Asignaré nombres
ficticios a esta pareja por razones que se volverán claras a medida que avanza
la historia. Emie era oficial en el ejército estadounidense, ubicado en una
gran base en los Estados Unidos. Elise estuvo dispuesta a renunciar a su
carrera; sentía que su llamado era quedarse en casa y criar a sus dos hijos.
Aparte de los usuales pequeños desacuerdos, su matrimonio era feliz.
Entonces Emie fue
transferido a Japón. Fue en un tiempo en el que las familias no tenían la
libertad de acompañar al padre. Pero esta familia se mantuvo en contacto
cercano por medio del correo. Era siempre el mejor momento de la semana cuando
llegaba una carta de Papá. Los niños se sentaban en el suelo cerca de Mamá
mientras ella les leía la carta. Las noticias se convertían en el tema de
charla del resto del día. Parecía que Papá no estaba tan lejos.
Así que fue motivo de
alarma cuando pasó una semana y no había llegado su carta. Elise tenía una viva
imaginación. Veía a Emie enfermo, o en medio de un accidente, o siendo parte
de alguna peligrosa misión secreta. Pasaron dos semanas y no llegaba su carta.
Si hubiese habido un accidente o alguna enfermedad, a esta altura ya le habrían
notificado. Tres semanas y sin correo. Cuatro. Finalmente, llegó una carta y
con ella el golpe. Los temores de Elise se habían vuelto una realidad. Era
increíble. ¿Qué había hecho para merecer esto? Estaba devastada, demasiado
abrumada como para compartírselo a los niños.
Finalmente, uno de
ellos preguntó: “Mamá, ¿qué pasa? ¿Le pasó algo a Papá? ¿Qué dice en la carta?”
Fue una tortura
contarles que su padre se había enamorado de otra mujer. Vio la sorpresa en
sus rostros. Obviamente no pudieron asimilar todo en ese momento. Pero sí se
dieron cuenta de que Papá ya no volvería con ellos. Finalmente, uno de ellos
dijo: “Mamá, ¿puedo preguntarte algo? Que Papá no nos ame más no significa que
nosotros no podemos amarlo, ¿verdad?”
A Elise le impresionó
la pregunta. Le recordó el Salmo 8:2: “De la boca de los niños y de los que
maman, fundaste la fortaleza.” En su desolación y angustia, en ningún momento
se le ocurrió esa idea. Luego de luchar con la pregunta, ella contestó: “Es
verdad, podemos amarlo.” Pero tenía un nudo en la garganta cuando lo dijo. Su
hijo pequeño dijo: “Bueno, ¿puedes escribirle y pedirle que por favor siga
escribiéndonos porque nosotros todavía queremos amarlo?” Esto significaba que
quizás aún recibirían cartas de él.
Al hacerlo, los
detalles de su infidelidad se empezaron a revelar. Se había enamorado de su
criada de quince años. Con el correr de los años, tuvo varios hijos de ella. A
Elise todavía le costaba creer lo que había sucedido, y no estaba lista para
otro golpe. Pero había otra calamidad bajo la manga.
Recibió una carta de
Emie que decía: “Querida Elise: Me apena estar escribiéndote esto, pero me han
diagnosticado cáncer, y no me queda mucho tiempo de vida. Perdí mi derecho a
pensión, y estamos viviendo con escasos recursos. Después que muera, ¿estarías
dispuesta a enviar algo de dinero para ayudar a mi familia?”
Después de leer, Elise
se dijo a sí misma: “Bueno, es lo que me faltaba escuchar.” No podía creer su
desfachatez e impenitencia. Ni una palabra de disculpa. No confesó nada ni
pidió perdón. Era algo incomprensible.
Pero reflexionando más
sobriamente, recordó lo que su hijo le había preguntado: “Mamá, que Papá no nos
ame más no significa que nosotros no podemos amarlo, ¿verdad?” Así que le
contestó y le explicó que, aunque no podría enviarles dinero, sí había algo
que ella podía hacer. Inscribió: “Te diré lo que voy a hacer. ¿Por qué no
arreglas para que ellos vengan aquí a Estados Unidos después que mueras? Ellos
podrán quedarse aquí en casa y les enseñaré como autosostenerse.”
Y eso fue lo que
sucedió. Más adelante Elise explicó: “Tenía dos opciones. Podía mirar atrás al
pasado y maldecir a ese hombre por lo que me había hecho, o podía agradecerle
a Dios por darme el privilegio de hacer brillar Su luz en un túnel muy oscuro
en este mundo.”
Sin dudas, hacer
brillar Su luz en un túnel muy oscuro implicaba compartir el evangelio con esta
familia adoptada, para que ellos también se volvieran luces para el Señor.
El arzobispo Temple
tenía razón cuando dijo: “Devolver mal por bien es diabólico. Devolver bien
por bien es humano. Devolver bien por mal es divino.”
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