domingo, 7 de julio de 2019

EXTRACTOS


La verdadera libertad cristiana

La libertad cristiana es la libertad para vivir en el Espíritu, sin obstáculos externos. La libertad cristiana es verse libre del temor al gobierno, libre del miedo a tus pecados, del miedo al servicio a Dios, del temor al diablo, libre del miedo a los gatos negros, los pájaros, los amuletos, hechizos, encantamientos y bruje­rías, libre de la esclavitud religiosa del tipo que sea, y libre del yugo férreo de las tradiciones. La libertad cristiana es la libertad de vivir en el Espíritu y adorar a Dios en espíritu y en verdad. Cuando se convierte en la libertad para pecar de modo que “la gracia sobreabunde”, Pablo clamaba en contra de ello y decía: “En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Ro. 6:1-2).
Tenemos libertad para amar, de modo que nuestra conducta nazca del amor y de la libertad para no odiar. Es maravilloso verse libre del odio. El odio es un cáncer moral que carcome el alma hasta matar a su víctima. Liberarse del odio es como curarse de un cáncer. La libertad del odio, de la envidia, de la ambición impía, de querer salimos siempre con la nuestra, y la libertad para hacer la voluntad de Dios es la libertad cristiana; esta es la genuina libertad cristiana. La libertad cristiana nunca con­siste en ser libres para cometer cualquier tipo de pecado. El hijo de Dios que vive la auténtica vida cristiana en su interior, cuyo corazón es una fuente de afecto y de amor por Dios, no pecará; pero, si lo hace, lo confesará entristecido y será perdonado y lim­piado, y decidirá no volver nunca más a sumirse en el pecado. 

ASTRONOMÍA Y ASTROLOGÍA

L. M. Grant
“Te has fatigado en tus muchos consejos. Com­parezcan ahora y te defiendan los contempladores de los cielos, los que observan las estrellas, los que cuentan los meses, para pronosticar lo que vendrá sobre ti. He aquí que serán como tamo; fuego los que­mará, no salvarán sus vidas del poder de la llama” (Isaías 47:13-14).
¡Qué triste es el orgullo del hombre! Quiere tomar el lugar del Creador interpretando para su propia satis­facción los movimientos de los astros y de toda esta admirable multitud de cuerpos celestiales.
La astronomía es una ciencia maravillosa y vale la pena estudiar el movimiento efectivo de los astros. Por el contrario, la astrología es diferente, porque ella pre­tende interpretar esos movimientos aplicándolos a la condición e historia de los hombres. Si por ejemplo alguien nació bajo un signo del zodíaco, la astrología pretenderá dar una multitud de predicciones en cuanto a la manera en que su vida será influenciada. De esta manera, la imaginación del hombre sustituye la verdad de la Palabra de Dios. Esos astrólogos con tales proce­deres ¿pueden proteger a las personas frente a las cala­midades que las amenazan? ¡Absolutamente no! Ni ellos mismos se pueden salvar “del poder de la llama” del juicio de Dios.
Pero el estudio de la luna y las estrellas tiene valor si lleva a alguien a admirar la sabiduría y el poder infinitos de Dios, creador y sustentador de “los cielos de los cielos, con todo su ejército” (Nehemías 9:6); de esta manera tendrá un efecto práctico.
David da un hermoso ejemplo cuando escribe: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Salmo 8:3-4). La grandeza de Dios y la debilidad del hombre se ponen de relieve. La conti­nuación de ese Salmo nos lleva a ver al Hijo del Hom­bre, al Señor Jesús, ahora coronado de gloria y de honra, y la creación entera es finalmente vista como completamente bajo su control.
Sí, “¡Cuán glorioso es tu nombre en toda la tie­rra!” (Salmo 8:1, 9).
Creced 2014

ADMIRAR LA CREACIÓN Y GUARDARSE DE LA ASTROLOGÍA

“Tuyo es el día, tuya también es la noche... El verano y el invierno tú los formaste” (Salmo 74:16-17).


Antiguamente, la mayoría de las personas eran agricultores y debían saber cuál era el mejor momento para sembrar y cosechar. Comprendieron que se podían encontrar indicaciones útiles para esto exami­nando la posición del sol, de la luna y de las estrellas. Con el paso del tiempo, las sociedades paganas consi­deraron que los eventos en la tierra dependían de estos astros.
Así nació la astrología, se les atribuyeron persona­lidades a los cuerpos celestiales y se los adoró como dioses y diosas. Como lo declara la Escritura, los hom­bres “se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Romanos 1:21). Esos razonamientos eran tan atractivos que el pueblo de Dios debió ser puesto en guardia: “Guardad, pues, mucho vuestras almas... No sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las estrellas... te incli­nes a ellos” (Deuteronomio 4:15, 19). Pero, a pesar de estas advertencias, ese pueblo fue arrastrado; poco antes de la deportación, se hallaban entre los hijos de Israel “los que quemaban incienso... al sol y a la luna, y a los signos del zodíaco” (2 Reyes 23:5).
Israel ignoraba que la rotación de la tierra deter­mina el día y la noche, y que las diferentes estaciones se deben a la inclinación de la tierra sobre su eje mien­tras gira alrededor del sol; pero sabían que es Dios, el Creador, quien dirige todo: “Dios es... desde tiempo antiguo” (Salmo 74:12). Aunque hoy tengamos un mayor conocimiento del movimiento de los astros en el cielo, muchas personas permiten que la astrología —una pseudociencia— regule sus vidas, y otras llegan a afirmar en su locura que no hay Dios.
Si bien “no hay lenguaje, ni palabras”, nosotros, los creyentes, oímos al Creador porque “los cielos cuentan la gloria de Dios” (Salmo 19:3, 1). La noche sigue al día, el verano es seguido por el otoño, luego el invierno que deja lugar a la primavera, y de nuevo el verano, ¡todo es concebido por el Dios creador para funcionar solo! Y sin embargo, según la conveniencia del objetivo que se propuso, Dios ordenó al sol dete­nerse “y el sol se paró... casi un día entero” (Josué 10:13). ¡Jamás nadie debería permitir que el conoci­miento de los movimientos del universo lo ence­guezca a tal punto que le oculte el poder de Dios!
Creced 2014

EL PAN DE LA TIERRA

(Números 15:19)
Por G. André.

En el desierto, los israelitas se alimentaban del maná. Cada mañana tenían que levantarse muy temprano a fin de recoger la cantidad que necesitaban para el consumo del día. (Se repite seis veces en Éxodo 16). Era imposible hacer pro­visiones para más de un día, ya que entonces el maná criaba gusanos.
En Juan 6, cuando la multitud increpaba a Jesús dicien­do: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto”, Él les responde: “Yo soy el pan de vida; el que a mí viene nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (v. 31 y 35). Cada mañana tenemos el gozo de hallar en las Escrituras la figura de un Cristo descendido a la tierra, Hom­bre entre los hombres, enviado por el Padre para darnos vida eterna. No sólo se nos habla de Él en los evangelios, sipo también en el Antiguo Testamento: “He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14); “He aquí mi siervo, yo le sostendré” (Isaías 42:1); “Y será aquel varón como escondedero contra el vien­to” (Isaías 32:2), entre otras citas.
Una vez que Israel llega a Canaán, la escena cambia: “Comieron del fruto de la tierra, los panes sin levadura, y en el mismo día espigas nuevas tostadas” (Josué 5:11). El pueblo acababa de atravesar el Jordán, donde doce piedras fueron levantadas como monumento conmemorativo de aquel hecho memorable, símbolo de nuestra identificación con Cristo en su muerte. Otras doce piedras sacadas del fondo del río fueron erigidas en Gil Gal, y son la figura de nuestra unión con Cristo en su resurrección. Introducidos de esta manera en la tierra prometida, los israelitas gozan de una nueva relación con Dios; ahora es necesario que combatan para conquistar lo que Dios les ha dado: “Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie” (Josué 1:3). En la experiencia cristiana esto corresponde a la ense­ñanza a los Colosenses y sobre todo a los Efesios: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, don­de está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1). “Y juntamente con Él nos resucitó, y asimismo nos hizo sen­tar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efesios 2:6). Se relaciona, además, con la lucha que debemos sostener según Efesios 6:10-18. A partir de aquel momento el maná deja de ser el alimento, pues Cristo descendió del cielo y tenemos “el fruto de la tierra, los panes sin levadura y las espigas tosta­das”.
“El fruto de la tierra” nos habla de Cristo en los consejos de Dios: “Padre... me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24). “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hebreos 10:7).
“Los panes sin levadura y las espigas tostadas” eran el producto de la cosecha “del país”. El alma se alimenta de Cristo, víctima sin defecto y sin mancha, quien padeció, murió y resucitó; ya no le puede buscar en la cruz (“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”), sino que le ve en la gloria. Es la gavilla de las primicias (Levítico 23), la avecilla que vuela hacia el cielo (Levítico 14) y el pan de la tierra (Números 15). Para nosotros es el Señor, quien en el día de su resurrección se aparece a los discípulos que están reunidos; Jesús, a quien ahora vemos coronado de gloria y honor; el Cordero en medio del trono.
La vida cristiana se desarrolla tanto en “el desierto” como en “la tierra”. Rescatados por medio de la muerte de Cristo (pascua de Egipto), librados del poder del enemigo (mar Rojo), atravesamos este mundo semejante a un desierto, pero al mismo tiempo experimentamos los cuidados del Señor y nuestra alma se renueva interiormente cada día por medio de la Palabra que leemos y meditamos, en la cual debemos buscar ante todo la Persona del Señor Jesús (maná). Pero, si bien por la fe sabemos que hemos muerto y resucitado con Cristo, vivimos también en “la tierra”, de manera que tene­mos que conquistar y apropiarnos personalmente de todas las bendiciones espirituales que Dios nos da por medio de Cristo, para lo cual es preciso que cada día nos alimentemos del Señor Jesús resucitado y glorificado y que busquemos “las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Co­losenses 3:1).
La Palabra de Dios aun va más lejos: “Cuando hayáis entrado en la tierra a la cual yo os llevo, cuando comencéis a comer del pan de la tierra, ofreceréis ofrenda a Dios... de las primicias de vuestra masa daréis a Dios ofrenda por vuestras generaciones” (Números 15:18, 19 y 21). En el desierto se conservaba dentro del tabernáculo una urna que contenía maná, figura de Cristo en su carácter de pan de vida descen­dido del cielo. Sin embargo, en la tierra prometida era nece­sario ofrecer al Señor “las primicias de vuestra masa”.
El alma, alimentada del Cristo resucitado, podrá presen­tarse delante de Dios y ofrecerle “el fruto de labios que con­fiesan su nombre”; los sacrificios de alabanza no sólo expre­san reconocimiento por haber sido salvos, sino que presentan al Padre lo que su Hijo es para Él (Salmo 50:14 y 23; Hebreos 13:15). Durante la siega, la primera gavilla era ofrecida a Dios (Levítico 23:10). Una vez terminada la cosecha, cuando ya había sido batido, molido y preparado el trigo, de nuevo las primicias eran ofrecidas al Señor.
¡Ojalá pudiéramos ser alimentados así de Cristo, tanto en su vida como en su muerte, su resurrección y su ascensión a la gloria, a fin de que nuestros corazones, llenos de Él, puedan rendir verdaderamente al Padre el culto que Él espera de sus adoradores!

LA OBRA DE CRISTO(5)


EN EL PASADO, EN EL PRESENTE Y EN EL PORVENIR




III.Su Obra en la Cruz y lo que se ha Realizado por Ella
Pasemos ahora a considerar la obra de Cristo en la cruz y lo que se ha \cumplido por ella. Pero ¿quién es capaz de disertar dignamente sobre este tema, que es el tema de los temas? ¿Quién podría sondear el acto solemne y bendito de la muerte del Hijo de Dios en la cruz? ¿Qué lengua o qué pluma podría describir la verdad luctuosa, y sin embargo gloriosa, de la muerte del Justo por el injusto, de Cristo por el impío? ¡Aquél que no conoció pecado se convirtió en pecado por nosotros! ¡Y qué cerebro humano hay que pueda calcular la prodigiosa tras­cendencia de su obra en la cruz!

Cristianos hay que dicen que la muerte en la cruz y la obra realizada en el Calvario es cosa cono­cida, que ellos no necesitan saber más sobre el parti­cular; que lo que ellos quieren es llegar más lejos en sus investigaciones-profundizar más. No puede haber nada más profundo que la muerte del Hijo de Dios en la cruz, porque su profundidad es insondable. Siempre tenemos que volvernos a la cruz. En ella siempre aprendemos algo nuevo. Con indecible gloría sobre nosotros y con una gloria aún mayor en pers­pectiva en los siglos venideros, no podremos jamás olvidar la cruz de Cristo y el Cordero de Dios que ha redimido el pecado del mundo. Pero nosotros jamás sabremos lo que esa sublime muerte significó para Cristo ni lo que significó para Dios.

Se Adjudicó el Pecado para Redimirnos
En Hebreos, leemos de los sacrificios que los judíos ofrecían año tras año, ofrendas que no logra­ban erradicar el pecado. Entonces apareció el Hijo de Dios e hizo su gran declaración, diciendo al llegar al mundo: “Sacrificio y presente no quisiste; más me apropiaste cuerpo: Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron” He. 4 5,6, La prepara­ción del cuerpo nos manifiesta de nuevo la encarna­ción. Fue un cuerpo apropiado, un cuerpo sagrado, un cuerpo inmaculado, un cuerpo en el cual no po­día radicar el pecado y sobre el cual la muerte no tenía poderío. Pero al tomar Cristo ese cuerpo dijo asimismo: “Heme aquí…para que haga, oh Dios, tu voluntad’He.10.7. En el versículo décimo leemos: En la cual voluntad (la voluntad de Dios, que data des­de antes de la fundación del mundo) somos santifi­cados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una sola vez.” Por el Espíritu Eterno Cristo se ofrendó inocente e inmaculado. El Cordero sagrado de Dios, puro y sin mancha, vertió su preciosa san­gre en la cruz para la redención del hombre. Empero, para Cristo, que era tanto humano como divino, ¡cuánto significaba todo esto! He aquí un Ser de santidad perfecta, que había siempre agradado a Dios y hecho su voluntad, y sin embargo iba a in­molarse para cumplir la voluntad de Aquél por quien era enviado. Para Cristo el pecado era horri­blemente degradante. El, lo mismo que Dios, aborre­cía y aborrece el pecado; no obstante, se lo adjudicó para redimirnos a nosotros, y tuvo que tomar el lu­gar de los pecadores delincuentes y soportar el oleaje del juicio y del furor divino. Cristo apuró hasta las heces el cáliz de la ira. Sus sufrimientos se cuadru­plicaron.

1.    —EN SI MISMO. Aun antes de llegar al huerto de Getsemaní se entristeció su espíritu. Le oímos exclamar: “Está turbada mi alma; ¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora. Mas por esto he venido en esta hora” Jn. 12.27, y dirigió la mirada hacia la cruz. ¿Y cuál era la razón de esa agonía en el huerto? ¿Por qué era su sudor como si fueran grandes gotas de sangre? ¿Por qué repetía la oración, “Padre mío, si es posible, pase de mí este vaso”? ¡Cuántas explicaciones difamantes se han escrito de sus sufri­mientos en Getsemaní, como si se quisiera hacer ver que Él se acobardó ante la muerte, o que el de­monio, a fin de evitar que muriera en la cruz, trató de matarlo, y que El temió al demonio! Pero, ¿qué fue ello? Cristo sufrió en Sí mismo. Su alma santa retrocedía de temor ante lo que es más abominable para el Dios santo, ante lo que era más abominable para El mismo—EL PECADO, e iba a convertirse en pecado, siendo así que El no conocía el pecado. Nuestra mente finita no es capaz de comprender los sufrimientos que todo ello produjo en el Santísimo de Dios, al tener que hacerse cargo del pecado.

2.    —SUFRIO A MANOS DEL HOMBRE. Esto estaba predicho por Cristo Cuando el hombre, el hombre delincuente, depositó su pecado en la víctima voluntaria, cayó sobre ella con cuanta maldad, infa­mia y crueldad que el hombre es capaz de cometer, colmándolas sobre el bendito Hijo de Dios. El azote, las bofetadas, la mofa, las salivas, y la vergüenza de todo ello, la infamia de la cruz, todo le era des­preciable. ¡Cuánto debía haberse estremecido aquel cuerpo sensitivo bajo el peso de tanto oprobio!

3.    SUFRIO DE PARTE DEL DEMONIO. El demonio le había tentado, agotando todos los recur­sos que estaban a la disposición de este ser extraor­dinario. Recurrió a toda su astucia y poderío con el determinado propósito de evitar que Cristo fuera a la cruz y muriera en lugar del pecador. Y cuando por último no pudo evitarlo, cayó sobre la víctima y derramó sobre ella todo su odio y su malicia. Se valió del hombre para llevar a cabo su astuta obra, y sin duda también puso en juego legiones de demonios para llevar a cabo su nefasto propósito. Y en medio de todo, el Hijo de Dios permaneció como un cordero mudo ante el trasquilador, sin desplegar sus labios.
4.    —PERO PARA COLMO DE TODO, CRIS­TO SUFRIO DE PARTE DE DIOS. Al hablar de esto debemos hacerlo con santo recogimiento porque ello es lo más sagrado de la sacratísima obra en la cruz; el misterio impenetrable de la obra de expia­ción del Hijo de Dios. De las tinieblas, que como una mortaja envolvieron la cruz y al bendito sufri­dor en el execrable leño, se oyó el lastimero clamor: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Clamor que reveló el terrible sufrimiento que el Cor­dero de Dios, el Sustituto del pecador, padeció a manos del Dios santo. Fue herido por la desolación y la aflicción de Dios. ¿Habéis notado que en el Salmo 22 este lamento del Crucificado está en primer tér­mino? El hombre hubiera empleado diferente estilo al narrar los sufrimientos de Cristo. La descripción de los sufrimientos, de no haberse escrito por la inspiración, hubiera sido un cuadro en que en primer término se destacaran los sufrimientos físicos, tales como la flagelación y todos los repugnantes detalles de eso que hasta la cruel Roma llamaba muerte intermedia, representando cómo los clavos horadaban las manos santas del Señor que tan amorosamente. habían tocado tantos cuerpos débiles, abrumados por los pecados y llenos de dolencias físicas Ei hom­bre hubiera escrito en primer término toda la agonía en la cruz y el escarnio de tal muerte; después, ha­bría pasado a describir, como cosa secundaria, el ensañamiento con que se burlaban las hordas y cómo se produjo la oscuridad que rodeó todo el recinto, y habría dejado para lo último el clamor, “Dios mío, , Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Pero el Espíritu Santo en esta gran profecía coloca antes que nada el lamento de esta hondísima agonía. ¿Y por qué? Porque en esa hora se realizaba por la única vez y para siempre la gran obra dé expiación, la propiciación, la adjudicación del pecado, la paciente aceptación del juicio y de la ira del Altísimo.
En el mismo Salmo leemos lo que el hombre, J influido por el poder de Satanás, maquinó contra Jesús. Empero Él no podía morir por obra del hom­bre. Está escrito, “Tú (es decir, Dios) me has pues­to en el polvo de la muerte.” “Se agravó sobre mí tu mano” Sal. 32.4; “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” Is.53.6; “Jehová quiso quebránta­lo, sujetándole a padecimiento” Is.53.10. Y en otros pasajes hallamos referencia a la misma obra de expia­ción de nuestro Señor efectuada cuando tomó el lugar del pecador.
·        “Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí” Sal 42.7.
·        “Porque tus saetas descendieron a mí” Sal,38.2.
·        “Sobre mí ha caído tu mano” Sal. 38.2
·        “Hazme puesto en el hoyo profundo” Sal.88.6.
·        “Sobre mí se ha acostado tu ira” Sal. 88.7.
·        “Sobre mí han pasado tus iras” Sal. 88.16.
·        “Soy afligido... he llevado tus temores” Sal.88.15.
Pero ¡cuánto significó todo esto para el Hijo de Dios! ¿Quién puede relatar su tristeza y su profunda aflicción? Nosotros jamás llegaremos a des­cubrir la inmensidad del precio del rescate. La muerte en la cruz, [con razón se ha dicho], es un acto perfectamente insólito. Jamás podrá repetirse, y su repetición se hace innecesaria por su eternal eficacia.

¿ESTÁN LOS CRISTIANOS BAJO UN PACTO?


Pregunta: Usted pide una explicación en cuanto al Pacto o Testamento (en griego; διαθήκη, diadséke) de Gálatas 3:17 y Hebreos capítulos 8 y 9; y si ¿estamos nosotros bajo el nuevo pacto, o bajo algún pacto en absoluto?
Respuesta: En Gálatas 3: 15 al 29, nosotros tenemos la exposición de la relación entre la ley y la promesa, en cuanto a cómo está situada la una con respecto a la otra. La promesa incondicional fue hecha a Abraham 430 años antes de la ley, y la ley que entró después con sus condiciones, no podía desechar las promesas incondicionales. Además, en la ley había dos partes participantes y un mediador; en la promesa no había más que Uno solo — Dios, actuando por Sí mismo, y no requiriendo ningunos términos condicionales. Lo uno era un contrato, el otro era gracia. Leamos Gálatas 3:16 de este modo: "Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas (Génesis 12), y a su simiente"; es decir, a Cristo resucitado, como Isaac, en figura, resucitado de los muertos (Génesis 22); donde Dios ratificó el pacto dado previamente (Génesis 12 y Génesis 15), mediante este juramento, al cual no se añadieron ningunas condiciones en absoluto. Gálatas 3:17, "Esto, pues, digo: El pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga," etc. La ley fue añadida, "a causa de las transgresiones" (Gálatas 3:19), pero no abrogó el propósito previo de Dios, mientras pone al hombre a prueba.
Hay, en realidad, solamente dos pactos en la Escritura — el antiguo pacto y el nuevo. Aun así, la palabra "pacto" es usada en varios lugares en relación con el Señor, cuando no se trata más que de la enunciación de ciertas relaciones en las cuales Él se ha complacido en entrar con el hombre o la criatura (Génesis 9; 8 al 17, etc.), para que el hombre se acercase a Él, pero sin condiciones. El contexto debe decidir el sentido.
En Hebreos capítulos 8 y 9, Él muestra que el antiguo pacto es dejado de lado, y la introducción de un segundo, aún por ser hecho con Judá e Israel. Mientras tanto, un Mediador es introducido antes del tiempo cuando Israel y Judá estén nuevamente en la tierra que les corresponde. Este Mediador ha derramado la sangre necesaria para el establecimiento de este pacto, pero no lo ha establecido aún — no estando aún, la parte interesada, bajo este trato de Dios; es decir. Israel y Judá. Si se lee Jeremías 31: 31 al 40, donde el nuevo pacto es enunciado, se verá que no se nombra mediador alguno. Cristo, habiendo sido rechazado cuando vino a cumplir las promesas hechas a los padres, derrama Su sangre y asciende a lo alto, y todos los tratos directos con Israel son suspendidos, aunque todo lo necesario para el establecimiento definitivo del nuevo pacto ha sido consumado. En Mateo 26:28, Él dice, "Esto es mi sangre del nuevo pacto": no dice, «Esto es el nuevo pacto», sino "la sangre" de él. El pacto mismo no ha sido establecido aún.
Por eso es que en Hebreos, si bien el escritor muestra que el antiguo pacto ha pasado, y muestra la introducción del nuevo, él nunca muestra su aplicación como una cosa actual. Las únicas dos bendiciones del nuevo pacto que nosotros obtenemos como cristianos son: el perdón de pecados, y la enseñanza directa de Dios. Los cristianos no están bajo un pacto en manera alguna. Ellos tienen que ver con el Mediador del pacto mientras está oculto en los cielos, antes que Él renueve Su relación con Judá e Israel, que son los únicos a los cuales el pacto pertenece. Véase Jeremías 31:31: "He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá."; y Hebreos 8: 8 al 12: "Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades."
Por eso es que también, en Hebreos 9:15, Él dice: "por eso [Él] es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna"; no dice, «reciban el establecimiento del nuevo pacto», sino "reciban la promesa de la herencia eterna" como teniendo que ver con el Mediador mismo cuya sangre había sido derramada.
Es sorprendente la manera en que el escritor evita la aplicación del nuevo pacto a los cristianos, a la vez que habla de dicho pacto con referencia a Judá e Israel, y, al mismo tiempo, adecua a este último (a Israel), las dos bendiciones que emanan del pacto para ellos.
Hebreos 9:16 y 17 son un paréntesis. Estos versículos muestran que, aun en las cosas humanas, un testamento no tiene validez alguna mientras el testador vive. Sobreviene la muerte, y entonces es válido. Se trata de la misma palabra en el idioma griego (testamento o pacto), pero usada claramente en este sentido.
F. G. Patterson
Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Febrero 2015.

LA PRIMERA EPÍSTOLA A TIMOTEO (7)


El Orden de la Casa de Dios
(1 Timoteo 2 y 1 Timoteo 3)
 (e) El misterio de la piedad (versículos 14-16)

(Vv. 14, 15). "Estas cosas te escribo, esperando ir en breve a verte, por si tardare más largo tiempo, para que sepas cómo debes portarte en la casa de Dios (la cual es la iglesia del Dios vivo) columna y apoyo de la verdad." (VM).

El apóstol cierra esta porción de su Epístola declarando decididamente que su razón para escribir "estas cosas" es que Timoteo pudiera saber cómo uno debe portarse en la casa de Dios.
Se nos dice que la casa de Dios es "la iglesia del Dios viviente" (RVR60). Ya no es más un edificio de piedras materiales, como en el Antiguo Testamento, sino una compañía de piedras vivas - de creyentes. Está formada por todos los creyentes viviendo en la tierra en cualquier momento dado. Ninguna asamblea local es llamada jamás la casa de Dios.
Asimismo, es la iglesia (asamblea) del Dios viviente. El Dios que mora en medio de Su pueblo no es como los ídolos muertos que los hombres adoran, que no pueden ver ni oír. Que nuestro Dios es un Dios viviente es una verdad de importancia bendita pero solemne, pero es una verdad que nosotros podemos olvidar fácilmente. Más adelante el apóstol nos puede decir que nosotros podemos trabajar y sufrir oprobios, "porque esperamos en el Dios viviente" (1 Timoteo 4:10). El Dios viviente es un Dios que se deleita en sustentar y bendecir a Su pueblo; sin embargo, si la santidad que conviene a Su casa no es mantenida, Dios puede poner de manifiesto que Él es el Dios viviente en solemnes tratos gubernamentales tales como con Ananías y Safira, quienes experimentaron la verdad de las palabras, "¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!" (Hebreos 10:31).
Además, aprendemos que la casa de Dios es "columna y sostén de la verdad" (LBLA). La "columna" nos habla de ser testigo; el "sostén" es aquello que mantiene firme. No se dice que la casa de Dios es la verdad, sino que es la "columna" o testigo de la verdad. Cristo en la tierra era "la verdad" (Juan 14:6), y leemos nuevamente, "tu palabra es verdad" (Juan 17:17). Por mucho que la iglesia haya fracasado en sus responsabilidades permanece el hecho de que, establecida por Dios en la tierra, ella es testigo y sostén de la verdad. Dios no tiene a ningún otro testigo en la tierra. En un día de ruina pueden ser unos pocos débiles quienes mantienen la verdad, mientras la gran masa profesante, dejando de ser un testigo, será vomitada de la boca de Cristo.
Es importante recordar que no se dice que la iglesia (o asamblea) enseña la verdad, sino que testifica la verdad que ya se halla en la Palabra de Dios. La iglesia tampoco puede alegar autoridad para decidir lo que es verdad. La Palabra es la verdad y contiene su propia autoridad.

 (V. 16). En vista de que la iglesia es la casa de Dios - el Dios viviente - y testigo y sostén (o baluarte) de la verdad, cuán importante es que sepamos cómo conducirnos en la casa de Dios. Teniendo en mente la conducta piadosa el apóstol habla del "misterio de la piedad", o del secreto de la conducta correcta. Uno ha escrito de este pasaje, 'Esto es citado e interpretado a menudo como si hablase del misterio de la Deidad, o del misterio de la Persona de Cristo. Pero se trata del misterio de la piedad, o del secreto mediante el cual toda piedad verdadera es producida - el manantial divino de todo lo que puede ser llamado piedad en el hombre.' (J. N. Darby). Este misterio de la piedad es lo que la piedad conoce, pero no es manifestado aún al mundo. El secreto de la piedad reside en el conocimiento de Dios manifestado en y por medio de la Persona de Cristo. Así, en este hermoso pasaje, tenemos a Cristo presentado dando a conocer a Dios a los hombres y a los ángeles. En Cristo, Dios fue manifestado en carne. La santidad absoluta de Cristo fue vista en que Él fue justificado en el Espíritu. Nosotros somos justificados en la muerte de Cristo: Él fue sellado y ungido completamente aparte de la muerte - la prueba de su Santidad intrínseca. Luego, en Cristo, como Hombre, Dios fue "visto por ángeles" (VM). En Cristo, Él fue dado a conocer al mundo, y fue creído en el mundo. Finalmente, el corazón de Dios se da a conocer por la presente posición de Cristo en la gloria.
Se habla de todo esto como del "misterio de la piedad", porque estas cosas no son conocidas por el incrédulo. Una persona tal, en efecto, puede apreciar la conducta externa que mana de la piedad; pero el incrédulo no puede conocer el manantial secreto de la piedad. Ese secreto es conocido sólo por los piadosos; y el secreto yace en el conocimiento de Dios; y el conocimiento de Dios les ha sido revelado en Cristo.

LAS CANCIONES DEL SIERVO (7)


LA CUARTA CANCIÓN:  
EL SACRIFICIO Y LA EXALTACIÓN DEL SIERVO.   
Isaías 52: 13 - 53:12.


Estrofa 3 (53:4-6): Los sufrimientos vicarios del Siervo.
Como indicamos arriba, continúa la confesión del Resto fiel penitente, adentrándose ya en el signifi­cado espiritual de los padecimientos del Siervo. El tema principal es la sustitución, que se lleva a cabo por la íntima identificación del que sufre con los suyos. La palabra «nasa» (llevar) se usa en relación con los sacrifi­cios de expiación (véanse el versículo 11 y Levítico 5:1, 17; 16:22; 20:19, 20 y Juan 1:29). Tanto los sufri­mientos espirituales como los físicos, consecuencia de su total identificación con la raza como víctima expia­toria, se expresan en estos versículos, como podemos comprobar por las citas de Mateo 8:17 y 1 Pedro 2:25. Las palabras tan gráficas que se emplean -cuya exposición tan detallada rebasa los límites de esta exposición- son muy elocuentes: los judíos consideraban que merecía el castigo (azotamiento) recibido porque era un «le­proso» (herido, magullado) que había cometido un crimen nefando, como muchos escritos judaicos afirmaban en la Edad Media.
Hay todo un doble sentido en las palabras del versículo 5: Él fue traspasado (u «horadado», nótese la precisión profética en este detalle) porque nosotros traspasamos la raya (transgresión); cayó sobre Él, le que­brantó o aplastó el peso de nuestras caídas fuera del camino de la voluntad divina, y fue llagado para curar las heridas que el pecado causó en nosotros. También la idea de reconciliación que asoma aquí conlleva la del alejamiento del Él -momentáneamente en la Cruz- para acercarnos a nosotros a Dios, concepto que Pablo desarrolla en Efesios 2:11 y siguientes, y compárese con 1 Pedro 3:18.
La universalidad del alcance del pecado, como la universalidad potencial del Sacrificio se expresan claramente en el versículo 6: la palabra «todos» es enfática en el original y encuentra su paralelo en el concep­to de «cada uno... se apartó por su propio camino», que enfatiza la responsabilidad individual.
La tremenda confesión, que va aumentando en intensidad con cada frase, alcanza su punto álgido en la última frase, que resume toda la estrofa: «Jehová cargó sobre Él la iniquidad (el vivir sin ley, en rebeldía cons­tante) de todos nosotros». Nótese que se usa el singular con el artículo definido «la iniquidad», para indicar la raíz del mal. Cristo no sólo llevó nuestros pecados (los frutos) sino el pecado, la raíz, la naturaleza pecamino­sa, producto de la Caída, sobre Sí mismo en la Cruz.

Estrofa 4 (53:7-9): La historia profética de la Pasión.
Otra vez encontramos la primera de dos estrofas complementarias; ésta describe los acontecimientos desde fuera, mientras la siguiente consigna su hondo significado. En unas frases lapidarias el profeta hace pasar ante nosotros las escenas de la Pasión y Muerte del Siervo. Vemos su comportamiento ejemplar en el versículo 7, como Cordero manso, hecho que llamó la atención al eunuco etíope (Hechos 8:32) y que el após­tol exhorta a seguir (1 Pedro 2:22 y siguientes); asimismo la terrible injusticia que se le hizo al ser «cortado» (por una muerte violenta y prematura) de la tierra, como un renuevo antes de tiempo, en el versículo 8. La frase «hecho maldición por ellos» (V. Moderna) recuerda Gálatas 3:13; es muy probable que Pablo discernió esta verdad más claramente por medio de este versículo.
En el versículo 9 hay un vaticinio asombroso de su colocación en el sepulcro de un «hombre rico» (nótese la traducción más exacta de la V. Moderna), a pesar de haber sido destinado a la fosa común de los criminales. En toda la estrofa es digno de notar el cuidado exquisito con que el profeta, bajo inspiración divi­na, puntualiza que pese a todo lo que hicieron y sentenciaron los hombres, Él se entregó a sí mismo, nadie le obligó («fue oprimido, pero Él mismo se humilló o se sometió»), sufriendo sin causa como Víctima perfecta.
Nunca se pudo atribuir tal actitud a Israel, la nación - siervo, como algunos pretenden; siempre se ha defendido con violencia y con protestas vivas contra la opresión a la que se le ha sometido periódicamente, cuando ha podido. Postular que se trate de la nación aquí es absurdo. Además, los detalles del proceso judicial y del enterramiento son tan precisos que es imposible interpretarlos de la nación judía sin alegorizarlos de un modo ridículo. En realidad, sólo pueden atribuirse a una Persona, pese a los esfuerzos judíos por negarlo.

GEDEÓN, EL LIBERTADOR (7)



3.     La retribución
    Peniel y Sucot eran ciudades de Gad, situadas al lado del Jordán que era desierto. Su política era una del interés propio, que expresaron sus ancianos al negar alimentos a la tropa de Gedeón que perseguía al enemigo. Este mismo espíritu había motivado a sus padres a reclamar su herencia al este del Jordán; se trata de una falta de interés, arraigada y resuelta, a participar en la lucha al lado de sus hermanos.
    Su actitud fue precisamente la de pequeñas naciones de Europa en el presente conflicto; a saber, preservar la neutralidad hasta tener la certeza en cuanto a quiénes van a ganar[1]. Es una política comprensible desde el punto de vista de la mera prudencia en cuestiones mundanas, pero es fatal en la guerra espiritual del alma.
    A toda costa debemos identificarnos abiertamente con la causa de Dios y el pueblo de Dios en su buena contienda por la fe. Una neutralidad o una negativa a llevar nuestra parte de la carga, motivada en el interés propio, puede protegernos de inconvenientes y sufrimientos ahora, pero aseguradamente nos originará gran pérdida y vergüenza más adelante. He aquí Peniel y Sucot.
    Una generación anterior había escuchado la pesada sentencia de Jueces 5.23: “Maldecid a Meroz ...”  (Es la única mención de Meroz en las Escrituras). “Maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová contra los fuertes”.
    Qué de pérdida habrá en aquel Día a causa de haber dejado de hacer lo que hemos sabido era bueno, sólo para proteger nuestra propia comodidad y evitar problemas. Los hombres de Peniel y Sucot hicieron caso omiso de un llamado claro a contribuir a la guerra que Dios había ordenado.
    La historia desagradable de la ejecución de Zeba y Zalmuna, príncipes de los madianitas, es uno de aquellos relatos de sangre que se encuentran en los libros históricos de la Biblia. Es ilustrativo del principio gubernamental de la retribución temporal.
    El Antiguo Testamento es nuestro texto escolar en el gobierno divino de las comunidades y las naciones. La ley de hierro de sembrar y cosechar se encuentra operativa en estas historias. Las naciones constituyen un orden orientado a este mundo presente, y la retribución gubernamental les es administrada con entera imparcialidad en el transcurso de su historia desenvolvente.
    Estos dos líderes de entre los madianitas habían puesto a muerte sin misericordia a algunos hermanos de Gedeón en una ocasión al comienzo del conflicto. Ahora la mano de Dios les alcanza en la persona de uno a quien Él había concedido su espada. Vivimos en una época cuando los juicios de Dios están en evidencia sobre este globo; miremos asombrados mientras tome sus pasos majestuosos y solemnes en vindicación de su gobierno mundial.

4.       El tropiezo
    Ahora, el enemigo del todo derrotado, los hombres de Israel reconocen la grandeza de su líder; ellos desean identificarse como súbditos suyos y ofrecerle el trono. A la vez, se pone de manifiesto que Gedeón carecía de ambición personal. Responde hermosamente: “No seré señor sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará; Jehová señoreará sobre vosotros”.
    Este fue uno de los mejores momentos. Él no sólo rechaza para sí sino por cuenta de su prole también. El hombre no quería nombre sobre la tierra; reconoce la teocracia como el gobierno ideal para el pueblo de Dios.
    Feliz el siervo de Jehová que puede sostener una copa llena sin que le tiemble la mano, haciendo caso omiso de las tentaciones de un premio ahora, ofrecido por hombres, y esperar el avalúo y la recompensa del Juez justo que dará en aquel día. El tiempo para reinar no ha llegado aún, y nos incumbe reconocerlo.
        Nunca había manifestado Gedeón un carácter más noble que cuando rehusó en lenguaje tan claro el honor más alto que sus paisanos le podían ofrecer. La grandeza espiritual de un hombre se puede tasar por su disposición a sacrificarse a sí mismo; un alma estrecha y mezquina se revela por su disposición a buscar ventaja y el reconocimiento humano. “No será así entre vosotros”, dijo nuestro bendito Señor a sus discípulos cuando ellos estaban manifestando un espíritu ambicioso.
    Pero, Gedeón tropezó, apenas habiendo ganado esta destacada victoria sobre sí mismo. Él no estaba dispuesto a desatender de un todo este gesto generoso de agradecimiento de parte de sus compatriotas, ni parecer tosco en sus ojos por rechazar de plano cualquier reconocimiento suyo de los servicios que había prestado. El cedería en algo, mostrándose apacible. Cediendo uno que otro centímetro, pensaba, se podría mantener la confianza.
    Así, Gedeón propone la alternativa de que le diesen las joyas quitadas de los madianitas como botín. Éstas él aceptaría, no para ganancia propia sino como memorial de la gran liberación.
    De esta manera aconteció que el efod en Ofra, elaborado de los presentes dados en respuesta a esta proposición, llegó a ser un instrumento en manos del diablo. Honra a Dios no fue, sino el medio que atendió al viejo anhelo por la idolatría que yacía en lo profundo del corazón de la nación. ¡El pueblo fue conducido atrás a precisamente el mismo mal del cual Gedeón había sido levantado para liberarles!
    Macizo y claro es el lenguaje del historiador al registrar las consecuencias funestas de la presencia de ese hermoso uniforme: “Todo Israel se prostituyó tras de ese efod; y fue tropezadero a Gedeón y a su casa”.
    El camino resbaladizo de una pequeña concesión, un poco de innovación, un consentimiento cortés, un poco de maquinación “bien intencionada” —esto fue lo que abrió la puerta a un alud de idolatría. Su peligro no fue percibido a tiempo ni sus consecuencias previstas. Sin darse cuenta de qué hacía, Gedeón volvió a edificar lo que había destruido y así se hizo transgresor. Véase este lenguaje en Gálatas 2.18.
    Que nuestros ojos de adentro sean debidamente ungidos con aquel colirio que Él vende sin precio sólo a los de corazón sincero; Apocalipsis 3.18, Colosenses 3.22. Sólo así podremos distinguir la tendencia latente en nuestros propios corazones a introducir cosas bien intencionadas pero desautorizadas que pueden convertirse en el medio por el cual nosotros mismos y otros seamos alejados de la fidelidad al Señor.
         ¡Cuán trágico es deshacer la obra de una vida cuando ella está llegando a su punto culminante! Gedeón lo hizo, y por una sola acción de descuido. Que el pensamiento nos haga buscar el escondite de David: “En cuanto a las obras humanas, por la palabra de tus labios yo me he guardado de las sendas de los violentos”, Salmo 17.4.


[1] El señor Watson escribió esta obra en los más oscuros días de la segunda guerra mundial