniza y troncos humeantes. El guía dice entonces: "Refugiémonos en este lugar quemado, y aquí no corremos ningún peligro." Todos obedecieron aquel consejo.
El fuego siguió su obra devastadora; pero al llegar al lugar quemado ya, no encontrando elementos, pasó por su alrededor, dejando ilesos a los viajeros. ¿Por qué? Porque el fuego se había anticipado. La hierba y arboles habían ardido ya en aquel sitio, y al llegar el fuego allá le faltaron elementos para extenderse más. Quedó vencido. No tenía poder alguno sobre aquellos hombres. Se vio obligado a pasar alrededor de aquel negro círculo sin causarles daño alguno.
Dios está dispuesto a ejecutar su juicio sobre este mundo. Observa con atención. Si quieres salvarte, colócate en el sitio donde ya tuvo lugar el fuego. ¿No tuvo lugar en el Calvario, donde murió Jesús? Confía en este bendito Salvador; confía en El ahora mismo y si asilo hicieres; quedarás ileso (sin daño), cuando venga el juicio sobre este mundo. No habrá combustible para arder a vuestro lado. Si la condenación cayó sobre la cabeza de Cristo, jamás podrá tocarte a ti. Quédate en el sitio donde ya tuvo lugar el fuego. Confía en Jesús, el Salvador, y estarás libre; es Dios mismo quien te lo dice.

Una paz inmutable
Unas palabras más para explicar el último punto. Los hombres hablan de los problemas por los cuales pasa su paz. Mi deseo es grabar en tu mente esta verdad de la
Escritura: "El es nuestra paz" (Efes. 2:14). Es muy frecuente cuando cualquier persona entra en deseos de obtener la paz, buscarla en su propio corazón. Esto es un error: "Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso" (Jeremías 17:9). Otros procuran buscarla en la Biblia, buscando algún versículo tierno y consolador. Hacen muy bien quienes leen la Biblia, pero no es éste el camino de procurar la paz. Te diré cómo se obtiene. Está arriba en el cielo. El es nuestra paz. ¿Dices que tu paz es variable? ¿Acaso, Cristo nuestra paz, varía? ¡No! La Biblia dice: "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos". ¿Cómo puede variar tu paz, si es Cristo tu paz? ¡Nunca! He procurado la paz — dices la verdad — la he buscado donde es imposible hallarla. La he buscado en mi corazón, en vez de procurarla en la gloria.
Supongamos que una mañana encuentro a un amigo en la calle, y le digo: "Buenos días. Fulano. ¿Cómo está usted?" "Me siento perfectamente bien, sobre todo hoy. Al despertar me puse a cantar himnos. Mi corazón rebosa de alegría. Por el júbilo que siento me hallo firmemente convencido de que soy salvo." ¡Qué engaño! Este funda su certeza en la satisfacción íntima que lo anima.

¿Hacia dónde miras?
Me despido de este amigo, y al doblar la esquina, me topo con Zutano, que es uno de los individuos de faz melancólica, aspecto taciturno y conversación pesimista; tipos como éstos abundan y todos los conocemos. Le saludo y digo: "¿Qué tiene usted? ¡Su aspecto es el de un enfermo!"
—Desperté hoy de muy mal humor— me contesta —El diablo me metió en la cabeza ideas que me roban la tranquilidad.
Y después añade con una amarga sonrisa: —Lo que me consuela, en medio de mi infelicidad, es saber que el diablo no me causaría ningún sinsabor si yo no fuera convertido. Sí, tengo la seguridad de ser salvo, pues si no fuera así, no me vería tan atormentado.
¡Pobre hombre! ¡Basa la certeza de su salvación en las miserias que su corazón perverso abriga! ¡Ambos están igualmente equivocados, pues para asegurarse de su paz miran adentro, en vez de mirar arriba! Su paz varía según sus sentimientos; su barómetro espiritual continuamente oscila.
Querido amigo, no te fundamentes, no te fíes de tus propios sentimientos. ¿... qué cómo llegarías a saber que tienes paz con Dios? Ciertamente no lo sabrás mirando dentro de ti. Nosotros que por naturaleza somos pobres, miserables e indignos pecadores, nada poseemos que nos recomiende al favor de Dios. Pero... ¡atiende bien! Es verdad que no podemos hacer nuestra paz con Dios. Ni siquiera ayudar a hacerla. Pero el Señor Jesús la hizo. El mismo por la sangre de su cruz. El resucitó de los muertos, la corona ciñe su frente, y la Escritura dice: "El es nuestra paz".
No mires pues, amigo mío, hacia adentro; mira arriba; mira la cruz en el Calvario. ¿Qué palabras son aquellas que constituyen la más grata de las noticias? "Consumado es"; y son tan verdaderas hoy como en aquel tiempo. Y en la mañana de la resurrección ¿cuál es su nuevo saludo? "Paz a vosotros". Que los ojos de tu fe se eleven hasta la presencia de Dios y contemplen la faz de Cristo, el Inmutable (sin cambio), que ciñe victoriosa corona, y que digas: "Cristo es mi paz; la cruz está desocupada; el sepulcro vacío, y he aquí El sentado en el trono. ¡El es nuestra paz!

He aquí un pequeño resumen
Hay tres cosas que están íntimamente unidas:
1.      La obra de Cristo
2.      La Palabra de Dios, y...
3.      Tu salvación  …" Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo" (Hechos 16:31).
"Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo". Es ésta, gracias a Dios, nuestra herencia mediante la fe.
            Que Dios te conceda, amigo mío, y a cada uno de los que leen estas líneas, el depositar, con sinceridad, toda tu confianza en la obra hecha por Cristo; creer en Dios, quien le resucitó, y saber que la paz desciende de aquel trono celestial hasta tu corazón mediante Jesucristo nuestro Señor. Que ésta sea tu dicha. Amén.

Discipulado: Yo Primero


EL SEÑOR DE SU PUEBLO
El Señor Jesucristo atrae a su pueblo muy cerca de él y le enseña acerca de él mismo, antes de usarlo para ayudar a otros. Ellos son sus discípulos y aprenden de él. Sus vidas vienen a ser como su vida. Los cristianos no pueden traer a otras personas a Dios solamente por sus palabras. El apóstol Pablo dijo a los Tesalonicenses: ''Nosotros os trajimos las buenas nuevas de salvación no solamente con palabras sino también con poder y con el Espíritu Santo y con entera con­fianza de que el mensaje es verdadero. Vosotros sabéis cómo vivimos cuando estuvimos entre vosotros" 1 Tesalonicenses 1:5-6. Pablo predicó las buenas nuevas de salvación con poder y con autoridad porque era sincero y vivía una vida agradable a Dios. Incluso pudo decir a otros creyentes: "Vivid como yo vivo, porque yo procuro imitar a Cristo" 1 Corintios 11:1.
Pablo predicó las buenas nuevas de salvación en Cristo y muchos fueron salvos, porque Pablo vivió una vida seme­jante a la vida de Cristo. Los creyentes de Tesalónica llegaron a ser seguidores e imitadores de Pablo porque vivieron como Pablo vivió y dieron el mensaje de Dios a muchas otras personas. Así que Pablo copió al Señor Jesucristo y los creyentes copiaron a Pablo. Por esto, el Apóstol pudo decir: "...las buenas nuevas del Señor han salido de vosotros a través de toda Macedonia y Grecia " 1 Tesalonicenses 1:8. Los creyentes predicaron las buenas nuevas y muchos creyeron porque las vidas de los predicadores eran como las vidas de Cristo. Pablo pudo decir: "No necesitamos decir nada; la obra de Dios está hecha. Todos pueden ver cómo os convertisteis de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero y para esperar el regreso de su Hijo de los cielos" 1 Tesalonicenses 1:8-9. Así que, los creyentes estaban haciendo lo que Pablo dijo, lo estaban imitando a él e imitando al Señor Jesucristo. Estaban predicando el mensaje de Dios y viviendo una vida cristiana. Así el pueblo recibió el mensaje y lo creyó.
El Señor Jesús dijo: "Si alguno quiere seguirme debe olvidarse de sí mismo, tomar su cruz y seguirme. Porque el que quiera vivir su propia vida, la perderá, pero el que da su propia vida por mí, la salvará" Lucas 9:23. El Señor Jesús hablaba acerca de la vida personal del hombre. Un hombre puede ser realmente feliz si ofrece su propia vida a causa de Cristo. Su vida es entonces controlada por Dios y esta es una vida real. Una persona desperdicia su vida si vive de acuerdo a sus propios deseos. Dios así lo dice. Necesitamos creer lo que Dios dice y creer lo que realmente quiere decir, lo que Dios dice es verdad. Dios dice que nuestras vidas se pierden si vivimos para nosotros mismos. Nuestras vidas son buenas y útiles solamente si las entregamos al Señor y permitimos a él controlarlas y usarlas como él quiera.
Nosotros decimos que sí, que esto es verdad, que nuestras vidas son buenas y útiles solamente si las ponemos al servicio de Dios. Pero, ¿realmente seguimos al Señor y le en­tregamos nuestras vidas? Estamos en peligro. Fácilmente podemos llegar a ser cristianos hipócritas, porque co­nocemos la verdad pero no la practicamos. Conocemos la verdad y hablamos acerca de ella. El caso es que nosotros mismos controlamos nuestra propia vida. No entendemos que debemos morir a nuestros deseos y nuestros planes y tomar nuestra cruz.
Se lee en el evangelio según Lucas, capítulo 9 y vs. 23-26 acerca de unos hombres que querían seguir a Jesús. El les dijo lo que debían hacer. El verdadero cristiano obedece a Cristo como a su Señor. El Señor dijo a los hombres que su vida sería un total desperdicio si ellos pretendían controlarla y vivir de acuerdo a sus deseos. Si vivimos para nosotros mismos perderemos todo lo que es bueno. No podemos con­trolar nuestras vidas si vivimos para nosotros mismos y no le obedecemos a él.
El Señor Jesús dijo a sus discípulos que debían obedecerle y tomó a tres de ellos y subió a la cima de una montaña, Lucas 9:28-31. Allí les habló acerca de su muerte. Les había hablado ante acerca de la muerte de ellos, que debían olvidarse de sí mismos y seguirle a él. Ahora les hablaba acerca de su propia muerte, la cual haría de su vida un éxito. El iba a dar su propia vida. El Señor Jesús tiene vida eterna en sí mismo, pero iba a dar su vida personal; no su vida eter­na. Esto lo entendemos bien. El dijo: "Yo daré volun­tariamente mi vida. Nadie la toma de mí, sino que la doy voluntariamente " Juan 10:17-18. El Señor Jesús no hablaba de dar su vida eterna sino su vida terrenal. El dio su propia vida con todo lo que pudiera haber deseado o escogido para sí mismo. Después de que murió, tomó su vida de nuevo. Acerca de esto fue que habló a sus discípulos cuando estuvieron en la montaña.
Veamos ahora lo que aconteció. El les estaba enseñando que él era su Señor y que ellos debían obedecerle. Les estaba mostrando la importancia de renunciar al control de su pro­pia vida y de hacer lo que Dios quería que hicieran. Pero Pedro y los otros discípulos se durmieron. Cuando desper­taron vieron su gloria y a dos hombres con él. Entonces Pedro comenzó a hablar. Con frecuencia él hablaba más de la cuenta. Se lee en Marcos 9:6 que Pedro no sabía lo que decía y en Lucas 9:33 dice que Pedro no sabía lo que había dicho. Pedro fue un tonto al hablar así. Nosotros cometemos muchos errores si no sabemos qué decir antes de comenzar a hablar y cuando terminamos de hablar no sabemos lo que hemos dicho.
La mente de Pedro estaba turbada y confundida. Por eso dijo: "Hagamos tres tiendas; una para ti, otra para Moisés y otra para Elias." Pero Dios dijo: "Este es mi hijo amado, a él oíd." Dios estaba enseñando a Pedro y a los demás discípulos que el Señor Jesucristo es su maestro. Nadie puede compartir el magisterio con el Señor Jesucristo. Pedro quería hablar de Moisés y de Elias. Quizás quería decir que Elias podría enseñarles algo y que también Moisés y que ellos querían oírle. Pero Dios dijo: "Ustedes deben solamente oír a mi Hi­jo." Pedro no había aprendido la lección que el Señor Jesús les había estado enseñando.
Los discípulos no entendieron que debían obedecer solamente al Señor Jesús. Cuando descendieron de la montaña encontraron a los otros discípulos sin ayuda y de­rrotados. Un hombre había traído su hijo a los discípulos y les había pedido que echaran fuera a un espíritu inmundo que lo poseía, pero ellos no pudieron hacerlo. Entonces el hombre se dirigió al Señor Jesús y le pidió que librara a su hi­jo del espíritu malo, Marcos 9:17-27. El Señor Jesús in­mediatamente usó su autoridad sobre el diablo y ordenó al espíritu inmundo a que saliera. Así sanó al muchacho y lo devolvió a su padre. La gente se maravillaba del gran poder de Jesús.
El Señor Jesús tiene todo poder y toda autoridad sobre las olas del mar, la tempestad, y la muerte, etc. El pudo detener el viento y la tempestad porque tiene autoridad sobre las cosas que él hizo. Los discípulos aún no habían comprendido cuan grande era su autoridad, así que se maravillaron y no entendían que él era realmente Señor.
En Hechos, capítulo 8, vs. 26-40 leemos acerca de Felipe. Estaba predicando la Palabra de Dios en Samaria cuando el Señor le dijo: "Quiero que vayas a Gaza, que está en el desierto, donde todo es caluroso y seco." Y Felipe fue y justamente allí estaba un hombre que regresaba de Jerusalén a su casa en Etiopía, en el África. Este hombre estaba cruzando el desierto cuando Dios envió a Felipe para que lo encontrara. Dios quiso que estos dos hombres se encon­traran. Dios tenía su plan y envió a Felipe a Gaza a la hora oportuna.
El etíope iba cruzando el desierto, leyendo el libro de Isaías y Dios quiso que su siervo Felipe lo encontrara para que no regresara a Etiopía sin oír las buenas nuevas. Dios quiso que Felipe encontrara el etíope mientras leía el libro de Isaías. El pasaje de la Escritura que leía decía: "Porque fue quitada de la tierra su vida." Y entonces Felipe le preguntó: "¿Entiendes lo que lees?" El hombre respondió: "¿Y cómo podré entender? Yo no entiendo acerca de quién hablan estas palabras."
Dios arregla el tiempo de cada cosa en nuestra vida. El puede hacer que nos encontremos con alguien en el tiempo justo. Ni demasiado tarde, ni demasiado temprano, sino en el tiempo preciso en que esa persona está lista para recibir el mensaje de Dios. Si Felipe no hubiera encontrado al etíope en el momento preciso, ese hombre hubiera vuelto a su casa dos semanas más tarde y quizás hubiera dejado aparte el libro de Isaías y hubiera dicho: "Yo compré este libro y lo leí, pero no entiendo nada." Dios puede decir a un cristiano: "Yo quiero que vayas ahora." Debemos vivir muy cerca de Dios, de tal manera que sepamos a dónde ir y qué hacer cuando él nos habla. Y debemos obedecer sus órdenes sea para ir pronto, sea para esperar un poco.
Leemos que los once discípulos de Jesús fueron a la colina en Galilea a donde Jesús les pidió ir después de su resurrec­ción. Sus discípulos hubieran podido decir; "¿Por qué debemos ir a Galilea? ¿Por qué no nos podemos reunir en Jerusalén?" El Señor Jesús les había dicho que lo esperaran en Galilea. Pero ¿por qué les dijo el Señor que en Galilea y no en Jerusalén? Quizás porque quería que estuvieran lejos del mal. El quería hablarles en un lugar tranquilo como las colinas de Galilea. El tiene sus propios planes y hace su obra a su manera. Por eso, tal vez, llevó a sus discípulos lejos de la gente religiosa de Jerusalén y se encontró con ellos en una colina de Galilea donde la gente era sencilla.
Los discípulos cayeron a sus pies cuando lo vieron y le adoraron. El es nuestro Salvador y merece nuestra adoración. Algunas veces vivimos durante la semana sin hacer de Cristo el maestro de nuestras ocupaciones. En nuestra casa o en nuestras familias. Planeamos lo que haremos y cuando compraremos o venderemos, pero no le pedimos a él su control. Los domingos por la mañana vamos a una reunión, tomamos himnario y pensamos que con esto estamos adorándole a él. Y decimos que hemos terminado la adoración cuando cantamos el último himno. Pero esto no es adoración. Debemos adorarlo con nuestro corazón. Los An­cianos y los Seres Vivientes de Apocalipsis 5:9 le adoraban diciendo: "Digno eres porque fuiste inmolado y con tu sangre nos has redimido para Dios." Cristo debe tener el más alto lugar, el lugar de autoridad. Nuestra adoración es ver­dadera cuando lo ponemos en el lugar más alto de honor y autoridad.
No podemos decir que Cristo es lo más importante durante una hora u hora y media el domingo por la mañana y luego, olvidarnos de él cuando salimos de la reunión. No podemos hacer nuestros propios planes para el resto de la semana y no someternos a su autoridad. La verdadera adoración consiste en llamarlo Señor todos los días de la semana. Debemos confiar a él nuestras vidas, nuestros hijos, nuestras casas, nuestro tiempo, nuestro dinero, en fin, todo lo que somos y todo lo que tenemos. Deberíamos decirle a él: "Tú eres digno de todo ello y te doy todo lo que tengo." No solamente por un tiempo, sino por todo el tiempo. Esto es verdadera adoración.
Judas se disgustó con María cuando ella derramó el per­fume a los pies de Jesús y dijo: "No deberías hacer esto por­que es un desperdicio. Podrías vender el perfume y usar el dinero para alimentar a los pobres, lo cual sería mucho me­jor " Juan 12:5-6. Judas estaba en un gran error porque no amaba a Cristo. El era el tesorero de Jesús y de sus discípulos y sustraía parte del dinero. No adoraba a Jesús porque no era un verdadero creyente.
Los discípulos adoraron al Señor Jesucristo sobre aquella colina en Galilea, Mateo 28:16-20, y estaban dispuestos a obedecerle. Por eso, el Señor Jesús les ordenó ir y enseñar a todas las naciones. Les dijo que enseñaran al pueblo las mismas cosas que él les había enseñado a ellos. Cristo les enseñó que debían obedecerle y los discípulos debían enseñar al pueblo a obedecer a Cristo. En otro capítulo de este libro, estudiaremos las cosas que Cristo enseñó acerca del Reino de Dios. El gobierno de Dios es su norma, su autoridad. Dios nos ha librado de la tiranía de las tinieblas y nos ha llevado al reino de su Hijo. El reino del Hijo de Dios significa el lugar donde su Hijo tiene autoridad y donde gobierna. Debemos obedecerle en todo lo que hacemos. Cristo habló acerca de su reino y su autoridad durante cuarenta días después de su resurrección y antes de su retorno a los cielos.

La ley del Leproso y su purificación.


Limpieza indispensable
A vista de Dios el leproso está ahora purificado, sin mancha; y ha sido declarado tal por toda la auto­ridad divina y la certeza que le da su Palabra. .. ¿Qué sigue?
"Y el que se purifica lavará sus vestidos, y raerá todo su pelo, y se lavará con agua, y será limpio" (vers. 8).
Dios ordena algo, y el leproso purificado busca en el acto de limpiar todo lo que le concierne: lo de afuera debe corresponder a lo de adentro, todo debe hallarse en armonía con esta nueva y maravillosa posición que ocupa ahora ante Dios. En el capítulo precedente, nues­tra atención se dedicó particularmente a lo que ha sido hecho a favor del leproso para su purificación. Si has seguido, lector, los siete primeros versículos de nuestro capítulo habrás notado que nada correspondía hacer al leproso, sino aceptar los dones y lo que otros hacían a su favor; debía poner su confianza en la sangre derra­mada y creer en la palabra del sacerdote. Se encontraba allí cual un testigo mudo, enajenado y lleno de grati­tud hacia Dios por el sorprendente medio de que se va­lía para realizar su purificación.
Mas ahora comienza para ese hombre una nueva etapa, todo cambió; pone manos a la obra y nosotros vamos a mirarle actuar, para poder imitarle si es nece­sario. Primeramente lava sus vestidos; estaban tan su­cios y repugnantes que nadie se hubiera atrevido a to­carlos. Hemos visto tantas veces en China y en Africa también a leprosos mendigando a orillas del camino, que bien podemos afirmar que no hay espectáculo más re­pulsivo; su cuerpo está tan sucio, ¿para qué iban a lavar sus vestidos? Pero ahora todo ha cambiado para aquel que nos ocupa; limpio a ojos de Dios, y limpio por la fe a sus ojos, debe presentarse así también a los ojos de sus semejantes y por consiguiente debe lavar sus vesti­dos. Tal vez antes había logrado tenerlos en mejor es­tado que los de otros muchos de sus compañero^ de des­gracia, causándoles extrañeza de que pudiera mantener tan cuidada su apariencia; y él estaría probablemente satisfecho de si mismo. Esto no hubiera sido más que hipocresía; imitando así a los escribas y fariseos de los evangelios, a los que el Señor llamaba hipócritas porque limpiaban lo de fuera del vaso y del plato; pero por den­tro estaban llenos de robo y de injusticia (Mateo 23, 23-25).
Mas ahora el leproso declarado limpio por Dios mismo, posee la luz que le permite darse cuenta de que sus vestidos dejan mucho que desear; es imprescindible lavarlos. Estos vestidos nos hablan de lo que nos toca de cerca; nuestros negocios, nuestras asociaciones reli­giosas, nuestras costumbres, en fin, todo lo que se rela­ciona con nosotros, y que el mundo puede ver. Quizás antes nuestros vecinos estaban habituados a encontrar­nos en salas de juegos, en los cafés, en los cines o en otros lugares de disipación; todas estas frecuentaciones, todas estas costumbres deben desaparecer. ¿Cómo lo­grarlo? ¿Con qué limpiará el joven su camino? pregunta el salmista; he aquí la respuesta: "con guardar tu Pa­labra" (Salmo 119,9). El agua es abundante y eficaz porque "toda Escritura es divinamente inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instituir en justicia a fin de que el hombre de Dios sea perfecto" (2. Timoteo 3,16).
Después de lavar sus vestidos ¿qué debe hacer el leproso purificado? Rasurar todo su pelo; todo lo que puede ocultar cualquier impureza debe ser cortado, cues­te lo que cueste. Si a un israelita le era prohibido "ha­cer calva en su cabeza o raer su barba" (Levítico 19,27; 21, 5), para el leproso que se purifica debe desaparecer todo esto; es decir, todo lo que representara la belleza y la gloria natural humana. Entre un pueblo donde to­dos los hombres llevaban abundante cabellera y pobla­da barba, debía ser bien risible el ver pasar a uno com­pletamente rasurado; muchas miradas burlonas le de­bían acompañar y se multiplicarían las bromas a su pa­so... Pero, ¿no merecía ser soportado todo esto? ¿No era infinitamente mejor ser purilicado y volver a perte­necer a la congregación de Jehová que errar fuera del campamento con una barba y ser inmundo?
¿Alguien ha sido purificado por la sangre del Sal­vador? Descubrirá bien pronto que a medida que busca honrar al Señor conforme a su Palabra, participará de su oprobio: "ciertamente con vituperio y tribulaciones fuisteis hecho espectáculo, escribe el apóstol, y llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante" (Hebreos 10,33); en su tiempo Moisés "re­husó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo an­tes ser maltratado por el pueblo de Dios, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo" (capítulo 11,
24). Y nosotros también estamos exhortados a seguir las mismas pisadas: "salgamos pues a él fuera del cam­pamento —el campamento religioso que ha rechazado a Cristo— llevando su vituperio" (capítulo 13,13); son las pisadas de Jesús. El, más que ningún otro, conoció el oprobio del mundo: "porque Cristo no se agradó a sí mismo, antes bien, como está escrito: los vituperios de los que te vituperan cayeron sobre mí" (Romanos 15,3). Amado lector, estos vituperios no son el privilegio de algunos creyentes solamente sino el de todos; "y decía a todos: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame" (Lucas 9,23). Es a todos que el Señor hablaba, pero es cada uno que debe cargar con la cruz; además es sólo por un tiempo. Para el leproso rasurado, los siete días serán pronto pasados y podrá volver a su querido hogar, al abrigo de la bur­la y el deshonor para gozar paz y alegría... con esa di­cha en perspectiva, bien podía dar testimonio sin aver­gonzarse de la purificación de su lepra y su vuelta a la congregación de Jehová.
Pero en nuestro texto hay algo más que llama nues­tra atención: el leproso lavó sus vestidos, se rasuró, pero debe también lavarse con agua. ¿Lavarse? esto nos toca más de cerca que el lavado de nuestros vestidos; es algo más íntimo, más mío que mis asociaciones o relaciones exteriores. Este lavado purifica mis pensamientos, mis pecados escondidos, mis errores en cuanto a la verdad de Dios, etc. El resultado se verá en mi testimonio, mis pa'abras, y hasta mi posición eclesiástica; tendrá que obedecer a la invitación de "salir a Jesús fuera del cam­pamento", es decir el ambiente religioso pero humano, a que estaba acostumbrado. ¡Ah! lector, pronto advertías que al practicar esa limpieza de todo lo que la Pa­labra de Dios no aprueba, te acarreará muchos disgus­tos; y no se necesitará largo tiempo para hacer de ti "un espectáculo" (1. Corintios 4,9); "si alguno me sirve, sí­game. .." dijo el Señor, son las huellas que El mismo ha trazado; las que siguió el ciego de nacimiento (Juan 9,34,35); y otros muchos que al inverso de los demás, amaron más la gloria de Dios que la de los hom­bres (Juan 12,26,43).
Sin embargo, a pesar del oprobio resultante, todo debe ser purificado "por el lavacro del agua por la pa­labra"; si el leproso no recurrió sino una vez a la efi­cacia de la sangre de la avecilla, debe al contrario, re­currir muchas veces al agua. Recordarás, lector, que en la disposición del Tabernáculo de Jehová, la fuente de bronce que contenía el agua de la purificación estaba colocada entre el altar y el santuario (Éxodo 30, 17,21). En ella los sacerdotes debían lavarse manos y pies cada vez que entraban en el Tabernáculo, para poder ejer­cer sus funciones. Esta ordenanza nos muestra la con­tinua necesidad que tenemos de separarnos de todo lo que no es según la santidad de la presencia de Dios; no mediante repetidas aspersiones de la sangre más por el agua de su Palabra. Esta fuente de bronce evoca tam­bién la escena del lavacro de los pies hecho por el mis­mo Jesús a sus discípulos, diciéndoles luego: "el que está bañado no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y agrega: ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis" (Juan 13,10); en el sentido espiritual tuvieron que lavarse los pies muchas veces los unos a los otros: Pablo lavó los pies de Pedro al ver que éste no andaba según la ver­dad del Evangelio (Gálatas 2,11-14).
A la magnífica promesa de ser hijos del Dios todo­poderoso, el apóstol nos da la exhortación siguiente: "puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de to­da contaminación de carne y de espíritu, perfeccionan­do la santidad en el temor de Dios" (2. Corintios 7,1).
Al invitarnos a contemplar la perfección de la ofrenda de Cristo a Dios, el apóstol sigue exhortándonos de esta manera: "fornicación, inmundicia o avaricia, palabras deshonestas, necedades, truhanerías, ni aún se nombre entre vosotros..." (Efesios 5,3-4). ¿No hay más bello ornamento natural que un espíritu jovial y alegre con salidas brillantes? Estos atractivos pueden parecer in­ofensivos, pero disimulan un verdadero peligro de con­taminación: "en las muchas palabras no falta pecado... las moscas muertas hacen heder y dar mal olor el per­fume del perfumista, así una pequeña locura al que es estimado como sabio y honorable" (Proverbios 10,19; Eclesiastés 10,1).
¿No instan estos textos a lo que simboliza el lava­cro de nuestros vestidos, el lavarse el cuerpo o, a lo que es más profundo aún, el rasurarse el pelo? Porque si el agua de la Palabra limpia y lava, el filo de la navaja que rasura, es también cortante, "más penetrante que toda espada de dos filos, penetra hasta partir el alma y el espíritu... sondéame oh Dios —-expresa David de­seoso de su acción— y conoce mi corazón; pruébame y reconoce mis pensamientos" (Salmo 139,23). Estas ver­dades. abundan en las Escrituras pero no han sido pues­tas suficientemente de relieve. Hemos asistido con gozo a las operaciones de la gracia de Dios que salvó a un pobre pecador quien no estaba autorizado siquiera a le­vantar un dedo para lograr su salvación; pero somos a veces demasiado negligentes en nuestros esfuerzos para lavarnos o rasurarnos. Si tenemos conciencia del precio que nuestra purificación le costó al Señor, puesto que la única cosa que le podíamos traer era nuestra "lepra", ¿qué menos podemos hacer ahora sino buscar de com­placerle mientras nos deja aquí abajo? Así pondremos en armonía nuestra posición privilegiada de santos ante Dios con nuestro testimonio exterior ante los hombres.
Estos dos aspectos de la verdad: la posición y nues­tro testimonio, están admirablemente presentados en la carta de Pablo a los Colosenses: "si habéis muerto con Cristo y si habéis resucitado con él (esto es nuestra po­sición), amortiguad pues vuestros miembros que están en la tierra, dejad todas estas cosas: ira, enojo, mali­cia... (esto es la rasura, el lado negativo de nuestro testimonio), vestios, pues, como escogidos de Dios, san­tos y amados, de entrañas de misericordia, de benigni­dad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia"; he aquí su lado positivo. Este texto revela dos cosas más de lo que hemos visto ya: cuando Cristo murió, yo, vil pecador, morí con El; cuando resucitó, resucité con El; pero cuando volvió a tomar su vuelo a los cielos, se lle­vó también mi vida y la escondió allá arriba, en Dios; y cuando Cristo nuestra vida se manifieste, entonces nosotros también seremos manifestados con El en gloria (Colosenses 3,1-4).

Fuera de su tienda
Limpiado, rasurado, lavado, el leproso puede ahora volver al campamento; ¡qué hermoso día para él! ¿No nos recuerda esto la declaración apostólica: "pero aho­ra en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cris­to?" (Efesios 2,13). Nadie puede hacer ahora la menor objeción cuando el leproso franquee el límite de ese cam­pamento de donde debía ser excluida toda mancha. Mas, si puede volver allí, no le es permitido, sin embargo, en­trar en su propia morada: "morará fuera de su tienda siete días" (vers. 8). Se ve obligado a mantenerse ale­jado de ella durante una semana entera; ¿qué nos ense­ña esta prohibición?
Después de la experiencia de la salvación, una vez limpiado, perdonado, nos sentiríamos felices de partir inmediatamente para estar con Cristo en su morada ce­lestial, huyendo así de las pruebas, las tristezas y el oprobio que nos espera en este mundo; mas no puede ser, aun cuando un profundo amor por Cristo nos haga anhelar estar pronto con El. ¿Os acordáis del hombre cuya legión de demonios echó el Señor, quien le rogó le permitiera quedar con El? Mas, ¿qué le respondió el Señor? "Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti" (Marcos 5,19). Legión debía dar testimonio del irresistible poder de la bondad de Dios que lo había librado del imperio de Satanás, como lo daba el leproso purificado, vestido con ropas limpias y rasurada su cabeza. Durante siete días andaba por los senderos del campamento y por entre las tiendas de su pueblo, sin que nada pudiera ocultarlo de las risas de muchos, mas, sin abrir siquiera la boca, proclama a to­dos: he aquí un leproso que ha sido limpiado y vuelto a su pueblo; como Lázaro el muerto, a quien nunca oímos decir Una palabra, proclamaba por su sola presencia, el poder del Señor que lo había sacado de la muerte.
El número siete en este caso una semana, es el que simboliza la perfección, pues nos habla aquí de la du­ración completa del tiempo de nuestro testimonio, fijado por el Señor, que hemos de dar en este mundo. Para el malhechor en la cruz, este tiempo no duró sino unos pocos momentos; mas, ¡qué testimonio dio! claro y vi­brante cual argentino son de una campana, del que des­cendió el eco a través de las edades, y que abrió una puerta de salvación y esperanza a tantos pecadores per­didos. ¡Y qué musical debió ser el son de este testimo­nio y ruego a oídos del Salvador muriendo por él a su lado, cuando toda Jerusalén estaba unida contra su Me­sías, y que los suyos, atemorizados, quedaban escon­didos!
Para muchos creyentes, estos "siete días" se extien­den durante largos años, comprendiendo toda una vida; mas para cada uno la duración de su testimonio aquí abajo está fijada por nuestro gran Sacerdote. De serle posible, el leproso rasurado hubiera deseado huir del oprobio de los hombres, en el secreto y la quietud de su casa hasta que sus cabellos y su barba hubieran cre­cido; mas Dios lo había elegido a fin de que fuera un testigo suyo, y aun cuando comenzara a crecer su pelo, volverá a ser rasurado según la ordenanza. También Dios te ha elegido, lector —si eres un leproso limpia­do— para ser su testigo; y si El te deja aquí abajo, es porque tiene necesidad de ti; pero, para ser un testigo fiel y verdadero deberás lavarte y rasurarte muchas ve­ces. Detengámonos ante el espejo de la Palabra de Dios, y examinémonos para ver qué clase de testigos somos para El. El Señor Jesús es llamado: "el testigo fiel y verdadero" (Apocalipsis 3,14), así lo fue en este mun­do, y lo es todavía, pero jamás necesitó lavacro de agua ni rasura de navaja... Y aun cuando se debía lavar con agua el holocausto cortado en piezas que le prefi­guraba en su ofrenda a Dios, era tan sólo para que la Palabra haga resaltar sus perfecciones (Levítico 1,9).