martes, 30 de abril de 2024

Las últimas palabras de Cristo (4)

 JUAN 14


Los discípulos en relación con el Padre Juan 14:4-14

El Señor nos ha presentado el final del viaje, y ahora nos guiará para ver cuáles son nuestros privilegios mientras dura. Los versículos que siguen nos dicen que tenemos una relación con el Padre. Todavía no hemos llegado a la casa paterna, pero es nuestro el privilegio de conocerle antes de entrar allí. Si somos llevados a conocer al Padre en el momento presente es con motivo de que podamos tener acceso a Él mientras cruzamos este mundo. El propósito de esta parte del discurso no es otro que el de conocer, ver y venir al Padre, de modo que seamos capaces de confesarle nuestras peticiones en el nombre de Cristo, lo mismo que si tuviéramos la feliz confianza de un niño.

vv. 5-6. El Señor hace la introducción de este tema con las palabras «sabéis adónde voy, y sabéis el camino». Con una idea muy distinta

en la mente, Tomás comete el error de no entender el significado de las palabras del Señor, y Él, contestando a su pregunta «¿cómo

podemos saber el camino?» le muestra claramente que está hablando de la persona a la que va, y no simplemente de un lugar. Cristo es el camino a esta Persona, el Padre. Él es también en quien se presenta la verdad del Padre y la vida en la que esta verdad puede disfrutarse. No existe otro camino al Padre, por eso dice el Señor: «Nadie viene al Padre, sino por medio de mí». Unas palabras llenas de profundo significado en un tiempo en que los hombres rechazan los derechos del Hijo al referirse a la paternidad de Dios. Las palabras del Señor se adelantan a las palabras inspiradas del apóstol, que tiempo después escribiría: «Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre» (1ª Juan 2: 23).

v. 7. Es igualmente cierto que conocer al Hijo es conocer al Padre. El Señor puede decirles a los discípulos: «Si me conocieseis, también conoceríais a mi Padre; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto».

vv. 8-11. Felipe, igual que Tomás, no puede pensar más que en lo terrenal. Tomás pensó en un lugar material, y Felipe hace referencia a lo que se puede ver, por eso dice: «Señor, muéstranos al Padre, y nos basta». La respuesta que se le da pone de manifiesto que el Señor habla de la visión de la fe. Luego le pregunta para probarle: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?» Y afirma: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre». Poner la mirada más allá de las formas exteriores y ver al Hijo por la fe es, en realidad, ver al Padre, pues el Hijo es Su perfecta revelación.

El mundo descreído no quiso ver al Hijo, todo lo que vieron fue al supuesto hijo de José, al Carpintero. Solo la fe podía ver en aquel

Hombre humilde al Hijo Unigénito que vino a declarar al Padre, el único que habitaba en su seno y que podía declararnos su corazón. Abraham nos dice que Dios es todopoderoso; Moisés, que Dios es el eterno e inmutable YO SOY. Pero ni él ni Abraham fueron lo bastante grandes para declararnos al Padre. Solamente una Persona divina es lo suficientemente grande como para revelar a otra Persona divina. Así es como el Señor acto seguido declara la igualdad e identidad perfectas del Padre y del Hijo: «Yo estoy en el Padre y el Padre en mí». El tránsito del Hijo por este mundo no consiste solo en una simple historia del Padre y del Hijo, sino del Padre en el Hijo.

Una vez vista por la fe la gloria del Hijo, todo se vuelve más fácil cuando se ve al Padre revelado en el Hijo. Porque Él es quien dice ser, igual en identidad con el Padre, el Señor puede pronunciar sus palabras y sus obras como la revelación que hace de Él. La gracia, el amor, la sabiduría y el poder que brillaron en sus palabras y obras nos declaran el corazón del Padre.

vv. 12-14. Siendo esto así, si el Hijo ha glorificado al Padre en la Tierra dando a conocer su corazón con sus palabras, tanto más glorificado ha de ser el Padre por el Hijo cuando Él tome su lugar en lo alto y declare el corazón del Padre mediante las «obras mayores» de los discípulos. Y también le glorificará al responder a las peticiones hechas al Padre en el nombre de Cristo.

Llegados a este punto del discurso, el Señor termina de hablar de las experiencias de sus palabras y obras que los discípulos han podido disfrutar mientras ha permanecido con ellos. Ahora pasará a hablarles de aquellas experiencias nuevas y profundas de Su poder después de la partida al Padre. El cambio connotativo de este discurso viene marcado por de cierto, de cierto, una expresión utilizada generalmente para introducir una nueva verdad.

El Señor revela a sus asombrados discípulos la verdad nueva de que, después de Su partida, el creyente en Jesús hará las obras que Jesús hizo en persona, y lo más sorprendente aún es que hará obras todavía mayores. El Señor hace una relación de esta gran exhibición de poder con su partida al Padre. Al regresar al Padre, Él lo hacía a la fuente de todo poder y bendición. Todos los recursos del cielo estarán disponibles para el menor en la tierra que cree en Cristo y ruega en Su nombre, gracias a la presencia intercesora de Cristo con el Padre.

Estos versículos son transicionales. Nos introducen en la historia de una joven Iglesia en el momento en que, terminado ya el ministerio de Jesús, llegaron a congregarse miles de personas como fruto de la predicación de los apóstoles, que efectuaron muchas señales y maravillas entre el pueblo y la propia sombra de Pedro pasaba curando a los enfermos. Los muertos resucitaban y Dios realizaba milagros por mano de Pablo, cuyas ropas sanaban a quienes se las ponían encima.

Este poder estaba presente para que la fe se expresara por medio de rogativas hechas en Su nombre. Como alguien dijo con acierto: «con las peticiones hechas en nombre de otro se entiende que el que las expresa hace suyas sus demandas, sus méritos, y suyo el derecho a ser escuchado». El Señor, al utilizar sus propias palabras, otorga este privilegio a quienes están en una relación con Él a través de la fe. Era algo nuevo para los discípulos pedir en el nombre de Cristo, así como el resultado que estaba produciendo en medio de estos discursos la partida del Señor. Pedir en Su nombre suponía el hecho de que Él está ausente. La frase «pedir en mi nombre» sale cinco veces en estos discursos.

En las palabras y obras de Jesús en la tierra nosotros conocemos el corazón del Padre, y continuamos conociéndole a través de las «mayores obras» que los discípulos hicieron siendo dirigidos por el Señor desde Su lugar en lo alto. Conocemos, pues, el amor del Padre cuando vemos al Señor que actúa por nosotros en respuesta a nuestras peticiones al Padre, hechas en el nombre de Cristo.

En un mundo apartado de Dios, donde todos corrían en pos de sus intereses, Él estaba unido al Padre en mente, propósito y afecto, hallando su deleite en hacer su voluntad. Convertido en Varón de dolores por un mundo de pecado, halló en el amor del Padre un motivo de gozo constante y descanso ininterrumpido. Él quiere llevarnos a esta relación bendita con el Padre para que nosotros también tengamos nuestro deleite, descanso y nos gocemos en el amor paternal.

Todo ha sido revelado en el Hijo. El amor del corazón del Padre, el propósito de su mente, así como la gracia abundante de su mano, han sido presentados en Cristo el Hijo. Todo ha sido igualmente revelado como nuestra porción para el momento presente. No vamos a tener una revelación distinta del Padre cuando entremos en el cielo de como la tenemos ahora, pues todo ha sido revelado en esta tierra. La única diferencia sea, pues, que ahora vemos como a través de un espejo, pero luego le veremos cara a cara. Lo que disfrutaremos plenamente en el cielo será lo que habremos tenido revelado en la tierra. Nosotros esperaríamos que la gloria de la casa del Padre se nos revelara ante nuestros ojos y nos dejara maravillados, pero lo que nos ha sido revelado es el amor del corazón del Padre para que nuestros corazones se gocen mientras estamos en esta tierra, aunque nuestra débil fe haya dado pobres muestras de responder adecuadamente a esta revelación.

H. Smith


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