lunes, 10 de junio de 2019

EXTRACTOS


El peligro de llevar la libertad demasiado lejos
“Antinomianismo” es una palabra larga y difícil que significa que algunas personas tienden a llevar la lógica desenfrenada hasta un extremo. Si me levanto y les digo “Ustedes son libres”, inmediatamente dan un salto y dicen: “Gracias a Dios, soy libre. Haré lo que me apetezca”, y salen a la calle y pecan para demos­trar lo libres que son.
Pablo dijo: “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servios por amor los unos a los otros” (Gá. 5:13). Dios nos liberó, pero no lo hizo para que hiciéramos el mal. Nos dio libertad para hacer el bien. La libertad propia del cris­tiano es la libertad para hacer el bien. Dios nunca dijo: “Ahora que eres libre, vete a pecar”. Algunos cristianos han llevado la libertad hasta un extremo tan ridículo e impío que dicen: “Para que la gracia siga activa, tengo que pecar un poco”. Creo que esto es una herejía trágica, y que los hijos de Dios deben verla como lo que es, y huir de ella como lo harían de una enfermedad con­tagiosa.
A.W. Tozer, Los Peligros de la Fe superficial, página 114

CREE SOLAMENTE (MARCOS 5:22-43)


La fe en el Señor Jesús
Jairo, el principal de la sinagoga, sintió que el mundo se derrumbaba. Se acababa de enterar brusca­mente que su única hija, de 12 años, murió.

Sin embargo, había buscado socorro cerca de Jesús a tiempo, al contrario de lo que muchos de sus contemporáneos hacían. Si había alguien que todavía podía ayudarlo en una situación extrema, era justa­mente el Nazareno que los jefes del pueblo desprecia­ban. Se había postrado a sus pies rogándole: “Ven... para que sea salva, y vivirá” (v. 23). Grandemente ali­viado, vio al Señor que consintió acompañarlo ense­guida a la casa, e iban de camino. Su fe en Jesús y su convicción de que lo ayudaría estaban confirmadas. Las cosas parecían estar por buen camino.

Una fe probada
Y ahora, este hombre está ante la dura y despia­dada realidad: ¡demasiado tarde! Le vienen a decir: “Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maes­tro?” (v. 35). Todo parece perdido. ¿Eran en vano su fe y su apuro en búsqueda de socorro junto al “Maestro”? Podríamos pensarlo. Sí, Jesús ya había curado muchos enfermos y lisiados, y Jairo viene de presenciar tal acontecimiento, pero ahora que la muerte intervino la situación parece desesperada.

Una fe fortificada
El Señor oye lo que se le dice a Jairo y reacciona inmediatamente. “Pero Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree solamente” (v. 36). Precisamente en el momento en que está a punto de abandonar toda esperanza, oye esas alentadoras palabras: ¡“Cree solamente”! Es como si el Señor Jesús le dijera: «Jairo, aunque todo parezca des­moronarse, no hagas otra cosa que creer; mantente firme en la fe; no te dejes desalentar; ¡que tu fe no decaiga! Yo quiero y puedo socorrerte en esta situación aparentemente sin esperanza. Sigue poniendo tu con­fianza en mí. Has probado tu fe al venir a mí. ¡No abandones tu fe y tu confianza, a pesar de las circuns­tancias!»
¿No somos a menudo como Jairo? Hemos presen­tado nuestras dificultades al Señor Jesús, pero su res­puesta se hace esperar y ejercita nuestra paciencia. Pero en esas circunstancias quiere alentamos. Sus palabras se dirigen también a nosotros: “Cree sola­mente”, ten la plena seguridad de que tengo el poder de ayudarte. Tal vez tenemos preocupaciones de salud, dificultades familiares o motivos inquietantes en rela­ción con nuestro lugar de trabajo. Tal vez estamos ator­mentados por una situación que parece sin salida. El Señor Jesús nos dice aún hoy: “Cree solamente”.
Sin embargo, hay una diferencia entre la situación de Jairo y la nuestra. Aquel en quien ponemos nuestra confianza nos dio la prueba más grande de su amor: dejó su vida por nosotros en la cruz. Además, podemos ver en numerosos pasajes de la Biblia cómo Dios ayudó a aquellos que se encontraban en una situación desesperada. Así tenemos aún más razones para confiar en nuestro Señor y permanecer firmes en la fe, cuales­quiera sean las circunstancias.
Y no olvidemos que el hecho de permanecer firme en la fe honra Aquel en quien ponemos toda nuestra confianza.
Cuando, para el patriarca, se había perdido toda esperanza de tener una descendencia según los recursos naturales,
·        creyó en esperanza contra esperanza,
·        no se debilitó su fe,
·        no consideró su incapacidad, su cuerpo enveje­cido,
·        no dudó de la promesa de Dios,
·        fue fortalecido en fe,
·        dio gloria a Dios,
·        estuvo plenamente convencido de que era tam­bién poderoso para hacer todo lo que había prometido (véase Romanos 4:18-21).
¡Que el Señor Jesús nos aliente por su Palabra a poner toda nuestra confianza en Él, para su gloria y para nuestro bien!                               
F. Runkel, Creced

DIOS NO ES UN DIOS DE CONFUSIÓN

Orden divino en las congregaciones del pueblo de Dios
Con Él estaba Yo, ordenando todo, Proverbios 8.30



Dios es un Dios de orden. En El no hay disensión ni confusión (1 Corintios 14:33; Génesis 1:4) Soy amante del orden, y me regocijo cuando las cosas pueden realizarse con orden.


Nada tengo que decir en favor del romanismo, pues de él vine yo, y lo excomulgué mucho antes de ser evangélico. Veinte y tres años atrás, cuando me fui a casar por civil, tuve valor de decir: “No me caso con cura.”
Hoy, más varón, tengo de sostenerlo, ya que me congrego al nombre del Señor en la sana doctrina. Siempre doy gracias a mi Señor por haber creído al evangelio en la sana doctrina.
         Cuando empecé a interesarme por mi salvación, visité congregaciones de diversa doctrina. Fui a un culto pentecostal, y me desanimó mucho la falta de orden. Aún parece que han aprendido muy poco. Hace poco el cadáver de una hermana evangélica conducido al cementerio hubo de pasar por El Silencio. Los pentecostales que iban en los carros cantaban himnos a todo pulmón, acompañándolos con las manos, dándole a las puertas de los carros. En un pueblo del Yaracuy, hubo un velorio de un hermano pentecostal. Uno de los asistentes se levantó y dijo: “Un aplauso al muerto,” correspondiendo los otros a la profanación.
Se cree que San Pablo no visitó la iglesia de Colosas y, aunque las herejías y diversas doctrinas estaban molestando algunos creyentes. No obstante, esto, las enseñanzas que habían recibido de Epafras y sus colaboradores eran sanas y puras, pues el apóstol dice: “Porque, aunque estoy ausente con el cuerpo, no obstante, con el espíritu estoy con vosotros, gozándome y mirando vuestro concierto y la firmeza de vuestra fe en Cristo.” (Colosenses 2:5)
Fui a los presbiterianos y la mundanalidad me llamó mucho la atención. Como yo estaba leyendo la Biblia, leí: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo.” (1 Juan 2:15) “El que quisiera hacerse amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.” (Santiago 4:4)
Junto con otro hermano visité una congregación en el estado Guárico. En el culto había nueve hombres y doce mujeres. La cosa se echó a perder cuando una mujer descubierta se levantó a dar testimonio y a orar en medio de la congregación, donde había varones. “Toda mujer que ora o profetiza no cubierta su cabeza afrenta su cabeza ... Si la mujer no se cubre, trasquílase.” (1 Corintios 11:3-7) “Vuestras mujeres callen en las congregaciones, porque no les es permitido hablar.” (1 Corintios 14:34; 1 Timoteo 2:11-14)
Por el mismo tiempo, observé un pastor administrando la cena del Señor con cubitos de pan y copitas de vino. Me escandalizó la irreverencia del acto. En ninguna parte de la palabra de Dios se halla la autorización para que el gobierno de la iglesia esté en manos de un pastor o reverendo (solo Diótrefes): siempre los pastores y los ancianos (1 P 5:1; Heb. 13:7,17,24; Tito 1:5; 1 Tim 5:17; Fil 1:1; Hechos 20:17)
En cuanto a la cena del Señor, los elementos son un pan y una copa (Lucas 22:19,20; 1 Corintios 10:16,17; 11:24,25). En cuanto a la condición personal para participar de la cena del Señor, véase 1 Corintios 11:28,29.
         Cuando asistí al culto de los hermanos congregados en el nombre del Señor, vi el orden y la disciplina. “En la doctrina haciendo ver integridad y gravedad.” (Tito 2:7) Aunque no perfectos, vamos hacia la perfección. Fui convencido y juzgado, véase 1 Corintios 14:24,25. Para terminar, digo al lector: Si hay algo mejor que la sana doctrina, de seguro allí iré.
Sana Doctrina

LA OBRA DE CRISTO (4)

EN EL PASADO, EN EL PRESENTE Y EN EL PORVENIR

II.La Encarnación del Hijo de Dios


La encarnación es el gran fundamento de todo el evangelio. Sin la encarnación no habría evangelio, ni esperanza, ni Dios. Quien niegue esta verdad no tiene derecho a llevar el nombre de cristiano. En ninguna otra época se ha acentuado y propagado tanto la negación de esta gran verdad fundamental como ahora en la nuestra. Individuos que se tienen por eruditos, y creen que su saber supera al de las generaciones pasadas, niegan hoy la revelación y niegan el milagro y también la encarnación. Nega­ción que hacen no sólo ateístas osados, sino también algunos que pretenden ser predicadores del cristia­nismo, figuran entre los más fervientes adirentes a esta creencia. Aludimos a Reginald Campbell y a los que le siguen en lo que han dado en llamar la “Teo­logía Moderna.” Los centenares de ministros evan­gelistas, que cuando recientemente estuvo este señor en América lo recibieron en palmas y le ofrecieron su simpatía y cooperación, entusiasmados con sus astutas infidelidades, se han hecho, a los ojos de 2 San Juan 10, cómplices de su pecado. Además, existe ese otro sistema anticristiano al que han denomina­do “Ciencia Cristiana.” En sus llamadas produccio­nes filosóficas, que en realidad no son sino satánicas, combate la revelación de Dios y niega que Jesucristo estuviera encarnado. En ese pernicioso libro “Ciencia y Salud,” al que pudiéramos conceder inspiración, no inspiración celestial sino mundial, fe afirma que “la virgen María se formó la idea de Dios y que a su ideal le dio el nombre de Jesús;” y también que “Jesús fue el hijo que María tuvo de la comunión que ella por sí misma efectuó con Dios.”
En esta época de apostasía sirva de consuelo a los creyentes el recordar que la Biblia predice que la doctrina de Cristo, su persona y su obra, serán re­futadas inmediatamente antes de la venida del Señor. La era se aproxima. Estas negaciones, lejos de de­crecer, se harán cada vez más numerosas.

¿Y cuál es el propósito de la encarnación? Por la encarnación Dios, el Dios invisible, se manifestó tangente al hombre. Cristo nuestro Señor es la ima­gen de Dios, del Dios invisible. Nadie ha visto jamás a Dios; Dios se manifestó a nosotros por medio del Unigénito que está en el seno de Dios Padre; y Jesucristo, que es el único que radica en el Padre, pudiera decirnos: “El que me ha visto, ha visto al Padre” Jn. 14.9.
Los atributos de Dios los manifestó Cristo en la encarnación. Contemplamos la santidad de Dios en esa vida santa que El pasó en la tierra para la glorificación del Padre. Cristo demostró su omnisciencia. Penetraba lo íntimo en el hombre, cuyas ideas y pensamientos conocía; probó la virtud de Dios do­minando los elementos, ordenando al viento y a las olas, transformando el agua en vino: tenía virtud sobre las enfermedades, sobre el demonio y sobre la muerte. Él nos reveló el amor y la caridad divina.
De igual manera por la encarnación Cristo nos trajo la Palabra de Dios. “Dios, habiendo hablado muchas veces y en muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo” He. 1.1. Cristo confir­mó la ley de los profetas, y por consiguiente el cri­ticar el Antiguo Testamento es atacar la autoridad y la infalibilidad del Hijo de Dios. También nos re­veló Cristo la voluntad de Dios, nos hizo conocer al Padre y que había una vida eterna, y el castigo pe­renne y consciente que espera a los malos. Predijo los acontecimientos futuros concernientes a El mismo y a su reino, el fin de la era y su vuelta visible al mundo.
La encarnación fué necesaria en anticipación a su obra como sacerdote de su pueblo, porque des­pués de su muerte en la cruz y después de su resu­rrección había de ser el Sumo Sacerdote de la mise­ricordia y de la fe. Tal lo es ahora. Leemos en el segundo capítulo de los Hebreos, que Cristo se hizo carne y sangre para poder ser el misericordioso y fiel Pontífice. Cristo sintió la tentación de todas las cosas tal como la sentimos nosotros mismos; todas, menos la tentación del pecado. Y quiso sufrirla para así po­der mejor simpatizar con nuestras debilidades y socorrer a los que cayeran en tentación. Todo esto iba El a serlo, y lo es en efecto; la segunda persona, el último Adam, la cabeza de la Iglesia, la cabeza de la nueva creación; todas estas cosas y muchas otras hacían necesaria su encarnación.

Lo que no Pudo Cumplir la Encarnación
No obstante, el gran propósito de la encarna­ción del Hijo de Dios era realizar la obra de reden­ción, y para realizarlo fue que vino Cristo al mundo. El vino para poder cumplir la gran obra de expia­ción, después de una vida en que glorificó al Padre, confirmó su santa ley y vindicó los derechos de Dios como legislador. En breve frase nos dice San Juan lo que el Hijo de Dios vino a cumplir: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” El pecado, esa abominación, había de echársele del camino. Había que hacerse la propiciación del pecado. Se imponía la necesidad de un sacrificio que glorifi­cara la santidad de Dios y exaltara su reino de jus­ticia. Había de hacerse la paz. Habían de pagarse los pecados de muchos y había de sufrirse el peso de sus penas.
La encarnación en sí, la maravillosa y por siempre bendita humillación sufrida por el Hijo de Dios al tomar forma humana, la santidad de su vida, sus amorosas palabras llenas de vida y de paz, todo esto y todos los actos de amor y misericordia que guiaron a Cristo, no podía por sí solo realizar la expulsión del pecado. La encarnación trajo un Dios al hombre, mas no podía nunca devolver el hombre a Dios Santo. La encarnación no bastaba a redimir el pecado ni era suficiente para que un Dios lleno de santa rectitud diera en justicia su misericordia al caído y al extraviado. Esta gran obra de redención podía cumplirse sólo por la muerte de Cristo en la cruz, y para esto fue que El vino al mundo; para redimir al pecador por su propio sacrificio. El Autor y Príncipe de la vida vino al mundo a ofrecer la suya para rescatar la de muchos. El buen Pastor apareció para inmolarse por su rebaño, Únicamente por su muerte pudiera haberse realizado la gran obra de la redención.

GEDEÓN, EL LIBERTADOR (6)

J. B. Watson (1884-1955),
The Witness, febrero a julio, 1944.


IV - De sabio hasta tropezado, Jueces 8





    Efraín era la más poderosa de las dos tribus que compartieron la herencia de José. Gedeón (de la otra tribu, la de Manasés) no pidió la participación de Efraín cuando sonó su trompeta para la guerra contra Madián, y tal vez la razón fue que no estaba seguro de qué respuesta recibiría. Los celos y desconfianza rara vez encuentran más expresión, y consecuencias más trágicas, que cuando separan a hermanos que deben estar parados hombro a hombro para resistir a un enemigo común.


    Cuando por fin se invocó la ayuda de la tribu de Efraín para interceptar a los madianitas en su huida desbandada, estos hombres se dieron cuenta de que la victoria ya había sido ganada. Los hombres de Efraín se sentían defraudados por no haber tenido la oportunidad de participar en la lucha.
    No hay nada más garantizado a causar ofensa que la sospecha que se ha hecho caso omiso de uno mismo. El no ser tomado en cuenta hiere al orgullo propio. Los hermanos de la otra tribu se quejaron amargamente de esta omisión de parte de Gedeón, y parecía que se estaba tomando cuerpo una situación conflictiva.

 1.     Una blanda respuesta
    “El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte, y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de alcázar”, Proverbios 18.19.
    En este momento fue más importante para Gedeón pacificar a sus hermanos ofendidos de Efraín que completar la derrota de los madianitas. Gedeón se comportó sabiamente. La verdadera humildad se expresa a veces en la más amplia diplomacia. No hay mejor ilustración de la blanda respuesta que quita la ira — al decir de Proverbios 15.1— que la respuesta de nuestro protagonista a los ofendidos de Efraín.
    “¿Qué he hecho yo ahora comparado con vosotros? ¿No es el rebusco de Efraín mejor que la vendimia de Abiezer?” [O sea: Es mayor cosa la cosecha de uvas en el territorio de ustedes que el mosto ya hecho en la comarca mía]. “Dios ha entregado en vuestras manos ... los príncipes de Madián; ¿y qué he podido yo hacer comparado con vosotros?”
    En realidad, la parte para ellos era la de cosechar; el verdadero rebusco de la victoria había sido otorgado a Gedeón y sus trescientos. No obstante, él minimiza la parte suya y les da a aquéllos el crédito por la parte mayor. La sola humildad puede suministrar el poder de la respuesta blanda que quita la ira. Ella guarda el secreto que vence la provocación.
    Compara con esto la burla ofensiva de Nabal, años más tarde, en 1 Samuel 25.10: “¿Quién es David, y quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay hoy que huyen de sus señores”. Aun la esposa de Nabal, buscando una excusa para él, fue obligada a reconocer que su marido era insensato. Nuestro Gedeón, en cambio, habló palabras de sabiduría y gracia.
    Aprenda la lección de la lengua controlada. La gracia de la respuesta mansa puede ganar el hermano ofendido. La lengua frenada, enseña Santiago, evidencia un dominio que revela una verdadera madurez espiritual. “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que tome una ciudad”, Proverbios 16.32.

2.      Cansado, más persiguiendo
    La sección central del capítulo (8.4 al 28) registra algunos incidentes ásperos en la recta final del triunfo. Hay una gloria peculiar en la finalización de una tarea asignada, y uno de los méritos sobresalientes de Gedeón está en el hecho que realizó la derrota de los madianitas de una manera tan completa que jamás se levantaron para molestar a Israel.
    El Espíritu de Dios confirma esto siglos después, mostrando que fue una profecía de la conquista de parte de aquel cuyo nombre es Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Y, dice el profeta: “Se alegrarán delante de ti como se alegran en la siega ... porque tú quebraste su pesado yugo, y la vara de su hombro, y el cetro del opresor, como en el día de Madián”, Isaías 9.
    La calidad de la victoria está comentada en el versículo 28 de nuestro capítulo, donde leemos: “Así fue subyugado Madián delante de los hijos de Israel, y nunca más volvió a levantar cabeza”.
    El guerrero cristiano también puede conocer la victoria comprensiva sobre sus adversarios espirituales. Es posible por la diligencia de la fe y la obediencia ganar la lucha contra todo hábito, tendencia o debilidad, llegando a donde necesitará sólo una vigilancia santa contra las tácticas de guerrilla que estos enemigos emplean. “El pecado no se enseñoreará de vosotros”, Romanos 6.14, y la afirmación puede ser aceptada bien sea como mandamiento o como promesa. A nosotros también corresponde resistir “hasta la sangre” las asechanzas del pecado, persiguiendo sin reconocer la fatiga como nuestro peor adversario hasta que él sea vencido para no levantarse más del polvo.
    El rey Joás fue reprendido severamente por Eliseo en 2 Reyes 13. El profeta le mandó a golpear la tierra con “la saeta de salvación de Jehová”. Lo hizo, pero sólo tres veces, “y se detuvo”. Eliseo pronunció estas palabras: “Al dar cinco o seis golpes, hubieras derrotado a Siria hasta no quedar ninguno; pero ahora sólo tres veces derrotarás a Siria”.
    La medida de nuestra salvación práctica es la de nuestra persistencia y diligencia en el seguimiento del adversario ya vencido. Él no admite derrota fácilmente, sino que cuenta con enorme potencial para la recuperación, de manera que tenemos que azotarle una y otra vez.
         Me gusta la oración de Francis Drake cuando entró en Cádiz en 1587 en la guerra contra los españoles: “Oh Señor Dios, cuando concedes a tus siervos intentar alguna gran empresa, concédenos también comprender que no es el comienzo sino la continuación, hasta que la empresa sea realizada del todo, que otorga la gloria verdadera. Sea así por aquel que consumó enteramente la obra tuya al poner su vida, a saber, nuestro Redentor, el Señor Jesucristo”. 

LA PRIMERA EPÍSTOLA A TIMOTEO (6)


El Orden de la Casa de Dios
(1 Timoteo 2 y 1 Timoteo 3)

 (d) La supervisión (obispado) en la iglesia de Dios (Capítulo 3, versículos 1-13)

(V. 1). El apóstol ha hablado de la posición relativa de hombres y mujeres, y de la conducta conveniente a los tales en la casa de Dios. Esto prepara el camino para la enseñanza en cuanto a la supervisión (obispado) en la casa de Dios. El apóstol dice, "Si alguno aspira ejercer supervisión, buena obra desea"[1].
En el discurso del apóstol a los ancianos en Éfeso, tres cosas se nos exponen caracterizando la supervisión (obispado). Primeramente, los supervisores (obispos) deben mirar por sí mismos y "por todo el rebaño". Ellos deben procurar que su propio andar, y el andar del pueblo de Dios, pueda ser digno del Señor. En segundo lugar, ellos han de "apacentar la iglesia del Señor." Ellos piensan, no solamente en el andar práctico del pueblo de Dios, sino que procuran el bienestar de sus almas, para que ellos puedan entrar en sus privilegios cristianos y hacer que sus almas progresen en la verdad. En tercer lugar, ellos han de 'velar' sobre el rebaño para que pueda ser guardado de los ataques del enemigo exterior, así como de las corrupciones que puedan surgir dentro del círculo cristiano por medio de hombres perversos que desvían las almas del Señor tras sí (Hechos 20: 28-31).
Tal era la obra de supervisión (obispado), y el apóstol habla de ella como de una "buena obra". Hay el testimonio de la gracia de Dios que ha de fluir desde la casa de Dios, y el apóstol ha hablado ya de esto como "bueno y agradable delante de Dios". Hay también el cuidado de aquellos que componen la casa de Dios, para que su conducta sea la que conviene a la casa. Y su cuidado por las almas también es una "buena obra".
Es importante recordar que el apóstol no está hablando de "dones", sino de un oficio local para el cuidado de la asamblea. La Cristiandad ha confundido los dones con los oficios o cargos. En la Escritura ellos son muy distintos. Los dones son dados por la Cabeza ascendida y son 'puestos' en la iglesia (Efesios 4: 8-11; 1 Corintios 12:28). Siendo así, el ejercicio del don no puede estar limitado a una asamblea local. El oficio de supervisor (obispo) es puramente local.
Además, no hay nada en esta enseñanza en cuanto a la ordenación de individuos para estos oficios. Timoteo y Tito pueden ser autorizados por el apóstol para ordenar (o "establecer") ancianos (Tito 1:5), pero no hay instrucción para que ancianos designen ancianos, o para que la asamblea elija ancianos.
El hecho de que estos siervos fueran autorizados por el apóstol para establecer ancianos prueba claramente que, en la época del apóstol, había asambleas en las cuales no había supervisores designados. Ellos carecían de ancianos debidamente designados a causa de la falta de autoridad apostólica (directa o indirecta) para designarlos. Es claro, entonces, por la Escritura, que no puede haber ancianos designados oficialmente excepto por un apóstol o sus delegados. El hecho de que el hombre designe ancianos u ordene ministros sería mostrar que se actúa sin la autorización de la Escritura.
Esto no implica que la obra del supervisor no pueda ser hecha, o que no existan aquellos que son aptos para la obra en un día de crisis. La obra de los supervisores nunca fue más necesaria que hoy en día, y aquellos que están calificados de manera escrituraria para la obra pueden, en sencillez, servir al pueblo del Señor en su propia localidad; y es bueno que nosotros reconozcamos a los tales, teniendo siempre en mente la fuerza exacta de las palabras del apóstol, cuando dice, "Si alguno aspira ejercer supervisión, buena obra desea."[2]. El apóstol no habla de un hombre deseando el 'cargo' a fin de sostener una posición o para ejercer autoridad, sino del deseo de ejercer esta "buena obra". A la carne le agrada el cargo, y la posición, y la autoridad, pero rehuirá la "obra". Cuando esto se ve, tendríamos que admitir que existen pocos que tienen el deseo que el apóstol contempla.

(Vv. 2, 3). Las cualidades que deberían caracterizar a los tales son claramente expuestas ante nosotros; y, como uno ha dicho, 'Las instrucciones incluso en cuanto a los ancianos y diáconos no son, por decirlo así, meramente para su propio bien; ellas nos muestran el carácter que Dios valora y busca en Su pueblo.' (F. W. Grant).
El carácter moral del anciano debe ser irreprensible. Debe ser marido de una sola mujer, un requisito que tendría especial aplicación a aquellos surgiendo del paganismo con su poligamia. Un hombre convertido, aunque no debía ser rechazado porque tenía más de una mujer, sería inepto para la supervisión (obispado). Además, un tal (el supervisor) tenía que ser sobrio en el juicio, prudente en sus palabras, decoroso en conducta, hospedador. Él debía ser apto para enseñar, sin implicar necesariamente que tuviera el don de maestro, sino que tuviese aptitud para ayudar a otros en sus ejercicios espirituales. No debía ser una persona dada a exceso en el vino o en la violencia al actuar; por el contrario, él debía ser amable, no contencioso y libre de avaricia.

(Vv. 4, 5). Además, tenía que ser uno que gobernara bien su casa, teniendo a sus hijos en sujeción - exhortaciones que indican claramente que el supervisor (obispo) tenía que ser un anciano, no solamente casado y poseyendo un hogar, sino que teniendo hijos.

(V. 6). No debía ser un neófito (N. del T.: palabra vernácula empleada en la literatura desde Aristófanes en adelante, en la LXX y en papiros, en el sentido original de 'recién plantado' (en griego: neos, phuö), de Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento de A.T. Robertson, Editorial Clie - otra traducción: "recién convertido" - LBLA). Un cristiano joven puede ser usado por el Señor para predicar a los demás tan pronto como se convierte, pero que un tal tome el lugar de un supervisor (obispo) obviamente sería incorrecto, y conduciría probablemente a su caída "en la condenación en que cayó el diablo" (LBLA). Uno dijo verdaderamente que la condenación en que cayó el diablo fue que 'se exaltó a sí mismo pensando en su propia importancia' (J. N. Darby).

(V. 7). Finalmente, el supervisor debe tener un buen testimonio de los de afuera, de lo contrario él caerá en descrédito y en lazo del diablo. El lazo del enemigo es entrampar al creyente en alguna conducta delante del mundo, de modo que ya no pueda más lidiar con una conducta cuestionable entre los santos.

(V. 8). El apóstol nos da además los requisitos necesarios para los diáconos. El diácono es un ministro, o uno que sirve. Del capítulo 6 de los Hechos de los Apóstoles aprendemos que su obra especial es descrita como "servir las mesas" y, tal como muestra la relación, esto se refiere a la satisfacción de las necesidades corporales y temporales de la asamblea, en contraste a la obra del supervisor (obispo) el cual está más especialmente preocupado en satisfacer las necesidades espirituales. No obstante, no es menos necesario que el diácono tenga requisitos espirituales. Los escogidos para la obra de diácono, en la iglesia primitiva en Jerusalén, debían ser hombres "de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría" (Hechos 6:3 - Versión Moderna). Aquí aprendemos que, al igual que los supervisores, ellos tenían que ser "honestos" ("serios" - VM), "sin doblez" ("de una sola palabra" - LBLA; "no de dos lenguas" - VM), no dados a mucho vino o a codicia.

V. 9). Además, ellos debían caracterizarse por guardar "el misterio de la fe con limpia conciencia". Guardar la doctrina correcta no es suficiente. La ortodoxia sin una conciencia pura indicaría cuán poco la verdad tiene poder sobre aquel que la posee; por eso cuán impotente es una persona tal para afectar a los demás.

(v. 10). Asimismo, los diáconos deben ser aquellos que han sido probados y han demostrado, mediante la experiencia, ser irreprensibles en su propia conducta y, de este modo, ser capaces de lidiar con asuntos que necesariamente tendrían que encarar en su servicio.

 (Vv. 11, 12). Sus mujeres también debían ser "honestas" ("serias" - VM), no calumniadoras, y fieles en todo. El carácter de ellas es mencionado especialmente, en vista de que el servicio de los diáconos, al tener que ver con las necesidades temporales, podía dar ocasión para que las esposas hicieran alguna maldad a menos que fuesen "fieles en todo". Al igual que los supervisores (obispos), los diáconos han de ser maridos de una sola mujer, gobernando bien sus hijos y sus casas. Se reitera, estas exhortaciones implican que el diácono no es un hombre joven, sino uno que está casado y tiene hijos, y de este modo es un hombre con experiencia.

(V. 13). En caso de que se pudiera pensar que el oficio de un diácono era inferior al de un supervisor (obispo), el apóstol declara especialmente que los que ejercen bien el oficio de diácono ganan para sí un grado honroso, y mucho denuedo en la fe que es en Cristo Jesús - una verdad, tal como se ha señalado a menudo, ilustrada notablemente en la historia de Esteban (Hechos 6: 1-5, 8-15).


[1] N. del T.: traducción de la Versión Inglesa del Nuevo Testamento de J. N. Darby; la versión RVR60 traduce: "Si alguno anhela obispado, buena obra desea."
[2] N. del T.: traducción de la Versión Inglesa del Nuevo Testamento de J. N. Darby

LAS CANCIONES DEL SIERVO (6)

LA CUARTA CANCIÓN: EL SACRIFICIO Y LA EXALTACIÓN DEL SIERVO.
Isaías 52: 13 - 53:12.


Estrofa 1 (52:13-15): La exaltación del Siervo por medio del sufrimiento.
Como indicamos arriba, esta estrofa constituye una especie de prólogo a la canción, resumiendo los temas principales que giran alrededor de las dos experiencias claves que se postulan del Mesías en el Nuevo Testamento: la gloria y los sufrimientos, siendo éstos el medio por el que llega a aquélla. Al igual que en la primera canción, subrayando el carácter trascendente del pasaje, es Jehová mismo quien habla; de esta manera lo que el Dios soberano introduce y describe en líneas generales en 42:1-4, lo confirma y lo rubrica aquí, ce­rrando así el pequeño ciclo de profecías con inusitada solemnidad.
Vemos, pues, en esta estrofa introductoria la plena aprobación que Jehová da a su Siervo por haber cumplido a la perfección toda su voluntad. Por eso comienza con las alturas de su exaltación, la cumbre y recompensa de su Obra. Le anuncia «prosperidad», que indica su pleno éxito en la tarea difícil que le fue asig­nada, frase que en la Versión Moderna es traducida como «se portará sabiamente», igual que se dice del Mes­ías venidero. Algunos han querido ver en las tres frases siguientes unos matices ligeramente diferenciados que podrían referirse a la Resurrección - «será engrandecido» (el mismo verbo que 6:1), la Ascensión - «será exaltado»- y la Sesión a la diestra de Dios - «será puesto muy en alto»- pero siguiendo el criterio cualificado del hebraista Buksbazen preferimos ver en ellas un caso de paralelismo hebreo que refuerza una primera afir­mación añadiendo unos conceptos parecidos. Notemos que los verbos reflejan el modo pasivo, ya que no toca al Siervo tomar la iniciativa de este enaltecimiento; compete sólo al Padre, igual que en Filipenses 2:10-11 y Efesios 1:20-23, etc.
El versículo siguiente enfoca la luz sobre los sufrimientos del Siervo introduciendo en unas frases, breves pero densos, la nota que más se destacará en el resto de la canción: los padecimientos del Siervo, y éstos como si aconteciesen en un escenario contemplado por toda la humanidad. La intensidad de la experiencia es tan grande que hasta su fisonomía es cambiada, recordándonos las palabras escalofriantes que pronunció el salmista en 22:3 «...pero yo soy gusano y no hombre». La gente, al verlo, «se espantan» o «se horrorizan» (la idea de un simple asombro es demasiado débil para reflejar la palabra hebrea), aunque seguramente esta reac­ción fuerte no tiene que ver sólo con la apariencia externa del Siervo, sino con la comprensión por su parte de quién es y para qué sufrió tanto. Otros han padecido y han sido desfigurados mucho más que Él en cuanto a daños físicos, pero nadie como Él en el plano espiritual y moral, al ser «hecho pecado» por los hombres. De ahí la veracidad del versículo 14.
En el versículo 15 la traducción correcta es «rociará», no «asombrará»; es la misma palabra que se emplea en Levítico 4:6; 8:11 y 14:7 para diversos rociamientos de limpieza ceremonial. La quinta estrofa acla­rará el sentido espiritual, que se trata de la expiación del pecado, que alcanza así a los «muchos». El resto del versículo trata del impacto causado por su Persona y Obra y la fuerza convincente de su mensaje. Los grandes líderes de la tierra serán silenciados delante de Él, exaltado como Rey de reyes y Señor de señores, Juez su­premo ante quién están todos llamados a comparecer (compárese con 49:7). En aquel momento solemne de juicio los valores humanos, que descansan tanto en la fama, la fuerza y las riquezas, serán trastocados, mani­festándose las cosas tal cual son, según el valor que les asigna Dios y no el hombre (compárese con 1 Corin­tios 1:25 y siguientes; Jeremías 9:23-25).
Es interesante ver que el apóstol Pablo cita la segunda parte del versículo 15 en Romanos15:21, aplicándola fuera de contexto a la predicación universal del Evangelio. Por supuesto, la aplicación -y máxime siendo un apóstol quien lo hace- es legítima, ya que Pablo discierne el impacto total del mensaje contenido en la Persona y Obra del Siervo, no solamente su efecto en el día del juicio.

Estrofa 2 (53:1-3): La humillación y el rechazamiento del Siervo por los suyos.
Otro expositor titula esta estrofa «la confesión de un pueblo penitente», el cual nos sirve como un buen subtítulo, puesto que es el profeta que aquí habla en nombre del «resto fiel», quienes reconocen su falta de discernimiento y rebeldía frente a su Mesías.
Nótese cómo en el versículo 1 hallamos un hermoso caso del paralelismo sinónimo: el anuncio profético acerca del Mesías equivale a la revelación poderosa de Jehová que ha de recibirse por la fe. Porque no se trata de unas palabras meramente, sino de los hechos salvíficos de Dios manifestados en la historia en la Per­sona y Obra del Salvador (compárese con Juan 12:38 y Romanos 10:16). En el versículo 2 se vuelve atrás por un momento a la situación de la segunda canción, para recordar toda la trayectoria terrenal del Mesías; de ahí la referencia a su juventud y crecimiento bajo la figura del «pámpano» o «renuevo tierno», que nos recuerda Isaías 4:2; 6:13; 11:1 y 10; Jeremías 23:5, etc. Su lozanía y vida hermosa a los ojos de Dios contrastan neta­mente con la «tierra seca», la nación de Israel, ya desprovista de su monarquía legítima, desaparecida hace siglos a causa del juicio divino, casi sorda a la voz profética, con un establecimiento sacerdotal más materia­lista y humanista que espiritual.
Algunos creen ver en las palabras «tierra seca» una referencia al Monte Sión, que en hebreo significa «cerro seco», sugiriendo que aparte del rey legítimo que tiene su asiento en él (Salmo 2), aquel monte tan glorioso para los salmistas y cronistas de Israel no era más que un lugar sin vida ni fruto para Dios.
También vemos el contraste entre lo que Dios ve en su Siervo y el rechazo de que es objeto por parte de los hombres, que no vieron en Él nada de los atractivos humanos que tanto destacan en los grandes del mundo. Poderío militar, pompa, riquezas y la fama que los suele acompañar, tan preciados por el mundo, es­taban ausentes por completo en el humilde carpintero de Nazaret, por lo que no le hicieron caso. Era despre­ciado asimismo por los «grandes» (traducción más exacta de «hombres» en el versículo 3), y más cuando le vieron padecer tanto, un hecho que repugnaba -y sigue repugnando- al judío, que no puede aceptar la idea de un Mesías que sufre. Es el escándalo de la Cruz del que habló Pablo en 1 Corintios 1:23.
La descripción «varón de dolores y que sabe de padecimientos» (o «quebrantos») del versículo 3 habla de lo que sufrió por el contacto de su alma perfecta con el pecado de los hombres, en el curso del roce diario con ellos y luego como su Sustituto en la Cruz. Por siglos los judíos no quisieron mencionar siquiera el nombre de Jesús, tal era la repugnancia que sus pretensiones y sufrimientos despertaba en ellos; lo cambiaron de «Yeshua» a «Yeshu», cuyos iniciales significan «Que su nombre y memoria serán borrados para siempre». Aquí los integrantes del Resto fiel se acusan a sí mismos por este desprecio y rechazamiento para luego pasar a reconocer el porqué de tales aflicciones en la estrofa siguiente.

EL TRIBUNAL DE CRISTO

Pregunta:  Los santos, ¿serán juzgados, o solamente manifestados, en el Tribunal de Cristo? y añade: Me turba, a veces, el pensar que, en el tribunal de Cristo, todos los secretos y deseos de mi corazón serán descubiertos ante todos.

Respuestas:
A) En primer lugar, léase cuidadosamente los siguientes versícu­los que nos ayudarán a situar el problema: 1 Corintios 4:5; 2 Corintios 5:10; Romanos 14:12; Colosenses 3: 24-25. El versículo en Juan 5:24, es decisivo en este aspecto, y nos permite afirmar que los creyentes no seremos condena­dos: "De cierto, de cierto os digo: El que oye mi Palabra y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna; Y NO VENDRÁ A CONDE­NACIÓN, más pasó de muerte a vida." (Juan 5:24 - RVR1909).
Por el contrario, en vez de ser juzgados, juzgaremos al mundo y a los ángeles (1 Corintios 6: 2-3). Tal como es el Señor, tales somos también nosotros los creyentes: somos como el juez, y a todos sus santos Él nos concede el honor de ejecutar el juicio sobre los reyes, los nobles, las gentes (o naciones) y los pueblos (Salmo 149: 7-9).
De modo que, para el creyente, ya no se trata de juicio alguno, pues Cristo lo llevó en la cruz en toda su intensidad y, gracias al valor infinito de su precioso sacrificio, realizado "una vez para siem­pre" (Hebreos 10), somos eternamente unidos a Aquel que llevó nuestros pecados y la condenación que éstos merecían. Resulta, pues, que los creyentes no seremos nunca juzgados por nuestros pecados. (¡Con cuánta gratitud deberíamos acercarnos siempre al Señor!) No obstante, NUES­TRO SERVICIO será apreciado por el Maestro.
Las obras de todos los hombres - santos o pecadores - serán probadas, examinadas, según el criterio de Dios. El día manifestará todas las cosas, el fuego revelará la obra de cada cual; actos, pen­samientos, intenciones, motivos y acusaciones, nada permanecerá ocul­to. Sólo subsistirá lo que la gracia divina haya producido en nues­tros corazones. Apreciaremos las cosas como Cristo las ve, y las en­juiciaremos conforme a Su criterio.
Cabe pensar que este tribunal de Cristo existirá durante mil años por lo menos. Prueba de ello la tenemos en el hecho de que el juicio de las naciones (Mateo, 25) se verificará a principios del milenio, y el de los muertos después de este período. Aquella manifestación de las personas se refiere, por cierto, todos los seres humanos, pero no todos comparecerán forzosamente en el mismo momento; lo que po­dríamos llamar 'la sesión del tribunal' se prolongará. Pero, como hemos dicho, para el creyente salvado ya, no se juzgará su persona, sino sus obras; recibiremos, o perderemos según el caso de cada cual, nuestra recompensa o galardón (1 Corintios 3: 14-15).

B) A nuestro amado lector le turba, o preocupa, el pensar que todos los secretos de su corazón serán revelados ante todos en el tribunal de Cristo.
Es cierto que el Espíritu Santo declara que el Señor sacará a luz las obras encubiertas de las tinieblas, y "manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios." (1 Corintios 4: 5). Pero, notemos que la Palabra de Dios no dice a quién seremos manifestados. ¿Acaso nos impresionaría e importaría más la apreciación de otro hombre que no la del Señor? Con tal que yo sea aprobado por Cristo, no debe importunarme lo que dirán, o pudieran decir, los hombres.
Si el pensar que los más recónditos motivos de mi corazón serán revelados ante los hombres me preocupa más que el ser manifestados a Cristo, esto prueba que estoy todavía muy ocupado con mi pobre persona y que carezco de rectitud: es un estado que conviene exami­nar y juzgar cuanto antes.
Y, pensándolo bien, si tal pensamiento nos puede ayudar a guar­darnos de otras caídas y tentaciones, demos gracias al Señor por ello. Por lo demás, ¿nos restará algo de nuestra salvación el que nuestras faltas y pecados sean manifiestos ante todos? David y el apóstol Pe­dro, ¿son acaso menos bienaventurados porque millones de almas leyeron el relato de sus caídas y graves pecados? ¡Por cierto que no! Ellos saben que la lista de sus pecados no hace más que magnificar la gracia de Dios y el precio de la sangre de Cristo.
No nos ocupemos de nosotros mismos - a no ser para examinar­nos -; ocupémonos más de Cristo, hermanos, y no tendremos seme­jantes preocupaciones. Por lo demás, ¡que la idea del tribunal de Cristo nos santifique, que nos infunda mayor humildad, que nos haga ser más vigilantes, que nos ayude a enjuiciar diariamente nues­tra conducta y a manifestar mayor diligencia e integridad en nuestro servicio!

Traducido de "Le Messager Evangélique"
 Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1955, No. 17.-