martes, 30 de abril de 2024

Asiento bueno, aguas malas, tierra enferma

 

En 2 Reyes 2 leemos del segundo milagro del profeta Eliseo, nombre que significa “salvación de Dios”. Era sucesor de Elías, que significa, “mi Dios es Jehová”. Este era el profeta de fuego, con un santo celo por el nombre y la gloria de su Señor, pero después de él viene Eliseo, quien más bien es el profeta de la gracia. Es una secuencia importante: primero debe haber celo por la honra de nuestro Dios en juzgar el pecado, y luego la gracia para con el alma contrita y arrepentida.

El hombre incestuoso en la asamblea de Corinto tuvo que sufrir la disciplina, siendo apartado de la comunión, en la primera epístola. Más tarde, en la segunda epístola, él fue restaurado por recomendación del mismo apóstol, habiendo dado pruebas de verdadero arrepentimiento.

El salmista escribió que “sol y escudo es Jehová Dios”, Salmo 84.11. Aquel salmo era para los hijos de Coré, quienes vieron primeramente la justicia de Dios castigando el pecado de sus padres, y después la gracia de Dios para con ellos mismos. Hay los dos lados de la naturaleza divina: luz y amor; justicia y paz.

Tierra estéril

Ahora, el relato en nuestro capítulo es éste: “Cuando volvieron a Eliseo, que se había quedado en Jericó, él les dijo: ¿No os dije yo que no fueseis? Y los hombres de la ciudad dijeron a Eliseo: He aquí, el lugar en donde está colocada esta ciudad es bueno, como mi señor ve; más las aguas son malas, y la tierra es estéril”. “Entonces él dijo: Traedme una vasija nueva, y poned en ella sal. Y se la trajeron. Y saliendo él a los manantiales de las aguas, echó dentro la sal, y dijo: Así ha dicho Jehová: Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad. Y fueron sanas las aguas hasta hoy, conforme a la palabra que habló Eliseo”, 2.18 al 22.

El profeta empieza su ministerio con una obra de gracia. Los hombres de Jericó exponen delante de él su necesidad urgente. La ubicación de la ciudad de Jericó era buena; era una ciudad de palmas y su nombre significa “un lugar fragante”. La posición no presentó problema, pero la condición era trágica.

Aquí tenemos un cuadro de lo que puede pasar con una asamblea. En cuanto a su posición, los creyentes están congregados al nombre del Señor Jesucristo, separados del mundo, dando cabida a toda la Palabra de Dios y perseverando en la doctrina de los apóstoles. Sin embargo, puede encontrarse sin fruto y sin crecimiento.

Tal fue el caso de la iglesia local en Corinto: posicionalmente buena, “santificados en Cristo Jesús”, pero condicionalmente muy mala. El apóstol les denunció, diciendo: “Todavía sois carnales”, 3.3. Había entre ellos divisiones y contiendas, capítulo 3; mundanalidad, capítulo 4; inmoralidad, capítulo 5; pleitos delante de los tribunales, capítulo 6; idolatría, capítulo 8; murmuraciones, capítulo 10; abusos en la cena del Señor, capítulo 11; doctrina errónea en cuanto a la resurrección, capítulo 15. ¿Es posible que estas raíces amargas existan entre nosotros ahora?

Las aguas de aquella ciudad eran malas; las fuentes estaban tapadas y contaminadas. Estas aguas nos hablan de nuestro corazón: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”, Proverbios 4.23. Cuando el pecado, el mundo o la carne están escondidos en el corazón del creyente, la congregación sufrirá las consecuencias negativas.

Además de las aguas malas, la tierra estaba enferma. Abortaba sus frutos. En esto tenemos los funestos resultados de aguas malas en las siembras, que tiene su aspecto espiritual en las actividades de la asamblea en la obra del evangelio: la escuela dominical, el reparto de tratados, las reuniones en el edificio de la congregación o en las casas. A veces hay profesiones, pero son abortivas que no permanecen, y parece como trabajo en vano.

Problema resuelto

Ahora veremos el remedio divino para aquel mal. El siervo de Dios no empezó a buscar remedios para la tierra enferma ni para endulzar las aguas. Salió hasta donde manaba el chorro, porque allí estaba la causa de todo. Del mismo modo, cuando no hay bendición en la congregación, hay que buscar la causa, y allí mismo se debe aplicar el remedio.

El profeta pidió una botija o vasija nueva, haciéndonos recordar las palabras de Gálatas 6.1: “Vosotros que sois espirituales, restaurad al tal con espíritu de mansedumbre”. Es el nuevo hombre que Dios requiere para la obra de restauración. El hombre carnal no sirve, porque en él predomina lo carnal, el hombre viejo.

Además, Eliseo mandó poner sal en la botija. Bien conocidas son las propiedades sanativas y saludables de la sal. Es útil para purificar una llaga, y es contrarrestante de la corrupción en carne o pescado.

La sal nos habla de la Palabra de Dios, como consta el apóstol en 2 Timoteo 3.16: “Toda la escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”. Es el Espíritu Santo que aplica a nuestra conciencia la Palabra, a veces por el ministerio y otras veces directamente por la lectura privada. Como en el caso del salmista, la Palabra a veces es más dulce que la miel a nuestra boca. En cambio, a veces es algo picante como la sal, molestando la conciencia por el momento. Pero si la obedecemos, producirá resultados saludables en nuestras vidas y el gozo del Señor en nuestras almas.

Es importante notar que fue Dios quien habló la palabra en el versículo 21: “Así ha dicho Jehová: Yo sané estas aguas, y no habrá más en ellas muerte ni enfermedad”. Lo que Dios hace, El hace bien. Si dejamos en manos del Señor nuestros problemas, sean personales o colectivos, y clamamos a él en oración, todo saldrá bien y seguro.

Santiago Saword

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