El primer
mandamiento con promesa
Reuben Torrey, un
evangelista estadounidense y erudito de la Biblia, solía hablar de una madre
viuda de Georgia que tenía un único hijo. Vivían por debajo del nivel de pobreza,
pero ella lograba llegar a fin de mes por medio del lavado. Y no se quejaba.
Lo aceptaba como del Señor.
El hijo era
excepcionalmente brillante. De hecho, era el mejor graduado en su clase de
secundaria. Aparte del Señor, él era la luz de los ojos de su madre.
A causa de su
escolaridad, fue escogido para dar el discurso de despedida en la ceremonia de
graduación. También le sería otorgada una medalla de oro a la excelencia en
una de sus materias.
Cuando llegó el día de
la graduación, se dio cuenta de que su madre no se estaba preparando para
asistir. Y le dijo: “Mamá, es el día de la graduación. Es el día en el que yo
me gradúo. ¿Por qué no te estás preparando?”
“Ah,” dijo
apesadumbrada, “no voy a ir. No tengo ninguna ropa decente para usar. Todas
las personas prominentes del pueblo estarán allí, vestidos finamente. Te
avergonzarías de tu vieja madre usando su desgastado vestido de algodón.” Sus
ojos brillaban de admiración por ella. “Mamá,” le dijo, “no digas eso. Jamás me
avergonzaré de ti. ¡Nunca! Te debo todo lo que tengo en el mundo, y no iré a
menos que tú vayas.” Insistió hasta que la convenció, y luego la ayudó a
prepararse y lucir lo mejor posible.
Caminaron calle abajo
del brazo. Una vez dentro del auditorio de la secundaria, la escoltó hasta uno
de los mejores asientos en el frente. Y allí se sentó, con su vestido de algodón
recién planchado, en medio de la gente importante del lugar con sus atuendos
elegantes.
Cuando llegó el
momento, el hijo presentó su discurso de graduación sin problemas. Hubo un
considerable aplauso. Luego el director lo honró con la medalla de oro. Tan
pronto como la recibió bajó de la plataforma, caminó hacia donde estaba sentada
su madre, y fijó la medalla en su vestido, diciendo: “Toma, mamá, esto te
pertenece. Tú eres quien la merece.” Esta vez el aplauso fue estruendoso. La
audiencia se puso de pie y lágrimas caían por las mejillas de varios.
Ese hijo dio un vivo
ejemplo de obediencia a Efesios 6:2: “Honra a tu padre y a tu madre.” Cada vez
que el Dr. Torrey contaba la historia, agregaba otra aplicación. Decía: “Jamás
se avergüencen del Señor Jesús. Le deben todo a Él. Levántense y confiésenlo.
Los mártires no tuvieron vergüenza. Onesíforo no estaba avergonzado de Pablo
(2 Timoteo 1:16). Pablo no estaba avergonzado del evangelio (Romanos 1:16) ni
de Aquel en quien había creído (2 Timoteo 1:12). Jamás deberíamos avergonzamos
de Cristo.”
William MacDonald
No hay comentarios:
Publicar un comentario