domingo, 20 de abril de 2025

Por Sus Frutos Los Conoceréis

 

Dijo el Señor Jesús: "Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt. 7.20-21). Algunos expositores quisieran limitar este precepto al contexto inmediato sobre los falsos profetas. Pero el contexto no limita el precepto, sino lo aplica a un caso específico. Tiene más aplicaciones.

Los creyentes debemos tomar nota, porque la confusión y la falsa profesión existen. No creemos en la eterna seguridad de los que profesan creer, sino de los verdaderos creyentes. Pablo enseñó a Timoteo que habría en las iglesias personas que "tienen apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella" (2 Ti. 3.5). A Tito le encargó que tuviese cuidado de los que "profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan" (Tit. 1.16). Juan insistió que mienten los que profesan conocer al Señor, pero no guardan Sus mandamientos (1 Jn. 2.4).

Esto se aplica a las personas que profesan ser cristianas, pero:

à  Andan conforme a la carne. (Ro. 8.4)

à  Piensan en las cosas de la carne. (Ro. 8.5)

à  Se ocupan de la carne. (Ro. 8.6)

à  Por los designios de la carne, no se someten a la ley de Dios (Ro. 8.7)

à  Viven según la carne, y no pueden agradar a Dios. (Ro. 8.8)

La conclusión es que no son cristianos carnales, sino simplemente carnales.

No Juzgues


 “No Juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mateo 7:1)

Aquellos que conocen poco más de la Biblia, conocen este versículo y lo usan de un modo muy caprichoso. Aun cuando se critica a una persona por su enorme maldad, estas gentes piado­samente gorgotean: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. En otras palabras, utilizan este versículo para evitar que se condene el mal.

Sin embargo, aun cuando hay áreas en las que no debemos juzgar, hay otras en las que se nos manda expresamente hacerlo.

Hay algunos ámbitos en donde no se debe juzgar. Por ejemplo:

No debemos juzgar los motivos de la gente; no somos omniscientes, y no siempre podemos saber por qué hacen lo que hacen. No debemos juzgar el servicio de otro creyente; para su propio Maestro está en pie o cae. No debemos condenar a aquellos que son escrupulosos o meticulosos acerca de cosas que son neutrales moralmente; para ellos sería malo violar sus conciencias. No debemos juzgar por las apariencias o hacer acepción de personas; lo que hay en el corazón es lo que cuenta. Y ciertamente debemos evitar un espíritu crítico y severo; una persona que habitualmente busca defectos en los demás representa una pobre publicidad para la fe cristiana.

Pero hay otras áreas donde se nos manda juzgar:

Debemos juzgar toda enseñanza para ver si está de acuerdo con las Escrituras. Tenemos que juzgar si otros son creyentes verdaderos, para no unirnos en yugo desigual. Los cristianos deben juzgar disputas entre creyentes en vez de permitir que vayan a los tribunales civiles. La iglesia local debe juzgar en casos de formas extremas de pecado y cortar de la comunión al ofensor culpable. Los de la iglesia deben juzgar qué hombres reúnen los requisitos bíblicos para ser ancianos o diáconos.

 Dios no espera que desechemos nuestra facultad crítica o abando­nemos los valores morales y espirituales. Todo lo que pide es que nos abs­tengamos de juzgar donde no debemos y que juzguemos justamente donde se nos manda.

William MacDonald, de su libro DE DÍA EN DÍA (Ed. CLIE), lectura para el 31 de enero.

MUJERES DE FE DEL NUEVO TESTAMENTO (13)

María de Betania

“María … sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra” (Lucas 10:39)

La historia está en Mateo 26:6-13, Marcos 14:3-9; Lucas 10:38-42; Juan 11.1-45 y 12:1-11.


La Biblia habla de tres ocasiones cuando María de Betania estuvo a los pies del Señor Jesucristo. En el primer encuentro Marta le recibió en su casa. Su hermana, María, sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra y así aprendió del gran Maestro. Luego ella, después de la muerte de Lázaro, recibió consuelo de Aquel que es el Autor de la vida. Y en la tercera ocasión ungió con perfume a su Salvador y luego recibió su aprobación.

María estaba a los pies del Señor cuando su hermana Marta le hospedó en su casa. Seguramente María oyó que Él iba a Morir, ser puesto en un sepulcro y resucitar. El Señor dijo que María había escogido la buena parte cuando escuchaba sus enseñanzas. Lo que ella aprendió del Señor nunca le iba a ser quitado.

Comunicarnos con nuestro Señor Jesucristo en la quietud de su presencia es la "cosa necesaria" de la que Él hablaba. A la mujer samaritana Jesús le dijo que el Padre busca verdaderos adoradores, y María le adoraba en espíritu y en verdad. Lo más esencial, la buena parte, para cada una de nosotras es la comunión íntima con el Señor. A veces nos ocupamos con lo que creemos que es nuestro servicio para Él sin buscar primero oír su voz, expresarle nuestra gratitud y gozarnos en comunión con Él.

En Juan 11 hallamos una escena triste. Marta y María le habían mandado a decir al Señor que Lázaro, a quien Él amaba, estaba enfermo, pero Él se quedó allí donde estaba dos días más. Lázaro falleció y cuando María se encontró con Jesucristo, se postró a sus pies llorando. "Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano", dijo entre sollozos.

Aunque Él tenía la solución, Jesús lloró porque se condolía con María. Él dijo que ellas iban a ver la gloria de Dios, y así sucedió cuando el Señor resucitó a Lázaro. Debemos recordar que Jesucristo es la respuesta a los problemas que el pecado ha traído al mundo, y también es el perfecto consolador cuando sufrimos.

Jesús acompañó a María y Marta a la tumba de Lázaro, seguidos por muchos judíos que querían consolarlas. Cuando el Señor mandó que la piedra fuese quitada, María guardó silencio. Una vez que la tumba fue abierta el Señor oró, y luego clamó en voz alta: "¡Lázaro, ven fuera!", y el muerto volvió a vivir. Muchos de los judíos presentes creyeron en Cristo al ver la resurrección de Lázaro.

En el capítulo doce de Juan tenemos la continuación de la historia de aquella familia en Betania. Fue seis días antes de la Pascua, cuando Jesús iba a ser crucificado. Los líderes de los judíos y también la mayoría del pueblo habían rechazado al bendito Hijo de Dios y deseaban su muerte. Pero en aquel hogar Él era el Huésped de honor. "Le hicieron allí una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él".

El amor de María hacia Cristo la impulsó a tomar una libra de nardo puro de mucho precio y ungir los pies del Señor, enjugándolos con sus cabellos. Según la historia en el libro de Marcos, ella quebró el vaso de alabastro y derramó el perfume sobre la cabeza de su Señor. Creemos que el incidente en Mateo 26 es también la historia de María, y allí leemos que el ungüento fue derramado sobre su cabeza y sus pies. Tal vez ella había guardado ese precioso líquido para la sepultura del Señor, pero luego comprendió que su Salvador iba a resucitar, y lo derramó sobre su cuerpo antes de su muerte La casa se llenó de la fragancia del perfume (Juan 12.13).

Los discípulos se enojaron con María, pero Jesús aprobó lo que ella hizo, diciendo: "Dejadla... buena obra me ha hecho... se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura". También dijo: "Esta ha hecho lo que podía" (Marcos 14.6, 8).

María no estuvo presente ante la cruz ni tampoco ante la tumba de Jesucristo. Parece que ella entendía que ese era el momento apropiado para ungir el cuerpo del Señor, porque Él iba a morir y luego resucitar. Judas recriminó a María, pero leemos en Mateo 26.13 que el Señor dijo: "Dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho".

J. M. Flanigan escribió: "Mateo y Marcos relatan este hermoso incidente pero no dan el nombre de la mujer. Sesenta años después el apóstol Juan escribió su evangelio y reveló su identidad. ¡Era María! Cuántos creyentes hacen su noble ministerio para el Señor sin publicidad, de lo cual no sabemos nada. Pero viene el día cuando todo será revelado y recompensado".

La devoción de María de Betania puede suponer un reto para nosotras en cuanto a la manera en que vivimos nuestras vidas diarias, si pasamos tiempo leyendo su Palabra, orando, y sirviendo a otros. Así podremos mostrar nuestra gratitud al bendito Salvador. Él es digno de todo lo que tenemos y somos. 

Por Rhoda Cumming


El Pariente Redentor

Aquel hombre no descansará hasta que concluya el asunto, Rut 3.18


      Todos hemos leído en el último capítulo del libro de Rut del pariente cercano de Noemí que confesó que no estaba dispuesto ni capacitado para redimir a Rut, y de otro pariente, el noble Booz, que proclamó a los ancianos de la ciudad: “He adquirido ... todo lo que fue de Elimelec ... para restaurar el nombre del difunto sobre su heredad ...” Una comprensión adecuada del hermoso relato es imposible si el Espíritu Santo no nos ha enseñado algo del vengador y el redentor. Son temas básicos en el Antiguo Testamento, como también características comunes en las leyes de muchos pueblos.

      La raza nuestra está expuesta a la pobreza, esclavitud y muerte. Podemos perder lo que poseemos, podemos caer en servidumbre, o podemos ser llamados inesperadamente a abandonar este mundo de un todo. Si fuera posible quitar estas sombras de sobre la humanidad, nuestro planeta sería sin duda un paraíso restaurado. Y, fue con el fin de enfrentar esta triple miseria que Dios envió a Cristo. Hay tres “espejos del Calvario” que nos permiten captar algo de la manera triunfante en que Él enfrentó y abolió estos enemigos.

      El vengador de sangre, con la provisión de seguridad para el ciudadano acechado que alcanzara una ciudad de refugio, ha sido la ilustración acertada para múltiples presentaciones del Evangelio. Nos limitaremos aquí a decir que esas ciudades de refugio eran de una importancia enorme en Israel, ya que el estatuto al respecto figura en Números 35, Deuteronomio y Josué 20.

Tres disposiciones

·       El primer artículo en la Ley del Pariente Redentor lo encontramos en Levítico 25.25: “Cuando tu hermano empobreciere, y vendiere algo de su posesión, entonces su pariente más próximo vendrá y rescatará lo que su hermano hubiere vendido”.

·       El segundo caso está en los supuestos de 25.39,47: (a) “Cuando tu hermano empobreciere, estando contigo, y se vendiere a ti ...;” (b) “... tu hermano que está junto a él [un extranjero] empobreciere, y se vendiere al forastero o extranjero ...”

·       Finalmente, el tercer artículo de esa Ley se encuentra en Deuteronomio 25.5,6, donde leemos: “Cuando hermanos habitaren juntos, y muriere alguno de ellos, y no tuviere hijo, la mujer del muerto no se casará fuera con hombre extraño; su cuñado se llegará a ella, y la tomará por su mujer, y hará con ella parentesco. Y el primogénito que ella diere a luz sucederá en el nombre de su hermano muerto, para que el nombre de este no sea borrado de Israel”.

      En esta tercera disposición vislumbramos el mensaje de que el pariente redentor podrá levantar una simiente aun cuando parece que la muerte ha triunfado. La resurrección es siempre la respuesta que Dios da a las victorias pasajeras de Satanás.

Otra ilustración

      Basta una ojeada a la concordancia de mi lector para que nos demos cuenta de la frecuencia de la mención de la redención y el redentor en los Salmos y la profecía de Isaías. No nos extenderemos hasta allí en este momento.

      Jeremías es otro que emplea el rescate de la heredad para ilustrar la bendición divina en circunstancias que por el momento son desastrosas. Él relata que su primo hermano le instó a comprar de él cierta parcela, diciendo: “Tuyo es el derecho de la herencia, y a ti corresponde el rescate”. El profeta lo hizo desde la cárcel donde estaba preso: “Le pesé el dinero; diecisiete siclos de plata”.

      Resulta que esto fue para ilustrar la gran bendición que habrá sobre Israel en su restauración todavía futura: “Así ha dicho Jehová: Como traje sobre este pueblo todo este gran mal, así traeré sobre ellos todo el bien que acerca de ellos hablo. Y poseerá heredad ...”, 32.42.

      ¡Hablaremos en un momentito de nuestro “Jeremías divino” que pesó desde la cárcel del Calvario la plata de un rescate mayor!

      Bien sabemos que Dios le ha dado al hombre la tierra cual heredad suya. “Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres”, Salmo 115.16. Pero, la invasión del dragón en el Edén y su conquista de Eva, le costó al hombre su herencia, libertad y vida. Sólo un Pariente redentor ha podido restaurar la heredad, reponer la libertad y renovar el parentesco. Vayamos, pues, la los espejos del Calvario.

Herencia, libertad y parentesco

Restauración              En su Epístola a los Efesios Pablo alude tres veces a la herencia restaurada: “... el Amado en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”, 1.7. “Fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida”, 1.14. “... al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención”, 4.30.

      Sabemos que la redención ha sido perfeccionada con respecto al pasado y el futuro, pero para el presente su recuperación es sólo en derecho y no en pleno disfrute. Estamos ante un caso, por decirlo así, donde un acreedor se ha posesionado de una hacienda sobre la cual tenía hipoteca. Recibe plena satisfacción de la deuda, pero no quiere desocupar el inmueble. Obviamente, es un caso donde las autoridades tienen que venir y efectuar el desalojo.

      La situación hoy día es de esa naturaleza. Cristo ha satisfecho al tribunal celestial, cancelando en dinero de buena ley todos los reclamos de la justicia santa y redimiendo así nuestras almas. Pero todavía esperamos la palabra suya que nos permitirá el pleno goce de su obra: “Gemimos dentro de nosotros mismo, esperando la adopción, la redención de nuestros cuerpos”, Romanos 8.23.

      Mientras tanto, en medio de debilidad, dificultad y pobreza, estamos sobremanera felices, ya que nos regocijamos acá en todo lo que Cristo es, y entraremos allá en todo lo que Él tiene.

Reposición  El Evangelio proclama la libertad repuesta para todo aquel que abraza sus provisiones. “Ninguno ... podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate”, Salmo 49.7, pero Cristo sí ha roto nuestras esposas, librándonos para siempre de la servidumbre bajo el antiguo amo.

Romanos 6 revela esta emancipación en siete declaraciones:

¨     a fin de que no sirvamos más al pecado 6.6

¨     el que ha muerto ha sido justificado del pecado 6.7

¨     consideraos muertos al pecado 6.11

¨     no reine pues el pecado en vuestro cuerpo mortal 6.12

¨     el pecado no se enseñoreará de vosotros 6.14

¨     y libertados del pecado 6.18

¨     habéis sido libertados del pecado 6.22

      Aquí no hay salvedades, ni en cuanto a la libertad ni en cuanto a los beneficiarios. Ningún hijo de Dios queda fuera de sus cláusulas; el pequeño Benjamín es tan favorecido como el mayor Judá. En las figuras del Progreso del Peregrino, Vuelve-Atrás, Fiel y cristiano, todos tres, gozan de la misma gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Renovación La tercera diadema que Cristo ostenta en su tiara es que ha renovado nuestro parentesco. Ha repuesto las relaciones rotas de nuestra raza. La muerte no sólo nos separó de Dios sino nos alejó también de nuestro prójimo. Hoy día los hombres miran de reojo el uno al otro porque están conscientes de la sombra que nos oscurece. Nuestro glorioso Pariente puso en desbandada la muerte y quitó la sombra que echaba; su resurrección de entre los muertos, y nuestra unión con él, nos constituye en simiente suya con una descendencia que redunda en alabanza eterna al Redentor.

Harold St John, 1878-1987


 

LOS DOCE HOMBRES DE PABLO (10)


Un hombre "miserable" y un "hombre en Cristo"


En Romanos 7: 24 Pablo dice: "¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" Y luego en 2ª Corintios 12: 2 dice: "Conozco a un hombre en Cristo… ". Estos dos términos parecen estar en contraste entre sí y nos ocuparemos de ellos de esta manera. El hombre "miserable" define a una persona que carece de liberación, y "un hombre en Cristo" es alguien que conoce la liberación en Cristo.

UN HOMBRE MISERABLE

El hombre "miserable" en Romanos 7: 14-25, es un alma nacida de nuevo que todavía no descansa en fe en la obra consumada de Cristo. Por lo tanto, dicha alma no está en la plena posición cristiana delante de Dios, ni tiene el Espíritu morando en ella. (Romanos 8: 9).

En este pasaje el Apóstol describe a un alma sincera en este estado, alma que intenta mantener la carne bajo control y vivir una vida santa pero que fracasa miserablemente. (Romanos 7: 18-21). Él tiene dos naturalezas que están representadas en el "yo" que se deleita en hacer el bien (versículo 22) y el "yo" que hace el mal (versículo 23); pero carece del poder para hacer "el bien". Cuando un alma está cargada con el deseo de ser santa, pero se siente impotente se llena de consternación y desdicha. Aborrece el mal que hace siendo incapaz de refrenar la carne. Carece de liberación porque busca el poder dentro de sí mismo.

Mientras está en este estado miserable una persona hará a menudo el error más destructivo de recurrir a la ley para liberación. Asumiendo que la ley es la respuesta la persona la pondrá delante de su alma como una norma para su vida. Si no es la Ley de Moisés, será alguna norma de santidad autoimpuesta. Pero en cualquier caso ello no es la senda de la liberación. Como resultado él sólo se hace más miserable a sí mismo. Dios la proveerá en la Persona de Su Hijo, el Señor Jesucristo, pero primero él debe aprender la lección de que el poder para la liberación no se encuentra en sí mismo.

UN HOMBRE EN CRISTO

Romanos 8: 1 dice: "Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús". (Romanos 8: 1 – JND, RVA, VM). ([N. del T.] Los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Esta frase no está en los mejores manuscritos.)

El Apóstol describe aquí la plena posición cristiana de "un hombre en Cristo". El capítulo explica el estado cristiano normal de vivir "según el Espíritu" (o estar "en el Espíritu", como rezan otras versiones de la Biblia en español) (Romanos 8: 9), y guiado "por el Espíritu". (Versículo 14). La lucha descrita en el capítulo 7 ha terminado y el creyente es visto como teniendo una liberación actual del pecado interior, y esperando una liberación futura de la presencia del pecado que está a su alrededor, — en la venida del Señor (Romanos 8: 18-23).

La liberación del estado miserable de Romanos 7 al bienaventurado estado de Romanos 8 no viene hasta que la confianza en sí mismo y la esperanza en sí mismo de la persona son desbaratadas, y él busca fuera de sí mismo la liberación de las concupiscencias de su naturaleza pecaminosa. ¡Nótese que él no dice, “«Miserable de mí! ¿QUÉ me librará…?» Él dice "¡Miserable de mí! ¿QUIÉN me librará…?" (Romanos 7: 24). Esto muestra que la liberación no se encuentra en una filosofía o en un programa de autoayuda sino en una Persona, — el Señor Jesucristo. Es relevante el hecho de que mientras el hombre lucha con la carne, como se ve en Romanos 7, el Espíritu de Dios no es mencionado ni una sola vez. Pero en el momento en que él aparta la mirada de sí mismo hacia un Libertador y ve su lugar "en Cristo", el Espíritu de Dios es mencionado muchas veces, tal como se observa en Romanos 8 a partir del versículo 2. El hombre en Romanos 8 es visto como sellado con el Espíritu y en la posición cristiana completa y está disfrutando de un estado de paz y liberación.

La segunda epístola a los Corintios, capítulo 12, versículos 1-3, describe el estado de "un hombre en Cristo" que conoce la liberación en su alma y disfruta de la comunión con Dios.  El hombre miserable se ocupa de sí mismo. (Romanos 7: 14-24). Yo, me, mi, mis ¡son mencionados o se sobrentienden unas 28 veces! Pero el hombre en Cristo está tan completamente ocupado con Cristo y con las cosas celestiales que ha perdido la noción de sí mismo. Él no era consciente de si acaso ¡estaba en el cuerpo o fuera de él! La mujer en Lucas 13: 11 es un retrato de una en la condición miserable. Ella andaba "encorvada", y como resultado todo lo que podía ver era a sí misma. Pero cuando el Señor la tocó, ella se enderezó y pudo mirar Su rostro. Consecuentemente, ella ya no se veía a sí misma.

Algunas consideraciones prácticas

Aunque la lucha en Romanos 7: 14-25 no es técnicamente una experiencia cristiana, muchos cristianos la experimentan en una forma modificada. Nosotros decimos modificada porque el hombre descrito en Romanos 7 es visto como no teniendo el Espíritu Santo, lo cual es normal para todo verdadero cristiano. La lucha con la carne que los cristianos experimentan a menudo está más apropiadamente descrita en Gálatas 5: 16-17. Dice, "Andad en el Espíritu, y de ninguna manera cumpliréis el deseo de la carne. Porque la carne desea contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne: pues éstos se oponen el uno al otro, para que no hagáis las cosas que deseáis". (Gálatas 5: 16, 17 – JND). Esto se refiere a un cristiano que tiene el Espíritu pero no anda "en el Espíritu" (versículo 16). La lucha en Romanos 7 es entre la carne y la nueva naturaleza en un hijo de Dios, mientras que la lucha en Gálatas 5 es entre la carne y el Espíritu en un creyente que no anda "en el Espíritu". (Tampoco debemos relacionar la lucha espiritual de Efesios 6: 10-18 con la de Gálatas 5. Ellas son diferentes. Efesios 6 describe una lucha que resulta cuando un cristiano anda en el Espíritu, mientras que Gálatas 5 es una lucha que resulta cuando él no anda en el Espíritu).

Todos sabemos muy bien lo que es carecer de poder espiritual y no poder decir no al pecado en nuestras vidas, aunque tengamos el Espíritu en nosotros. ¿Por qué es esto así? Porque: Una cosa es tener el Espíritu de Dios en nosotros, y otra cosa muy distinta es tenerle allí actuando por nosotros de una manera presente y continua. El aspecto soberano de la liberación es el don del Espíritu, pero el aspecto responsable de ello es que debemos dejar que el Espíritu nos llene para que Su poder esté presente para contener la carne.

En Romanos 8: 5-13, Pablo explica que hay dos dominios, o esferas, en las que una persona puede vivir: una esfera que pertenece a "la carne" y una esfera que pertenece al "Espíritu". Él dice: "Los que son de la carne piensan en las cosas de la carne". (Versículo 5 a). Pensar" en algo significa 'prestarle atención'. Él no entra en detalles en cuanto a lo que son estas cosas, pero todos sabemos de qué tipo de cosas la carne disfruta. Esta es la esfera donde vive el hombre perdido: él no conoce otro dominio. Pero también es posible que cristianos vivan en esa esfera.

Luego dice: "Los que son del Espíritu [piensan], en las cosas del Espíritu". (Versículo 5 b). Esta es la esfera en la que Dios quiere que el cristiano viva. Además, Pablo no nos da detalles específicos en cuanto a cuáles son estas cosas. En pocas palabras, ellas son aquellas cosas que tienen que ver con los intereses de Cristo. Sería estudiar las Escrituras, orar, cantar himnos en nuestros corazones, ir a reuniones bíblicas, llamar o escribir a compañeros cristianos para animarlos, visitar a personas con una palabra de aliento, compartir el evangelio, repartir folletos evangelísticos, hacer buenas obras para usos necesarios, etc.

Lo que el Apóstol quiere decir aquí es que estas dos esferas son exactamente opuestas entre sí. Sus intereses son polos opuestos. Una sirve a los intereses del yo y la otra a los intereses de Cristo. De cada una de ellas sale un ramal que se aleja de la otra. Uno conduce a lo que es verdaderamente "vida y paz" y el otro conduce a la "muerte". (Romanos 8: 6).

Luego, en los versículos 12 y 13, Pablo saca una conclusión edificante (que infunde piedad y virtud), a saber, "Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis". Lo que él quiere decir aquí es que nosotros podemos escoger en qué esfera queremos vivir. Él dice: "Si vivís conforme a la carne, moriréis". Esta es una palabra solemne. Si escogemos vivir en la esfera de la carne ello nos llevará a la muerte moral en nuestras vidas. La manera en que Pablo utiliza la muerte aquí es diferente de la mayoría de los otros lugares en la Biblia. El Apóstol no está hablando de la muerte física sino de la muerte moral en la vida del creyente que inevitablemente resulta en fracaso. La muerte, como sabemos, siempre conlleva la idea de separación. En este versículo dicha palabra se refiere a una separación o una ruptura en nuestro vínculo de comunión con Dios. El argumento es aquí sencillo; a saber, si vivimos en la esfera de la carne podemos esperar que ello va a producir muerte. Pero él dice también, "Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis". Esto significa que si nosotros escogemos vivir en la esfera del Espíritu tendremos mucho poder para vivir una vida santa para la gloria de Dios. Esto es ser llenos del Espíritu. (Efesios 5: 18). Significa que si vivimos en la esfera correcta la carne no podrá consolidarse en nosotros. En Gálatas 5: 16 Pablo habla de lo mismo, diciendo: "Andad en el Espíritu, y de ninguna manera cumpliréis el deseo de la carne". (Gálatas 5: 16 – JND).

El motivo por el cual perdemos la batalla contra este enemigo interior es que pasamos demasiado tiempo en la esfera equivocada pensando en las cosas de la carne. Podemos preguntarnos: «¿En cuál de estas dos esferas vivo? ¿Qué es lo que ocupa principalmente mi vida? ¿Son las cosas que pertenecen a los intereses de Cristo, o son las cosas carnales?» Se ha dicho que «si consentimos la carne, estorbaremos al Espíritu.» Por lo tanto, es hora de que empecemos a vivir en la esfera correcta y experimentemos el poder de Dios y la alegría del cristiano vivir en nuestras vidas.

B. ANSTEY 

Estéfanas (1 Co. 16)

 Fue este un creyente cuya recomendación es digna de imitar, pues no hay pecado ni crítica alguna en imitar las cosas buenas y la sana conducta de aquellos que tenemos, por ejemplo. (Filipenses 3:17)

De Estéfanas tenemos la experiencia de su vida cristiana en un orden claro y real que no hay lugar a dudas ni confusión. Son cuatro los pasos destacados en la vida de Estéfanas.

Primero, su conversión. Esto sucedió en el primero o el segundo viaje misionero de Pablo, éste habiendo pasado de Corinto a Acaya, probablemente en el año y medio que pasó en eta región. (Hechos 18:11, 19:21) Predicó el evangelio en Acaya, y Estéfanas, que pertenecía a una familia respetable, fue de los primeros que oyó el mensaje y creyó en el Señor Jesús.

Entonces el apóstol dice: “Estéfanas y su casa son las primicias de Acaya.” (1 Corintios 16:15) ¡Qué preciosa suena la palabra primicias!

El creyente que da primicias

tendrá en sus trojes la abundancia,

por huésped de su casa la delicia,

y en el cielo mayor ganancia. (Prov 3:9,10) 

Hay hermanos que parece que nunca tuvieron primicias; esto se manifiesta en su obra y carácter, los frutos son casi nulos. Otros son los que se gozan en su confesión; en su carácter no hay separación, y sus frutos son como los de la tierra de Jericó. (2 Reyes 2:19)

El segundo paso de Estéfanas es su bautismo. “Y también bauticé la familia de Estéfanas.” (1 Corintios 1:16) No sabemos si esta vez fue bautizado junto con su familia. Una cosa sabemos, que era una familia y que todos obedecieron a la fé y al bautismo. ¡Qué tiempos aquellos de abundantes primicias, cuando en las casas que recibían el Evangelio se convertía toda la familia!

En aquel tiempo no era conocido el “papaíto” sino el padre y cabeza de casa, y eso que era paganos. El Evangelio hace un cambio en la familia; como fruto se muestra el amor, el respeto y la gratitud a los padres. En aquel tiempo no había Consejo de Niño que prohíbe el castigo y la disciplina a los niños, que patrocina la independencia del niño, “que no le estorbe las ideas al niño.”

Hoy muchas naciones están cosechando la siembra de su mala enseñanza en los niños, con una juventud sin temor a Dios, sin respeto a los padres, ni a las leyes, ni al gobierno. La delincuencia juvenil se incrementa cada día con una juventud criminal. Para ellos, matar a un hombre es como matar a un perro. Violan una niña y la asesinan para después exhibirse en las planas de los periódicos sin vergüenza ninguna.

Hoy la educación y el deporte lo absorbe todo. Es prohibido poner a los niños a trabajar; por tanto, muchos tienen la oportunidad de especializarse en el robo y el asalto a mano armada. Las cárceles están llenas y muchos de ellos se tropiezan en las calles, fungen de “gran cacao” y hasta se codean con cierta sociedad. ¡Gracias a Dios! por los que nos hicieron trabajar de día e ir a la escuela de noche.

Años atrás al niño se le enseñaba que Dios está en todas partes; hoy Dios está muy lejos de sus pensamientos. Los banderines con nombres e insignias de los líderes y símbolos del comunismo se muestran en las paredes de las casas de los cristianos. Prefiero pasar por montuno y fanático, teniendo conmigo al Señor, que por civilizado y científico vacío de Cristo. La poeta uruguaya dijo:

Así avanzo son saber adónde,

andando no por visto, más por fe

Prefiero con Cristo caminar a oscuras

que a la luz de todo lo que sé.

El tercer paso de Estéfanas fue la consagración de su casa. Él y su familia se habían dado primero al Señor. Luego, viendo la dificultad que tenían para reunirse en sus cultos los santos en Acaya, oraron al Señor y ofrecieron su casa para que la iglesia se reuniese, y “se dedicaron al ministerio de los santos.” ¡Oh benditas primicias!

Es considerado un privilegio servir a los santos. “he aquí tu sierva, para que sea sierva que lave los pies de los siervos de mi señor.” (1 Samuel 25:41) La familia de Estéfanas tenía un testimonio que les acreditaba; los santos de Acaya aceptaron su proposición “y se sujetaron a ellos.” El Espíritu Santo también hace que los nombres de esta familia cristiana figuren en las páginas bíblicas y las generaciones alaben al Señor por su misericordia.

El cuarto paso de Estéfanas fue la suplencia que hizo. (1 Corintios 16:17) Lo que no hicieron los otros lo hizo Estéfanas, Fortunato y Achaico. Ellos suplieron en amor, en noticias, en consolación. Habían pasado algunos años, pero las primicias seguían en abundancia.

Hay hermanos y hermanas que saben suplir lo que a los santos falta; estos son verdaderos diáconos y diaconisas que como Febe han ayudado a muchos. (Romanos 16:1,2). ¡Ojalá que el Señor nos dé más amor a su obra! para que con íntegra consagración podamos suplir con entereza lo que otros no pueden hacer por incapacidad o dificultad, o lo que otros no quieran hacer por negligencia.

José Naranjo

Amorosa atención a los necesitados

 

Los discípulos [en Antioquía], cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea; lo cual en efecto hicieron, enviándolo (Hechos 11:29-30). Con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas [los creyentes macedonios], pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos (2 Corintios 8:3-4).


Desde el mismo comienzo del cristianismo en Pentecostés (Hch. 2), podemos ver cómo el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Ro. 5:5). De hecho, “el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3:17-18). Por eso, en la Palabra se nos pide que no amemos no solo con palabras, sino “de hecho y en verdad” (1 Jn. 3:17-18).

Los primeros cristianos en Jerusalén compartían todo sin estar obligados a hacerlo. Vendían sus cosas y ponían el dinero a los pies de los apóstoles para que este se distribuyera según las necesidades. Este amoroso cuidado continuó por algunos años bajo la guía del Espíritu, pero luego la carne se manifestó a través de la falsedad y la murmuración. A medida que la Iglesia crecía y se extendía por todo el Imperio romano, los procedimientos para llevar a cabo este cuidado de amor se volvieron más engorrosos, especialmente cuando se trataba de ayudar a los necesitados en Judea, ya que se debía transportar materialmente el dinero.

Pablo y sus colaboradores se preocupaban por sus hermanos pobres en Jerusalén con gozo y diligencia (Gá. 2:10). Para hacerlo, se recogían donaciones entre las iglesias formadas principalmente por gentiles. Sin embargo, en aquellos días no existían billetes, cheques ni giros bancarios, y las monedas de metal tenían que ser trasladadas por hermanos de confianza. Por lo tanto, ayudar a los santos necesitados era, y aún es, un trabajo de amor para el Señor. ¿Participamos en esta obra de amor? ¿De qué manera?

Eugene P. Vedder, Jr.

Las últimas palabras de Cristo (16)

 

JUAN 17

Introducción


El ministerio de gracia de Cristo ante el mundo ha finalizado, y los discursos de amor a los discípulos han terminado. Estando todo concluido en la tierra, el Señor dirige la mirada al cielo, el hogar al que pronto entrará. Hemos escuchado las palabras del Señor que Él hablaba a los discípulos del Padre, y ahora es nuestro el privilegio de escuchar las palabras del Hijo cuando habla al Padre en relación con ellos. Esta oración es un ruego singular como no hay otro entre todas las oraciones, con motivo de la gloriosa Persona que la pronuncia. Solo una Persona divina pudo decir: «Para que sean uno, así como nosotros»; «que ellos sean uno en nosotros». Dichas expresiones jamás brotaron de labios humanos. Neguemos la deidad de su persona y estas palabras devendrán las blasfemias de un impostor. La oración es singular también con motivo de su carácter único. Se ha señalado que «no tiene ecos de confesión alguna de pecado, ningún tono de sentimiento de culpa o defecto, ninguna insinuación de inferioridad ni súplicas de auxilio».

Nos sentimos atraídos por su claridad al escuchar a Uno que habla de una eternidad anterior a la fundación del mundo, en la que tuvo parte en un pasado glorioso. Le oímos hablar de su camino perfecto en la Tierra y nos transporta hasta los días apostólicos el que conoce el futuro como un libro abierto. Al expresar sus deseos para los que creerán en Él por las palabras de los apóstoles, escuchamos palabras que abarcan todo el periodo del peregrinaje de la Iglesia en la Tierra. Finalmente, somos llevados en pensamiento a una eternidad aún futura, cuando estaremos con Cristo y seremos como Él.

Mientras prestamos atención a los solícitos deseos del corazón del Señor, sentimos que estos tienen en cuenta nuestro paso por este mundo, pero sin embargo somos transportados más allá del tiempo para contemplar la inmutabilidad de la eternidad. Y no obstante la necesidad del lavamiento de pies y de la aportación de fruto y del privilegio de testificar y sufrir por Cristo, hay cosas más importantes que, aunque podamos conocer y gozar en el tiempo, pertenecen a la eternidad. La vida eterna, el nombre del Padre, las palabras y el amor del Padre, el gozo de Cristo, la santidad, la unidad y la gloria, etc., son cosas que perdurarán cuando el tiempo haya dejado de existir junto con el lavamiento de pies, las oportunidades de servicio, las pruebas y los padecimientos.

Escuchando esta oración vemos cuáles son los deseos del corazón de Cristo, de manera que el creyente puede expresar: «sé cuáles son los deseos de Su corazón para mí». Y así es como debe ser, ya que la oración perfecta expresa los deseos del corazón. Nuestras oraciones son a menudo formales y solo vienen a expresar aquello que nos gusta que otros piensen que se trata del deseo de nuestro corazón. Pero en esta oración no existe ningún elemento de formalidad, es perfecta como Aquel que la hace.

En la oración se presentan muchas peticiones al Padre, que al parecer caen bajo tres deseos predominantes del Señor, y que trazan las principales divisiones de la oración.

Primero, está el deseo de que el Padre sea glorificado en el Hijo (vv. 1-5).

En segundo lugar, el deseo es que Cristo sea glorificado en los santos (vv. 6-21).

Y el tercer y último deseo es que los santos sean glorificados con Cristo.

H. Smith

Cómo Honrar a Cristo

 ¿Qué se hará al hombre cuya honra desea el rey? Ester 6.6.


Es posible que para algunos este pequeño libro de Ester sea casi desconocido, pero no debe ser así. Toda escritura es útil, para que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. Por esto no debemos pasar por alto ninguno de los sesenta y seis libros de la Palabra de Dios.

Aquí encontramos una pregunta de gran significado. Fue dirigida por el gran rey Asuero, de Persia y Media, a uno de sus íntimos consejeros, llamado Amán. “Dijo Amán en su corazón: ¿A quién deseará el rey hacer honra más que a mí?”

El malvado Amán es como la carne, o el hombre viejo en nosotros, que siempre busca el ensalzamiento propio. Mardoqueo, hacia quien el rey sentía un gran agradecimiento, es un tipo de Cristo. Cuando el rey estaba en peligro de perder su vida por un complot de sus criados, la alerta oportuna de Mardoqueo le salvó, 2.22.

Amán aborrecía a Mardoqueo y estaba maquinando su destrucción como también la de todo el pueblo terrenal de Dios. Por medio de un sueño Dios hizo al rey reconocer su falta en no haber manifestado agradecimiento a Mardoqueo de una manera digna. Por esto se le despertó un deseo de honrarle.

En estos postreros días Dios no nos habla por sueños sino por su Palabra, la cual nos redarguye de faltas cometidas. El Espíritu Santo despierta en el corazón de cada verdadero creyente el deseo de honrar al Señor Jesús, porque lo que somos y tenemos le debemos a su gracia en morir en nuestro lugar y salvarnos de la condenación eterna.

Pero hay un “Amán” en cada uno que quiere tomar para sí lo que le corresponde a nuestro Señor. “Por todos murió [Cristo], para que los que viven, ya no vivan para sí, más para aquel que murió y resucitó por ellos”, 2 Corintios 5.15.

Amán dio su recomendación al rey, cómo se debía honrar al varón escogido, pensando que sería él mismo. Pero, ¡que humillación para él cuando tuvo que llevar a cabo su recomendación en la persona de Mardoqueo!

Hay cinco maneras en que nos corresponde honrar a Cristo:

à   Ensalzarle con nuestra propia mano, como Amán tuvo que hacer, 6.11, y humillar la carne en nosotros. Cristo debe tener la preeminencia.

à  Pregonar o confesar su nombre delante de todos, 6.9.

à  Ofrecerle alabanza; Salmo 50.23: “El que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios”.

è  Darle las primicias de nuestros bienes; Proverbios 3.9: “Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos”.

à  Honrarle en nuestro hogar, teniendo a nuestra familia en sujeción; 1 Samuel 2.29,30: “Has honrado a tus hijos más que a mí …Yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco”.

Santiago Saword