lunes, 6 de febrero de 2017

José, Tipo del Señor (Parte I)

De los varones de Dios en la antigüedad, ninguno como José en el sentido de conformar su vida a la de Aquel que habría de venir y que, como la Suprema Realidad, daría la forma definitiva a los tipos, sombras y figuras que desde antaño le preanunciaban. Notemos, pues, en el presente escrito algunos aspectos en los cuales este varón santo del Antiguo Testamento, José, prefigura al Varón del perfecto andar, quien con su vida y persona colmó de satisfacciones el corazón del Padre.

1.      JOSÉ Y SU NOMBRE
José significa “el que añade”, significado este que José hizo una realidad en su vida. Él añadió “a la fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (2 Pedro 1:5‑7). No cabe duda, su vida fue de verdadero crecimiento delante de Dios y de los hombres y, quienes estuvieron bajo su influencia santa, también recibieron los beneficios de tal crecimiento. En esto José nos recuerda a Aquel de quien se escribió: “Subirá (crecerá) cual renuevo delante de él (Dios)” y, “Jesús crecía en sabiduría y estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Isaías 53:2; Lucas 2:52). También, Él añade día a día sus beneficios sobre nosotros. “De su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia”, es decir “gracia y más gracia” (Juan 1:16). La esposa del Cantar sabía lo que ella era y había encontrado bajo la influencia de su amado: “Yo soy muro, y mis pechos como torres, desde que fui en sus ojos como la que haya paz” (Cantares 8:10). Así, pues, nuestro Redentor es “Él que añade”, ¿Sabemos apreciar su persona y sus beneficios?
2.      JOSÉ Y SU OFICIO
“Apacentaba las ovejas...“ (Génesis 37:2). Al igual que David, José fue pastor de las ovejas de su padre. En ello, estos dos varones tipifican al Pastor de los pastores. Aquel que:
como Pastor Amante, tuvo compasión de la gente, pues andaban como ovejas sin pastor (Marcos 6:34);
como Buen Pastor, dio su vida por las ovejas (Juan 10: 11);
como abnegado Pastor, “va tras la que se perdió (el peca­dor), hasta encontrarla” (Lucas 15:4);
como fiel Pastor “va por los montes a buscar la que se había descarriado” (el creyente extravia­do) (Mateo 18:12);
como suficien­te Pastor apacienta, pastorea y cuida a las ovejas (Salmo 23);
como exaltado Pastor (Príncipe de los pastores), galardonará a los pastores que cuidaron la grey con fidelidad. (1 Pedro 5:4);
y, como Eterno Pastor‑Cordero, y entronado, “los pastoreará, y los guiará a fuentes de agua de vida” (Apocalipsis 7:17; Hebreos 13:20).
3.      JOSÉ Y EL PECADO
“Informaba José a su padre la mala fama de ellos” (Génesis 37:2). Nunca José fue cómplice del peca­do. Primeramente, no toleró el pecado en su propia vida y, luego no fue complaciente con el pecado de otros. De igual manera, el Señor no se contaminó con el pecado. Es el único ser del cual pudo y puede decirse: “Nunca hizo mal­dad, ni hubo engaño en su boca” (Isaías 53:9). Por ello, como el pecado era una manifestación repulsiva a su propia naturaleza, reprendió con vigor el pecado de la nación y de sus líderes, quienes habían perver­tido el consejo de Dios. Al igual que José con sus hermanos, el Redentor se granjeó la antipatía de sus contemporáneos, porque reprendió sus pecados. Les dijo en cierta ocasión: “Procuráis matar­me a mí, hombre que os he hablado la verdad” (Juan 8:40).
Por lo menos dos lecciones de importancia se desprenden de esto para nosotros.
Decir la verdad implica un precio que pagar, no obstante, todo creyente fiel debe seguir el ejemplo de su Maestro, poner la verdad en alto, denunciar el pecado, aunque hayan de llevarse las consecuencias. La Biblia dice: “Compra la verdad, y no la vendas” (Proverbios 23:23).
El mismo Cristo que denunció el mal de las gentes en su estadía terrenal, hoy, igualmente, aborrece el pecado en medio de su pueblo. El hecho de que ahora es nuestro Redentor no cambia su naturaleza ni mueve su natural e implícita aversión contra el pecado. Él quiere que cada uno de nosotros aprendamos a aborrecer el mal en todas sus manifestaciones. “Los que amáis a Jehová, aborreced el mal” (Sal. 97:10).

4.      JOSÉ EL AMADO
“Y amaba Israel a José más que a todos sus hijos, porque lo había tenido en su vejez” (Génesis 37:3). Al igual que Isaac, José es un tipo de Cristo como el amado del Padre. Dios declaró del Señor: “mi Amado, en quien se agrada mi alma” (Mateo 12:18, citando a Isaías 42). En la parábola de los labradores malvados, según Lucas, el señor de la viña, al ver que sus emisarios habían sido afrentados, dijo: “Enviaré a mi hijo amado” (Lucas 20:13). No sabemos cuál era la fórmula usada por Juan al bauti­zar a sus conversos en el Jordán, pero sí sabemos cuáles fueron las palabras bautismales que Dios usó cuando su Hijo era bautizado en el Jordán: “Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacen­cia” (Lucas 3:22).
Y ¿qué relación tiene el amor del Padre hacia su Hijo con nosotros? Algo demasiado sublime para poderlo apreciar ca­balmente con nuestro entendimien­to, pues la entrega de su Amado es la medida del amor de Dios hacia nosotros. ¿Quién puede cuantificar tal medida? Está escrito: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Juan 4:9). La conclusión lógica que, como lección y aplicación práctica, se presenta a nosotros es lo que Juan apóstol dice: “Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros” (1 Juan 4:11).
5.      JOSÉ Y SU VESTIDO
“Y le hizo una túnica de diver­sos colores”. Hablando de vestidos, literalmente, también la túnica del Señor era singular... Era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo” (Juan 19:23). Eran en sí piezas vestuarios que, físicamente hablando, les distinguían de los demás hombres, pero, a su vez, representan el carácter distintivo de sus vidas. Al igual que la túnica de José no se parecía a la de sus hermanos, tampoco su vida se parecía a la de ellos. Además, el tono festivo y el colorido de aquellas vestiduras indicaban el regocijo que su padre encontraba en él. En cuanto al Señor, su túnica era como su carácter, “sin costura, de un solo tejido”. En su vida el pecado no hizo ninguna escisión, ninguna rotura que coser; “de un solo tejido”, homogéneo, continuo, inclaudicante en su carácter santo; “de arriba abajo”, de principio a fin inquebrantable en su devoción a Dios, inimitable en su propósito redentor.
6.      JOSÉ EL AFRENTADO
Bajo las siguientes palabras sus hermanos decidieron dar muerte a José: “He aquí viene el soñador... venid, matémosle...“ (Génesis 37:19‑20). De igual mane­ra y con similares palabras, los labradores malvados (representantes de los líderes de la nación de Israel) complotaron contra el “hijo amado” de la parábola, el mismo Señor, al cual el señor de la viña había enviado. Ellos también dije­ron: “Este es el heredero; venid, matémosle... “(Lucas 20:14). Sabemos que los hermanos de José no llegaron a matarle más que en el propósito, empero el Cristo de Dios sí sufrió la muerte angustiosa de la cruz. El apóstol Pedro acusó a la nación judía de la muerte del Enviado: “matasteis al Autor de la vida” (Hechos 3:15).

7. JOSÉ EL VENDIDO
En cuanto a este aspecto tene­mos también un paralelo impre­sionante entre José y el Señor. Ambos fueron vendidos, el primero por veinte piezas de plata, el segundo por treinta. Algo más, entre todos los hermanos de José fue Judá el que propuso venderlo y, entre los discípulos del Señor fue Judas el que le vendió (véase Génesis 37:26‑27). Judá y Judas significan lo mismo: “Célebre”. Más aun, como “sus hermanos convinieron con él (con Judá)” en vender a José (Génesis 37:26,27), con la probable excepción de Rubén (léase Génesis 37:21‑29), en­tonces, Judá fue el representante de una acción colectiva. De igual manera, Judas fue el exponente particular de una venta colectiva, como está escrito en Mateo 27:9 “Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: “Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel”. Hermanos, treinta piezas de plata fue el ínfimo precio que Judas y los hijos de Israel pusieron por el Salvador, ¿Cuál es el precio que tú le asignas? ¿Cuánto vale Él para ti?
Pedro dice: “Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso” (1 Pedro 2:7). El adjetivo precioso allí es la misma expresión que en otras partes del Nuevo Testamento se traduce como “precio” y como “honra”; pero autoridades bíblicas como Scofield y Thomas Newberry indican que, literalmente, es “La Preciosidad”, en otras palabras y en grado absoluto, lo que tiene más valor que cualquier cosa o ser en todo el universo de Dios. ¿Cuánto vale, pues, el Amado para nosotros? El grado de rendición a Él es la medida de cuánto le amamos o la expresión de cuán poco valoramos su persona. Hay quienes, cuando cae la lluvia, no van al culto para no ensuciar sus zapatos. ¿Le estiman de veras? A veces damos al Señor una miseria de nuestros bienes y lo estamos haciendo con dolor ¡pensando que es demasiado! ¿Le estamos valo­rando cual “La Preciosidad”? Es común en nuestros días, en nues­tras asambleas, el que personas llamadas creyentes, hablen, rían, cuchicheen y hagan señas durante la celebración del culto. Además de evidenciar con esto una falta de cultura casi asnal, ¿están las tales personas expresando con esto que aprecian la presencia del Bendito en medio de su pueblo? La entrega a Él en nuestra vida privada y particular y la reverencia al Señor en la vida congregacional son evidencias del precio que a su digna persona asignamos.

La Sana Doctrina, 1984,85

Jesús es diferente

La Navidad es el recuerdo de que el Hijo de Dios se hizo hombre. Vemos al echar una mirada a Su vida cuán diferente es Él.


Jesús no tenía ninguna otra prueba de Su legitimidad que a Sí mismo. Él nunca escribió un libro, no comandó ningún ejército, no desempeñó ningún cargo público, y nunca tuvo posesiones privadas. Hace apenas 2,000 años atrás, Él se desplazó solo en un radio de más o menos ciento cincuenta ki­lómetros, alrededor de Su aldea natal de Nazaret, y aun así Su nombre es conocido hasta el día de hoy.
Jesús era absolutamente hu­milde, y aun así Él irradiaba una autoridad invencible. Muchos eruditos intentaron hacerlo caer a través de preguntas capciosas, pero Sus respuestas sencillas y Sus parábolas hablan de una am­plia sabiduría de vida, una sabi­duría que sobrepasa a la de todos Sus contemporáneos.
A Su disposición estaban todas las riquezas del mundo y Él re­nunció a ellas. Resistió firmemen­te todos los intentos de corrup­ción. Tampoco se dejó seducir por medio de homenajes y zalamerí­as. Como Creador del Universo, vivió humildemente como siervo de Sus criaturas.
Jesús no fundó ningún partido u organización, e incluso así Sus ideas forman la base de inconta­bles órdenes, universidades, insti­tuciones de investigación e igle­sias. Él se negó estrictamente a usar violencia o a hostigar a al­guien, y aun así conquistó los co­razones de millones de personas.
No legó ningún tipo de libros filosóficos o de escritos autobio­gráficos, y aun así no existe ningu­na persona en toda la historia del mundo, sobre cuya vida más per­sonas estén informadas que sobre la vida de Jesucristo. La historia de Su vida-los evangelios-es el texto más impreso de la historia mundial. Sobre ninguna otra persona se redactaron más disertaciones que sobre Él.
Jesucristo no pintó cuadros ni creó ningún nuevo género musi­cal, y sin embargo inspiró como ningún otro a incontables artistas, músicos, pintores, arquitectos y escultores en sus obras. Como nin­guna otra persona anterior a Él, motivó a los científicos en sus in­vestigaciones y descubrimientos.
Sus valores y medidas éticas hasta el día de hoy forman el fun­damento de la educación y de la jurisdicción de la mayoría de los países del mundo. Nadie cambió la vida de tantas personas tan fundamentalmente como Jesús. De terroristas hizo personas pací­ficas, de adictos hizo personajes estables, a los desesperados Él les dio esperanza y con los fracasa­dos edificó Su reino invisible so­bre la Tierra.
La genialidad de Jesucristo era aparente a todos los que Lo veían y escuchaban. La mayoría de los personajes significantes, con el tiempo palidecen en los libros de historia, Jesús por el contrario to­davía es objeto de miles de libros, y de incomparables controversias en los medios de comunicación. Gran parte de esas diferencias de opinión tienen que ver con las afirmaciones radicales que Jesús estableció acerca de Sí mismo- aseveraciones que sorprendieron tanto a Sus seguidores como tam­bién a Sus enemigos. Él dijo ser el Hijo de Dios, dominar la naturale­za y el mundo sobrenatural, así como poder erradicar enfermeda­des y perdonar pecados. Y todo eso lo pudo documentar en forma práctica y ante testigos.
“¿Y qué significa eso para no­sotros? Declara que Dios nos ha dado vida eterna; y que esta vida la tenemos a través de su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida"(1 Juan. 5:11-12).
Y justamente esas afirmacio­nes extraordinarias de Jesús, fue­ron la razón por la cual tanto las autoridades romanas como tam­bién la jerarquía judía lo percibie­ron como amenaza. Él fue ejecu­tado como blasfemo en una cruz, pero al tercer día resucitó de los muertos. "Él que nunca pecó es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan. 2:2). A pesar de su posición como marginado, sin ninguna legitimación o base po­lítica, en tan solo tres años Jesús transformó el mundo por los pró­ximos 20 siglos.
“De cierto, de cierto os digo”, ex­plicó Jesucristo: “El que cree en mí, tiene vida eterna". Y eso es válido hasta el día de hoy.
MICHAEL KOTSCH

Llamada de Medianoche. 2016

La delicadeza del Señor.

“Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio? Respondió Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis” (Juan 8:48-49). En este pasaje, los judíos hicieron al Señor dos acusaciones falsas. Una era que tenía demonio, y la otra era acerca de su origen: que él era samaritano. La respuesta del Señor contiene una aclaración con respecto a la primera acusación, pero no respecto de la segunda. ¿Por qué calló? ¿No eran los samaritanos despreciables para los judíos? Los judíos despreciaban a los samaritanos, pero el Señor los amaba. Una mujer samaritana de la peor reputación escuchó las palabras de su boca, y la más grande declaración respecto de su Mesiazgo. Y luego, a petición de los hombres de su aldea, el Señor accedió a quedarse con ellos dos días. Un leproso samaritano fue sanado junto a otros nueve judíos, y volvió él solo a dar gracias por el milagro. Un samaritano fue puesto por el Señor para representarlo a Él mismo en la parábola del mismo nombre, como ejemplo de amor al prójimo, que no fue hallado ni en el sacerdote ni en el levita judío. ¡Oh, amor profundo que le llevó a asociarse con los pobres de la tierra, con los despreciados! ¡El Señor de señores come y bebe, y acepta el cobijo de los enemigos despreciados de su pueblo! Jesús no era samaritano, pero cómo los amaba, y tanto, que el desprecio de ellos no opacó su amor (Luc.9:52-56). Cómo nos ha amado también a nosotros. Si él se hubiese defendido de no ser samaritano, hubiera sido como defenderse de no ser africano o asiático, negro o amarillo. Y, de verdad, Él no se habría avergonzado de ser eso o aquello. Fue judío, simplemente por causa de la elección de los padres, pero en su corazón estaban los judíos y todas las razas, con el mismo e invariable amor que le llevó a morir en la cruz.
Aguas Vivas, Año 2000, N° 1

¿Qué quiero, mi Jesús?

¿Qué quiero, mi Jesús?

                                Calderón de la Barca (1600-1681)

¿Qué quiero, mi Jesús?...Quiero quererte,
quiero cuanto hay en mí del todo darte
sin tener más placer que el agradarte,
sin tener más temor que el ofenderte.

Quiero olvidarlo todo y conocerte,
quiero dejarlo todo por buscarte,
quiero perderlo todo por hallarte,
quiero ignorarlo todo por saberte.

Quiero, amable JESUS, abismarme
en ese dulce hueco de tu herida,
y en sus divinas llamas abrasarme. 



Quiero, por fin, en Tí transfigurarme,
morir a mí, para vivir tu vida,
perderme en Tí, JESUS, y no encontrarme.