Aquel hombre no descansará hasta que concluya el asunto, Rut 3.18
Todos hemos
leído en el último capítulo del libro de Rut del pariente cercano de Noemí que
confesó que no estaba dispuesto ni capacitado para redimir a Rut, y de otro
pariente, el noble Booz, que proclamó a los ancianos de la ciudad: “He
adquirido ... todo lo que fue de Elimelec ... para restaurar el nombre del
difunto sobre su heredad ...” Una comprensión adecuada del hermoso relato es
imposible si el Espíritu Santo no nos ha enseñado algo del vengador y el
redentor. Son temas básicos en el Antiguo Testamento, como también
características comunes en las leyes de muchos pueblos.
La raza
nuestra está expuesta a la pobreza, esclavitud y muerte. Podemos perder lo que
poseemos, podemos caer en servidumbre, o podemos ser llamados inesperadamente a
abandonar este mundo de un todo. Si fuera posible quitar estas sombras de sobre
la humanidad, nuestro planeta sería sin duda un paraíso restaurado. Y, fue con
el fin de enfrentar esta triple miseria que Dios envió a Cristo. Hay tres
“espejos del Calvario” que nos permiten captar algo de la manera triunfante en
que Él enfrentó y abolió estos enemigos.
El vengador de
sangre, con la provisión de seguridad para el ciudadano acechado que alcanzara
una ciudad de refugio, ha sido la ilustración acertada para múltiples
presentaciones del Evangelio. Nos limitaremos aquí a decir que esas ciudades de
refugio eran de una importancia enorme en Israel, ya que el estatuto al
respecto figura en Números 35, Deuteronomio y Josué 20.
Tres disposiciones
· El primer artículo en la Ley del Pariente Redentor lo
encontramos en Levítico 25.25: “Cuando tu hermano empobreciere, y vendiere algo
de su posesión, entonces su pariente más próximo vendrá y rescatará lo que su
hermano hubiere vendido”.
· El segundo caso está en los supuestos de 25.39,47: (a)
“Cuando tu hermano empobreciere, estando contigo, y se vendiere a ti ...;” (b)
“... tu hermano que está junto a él [un extranjero] empobreciere, y se vendiere
al forastero o extranjero ...”
· Finalmente, el tercer artículo de esa Ley se encuentra en
Deuteronomio 25.5,6, donde leemos: “Cuando hermanos habitaren juntos, y muriere
alguno de ellos, y no tuviere hijo, la mujer del muerto no se casará fuera con
hombre extraño; su cuñado se llegará a ella, y la tomará por su mujer, y hará
con ella parentesco. Y el primogénito que ella diere a luz sucederá en el
nombre de su hermano muerto, para que el nombre de este no sea borrado de
Israel”.
En esta
tercera disposición vislumbramos el mensaje de que el pariente redentor podrá
levantar una simiente aun cuando parece que la muerte ha triunfado. La
resurrección es siempre la respuesta que Dios da a las victorias pasajeras de
Satanás.
Otra ilustración
Basta una
ojeada a la concordancia de mi lector para que nos demos cuenta de la
frecuencia de la mención de la redención y el redentor en los Salmos y la
profecía de Isaías. No nos extenderemos hasta allí en este momento.
Jeremías es
otro que emplea el rescate de la heredad para ilustrar la bendición divina en
circunstancias que por el momento son desastrosas. Él relata que su primo
hermano le instó a comprar de él cierta parcela, diciendo: “Tuyo es el derecho
de la herencia, y a ti corresponde el rescate”. El profeta lo hizo desde la
cárcel donde estaba preso: “Le pesé el dinero; diecisiete siclos de plata”.
Resulta que
esto fue para ilustrar la gran bendición que habrá sobre Israel en su
restauración todavía futura: “Así ha dicho Jehová: Como traje sobre este pueblo
todo este gran mal, así traeré sobre ellos todo el bien que acerca de ellos
hablo. Y poseerá heredad ...”, 32.42.
¡Hablaremos en
un momentito de nuestro “Jeremías divino” que pesó desde la cárcel del Calvario
la plata de un rescate mayor!
Bien sabemos
que Dios le ha dado al hombre la tierra cual heredad suya. “Los cielos son los
cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres”, Salmo
115.16. Pero, la invasión del dragón en el Edén y su conquista de Eva, le costó
al hombre su herencia, libertad y vida. Sólo un Pariente redentor ha podido
restaurar la heredad, reponer la libertad y renovar el parentesco. Vayamos,
pues, la los espejos del Calvario.
Herencia, libertad y parentesco
Restauración En su
Epístola a los Efesios Pablo alude tres veces a la herencia restaurada: “... el Amado en quien tenemos redención por
su sangre, el perdón de pecados”, 1.7. “Fuisteis sellados con el Espíritu Santo
de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la
posesión adquirida”, 1.14. “... al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis
sellados para el día de la redención”, 4.30.
Sabemos que la
redención ha sido perfeccionada con respecto al pasado y el futuro, pero para
el presente su recuperación es sólo en derecho y no en pleno disfrute. Estamos
ante un caso, por decirlo así, donde un acreedor se ha posesionado de una
hacienda sobre la cual tenía hipoteca. Recibe plena satisfacción de la deuda,
pero no quiere desocupar el inmueble. Obviamente, es un caso donde las
autoridades tienen que venir y efectuar el desalojo.
La situación
hoy día es de esa naturaleza. Cristo ha satisfecho al tribunal celestial,
cancelando en dinero de buena ley todos los reclamos de la justicia santa y
redimiendo así nuestras almas. Pero todavía esperamos la palabra suya que nos
permitirá el pleno goce de su obra: “Gemimos dentro de nosotros mismo,
esperando la adopción, la redención de nuestros cuerpos”, Romanos 8.23.
Mientras
tanto, en medio de debilidad, dificultad y pobreza, estamos sobremanera
felices, ya que nos regocijamos acá en todo lo que Cristo es, y entraremos allá
en todo lo que Él tiene.
Reposición El Evangelio proclama la libertad repuesta para todo aquel
que abraza sus provisiones. “Ninguno ... podrá en manera alguna redimir al
hermano, ni dar a Dios su rescate”, Salmo 49.7, pero Cristo sí ha roto nuestras
esposas, librándonos para siempre de la servidumbre bajo el antiguo amo.
Romanos 6 revela esta emancipación en siete
declaraciones:
¨ a fin de que no sirvamos más al pecado 6.6
¨ el que ha muerto ha sido justificado del pecado 6.7
¨ consideraos muertos al pecado 6.11
¨ no reine pues el pecado en vuestro cuerpo mortal 6.12
¨ el pecado no se enseñoreará de vosotros 6.14
¨ y libertados del pecado 6.18
¨ habéis sido libertados del pecado 6.22
Aquí no hay
salvedades, ni en cuanto a la libertad ni en cuanto a los beneficiarios. Ningún
hijo de Dios queda fuera de sus cláusulas; el pequeño Benjamín es tan
favorecido como el mayor Judá. En las figuras del Progreso del Peregrino, Vuelve-Atrás, Fiel y cristiano, todos tres,
gozan de la misma gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Renovación La tercera diadema que Cristo ostenta en su
tiara es que ha renovado nuestro
parentesco. Ha repuesto las relaciones rotas de nuestra raza. La muerte no
sólo nos separó de Dios sino nos alejó también de nuestro prójimo. Hoy día los
hombres miran de reojo el uno al otro porque están conscientes de la sombra que
nos oscurece. Nuestro glorioso Pariente puso en desbandada la muerte y quitó la
sombra que echaba; su resurrección de entre los muertos, y nuestra unión con
él, nos constituye en simiente suya con una descendencia que redunda en
alabanza eterna al Redentor.
Harold St
John, 1878-1987