miércoles, 4 de noviembre de 2015

Pensamiento

Hay una enorme diferencia moral entre una persona que trata los malos pensamientos como intrusos, y otra que los alberga como huéspedes; entre uno que sólo busca ahuyentarlos, y otro que les provee una amplia y amueblada residencia  
C.H.M.

Los deberes terrenales: ¿constituyen un impedimento?

Las ocupaciones en las cosas presentes —aunque en alguna medida son necesarias para cada uno de nosotros— tienden a alejar nuestros corazones de Cristo. Debemos recordar que Cristo no está aquí abajo, y huelga agregar que lo que sí está aquí son las cosas a través de las cuales debemos movernos cada día.
A menudo oímos decir: «No son pecados las cosas que constituyen un impedimento para mí, sino que se trata de obligaciones o ‘deberes’ que debo cumplir». Este razonamiento a menudo se lo pasa por alto sin que se eleve objeción alguna. Aquel que arguye de esta forma se supone que no puede recibir ningún tipo de ayuda para su situación, ni humana ni divina. Debo objetar esta afirmación, así como el estado impasible y, a menudo, de cierta satisfacción personal de aquel que hace este planteamiento, y hacerle la siguiente pregunta: «¿Qué es lo que usted quiere decir cuando habla de sus ‘deberes’?» Si entiendo correctamente mi vocación cristiana, mi gran compromiso, mi gran deber, es vivir para Cristo y Sus intereses. Y si el cristianismo significa algo, este deber viene a ocupar el primer lugar entre todos. Yo no vivo en función de mis propios intereses. Cualquier otra exigencia (bien o mal llamada un deber) está supeditada a ésta. Esta última exigencia solamente es mayor que todas las demás juntas. Cuidado con los deberes que restan lugar a Cristo.
Ahora bien, si se pretende usar como pretexto las «obligaciones» a fin de paliar o justificar una baja condición espiritual o una frecuente ausencia a las reuniones de los santos, o, en otras palabras, si mis «deberes» como cristiano no me conducen hacia Cristo y hacia la compañía de los Suyos, yo me preguntaría si no cometo un error al llamar a estas cosas mis deberes. ¿Fue el Señor el que me dio estos deberes o, en cambio, yo mismo fui el que echó mano de ellos? ¿Podríamos suponer por un instante que «el Señor ordenó de tal manera mis asuntos terrenales que ellos tienden a alejarme cada vez más de Él y de Sus asuntos; y que cuanto más rigurosa y conscientemente trato de llevar a cabo mis ‘deberes’, tanto más se acentúa dicho alejamiento», porque, lamentablemente, hallo que ellos comienzan a absorber todo mi tiempo y a demandar todas las energías de mi mente?
No puedo pensar así, y la razón es clara. Satanás tiende muchas y variadas trampas, pero a él no le importa por qué nombre usted decide llamar a aquello que roba su alma, en tanto usted siga permitiendo que se la roben. Usted bien puede desafiar al más agudo observador a que le señale algún abierto pecado de su parte. Puede insistir que los santos más bien justifiquen su ausencia de las reuniones —o su bajo tono espiritual— por el hecho de que usted está impedido de asistir a causa de sus «deberes u obligaciones». Para su enemigo, y para el enemigo de Cristo, ello le es indiferente; él no se preocupará por el nombre con que lo llame. Pero se le roba a Dios (Malaquías 3:8), a usted mismo, y también a los santos.
         Satanás usa hoy día una gran variedad de artificios. Uno de ellos —que de ningún modo es insignificante e ineficaz, sino que es de gran alcance y de mucho éxito en sus manos— es tratar de hacer que los santos estén satisfechos con un cristianismo de día domingo. Tratar de persuadirlos de que sus «obligaciones terrenales» forman una serie de cosas, y, por otro lado, Cristo, los Suyos y Sus intereses, forman otra. Debemos rechazar semejante falsedad con la más firme entereza. Debemos rechazar —y espero que cada uno de nosotros tenga siempre gracia para rechazar— todos aquellos «deberes» que nos impidan vivir cada día una vida cristiana en todas sus manifestaciones reales y presentes, hasta que el Señor Jesús vuelva. El cristianismo teórico —esto es, la unión de la verdad con los principios del mundo—, estoy convencido de ello, es el elemento destructivo del día que vivimos.

Pedro: negación y restauración (Parte I)

Cinco pasos en la negación de Pedro
Muchas veces en nuestras vidas llegamos a fallar en diferentes maneras. Es llamativo que la Biblia no esconde las fallas de varios santos, tanto los del Antiguo como los del Nuevo Testamento. Obviamente el Espíritu Santo inspiró a los escritores para que incluyesen estos detalles para así ayudarnos en nuestras vidas diarias.
Pedro fue un hombre muy usado por Dios, pero hubo una experiencia muy oscura y triste en su vida. En el momento de crisis, cuando Cristo estaba siendo juzgado, Pedro llegó a negar a Cristo.
Queremos examinar su negación para ver lo que podemos aprender con el fin de evitar, no solamente el peligro de negar a Cristo, pero también varios otros pecados. Veremos que hubo cinco pasos que le llevaron a negar a Cristo.

1) Su jactancia al compararse con otros
En Mateo 26:33 Pedro le dice al Señor: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré”.
Cristo acababa de decirles a los discípulos: ''Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche”. Pedro se ve a sí mismo como un creyente invencible en comparación con los otros.
Deberíamos evitar este peligro de comparamos con otros creyentes y llegar a la conclusión de que somos más fuertes que ellos. Tristemente Pedro no es el único caso de un creyente que se pone a criticar a otros para que uno se vea mejor. Pedro no es el último creyente que ha dicho: Yo nunca haría tal cosa, aunque otros sí la hagan.

2) Su insistencia en rechazar la advertencia:
En Mateo 26:35 Pedro también le dijo al Señor: “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré”. Cristo se había dirigido a Pedro en manera específica y clara: “De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces”. Fue una advertencia muy obvia dirigida a Pedro, pero no la quiso aceptar.  ¿Seremos nosotros así?
Pablo, cuando escribe a los Corintios, da ejemplos del Antiguo Testamento de pecados cometidos a pesar de las muchas bendiciones que Dios les había dado. En 1 Corintios 10:12 Pablo añade: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”. Si somos ciegos al peligro, vamos a caer en la tentación.

3) Su negligencia en la oración:
Dice Mateo 26:40 que Jesús “Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo”. Cristo les había dicho que se quedaran allí velando (Marcos 14:34), mientras iba más adelante para orar, postrado en tierra. Al regresar, Cristo ve que los discípulos no pudieron velar, y los anima: “Velad y orad, para que no entréis en tentación”. (Mateo 26:41)
Tal vez lo que aflige al creyente más que nada en nuestros días es su negligencia en la oración. ¿Será que no pensamos que es importante? ¿Será que no creemos que Dios conteste? Cristo entendía la gran necesidad de orar, ¡cuánto más debemos nosotros!

4) Su dependencia de armas carnales:
En Mateo 26:50 dice que “uno de los que estaban con Jesús, extendiendo la mano, sacó su espada”. ¿Pensaría Pedro que con dos espadas podrían los discípulos contra la 'mucha gente con espadas y palos' que venía con Judas Iscariote? Cristo sabía del gran poder espiritual que estaba a su entera disposición - “¿no me daría más de doce legiones de ángeles?” (v. 53) Pero Pedro, habiendo fallado en cuanto a la oración, ahora no veía otra opción - su única arma era carnal, no espiritual. Armas carnales no funcionan contra el Enemigo. Necesitamos poder espiritual en nuestras vidas. Cristo había dicho en v.41 “la carne es débil”, y mientras más rápido entendamos esta verdad, mejor. Pablo exhorta a los Efesios: ''Tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo”. Cuando llega el día malo ya no hay tiempo - ¡hay que empezar hoy!

5) Su confianza en un lugar de peligro:
En Mateo 26:69 dice que “Pedro estaba sentado fuera en el patio”. No reconocía el peligro de estar en el lugar donde todos eran enemigos de Cristo. Los otros que se estaban calentando alrededor de aquella fogata esperaban ver el fin de Jesús. Es muy cierto que uno tiene que trabajar con puros incrédulos, y es probable que uno esté estudiando en una institución con muy pocos creyentes, pero si al menos reconocemos el peligro, estaremos alertas. El mundo trata de tener influencia en mi vida, pero tendrá mucha más influencia si no tengo la costumbre de reunirme con mis hermanos en la fe lo más que pueda. Pedro, parece ser, no consideró el gran peligro de estar separado de sus hermanos en la fe. El contacto cuidadoso con incrédulos nos da la oportunidad de compartir nuestra fe, pero, como en el caso de Pedro, vemos que negó en vez de declarar lo que él sabía de Cristo.
Mensajero Mexicano números 17 y 18
(Continuará)

El Mundo (Parte I)

“Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor”. (2 Cor. 6:17).

         El versículo que encabeza esta página trata de un tema de suma importancia: la gran obligación que pesa sobre el creyente de separarse del mundo. Este tema requiere la máxima atención por parte de todos aquellos que profesan ser cristianos. En cualquier época de la Iglesia, el separarse del mundo ha constituido una de las evidencias más convincentes de que una obra de gracia ha tenido lugar en un corazón. Todo aquel que ha nacido realmente del Espíritu y ha sido hecho una nueva criatura en Cristo Jesús, se ha esforzado siempre en “salir del mundo” y en vivir una vida de separación. Aquellos que solamente son cristianos de nombre, se han negado siempre a “salir” y a apartarse del mundo.
Quizá nunca ha sido este tema de tanta actualidad como ahora. En todas partes se observa el deseo de hacer las cosas fáciles en la profesión cristiana, como si se pretendiera eliminar los ángulos y asperezas de la cruz y evitar, en lo posible, la abnegación. Personas que profesan ser cristianas nos exhortan a que no seamos tan cerrados y exclusivistas, ya que en realidad no hay nada malo en muchas de las cosas que los creyentes del pasado consideraban como malas para el alma. Según tales personas, al creyente le está permitido ir a cualquier sitio, hacer cualquier cosa, emplear el tiempo en lo que sea, leer cualquier libro, compartir cualquier compañía, y aun así, ser un buen cristiano; miles de personas piensan de esta manera. Es, pues, conveniente, creo yo, levantar una voz de aviso para exhortar a las gentes a que escuchen las enseñanzas de la Palabra de Dios y consideren la exhortación que se nos da en nuestro versículo.

I. El mundo constituye una gran amenaza para el alma.
Al usar la palabra mundo no me refiero al mundo material sobre el que vivimos y nos movemos. Sería absurdo y también un sin sentido, insinuar que cualquier cosa que Dios ha creado sea, de por sí, mala para el alma. Lo contrario es cierto: el sol, la luna, las estrellas, las montañas, los valles, las llanuras, los vegetales y animales, fueron creados “buenos en gran manera” (Génesis 1:31.) Toda la creación encierra y proclama diariamente el poder y la sabiduría de Dios. Aquella idea de que la materia es de por sí mala, es en realidad una loca herejía.
Con la palabra mundo me refiero a aquellos que solamente piensan y se preocupan de las cosas terrenas y descuidan la vida venidera; me refiero a aquellas personas que vuelcan su atención en las cosas de la tierra y no en las del cielo; que piensan más en lo que es pasajero que en lo que es eterno; que se ocupan más del cuerpo que del alma y de agradarse a sí mismas más que de agradar a Dios. Usando la palabra mundo me re fiero, pues, a su manera de ser, hábitos, costumbres, opiniones, prácticas, gustes, ideales, etcétera. Este es el mundo del cual San Pablo nos dice: “Salid y apartaos”. Y en este sentido, el mundo es un enemigo del alma. Escudriñemos lo que nos dicen las Sagradas Escrituras sobre el mundo.

San Pablo nos dice:
·        “No os conforméis a este siglo (mundo), sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”. (Romanos 12:2).
·        “Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios.” (I Corintios 2:12.)
·        “Cristo se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo (mundo) malo.” (Gálatas 1:4).
·        “En otro tiempo anduvisteis siguiendo la corriente de este mundo.” (Efesios 2:2).
·        “Demas me ha desamparado, amando este mundo.” (II Timoteo 4:10.)

Santiago nos dice:
·        “La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y guardarse sin mancha del mundo.” (Santiago 1:17).
·        "¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.” (Santiago 4:4).

San Juan nos dice:
·        “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo se pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (I Juan 2:15  17).
·        “El mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.” (I Juan 3:1).
·        “Ellos son del mundo, por eso hablan del mundo y el mundo los oye”. (I Juan 4:5).
·        “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo.” (1 Juan 5:4).
·        “Sabemos que somos de Dios y el mundo entero está bajo el maligno.” (1 Juan 5:19).

El Señor Jesucristo nos dice:
·        “El afán de este siglo (mundo) y el engaño de las riquezas ahogan la palabra y la hacen infructuosa.” (Mateo 13:22).
·        “Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.” (Juan 8:23.)
·        “El Espíritu de verdad, el cual el mundo no puede recibir porque no le ve ni le conoce.” (Juan 14:17).
·        Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros”. (Juan 15:18.)
·        “Si fuerais del mundo, el mundo amaría a lo suyo, pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.” (Juan 15:19.)
·        “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido.” Juan (16:33).
·        “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.” (Juan 17:16.)
No es necesario que haga comentarios sobre estos versículos, pues hablan por sí mismos con suficiente claridad. Nadie puede leerlos con atención y dejar de percatarse de que el mundo constituye una amenaza para el alma y de que existe una oposición radical entre la amistad del mundo y la amistad de Cristo.
Dejemos ahora el testimonio de la Escritura y apelemos al testimonio de la experiencia. ¿No es cierto que lo que más echa a perder la causa del Evangelio es la influencia del mundo? Más que el pecado manifiesto o la incredulidad declarada, lo que lleva afrenta a Cristo en el amor al mundo, el temor del mundo, las preocupaciones del mundo, los negocios del mundo, el dinero del mundo, los placeres del mundo, el deseo de estar a buenas con el mundo, etc., que tan a menudo manifiestan los que profesan seguir al Salvador. Estos son los grandes obstáculos contra los cuales se ha estrellado y naufragado la vida espiritual de tamos jóvenes.
Estos no tienen ninguna objeción en contra de las doctrinas de la fe cristiana, ni escogen lo malo de una manera deliberada; tampoco se rebelan abiertamente contra Dios ni se oponen a una profesión religiosa; y de alguna manera esperan entrar en el cielo. Sin embargo, no pueden abandonar su ídolo; el mundo. En su temprana edad corrieron bien por los senderos que conducen a la gloria, pero al alcanzar los años pletóricos de la juventud, encauzaron sus vidas por el amplio sendero que conduce a la destrucción. Empezaron con Moisés y Abraham, pero terminaron con Demas y con la mujer de Lot.
El gran día del Juicio Final revelará cuantas almas se perdieron a causa del mundo; entonces se descubrirá la triste suerte de miles y miles de hombres y mujeres que, después de haber sido educados en hogares cristianos y haber conocido el Evangelio desde la infancia, jamás llegaron a las puertas del cielo. Zarparon del puerto del hogar con rumbo esperanzador y se embarcaron en el océano de la vida con la bendición paterna y las oraciones de la madre, pero por la seducción del mundo, se desviaron del rumbo y terminaron su viaje en aguas de la miseria y de la trivialidad. Es en verdad una historia triste de referir, pero por desgracia, ¡es tan común! No me extraña, pues, la exhortación del apóstol, “Salid y separaos”.

El Contendor por la Fe (3) Mayo-Junio,  1970

(Continuará)

¿QUÉ PLÁTICAS SON ESTAS QUE TRATÁIS ENTRE VOSOTROS?

Lucas 24:13-32

Cuando el Señor se acercó a los dos discípulos que iban en el camino para Emmaús y escuchó su plática, ¿qué fue lo que oyó? Les oyó hablar de “Jesús Nazareno” y de las cosas que habían acontecido.
“Entonces los que temen a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de El para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre” Mal. 3.16. ¿Qué es lo que Dios escribe en su libro de memoria cuando nos escucha y nos oye hablar con nuestros compañeros? Nosotros que tenemos a Jehová ¿cómo usamos el tiempo que Él nos ha dado? ¿Pasamos horas y días enteros hablando tonteras, contando chistes, criticando a otros, murmurando, alabándonos a nosotros mismos o hablamos de Él y de las cosas concernientes a Él? “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, NI AUN SE NOMBRE entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras torpes, ni necedades, ni truhanerías (chistes o cuentos obscenos o vulgares) que no convienen; sino antes bien acciones de gracias; “Hablando entre vosotros con Salmos, y con himnos, y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” Ef. 5.3, 4,19.
En estas porciones el Espíritu nos enseña claramente las cosas que no debemos hablar y las cosas que debemos hablar. ¡Pongamos atención! Al pueblo de Israel, Dios le dijo, (y nosotros haremos bien de tomar las mismas instrucciones a pecho):
“Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón: y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:6, 7).
Hablando a las mujeres cristianas, el Espíritu las exhorta dos veces a que sean CASTAS (Tito 2.4, 5; 1 Pedro 3:12). Hermana, ¿es tu conversación casta? “casta” quiere decir pura, virtuosa, limpia, modesta. Si eres culpable de hablar cosas que no convienen, confiésalo con vergüenza al Señor y apártate del mal, para que en el futuro uses tus labios para el Señor. Hablando de la mujer virtuosa, Proverbios 31:26 dice: “Abrió su boca con sabiduría: y la ley de clemencia está en su lengua” ¿Podrían decir esto de ti, hermana? ¿Y tú, hermano, no creas que porque esto fue escrito a las mujeres no se aplica a ti? Dios espera que tú también seas santo y casto en tu vida y palabra.
El Salmista David ha de haber realizado el peligro que existe en hablar lo que no conviene, porque en el Salmo 141:3, hablando a Dios, dice: “Pon, oh Jehová, guarda a mi boca, guarda la puerta de mis labios” No cabe duda que todos, en alguna ocasión, hemos hablado inadvertidamente y, al tener tiempo de reflexionar, hemos experimentado una gran tristeza, pero una vez salidas las palabras, como plumas, vuelan lejos y no se puede recogerlas. Entonces para evitarlo, necesitamos como David, una guarda para nuestros labios. ¿Para qué ponen guardas a la puerta de las cárceles? Para que no salgan los que están cautivos. ¿Quién es capaz de cautivar nuestros pensamientos e imaginaciones para que no se vuelvan palabras y salgan de nuestros labios? “Cautivando todo intento (o imaginación) a la obediencia de CRISTO’’ (2 Corintios 10:5). Esto es el Secreto, ser cautivos de Él, estar completamente rendidos y sujetos a Él. De la abundancia del corazón habla la boca. "El hombre bueno del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas’’. Si nuestro corazón está lleno de Él, hablaremos de Él. “Más yo os digo, que toda palabra ociosa (inútil) que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio”. Tendremos, un día no muy lejos, que estar delante del Tribunal de Cristo para que cada uno dé cuenta de sí. Cuando Dios abra su libro de memorias ¿Será para vergüenza y pérdida nuestra, o dirá: “Bien, buen siervo y fiel”?
Todos tenemos aquel miembro pequeño (la lengua) que es tan poderosa para causar bendición o maldición. El Apóstol Santiago escribe: “Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto” (Santiago 3:2). Del VARON PERFECTO, el Señor Jesús, leemos que “estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca” (Lucas 4.22); "Quien cuando le maldecían, no retornaba maldición” (1 Pedro 2:23). Ojalá que fuéramos más semejantes a Él en este respecto. Que Dios nos dé el propósito de corazón que David tenía cuando dijo:         Atenderé a mis caminos, para no pecar con mi lengua guardaré mi boca con freno” (Salmo 39.1).
Dirá alguno: “Pero yo por naturaleza soy muy hablador”. Puede ser, pero eso no excusa a nadie. Dios no dice que no hablemos, pero nos dice: “Presentaos a Dios como vivos de los muertos, y vuestros miembros a Dios por INSTRUMENTOS DE JUSTICIA” (Romanos 6.13); “En las muchas palabras no falte pecado: más el que refrena sus labios es prudente”.
Todo lo “natural” es contra lo que es “espiritual”, entonces si es natural hablar mucho, tal vez habrá necesidad de poner freno. “No reine pues el pecado en vuestro cuerpo mortal” (Romanos 6.12).
La risa es efecto de las palabras. Dios no exige que seamos un pueblo triste, no, al contrario nos manda ser gozosos, pero “en el Señor” (Filipenses 3:1). “¿Está alguno alegre? cante salmos” (Santiago 5.13); “Así que, ofrezcamos por medio de él a Dios siempre, sacrificio de alabanza, es a saber, fruto de labios que confiesen a su nombre” (Hebreos 13.15).
¡Hermanos!, hablemos de tal manera que si se acercara el Señor y nos dijera: “¿Qué pláticas son estas que tratáis entre vosotros?”, podríamos responder “de Jesús”. Entonces nuestros corazones en lugar de estar fríos, indiferentes y vacíos, arderían de amor para el Señor, para su pueblo, y para los incrédulos y otros serían edificados y bendecidos.

Que mi tiempo todo esté
Consagrado a tu loor;
Que mis labios al hablar
Hablen sólo de tu amor.

El Contendor por la Fe - Enero-Febrero-1969

Doctrina: El pecado (Parte XII)

XII. Transmisión del pecado.


A través de la historia del cristianismo  se han desarrollado diversas teorías que intentan explicar cómo el pecado se transmite a cada persona. Algunas de ellas se apartan de lo que describe la Escritura acerca de este “mal”  y otras se acercan más a lo que podemos desprender de un estudio serio de las Escrituras que hablan de este tema.
Tengamos presente que, al igual que como vimos en lo referente a la transmisión del alma[1], no existe una postura única con respecto al tema, por lo cual existen diversas teorías según la teología del creyente que la plantea. Y, como en todas las cosas relacionadas con la Escritura, debemos con Ella misma contrastar los pensamientos del hombre, ya que de ellos surgen muchas doctrinas que llevan a los creyentes a apartarse de fe cristiana (1 Timoteo 4:1 cf. Hebreos 13:9a). Usando el ejemplo de los creyentes en la asamblea de Berea, no le creyeron a buenas y primeras a Pablo sino que lo contrastaron con lo que las Escrituras decían acerca del tema que él estaba exponiendo (Hechos 17:11). Ser diligente debe ser necesariamente una cualidad que el creyente debe poseer en todo momento en cuanto se refiere a la enseñanza de la Palabra y a la comprensión de la misma, sabiendo, como se ha dicho más arriba, que existen “hombres” que infectan la doctrina con sus enseñanzas torcidas.
Debido a malas interpretaciones  que se ha tenido (y se tiene) del pasaje de Romanos 5:12-21, muchos han mal interpretado la enseñanza que ahí se encuentra, y han enseñado  doctrinas contrarias a lo que el pasaje y la Biblia presenta con respecto al pecado y su transmisión.
No entraremos a analizar el pasaje ya que está fuera del alcance de este artículo, sino que veremos las principales visiones que se tiene del pecado y un breve análisis de los mismos:

a)   La visión humanista o ateísta. 
Esta visión es derivada de la teoría de la evolución y afirma que el pecado no existe, y esto “es solamente una manifestación de las bajas tendencias ancestrales”. Es decir el mal que se ve reflejado en la personas no es más que una manifestación del ser y que con la educación debería poder pulirse de toda característica negativa.  En otras palabras, esta perspectiva  trata de minimizar dándole calificativos de  error, mala educación, desliz, “no era su culpa, era así”,  etc. Por tanto, al no existir  lo que se denomina pecado, éste no puede ser transmitido a la humanidad y siendo Adán no más que un mito, el pecado de este no puede ser imputado a las personas.
Como objetó Lacueva:[2]
a) Este sistema, de signo materialista, destruye el carácter ético del pecado.
b) Limitar el área del pecado a las manifestaciones (…) de las bajas tendencias ancestrales, equivale a restringir demasiado la órbita del pecado, puesta la raíz última de pecado se asienta en lo espiritual, donde la pretendida autosuficiencia del ser creado se rebela de la soberanía de Dios. Así lo prueba el hecho los primeros pecados cometidos en el universo (el de Satanás y el de nuestros primeros padres) no fueran precedidos por la manifestación de ninguna tendencia ancestral.

b)   La enseñanza pelagiana
 Pelagio, monje Británico (se piensa que nació el 354 d.C.  y murió el 420 d.C.), enseñó en Roma, Cartago y Palestina, que ningún ser nace con el pecado en su persona, esto es, nacían inocentes, sin pecado original o heredado sino que lo adquiría por medio del contacto con otros pecadores. El pesaba que como el alma era creada por Dios, esta no podía ser pecadora, de modo que el pecado de Adán no afectó a toda la humanidad, sino a él mismo. Afirmaba que Adán si no hubiese pecado, de igual modo moriría, porque esa condición, morir, es natural en el ser humano.
Pelagio enseñaba que la humanidad podía evitar el pecado y que la elección de obedecer a Dios era de responsabilidad de cada persona. Y que la  ley dada por moisés es tan buena guía para el cielo como el Evangelio, lo que es demostrado, de que antes de la venida de Cristo hubo hombres que se mantuvieron sin pecado.
Si bien es cierto que algunas de sus interpretaciones nos pueden parecer que están correctas,  sobre todo cuando observamos la “inocencia” de los bebés recién nacidos, pero no por ello debemos dejar de acudir y revisar lo que la Biblia tiene que decir sobre el tema.
En realidad el Pelagianismo contradice a la Escrituras en muchas partes y a principios bíblicos.
1.    La Biblia afirma que somos pecadores desde el momento que somos engendrados (Salmo 51:5).
2.    La Escritura indica que todos los seres humanos mueren como resultado del pecado (Romanos 6:23; Ezequiel 18:20a).
3.    La Biblia dice que los seres humanos nacen con inclinación natural hacia el pecado (Romanos 3:10-18).  Para ello podemos observar a los niños con pocos meses como hacen ya algunas maldades que en apariencia pueden ser inocentes porque no saben lo que hacen, lo cual es cierto, pero aunque se le enseñe a no hacerlo, lo intentarán realizar porque el resultado obtenido en las veces anteriores les era grato.
4.    En Romanos 5:12 dice: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. Este versículo establece, sin dejar ninguna duda, que el pecado del primer hombre infectó de pecado al resto de la humanidad.
Por estas razones y otras que quedan fuera de nuestro análisis, la enseñanza pelagiana debe ser rechazada, porque establece principios que van en contra de la enseñanza de la Escritura.

c)    La enseñanza arminiana
Jacobo Arminio o Jacobus Arminius (1560–1609) expuso esta doctrina. La enseñanza con respecto al pecado de la doctrina arminiana es muy similar a lo que se conoce como la doctrina “Semi-Pelagianismo”, que esencialmente enseña que la humanidad está manchada por el pecado, pero no al grado de no poder cooperar con la gracia de Dios por nosotros mismos. En esencia esta doctrina propone lo que se conoce como “la depravación parcial” como contraposición a la depravación total.
Las mismas Escrituras que refutan el Pelagianismo también refutarán al pensamiento arminiano.  El pasaje de Romanos 3:10-18 no describe a la humanidad como manchada parcialmente por el pecado. La Biblia enseña claramente que si Dios no “aparta” a una persona, somos incapaces de cooperar con la gracia de Dios. “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere….” (Juan 6:44). Al igual que el pelagianismo, el semi-pelagianismo es anti-bíblico y debe ser rechazado.
En la actualidad algunas denominaciones poseen este tipo de doctrina como: los Metodistas, los Adventistas; la Asamblea de Dios, la Iglesia de Cristo, los Pentecostales, los Menonitas (en su mayoría); Iglesia Coptas, Iglesia Católica, Iglesia Ortodoxa; y otras.

d)   La enseñanza de la Iglesia Católica[3].
La enseñanza de la iglesia Católica es bastante compleja con respecto al pecado y trataremos de exponerla en sencillas palabras.
a)       Según la tradicional enseñanza de la Teología Romana, el pecado original privó a  los humanos de los dones que poseía excepto los naturales. Por tanto el hombre caído puede hacer obras buenas sin la gracia para alcanzar salvación sobrenatural.
b)      El Catecismo Romano enseña que «nacemos en pecado», que somos oprimidos por la corrupción de la naturaleza (…) y que el virus del pecado penetra hasta los mismos huesos (…). Este último pasaje no se refiere expresamente al pecado original, sino al estado de los hombres en general como pecadores. Sin embargo, indica la postura asumida por la Iglesia de Roma acerca de la actual condición de la naturaleza humana.
c)       (…) esta Iglesia enseña la doctrina del pecado original en el sentido de una corrupción pecaminosa de la naturaleza, o de una pecaminosidad innata, hereditaria. Se debe observar también que todos los partidos en la Iglesia de Roma; antes y después del Concilio de Trento, y por mucho que defirieran en otros puntos, estaban unidos en la enseñanza de la imputación de pecado de Adán; esto es, que por aquel pecado pasó la sentencia de condenación sobre todos los hombres.

Podemos ver claramente en los puntos expuestos por la doctrina, que es semipelagiana en su esencia, dando al hombre la posibilidad de hacer obras para alcanzar la salvación, lo cual está en contradicción con los que la Biblia enseña y que ya hemos señalado en puntos referentes al pelagianismo y al arminiano.

e)   La enseñanza agustiniana
Esta doctrina era enseñada por Agustín de Hipona[4] (354-430 d.C.) y era la que confrontaba a la que presentaba Pelagio. Esta expone que la expresión “todos pecaron” (Romanos 5:12) del apóstol Pablo su­giere que todos los seres humanos, o sea, la humanidad participó del pecado de Adán. Podemos ilustra esto utilizando el pasaje de Génesis 14:20b, el cual “muestra” que Leví, que no había nacido le pagó los diezmos a Melquisedec a través de Abraham, pues estaba “en los lomos de su padre” Abraham (Hebreos 7:9-10). Ahora, siguiendo la misma analogía, también toda la humanidad estuvo presente en Adán cuando él decidió pecar; por lo tanto, implica que toda la humanidad es partícipe de ese pecado. De modo que el pecado de Adán y la muerte resultante se pasan a toda la humanidad.

f)    La enseñanza federal
Fue propuesta original­mente por Cocceius[5] (1603 - 1669), y se convirtió en la norma de creencia en la teología reformada.
La doctrina federal entiende que el Adán entró a un pacto con Dios, que si se conducía como Dios le había indicado, respetar el simple mandamiento de no comer de un árbol en particular, él y sus descendientes serían bendecidos, por lo tanto en ese momento Adán fue el representante de toda la humanidad. Si Adán, en lo que respecta a la bendiciones era nuestro representante o cabeza, entonces en lo que respecta al pecado, está en la misma situación, de modo que se aplica a toda la humanidad las consecuencia de la desobediencia, esto es, el sufrimiento que provoca el pecado al estar separado de Dios y sujeto a la muerte.
«Por el pecado de Adán se imputa la muerte y el pecado a toda la humanidad, pues la humanidad estaba representada en él. Charles Hodge define así esta perspectiva: “En virtud de la unión, federal y natural, entre Adán y su posteridad, su pecado, no su acto, se imputa a esa posteridad de tal forma que el fundamento judicial de la pena contra él también recae sobre ella»[6]

En conclusión:
Al confrontar cada una de las doctrinas, podemos decir que las dos últimas tienen más apego bíblico que las dos primeras presentadas, por las razones ya presentadas, ya que no contradicen los distintos textos encontrados en la Escritura que tratan de este tema. Sin embargo,  hay maestros cristianos que tienen preferencia de una en detrimento de la otra, es decir, una de ellas será desechada o dejada solo para estudio comparativo.
No olvidemos que para casi todas las situaciones existe una vía media, que permite sigamos un camino donde vemos los dos puntos de vista integrados y conformando una visión completa.
Podemos decir que se ha clasificado  a la doctrina “agustiniana” de mediata y a la “federal” de  inmediata. ¿Qué queremos dar a entender con estos términos?  La respuesta a la pregunta será con las palabras del Charles Ryrie[7], que al respecto dice:
“El pecado imputado se transmite directamente de Adán a cada individuo en cada generación. Puesto que yo estaba en Adán, el pecado de Adán me fue imputado directamente, no por medio de mis padres y los padres de éstos. El pecado imputado es una imputación inmediata (es decir, no por mediadores entre Adán y yo).
Esto contrasta con la forma en que se transmite la naturaleza pecaminosa. Esta me llega de mis padres, y la de ellos, de los suyos, y así hasta llegar a Adán. El Pecado heredado es una transmisión mediata, puesto que pasa a través de todos los mediadores en las generaciones entre Adán y yo.”





[1] Candelero Encendido, 2014, página 87
[2] CFTE N° 3, El hombre. Su grandeza y su miseria, página 157, editorial Clie.
[3] Nos basamos en lo que nos entrega Francisco Lacueva y Charles Hodge, en  CFTE, N° 8, Catolicismo Romano, página 131 y Teología Sistemática, página 423, respectivamente, ambos editados por la editorial Clie.
[4] También enseñada por Calvino, Lutero, Shedd y Strong
[5] La enseñaron personajes como Charles Hodge, J. Oliver Buswell Jr. y Louis Berkhof.
[6] Compendio Portavoz de Teología, Paul Enns, página 311, Editorial Portavoz
[7] Charles C. Ryrie, Teología Básica, Página 256, editorial Unilit.