Una institución sin disciplina vendría a ser un lugar de confusión, arbitrariedad y desventura. La disciplina empieza en el hogar y aquellos hijos levantados en la rectitud del orden y la obediencia vendrán a ser mañana los hombres que legislan, que derrumban la familia, que guían los pueblos, o son aptos para pastorear la grey del Señor.
No me propongo dar clases de cívica, ni lecciones de moral. Tampoco
pienso establecer reglas sobre el caso. Quiero hablar de tres disciplinas
impuestas a Pedro que le resultaron de un fuerte sostén para la edificación de
la vida espiritual.
Disciplina
privada, o
reprensión personal para quitarle el miedo a la cruz y alentarle al
sufrimiento.
“Entonces volviéndose dijo a Pedro: quítate de delante de mí, Satanás;
me eres escándalo; no entiendes lo que es de los hombres ... Si alguno quiere
segur en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame.” (Mateo
16:23,24)
Disciplina
de tiempo, tres
días para quitarle el orgullo y la confianza en su yo.
“Entonces vuelto el Señor, miró a Pedro: y Pedro se acordó de la palabra
que el Señor como le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres
veces ... Y saliendo fuera Pedro, lloró amargamente.” (Lucas 22:61,62)
Disciplina
pública, delante
de todos, reprensión en la cara.
Medida profiláctica, pus había contaminado a otros. “Empero viniendo
Pedro a Antioquía lo resistí en la cara, porque era de condenar.” (Gálatas
2:11-14)
“El que tiene
en poca la disciplina, su alma menosprecia; más el que escucha la corrección,
tiene entendimiento.” (Proverbios 15:32)
Hasta aquí parece que Pedro ignoraba que en la vida es menester pasar por
dos clases de sufrimiento. Los sufrimientos físicos que provienen de conseguir
“el pan con el sudor del rostro,” y los sufrimientos que se adquieren para
entrar al reino de los cielos. Son estos sufrimientos morales e involuntarios
que combaten adentro y afuera. Todavía a Pedro le faltaba mucho que aprender de
los sufrimientos por la cruz de Cristo.
En esta ignorancia el hombre torpe cree que puede aconsejar a Dios.
(Mateo 16:22) Hay gentes en el mundo que nunca han sabido, ni han querido
llevar una cruz y al no tener esa experiencia se burlan de las aflicciones de
los creyentes o procuran persuadir a otros para que no lleven la cruz. (Gálatas
6:12)
Sin que ninguna pretenda encaramarse sobre sus hermanos, porque debemos
“considerarnos a nosotros mismos que no seamos también tentados,” debemos ser
francos con nuestros hermanos. Si el caso amerita una reprensión fuerte
personal, debemos hacerlo habiendo tenido antes ejercicio delante del Señor. Si
el hermano se ofende porque se le dice la verdad, peor para él porque ya no
será secreto de dos; Mateo 18:16,17.
No podemos negar la veracidad y la ligereza de Pedro en sus decisiones;
tampoco ignoramos que el orgullo de Pedro estaba intacto, porque muchas veces dio
demostración de él en su manera de actuar. Orgullo natural y altivo, orgullo
que llega hasta el sepulcro; y por ironía, sólo quien humilla el orgullo son
los gusanos. Mientras más elevada es la posición del individuo, más orgullo se
pone.
Hace algún tiempo, una hermana de cierta posición social pecó porque se
puso a recibir lecciones de los llamados Testigos de Jehová. Aquella señora se
enfermó y no quería admitir que había errado. En su gravedad nos mandó a
llamar; estaba en la cama casi inconsciente, los ojos cerrados, el rostro duro;
parecía que estaba lejos del lugar. Dijimos en voz clara y fuerte: “Señora, ¿se
retracta usted de haber recibido doctrinas heréticas de los rusellistas
[Testigos de Jehová]?” Aquella señora dijo, “Nooo.” Dios días después confesó
que había errado y enseguida murió.
La mejor disciplina para el orgullo es poner a la luz del sujeto sus
propios errores. A veces el orgullo es cubierto con una falsa humildad. Muchas
veces la pena también es indicio de orgullo disfrazado.
¡Qué ejemplo más elevado de humildad tenemos en el Señor! “Quien cuando
le maldecían no retornaba maldición, cuando padecía no amenazaba, sino remitía
la causa al que juzga rectamente.” (1 Pedro 2:23) “Señor, enséñame a saber lo
que no sé, y a reconocer en las pruebas la disciplina, hasta que, en una
experiencia vivida, llegue a aprender: ‘Y ya no vivo yo’.”
La tercera
disciplina de Pedro en mi concepto la juzgo más grave. Ya que era viejo, sabía
con certeza la fidelidad del Señor, “de estar con los suyos hasta el fin.”
Pedro se había enfrentado a los representantes de la nación y les había
imputado el crimen de haber dado muerte al Señor. Ciertamente testificó sin
orgullo y sin miedo ante las mismas autoridades que le condenaron, de su fe en
Cristo. Pedro había recibido una revelación especial de no hacer distinción
entre judíos y gentiles: “Lo que Dios limpió no lo llames tú común.” (Hechos
10:15)
El pecado de Pedro fue la simulación y en esta malicia habían sido otros
contaminados; hasta el gran Bernabé era llevado también. “Un pecador destruye
mucho bien.” Además de necesaria, era buena la disciplina o reprensión pública,
porque en Pedro era “la mosca muerta en el perfume al estimado por sabiduría y
honra.” (Eclesiastés 10:1)
¿Qué sería de la Iglesia si no se hubiera quitado el contagio de Ananías
y Safira; si no se hubiera cortado la avaricia de un Simón mago; si no se
reprende en la cara a Pedro; si no se pone fuera de comunión al incestuoso de
Corinto? Vendríamos a ser la Iglesia Romana.
¡Gracias al Señor! por sus instrucciones para disciplina en su Iglesia.
José Naranjo
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