martes, 1 de marzo de 2016

Pensamiento

Salmo 2:7 se cita tres veces en el nuevo testamento. Esta referencia del Antiguo Testamento es ilustrativa de la encarnación de  Jesús, pero también de su sacerdocio. Empezando en los Salmos, podemos rastrear la calidad de Hijo de Cristo en lo que tiene que ver con su papel como sacerdote según el orden de Melquisedec.

Vine & Hogg (Comentario Temático de Cristo, Página 23, Editorial grupo Nielson)

Demas en tres tiempos

La historia de la humanidad es un estudio provechoso y las Sagradas Escrituras constituyen el mayor texto de historia que el mundo tiene. En ellas encontramos el origen del universo, la formación y caída de civilizaciones, la historia de pueblos y naciones y las experiencias personales de muchos hombres y mujeres. Algunos individuos abren sendas beneficiosas para los que siguen en sus pisadas pero otros brillan como faros de advertencia para que sepamos evitar las rocas que les llevaron al desastre.
      Entre estos últimos está Demas. La Biblia narra su trayectoria muy escuetamente en tres etapas. Le encontramos (1) bien, (2) fallando e (3) ido.

Demas en la corriente
Te saludan Marcos, Aristarco, Demas y Lucas, mis colaboradores (Filemón 1:24).
      La primera mención de este hombre, cronológicamente, le presenta como consiervo del apóstol Pablo en los días difíciles de su encarcelamiento en Roma. Demas está visto entre excelentes compañeros: Pablo, Juan Marcos, Lucas y Aristarco. Acertadamente se dice en el mundo, “Dime con quién andas, y te diré quién eres”. Las Escrituras lo habían dicho antes: “El que anda con sabios, sabio será”, Proverbios 13.20.
      Todo creyente debe escoger sus amistades con cuidado. Aun entre cristianos se hace importante buscar a los espirituales: aquellos que enfilan a uno hacia la Biblia y lo celestial, y no abajo y afuera a lo mundano. Sin embargo, andar en buena junta no basta; no es una garantía de prosperidad del alma si no está acompañado de comunión con Dios. Esto se insinúa en la próxima etapa de la vida de este hermano en Cristo.

Demas a la deriva

Os saluda Lucas el médico amado, y Demas (Colosenses 4:14)
      Cada palabra en el Santo Libro ha sido escogida por designio y no por casualidad. En Colosenses 4 encontramos a ocho hermanos asociados con Pablo y siete de ellos reciben algún voto de confianza. Demas está entre los ocho, pero de él nada se dice.
      Tíquico (4.7), es un amado hermano y fiel ministro y consiervo en el Señor. Onésimo, versículo 9, es amado y fiel hermano. Aristarco es “mi compañero de prisiones”. A Juan Marcos se le recomienda y de él se escribe nota aparte. Justo, 4.10, es un consuelo también. Epafras se describe como fervoroso intercesor y creyente celoso. Lucas es “el médico amado”. ¿Y Demas? Nada.
      Parece que Marcos, después de un problema en su vida años antes, ha ganado la confianza del anciano apóstol, pero que Demas, después de un tiempo de servicio en las cosas del Señor, está fallando.

 Demas naufragado

Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido (2 Timoteo 4.10).
      Han transcurrido unos años,* y ahora llegamos al Capítulo III en el relato. Pablo, fiel y anciano guerrero de la cruz, yace en un calabozo romano en espera del martirio. Cristo llena su corazón; su fe y esperanza no admiten derrota pero él es muy humano y anhela el compañerismo de sus hermanos. Pide a Timoteo y Marcos que vengan porque, “sólo Lucas está conmigo”. Bajo estas circunstancias, ¡cuánto le dolió que Demas le haya dejado!
      ¿Cuál fue la causa? No fue un caso de haber sido vencido por la presión y persecución. Fue amor a “este mundo”. La expresión está en contraste con la del versículo 8 acerca de la corona que el Señor dará a “todos los que aman su venida”. Demas se ha marchado y nada más sabremos de él en la historia bíblica.
      Seamos de los que demos todo nuestro tiempo a la obra del evangelio, seamos ancianos en las asambleas o creyentes maduros, o seamos nuevos en los caminos del Señor, tengamos todos el mismo cuidado, acaso el amor para Cristo en nuestro corazón sea desplazado por el amor al mundo.
      El mundo luce atractivo y próspero. Los poderes de Satanás se hacen sentir, pero la venida del Señor se acerca. Que nunca sea dicho de nosotros que “él / ella se ha ido, amando a este mundo”.
 Truth & Tidings, junio 1956
* La opinión general es que la carta a Filemón en Colosas y la carta a la asamblea de los colosenses fueron escritas en el mismo año, y 2 Timoteo seis o siete años más tarde.

Escenas del Antiguo Testamento (Parte III)

Abel (Génesis 4.1 al 8)

“Decid al justo que le irá bien: ¡Ay del impío! mal le irá” (Isaías 3.10, 11).
Tenemos ante nosotros otro personaje bíblico para nuestro estudio: Abel, el segundo hijo de Adán y Eva. Ambos hermanos nacieron después de la caída; ambos nacieron fuera del Edén, y participaron de la herencia pecaminosa de sus padres; “Eran por naturaleza hijos de la ira”. No debemos pues olvidar que ambos tuvieron una misma procedencia, recibieron igual enseñanza, ocuparon idéntica posición delante de Dios. No había diferencia alguna entre los dos. Pero notamos con sorpresa en el desarrollo de esta historia la enorme distancia que al fin separó a dos hermanos.
Caín y Abel son como el punto de donde parten dos grandes líneas de gentes, en los cuales pueden fundirse todos los credos religiosos que llenan el mundo: la una, el camino Caín (la justificación por obras), lanzándose en el error de Balaam (la hipocresía), para perecer en la contradicción de Coré (la soberbia). Véase Judas versículo 11. La otra, el camino de Abel, la justificación por la fe, dirigiéndose a la cruz, regocijándose en la resurrección y remontándose hasta la gloria donde “nuestra vida está escondida con Cristo en Dios”, para al fin habitar eternamente en la Nueva Jerusalén. “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”. “El camino de los impíos es como la oscuridad: no saben en qué tropiezan”.
Abel tuvo la desventaja de tener delante de sí un mal ejemplo; Caín fue primero en llevar ofrenda a Jehová. Por naturaleza somos propensos a imitar a otros. Son muy contados los que obran por propia iniciativa. En las artes, en la industria y en las ciencias la mayoría sigue el camino trillado, la rutina; muy pocos los que se detienen para examinar, estudiar y comparar. En religión acontece lo mismo. Cuán comunes son las palabras: “Yo sigo la religión de mis mayores, la religión en que nací”.
Abel vio pasar a Caín llevando su atractivo y hermoso sacrificio, “el fruto de la tierra”. Abel no imitó a su hermano mayor. El ojo escrutador de la fe alcanzaba a mirar más allá de las simples apariencias, a la santidad de Dios y sus justas demandas; y por eso Abel, despreciando el mal ejemplo de Caín, “trajo de los primogénitos de sus ovejas, y de su grosura” una ofrenda a Jehová, o, en otras palabras: “por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas”, Hebreos 11.5.
Abel vislumbró la doctrina divina de que “sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados”, y la verdad gloriosa de que por medio de un sustituto el pecado era cubierto, la justicia y santidad de Dios satisfechas, y un camino abierto hasta su misma presencia. Esta es la enseñanza que emana del Calvario, la doctrina de la cruz: Cristo, el Cordero de Dios, la víctima inmaculada, cuya sangre “habla mejor que la de Abel”. Él, por el Espíritu Eterno se ofreció a si mismo sin mancha a Dios; fue entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación. Ahora, ascendido a los cielos y senta­do a la diestra del Altísimo, Él “puede sal­var eternamente a los que por él se allegan a Dios”.
¿Qué le falta por hacer al pobre pecador? ¿Tiene que continuar con sus ofrendas y sacrificios diarios? No, pues Cristo, “una vez en la consumación de los siglos, para deshacimiento del pecado se presentó por el sacrificio de sí mismo”, y “donde hay remisión de pecados no hay más ofren­da por ellos”. Tan sólo tiene que aceptar la salvación que gratuitamente le es ofrecida. “El que tiene sed, venga: y el que quiere, tome del agua de vida de balde”, Apocalipsis 22.17.
Y ¿cómo puede hacer suya esta salvación? Por la fe; porque “sin fe es imposible agradar a Dios”, pues, aunque la salvación es por gracia, sin embargo es la fe el único medio por el cual podemos entrar en posesión de ella. Y entonces “justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
La ofrenda de Abel fue acepta por Dios. Probablemente le respondió con fuego del cielo consumiendo el sacrificio, como sucedió después con Elías en el Carmelo. (1 Reyes 1) La fe y el proceder justo de Abel le ocasionaron la muerte. La intolerancia armó el brazo de Caín, y la descargó sobre su hermano. San Juan dice: “¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justos”. Y agrega: “Hermanos míos, no os maravilléis si el mundo os aborrece”. Pues está escrito: “Todos los que quieren vivir píamente en Cristo Jesús, padecerán persecución. Más los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados”, y el apóstol Pedro nos exhorta con estas palabras: “Así que ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por meterse en negocios ajenos. Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence; antes glorifique a Dios en esta parte”, 1 Pedro 4.15, 16.

El Mensajero Cristiano

Estudios sobre el libro del profeta MALAQUIAS (Parte VIII)

CAPÍTULO 3:16-18: LOS QUE TEMEN AL SEÑOR (continuación)

«Y Jehová escuchó».
Éste es un pensamiento muy dulce para el corazón de los que se interesan en él y en su cercana venida. Presente, aunque invisible, está junto a aquellos que hablan de él, permanece atento a sus palabras, las que llegan con claridad a su oído. Escucha, incluso cuando estas conversaciones, como las de los discípulos de Emaús, vayan mezcladas con mucha ignorancia. Estos dos hombres habían perdido a su Salvador y ya no le esperaban, pero «pensaban en su nombre», aunque estaban abrumados por la tristeza. No sabían que había resucitado, pero conversaban acerca de él... Y he aquí que el Señor se les une en el camino, se interesa por esos pobres israelitas que habían perdido a Aquel de quien podían decir: ¡Cuánto nos amaba! Luego les abre las Escrituras y sus corazones empiezan a arder dentro de ellos. Una vez que se ha revelado a ellos, no tienen nada más urgente que correr para anunciar a sus herma-nos esa buena nueva. Mientras ellos hablan el uno al otro, Jesús mismo aparece en medio de ellos y les abre la inteligencia para que comprendan las Escrituras. Luego él sube al cielo mientras les bendice, y ellos, llenos de gozo, regresan a Jerusalén para hablar el uno al otro de él y de su próxima venida.
«Y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre» (v. 16). En este libro, todas las palabras de almas piadosas que reconocen su autoridad, que piensan en él durante su ausencia, y que, como Filadelfia, no niegan Su nombre, quedan registradas. Este «libro de memoria» es escrito «delante de él», pues él da importancia a todo lo que han expresado los que le aman, sin que falte una sola palabra. Sus nombres también son consigna-dos en este libro, el cual es guardado por él mismo con sumo cuidado. Se sabe lo que es un libro de recuerdo que se transmite en las familias; se ve a ancianos que guardan con enternecedor cuidado el libro de memoria en el cual están inscritos —con las fechas— los nombres y los pensamientos de aquellos a quienes amaron en su juventud. ¡Y pensar que el Señor posee un libro parecido y que lo guardará para siempre! Si, durante el tan corto tiempo de nuestro tránsito por este mundo, no hemos negado su nombre y hemos guardado la palabra acerca de su venida, eso nunca será olvidado, y el libro de memoria del Señor permanecerá abierto de continuo en el cielo, delante de él.
«Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré como el hombre que perdona a su hijo que le sirve» (v. 17).
El Señor habla dos veces, en los últimos versículos de Mala-guías, del «día en que... actúe» (ver el capítulo 4:3). El salmo 118:24 nos revela el alcance de este término: «Éste es el día que hizo Jehová», un día maravilloso en el cual Cristo —la piedra que los edificadores desecharon vino a ser cabeza (o remate) del ángulo. En este salmo, la presentación gloriosa del Señor a su pueblo es celebrada por adelantado. Sin duda, el juicio es constantemente mencionado en los profetas como el día de Jehová, el día del Señor; el mismo Malaquías habla de él (4:1) como de un día que viene, ardiente como un horno, pero nunca ese día del juicio es llamado el día que Jehová hará. Lo que el Señor introduce y establece no es el juicio, sino la salvación, la justicia, la paz, el gozo, la gloria. En el día que él hará, Dios presentará a su amado Hijo al mundo como el Melquisedec portador de todas esas gracias.

Mi especial tesoro
En ese día, dice Jehová, los que me temen «serán para mí especial tesoro» (v. 17). Entonces, él reivindicará a los fieles como suyos, como no pertenecientes a nadie más. Todos los tesoros del universo entero le pertenecen, y él será manifestado públicamente, en su reinado milenario, como el poseedor de todas estas cosas, pero también tendrá un tesoro especial que no será abierto al público, un tesoro que le pertenece a él solo, del cual sólo él tendrá la llave, del cual solo él disfrutará. Como el tesoro personal de los soberanos del oriente, en el que se encuentran sus joyas más preciosas, el tesoro de Jehová estará compuesto por aquellos que, antiguamente, en medio de la infidelidad general, temían a Jehová y hablaban el uno al otro, por aquellos que le esperaban como «la aurora» (Lucas 1:78) y también por los que le esperan, hoy, como la Estrella resplandeciente de la mañana. En el día de su gloria, los pobres del pueblo, como también los débiles testigos de hoy, fieles en medio de la ruina, le serán sus tesoros más preciados.
Los que componen este tesoro especial han guardado la palabra de su espera y no han negado su nombre (Apocalipsis 3). La sinagoga de Satanás puede no reconocer a esos fieles, pero el Señor les conoce, y los que otrora les despreciaban sabrán un día que el Señor les ha amado.
«Y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve» (v. 17). ¡Lazo bendito, el cual aquí casi toca la relación cristiana! El profeta ya no habla como antes de las relaciones que hay entre un siervo fiel y su amo, sino de las de un servidor cuya actividad dimana de un afecto filial. En el tiempo futuro de la gloria milenaria se dice de estos mismos fieles: Y sus siervos le servirán «y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes» (Apocalipsis 22:4).

«Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve» (v. 18). Este os (vosotros) no se dirige a los fieles, a aquellos que son «perdonados» (v. 17), sino a aquellos del pueblo que consideraban «bienaventurados» a los soberbios y a los malos (v. 15) y que negaban a Dios cuando se hallaban bajo su castigo. Serán iluminados el día en el cual verán al remanente perdonado, y a los soberbios —cuya suerte habían envidiado— como objeto del juicio que alcanzará al pueblo rebelde. El testimonio dado por Jehová a los que les ha temido y han esperado su venida, forzará a una parte de este pueblo rebelde a reconocer la santidad del Dios al que habían negado. Finalmente, ellos sabrán qué diferencia hay entre los servidores de Dios y los malos.

UNA SOLA OFRENDA, VARIOS SACRIFICIOS (Parte III)

(Levítico 1 a 7)

"A Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Corintios 2:2).
EL HOLOCAUSTO (Levítico 1; 6:9-13; 7:8)

Como ya lo hemos visto, el holocausto, el sacrificio que es enteramente quemado sobre el altar, viene en primer lugar. En efecto, era importante poner en evi­dencia primero la perfección de la víctima, perfección que sólo puede ser plenamente apreciada por Dios. El mismo Señor Jesús lo dijo: "Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida" (Juan 10:17). «El centro y el fundamento de nuestro acceso a Dios es la obediencia de Cristo y su sacrificio» (J. N. Darby). El israelita que se acercaba a la puerta del tabernáculo de reunión, estaba provisto de una ofrenda perfecta, un "macho sin defecto" (Levítico 1:3).

Cristo para Dios
Ya para la pascua, hacía falta un cordero "sin defecto, macho de un año" (Éxodo 12:5).
1 Pedro 2:22 nos dice que el Señor Jesús "no hizo pecado". Mientras que tan fácilmente faltamos nosotros, Él, en ninguno de sus hechos, en ninguna de sus actitudes, en ninguno de sus pensamientos, hizo pecado. Más aún, 2 Corintios 5:21 precisa: "Al que no conoció pecado". No tenía ninguna afinidad por el pecado, ninguna atracción, ningún deseo para con él, como nosotros lo comprobamos tan frecuentemente en nosotros mismos. Más todavía, 1 Juan 3:5 añade: "No hay pecado en él". No solamente no pecó, no faltó, sino que el pecado jamás lo rozó, la naturaleza peca­dora no estaba en él. Fue tentado en todo igual que nosotros, pero la Palabra precisa: "sin pecado" (Hebreos 4:15).
Tenemos el testimonio de aquellos que vivieron en su época y que no eran sus amigos. El malhechor crucificado a su lado declaró: "Este ningún mal hizo" (Lucas 23:41). Judas, lleno de remordimiento por haberlo vendido, volvió diciendo: "He pecado entre­gando sangre inocente" (Mateo 27:4). Sus enemigos, viéndolo en la cruz, declararon: "A otros salvó" (Mateo 27:42). Y Pilato, antes de condenarlo, repitió: "Ningún delito hallo en este hombre" (Lucas 23:4). "Inocente soy yo de la sangre de este justo" (Mateo 27:24). Podríamos multiplicar los pasajes en los que brilla y se impone esta perfección del Señor Jesús; será para cada uno un bendito tema de estudio intentar descubrirlos.
Pero si bien la víctima debía ser presentada sin defecto, también era necesario que la parte interior fuese manifestada en correspondencia con la exterior. Por eso era desollada, luego dividida en piezas. El Señor Jesús pudo decir por medio del salmista: "Me has puesto a prueba, y nada inicuo hallaste; he resuelto que mi boca no haga transgresión" (Salmo 17:3). Todas las partes de su Ser eran igualmente perfectas. Luego, la víctima era lavada con agua, el interior y las piernas. La Palabra puso a Cristo a prueba en su vida y en su dedicación hasta la muerte, no para quitar alguna mancha, sino para establecer que todo era perfecto. En su Ser interior, en sus íntimos pensamientos, en sus afec­tos, todo ha sido manifestado en plena correspondencia con el pensamiento de Dios. En su andar (las piernas) siempre mostró una entera dependencia y obediencia. «El lavamiento de agua del sacrificio figuraba lo que Cristo era, en su esencia, es decir puro» (J. N. Darby).
La víctima sin defecto, desollada, dividida en piezas, lavada, después era puesta sobre el fuego del altar. El juicio de Dios puso a prueba todo lo que era Cristo; todo fue encontrado excelente, "de olor grato para Jehová" (Levítico 1:9).
Jesús se ofreció a sí mismo; encontró el juicio de Dios. Durante las horas de tinieblas, las mujeres y los discípulos que se habían reunido al pie de la cruz, se alejaron y miraban "de lejos" (Mateo 27:55). Sólo Dios puede apreciar en plenitud la excelencia de la Persona de su Hijo y el valor de su sacrificio; pero aunque en esas cosas no podamos penetrar, sí nos corresponde contemplarlas y adorar.

Aquel que se acercaba a la puerta del tabernáculo de reunión, consciente de no estar limpio en sí mismo para la presencia de Dios, estaba provisto de una ofrenda perfecta. En virtud de ella, se atrevía a acer­carse para ser aceptado "delante de Jehová" (Levítico 1:3-4). Aquí no se trata de perdón de pecados ni de purificación. Es preciso saber que Jesús murió por nuestras faltas y que su sangre nos purifica plenamente, pero en cierto sentido es un lado negativo. Se trata de llevar a Dios una ofrenda que le sea agradable. ¿Será nuestro andar? ¿Nuestra devoción? ¿El fruto de nues­tros esfuerzos? Caín lo creyó al llevar el fruto de su trabajo, pero Dios no pudo aceptar ese sacrificio. Abel, consciente de no responder en sí mismo al pensamiento de Dios, presentó una ofrenda de los primogénitos de sus ovejas: sacrificio cruento de otra víctima por la cual podía ser aceptado (Génesis 4:4).
"Pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto" (Levítico 1:4). No sólo debía llevar una ofrenda perfecta, sino también identificarse con ella, decir con ese gesto: «ella será aceptada por expiación mía». 1 Juan 4:17 afirma: "Como él es, así somos nosotros". Dios nos ve en Cristo; "nos hizo aceptos en el Amado" (Efesios 1:6); nos recibe como recibe a su Hijo.
Tenemos un ejemplo en la epístola a Filemón. Onésimo, esclavo, había huido de la casa de su amo Filemón; al conocer al apóstol Pablo, mientras éste se hallaba en prisión, fue llevado al Señor. Entonces se trataba de enviar al esclavo a su amo, pero ¿cómo éste lo había de recibir? Pablo puso todo de sí para que Filemón recibiera a Onésimo, como, por así decirlo, Cristo puso todo de sí para que Dios nos reciba. Le escribió: "Si en algo te dañó, o te debe, ponlo a mi cuenta... yo lo pagaré" (Filemón v. 18-19). Estas palabras recuerdan el sacrificio por el pecado. El Señor Jesús responde por todas nuestras faltas; El pagó la deuda de nuestros pecados. Sin embargo, esto necesariamente no hacía a Onésimo agradable a Filemón; a lo sumo, un obstáculo para su recepción había sido qui­tado: puesto que Pablo pagaría, Filemón no podía rehusarse a recibir a Onésimo. Tenemos también lo que corresponde a 1 Juan 4:17 en Filemón 17: "Así que, si me tienes por compañero, recíbele como a mí mismo". El mismo apóstol era grato a Filemón, quien lo habría recibido con los brazos abiertos; debía, pues, recibir a Onésimo como habría recibido a Pablo. Así Dios nos recibe como recibe a su Hijo: "Como él es, así somos nosotros". Qué motivo para darnos "confianza en el día del juicio", y hacer que penetremos totalmente en el amor de Dios: "En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros" (1 Juan 4:17).
Así, al perder de vista lo que hemos hecho y lo que somos, podemos presentarnos ante Dios, no con las manos vacías, ni con el fruto de nuestro trabajo, sino "en Cristo". Cuando aquel que se acercaba ponía la mano sobre la cabeza de la víctima, los méritos de la ofrenda pasaban al adorador; le eran imputados: "Él" ha sido agradable en lugar de mí.
¿Sólo en lugar de mí? No, en lugar de todos mis hermanos, de todos los rescatados del Señor, quienes­quiera que sean, a pesar de su ignorancia o de sus faltas (seguramente no mayores que las mías). Sepamos ver siempre a los hijos de Dios "en Cristo", hechos perfectos como Él mismo lo es.
Después de haber llevado su ofrenda y haber puesto la mano sobre la cabeza de la víctima, siendo aceptado, el israelita ¿habría podido regresar a su casa? De ninguna manera. ¡Él mismo debía degollarla! Cada adorador debe sentir profundamente la necesidad de la muerte de Cristo. Para acabar la obra que el Padre le había dado que hiciera, no era suficiente que fuera per­fecto durante su vida, totalmente agradable a Dios, hacía falta que muriera: "¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas?" (Lucas 24:26). Sobre el monte de la transfiguración, todo era gloria y luz, pero ¿de qué hablaban Moisés y Elías con Jesús? "Hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén" (Lucas 9:31).
El adorador debía hacer más: Desollaba la ofrenda y la dividía en piezas. Para poder presentar las perfec­ciones del Señor Jesús a Dios en la adoración, hace falta profundizarlas, contemplar no sólo cómo exteriormente ha sido perfecto, sino cómo, en sus pensamientos, en lo íntimo de su ser, glorificó plenamente a Dios. Nuestros corazones así ejercitados, conducidos por el Espíritu, podrán entonces ofrecer a Dios sacrificios espirituales que recuerden algo mejor lo que su Hijo ha sido para Él.
Los hechos en relación directa con el altar eran reservados a los sacerdotes, hijos de Aarón. Un sacer­dote era una persona espiritual que, viviendo cerca de Dios, comprendía lo que le era debido. Los sacerdotes presentaban la sangre y hacían aspersión alrededor del altar: Esto muestra el infinito valor de la sangre de Cristo, quien entró en la muerte para cumplir hasta el fin la voluntad de Dios. Los sacerdotes debían también acomodar la madera y el fuego, y luego las piezas de la víctima, la cabeza, la grosura y hacer "arder todo sobre el altar" (Levítico 1:9). No podemos penetrar en el mis­terio de Cristo bajo el juicio de Dios, tal como, por ejemplo, el Salmo 22 nos lo presenta; pero sí podemos hablar de él a Dios, considerarlo ante él, hacerlo subir como un perfume de olor grato.
Efesios 5:2 lo precisa: Primero "Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros": es nuestra parte; pero después se entregó como "ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante": es la parte de Dios, el holo­causto. 

Figuras simbólicas en la Biblia (Parte III)

III - Minerales simbólicos


Las piedras preciosas son figura de la dignidad. El pectoral “llenarás de pedrería en cuatro hileras de piedras... y llevará Aarón los nombres en el pectoral sobre su corazón”, Éxodo 28.17, 29.





La sal
es emblema de la pureza, sinceridad y verdad como preservativo. “Vosotros sois la sal de la tierra”. “Tened sal en vosotros mismos”, Mateo 5.13, Marcos 9.50. “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal”, Colosenses 4.6.


El agua en plural representa el juicio, como vemos en el Diluvio, Génesis 7.10; “las aguas han entrado hasta el alma”, Salmo 69.1. El mar representa la humanidad, las grandes masas de los gentiles. “Vi subir del mar una bestia”, Apocalipsis 13.1.



El Mar Rojo nos recuerda del bautismo: “Fueron bautizados en la nube y en el mar”, 1 Corintios 10.2.






El agua en movimiento representa al Espíritu Santo, como vemos en las frases siguientes: “El que cree en mí, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu...” Juan 7.38, 39. “... una fuente de agua que salte para vida eterna”, Juan 4.14. Aplicada al cuerpo, como en una fuente, el agua representa la Palabra de Dios. “...lavados los cuerpos con agua pura”, Hebreos 10.22. “... para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la Palabra”, Efesios 5.26.



El bronce simboliza el juicio ejecutado o la resistencia. El altar de bronce es figura del juicio que fue ejecutado sobre el Cordero de Dios. Tocaba al sacerdote juzgarse a sí mismo con el agua de la fuente de bronce.



La roca representa el fundamento, la fortaleza y el refrigerio. “No cayó, porque estaba fundada sobre la roca”, Mateo 7.25. “Oh Jehová, fortaleza mía, roca mía y castillo mío”, Salmo 18.1, 2. “... sombra de gran peñasco en tierra calurosa”, Isaías 32.2.


El oro representa la gloria divina o la naturaleza divina. Todos los muebles del santuario estaban cubiertos de oro puro, y el altar de incienso y la mesa tenían cornisas de oro. “Vemos... a Jesús, coronado de gloria y de honra”, Hebreos 2.9.


La plata se asocia con el precio de la redención o del rescate. “Cada uno dará a Jehová el rescate de su persona... medio siclo” (de plata), Éxodo 30.12, 13.







El hierro es simbólico de la fuerza, el poder y el sufrimiento. “... tenía unos dientes grandes de hierro”, Daniel 7.7. El imperio romano, que era el más poderoso de los imperios, es simbolizado por las piernas de hierro en Daniel 2.33. “Afligieron sus pies con grillos”, (de hierro) Salmo 105.18.

El yugo desigual (Parte III)

El yugo social y político



¿Qué comunión la luz con las tinieblas?  2 Corintios 6.14.
El compañerismo con los mundanos —las personas que no han aceptado a Cristo como su Salvador— siempre conduce a mayores complicaciones. Por ejemplo, algunos se dejan llevar en equipos de deporte. Generalmente es obligatorio que los jóvenes jueguen deportes en las instituciones donde estudian, pero no es bueno que un creyente se incorpore en un equipo de buena gana. Esto bien puede conducir a otros compromisos, como entrenar y jugar los domingos y en horas de reuniones de la congregación. Hay presión para festejar y tomar aguardiente[1] con los compañeros de juego. El ejercicio corporal necesario para el desarrollo del niño llega a ser el dios del mundano. El deporte se hace ídolo.
Otras amistades conducen al creyente a la membresía en clubes sociales y asociaciones benéficas. Hay quienes se incorporan en partidos políticos, en sindicatos laborales o gremios de diversas índoles. Son yugos desiguales con los incrédulos. Las asociaciones benéficas hacen buenas obras pero el creyente debe hacer el bien en forma que no lo ligue en unión con los mundanos. Muy a menudo la forma de actuar entre ellos no agrada al Señor.
Un creyente no puede compartir en muchas de las actividades de los sindicatos laborales. Es verdad que recibe beneficios a través de ellos, pero la Biblia dice, “Estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar. Porque esto merece aprobación si alguno a causa de la conciencia delante de Dios sufre molestias padeciendo injustamente”, 1 Pedro 2.16 al 19.
El creyente ora por su amo, le habla justamente pidiendo el sueldo merecido por ser cumplido y sumiso en su trabajo, pero no puede participar en amenazas ni salir en huelga. Esto no es la forma de actuar según la mansedumbre de Cristo. El hijo de Dios procura la paz con todos y se abstiene de luchar. Muchos hermanos fieles evitan empleo donde tendrían que sindicalizarse. Los que por necesidad tienen que laborar donde es obligatorio ser miembro del sindicato, pagan sus aportes sin ser activos en el gremio.
En cuanto a los partidos políticos, debemos entender que “nuestra ciudadanía está en los cielos”, Filipenses 3.20. Ahora no es el tiempo de reinar. Cristo nos mandó a predicar al mundo perdido, pero no a mejorarlo por la política. En ella hay celo, pero también el engaño de la codicia. El creyente no puede compartir con tales co­sas. Es imposible actuar con santidad y justicia y a la vez luchar con los impíos en asuntos políticos. El creyente debe orar “por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad”, 1 Timoteo 2.2.
Él debe cumplir también con patriotismo y sus deberes al Estado. “Sométase toda persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas … por lo cual es necesario estar sujetos … pues por esto pagáis también tributos … impuestos … respeto … honra”, Romanos 13.1 al 7. “Someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores”, 1 Pedro 2.13.
El que es de Cristo puede ser empleado por el gobierno, pero sin meterse en yugo desigual como miembro de un partido.




[1] N. de E.: En otros lugares son otros tipos de bebidas espirituosas (Vodka, etc.) o espumantes como la cerveza.

ALGUNAS MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte III)

Sara como madre destacada




                Génesis 11 al 25 cuentan eventos en la vida de Sara. Ella figura como la primera mujer en la Biblia realmente temerosa de Dios. Sin embargo, no hay indicios de esta espiritualidad hasta que creyó que iba a dar a luz un hijo. El hecho es que toda la familia de Sara está en el contexto de su vida matrimonial, y sus faltas también tienen que ver con su relación conyugal. Algunos pasajes relevantes son Isaías 51:2, Romanos 4:19, 9:9 y Hebreos 11:11.
         Fue la esposa de Abraham y su historia gira en torno de la manera en que su esposo y su hijo incidieron en su vida y su actitud ante ellos. Fuera del Génesis Sara es más de todo una madre:
En Hebreos 11.11 es madre de un solo hijo: Por la fe ... Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido. (Obviamente su fe precedió su momento de concebir).concepción..
En Isaías 51.2 es madre de la nación de Israel. Dice que Jehová le llamó a Abraham cuando era “uno solo”, pero dice también que Sara “dio a luz” al pueblo de Israel.
En Gálatas 4.21 al 23 es madre de todos nosotros que estamos libres bajo el nuevo pacto, la promesa de salvación por fe en Cristo.
En 1 Pedro 3.6 es madre de todas las santas mujeres que esperan en Dios y se sujetan a sus maridos con espíritu afable y apacible.
         Ella sufrió primeramente por causa de su esterilidad y luego por las contiendas entre el hijo de la esclava (Ismael, hijo de Agar) y el hijo de la promesa (Isaac, el de Sara). Nada se dice de Sara en la ocasión en que Isaac iba a ser ofrecido sobre el altar, pero es de pensar que ella sabía (“Toma a tu hijo” fue exigido antes que padre e hijo salieron de casa) y que lo sintió como sólo puede una madre.

        
Después de que Dios había prometido una simiente a Abraham, ella esperó diez años y luego decidió tomar el asunto en sus propias manos. Sugirió a su marido que suscitase simiente de la sierva egipcia, Agar. Posiblemente lo hizo en dedicación a su esposo, pero impaciencia ante las promesas de Dios. Las consecuencias de esa intriga las palpamos hasta el día de hoy en la enemistad que existe entre judíos (descendientes de Isaac) y árabes islámicos (descendientes de Ismael y Esaú).
         Su hermosura fue perdurable. Aun a la edad de los noventa años, ella fue codiciada. Dos reyes la querían: Faraón y Abimilec. Parece que compartió la mentira con Abraham en cuanto a la verdadera relación entre ellos dos. Acordaron decir que eran hermanos y no cónyuges, para que él no fuese muerto por causa de ella.
         Abraham se rió por gozo ante la promesa de que le nacería un hijo, 17.17. Sara se rió de incredulidad cuando Dios le dice a Abraham que ella sí tendría un hijo, 18.12. Pero cuando nació Isaac se rió de alegría, y dice: Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oye se reirá conmigo, 21.6.
         El apóstol Pedro destaca su obediencia y reverencia. Al hablar de la conducta de las esposas y el atavío de las mujeres creyentes, dice: Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que (a) esperaban en Dios, (b) estando sujetas a sus maridos; como Sara obedeció a Abraham, llamándole Señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza.
         Es interesante que Sara y otras se hayan destacado, según el enfoque de Pedro, por su atavío interno, cuando el Génesis habla más de una vez de su hermosura externa. El pone a Sara como ejemplo de una mujer cuyo atavío interno se reflejaba en su conducta para con su marido. No dice si era así a lo largo de su unión, o sólo en todas o algunas de las circunstancias narradas en el Génesis. Lo cierto es que Abraham le traicionó al decirles a Faraón y Abimelec que ella era su hermana; véase Génesis 20.13.
         Sara murió a los 172 años. Es la única mujer de quien la Biblia especifica sus años de vida y su sepultura es la primera mencionada en la Biblia. Muerta, dejó un vacío palpable en el hogar. Abraham la lloró, y compró la heredad y cueva de Macpela para sepultarla allí. De Isaac su hijo dice que fue sólo al recibir a Rebeca por mujer que él se consoló después de la muerte de su madre.

Doctrina: Cristología. (Parte III)

II.           Profecías de Cristo en el  Antiguo Testamento.


En diversas partes del Antiguo Testamento encontramos párrafos acerca de la venida del Mesías prometido. La forma de mostrar el mensaje puede ser a través de promesas, así como el uso de personas para representar la vida del Mesías. Algunos de ellas eran claras y otras no se entendió su significado hasta que se cumplió en Jesús.
Estudiaremos estas promesas y profecías de dos formas, la primera desde el punto de vista de genealogía y el segundo, de las profecías  en sí mismas.
A)  Genealogía
Tanto en Mateo y Lucas se entrega la línea genealógica del Señor, aunque estas difieren entre sí, ya que son distintas tanto en personas como en extensión. Esto provoca problemas en algunas personas, porque aparentemente se contradicen mutuamente. La explicación más natural es entender que la línea entregada por Mateo corresponde a José, y la de Lucas a María. Lo importante es ver que ambas entroncan con David y de ahí podemos seguirla hasta Abraham.
Sin embargo podemos observar que la primera promesa, también llamado “protoevangelio”,  fue dicha a la mujer en Edén y relatada en Génesis 3:15 del siguiente modo: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15). El pasaje describe la enemistad entre Satanás y el Mesías, identificado como la simiente. La promesa se cumple en María, de la cual nació Jesús, en cuya concepción no participó José como el marido de ella, y esto enfatizado en Mateo 1:16 con la frase “de la cual”.
En la bendición de Noé a Sem dice: “Bendito por Jehová mi Dios sea Sem…” (Génesis 9:26); “da a entender la preservación de la verdadera religión entre los descendientes de Sem”[1].
A Abraham Dios le promete “engrandeceré tu nombre” (Génesis 12:2c), y de esta promesa se entiende  que el Mesías saldría de su descendencia y que “serán benditas… todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3c). Cuyo cumplimiento lo encontramos en el primer versículo del primer capítulo de Mateo: “Jesucristo… hijo de Abraham”. Y Pablo lo ratifica en su carta a los Gálatas: “…Y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3:16 cf. Génesis 12:7), dando cumplimiento a la promesa de Dios a Abraham.
Por medio de Isaac se continuaba la promesa dada a Abraham (Génesis 17:19).
A pesar que Isaac tuvo dos hijos, Dios designó a Jacob quien sería ascendiente del Mesías (Génesis 25:23; 28:13). Esto se enfatiza en Números 24:17 que muestra que el gobernante (“cetro”) y el  “dominador” (v.19) saldrá de él (compárese con Romanos 9:10-13).
Judá, hijo de Jacob, a pesar de no ser el hijo mayor, Jacob lo designó como cabeza de la familia, porque sus hermanos mayores se hicieron indignos de ella debido a sus faltas (Génesis 49:1-7). Como tribu conservó la primogenitura y el puesto de primacía, por lo cual (v.10) se afirma que el Mesías, el Rey,  saldrá de la tribu de esta tribu. Este rey  tendrá en su poder el “cetro”. La bendición de Jacob indica que Judá retendrá el derecho de regir hasta que llegue “Siloh”, y se entiende que este “Siloh” es el Mesías, que será un hombre de paz (cf.  Salmo 72:7; 122:7; Jeremías 23:6; Zacarías 9:10).  
David fue rey de Israel y se le prometió que Dios mismo iba a levantar un rey de su propia estirpe (2 Samuel 7:12-16). En el inmediato, se cumplió en Salomón, pero en sí la promesa es mucho más amplia en el tiempo, ya que el reino y el trono serian “eterno” (v. 16). El Salmo 89 detalla esta promesa a David con más detalles.
B)   Profecías
a.    Sobre el Nacimiento.
Isaías indica la forma en que el Mesías nacería: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”  (Isaías 7:14). Evidentemente este pasaje tuvo un cumplimiento cercano, porque esta profecía  era una señal para el impío rey Acaz (2 Reyes 16:2), cuyo cumplimiento se concreta con el nacimiento de Maher-salal-hasbaz tal como expresa Isaías 8:3. Y un cumplimiento lejano, que se cumplió con el nacimiento virginal del Mesías (Mateo 1:23).
El lugar en que habría de nacer el Mesías era Belén de Judá tal como expresa Miqueas: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (5:2). Era un pueblo pequeño, insignificante (vea Josué 15:21-63 y note que no se nombra); y la profecía deja bien en claro que se encuentra en el territorio asignado a la tribu de Judá para diferenciarlo de Belén ubicada en el territorio de Zabulón (Josué 19:15).
Cuando los magos llegaron a Jerusalén y se presentaron ante Herodes, lo sabios (sacerdotes y escribas) no tuvieron duda de citar la  profecía de Miqueas para saber en qué lugar había nacido el Cristo; y el mismo Herodes confió en aquellas palabras del profeta.  Vea Mateo 2:1-12.

b.   La vida de Cristo.
En la profecía queda claro que el Mesías tendría un Precursor. Un hombre, dedicado al servicio, obediente al mandato Divino, que su función era llevar a su pueblo al Señor, preparándolos para cuando el Mesías apareciese. Las dos profecías  que hablan de esta función las encontramos en Isaías 40:3 y Malaquías 3:1 cuyo cumplimiento lo encontramos en Juan el Bautista (Mateo 3:3; 11:10; Juan 1:23; Marcos 1:2-3), que fue apartado desde antes de nacer para este servicio (vea Lucas 1:5-25; 57-80).
La Misión que tendría el Mesías fue claramente delineada en la profecías de Isaías y que el Señor Jesucristo declaró que se había cumplido ante los propios ojos de los oyentes de la sinagoga. Esta dice: “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados” (Isaías 61:1-2). Sin embargo, cuando el Señor leyó este pasaje (Lucas 4:18-19), dejó una parte inconclusa, parte de la profecía no se ha cumplido y se cumplirá cuando vuelva en su segunda venida, por lo cual queda claro que su Misión era llevar a su pueblo devuelta a Dios y no traer el día de la Venganza de Dios.
En Isaías 9:1-2 se muestra al Mesías que se identifica con las personas “en angustias” y establece la zona en que habitará, para iluminar a Israel y a los gentiles. Esta profecía ve su cumplimiento cuando Jesús se establece    en Capernaum, dejando Nazaret, su antigua residencia (Mateo 4:13-16).
En su Ministerio terrenal, Él llevó las enfermedades de los que sanó, tal como lo profetizó Isaías (53:4 cf. Mateo 8:17). Lo anterior podemos complementarlo con el mensaje que debían entregarle los emisarios a Juan el Bautista de parte del Señor: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mateo 11:5-6).  Estas palabras representan en forma resumida el ministerio del Señor, ya habían sido profetizadas por Isaías en dos partes diferentes de sus profecías y el Señor las usó para dar respuesta a las interrogantes de Juan el bautista (Isaías 35:5-6; 61:1-2).
Su ministerio, a diferencia de los fariseos, se basaba en la compasión por débiles y oprimidos, y no divulgaba ni se exaltaba por el  bien que hacía a las personas, prefería que no se supiera. Isaías nos muestra como Él era y por sus hechos vemos que los llevaba a la práctica: “No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia. No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley” (Isaías 42:2-4 cf. Mateo12:18-21).
         En el libro de los Salmos encontramos que dice: “Abriré mi boca en proverbios; hablaré cosas escondidas desde tiempos antiguos…” (Salmo 78:2). Este texto profetizaba la forma de enseñar que tendría el Mesías para mostrar las verdades Divinas y se cumplió en el Señor Jesucristo (cf. Mateo 13:34-35).
Con respecto a Su presentación a la casa de Israel, de acuerdo a Zacarías 9:9 (cf. Mateo21:5) debía ser sobre un pollino y en forma humilde. El pueblo debía aclamarlo, tal como lo predecía el Salmo 118:26:”Bendito el que viene en el nombre de Jehová; desde la casa de Jehová os bendecimos” (cf. Mateo 21:9). Y este Rey que llegó en forma tan humilde  cabalgando un hijo de asna era más grande que el propio David (Salmo 110:1 cf. Mateo 22:44).
El Salmo 118:22 (cf. Mateo 21:42) declara que el Mesías sería rechazado, y se le compara con la “piedra que desecharon los edificadores”, piedra que es fundamental para dar solidez al edificio. Si bien es cierto que el pueblo lo apoyó en forma entusiasta cuando entró a Jerusalén montado en un pollino, pero solamente era de boca para afuera. Ya Isaías predecía este hecho en el capítulo 29 versículo 13 (cf. 15:8-9).
Otro pasaje que habla del rechazo del Mesías es el que se encuentra  Zacarías 13:7, donde se sus amigos  lo huirían en el momento más crítico de su vida (Mateo 26:31, 56b) y lo dejarían solo en ese angustioso momento.
Con respecto a la traición de Judas,  Zacarías (11:12-13) predecía que sería entregado por treinta piezas de plata (cf. Mateo 27:3-10).

c.    Sobre su muerte.
Respecto a Su muerte dolorosa,  el Salmo 22 describe los sufrimientos profundos que padeció en la Cruz. Si bien es descrito con figuras y lenguaje poético, muestran la crudeza de ese dolor físico y moral que padeció. El primer versículo profetiza el grito de angustia que padeció el Mesías al estar separado del Dios por causa de llevar sobre sí el pecado de todos (Mateo 27:46; Marcos 15:34). Más adelante en este Salmo, en el versículo 7 se describe la burla que hacía sobre Él y que Mateo consigna que eran todos los que pasaban por aquel lugar y en especial destaca a los sacerdotes, fariseos, escribas, ancianos y los otros dos ajusticiados  (Mateo 27:39-44). En el Versículo 16 indica que hirieron sus manos y pies (cf. Marcos 15:24-25). En el Versículo 17, indica que ninguno de sus huesos fue quebrado (Juan 19:33-36). El verso 18 muestra que sus ropas fueron repartidas (Mateo 27:35; Juan 19:23-24).
Aparte de este Salmo, el otro pasaje que retrata con una profundidad única los padecimientos del Mesías es Isaías 52:13-53:12. Es una descripción de lo violenta que fue la muerte del Mesías. Por ejemplo, en Isaías 52:14 se muestra lo desfigurado de su rostro como resultado de los golpes (vea Mateo 26:67; Marcos 14:65; Lucas 26:63,64; Juan 18:22). También se profetiza que sería herido y los azotes y posterior crucifixión determina que su muerte no fue pacífica, sino de extrema violencia (Mateo 27:26; Marcos 15:15,25; Lucas 22:63-65; Lucas 23:16,33; Juan 19:1,18), y está en profundo  contraste  con quién se le compara al Mesías: como un cordero, obediente y silencioso (Isaías 53:7; Juan 1:29), característica que retratan el comportamiento de Mesías ante el tribunal y en su muerte (Mateo 26:63; 27:12; Marcos 14:60; 15:4,5; Lucas 23:9). 
d.   La victoria de Cristo.
En el discurso de Pedro a la multitud después que vino el Espíritu Santo, aplica a Cristo las palabras del Salmo 16 (v 10 cf. Hechos 2:27). En el cual dice: “Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción” (Salmo 16:10). Esto que dice David no se cumplió en él (cf. Hechos 2:29), sino que  expone la resurrección del Mesías, tal como Pedro, guiado por el Espíritu Santo (cf. Hechos 2:4), lo entendía (Hechos 2:31). Pablo, comprendía del mismo modo la profecía que está comprendida en el Salmo 16 (Hechos 13:35-37).
Esta victoria se completa no solo con la resurrección del Mesías, sino el retorno a los lugares celestiales. Este hecho fue profetizado en el Salmo 68:18 dice: “Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, Tomaste dones para los hombres, y también para los rebeldes, para que habite entre ellos JAH Dios” (cf. Efesios 4:8).
e.    Sobre el reinado de Cristo.
Con respecto al futuro reinado del  Mesías, en el Antiguo Testamento encontramos numerosos pasajes. 
a)    En el Salmo 2 encontramos al Mesías reinando
b)   El Salmo 24:7-10 muestra la entrada del Rey a Jerusalén para gobernar.
c)    Isaías 9:6-7 muestra al Hijo en su gobierno
d)   Isaías 11:1-16, muestra el reinado Justo y pacífico del Mesías sobre Israel y las naciones.
e)    El  reino del Mesías estará en Jerusalén (Isaías 24:23).
f)     Isaías 35 enfatiza el futuro esplendoroso del reinado del Mesías
g)   Daniel 7:13-14, muestra el gobierno del Mesías sobre todas las personas.
h)   Zacarías 14:9-21 profetisa que los enemigos de Israel serán destruidos y el gobierno sobre toda la tierra.



[1] Paul Enns, Compendio Portavoz de Teología, página 217, Editorial Portavoz.