miércoles, 1 de marzo de 2017

Doctrina: Cristología. (PARTE XV)

Jesús el Mesías


El Mesías y su Triple Cargo.
Ya hemos visto varios aspectos de Mesías, ya sea como lo veían los judíos y que es lo que esperaban, lo que Él mismo pensaba. Veamos ahora que implica en término Mesías en Jesús como Profeta, Rey y Sumo Sacerdote:
2.   Profeta.


El término o palabra profeta proviene de la palabra hebrea nabi (del verbo naba’)  que tiene la idea de proferir o hablar; también ro’eh o jotseh que resalta de idea de recibir una visión de Dios En el nuevo Testamento se utiliza la palabra griega “profetes” (portavoz), resalta a aquel que expone el oráculo de Dios y no necesariamente predice el futuro, sino simplemente “que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable…” (1 Pedro 2:9c).
             Como lo expresa  Francisco Lacueva,   “el profeta es, ante todo,  un transmisor de oráculos divinos […] que debe pasar un mensaje con exactitud. Es preciso, pues, que sea solícito y obediente en recibir  antes de comunicar; él habla a los hombres de parte de Dios; en esto ejerce la función inversa a la  del sacerdote, pues éste intercede ante Dios de parte y en representación de los hombres (Hebreos 5:1ss)”.
         Luego continúa: “El oficio profético siempre ha comportado bravura y paciencia para proclamar la palabra, insistir a tiempo y a destiempo, redargüir (persuadir al equivocado), reprender (corregir al desviado) y exhortar (estimular al débil, al desanimado, al perezoso), según lo que dice Pablo en 2 Timoteo 4:2. Por eso las profecías contienen, casi a parte iguales, amenazas y promesas.[1]
Moisés declaró la siguiente profecías: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis”  (Deuteronomio 18:15). Y Pedro, en su predicación en el pórtico de Salomón, declara que este pasaje era una profecía que se cumplió con el Señor Jesucristo (Hechos 3:22-24). Si bien es cierto que los dirigentes de los judíos no lo reconocieron como profeta ni Mesías, la gente sencilla si veía en Él a un profeta, y los dirigentes de la nación temían contradecir al pueblo (Mateo 21:11, 46; Juan 7:40). El mismo Señor Jesucristo declaraba que era un profeta (Mateo 13:57; Marcos 6:4; Lucas 4:24; 13:33; Juan 4:44) que vino a comunicar el mensaje de Dios a los hombres (Juan 8:26; 12:49,50; 15:15; 17:8).
Como profeta era más que un profeta, ya que:
·        Es la culminación exhaustiva de la revelación especial de Dios (Hebreos 1:1-2; Apocalipsis 1:1; 22:20).
·        Es el Verbo (la Palabra) de Dios (Juan 1,14; Apocalipsis 19:13; 1 Juan 1:1).
·        Es el que interpreta al Padre con exactitud (exegesis = sacar a la luz) del Padre (2 Corintios 1:19-20; Juan 1:18; 5:19-20; 3:34-35; 7:16; 14:9; Hechos 10:38).
·        Cumplir la voluntad del Padre (Mateo 12:50; 26:42; Juan 4:34; 5:30; 6:39; 9:31)
·        Trae el evangelio  (Buenas Nuevas, Buena Noticia) de Dios para con la humanidad (Mateo 4:17, 23; 9:35; 11:5; Marcos 1:15; Lucas 20:1; Hechos 8:35, 40; 10:36
·        Salvador (Lucas 19:10; Juan 3:16-17; 10:9; 12:47; 1 Timoteo 1:15; 2:4-6; Tito 3:5; Hebreos 7:25)
·        Juez (Juan 5: 22, 27 cf. 1 Corintios 12:5 y  1 Timoteo 2:5; Daniel 7:14; también Juan 5:19; Hechos 17:31; 2 Timoteo 4:1; 1 Pedro 4:5; Mateo 25:31-46; Apocalipsis 20:11-12).
Ahora bien, todo profeta debía ser confirmado por el cumplimiento de sus palabras, y el Señor Jesucristo no es la excepción de la regla, sino al contrario, el cumplimiento fiel de la regla. Moisés decretó la muerte para cualquier profeta que con su mensaje apartarse al pueblo del camino que Dios había decretado (Deuteronomio 13:5,10).
Sabemos que Jesús estaba ungido del oficio de profeta por Dios mismo,  por las palabras de Isaías 61:1-2a y que Jesús leyó en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4:18-19). La confirmación, o la prueba contundente de su oficio como profeta, es el milagro. En Juan 9 tenemos un milagro que de por sí es la prueba de que es un profeta de Dios. Tenemos el testimonio del beneficiado del  milagro. El reconoce que “Que es un profeta” (v. 9) ya que nadie “Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer” (Juan 9:33). 
No solo este milagro que hemos citado arriba sino que fueron todas las señales que hizo eran la confirmación que era Él era enviado por Dios. Pedro predica a Cornelio referente a la autoridad del Jesús de Nazaret que provenía de Dios: “cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38).
Por tanto, cuando convertía el agua  en vino (Juan 2:7,8); cuando sanaba a los enfermos (Mateo 8:14-17; Lucas 8:44); cuando curaba a los leprosos (Mateo 8:2-4; Lucas 17:12-19); cuando devolvía o daba la vista al ciego (Marcos 8:22-26;10:46-52; Juan 9:1-7); cuando expulsaba a los demonios de los hombre (Mateo 9:33; Lucas 4:33-35; 8:26-39; 9:42); cuando le daba vida a los miembros inertes de hombres (Mateo 8:5-13; 12:13; Marcos 2:1-12; 3:1-5; Lucas 7:14-15; Juan 11:43-44); cuando resucitaba a los muertos (Lucas 8:54-55); cuando alimentaba a los hambrientos con una pequeña cantidad de alimento (Mateo 15:32-39; Juan 6:1-15); domina los elementos (Mateo 8:23-27; Juan 6:16-21); todo habla con fuerza de que Él era el Mesías profetizado y que cumplía lo que la ley decía respecto de los profetas. Demás está decir, que todo lo que profetizó ocurrió tal como predijo:
En primer lugar sobre su muerte, que sería traicionado por uno cercano a él (Mateo 26:21), que sería inducido  por principales entre los judíos (Mateo 16:21), que sería juzgado, entregado a los romanos para que se burlen de él, sea azotado, crucificado,  y moriría; y resucitaría al tercer día (Mateo 20:19).
         En segundo lugar, podemos mencionar la destrucción del templo y  el cerco de Jerusalén. Él supo ver claramente lo que sucedería: “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado” (Lucas 21:20; también (Mateo 24:2ss). Sólo basta leer un poco de historia con respecto a la caída de Jerusalén en el año 70 d. C. El año 66 d.C. comenzó el levantamiento, y comenzó por parte de Roma el sometimiento de los rebeldes. Primero a cargo Vespasiano; y después por Tito, que cercó la ciudad y fue sitiada hasta que pudo ser tomada a “sangre y fuego”.
Jesús es superior a todos los profetas  porque ellos recibían la Palabra directamente de Dios: “vino palabra de Jehová…” (1 Reyes 16:1, 17:2, 8; Isaías 38:4); “Esta es la palabra de Dios…” (2 Reyes  9:36); etc. En cambio Jesús decía “Pero yo os digo…” (Mateo 5:22, 28, 32, etc.), siendo el la autoridad final en todo tema, porque Él es el Verbo Encarnado (Juan 1:1,14), la Palabra misma de Dios.
Harry Rimmer[2] expresa lo anterior del siguiente modo:
« […] Pero el cumplimiento de Sus profecías acerca de la destrucción de Jerusalén han sido escritas para que todos puedan leerlas. Siempre que quede en pie ese relato no podrá contradecirse la manifestación sencilla de que Cristo fue el más grande de los profetas, prediciendo hechos con toda claridad y una certeza definida y dejando que la historia vindique sus reclamos.»
« […] Pero para llegar a la cumbre de nuestro pensamiento acerca de la magnificencia de Jesús el Profeta, notemos cómo sobrepasó toda gracia, mensaje y don que habían sido distribuidos entre aquellos quienes predicaron acerca de Él. Y al hacerlo así, Él hizo que Dios fuese conocido por el hombre y reveló a Dios como ningún otro jamás lo ha hecho. 
Moisés reveló a Dios a Israel, quien se había olvidado hasta del nombre de su  Creador.
Isaías reveló a Dios a Israel, que había perdido el sen­tido de Su santidad.
Oseas reveló a Dios a Israel cuando había abandonado el conocimiento de Su amor.
Jeremías reveló a Dios a Israel cuando desconocía Su juicio sobre la idolatría y el pecado.
Jesucristo igualó a cada uno de estos grandes e in­comparables ministerios antes de trascenderlos y hacer algo que ningún profeta pudo hacer.
En Juan 17:6 Cristo declaró haber completado la obra de Moisés cuando dijo, “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste.”
Jesús completó la obra de Isaías cuando dijo en Juan 17:11, “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos por tu nombre.”
Jesús completó la obra de Oseas cuando dijo en Juan 3:16, “Porque de tal manera amó Dios al mundo...” Jesús completó la obra de Jeremías cuando dijo en Juan 4:23, “Mas la hora viene y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. “
Habiendo hecho todo esto, Él prosiguió hacia la verda­dera cumbre y conclusión. Reveló una idea nueva y un nuevo atributo de Dios, cuando enseñó a sus discípulos estas palabras incomparables, “Vosotros pues, oraréis así: Padre.”
Para completar la magnificencia del oficio profètico, la obra de Jesús terminará con la revelación final y com­pleta del Padre a Sus santos en gloria. ¡Cuando el cuerpo de Cristo sea completado por la regeneración del último de los que han de ser salvos por la fe, sonará la trompeta, resucitarán los muertos en Cristo, y los santos que vivan serán trasladados para recibir a Cristo en el aire!
De esta manera, El mismo presentará a Su iglesia a Su Padre, y presentará al Padre, a cara descubierta, a Su iglesia y así veremos a Dios y le conoceremos como Él es.
Es magnífico, en verdad, el profeta que puede cumplir toda la profecía y traer a Dios dentro de la esfera de la comprensión humana.»




[1] Francisco Lacueva, La Persona y la obra de Jesucristo, página 245, Clie.
[2] La  Magnificencia de Jesús, Harry Rimmer, página 199, 206

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