domingo, 30 de marzo de 2025

Viviendo por encima del promedio (21)

 

El primer mandamiento con promesa


Reuben Torrey, un evangelista estadounidense y erudito de la Biblia, solía hablar de una madre viuda de Georgia que tenía un único hijo. Vivían por debajo del nivel de po­breza, pero ella lograba llegar a fin de mes por medio del la­vado. Y no se quejaba. Lo aceptaba como del Señor.

El hijo era excepcionalmente brillante. De hecho, era el mejor graduado en su clase de secundaria. Aparte del Se­ñor, él era la luz de los ojos de su madre.

A causa de su escolaridad, fue escogido para dar el dis­curso de despedida en la ceremonia de graduación. Tam­bién le sería otorgada una medalla de oro a la excelencia en una de sus materias.

Cuando llegó el día de la graduación, se dio cuenta de que su madre no se estaba preparando para asistir. Y le dijo: “Mamá, es el día de la graduación. Es el día en el que yo me gradúo. ¿Por qué no te estás preparando?”

“Ah,” dijo apesadumbrada, “no voy a ir. No tengo ningu­na ropa decente para usar. Todas las personas prominentes del pueblo estarán allí, vestidos finamente. Te avergonzarías de tu vieja madre usando su desgastado vestido de algodón.” Sus ojos brillaban de admiración por ella. “Mamá,” le dijo, “no digas eso. Jamás me avergonzaré de ti. ¡Nunca! Te debo todo lo que tengo en el mundo, y no iré a menos que tú vayas.” Insistió hasta que la convenció, y luego la ayudó a prepararse y lucir lo mejor posible.

Caminaron calle abajo del brazo. Una vez dentro del au­ditorio de la secundaria, la escoltó hasta uno de los mejores asientos en el frente. Y allí se sentó, con su vestido de algo­dón recién planchado, en medio de la gente importante del lugar con sus atuendos elegantes.

Cuando llegó el momento, el hijo presentó su discurso de graduación sin problemas. Hubo un considerable aplau­so. Luego el director lo honró con la medalla de oro. Tan pronto como la recibió bajó de la plataforma, caminó hacia donde estaba sentada su madre, y fijó la medalla en su ves­tido, diciendo: “Toma, mamá, esto te pertenece. Tú eres quien la merece.” Esta vez el aplauso fue estruendoso. La audiencia se puso de pie y lágrimas caían por las mejillas de varios.

Ese hijo dio un vivo ejemplo de obediencia a Efesios 6:2: “Honra a tu padre y a tu madre.” Cada vez que el Dr. Torrey contaba la historia, agregaba otra aplicación. Decía: “Jamás se avergüencen del Señor Jesús. Le deben todo a Él. Levántense y confiésenlo. Los mártires no tuvieron ver­güenza. Onesíforo no estaba avergonzado de Pablo (2 Ti­moteo 1:16). Pablo no estaba avergonzado del evangelio (Romanos 1:16) ni de Aquel en quien había creído (2 Ti­moteo 1:12). Jamás deberíamos avergonzamos de Cristo.”

William MacDonald

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