María de Betania
“María … sentándose a
los pies de Jesús, oía su palabra” (Lucas 10:39)
La historia está en
Mateo 26:6-13, Marcos 14:3-9; Lucas 10:38-42; Juan 11.1-45 y 12:1-11.
La Biblia habla de tres ocasiones cuando María de
Betania estuvo a los pies del Señor Jesucristo. En el primer encuentro Marta le
recibió en su casa. Su hermana, María, sentándose a los pies de Jesús, oía su
palabra y así aprendió del gran Maestro. Luego ella, después de la muerte de
Lázaro, recibió consuelo de Aquel que es el Autor de la vida. Y en la tercera
ocasión ungió con perfume a su Salvador y luego recibió su aprobación.
María estaba a
los pies del Señor cuando su hermana Marta le hospedó en su casa. Seguramente
María oyó que Él iba a Morir, ser puesto en un sepulcro y resucitar. El Señor
dijo que María había escogido la buena parte cuando escuchaba sus enseñanzas.
Lo que ella aprendió del Señor nunca le iba a ser quitado.
Comunicarnos
con nuestro Señor Jesucristo en la quietud de su presencia es la "cosa
necesaria" de la que Él hablaba. A la mujer samaritana Jesús le dijo que
el Padre busca verdaderos adoradores, y María le adoraba en espíritu y en
verdad. Lo más esencial, la buena parte, para cada una de nosotras es la
comunión íntima con el Señor. A veces nos ocupamos con lo que creemos que es
nuestro servicio para Él sin buscar primero oír su voz, expresarle nuestra
gratitud y gozarnos en comunión con Él.
En Juan 11
hallamos una escena triste. Marta y María le habían mandado a decir al Señor
que Lázaro, a quien Él amaba, estaba enfermo, pero Él se quedó allí donde
estaba dos días más. Lázaro falleció y cuando María se encontró con Jesucristo,
se postró a sus pies llorando. "Señor, si hubieses estado aquí, no habría
muerto mi hermano", dijo entre sollozos.
Aunque Él tenía
la solución, Jesús lloró porque se condolía con María. Él dijo que ellas iban a
ver la gloria de Dios, y así sucedió cuando el Señor resucitó a Lázaro. Debemos
recordar que Jesucristo es la respuesta a los problemas que el pecado ha traído
al mundo, y también es el perfecto consolador cuando sufrimos.
Jesús acompañó
a María y Marta a la tumba de Lázaro, seguidos por muchos judíos que querían
consolarlas. Cuando el Señor mandó que la piedra fuese quitada, María guardó
silencio. Una vez que la tumba fue abierta el Señor oró, y luego clamó en voz
alta: "¡Lázaro, ven fuera!", y el muerto volvió a vivir. Muchos de
los judíos presentes creyeron en Cristo al ver la resurrección de Lázaro.
En el capítulo doce de Juan
tenemos la continuación de la historia de aquella familia en Betania. Fue seis
días antes de la Pascua, cuando Jesús iba a ser crucificado. Los líderes de los
judíos y también la mayoría del pueblo habían rechazado al bendito Hijo de Dios
y deseaban su muerte. Pero en aquel hogar Él era el Huésped de honor. "Le
hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban
sentados a la mesa con él".
El amor de María hacia Cristo la
impulsó a tomar una libra de nardo puro de mucho precio y ungir los pies del
Señor, enjugándolos con sus cabellos. Según la historia en el libro de Marcos,
ella quebró el vaso de alabastro y derramó el perfume sobre la cabeza de su
Señor. Creemos que el incidente en Mateo 26 es también la historia de María, y
allí leemos que el ungüento fue derramado sobre su cabeza y sus pies. Tal vez
ella había guardado ese precioso líquido para la sepultura del Señor, pero
luego comprendió que su Salvador iba a resucitar, y lo derramó sobre su cuerpo
antes de su muerte La casa se llenó de la fragancia del perfume (Juan 12.13).
Los discípulos
se enojaron con María, pero Jesús aprobó lo que ella hizo, diciendo:
"Dejadla... buena obra me ha hecho... se ha anticipado a ungir mi cuerpo
para la sepultura". También dijo: "Esta ha hecho lo que podía"
(Marcos 14.6, 8).
María no estuvo
presente ante la cruz ni tampoco ante la tumba de Jesucristo. Parece que ella
entendía que ese era el momento apropiado para ungir el cuerpo del Señor,
porque Él iba a morir y luego resucitar. Judas recriminó a María, pero leemos
en Mateo 26.13 que el Señor dijo: "Dondequiera que se predique este
evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho".
J. M. Flanigan
escribió: "Mateo y Marcos relatan este hermoso incidente pero no dan el
nombre de la mujer. Sesenta años después el apóstol Juan escribió su evangelio
y reveló su identidad. ¡Era María! Cuántos creyentes hacen su noble ministerio
para el Señor sin publicidad, de lo cual no sabemos nada. Pero viene el día
cuando todo será revelado y recompensado".
La devoción de María de Betania puede suponer un reto para nosotras en cuanto a la manera en que vivimos nuestras vidas diarias, si pasamos tiempo leyendo su Palabra, orando, y sirviendo a otros. Así podremos mostrar nuestra gratitud al bendito Salvador. Él es digno de todo lo que tenemos y somos.
Por Rhoda Cumming
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