Carta gráfica sobre los siete montes
Su conversión
En
Mateo 9.9,10 se relata la conversión de Mateo, un recaudador de impuestos para
el gobierno imperial de Roma. Cada pieza de plata que pasaba por sus manos
llevaba impresa la imagen de César — “¿De quién es esta imagen y la
inscripción?” Marcos 12.16 — así que el dinero llenó su corazón. Cierto día
Cristo pasó por allí y, mirándole, le dijo: “Sígueme”. Mateo se levantó y le
siguió, y el Evangelio según Lucas añade el detalle, “Dejándolo todo”. Cuando
Mateo relata su propia conversión, su modestia no le permite referirse al tal
sacrificio.
El
ofreció una cena en su casa, convidando a sus colegas para así confesar delante
de ellos que él ya era de Cristo. También es con modestia que Mateo hace
referencia al banquete, sin decir que lo ofreció en su casa y que él era el
anfitrión. De estos detalles nos informan Marcos y Lucas. En Cristo hubo un
atractivo irresistible, mayor que el dinero al cual él estaba entregado antes.
En el caso de Zaqueo, el jefe de los publicanos, él sólo dio la mitad de sus
bienes a los pobres, guardando el resto, pero Mateo dejó todo. Zaqueo nunca
llegó a ser apóstol de Cristo. Pedro y los demás podrían decir, “He aquí
nosotros lo hemos dejado todo”. El joven rico quería aferrarse a sus riquezas y
a la misma vez poseer la vida eterna; Cristo exige que dejemos todo sin dejar
algo entre él y nosotros.
Su nombre
Mateo
significa “don de Dios”. Marcos y Lucas le llaman Leví, que quiere decir
“juntado”. Es posible que fuese conocido también por ese nombre, pero en su
evangelio él es Mateo y nos hace pensar en Aquel que es el don inefable de
Dios. En Hechos, un libro escrito por Lucas, su nombre en 1.13 es Mateo, de
acuerdo con el título del primer evangelio.
Antes de salvo, Mateo
estaba juntado a su banco de impuestos, pero después fue juntado a Cristo para
siempre. Desde aquel mismo día se borró de su corazón la imagen de César, y
comenzó a desarrollarse en él una imagen nueva, la del Rey de reyes y Señor de
señores. Hubo un eclipse total y espiritual, y con esta nueva visión él fue
escogido por el Espíritu Santo para escribir su evangelio acerca de Cristo como
el Rey. No debemos estar contentos con tan sólo nuestra posición por gracia,
sino encontrar nuestro mayor contentamiento en la persona suya.
Habiendo acompañado a Cristo por tres
años, guardando sus dichos en su corazón y presenciando sus maravillosas obras
de compasión, él fue escogido para escribir por inspiración divina. ¡Cuánto
debemos agradecerle por esta obra magna e inmortal! Cada creyente verdadero ha
sido llamado por Cristo para seguirle y a su vez testificar fielmente delante
del mundo, como hizo Mateo, de su Salvador.
Uno
entre cuatro
El diseño de las Sagradas Escrituras es
perfecto. En Apocalipsis 4.6 al 7 hay una descripción de los cuatro seres
vivientes alrededor del trono, llenos de ojos delante y detrás como símbolo de
inteligencia perfecta. Ellos son los guardianes del trono celestial.
A la vez, cada uno de
los cuatro hombres escogidos para escribir de la vida terrenal del Señor, tenía
también su propia aptitud. Cuatro es el número que significa la entereza, de
manera que contamos con un cuadro completo del Salvador. Cada escritor, dirigido
por el Espíritu, contribuye fielmente su parte correspondiente.
La primera de aquellas criaturas es el
león, simbólico del rey, que representa a Cristo como el León de la tribu de
Judá, Apocalipsis 5.5. Esto corresponde al primer evangelio, que es Mateo y
cuyo tema es el Rey. De esa tribu procedió David, y Cristo era descendiente
suyo según la genealogía de Mateo 1. Es de notar que en esa genealogía se
nombran diecisiete varones que engendraron hijos, pero en el versículo 16
leemos, “María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo”. Él no fue
engendrado por hombre sino por poder del Espíritu Santo.
El segundo ser viviente es como un
becerro o buey, el animal de trabajo y fiel servidor del hombre. Este es el
tema del segundo evangelio, que es Marcos. Cristo es presentado como el siervo
obediente, dispuesto como el buey para el yugo o el altar.
Marcos, siendo joven,
fue llevado por Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero como ayudante en
lo material, pero no aguantó y volvió a la casa materna. Sin embargo, años
después, Pablo escribió desde Roma a Timoteo, diciendo, “Toma a Marcos, y tráele
contigo, porque me es útil para el ministerio”, 2 Timoteo 4.11.
Así el siervo
fracasado, pero restaurado, fue escogido por el Espíritu de Dios para escribir
la biografía de aquel Siervo de quien un profeta había escrito: “Jehová el
Señor me abrió el oído y yo no fui rebelde, ni me volví atrás”. ¡Gracias a Dios
por aquel Siervo que fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz! Isaías
50.5, Filipenses 2.8.
El tercer ser viviente
tiene rostro de hombre y corresponde al tema de Lucas, quien habla de la
perfecta humanidad de nuestro Señor. Su tema es Cristo como el Hijo del Hombre.
Lucas, un médico, fue la persona ideal para escribir de Cristo como el Hijo del
Hombre. En su evangelio encontramos el certificado de nacimiento del Salvador,
el certificado de su muerte y — cosa que otro no ha podido dar con la misma
autoridad — un certificado de 49 versículos sobre su resurrección, seguido por
el relato de su ascensión.
El cuarto ser es un águila en vuelo,
indicándonos que Cristo no era de este mundo sino de arriba. “El que descendió
del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo”, Juan 3.13. He aquí una
indicación de su omnipresencia, atributo exclusivo de la deidad. El descendió
de la presencia de Dios para efectuar la obra de la redención, y después
ascendió, “hecho más sublime que los cielos”. Juan escribió el cuarto
evangelio, y su tema es Cristo como el Hijo de Dios.
Este discípulo tomaba el lugar más
cerca de su Señor; es el de Juan 13.23: “Uno de sus discípulos, al cual Jesús
amaba, estaba recostado al lado de Jesús”. Fue el único varón que acompañó a
las mujeres que se pararon al pie de la cruz. Su amor se manifestó en su
devoción hasta el fin, y él pudo dar testimonio del amor de Cristo,
escribiendo: “Como amaba a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
fin”.
Juan es el escritor que recuerda la
barbaridad del soldado al perforar el costado del Salvador y cuenta también lo
que siguió este acto. Siendo el apóstol del amor, fue escogido para escribir el
evangelio que trata de aquel cuyo amor trasciende todo pensar. Él comprueba por
las señales maravillosas que hacía Cristo que éste era el eterno Hijo de Dios,
cosa que afirmará de nuevo en su primera epístola.
Es él quien nos da las palabras: “Yo
soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá
la luz de la vida”, Juan 8.12. En su primera epístola leemos: “Si andamos en
luz como él está en luz, tenemos comunión unos con otros”. Así sea.
Su
escrito
Mateo nunca se destacó como predicador
sino como escritor. Sin embargo, de esta manera ha alcanzado a centenares de
miles de almas con el mensaje encantador de la salvación que hay en Cristo. En
el capítulo 2 los magos vienen de oriente a adorarle. Los judíos no tenían
lugar para él y por esto nació en un establo. En cambio, estos orientales le
honraron con sus preciosas ofrendas de oro, incienso y mirra. El Padre traspasó
el lindero racial y nacional para traer adoradores a los pies de su Hijo.
Este evangelio cuenta
con veintiocho capítulos, excediendo así a los otros tres. El capítulo 27, que
relata los detalles de la crucifixión, es más largo que los demás. El versículo
22 contiene la pregunta trascendental de los siglos: “¿Qué, pues, haré de
Jesús, llamado el Cristo?”
Las siete parábolas de
Mateo 13 tienen su correspondencia en las siete iglesias de Asia de las cuales
leemos en Apocalipsis 2 y 3, y de interés especial es la sexta parábola acerca
de la perla de gran precio. Esta tiene una relación hermosa con la sexta iglesia,
la de Filadelfia. En el capítulo 16 se lee de la Iglesia en su aspecto
universal, y en el 18 de la iglesia local de los dos o tres congregados en el
nombre del Señor, y El en medio de ellos.
El sermón profético de
los capítulos 24 y 25 se refiere claramente a Israel. El Señor está sentado en
el Monte de los Olivos, un detalle que nos hace pensar en Zacarías 14.4; El
volverá a ese mismo monte en poder y gloria para vencer a sus enemigos e inaugurar
su reino milenario en Jerusalén.
Orientándose bien en el aspecto
dispensacional de esta profecía, el creyente no confundirá las palabras, “El
que persevere hasta el fin será salvo”, como relacionadas con el mensaje del
evangelio de la gracia. No es para nosotros asunto de alcanzar la salvación por
perseverar, sino por fe en la obra suficiente de Cristo. La perseverancia es
evidencia de ser verdaderamente salvo.
¿Quién
subirá al monte de Jehová?
La especialidad de Mateo es la
presentación de Cristo sobre siete montes, siendo siete el número de la
perfección. Son símbolos de su grandeza, majestad, ensalzamiento,
inmutabilidad, firmeza y preeminencia. Despliegan la magnitud del poder de Dios
el Creador en contraste con la pequeñez del hombre, un gusano de la tierra.
En su vida terrenal
nuestro Salvador era el señalado entre diez mil. Los ojos profanos podían ver
solamente al Jesús nazareno, “el hijo de José, el carpintero”, pero Juan dio
testimonio de él diciendo, “Vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad”.
La referencia en
Isaías 52.7 a sus pies hermosos sobre los montes nos hace pensar en las
penalidades que aquel fiel mensajero de paz y salvación tuvo que sufrir,
enfrentándose a peligros, soledad y cansancio por amor a nosotros, para
traernos descanso, refugio y bendición eterna.
Cada uno de estos
estudios de los montes tiene sus dos lados: el devocional y el práctico. El
creyente podrá acompañar al Señor en espíritu en las distintas etapas de su
vida terrenal, desde su bautismo en el Jordán hasta la despedida de sus
discípulos en el Monte de los Olivos y su ascensión al cielo.
Estas
meditaciones deben inculcar en nuestros corazones una admiración por su
omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia, como también una admiración por las
excelencias infinitas de su persona, su amor incambiable y su gracia
trascendental. Así se enriquecerá la adoración que le rendiremos. Además,
encontramos en el ejemplo suyo una inspiración para nuestras vidas mientras
estemos en este mundo.
Adentro y afuera
Estos
dos aspectos de la vida cristiana — el devocional y el práctico — son
inseparables. Así como la máquina locomotora necesita dos rieles para andar, el
creyente necesita la devoción y la aplicación práctica. Fue por descuido del
lado devocional, dejando su primer amor, que la iglesia de Éfeso sufrió una
caída espiritual. “Poniendo toda diligencia ..., añadid a vuestra fe virtud; a
la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio,
paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto
fraternal, amor”, 2 Pedro 1.8. “Si estas cosas están en vosotros, y abundan, no
os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro
Señor Jesucristo”.
Es
lamentable que tantos creyentes queden retardados espiritualmente por falta de
leer y escudriñar las Escrituras. Ellos no tienen un conocimiento amplio del
Señor. Es la oración de este autor que sus hermanos en la fe reciban un impulso
divino para dedicar más tiempo a la lectura de la Palabra de Dios, asimilándola
y poniéndola en práctica día a día.