lunes, 2 de mayo de 2016

JESÚS EN ORACION

Consideremos al Señor Jesús, al cual Dios pre­senta como ejemplo. Nuestro Salvador comenzó, prosi­guió y acabó su servicio con oración. Oró cuando fue bautizado (Lucas 3:21). "Se apartaba a lugares desier­tos, y oraba" (5:16). "Fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios" (6:12). Oraba solo (9:18) "Tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar" (9:28). Oraba en cierto lugar (11:1). "Puesto de rodillas oró" (22:41). "Estando en agonía, oraba más intensa­mente" (22:44).
Por fin, al cabo de su maravillosa vida en este mundo, nuestro bendito y amado Salvador oró por sus enemigos, diciendo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (23:34).                                                

Creced 1997.

DIVERSIDAD

"Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo.
Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho" (1 Corintios 12:4-7).
La Iglesia de Dios ofrece un campo de trabajo muy amplio a toda clase de obreros del Señor. No debemos intentar ponerlos a todos en el mismo nivel, o disminuir las distintas facultades de los siervos de Cristo, limitándolos a nuestros propios viejos hábitos. Esto jamás será bendecido. La más grande diversidad de acciones individuales podrá desarrollarse si, todos y cada uno, recordamos que estamos llamados a servir juntos bajo la dependencia de Cristo.
He aquí el gran secreto. ¡Juntos bajo la dependen­cia de Cristo! No lo olvidemos. Esto nos ayudará a reconocer y apreciar la línea de trabajo de otro, aunque pueda ser diferente de la nuestra. También nos preser­vará de todo sentimiento de orgullo en cuanto a nuestro servicio, sabiendo que sólo somos cooperadores en el único e inmenso campo; y que el gran blanco que se propone el corazón del Maestro puede ser alcanzado solamente si cada obrero sigue su línea especial de tra­bajo, y la sigue de común acuerdo con los demás.
Algunos tienen la tendencia perniciosa de despre­ciar toda esfera de actividad fuera de la suya. Que nos abstengamos cuidadosamente de ello. Si todos siguie­sen la misma línea, ¿dónde estaría la preciosa variedad que distingue la obra y los obreros del Señor en el mundo? No se trata solamente del tipo de trabajo, sino de la manera particular con la cual cada obrero lo cum­ple. Encontraremos dos evangelistas, cada uno distin­guidos por un vivo deseo por la salvación de las almas, cada uno predicando la misma verdad, aunque pueda haber gran diferencia en la manera que cada uno emplee para alcanzar la misma meta. Esto se aplica a todas las ramas del servicio cristiano. Nada debería ser hecho sino en la dependencia y bajo las órdenes de Cristo. Y todo lo que puede ser hecho así, lo será segu­ramente en comunión y de acuerdo con aquellos que andan con Cristo.
Creced, 2009

La Seguridad y Certeza de fe

En asuntos come éste, la primera pregunta que debemos hacernos es esta: ¿Qué nos dice la Escritura sobre el particular? La Palabra de Dios, clara y distintamente enseña que todo creyente puede llegar a una plena certeza de salvación. El cristiano verdadero, la persona realmente convertida, puede alcanzar un grado tan consolador de fe en Cristo como para experimentar una completa confianza de que sus pecados han sido perdonados y de que el estado de su alma es seguro. Tal persona raramente se verá turbada por las dudas; raramente se verá invadida de temores; raramente se verá afligida por interrogantes ansiosos; y aunque habrá de soportar muchos conflictos interiores contra el pecado, podrá mirar confiadamente a la muerte, y sin temor al juicio. Esta es, repito, una doctrina bíblica.
Ahora bien, lo que hemos dicho, a menudo ha sido y es objeto de controversia, e incluso ha sido negado por muchos. La Iglesia de Roma se pronuncia fuertemente en contra de la seguridad de la salvación. El Concilio de Trento claramente declara que la doctrina protestante de la seguridad y certeza del perdón de los pecados es una “confianza vana e impía”; y el influyente y conocidísimo teólogo Bellarmino llama a la doctrina de la seguridad de la salvación “el primer error de los herejes”.
La mayoría de los que profesan un cristianismo mundano y ligero también se oponen a esta doctrina; les ofende y molesta. Como sea que ellos mismos no experimentan esta seguridad, les desagrada el que otros la gocen y den muestras de la misma. Si se les pregunta si sus pecados han sido perdonados, no sabrán que contestar. No nos extrañe, pues, si no pueden creer en la doctrina de la seguridad de la salvación.
Pero hay también cristianos verdaderos que rechazan esta doctrina y se encogen de temor por estimar que está llena de peligros y que bordea la presunción. Piensan que es propio de la humildad cristiana el no hacer alardes de seguridad y confianza de salvación; adoptan una actitud de duda  incertidumbre. Esta postura es de lamentar, pues ocasiona mucho daño espiritual.
¿Qué nos dice Pablo? Escribiendo a los romanos dice: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir; ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38  39). Escribiendo a los Corintios dice: “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos”. “Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor” (2 Corintios 5:1,6). Escribiendo a Timoteo, dice: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12). A los colosenses les habla de “las riquezas de pleno entendimiento” (Colosenses 2:2); y a los hebreos de “la plena certeza de la esperanza” y de “la plena certidumbre de fe” (Hebreos 6:11; 10:22).
¿Qué nos dice Pedro? “Procurad hacer firme vuestra vocación y elección” (2 Pedro 1:10). ¿Y qué nos dice Juan? “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida”. “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna”. “Sabemos que somos de Dios” (I Juan 3:14: 5:13; 5:19).
El Contendor por la Fe - Marzo-Abril-1970

La Adoración y el Sacerdocio Cristiano (Parte II)

La adoración es el privilegio y deber más sublime de un pueblo redimido, es propiamente un ejercicio continuo, más bien la actitud normal del alma hacia Dios que una serie de hechos aislados (Heb. 13:15; compare Sal. 34:1-3). Si el creyente no adora durante la semana y cuando se encuentre solo, es probable que tampoco lo haga cuando esté reunido con los demás el Día del Señor. Este es el fruto de la nueva vida en Cristo y del resultante parentesco del creyente a Dios. La adoración emana sólo de los corazones de aquellos que tienen un conocimiento de la salvación por fe en Cristo. Quien no ha sido regenerado no puede adorar a Dios. El hombre tiene que recibir el don de Dios, el agua viva del Espíritu antes que pueda adorar en espíritu y en verdad (Jn. 4: 10-14, 23-24). Sólo los creyentes son constituidos en un sacerdocio santo y real para ofrecer sacrificios espirituales (1 Pedro 2:4-10). Los creyentes del Antiguo Testamento adoraron a Dios como Jehová, el Dios del pacto; los creyentes adoran a Dios como Pa­dre. De antaño, se enseñaba a los ado­radores que buscaran a Jehová; en la cristiandad, el Padre busca adoradores (Jn. 4:23). La adoración del Padre toma lugar en la santa intimidad del círculo familiar. Sus hijos se aproxi­man con amor reverente, todos tienen igual acceso a Él, desde el menor hasta el mayor. Los creyentes de antaño no conocieron tal privilegio, aunque indi­vidualmente muchos alcanzaron un alto nivel de experiencia espiritual de comunión con Dios. En el "círculo familiar" Cristo (el primogénito entre mu­chos hermanos) El Mismo dirige las alabanzas de Sus hermanos (Heb. 2:10-13). Los "niños" en Cristo no son excluidos de este ejercicio (Mat. 21:16 con 11:25, 26).
La adoración debe conformarse a la naturaleza de Dios (Juan 4:20-24). Él es Espíritu, por lo tanto la adoración tiene que ser espiritual (compare Hechos 17:24,25). Israel tenía las sombras (típicas) y la adoración estaba en el plano de lo material. El creyente tiene la sustancia, la realidad -Cristo- y la adoración es en el plano de lo espiri­tual (Heb. 8:5; 10:1; Col. 2:16,17). Por lo consiguiente toda formalidad es ex­cluida. Por ser un acto espiritual, la adoración requiere el impulso de nues­tros espíritus por el Espíritu Santo, quien es el único poder para la adora­ción (Fil. 3:3), pues la "carne" no es capaz de ello. El espíritu humano es la parte más alta del ser tripartito del hombre (1 Tes. 5:23), y permite al cre­yente comprender las cosas divinas.
La adoración colectiva es indicada en Hebreos 10:19-25; 1 Corintios 14:15,16; etc., y no puede aislarse de la reunión de la asam­blea para el partimiento del pan. Es entonces cuando el espíritu y el enten­dimiento se ejercitan, y la asamblea se une en la gozosa libertad del Espíritu Santo para ofrecer adoración y gracias a Dios por el Señor Jesucristo. Los arreglos humanos impiden la libre ope­ración del Espíritu, Cualquier herma­no puede ejercitar su privilegio sacer­dotal en alta voz, pero debe recordar que expresa la adoración de toda la asamblea, no sus propios asuntos per­sonales. La adoración es un ejercicio muy solemne, por lo tanto todos los congregados deben mostrar la reveren­cia debida, antes, durante y después de la reunión.
La adoración es impedida cuando hay pecado sobre la conciencia. La alaban­za de David fue silenciada todo el tiem­po que su pecado permaneció sin ser confesado (Salmo 51:15 con 32:3-5). Sólo podía pronunciar lamentos de angustia y queja.
En ningún otro ejerció cristiano se han inmiscuido tanto los expedientes carnales como sucede en la adoración a Dios. En la llamada "adoración públi­ca" o "servicio divino" los formula­rios humanos han tomado el lugar del orden divino. En esos servicios reli­giosos se usa comúnmente una liturgia a la ligera en un grupo mixto de cre­yentes e incrédulos, y el punto central es el sermón. Esto no es verdadera adoración. Un formalismo externo sólo sirve para cubrir fallas internas. La ayuda carnal, tal como edificios muy adornados, ceremonias imponentes, música conmovedora y sermones elo­cuentes sobre problema s políticos o sociales del día en vez de la simple prédica de la Palabra de Dios, todo de­muestra una triste condición carnal del alma. Es "fuego extraño" (Lev. 10:1, 2) lo cual tarde o temprano atraerá el juicio de Dios, es una adoración adul­terada que deshonra Su nombre. Mul­titudes de cristianos nominales, adoran "lo que no saben" así como lo hicieron los samaritanos en Juan 4:22.

      Sendas de Luz, 1968

UNA SOLA OFRENDA, VARIOS SACRIFICIOS (Parte V)

(Levítico 1 a 7)
"A Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Corintios 2:2).  (Continuación)


2. LA OFRENDA VEGETAL (Levítico 2; 6:14-23)


Bajo la acción del fuego
"Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padeci­miento" (Isaías 53:10). ¿Qué significan esas palabras? ¿Por qué Dios quiso quebrantarlo? Estas son las pro­fundidades inescrutables del misterio divino: Dios ha dado a su Hijo unigénito. Pero, además, Cristo debía ser manifestado perfecto en el sufrimiento. Si durante su infancia, completamente sumiso, durante su ministe­rio, lleno de compasión, no hubiera encontrado sufri­miento ni oposición, habríamos podido decir: «Es muy fácil ser perfecto cuando todo va bien». Lo sabemos por experiencia: vivir con personas comprensivas y agradables, facilita mucho las cosas; pero tener que encontrarse día tras día con personas desagradables, pone a prueba al cristiano más consagrado.
La ofrenda vegetal debía, pues, ser sometida a la acción del fuego, y eso de tres maneras: en horno, sobre la sartén, y en cazuela.
El horno nos habla de los sufrimientos secretos que padeció el Señor Jesús en su vida. ¡Qué no sintió a la vista del mal, de la muerte! Lloró. "Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experi­mentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos" (Isaías 53:3).
¿Nos damos cuenta de lo que debió sentir el Señor cuando fue rechazado por su pueblo? Cuando sacrifica­mos parte de nuestro tiempo —que empleamos para nuestras actividades personales —, a fin de poder visitar a un enfermo y llevarle un simple regalo, ¿cuál sería nuestra reacción si rehusara recibirnos diciendo: « ¡Ese visitante no me gusta!»? ¡A cuánto más renunció el Señor de gloria para venir a los suyos, y qué bendición infinitamente mayor traía! "A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron" (Juan 1:11). Son los sufrimientos del amor desconocido: "Pelearon contra mí sin causa, en pago de mi amor me han sido adversarios" (Salmo 109:3-4).
Y ¿qué decir de la incomprensión de sus discípu­los? "Comenzó" a hablarles de su muerte; después, en el camino, intentó de nuevo enseñarles a ese respecto; subiendo a Jerusalén, les habló una última vez por el camino de lo que le esperaba, pero ellos no compren­dían (Marcos 8:31; 9:30-31; 10:33). En Getsemaní, tomó a los tres discípulos más íntimos —a los que habían visto su gloria, y asistido a la resurrección de la hija de Jairo— y les pidió que velaran una hora con él, pero se durmieron, y con voz triste debió decirles: "¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?" (Mateo 26:40). Su corazón, sin encontrar respuesta, se cerraba dolorosamente sobre sí mismo (Salmo 102). Como tam­bién testifica el Salmo, sintió profundamente la traición de Judas (Salmo 41:9; 55:13). Vemos en el evangelio de Lucas 22:61 la pena que sintió cuando Pedro le negó: La mirada que le dirigió, mientras recordaba al discí­pulo el inalterable amor de su Maestro, dijo todo lo que tenía que decir sobre el sufrimiento de éste.
Como hombre experimentó dolorosamente la cor­tadura de la muerte en medio de su vida: "Él debilitó mi fuerza en el camino; Acortó mis días. Dije: Dios mío, no me cortes en la mitad de mis días" (Salmo 102:23-24). "Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora?" (Juan 12:27). Y también en Getsemaní, cuando "en agonía, oraba más intensa­mente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra", oraba "diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa" (Lucas 22:42-44).
La sartén nos habla de las pruebas públicas que el Señor conoció. Lo vemos como hombre cansado, sen­tado sobre el pozo de Sicar, o durmiendo en la barca, a pesar de la tempestad. De vuelta a casa, agobiado de trabajo, con sus discípulos "ni aun podían comer pan" (Marcos 3:20), pues la multitud de nuevo se reunía. Pero todavía más; durante todo su largo camino, sufrió la "contradicción de pecadores contra sí mismo" (Hebreos 12:3), la enemistad de los fariseos quienes llegaron hasta a injuriarlo, diciendo: "Por el príncipe de los demonios echa fuera los demonios" (Mateo 9:34). Luego le dieron golpes y le escupieron en la cara; lo azotaron y lo crucificaron.
La ofrenda cocida en la cazuela (quizá corresponde al holocausto de aves) parece presentar una comprensión más imprecisa y menos clara de los sufri­mientos de Cristo, pues penetramos menos en esa esfera, aunque algunos más que otros.
Sea cual fuere la ofrenda presentada sobre el altar, se la hacía "arder... para memorial"; y era siempre "ofrenda encendida de olor grato a Jehová" (Levítico 2:2, 9). Dios aprecia todo lo que es de su Hijo; por más débil que fuere la comprensión que tenga el adorador, la ofrenda, sin embargo, conserva todo su valor, a tra­vés de todo lo que habla de Él.

La parte de Dios en la ofrenda
"Tomará el sacerdote su puño lleno de la flor de harina y del aceite, con todo el incienso" (Levítico 2:2). Durante toda su vida, Cristo era una ofrenda a Dios. Adán, en su inocencia, había gozado de los favo­res de Dios. Le daba o debería haberle dado gracias, pero en sí mismo él no era una ofrenda a Dios. Precisa­mente, la esencia de la vida de Cristo era una ofrenda a Dios, santo, separado de todo lo que lo rodeaba, consa­grado a Dios, viviendo en el poder del Espíritu.
Todo lo que quedaba era para ellos. Podían nutrirse de esta perfecta ofrenda, pero debían hacerlo en un lugar santo, aparte de los pensamientos y de los ruidos del mundo, siempre recordando que "es cosa santísima" (v. 3, 10).
Estar ocupado en Cristo nos santifica y transforma a su imagen. Todo alimento forma el ser interior; asi­milado en nosotros, marca la entera personalidad. Hemos encontrado hombres o mujeres en los cuales se ve a primera vista que viven en la inmundicia; al nutrirse y encontrar la satisfacción de su ser interior, poco a poco su aspecto, su cara, su actitud se van caracterizando de ello. ¿No puede ocurrir lo mismo con el cristiano? Cristo está en su corazón, ¿no manifestará el gozo y la paz sobre su rostro? "Mirando a cara des­cubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen" (2 Corintios 3:18); no sólo la gloria del Señor en el cielo, sino ante todo la gloria moral que brilló durante su vida en la tierra. No se trata de observar reglas y ordenanzas, sino de ser "transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento" (Romanos 12:2; Efesios 4:23): una obra interior producida por el ali­mento que tomamos, bajo la acción del Espíritu que toma de lo que es de Cristo y nos lo comunica.
En el desierto, cada mañana, el pueblo recogía el maná: Representaba a Cristo, el pan vivo descendido del cielo, alimento de su pueblo en el camino, para su estímulo y su fuerza. En el santuario, los sacerdotes se alimentaban de la ofrenda vegetal, perfecciones de la vida de Cristo, con el fin de ser hechos capaces de ejer­cer su servicio para Dios.
El mismo sumo sacerdote debía continuamente presentar, a la mañana y a la tarde, una ofrenda vegetal particular, totalmente quemada sobre el altar: todo su servicio estaba como impregnado por la perfección de Cristo, señalado con su sello (Levítico 6:17-23).

La levadura y la miel
Ambas estaban excluidas de la ofrenda vegetal.
La levadura nos habla de la hinchazón de la importancia personal, del orgullo, de la hipocresía que quiere aparentar lo que no es. Es el mal que levanta la masa a la cual corrompe. No había ninguna levadura en Cristo, pero él podía desenmascarar la de los fariseos y la de los saduceos. Ninguna levadura debía formar parte del memorial de la ofrenda ofrecida sobre el altar. Pero incluso lo que los sacerdotes comían, no debía ser cocido con levadura (Levítico 6:17). ¡Con qué facilidad se mezcla la importancia personal en nuestra aprecia­ción de la vida perfecta de Cristo: creer que sabemos más que otros, o el peligro de parafrasear, de decir más de lo que sentimos, de repetir cosas que hemos leído pero no asimilado!
La miel nos habla de los afectos naturales, de los sentimientos amables del hombre que pueden existir sin la vida de Dios. Tales sentimientos santificados por la gracia son deseables, incluso necesarios entre noso­tros, pero no forman parte del sacrificio; el sentimenta­lismo en particular debe ser excluido de la adoración; y en el servicio para el Señor, motivos mezclados (como, por ejemplo, el deseo de encontrarse con éste o con aquélla) no tienen nada que hacer en él. Todo aquello que ocupa su debido lugar en la vida privada, nada tiene que hacer en el santuario.

Figuras simbólicas en la Biblia (Parte V)

V - Números simbólicos

Uno. El número uno es el de la unidad. Su idea fundamental es la exclusión de las diferencias, porque no se puede dividir. Como número ordinal es el primero, el principio. Primeramente, pues, este número habla de Dios, como se puede apreciar en Deuteronomio 6.4: “Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”.
Dos. Es el número de comunión, crecimiento y testimonio. “El testimonio de dos hombres es verdadero”, Juan 8.17. “Mejores son dos que uno”, Eclesiastés 4.9. “...donde están dos o tres congregados...”, Mateo 18.20.
La unión mal aplicada trae división, conflicto y enemistad; por tanto, dos simboliza también el poder de la maldad entre enemigos de Dios. “... en el segundo carro caballos negros”, Zacarías 6.2. La muerte segunda; Apocalipsis 20.14.
Tres. Es el número de la plenitud divina y del testimonio abundante. “En boca de dos o tres testigos conste toda palabra”, Mateo 18.16. El hecho de que haya tres personas en la Deidad testifica la abundancia del deseo divino de bendecirnos. La plenitud del testimonio del Evangelio está expresado en tres verdades en 1 Corintios 15: Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día. Los tres días de viaje pedidos por Moisés para el pueblo de Israel testificaban de su separación de Egipto.
Cuatro. Es el primer número que admite una división sencilla, dividiéndose entre dos. Así que éste es el número de la criatura en su debilidad en contraste con el Creador. Es el número que simboliza la universalidad terrenal, y por esto tiene el sello de la debilidad en sí. Unos ejemplos son: “... los cuatro ángulos de la tierra”, Apocalipsis 20.8; “vi a cuatro ángeles en pie sobre los cuatro ángulos de la tierra que detenían los cuatro vientos de la tierra”, Apocalipsis 7.1. Hay cuatro razas humanas. El altar cuadrado corresponde a los cuatro puntos cardinales, dándonos a entender que el sacrificio de Cristo basta para toda la humanidad.
Cinco. Representa la gracia divina junto con la debilidad humana. El altar del tabernáculo tenía cinco codos de largo y cinco de ancho. Esto demuestra que, aun cuando Cristo fue crucificado en debilidad - 2 Co-rintios 13.4 - es por aquella muerte que la gracia divina se revela a nosotros.
Este número se puede separar en 4 y 1, o sea, la humanidad y la divinidad. Cuando David salió contra Goliat, escogió cinco piedras lisas. Salió sin armadura y en debilidad, pero contando con la gracia divina para destruir el gigante.
Seis. Este es el número del hombre, indicando el alcance del logro humano. Es el número de la imperfección en contraste con el siete, el número perfecto, porque lo mejor del hombre nunca alcanza la perfección. “El número de la bestia es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis”, Apocalipsis 13.18. La altura de Goliat era seis codos; otro gigante tenía seis dedos en las manos y en los pies; la imagen de Nabucodonosor era de sesenta codos de altura y seis de anchura. Durante las seis horas que Cristo estaba sobre la cruz los hombres llegaron al colmo de su maldad en su ira contra Él.
Siete. Es el número de la perfección divina. El séptimo día marcó la perfección de la obra creativa de Dios. “... los siete espíritus que están delante de su trono”, Apocalipsis 1.4, simbolizan la perfección de Dios el Espíritu Santo. El candelero del tabernáculo tenía siete lámparas, que se relacionan con los siete espíritus de Apocalipsis 1.4.
Muchas veces el número siete indica sólo una visión completa. Las siete cartas a las siete iglesias de Asia dan la historia entera de la Iglesia. Los siete sellos aseguraron completamente el libro. Las siete copas estaban “llenas de la ira de Dios”. Siete es la suma de cuatro más tres. Esto se ve en la visión completa del reino de los cielos dada en las siete parábolas de Mateo capítulo 13: las cuatro primeras tienen un aspecto externo del mundo, y las tres últimas revelan la mente divina.
Hay veces cuando el número siete representa la plenitud de la maldad, como por ejemplo los siete espíritus de Mateo 12.45 y las siete cabezas de la bestia en el Apocalipsis 13.
Ocho. Este número es introducido después del fin de un orden anterior. El octavo día es el primer día de una semana nueva, y así el ocho es el número de la resurrección. Nos habla de lo que es nuevo en contraste con lo viejo, sugiriendo un pacto nuevo o la creación nueva.
La circuncisión se practicaba el octavo día: “... al echar de vosotros el cuerpo pecaminoso carnal, en la circuncisión de Cristo”, Colosenses 2.11. Esto se relaciona con la nueva creación en Cristo Jesús para buenas obras, Efesios 2.10. La consagración de los sacerdotes duraba siete días, y el octavo día ellos empezaron sus ministerios. La transfiguración fue al octavo día, y representa la edad nueva cuando “se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder”, 2 Tesalonicenses 1.7. El octavo salmo anuncia el reino del Señor.
Nueve. El número del Espíritu; el fin de la época. El fruto del Espíritu, Gálatas 6.22,23 consta de nueve cualidades. Son nueve los dones del Espíritu, 1 Corintios 12.8 al 10. En relación con el jubileo, Israel comía del fruto añejo hasta el noveno año, Levítico 25.22. A la hora novena Jesús expiró, Marcos 15.33 al 37.
Diez. Este es el producto de cinco por dos. Los diez dedos de las manos y de los pies nos señalan respectivamente la capacidad del hombre para hacer y andar bien. La medida de la capacidad es la medida de la responsabilidad, y la medida de la responsabilidad determina el grado del juicio o de la recompensa. Hubo diez plagas en Egipto.
Los diez mandamientos estaban escritos en dos tablas, e indicaban la medida de la responsabilidad del hombre. En las diez vírgenes de la parábola de Mateo 25, la responsabilidad está puesta en vigor. Los diezmos demandados por Dios a Israel son indicación que su ganancia estaba compuesta de diez partes, de las cuales Dios recibía una en reconocimiento de su soberanía.
Doce. Es el número de la administración o de la soberanía manifiesta. Los doce meses indican la administración de Dios en la naturaleza; las doce tribus igualmente demuestran su administración en el gobierno de Israel. Los doce apóstoles tienen que ver con su administración en el cristianismo. Los doce nombres sobre los hombros del pontífice de Israel son figura de la administración del Señor en poder a favor de su pueblo, mientras que las doce piedras preciosas sobre su pecho son símbolo de su administración en amor.
Veinte. Este número es el producto de cuatro por cinco, y tenemos que buscar su significado en estos dos. Ya hemos visto que cuatro es el número universal y que cinco significa la gracia divina frente a la debilidad humana. La puerta del atrio del tabernáculo sirve de ejemplo para ilustrar lo que significa este número; aquella puerta tenía veinte codos de ancho, un símbolo apto de aquella gracia que ofrece entrada libre a la salvación a todo pecador. El perímetro del altar de bronce era de la misma medida, o sea, de veinte codos. Fue por el sacrificio de Cristo prefigurado por aquel altar, que Dios demostró su gracia hacia los de los cuatro puntos cardinales del mundo.
Veinticuatro. Adoración a Dios y gobierno de Dios en los cielos. Juan vio veinticuatro tronos y ancianos alrededor del trono, Apocalipsis 4.4. Primicia de esto se encuentra en los veinticuatro turnos de los sacerdotes de Salomón con sus divisiones de 2400 personas cada una. Este número es la realización eterna de todos los atributos positivos en dos, tres, cuatro, seis, ocho y doce.
Treinta. Está asociado con el comienzo de la productividad después de un período de preparación. Véase sesenta para el fin de este ciclo. “Era José de treinta años...”, Génesis 41. “Era David de treinta años”, 2 Samuel 5.4. “Jesús mismo al comenzar su ministerio era de como treinta años”, Lucas 3.23. A Daniel le fue dado un lapso de treinta días para ver a quién servía, 6.7. Treinta figura en el arca de Noé, el tabernáculo de Moisés y los templos de Salomón y Ezequiel, mayormente en relación con recintos provistos para comunión con Dios.
Cuarenta. Es otro múltiple de cuatro, pero esta vez con diez. Hemos visto que el diez es la medida de la plenitud de la responsabilidad del hombre hacia Dios y hacia su prójimo; así el cuarenta es el número de la prueba. En el diluvio llovió cuarenta días y cuarenta noches sobre la tierra: una catástrofe universal. Noé esperó cuarenta días después del decrecimiento de las aguas antes de abrir la ventana del arca. La vida de Moisés fue dividida en tres períodos de cuarenta años. El pueblo de Israel pasó cuarenta años en el desierto.
Los reinados de Saúl, David y Salomón duraron cuarenta años cada uno. A los hombres de Nínive les fueron dados cuarenta días para arrepentirse. El Señor estuvo en el desierto cuarenta días, donde fue tentado por Satanás. El ascendió al cielo cuarenta días después de su resurrección.
Cincuenta. Es típico de la libertad y la redención. “Santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra”, Levítico 25.10. “¿No perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos?” Génesis 18.24. “Tome tu cuenta... y escribe cincuenta”, Lucas 16.6. Como complemento a la libertad, cincuenta habla de la bendición impartida en el poder del Espíritu. Hubo cincuenta días entre las primicias de una cosecha y otra, Levítico 23.16; compárese Hechos 2.1: “pentecostés” o cincuenta. El Señor dio los panes a grupos de cincuenta.
Sesenta. Este número es usado para significar el alcance de cierto límite, pero no la plenitud. Los únicos hijos de Isaac nacieron cuando él era de edad de sesenta años, Génesis 25.26. La semilla produjo a treinta, a sesenta y a ciento por uno, Marcos 4.8. La viuda no menor de sesenta años recibe una atención especial, 1 Timoteo 5.9.
Setenta. Este número es el producto de diez por siete, y significa la perfección divina unida a la responsabilidad humana. Así, Dios mandó a Moisés a escoger setenta ancianos para que gobernasen a Israel, en contraste a la organización que le había aconsejado Jetro. La ofrenda de cada príncipe fue de setenta siclos de plata; Números 7.13. El pueblo de Judá estuvo cautivo en Babilonia por setenta años. Cuando Pedro preguntó a Cristo cuántas veces debía perdonar a su hermano, el Señor le contestó que debía hacerlo setenta veces, Mateo 18.22. El Señor envió a setenta discípulos a predicar el evangelio, Lucas 10.1.
Cien. Sugiere la plenitud. “... aunque un hombre engendrare cien hijos; aunque el pecador haga mal cien veces”, Eclesiastés 6.3, 8.12. “... recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna”, Mateo 19.29.
Mil. Encierra la idea de una gran cantidad pero en contraste con otra cantidad todavía mayor. “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles”, 1 Samuel 18.7. “Midió mil codos, y me hizo pasar ... Midió otros mil, y era un río que yo no podía pasar”, Ezequiel 47.3,5. Los mil años del glorioso reino terrenal son a su vez representativos de la eternidad mucho más glorioso y sin fin.
Diez mil. Una cantidad innumerable. “¿Cómo podría perseguir uno a mil, y dos hacer huir a diez mil, si su Roca no los hubiese vendido?” Deut. 32.30. “Aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres”, 1 Corintios 4.15.

ALGUNAS MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO (PARTE V)

5. Raquel, una esposa problemática
Leemos de Raquel mayormente en Génesis 29 al 31; 33; 35.
Esta esposa de Jacob era nieta de Betuel, hermano de Rebeca. Un día ella estaba abrevando las ovejas de su padre cuando Jacob llegó de su largo viaje de casi 900 kilómetros, huyendo de su hermano Esaú.
Al morir en su segundo parto, ella exclamó, “Hijo de mi tristeza” (35.18), y es en este espíritu de tristeza que las Escrituras proyectan la vida de esta mujer. Empleando a esta madre como figura de Israel, el profeta dijo: “Voz fue oída en Ramá, llanto y lloro amargo: Raquel que lamenta por sus hijos, y no quiso ser consolada acerca de sus hijos, porque perecieron”, Jeremías 31.15. La profecía tuvo su mayor cumplimiento en Lucas 2.16 al 18.
Era de lindo semblante y hermoso parecer. Para Jacob fue amor a primera vista, y él se ofreció a trabajar siete años para conseguir a Raquel por esposa. Había salido de la casa de su padre con apenas su cayado, como confesó ante el inminente encuentro con Esaú. Estos siete años le parecían como pocos días, porque la amaba.
Pero aun en aquellos días existía el principio divino que todo lo que el hombre sembrare eso también segará, Gálatas 6:7. Jacob había engañado a su padre, y ahora Labán, padre de Raquel, iba a engañar a Jacob. En la misma noche de su matrimonio, él no le dio a Raquel sino a Lea, la hermana mayor de ésta. Cuando Jacob le reclamó a Labán, éste le dijo que no era costumbre casar la menor antes de la mayor, pero que dejara pasar la semana de festividades y luego le daría a Raquel, con tal que trabajara otros siete años por ella.
Era evidente que Jacob amaba más a Raquel que a Lea. Pero no era padre responsable; se interesó él en negocios a expensas de su hogar. Ella resultó ser una esposa problemática. Envidiosa, 30.1. Incrédula, 30.3. Idólatra y ladrona, 31.32. Mentirosa, 32.35. No leemos de este tipo de conducta en Lea.
Dios vio el menosprecio a que estaba sujeta Lea de parte de Raquel y Jacob, y le dio a la mayor, seis hijos. Raquel, en cambio, era estéril, y esta situación la puso muy envidiosa. Llegó hasta decirle a Jacob: «Dadme hijos, o si no, me muero.» Esto demostró una falta de espiritualidad. Sin embargo, Dios vio su aflicción y se acordó de ella. Nace José. Al darle este nombre, ella oró por vez primera, en lo que al relato bíblico se refiere, pues el nombre José significa «Añádame Dios otro hijo.» Raquel murió trágicamente dando a luz su segundo hijo. Ella le llamó Benoni, nombre que quiere decir “la encina del llanto”, pero nosotros le conocemos por Benjamín.
Aunque los dos hijos de Raquel eran los favoritos de su padre, y José es el tipo más perfecto del Señor Jesucristo que encontramos en el Antiguo Testamento, la verdad es que en cuanto a las doce tribus de Israel que iban a proceder de los varios hijos, fueron Leví y Judá, hijos de Lea, que más iban a llevar la batuta en la nación. Murió Raquel y levantó Jacob un pilar sobre su sepultura, 35.19, 20.

El yugo desigual (Parte V)

El yugo religioso



¿Qué acuerdo entre el templo de Dios y los ídolos?  2 Corintios 6.16
En las asambleas bíblicas podemos servir a Dios con conciencia limpia en cuanto a nuestra asociación con los hermanos en la fe. A pesar de las debilidades entre nosotros, se exige que solamente auténticos creyentes estén en la comunión. Si cabras se incorporan entre las ovejas, no es porque no se ha hecho un esfuerzo para examinarlas bien.
Pero entre muchas sectas de índole evangélica no hay el mismo cuidado; basta que uno diga que se ha entregado a Cristo. Por lo tanto, mucha gente activa en campañas interdenominacionales de evangelización no da evidencias bíblicas de ser de Cristo. “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo”, 2 Timoteo 2.19.
Otros niegan las doctrinas fundamentales de la Biblia, aun en cuanto a la persona de Cristo, del Padre y del Espíritu Santo. Los tales no debemos recibir en nuestra casa, 2 Juan 9 al 11. Si traba­jamos con ellos en campañas mancomunadas, nos comprometemos en yugo desigual con los infieles.
Podemos citar muchos casos donde personas no renacidas han participado activamente en las campañas unidas de evangelización. Han declarado públicamente que no creen en la inspiración de la Biblia, el nacimiento virginal, la divinidad de Jesús, ni los milagros. Pero por conseguir mayor membresía en sus iglesias, ellos se han incorporado en las campañas. Por ser ministros o pastores, se les ha concedido el dirigir la oración. De nuevo, las personas realmente salvas que están activas en esas campañas se encuentran en un yugo desigual con los infieles.
En nuestros ejemplos ya hemos hecho mención de alianzas entre reyes de Judá y reyes impíos. El unirse en la batalla para salir contra los enemigos del Señor era un yugo desigual y correspondía al yugo hoy en día del creyente que se une con los inconversos en las batallas del Señor.
El rey Asa dijo a Ben-adad de Siria: “Haya alianza entre nosotros”, 1 Reyes 15.19. Hanani el profeta le reprendió: “Te has apoyado en el rey de Siria, y no te apoyaste en Jehová tu Dios… locamente has hecho en esto; porque de aquí en adelante habrá más guerra contra ti. Entonces se enojó Asa contra el vidente y lo echó en la cárcel, porque se encolerizó grandemente a causa de esto”, 2 Crónicas 7.10.
Es triste cuando un creyente se molesta porque un hermano fiel le haya enseñado la Palabra de Dios para reprenderle.
El rey Josafat cometió el mismo error al salir a la guerra con Acab. Cuando buscó un mensaje del profeta, Dios permitió que un espíritu de mentira engañara a éste. El hecho nos enseña que la desobediencia a la Palabra de Dios en el yugo desigual solamente conduce a más errores. Él no guarda al tal en los caminos de la verdad. El profeta Jehú reprendió a Josafat: “¿Al impío das ayuda, y amas a los que aborrecen a Jehová? Pues ha salido ira de la presencia de Jehová contra ti por esto”, 2 Crónicas 19.2.
El yugo religioso también introduce innovaciones de las sectas. “Después fue el rey Acaz a encontrar a Tiglat-Pileser, rey de Asiria, en Damasco; y cuando vio el rey Acaz el altar que estaba en Damasco, envió al sacerdote Urías el diseño y la descripción del altar, conforme a toda su hechura. Y el sacerdote Urías edificó el altar”, 2 Reyes 16.10 al 14.
De modo que Acaz cambió la forma del templo, introduciendo este nuevo altar grande (sin duda el más lujoso y moderno) frente al templo y colocando el viejo, de bronce, al lado norte. Su yugo con Tiglat-Pileser resultó en una victoria militar pero una derrota espiritual, porque le condujo a modificar el templo que había sido hecho según el diseño que Dios mandó.
De igual modo hay hermanos en la fe que se unen en campañas fuera de las iglesias que se conforman al Nuevo Testamento y allí ven cosas que no son bíblicas que les apelan. Luego procuran introducirlas en su propia congregación.
El movimiento carismático es una trampa para llevar al pueblo del Señor al yugo desigual con los religiosos no renacidos. Se alega que une a todos los que “buscan a Dios”. Católicos, protestantes y evangélicos se reúnen para orar, leer la Biblia y buscar los dones espirituales. No se hace distinción de religión o sexo con tal que uno dice que quiere orar, expresar sus propios pensamientos sobre la Biblia y recibir dones.
La oración en supuestas lenguas es cosa corriente, haciendo caso omiso de que las auténticas lenguas de tiempos apostólicos eran solamente señales. Todas las lenguas del día de Pentecostés era idiomas conocidos y entendidos por los extranjeros presentes, a diferencia de las así llamadas lenguas modernas que son sílabas y palabras descoyuntadas que no se comprenden. El hecho de que personas inconversas en esas reuniones hablan estas “lenguas” al igual de quienes sí son, comprueba que no se trata de un don del Espíritu de Dios, sino de una gran falsificación de Satanás. Tampoco se trata de lenguas angelicales; todo ángel que habló en la Biblia lo hizo en lenguaje conocido al oyente, sin intérprete.

Esta mezcolanza de credos nos recuerda a Babilonia la Grande. El llamado de Dios a su pueblo en aquel día futuro será: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados”, Apocalipsis 18.4. Es yugo desigual.

Doctrina: Cristología. (Parte V)

III. La Encarnación (continuación)


c)   Razones de la Encarnación
Cualquier persona que realiza una acción tiene razones que la apoyan o motivan a que se realice tal acción. En relación a la encarnación de la segunda persona de la Trinidad, tales razones las podemos encontrar en diversos pasajes de la Biblia. Encontramos ocho razones, que a nuestro juicio, son las causas porque la segunda persona de la Deidad se encarnó y tomó forma de hombre (cf. Filipenses 2:7).
1.   Para mostrarnos a Dios por medio de Él mismo.
Sabemos que Dios se revela a Sí mismo de varias maneras, pero solamente la encarnación reveló la esencia de Dios, aunque de forma velada (Mateo 11:27; Juan 1:18; 14:7–11; Romanos 5:8; 1 Juan 3:16). El único modo que el hombre tiene para conocer al Padre es conocer al Hijo; y la única forma de lograrlo es estudiando Su vida directamente en las Escrituras. “Por haberse Él hecho hombre, la revelación de Dios se personalizó; porque Él es Dios, esa revelación es completamente verdadera.”
2.   Para proveer ejemplo para nuestras vidas.
Toda la vida terrenal de nuestro Señor se nos presenta como modelo para nuestras vidas (1 Pedro 2:21; 1 Juan 2:6, cf. Efesios 4:13). Si la encarnación no se hubiere concretado, tal ejemplo no existiría. Como ser humano, Él gustó de las “crisis” (vicisitudes) del hombre, y nos proveyó (y provee) de un ejemplo práctico para seguir (imitar, 1 Corintios 11:1, 1 Tesalonicense 1:6, cf. Hebreos 6:12); y como Dios, “nos ofrece el poder para seguir Su ejemplo.” Por tanto, el vino a revelar el verdadero hombre que Dios esperaba que hubiera sido y cuál debe ser la conducta del creyente
3.   Para proveer un sacrificio realmente efectivo por el pecado
Si no se hubiese efectuado la encarnación de la tercera Persona de la Trinidad, no tendríamos un Salvador en el cual creer. El pecado requiere la muerte como su pago (Romanos 6:23), esto lo apreciamos desde los primeros tiempos como es el caso del sacrificio sustitutorio hecho por Abel (Génesis 4:4) y todos los demás. También sabemos que Dios no puede morir, por lo cual el Salvador tiene que ser humano para poder morir; y la muerte de un hombre común  por el pecado no lo podría pagar ni por él  ni por ninguno; de igual modo el sacrificio de un animal inocente tampoco limpiaba al hombre, solo producía efectos temporales, de lo contrario no habría tenido que morir una cantidad incontable de animales. Por consiguiente, el  Salvador también tiene que ser Dios. Necesitamos un Salvador que cumpla las dos características, que sea Dios-Hombre, y lo tenemos en nuestro Señor (Hebreos 10:1–10).
4.   Para poder cumplir el pacto de Dios con David
El Ángel Gabriel le comunicó a María que a su Hijo se le daría el trono de David (2 Samuel 7:16; Lucas 1:31–33; Hechos 2:30-31,36; Romanos 15:8). Como la promesa fue hecha a David, un ser humano, quien ocupe el trono de David, requiere  que sea humano. Por lo consiguiente, el Mesías tenía que ser humano.  Y al mismo tiempo,  para ocupar el trono para siempre se requiere que el que lo ocupe nunca muera. Y solamente Dios cumple ese requisito. Así que el que en definitiva cumpliría la promesa davídica tenía que ser Dios-Hombre (Apocalipsis 19:16).
5.   Para deshacer las obras del diablo (1 Juan  3:8)
Esto fue efectuado por la aparición de Cristo como hombre. Note que Juan recalca que esto ocurre por Su venida ¿Por qué fue necesaria la encarnación para derrotar a Satanás? Porque Satanás tenía que ser derrotado en su propio terreno, o sea, este mundo. Así que Cristo fue enviado a este mundo para destruir las obras del diablo.
6.   Para poder ser Sumo Sacerdote compasivo.
Según  la epístola a los Hebreos (4:14-16), nuestro Sumo Sacerdote puede entender nuestras debilidades porque Él fue probado como lo somos nosotros. Pero Dios nunca es probado, así que fue necesario que Dios se hiciera hombre para ser probado a fin de que fuera un Sacerdote compasivo.
7.   Ser Cabeza de la Iglesia.
El hecho que “tomase forma de siervo, semejante a los hombres” (Filipenses 2:7) y muriese en la cruz. Dios no lo dejó en la tumba sino que lo resucitó de los muertos al tercer día  y lo sentó a sus diestra (Efesios 1:20), siendo Señor de todo lo creado (Efesios 1:21), y por cabeza de la Iglesia (Efesios 1:22).
8.   Para poder ser un juez competente.
Aunque la mayoría de las personas piensan de Dios como el Juez delante del cual todos comparecerán, la verdad es que Jesús será ese Juez (Juan 5:22, 27). Todo el juicio será llevado a cabo por nuestro Señor “por cuanto Él es el Hijo del Hombre”. Este es el título que lo asocia con la tierra y con Su misión terrenal. ¿Por qué es necesario que el Juez sea humano y haber vivido en la tierra? Para poder refutar todas las excusas que los humanos pudieran presentar. ¿Por qué tiene el Juez que ser también Dios? Para que Su juicio sea verdadero y justo.

Meditación.

“...por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Corintios 15:10).
Una de las agonías de la vida que nos infligimos a nosotros mismos es tratar de ser alguien que nadie tuvo la intención de que fuéramos. Cada uno es una creación única de Dios. Como alguien a dicho: “Cuando él nos hizo, en seguida rompió el molde”. Nunca deseó que nosotros tratáramos de cambiarla. Maxwell Maltz escribió: “Tú como personalidad no estás en competencia con ninguna otra persona, por la sencilla razón de que no hay otra como tú en toda la faz de la tierra. Eres un individuo. Eres único. No eres como ninguna otra persona y jamás podrás ser ninguna otra persona. No se supone que debas ser como ninguna otra persona y no “se supone” que nadie deba ser como tú”.
Dios no creó a una persona modelo y la etiquetó diciendo: así deben ser todos. Hizo a cada ser humano individual y único así como hizo cada copo de nieve individual y única.
Cada uno de nosotros es el producto de la sabiduría y amor de Dios. Al hacernos como somos, sabía exactamente lo que hacía. Nuestra apariencia, inteligencia y talentos representan lo mejor de él para nosotros. Cualquiera que tuviera conocimiento y amor infinitos habría hecho lo mismo.
Ahora bien, desear ser diferentes a como somos es un insulto a Dios. Sugiere que él ha cometido un error o que nos ha negado algo que habría sido para nuestro bien.
Desear ser distinto es inútil. Dios nos ha hecho y nos ha dado todo lo que tenemos con un objetivo. No hay duda de que podemos imitar las virtudes de otras personas, pues Dios así nos manda, que seamos imitadores, pero aquí estamos hablando de lo que somos físicamente y en talentos como creación de Dios. Si estamos insatisfechos con el proyecto de Dios para nuestra vida, nos paralizaremos con sentimientos de inferioridad. Pero ésta no es una cuestión de inferioridad. No somos inferiores, únicamente individuales y únicos.
Todo intento de ser lo que no somos está condenado al fracaso. Es tan inconcebible como si un dedo de nuestra mano tratara de hacer la labor del corazón. Ése no fue el designio de Dios y simplemente no funcionará.
La actitud adecuada está en decir con Pablo: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Corintios 15:10). Debemos regocijarnos porque somos un diseño especial de Dios y determinar utilizar lo que somos y tenemos al máximo para Su gloria. Hay muchas cosas que no podremos hacer, pero hay otras que podemos hacer y que otros no.

LA PRIMERA EPÍSTOLA DE JUAN (Parte V)

Capítulo 3: Crecimiento en la Vida Divina (1 Juan 2: 12-27) (continuación)


 (Versículo 15). Los jóvenes pueden entrar en conflicto con el diablo y en contacto con el mundo. Como la carne aún está en nosotros, el mundo es un peligro muy real. Somos enviados al mundo como testigos de Cristo, pero no somos del mundo. Por consiguiente, somos advertidos a no amar al mundo. Más aún, se nos recuerda que "Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él." Nosotros podemos, lamentablemente, ser tentados por él, o, en un momento en que hemos bajado la guardia, ser vencidos por él, pero la pregunta que nos prueba es, ¿Amamos al mundo? Una palabra solemne para todo quien profesa ser de la familia de Dios y sin embargo parece estar más a gusto en compañía del mundo que entre el pueblo de Dios.

(Versículo 16). El apóstol no nos deja en ninguna duda en cuanto al carácter del mundo del que habla. Él no se refiere al mundo físico de la naturaleza, sino a ese gran sistema construido por el hombre caído, que se caracteriza por los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida.
Se ha notado que estos tres principios entraron con la caída del hombre. El diablo tentó a Eva con la pregunta,  "¿Conque Dios os ha dicho...?" Si la palabra de Dios hubiese estado morando en su corazón, ella la podría haber usado para vencer al diablo. ¡Lamentable! esta palabra no gobernaba sus pensamientos, así que, cuando la cita (o más bien, la cita mal), ella no solamente carecía de poder para vencer, sino que cayó en la trampa de principios mundiales. Ella "vio...que el árbol era bueno para comer", y así fue arrastrada por los deseos de la carne. Además, ella vio que "era agradable a los ojos", y fue atraída así por los deseos de los ojos. Por último, ella vio que este era un "árbol codiciable para alcanzar la sabiduría", y la vanagloria de la vida que ansía el conocimiento fue despertada. Siendo arrastrado por los principios del mundo, Adán desobedeció a Dios y fue expulsado del jardín. El mundo, entonces, es un vasto sistema organizado por el hombre caído para complacer los diferentes deseos de la carne, para gratificar el ojo, y para atender las varias formas de vanagloria.
En este mundo no hay nada que sea del Padre, y no hay amor por el Padre. Para el creyente, el Padre ha abierto otro mundo que está caracterizado, no por el deseo que busca su propia satisfacción, sino por el amor que busca el bien de su objeto. No es un mundo que busca gratificar la vista, sino donde Cristo es el Objeto que todo lo satisface — “Vemos a Jesús" (Hebreos 2:9 - Versión Moderna). No es un mundo caracterizado por la vanagloria que se jacta en su propia sabiduría, sino que es uno que se caracteriza por la humildad que se deleita por sentarse,  como un principiante, a los pies de Jesús.

(Versículo 17). Además, el mundo del hombre va pasando. No obstante lo bella que puede ser en ocasiones su exhibición exterior, está dominado por el pecado, y la sombra de la muerte está sobre todo. Ya hemos oído que las tinieblas, o la ignorancia de Dios, van pasando; ahora aprendemos que el mundo que mora en tinieblas también va pasando. En contraste con el mundo que pasa, los que hacen la voluntad de Dios permanecen para siempre; ellos pertenecen a un mundo sobre el cual ninguna sombra de muerte alguna vez caerá.
Los Hijitos. Hemos aprendido del versículo 13 que la primera característica de los hijitos es que ellos han "conocido al Padre." Mientras ellos progresan espiritualmente, se les hará entrar en conflicto espiritual. Llegarán a ser  jóvenes y pelearán la buena batalla de la fe. Ellos saldrán a luchar por el Señor, pero comienzan en el círculo hogareño. En ese bendito círculo de amor, ellos pueden saber poco del poder del enemigo y del conflicto que se encuentra ante ellos, pero aprenden el amor del corazón del Padre y el sostén de la mano del Padre. No es solamente que saben que son niños, y que Dios es su Padre, sino que ellos conocen al Padre con Quien están en relación. Poco pueden saber de las profundidades de Satanás, o de las trampas del mundo, o del mal en sus propios corazones, pero conocen el corazón del Padre. Una vez ellos no conocían nada del corazón del Padre y nada les importaba la voluntad del Salvador, pero como pecadores fueron traídos al Salvador y, por la fe en Cristo Jesús, pasaron a formar parte de la familia de Dios, como leemos, "pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo" (Gálatas 3:26). Les fue dado el Espíritu Santo, el amor de Dios fue derramado en sus corazones, y ahora pueden levantar su mirada y decir, "¡Abba, Padre!". Ellos saben que el Padre los ama con un amor que nunca se cansa y con un cuidado que nunca cesa.

(Versículo 18). Los hijitos, por su inexperiencia, están más particularmente en peligro de ser engañados. Así el apóstol les advierte contra seductores anticristianos. Se nos dice que este es "el último tiempo". Como ya han pasado diecinueve siglos desde que estas palabras fueron escritas (N. del T. : el autor vivió entre los años 1862/63? - 1943), podemos concluir que el apóstol no se refiere al último tiempo en cuanto al tiempo cronológico, sino más bien último tiempo en cuanto al carácter. Sabemos que el último tiempo antes que el juicio caiga sobre la Cristiandad apóstata estará caracterizado por la aparición del Anticristo. Pero maestros anticristianos ya habían aparecido en los días del apóstol, "por esto conocemos que es el último tiempo."

(Versículo 19). Estos maestros anticristianos serían una trampa especial para los creyentes, en vista de que ellos surgirían en el círculo Cristiano y luego abandonarían la profesión Cristiana.

(Versículo 20). Para capacitar a los creyentes a escapar de toda enseñanza anticristiana, se nos recuerda, primeramente, que tenemos el Espíritu Santo —la Unción— y así somos capaces de juzgar todas las cosas. No  conocemos nada por nosotros mismos, pero teniendo el Espíritu tenemos la capacidad de conocer todas las cosas.

(Versículo 21). En segundo lugar, tenemos "la verdad". El Espíritu no nos ilumina el entendimiento por medio de alguna imaginación interior; Él usa "la verdad", y nos capacita así para detectar el error. Nosotros no detectamos la mentira ocupándonos con el mal sino conociendo la verdad. Lo que nos corresponde es ser simples en lo que concierne al mal y sabios en cuanto al bien.

(Versículos 22, 23). En tercer lugar, teniendo el Espíritu y la verdad, aprendemos de inmediato que la Persona de Cristo es la gran prueba de todo sistema anticristiano. Podemos ser engañados si los juzgamos por los términos Cristianos que ellos pueden usar y las prácticas que pueden seguir. La prueba real es, ¿qué posición tienen ellos con relación a la verdad en cuanto a la Persona de Cristo? Se encontrará que todo sistema falso niega en alguna forma la verdad de Su Persona. Hay, sin embargo, dos formas principales de error y oposición a la verdad. Una forma de error, principalmente hallada entre los Judíos, niega que Jesús es el Cristo - el Mesías que ha de venir. La otra forma de error, que surge en la profesión Cristiana, niega la verdad del Padre y del Hijo. Cuando el Anticristo aparezca, él unirá la mentira de los Judíos con la mentira que surge en la profesión Cristiana, negando al mismo tiempo que Jesús es el Mesías y que Él es una Persona divina. Hoy, cada sistema falso que ha surgido en la Cristiandad se yergue condenado por la negación de la verdad de la Persona de Cristo como el Hijo, y la negación de la verdad del Hijo llevará a la negación de la verdad en cuanto al Padre.

(Versículo 24). Nuestra salvaguardia contra todo error en cuanto a la Persona de Cristo se encuentra en permanecer en lo que hemos oído desde el principio. Los Judíos pudieron decir a Jesús, "Tú, ¿quién eres?" El Señor respondió, "Ese mismo que os he dicho desde el principio." (Juan 8:25 - Versión Moderna). Una traducción más exacta de estas palabras es, "Absolutamente lo que yo también les digo." (N. del T.: traducido de la Versión Inglesa de la Santa Biblia de J. N. Darby). Sus palabras eran la perfecta expresión de Él mismo. ¡Cuidado! nosotros podemos usar palabras para esconder lo que somos: Él usó palabras para expresar perfectamente lo que Él era. Nosotros hemos oído Su voz y conocemos la verdad en cuanto a Él. Podemos tener mucho que aprender de las glorias de Su Persona, pero sabemos Quién es Él. Cualquier pretensión de modernismo, o cualquier otro sistema falso, que nos dé verdad adicional en cuanto a Su Persona, es una negación de que la plena verdad salió a la luz en el principio. Si lo que hemos oído desde el principio permanece en nosotros - si ello gobierna nuestros afectos - permaneceremos en la verdad del Hijo y del Padre. Las ovejas oyen Su voz y así son capaces de detectar las muchas falsas voces de los extraños, como leemos, "Mas al extraño no seguirán... porque no conocen la voz de los extraños" (Juan 10:25).

(Versículo 25). En cuarto lugar, tenemos vida eterna según la promesa. Esta vida nos pone en relación con Personas divinas. Las palabras del Señor son, "Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Juan 17:3).
Es evidente, entonces, que estos maestros anticristianos quedan expuestos como no siendo de nosotros - la compañía Cristiana (versículo 19); ellos no tienen el Espíritu (versículo 20); no conocen la verdad (versículo 21); niegan al Padre y al Hijo (versículo 22); ellos no continuaron en lo que era desde el principio (versículo 24); y ellos no poseen vida eterna (versículo 25).
Los niños en Cristo ("hijitos") pueden escapar de su enseñanza de maldad por tener el Espíritu, la verdad, el conocimiento del Padre y del Hijo, permaneciendo en lo que ellos han oído desde el principio en Cristo, y viviendo la vida eterna por medio de la cual ellos pueden gozar la comunión con Personas divinas.


(Versículos 26, 27). Estas, entonces, son las cosas que el apóstol escribe para exponer a aquellos que desearían  descarriarnos, y para advertirnos contra ellos. Además, no sólo tenemos la palabra escrita, sino también el Espíritu Santo para capacitarnos a entender la palabra y probar las enseñanzas de los hombres. Los maestros pueden pasar, pero el Espíritu permanece. La enseñanza del mejor de los maestros puede ser parcial, pero el Espíritu Santo nos puede enseñar "todas las cosas". La enseñanza del mejor de los maestros a veces puede estar mezclada con imperfección, pero la enseñanza del Espíritu Santo "es verdadera" y ella "no es mentira". El propósito de todo falso maestro es seducir a los santos para que abandonen la verdad; el efecto de la enseñanza del Espíritu Santo es conducir a los santos a permanecer en la verdad tal como Cristo la presentó desde el principio.