martes, 30 de abril de 2024

¡A que no me conoces!

 

Sinceridad y falsedad en cristiano


El diccionario define la palabra disfrazar como sinónimo de falsear. Según esto, el primero en disfrazarse en el mundo fue Caín, quien falseó con su ofrenda la enseñanza recibida por sus padres acerca de la manera cómo se debe agradar a Dios. Caín se disfrazó de religioso, y tal vez pensó que podía engañara a Dios, pues le respondió: “No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 5:9)

Balaam se disfrazó de profeta, siendo llamado falso profeta. Este hombre disfrazó su codicia con una apariencia religiosa, y cuando descubrió que la máscara no le ocultaba sus malas intenciones, el diablo le enseñó otro ardid: “Poner tropiezos ante los hijos de Israel, a comer de cosas sacrificadas a los ídolos, y a cometer fornicación”. (Apocalipsis 2:14)

Otro fue Judas, que se disfrazó de discípulo, y con una máscara de caridad dijo: “¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?” (Juan 12:5)

Pero el peor de todos los disfraces es del mismo Satanás, pues es el inventor del fingimiento, la apariencia y la hipocresía. Estaba disfrazado de serpiente cuando le dijo a Eva: “¿Conque Dios os ha dicho ...?” (Génesis 3:1) En otra ocasión, con un traje celeste se confundió entre los hijos de Dios; vestía con apariencia tan igual a ellos que no lo reconocieron, como está escrito: “Un día vinieron a presentase delante de Jehová los hijos de Dios, entre los cuales vino también Satanás”. (Job 1:6) Satanás es el más experto en el camuflaje; él sabe muchas cosas que los hombres no saben, y con artimaña “se disfraza como ángel de luz”. (2 Corintios 11:4) Y es muy triste pensarlo, pero es verdad: Satanás tiene ministros entre los hombres, los cuales “se disfrazan como ministros de justicia (o falsos apóstoles de Cristo); cuyo fin será conforme a sus obras”. (2 Corintios 11:13-15)

Y no es extraño que hombres y mujeres carnales se disfracen, pues Jacob se disfrazó, engañando a su padre para traer sobre sí la bendición de su hermano (Génesis 27:15-27), pero su engaño le costó años de dura servidumbre. Y siempre ocurre así, que se necesitan años para reponer el mal ejemplo dado por una transgresión. También se disfrazó Saúl al visitar a la espiritista de Endor, para que lo pusiera a hablar con los muertos. Qué vergüenza cuando fue reconocido y ella le dijo: “¿Por qué me has engañado? pues tú eres Saúl”. (1 Samuel 28:13) Siempre la vergüenza es mejor cuando el engaño se descubre, y uno es reprendido por un hijo del diablo.

Ahora bien, que se hayan disfrazado los antes nombrados es pasable por lo que eran, pero que se disfrazaban también los santos merece reprobación. Por ejemplo, el gran rey Josías, un hombre de Dios en verdad, sin consultar a Dios se disfrazó y salió a hacer guerra al rey de Egipto y pereció (2 Crónicas 35:20-25). ¡Qué frágil es la memoria! No se acordó Josías que otro rey vecino, y muchos años antes, fue a la guerra disfrazado y también pereció (1 Reyes 22:29-35). Y ¡cuántos olvidan conscientemente las experiencias y fracaso de otros, y caen en el mismo precipicio donde aquellos han caído!

Un caso que quiero comentar con detalles y aplicar a la situación actual de las asambleas es el de la mujer de Jeroboam, que fue a Silo para consultar al profeta Ahías. (1 Reyes 14:1-6) Esta mujer llevaba un doble disfraz: el de sus vestidos y el de su propio corazón. Pero el profeta estaba en lugar del Señor, y el fingimiento nunca agrada a Dios, por lo que preparó a su siervo. “Cuando Ahías oyó el sonido de sus pies, al entrar ella por la puerta, dijo: Entra mujer de Jeroboam. ¿Por qué te finges otra?”

Pues bien, quisiera preguntar: Si una hermana va al culto con traje inmoderado, usa lo que llaman pintura natural en las uñas, se despila las cejas y se acomoda las pestañas, lleva la cabeza cubierta con un velo muy disimulado, el cabello corto o una peluca, una falda tan corta que deja ver una de las piernas más íntimas, un brassiere muy provocativo, ¿no es cierto que la imagen de afuera denuncia a la que está dentro del corazón? Si un hermano procede con injusticia, sea con el hermano o con el extraño, es tramposo, no paga sus deudas, abusa de la confianza que el prójimo le ha puesto y es irresponsable para con su propia madre, pero le gusta subir a la tribuna para predicar el evangelio y ministrar a los creyentes, ¿no es cierto que las palabras que salen de adentro son una máscara que trata de cubrir lo que practica afuera?

Se puede disfrazar el vestido, pintar o cortar el cabello o los bigotes, pintar las uñas, cambiar la voz y decir, “a que no me conoces”; se puede poner una joroba, se puede cojear, pero hay algo que nunca se puede cambiar. Es los pasos o la huella; todos vamos dejando una estela de recomendación o descrédito. “Ninguno de nosotros vive para sí, ni ninguno muere para sí.” (Romanos 14:7)

Hay tanta gente que pasa por ingenua, pues cree que Dios puede ser engañado: Vive del viento, de la apariencia, pensando que la felicidad consiste en el fingimiento.

Lea usted el testimonio de hombres sinceros que no usaron de mascaradas:

En la oración: “Escucha mi oración hecha de labios sin engaño”. (Salmo 17:1)

En la obra: “Cuando te des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha”. (Mateo 6:3)

En el honor: “María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón”. (Lucas 1:34)

En el amor: “¿Por qué? ¿Por qué no os amo? Dios lo sabe”. (2 Corintios 11:11)

En la santidad: “Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?” (Job 1:8)

José Naranjo

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