12.1 al 11 Acerca
de los espirituales
Pablo desea recordar a sus
lectores de su tiempo pasado. Siendo miembros de naciones tan diferentes de
Israel, su religión le había arrastrado a la adoración de ídolos que él
describe como mudos. No podía oír ni hablar y por lo tanto no podían revelarse.
Ahora, en
cambio, esa gente se convirtió “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo
y verdadero”. Este Dios oye, habla y se hace conocer a los hombres, y ha
enviado a su Espíritu a nuestros corazones. Bajo la influencia suya, ninguno
maldeciría a Jesús sino le coronaría más bien. El Espíritu Santo es, entonces,
el gran Preventivo en mi vida y el gran Promotor. Maldecir a Jesús es evidencia
de que el Espíritu me es desconocido, pero coronar a Jesús cual Señor mío es
exclusivamente el resultado del Espíritu operando en mi ser, vv 1 al 3.
Este Espíritu
Santo, quien me insta a reconocer el señorío suyo y el de Cristo, me enlaza con
su servicio. Al reconocer su señorío, gustosamente me hago su vasallo, su
súbdito, para que los ministerios de Dios puedan hablar por medio de mí. Por
esto leemos en nuestro pasaje del Espíritu y sus dones; del Señor Jesús y sus
ministerios; de Dios el Padre y sus obras.
El potencial
para servicio está a la disposición del Espíritu, vv 7 al 11; el lugar y la
práctica del servicio dependen de la elección del Señor del siervo; el poder
(la energía o la realización) del ministerio es de Dios. Notamos que los dones,
la ministración y la realización son diversificados, pero emanan todos de una
misma fuente que no cambia.
En cuanto a
los que pueden llamar a Jesús Señor,
a cada uno (no a algunos) le es dada la manifestación del Espíritu para
provecho, v. 7. Es para ser “negociada” en los intereses del Maestro: “Negociad
entre tanto que vengo”, Lucas 19.13, 15.
Obsérvese la
diversidad de los dones del vv 8 al 10, aun cuando todos son asignados por el
mismo Espíritu, ninguno de ellos se logra personalmente, sino que son nuestros
por intermedio de, o conforme con, el Espíritu Santo, y Él los hace operativos,
v. 9. Ninguno se logra ni se ejerce por mero intelecto; “las hace uno y el
mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere”, v. 11.
Lección:
¿Cuál es mi don, mi esfera, y de dónde mi
fuerza?
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