sábado, 31 de mayo de 2025

Sé Diligente En Conocer Bien La Palabra de Dios

 


Textos:
 Proverbios 2.3-9; 2 Timoteo 2.15

Todo creyente debe ser estudiante de la Biblia. Demasiados cristianos piensan que el estudio serio de las sagradas Escrituras es algo sólo para un pastor, anciano u obrero, y que no es necesario para los demás. Es un error colosal. Cada hijo de Dios necesita y debe diligentemente leer, estudiar y apropiar para sí la Palabra de Dios.

Un segundo error es pensar que para estudiar la Biblia necesitas ir a aprender en un seminario o instituto. ¡Incorrecto! C. H. Spurgeon nunca tuvo formación formal en la Biblia, ni tampoco lo tuvieron G. Campbell Morgan ni Harry A. Ironside, ni A. W. Tozer, ni otros.

“Eran estudiantes devotos de la Palabra, y aprendieron sus profundas verdades a través de horas de estudiar, meditar y orar. El primer paso hacia la plenitud de vida es la inteligencia espiritual—creciendo en la voluntad de Dios mediante el conocimiento de la Palabra de Dios”.

Aprende a disciplinar tu uso del tiempo. Aparta un tiempo específico, y un lugar donde puedes estudiar sin distracción. Apaga el teléfono. Algunos encuentran que las horas tempranas del día son las mejores. Otros prefieren la tarde o la noche. Pero lo importante es que cada vez que guardes esta cita, fortaleces el hábito. Cada vez que fallas, lo debilitas. También puedes disciplinarte a utilizar los ratos libres para continuar los estudios donde antes habías parado. Pero eso no toma el lugar del tiempo dedicado.

La motivación es tremendamente importante. El incentivo más grande para estudiar la Biblia es el hecho de que ella es la Palabra de Dios. En ella oyes a Dios hablándote, y podrás conocerle mejor. Cuando vivas consciente de eso, estudiar la Biblia se convierte en gozo, no una tarea pesada.

... Ahora bien, no debes pensar que estudiar la Biblia va a ser algo fácil. Es trabajo, pero merece la pena. Prepárate para profundizar, buscar, comparar e investigar. Determina poner por obra lo que aprendas, como Esdras. (Esd. 7.10)

Comienza con oración. Pide a Dios que Su Espíritu Santo te guíe al leer la Palabra, y te enseñe cosas maravillosas en Su Palabra (Sal. 119:18). Sométete a Él como tu Maestro, y disponte a aprender.

Entonces, decide cuál libro de la Biblia vas a estudiar. Eso dependerá en parte de dónde estás en tu vida cristiana, si eres creyente nuevo o si ya tienes algún conocimiento de las Escrituras.

No intentes hacer demasiado en una sesión. Es mejor tomar pocos versículos y sacar algo provechoso de ellos que leer un capítulo y olvidar de pronto lo que habías leído. Generalmente un capítulo es demasiado.

Lee el pasaje una y otra vez hasta que llegue a ser parte de ti. La familiaridad íntima con las mismas palabras de la Biblia es una cosa invaluable.

Apunta cosas que no entiendes y preguntas o dudas que tengas. Cuando me preguntan cómo estudio la Biblia, digo: “con la mente hecha un interrogante”. Eso no quiere decir que dudes de la veracidad de la Palabra de Dios. Simplemente significa que, al leer y estudiar, siempre preguntas: “¿Qué significa esto?”

Escribe tus propias notas y observaciones sobre cada versículo. Realmente no has captado el sentido hasta que puedas explicarlo en palabras sencillas y fáciles de entender... A menos que las personas puedan expresarse bien usando un vocabulario ordinario de su idioma, realmente no conocen bien el tema que tratan.

Luego, toma ayuda de los comentarios de confianza, los diccionarios bíblicos, las enciclopedias, buenas traducciones de la Biblia, las versiones parafraseadas, libros de estudios de palabras y otras obras de consulta. Yo acepto toda la buena ayuda que encuentre. Pero un comentario no debe usarse como un atajo. Leer un comentario no es suficiente para decir que has estudiado.

Sigue buscando respuestas a tus preguntas. Algunas preguntas serán contestadas durante el tiempo de tu estudio de la Biblia, otras quizás sean contestadas después de un tiempo, al hablar del tema con otras personas, o más adelante en tus lecturas y estudios. Puede que a algunas no halles respuesta completa.

A veces los eventos de la vida cotidiana arrojan luz sobre las Escrituras. Podemos aprender en las pruebas y tribulaciones. Por ejemplo, los creyentes en un campo de concentración perciben tesoros en la Biblia que los demás no ven.

Aprovecha con ánimo las oportunidades que tengas para compartir los resultados de tus estudios. Esto puede bendecir y ayudar a otros, y, además, te librará de vivir en un mundo de cosas triviales. Ahora, ¡manos a la obra!

William MacDonald

adaptado de su libro: Manual del Discípulo

María, Bendita Entre las Mujeres


 ¿Qué dice la Biblia acerva de María, la madre de Jesús?

Todos hemos oído mucho de María, la madre de nuestro Señor. Seguro que hemos oído que a ella se le debe orar (rezar). Tal vez tú mismo lo has hecho, y la has rendido culto. ¿Sabes qué dice Dios de tales cosas? ¿Sabes qué dice acerca de María? ¿Te importa? Veamos.

1. La Biblia dice que María era muy favore­cida y bendita entre las mujeres. Antes que concibiera a Jesús, el ángel Gabriel fue enviado de Dios para anunciar a María la concep­ción inmaculada, esto es, que ella concebiría y daría a luz un hijo sin pecado, el “santo ser” (S. Lucas 1:35). Al llegar el ángel le saludó diciendo: “¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres” (S. Lucas 1:28).

2. La Biblia revela que María fue escogida no por mérito propio, sino por la gracia de Dios (favor inmerecido). El ángel le anunció: "Has hallado gracia delante de Dios" (S. Lucas 1:30).

3. La Biblia revela que María, aunque piadosa, necesitaba un Salva­dor, pues ella misma confesó y declaró: “Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (S. Lucas 1:47). Todo ser humano necesita ser salvo, “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).

4. La Biblia revela que era necesario que alguien la cuidara, pues el Señor, estando en la cruz, dijo a Su discípulo Juan: “He ahí tu madre”; y a María dijo: “Mujer, he ahí tu hijo” (S. Juan 19:26-27). Se ve que Juan tenía que cuidar a María y no ella a Juan.

5. La Biblia revela que le hacía falta orar, porque después de la ascen­sión de Cristo, estaba ella entre los reunidos para orar: “Todos éstos perse­veraban unánimes en oración y ruego, con las mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hechos de los Apóstoles 1:14). Vemos que los demás no oraban a ella, sino que María, como los demás, oraba a Dios. Ella no era mediadora entre ellos y Dios, sino que oraba como una más.

6. La Biblia revela que María necesitaba el Espíritu Santo. En la cita an­terior, vimos que cuando estaban todos unánimes juntos, María estaba con ellos. Luego dice que “fueron todos llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:1-4). Esto nos enseña que María, igual que a los demás, recibió el Espíritu Santo.

7. La Biblia nos dice que María tenía otros hijos. Por ejemplo, el evange­lista Mateo registra una queja de los enemigos de Jesús: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros?” (S. Mateo 13:55-56 y S. Marcos 6:2-3). Esto no significa primos o parientes como algunos alegan, sino hermanos nacidos de la misma madre. María no es "siempre virgen" como dicen, y esta verdad no le deshonra, pues Dios les bendijo a José y ella con hijos nacidos de su unión matrimonial. Dios declara: "Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla" (Hebreos 13:4). El apóstol Juan menciona a los hermanos de Cristo (S. Juan 7:3, 5, 10). En la cita de Hechos 1:14 notamos que los herma­nos de Jesús también estaban reunidos para orar.

8. María no pudo hacer un milagro cuando faltó el vino en la boda. No tenía poderes sobrenaturales. Ella habló a los siervos de la importancia de obe­decer a su hijo Jesús cuando dijo: “Haced todo lo que [Jesucristo] os dijere” (S. Juan 2:5). Por eso debes estudiar el Nuevo Testamento por tí mismo, para ver cómo el Señor Jesús quiere que tú obedezcas.

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:1-2). Dios no habló por María, sino por "el Hijo" Jesucristo.

La Biblia no enseña que María ascendió viva al cielo. En toda la Biblia sólo hay dos personas que fueron al cielo sin morir: Enoc (Génesis 5:24; Hebreos 11:5), y el profeta Elías (2 Reyes 2:11). Son las únicas excepciones que Dios ha permitido. Nadie más. La asunción de María es una leyenda que surgió en el siglo IV y fue convertida en dogma por aclamación popular sólo en el año 1950. No tiene apoyo bíblico.

Parece que Jesucristo supo que posteriormente la gente trataría de dar suma importancia a Su madre. Tal vez por eso nunca llamó a Su madre en pú­blico por el nombre “madre”, ni le dio otros títulos. Tanto cuidado usó el Espíritu Santo para que nosotros adorásemos siempre y sólo a Cristo, y no a Su madre. Ella fue bendecida por Dios, es cierto, pero no tiene poderes para bendecir, pues no es divina.

Dijo Cristo Jesús: “Todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y hermana, y madre” (S. Mateo 12:50).

Amigo, ¿no quieres entrar en el reino de Dios, y ser parte de la familia de Jesucristo, al igual que María la madre de Jesús? Si arrepentido de tus peca­dos, confías en el Señor Jesucristo para perdonarte y darte vida nueva y eterna, Él lo hará. Sólo Jesucristo puede salvarte.

M.A.Yoder, adaptado

https://asambleabetel.blogspot.com/

El Evangelista y su evangelio: Mateo – El hombre y su libro

 Carta gráfica sobre los siete montes


Su conversión

En Mateo 9.9,10 se relata la conversión de Mateo, un recaudador de impuestos para el gobierno imperial de Roma. Cada pieza de plata que pasaba por sus manos llevaba impresa la imagen de César — “¿De quién es esta imagen y la inscripción?” Marcos 12.16 — así que el dinero llenó su corazón. Cierto día Cristo pasó por allí y, mirándole, le dijo: “Sígueme”. Mateo se levantó y le siguió, y el Evangelio según Lucas añade el detalle, “Dejándolo todo”. Cuando Mateo relata su propia conversión, su modestia no le permite referirse al tal sacrificio.

El ofreció una cena en su casa, convidando a sus colegas para así confesar delante de ellos que él ya era de Cristo. También es con modestia que Mateo hace referencia al banquete, sin decir que lo ofreció en su casa y que él era el anfitrión. De estos detalles nos informan Marcos y Lucas. En Cristo hubo un atractivo irresistible, mayor que el dinero al cual él estaba entregado antes. En el caso de Zaqueo, el jefe de los publicanos, él sólo dio la mitad de sus bienes a los pobres, guardando el resto, pero Mateo dejó todo. Zaqueo nunca llegó a ser apóstol de Cristo. Pedro y los demás podrían decir, “He aquí nosotros lo hemos dejado todo”. El joven rico quería aferrarse a sus riquezas y a la misma vez poseer la vida eterna; Cristo exige que dejemos todo sin dejar algo entre él y nosotros.

Su nombre

Mateo significa “don de Dios”. Marcos y Lucas le llaman Leví, que quiere decir “juntado”. Es posible que fuese conocido también por ese nombre, pero en su evangelio él es Mateo y nos hace pensar en Aquel que es el don inefable de Dios. En Hechos, un libro escrito por Lucas, su nombre en 1.13 es Mateo, de acuerdo con el título del primer evangelio.

Antes de salvo, Mateo estaba juntado a su banco de impuestos, pero después fue juntado a Cristo para siempre. Desde aquel mismo día se borró de su corazón la imagen de César, y comenzó a desarrollarse en él una imagen nueva, la del Rey de reyes y Señor de señores. Hubo un eclipse total y espiritual, y con esta nueva visión él fue escogido por el Espíritu Santo para escribir su evangelio acerca de Cristo como el Rey. No debemos estar contentos con tan sólo nuestra posición por gracia, sino encontrar nuestro mayor contentamiento en la persona suya.

Habiendo acompañado a Cristo por tres años, guardando sus dichos en su corazón y presenciando sus maravillosas obras de compasión, él fue escogido para escribir por inspiración divina. ¡Cuánto debemos agradecerle por esta obra magna e inmortal! Cada creyente verdadero ha sido llamado por Cristo para seguirle y a su vez testificar fielmente delante del mundo, como hizo Mateo, de su Salvador.

Uno entre cuatro

El diseño de las Sagradas Escrituras es perfecto. En Apocalipsis 4.6 al 7 hay una descripción de los cuatro seres vivientes alrededor del trono, llenos de ojos delante y detrás como símbolo de inteligencia perfecta. Ellos son los guardianes del trono celestial.

A la vez, cada uno de los cuatro hombres escogidos para escribir de la vida terrenal del Señor, tenía también su propia aptitud. Cuatro es el número que significa la entereza, de manera que contamos con un cuadro completo del Salvador. Cada escritor, dirigido por el Espíritu, contribuye fielmente su parte correspondiente.

La primera de aquellas criaturas es el león, simbólico del rey, que representa a Cristo como el León de la tribu de Judá, Apocalipsis 5.5. Esto corresponde al primer evangelio, que es Mateo y cuyo tema es el Rey. De esa tribu procedió David, y Cristo era descendiente suyo según la genealogía de Mateo 1. Es de notar que en esa genealogía se nombran diecisiete varones que engendraron hijos, pero en el versículo 16 leemos, “María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo”. Él no fue engendrado por hombre sino por poder del Espíritu Santo.

El segundo ser viviente es como un becerro o buey, el animal de trabajo y fiel servidor del hombre. Este es el tema del segundo evangelio, que es Marcos. Cristo es presentado como el siervo obediente, dispuesto como el buey para el yugo o el altar.

Marcos, siendo joven, fue llevado por Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero como ayudante en lo material, pero no aguantó y volvió a la casa materna. Sin embargo, años después, Pablo escribió desde Roma a Timoteo, diciendo, “Toma a Marcos, y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio”, 2 Timoteo 4.11.

Así el siervo fracasado, pero restaurado, fue escogido por el Espíritu de Dios para escribir la biografía de aquel Siervo de quien un profeta había escrito: “Jehová el Señor me abrió el oído y yo no fui rebelde, ni me volví atrás”. ¡Gracias a Dios por aquel Siervo que fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz! Isaías 50.5, Filipenses 2.8.

El tercer ser viviente tiene rostro de hombre y corresponde al tema de Lucas, quien habla de la perfecta humanidad de nuestro Señor. Su tema es Cristo como el Hijo del Hombre. Lucas, un médico, fue la persona ideal para escribir de Cristo como el Hijo del Hombre. En su evangelio encontramos el certificado de nacimiento del Salvador, el certificado de su muerte y — cosa que otro no ha podido dar con la misma autoridad — un certificado de 49 versículos sobre su resurrección, seguido por el relato de su ascensión.

El cuarto ser es un águila en vuelo, indicándonos que Cristo no era de este mundo sino de arriba. “El que descendió del cielo, el Hijo del Hombre que está en el cielo”, Juan 3.13. He aquí una indicación de su omnipresencia, atributo exclusivo de la deidad. El descendió de la presencia de Dios para efectuar la obra de la redención, y después ascendió, “hecho más sublime que los cielos”. Juan escribió el cuarto evangelio, y su tema es Cristo como el Hijo de Dios.

Este discípulo tomaba el lugar más cerca de su Señor; es el de Juan 13.23: “Uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús”. Fue el único varón que acompañó a las mujeres que se pararon al pie de la cruz. Su amor se manifestó en su devoción hasta el fin, y él pudo dar testimonio del amor de Cristo, escribiendo: “Como amaba a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”.

Juan es el escritor que recuerda la barbaridad del soldado al perforar el costado del Salvador y cuenta también lo que siguió este acto. Siendo el apóstol del amor, fue escogido para escribir el evangelio que trata de aquel cuyo amor trasciende todo pensar. Él comprueba por las señales maravillosas que hacía Cristo que éste era el eterno Hijo de Dios, cosa que afirmará de nuevo en su primera epístola.

Es él quien nos da las palabras: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”, Juan 8.12. En su primera epístola leemos: “Si andamos en luz como él está en luz, tenemos comunión unos con otros”. Así sea.

Su escrito

Mateo nunca se destacó como predicador sino como escritor. Sin embargo, de esta manera ha alcanzado a centenares de miles de almas con el mensaje encantador de la salvación que hay en Cristo. En el capítulo 2 los magos vienen de oriente a adorarle. Los judíos no tenían lugar para él y por esto nació en un establo. En cambio, estos orientales le honraron con sus preciosas ofrendas de oro, incienso y mirra. El Padre traspasó el lindero racial y nacional para traer adoradores a los pies de su Hijo.

Este evangelio cuenta con veintiocho capítulos, excediendo así a los otros tres. El capítulo 27, que relata los detalles de la crucifixión, es más largo que los demás. El versículo 22 contiene la pregunta trascendental de los siglos: “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?”

Las siete parábolas de Mateo 13 tienen su correspondencia en las siete iglesias de Asia de las cuales leemos en Apocalipsis 2 y 3, y de interés especial es la sexta parábola acerca de la perla de gran precio. Esta tiene una relación hermosa con la sexta iglesia, la de Filadelfia. En el capítulo 16 se lee de la Iglesia en su aspecto universal, y en el 18 de la iglesia local de los dos o tres congregados en el nombre del Señor, y El en medio de ellos.

El sermón profético de los capítulos 24 y 25 se refiere claramente a Israel. El Señor está sentado en el Monte de los Olivos, un detalle que nos hace pensar en Zacarías 14.4; El volverá a ese mismo monte en poder y gloria para vencer a sus enemigos e inaugurar su reino milenario en Jerusalén.

Orientándose bien en el aspecto dispensacional de esta profecía, el creyente no confundirá las palabras, “El que persevere hasta el fin será salvo”, como relacionadas con el mensaje del evangelio de la gracia. No es para nosotros asunto de alcanzar la salvación por perseverar, sino por fe en la obra suficiente de Cristo. La perseverancia es evidencia de ser verdaderamente salvo.

¿Quién subirá al monte de Jehová?

La especialidad de Mateo es la presentación de Cristo sobre siete montes, siendo siete el número de la perfección. Son símbolos de su grandeza, majestad, ensalzamiento, inmutabilidad, firmeza y preeminencia. Despliegan la magnitud del poder de Dios el Creador en contraste con la pequeñez del hombre, un gusano de la tierra.

En su vida terrenal nuestro Salvador era el señalado entre diez mil. Los ojos profanos podían ver solamente al Jesús nazareno, “el hijo de José, el carpintero”, pero Juan dio testimonio de él diciendo, “Vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

La referencia en Isaías 52.7 a sus pies hermosos sobre los montes nos hace pensar en las penalidades que aquel fiel mensajero de paz y salvación tuvo que sufrir, enfrentándose a peligros, soledad y cansancio por amor a nosotros, para traernos descanso, refugio y bendición eterna.

Cada uno de estos estudios de los montes tiene sus dos lados: el devocional y el práctico. El creyente podrá acompañar al Señor en espíritu en las distintas etapas de su vida terrenal, desde su bautismo en el Jordán hasta la despedida de sus discípulos en el Monte de los Olivos y su ascensión al cielo.

Estas meditaciones deben inculcar en nuestros corazones una admiración por su omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia, como también una admiración por las excelencias infinitas de su persona, su amor incambiable y su gracia trascendental. Así se enriquecerá la adoración que le rendiremos. Además, encontramos en el ejemplo suyo una inspiración para nuestras vidas mientras estemos en este mundo.

Adentro y afuera

Estos dos aspectos de la vida cristiana — el devocional y el práctico — son inseparables. Así como la máquina locomotora necesita dos rieles para andar, el creyente necesita la devoción y la aplicación práctica. Fue por descuido del lado devocional, dejando su primer amor, que la iglesia de Éfeso sufrió una caída espiritual. “Poniendo toda diligencia ..., añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor”, 2 Pedro 1.8. “Si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo”.

Es lamentable que tantos creyentes queden retardados espiritualmente por falta de leer y escudriñar las Escrituras. Ellos no tienen un conocimiento amplio del Señor. Es la oración de este autor que sus hermanos en la fe reciban un impulso divino para dedicar más tiempo a la lectura de la Palabra de Dios, asimilándola y poniéndola en práctica día a día.

Santiago Saword


viernes, 30 de mayo de 2025

LOS DOCE HOMBRES DE PABLO (11)

 


Resumen de los doce hombres de Pablo


ü  El "viejo hombre", término abstracto que describe el estado moral corrupto de la raza caída de Adán.

ü  El "nuevo hombre": el nuevo orden moral de perfección en la raza de la nueva creación bajo

ü  Cristo.

ü  El "primer hombre": la condición natural y terrenal de la raza humana bajo Adán.

ü  El "segundo hombre": el orden espiritual de la humanidad en la raza en la nueva creación bajo Cristo.

ü  El "hombre exterior": el cuerpo humano.

ü  El "hombre interior": el alma y el espíritu humanos.

ü  El "hombre natural", — una persona perdida sin el nuevo nacimiento.

ü  El hombre "espiritual", — un creyente, nacido del Espíritu, sellado con el Espíritu y gobernado por el Espíritu.

ü  El hombre "carnal": una persona gobernada por la carne.

ü  El hombre maduro o perfecto: un cristiano maduro.

ü  Un hombre "miserable", — un creyente que carece de liberación.

ü  Un "hombre en Cristo", — un creyente que conoce su posición en Cristo y la liberación práctica en su alma.

B. Anstey

Traducido del Inglés por: B.R.C.O.

Aunque solamente Sea fruto a treinta

 


La semilla en Marcos capítulo 4

Generalmente la parábola de la simiente es leída y explicada para los inconversos, y ciertamente ese es su fin por la respuesta que el Señor dio a los que le preguntaron. Él dijo: “A los que están fuera, por parábolas todas las cosas.” Después de consumada la redención, la predicación del Evangelio pasó a los gentiles, porque al Señor le plugo escoger de entre ellos pueblo para sí. (Hechos 11:18) Todo aquello que estaba encerrado en ministerio y que era exclusivo para un pueblo, le fue quitado el velo para que de una manera sencilla y sin ambages pasase a ser profecía o predicación a los inconversos, doctrina a los convertidos y edificación a los santos.

Así pues, tomamos de esta parábola los cuatro aspectos y clases de tierra del modo y condición como los creyentes pueden recibir la Palabra de Señor.

 

“Aconteció sembrando que una parte cayó junto al camino y vinieron las aves del cielo y la tragaron.” (Marcos 4:3,4)

Sentimos informar que son muchos los sermones perdidos para muchos creyentes, pues esta clase es superficial; cual nunca han dado cabida a la Palabra del Señor. Pablo señala a ambos sexos de esta manera: “Porque estos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecado, arrastradas por diversas concupiscencias ... Estas siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad.”(2 Timoteo 3:6,7)

Conviene prestar mucha atención a la Palabra de Dios, pues no ignoramos que los enemigos, las aves, vienen de arriba. Son malicias espirituales en los aires que provienen del príncipe de la potestad del aire. Cualquier distracción, preocupación o desanimación aprovecharán estas aves para tragar un sermón íntegro. La caída y el fracaso de muchos creyentes se debe a su irreverencia por la Palabra de Dios. “Han dejado caer la palabra a tierra,” y el enemigo ha tomado la ocasión para blasfemar. “Por lo cual, asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado sois salvos, si no creísteis en vano.” (1 Corintios 15:2)

 

“Y otra parte cayó en pedregales donde no tenía mucha tierra, y luego salió porque no tenía tierra profunda.” v.5.

Ciertamente entre las celdas receptoras del hombre, tres se ajustan mucho a esta parábola: el oído, el intelecto y el corazón. De esta clase se colige que la simiente cayó en una capa de tierra delgada ¾no había profundidad— por debajo la dura “guaratara” y por encima la pequeña humedad “apariencia de piedad,” y así no resistió el calor del sol de las nueve de la mañana.

Ahora notamos que el enemigo viene de abajo, de la piedra no removida. Es la carne que no aguanta la tentación; se pone canija y susceptible. Son los sentimientos sin fricción. “La otra dijo: Ni a mí, ni a ti, partidlo.” (1 Reyes 3:26) “Esperé quien se compadeciese de mí y no lo hubo; consoladores y ninguno hallé ... Pusiéronme además hiel por comida y en mi sed me dieron a beber vinagre.” (Salmo 69:20,21) Esto hicieron con el Señor; lo mismo fué con Esteban; Hechos 7:55-60. Los pequeños inconvenientes escandalizan a los vanos. Por eso muy pocos llegan a “resistir hasta la sangre combatiendo contra el diablo.” (Hebreos 12:4)

 

“Y parte cayó en espinas, y subieron las espinas y la ahogaron y no dio fruto.” v. 7.

Aquí parece que la semilla nació y creció en poco pero no llegó a dar frutos porque los abrojos crecieron y taparon la planta. Faltó la vigilancia. Los enemigos vienen de los lados; monte no arrancado. El mundo ocupa los cuatro ángulos del corazón: ahogados de los cuidados, comodidades temporales de pecado, los pasatiempos temporales del pecado, los pasatiempos en la molicie, el amor al dinero.

Los frutos son del mamón o lechosa “macho.” Esta clase de árboles florea, pero los frutos se consumen en ellos mismos. “Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo.” (Filipenses 2:21) Esta semilla llega un poco más hondo, hasta el intelecto del hombre; su capacidad se desarrolla en los negocios de esta vida para su propio placer y prosperidad temporal.

Hermanos, las plantas dañinas no se podan; se arrancan. De otra manera van a entretejer sus raíces como lo hace la cizaña entre el trigo. Saúl destruyó lo vil y lo flaco, y perdonó lo grueso y bueno de Amalec con la simulación de ofrecerlo en sacrificio a Jehová, pero la sentencia fue: “Tu desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey.” (1 Samuel 15:23)

 

“Y parte cayó en buena tierra y dió fruto que subió y creció.” v. 8

He aquí la palabra que cae en un corazón ejercitado. Lo primero que reconoce el creyente es que es plantío o labranza de Dios, que toda la sabia y la vida viene de Dios. El creyente viene a ser también “árbol plantado junto a arroyos de aguas, que da su fruto en su tiempo y su hoja no cae.”

Da y vuelve a dar porque la fuente es Dios. Dice un proverbio: “El que da pronto, da dos veces.” De las mujeres que siguieron al Señor y a sus discípulos, primero oyeron el evangelio, creyeron en el Señor, fueron curadas de malos espíritus y luego le servían de sus bienes. (Lucas 8:1-3) Pablo en seguido que creyó dijo: “Señor, ¿qué quieres que haga?” y toda su vida fue un caudal de frutos para el Señor.

Ojalá le demos más atención y cabida a la Palabra del Señor, que, si diéramos fruto a treinta, el Dueño de la viña nos regaría más con su bendición para que lo demos a sesenta.

El andar cristiano

Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. Efesios 5:1–2


La importancia de nuestro ‘andar’ cristiano abarca todas las áreas de nuestras vidas, desde nuestro nuevo nacimiento hasta el momento en el que seremos llevados a nuestro hogar en la gloria.

En Efesios, el término ‘andar’ se menciona siete veces. En el pasaje de hoy, se nos exhorta a andar en amor, tomando a Cristo como nuestro ejemplo supremo. Sin embargo, seguir su ejemplo no es lo que nos convierte en sus “hijos amados”, pues somos hijos de Dios por su gracia soberana por medio de Cristo, quien nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros. Su glorioso sacrificio ascendió como un aroma agradable a Dios, y esta victoria triunfante será celebrada por toda la eternidad.

Hubo un tiempo en el que andábamos según “la corriente de este mundo” (Ef. 2:2). Gracias a Dios, ese tiempo ha pasado. Él ha hecho algo nuevo de aquellos que antes éramos ignorantes, muertos en delitos y pecados. No se trata simplemente de algo viejo que se ha reparado para que luzca como nuevo, sino de algo realmente nuevo. Dios nos ha dado vida en Cristo Jesús, capacitándonos para andar en el camino que él preparó de antemano (véase Ef. 2:10). Al considerar la grandeza de Dios, las riquezas de su misericordia y el pleno amor que nos tiene, ¡con razón podemos gloriarnos solo en la cruz de Cristo (véase Gá. 6:14)!

Con el fin de ser coherentes con nuestro llamamiento, debemos caminar en conformidad con la maravillosa posición en la que hemos sido puestos por gracia (véase Ef. 4:1). El apóstol nos recuerda que nuestro andar ahora es diferente; no debe ser gobernado por la inutilidad de la mente, sino que debemos reconocer de forma práctica que Jesucristo es el Señor y que tiene el control de nuestra vida (véase Ef. 4:17). En este mundo oscuro, debemos andar como hijos de luz (véase Ef. 5:8) y con sabiduría espiritual, manteniendo nuestros corazones y mentes centrados en Cristo (véase Ef. 5:15).

Jacob Redekop

El Señor Está Cerca 2025

MUJERES DE FE DEL NUEVO TESTAMENTO (14)

 


María Magdalena

"Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él había dicho estas cosas". (Juan 20.18)

La historia está en Mateo 27.56,61, 28.1, Marcos 15.40,47, 16.1,9, Lucas 8.2, 24.10, Juan 19.25, 20.11,16 y 18.


Entre las fieles mujeres que siguieron al Señor estaba María Magdalena, una mujer cuya historia es un vivo ejemplo de la gracia de Dios. Esta María tenía su hogar en Magdala, un pueblo al noreste del Mar de Galilea. Para distinguirla de las otras Marías es llamada cada vez María Magdalena. Desgraciadamente, el nombre de María Magdalena ha llevado un estigma desde los tiempos bíblicos. Ella ha sido confundida con la mujer pecadora que ungió los pies del Señor (Lucas 7). Pero la Magdalena no fue la mujer pecadora ni la mujer tomada en adulterio ni María de Betania.

Algunos escritores han propagado injustamente que ella era una prostituta, y los artistas han retratado a esta María como una mujer degradada. En modernas obras ficticias como la novela El Código Da Vinci se habla del matrimonio secreto de Jesús con esa mujer y esto es blasfemia. Obviamente la verdad es todo lo contrario. María Magdalena fue una de las más nobles mujeres de la Biblia.

Antes de conocer al Señor, ella sufría de una terrible aflicción; siete demonios habían tomado posesión de ella. No podemos imaginarnos la angustia que sufrió a causa de ellos. Pero Jesucristo los echó fuera, y de allí en adelante ella vivía para su Salvador, y era una de los que acompañaron al Salvador desde Galilea hasta Jerusalén donde fue crucificado.

Soldados crueles rodearon la cruz donde estuvo colgado el Hijo de Dios, pero también estuvieron allí unos pocos de los suyos, el apóstol Juan y cuatro mujeres: su madre María, Salomé, María la mujer de Cleofás y María Magdalena. La terrible angustia del Calvario fue una prueba del amor de estas mujeres que estaban allí de pie, tan cerca que pudieron oír las palabras y ver los sufrimientos del bendito Salvador. Vemos la devoción de María Magdalena y las otras mujeres; aunque los discípulos abandonaron al Señor y huyeron, las mujeres estuvieron cerca.

José de Arimatea pidió el cuerpo de Jesús, lo bajó, lo envolvió en una sábana y lo puso en su sepulcro. Luego hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la madre de Jacobo vieron la sepultura del Señor y la piedra sellada a la entrada. Luego regresaron a donde estaban hospedadas, prepararon ungüentos y especias para la sepultura, y descansaron el día sábado.

Muy temprano el domingo estas dos mujeres fueron con otras al sepulcro llevando las especias aromáticas para su sepultura. Iban diciéndose unas a otras: "¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?" Pero hallaron la piedra removida y vieron que el cuerpo no estaba allí. Las mujeres tuvieron miedo, pero los ángeles les dijeron que Cristo había resucitado como Él lo había profetizado.

María Magdalena corrió en busca de Pedro y Juan para decirles que se habían llevado del sepulcro el cuerpo del Señor. Los dos discípulos vieron el sepulcro vacío y regresaron a su casa.

María Magdalena se quedó parada al lado del sepulcro llorando. Cuando los ángeles le preguntaron por qué lloraba, ella les dijo que alguien se había llevado a su Señor y que no sabía dónde lo habían puesto. Al instante llegó Jesús, pero María pensaba que era el hortelano. Jesús le dijo: "Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?" Cuando Él la llamó por nombre: "María", ella exclamó: "¡Raboni!", que quiere decir Maestro.

María pensaba en Jesús como su gran Maestro, pero ahora tenía una manifestación: El era su Salvador. Después de su resurrección, el contacto con Él tenía que ser espiritual, por fe, y por esta razón Cristo le dijo a María: "No me toques". A María Magdalena le fue dado el privilegio de darles a los discípulos la noticia de la resurrección y contarles lo que Él le había dicho.

María Magdalena, una mujer, fue la primera persona en ver a Cristo resucitado, la primera en oír su voz, la primera en ser enviada por Él y la primera en dar las buenas nuevas a otros. Esta historia muestra el poder de Cristo sobre Satanás y su bondad hacia una mujer desgraciada. Dios otorga privilegios especiales a las personas que muestran su gratitud consagrándose a su servicio.

Las últimas palabras de Cristo (17)

 

El Padre glorificado en el Hijo

Juan 17:1-5


Toda expresión de rogativas ofrecidas en los primeros cinco versículos del capítulo 17 tienen como objeto la gloria del Padre. Ya sea que la oración tenga presente al Hijo en la tierra o sobre la cruz (entre cielo y tierra), su primer gran deseo es el de glorificar al Padre. Un motivo así de puro es incomprensible para el hombre caído, pues lo natural sería que pensara en utilizar su poder para glorificar el yo. Esto fue lo que pensaron sus hermanos en la carne cuando dijeron: «Si haces estas cosas, manifiéstate al mundo» (Juan 7:4). ¿Qué significa esto sino lo mismo que decir «utiliza tu poder para glorificarte»? ¿No demuestra que el hombre utiliza el poder que le confían sus semejantes para glorificarse a sí mismo? La primera cabeza del poder gentil logra caer con estas palabras: «¡Mirad la gran Babilonia que he construido como capital del reino, la he construido con mi gran poder, para mi propia honra!» (Dan. 4:30, NVI). Todo el cielo se une para decir: «El Cordero que ha sido inmolado es digno de tomar el poder», pues únicamente Él utiliza el poder para la gloria de Dios y la bendición del hombre. El Señor desea una gloria mayor que la que pueda ofrecer este mundo, pues dice: «Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiese». Con esta gloria mayor Él desea poder glorificar al Padre.

v. 2. El poder ya se le había dado en la Tierra, y lo manifestó resucitando a Lázaro y usándolo para la gloria de Dios: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» (Juan 11:40). El Señor ruega ahora por una gloria que se corresponda con la de su poder, un poder que le había sido dado sobre toda carne para glorificar a Dios llevando a cabo los propósitos divinos. En este mundo vemos el terrible poder de la carne energizada por Satanás; sin embargo, y para nuestro consuelo, sabemos por esta oración que un poder más elevado le ha sido dado al Señor a fin de que ningún otro, por maligno que sea, impida a Cristo llevar a cabo los consejos de Dios de dar la vida eterna a cuantos el Padre ha querido dar al Hijo.

v. 3. Esta vida tiene su colofón en el conocimiento y gozo de nuestras relaciones con el Padre y con el Hijo; no es como la vida natural, que se limita al conocimiento y disfrute de las cosas naturales y a las relaciones humanas. Esta vida, no confinada a la tierra ni ligada al tiempo, ni a la que la muerte tampoco puede poner fin, nos capacita para conocer y gozar de la comunión con las Personas divinas y nos transporta fuera del mundo, dejando atrás esta tierra, para cruzar los límites del tiempo y alcanzar las regiones de la gloria eterna.

v. 4. Si el deseo del Señor es glorificar al Padre en el nuevo lugar en el cielo, esto ya lo ha hecho en su camino terrenal y con sus padecimientos en la cruz. ¿Quién, salvo el Señor, podía mirar al cielo y decir al Padre «te he glorificado en la tierra»? El hombre caído, que fue hecho a imagen y semejanza de Dios como verdadero representante suyo ante el Universo, le ha deshonrado en la tierra. Si el mundo tiene que formarse una idea de Dios a partir del hombre caído, la conclusión a la que llegará será que es un Ser cruel, egoísta y rencoroso que carece de sabiduría, amor o compasión. Esta es, desde luego, la terrible conclusión que alcanzaron los paganos asumiendo que Dios debía de ser igual a ellos, lo que explica que se hicieran dioses crueles, egoístas e indeseables: «Cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible». En lugar de glorificar a Dios con una representación verdadera de Él, el hombre le ha traído deshonra en esta tierra. Si nos volvemos del hombre caído al Hombre Cristo Jesús —el Hijo— vemos a Uno que glorificó a Dios con cada paso que dio. No bien hubo nacido, las huestes celestiales dijeron al contemplar a su Hacedor:

«Gloria a Dios en las alturas». Al final de su camino, el Señor dice al Padre: «Te he glorificado en la tierra». Él manifestó de manera plena el carácter de Dios y mantuvo en integridad todo lo que era debido a Él, su gloria delante de todo el Universo. Dios fue manifestado en Cristo encarnado, visto de los ángeles y de los hombres.

Cristo no solo le glorificó en su camino terrenal, sino que además le glorificó en la cruz: «He llevado a término la obra que me diste a realizar». Allí fue donde mantuvo la justicia de Dios en relación al pecado y donde exhibió el amor de Dios al pecador.

Cristo habla aquí de la humanidad perfecta con la que Él se humanó. Como Hombre glorificó a Dios y consumó la obra que le había encomendado, y como creyentes tenemos el privilegio de andar como Él anduvo. Estamos aquí para manifestar la gloria de Dios y acabar la obra que se nos ha encomendado, sin olvidar jamás que la obra que Él vino a hacer es independiente de la nuestra. Nadie excepto el Hijo pudo emprender y consumar esta gran obra.

v. 5. En este versículo escuchamos las peticiones de las que el hombre no participa. El Señor habla aquí como el Hijo eterno y presenta dichas peticiones de las que solo Uno que es Dios puede participar. En primer lugar, dice el Señor: «Padre, glorifícame tú». Nosotros deseamos poseer nuestros cuerpos gloriosos para que Cristo sea glorificado en nosotros (2ª Tes. 1:10) y así poder decir «glorifica a Cristo en mí», pero aparte de una Persona divina ¿quién más pudo decir «glorifícame»? En segundo lugar, la oración se eleva a un plano superior, porque el Señor añade: «Al lado tuyo». Solamente el Hijo eterno, que moraba en el seno del Padre, podía pedir aquella gloria en proporción con la del Padre. Aquel que habla de esta manera reclama para sí la igualdad con Él.

Cuando el Señor procede a hablar de «aquella gloria que tuve» se refiere a una gloria que Él poseía en la eternidad como Persona divina, no una gloria que Él recibió, sino la que Él ya tenía. Por eso dice «aquella gloria que tuve contigo», una expresión que no solo implícita la divinidad de su Persona, sino también a una Persona distintiva en el seno de la Deidad. Finalmente, hace referencia a esta gloria como la gloria que Él tenía con el Padre antes de que el mundo existiera. Una gloria fuera del tiempo perteneciente a la eternidad, y Él era una Persona divina, distintiva y eterna de la Deidad. Se ha dicho con acierto: «le escuchamos hablar con la plena conciencia de que Él mismo era antes de que el mundo fuera, y de una gloria que Él tenía como suya en la comunión eterna con Dios».

Viviendo por encima del promedio (23)

 


Asignaré nombres ficticios a esta pareja por razones que se volverán claras a medida que avanza la historia. Emie era oficial en el ejército estadounidense, ubicado en una gran base en los Estados Unidos. Elise estuvo dispuesta a renun­ciar a su carrera; sentía que su llamado era quedarse en casa y criar a sus dos hijos. Aparte de los usuales pequeños de­sacuerdos, su matrimonio era feliz.

Entonces Emie fue transferido a Japón. Fue en un tiem­po en el que las familias no tenían la libertad de acompañar al padre. Pero esta familia se mantuvo en contacto cercano por medio del correo. Era siempre el mejor momento de la semana cuando llegaba una carta de Papá. Los niños se sen­taban en el suelo cerca de Mamá mientras ella les leía la carta. Las noticias se convertían en el tema de charla del resto del día. Parecía que Papá no estaba tan lejos.

Así que fue motivo de alarma cuando pasó una semana y no había llegado su carta. Elise tenía una viva imagina­ción. Veía a Emie enfermo, o en medio de un accidente, o siendo parte de alguna peligrosa misión secreta. Pasaron dos semanas y no llegaba su carta. Si hubiese habido un accidente o alguna enfermedad, a esta altura ya le habrían notificado. Tres semanas y sin correo. Cuatro. Finalmente, llegó una carta y con ella el golpe. Los temores de Elise se habían vuelto una realidad. Era increíble. ¿Qué había he­cho para merecer esto? Estaba devastada, demasiado abru­mada como para compartírselo a los niños.

Finalmente, uno de ellos preguntó: “Mamá, ¿qué pasa? ¿Le pasó algo a Papá? ¿Qué dice en la carta?”

Fue una tortura contarles que su padre se había enamo­rado de otra mujer. Vio la sorpresa en sus rostros. Obvia­mente no pudieron asimilar todo en ese momento. Pero sí se dieron cuenta de que Papá ya no volvería con ellos. Fi­nalmente, uno de ellos dijo: “Mamá, ¿puedo preguntarte al­go? Que Papá no nos ame más no significa que nosotros no podemos amarlo, ¿verdad?”

A Elise le impresionó la pregunta. Le recordó el Salmo 8:2: “De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza.” En su desolación y angustia, en ningún mo­mento se le ocurrió esa idea. Luego de luchar con la pre­gunta, ella contestó: “Es verdad, podemos amarlo.” Pero te­nía un nudo en la garganta cuando lo dijo. Su hijo pequeño dijo: “Bueno, ¿puedes escribirle y pedirle que por favor si­ga escribiéndonos porque nosotros todavía queremos amar­lo?” Esto significaba que quizás aún recibirían cartas de él.

Al hacerlo, los detalles de su infidelidad se empezaron a revelar. Se había enamorado de su criada de quince años. Con el correr de los años, tuvo varios hijos de ella. A Elise todavía le costaba creer lo que había sucedido, y no estaba lista para otro golpe. Pero había otra calamidad bajo la manga.

Recibió una carta de Emie que decía: “Querida Elise: Me apena estar escribiéndote esto, pero me han diagnosti­cado cáncer, y no me queda mucho tiempo de vida. Perdí mi derecho a pensión, y estamos viviendo con escasos re­cursos. Después que muera, ¿estarías dispuesta a enviar al­go de dinero para ayudar a mi familia?”

Después de leer, Elise se dijo a sí misma: “Bueno, es lo que me faltaba escuchar.” No podía creer su desfachatez e impenitencia. Ni una palabra de disculpa. No confesó nada ni pidió perdón. Era algo incomprensible.

Pero reflexionando más sobriamente, recordó lo que su hijo le había preguntado: “Mamá, que Papá no nos ame más no significa que nosotros no podemos amarlo, ¿ver­dad?” Así que le contestó y le explicó que, aunque no po­dría enviarles dinero, sí había algo que ella podía hacer. Inscribió: “Te diré lo que voy a hacer. ¿Por qué no arreglas para que ellos vengan aquí a Estados Unidos después que mueras? Ellos podrán quedarse aquí en casa y les enseñaré como autosostenerse.”

Y eso fue lo que sucedió. Más adelante Elise explicó: “Tenía dos opciones. Podía mirar atrás al pasado y maldecir a ese hombre por lo que me había hecho, o podía agrade­cerle a Dios por darme el privilegio de hacer brillar Su luz en un túnel muy oscuro en este mundo.”

Sin dudas, hacer brillar Su luz en un túnel muy oscuro implicaba compartir el evangelio con esta familia adoptada, para que ellos también se volvieran luces para el Señor.

El arzobispo Temple tenía razón cuando dijo: “Devol­ver mal por bien es diabólico. Devolver bien por bien es hu­mano. Devolver bien por mal es divino.”