Marta
“Le hicieron
una cena; Marta servía”. (Juan 12.2)
La
historia está en Lucas 10.38-42, Juan 11.1-44 y 12.1-3.
Un día Jesús llegó a Betania, un
pueblo a unos tres kilómetros de Jerusalén, y allí fue recibido en casa de una
mujer llamada Marta. No mucho tiempo antes Él había dicho que no tenía dónde
recostar su cabeza. En otros lugares Él había sido rechazado y en este momento
iba rumbo a su peor rechazo. Pero en las últimas semanas antes de ir a la cruz
fue a la casa de Marta, María y Lázaro, y allí halló descanso y sosiego.
Marta preparó
una comida para Jesús y tal vez para los discípulos que le acompañaban, algo
muy loable, mientras que su hermana María estaba sentaba a los pies del Señor,
aprendiendo de Él. Pero Marta, cansada y agitada, dio rienda suelta a su
irritación sugiriéndole al Señor que ni a María ni a Él les importaba que ella
trabajara sola. En ese momento ella sintió lástima por sí misma, y esta
historia nos advierte que la autocompasión es un veneno espiritual que nos
puede hacer daño.
Pero antes de
criticar a Marta nos conviene contar las veces en que hemos trabajado motivadas
por algo menos que el amor hacia nuestro Salvador. Tal vez nuestros esfuerzos
han sido buenos, pero si lo que nos impulsa no es amor hacia Él, no vamos a
disfrutar del gozo que el Señor Jesús nos quiere dar.
“Marta, Marta”,
le dijo Jesús cariñosamente, y es la única vez que leemos que Él repitiera el
nombre de una mujer de esta manera. “Afanada y turbada estás”, dijo Él. “Sólo
una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será
quita”. El apóstol Pablo aconsejó: “Por nada estéis afanosos” (Filipenses 4.6).
¡Cuántas veces hemos sido vencidas por preocupaciones innecesarias!
La prioridad
para cada una de nosotras debe ser nuestra comunión a solas con Él cuando
leemos y meditamos en la Palabra de Dios, oyendo su voz y orando. Nuestro
servicio para el Señor es secundario y el gozo del Señor será nuestra fuerza si
el amor de Cristo a favor de nosotras es lo que nos constriñe (2 Corintios
5.14).
Más tarde Lázaro se enfermó y las
hermanas mandaron a decirle al Señor que “el que amas está enfermo”. Pero Jesús
se quedó dos días más donde estaba y Lázaro murió.
Tan pronto como Marta supo que
Jesús estaba cerca de Betania, salió a encontrarle. “Señor, si hubieses estado
aquí, mi hermano no habría muerto”, dijo ella. Cuán natural es pensar como
pensaba Marta cuando se nos muere un ser querido: “Si hubiese...” La fe de
Marta fue deficiente. Ella sabía que Jesús podía haber impedido la muerte de su
hermano, pero no entendía que Él, siendo Dios, tenía poder para sanar de lejos
y que podía resucitar a los muertos y dar vida eterna a los que confían en Él.
Por segunda vez ella estaba casi
reprochando al Señor, esta vez al decir que si Él hubiera llegado cuando Lázaro
estaba enfermo su hermano no habría muerto. Jesús le dijo con ternura: “Tu
hermano resucitará”, pero Marta pensaba en una futura resurrección general,
como creían los judíos.
Entonces Jesús
pronunció una declaración trascendental: “Yo soy la resurrección y la vida; el
que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá». Es como si estuviera diciendo: “Yo
soy Dios y tengo el poder de la resurrección y la vida, y puedo impartir vida
eterna a todos los que creen en Mí. Puedo levantar a tu hermano y lo haré”.
Cristo es el
Autor de la vida, y todos los que vienen a Él en arrepentimiento y lo reciben
como su Salvador personal, obtendrán la salvación de su alma. Un día no muy
lejano Él vendrá para llevarse a su presencia a los que han confiado en Él. Los
salvados que han muerto serán arrebatados juntamente con los creyentes vivos y
estaremos con Cristo en el cielo.
Esta verdad
entró en el alma de Marta, y cuando el Señor preguntó: “¿Crees esto?”, ella
exclamó: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que
has venido al mundo”. Marta creyó en Jesús como su Salvador y se fue a decirle
a su hermana María que el Maestro estaba allí.
Los líderes
judíos decían que no valía la pena hablarle a una mujer acerca de la religión
porque las mujeres no tenían la capacitad para entender temas divinos. Pero
Jesucristo impartió doctrinas trascendentes a muchas mujeres, incluyendo a
Marta.
Parece que el
cuerpo de Lázaro no había sido embalsamado porque cuando Jesús les mandó a los
hombres que quitaran la piedra, la fe de Marta flaqueó y ella protestó: “Señor,
hiede ya, porque es de cuatro días”. “¿No te he dicho que, si crees, verás la
gloria de Dios?”, le aconsejó el Señor. La piedra fue quitada, y después de
orar al Padre el Señor clamó: “¡Lázaro, ven fuera!” y el muerto revivió.
Seis días antes
de la última pascua, Jesús estaba en otra cena en la casa de Marta, Lázaro y
María. Lázaro estaba sentado a la mesa, un testimonio del poder del Señor.
Marta servía de buena gana. Damos gracias a Dios por las mujeres en nuestras
congregaciones que, como Marta, siempre están dispuestas a servir a los demás.
“Y amaba Jesús a Marta, a su
hermana y a Lázaro” (Juan 11.5). Cuando el Señor iba a ascender al cielo y
volver a la presencia del Padre Dios, Él llevó a los suyos hasta Betania. En
ese pueblo Él había recibido la bienvenida en el hogar de algunos que le amaban.
Rhoda Cumming
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