domingo, 30 de marzo de 2025

Las últimas palabras de Cristo (15)

 

JUAN 16 (CONTINUACIÓN)

El día nuevo (Juan 16:16-33)


El Señor ha terminado la parte de su discurso en que revela a los discípulos la gran luz de su mente como resultado de la venida del Espíritu Santo. A medida que termina, Él ya no habla del Espíritu, sino de aquel día —el nuevo día que amanecerá—, con la nueva revelación de Sí mismo en resurrección (16-22), el carácter nuevo de comunión que tendrán con el Padre (23-24) y la nueva forma con la que el Señor se comunicará con ellos (25-28).

Haremos bien en recordar que los dos acontecimientos que distinguen aquel día son la partida de Cristo para estar con el Padre, y la venida del Espíritu para morar en los creyentes. En la parte del discurso que aquí acaba, aquel día es visto en relación con la venida del Consolador. En esta última parte, aquel día se contempla en relación con Cristo, que va al Padre, y con todo lo que tiene que ver con su lugar con el Padre.

v. 16. Ante la mirada de los discípulos se han sucedido maravillosas comunicaciones de las glorias venideras que se revelarán con el poder del Espíritu, pero como los últimos momentos con los discípulos tocan a su fin ellos solo tienen a Jesús como el Objeto de

sus afectos. El Espíritu les descubrirá estos afectos, pero no será como Jesús el objeto de los mismos. Así es como el Señor mantiene ocupados sus corazones con Sus cosas, cuando les dice: «Todavía un poco, y no me veréis; y de nuevo un poco, y me veréis». De estas palabras también se desprende el hecho de que los hace partícipes de los grandes sucesos que están aproximándose, y prepara sus corazones para los cambios que se producirán.

vv. 17-18. Las palabras del Señor originan ansiosas consultas entre los discípulos, poniendo de manifiesto que todas sus afirmaciones eran para ellos un misterio. Es de destacar que a medida que progresan los discursos escasean las palabras de los discípulos. Cinco de ellos hablan en alguna ocasión, pero desde que abandonan el aposento alto no se oye otra voz que la del Señor. Cuando se revelaban las verdades sobre la venida del Espíritu, ellos escuchaban en silencio lo que no sabían comprender. Ahora, cuando el Señor vuelve a hablar de Él, sus corazones son estimulados a conocer el significado de Sus palabras. Hablan entre ellos y dudan de si deben expresar al Señor aquello que tienen dificultad para comprender.

vv. 19-22. El Señor se adelanta a su deseo de preguntarle lo que significan Sus palabras, y así no solo arroja más luz sobre lo que ya ha dicho, sino que además les explica lo cambiados que se volverán sus corazones, afectando por igual dolor y alegría debido a los grandes acontecimientos que se sucederán muy pronto.

Las palabras del Señor hablan claramente de dos intervalos de tiempo, dando a entender que pronto los discípulos no le verán, y que le verían otra vez. A la luz de los sucesos que llegan, es como si pudiéramos deducir de estas palabras que hubo unos breves momentos antes de que el Señor dejara a los discípulos y desapareciera de la vista de los hombres para entrar en las tinieblas de la cruz y la tumba. Tras el segundo todavía un poco, los discípulos verían al Señor, no como en los días de su carne, sino resucitado. Si no como en los días de su humillación, lo verían para siempre en la nueva y gloriosa condición de la resurrección, una vez traspasadas la muerte y la sepultura. Sería el mismo Jesús que habitó entre ellos y llevó sus debilidades, quien sostuvo su fe y ganó sus corazones el que ahora vendría y se pondría en medio de ellos, diciéndoles: «Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo».

Les dice cuánto les va a afectar estos cambios, en lo que se refiere al dolor y gozo que experimentarían. El pequeño intervalo en que no le verán será un tiempo de gran pesar para los discípulos, un tiempo de duelo y lamentación para uno que ha muerto y cuya sepultura significa el fin de todas sus esperanzas terrenales. El mundo, desde luego, se alegraría pensando que había obtenido una victoria sobre Aquel cuya presencia dejaba en evidencia sus malas acciones. Pero cuando el pequeño intervalo terminara, el dolor de ellos se convertiría en gozo.

Para hacerles entender estos acontecimientos, el Señor utiliza la ilustración de la mujer que da a luz. El dolor de parto tan extremado, y la transformación de la angustia en gozo por el recién nacido plasman con exactitud la súbita pesadumbre de los discípulos para el momento en que el Señor hubiera pasado a la muerte, y el cambio repentino que sufrirían cuando le vieran otra vez resucitado como el Primogénito de los muertos.

Cuando el Señor aplica esta ilustración detalla más sus palabras, diciendo: «Me veréis»; y después añade «Os veré otra vez». El mundo no le vería, ni Él tampoco vería al mundo. Solo a los suyos: «Y entonces aconteció que Jesús se puso en medio, y les dijo: Paz a vosotros. Y, dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor» (Juan 20:19,20).

La visión de la que habla el Señor no creo que pueda reducirse a las visitas fugaces durante los cuarenta días después de la resurrección. Se ha dicho con acierto: «el Señor resucitado y vivo se mostró a los sentidos de la vista para quedarse ante la mirada de la fe, no como recuerdo sino como presencia. Era una visión que no podía disminuir en intensidad ni perder su forma, pues fue más manifiesta cuanto más espiritual se hacía». Para todo el tiempo que dura su ausencia y nuestra permanencia en la tierra, las palabras del Señor siguen siendo las mismas desde la gloria: «Me veréis» y «Yo os veré». Al mirar firmemente en esa gloria, Esteban dice: «He aquí veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios». Una vez más, el autor de la epístola a los Hebreos dice: «Vemos a Jesús… coronado de gloria y de honra».

Esta es la visión especial que da la seguridad del gozo del creyente. «El Señor vivo es el gozo de su pueblo; y como su vida es eterna este gozo permanece como algo seguro». El Señor dice, como consecuencia: «Nadie os quitará vuestro gozo».

vv. 23-24. El Señor acaba de hablar de su nueva revelación en el día nuevo que pronto amanecerá. Ahora habla del nuevo carácter que la comunión tendrá adaptada al nuevo día. «En aquel día —dice el Señor— no me preguntaréis nada». Esto no significa que no nos dirigiremos al Señor, sino más bien que tendremos acceso directo al Padre. Marta desconocía el concepto de hablar directamente al Padre, porque ella dijo: «Sé ahora que cualquier cosa que pidas a Dios, Dios te la dará» (Juan 11:22). Ahora es diferente, no tenemos que apelar al Señor para que vaya al Padre rogando de nuestra parte, sino que nosotros tenemos el privilegio de pedir directamente al Padre en el nombre de Cristo. Hasta aquí los discípulos no habían pedido nada en Su nombre, pero en aquel día ellos lo harían y el Padre les respondería, para que su gozo fuera completo. Al utilizar estos vastos recursos a su disposición, ellos hallarían la plenitud del gozo.

v. 25. Dicho esto, las comunicaciones tendrán un nuevo carácter de parte del Señor. Hasta este momento ha dado casi toda su enseñanza en forma de parábolas o alegorías. En el día que pronto iba a amanecer, Él hablaría del Padre sin tapujos. Así fue en la resurrección, cuando envió un mensaje claro y conciso a los discípulos: «Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios».

vv. 26-28. Si bien el Señor nos explicará con claridad acerca del Padre, no será necesario que Él le ruegue por nosotros como si el Padre desconociera nuestras necesidades, o porque no tengamos acceso directo a Él, pues el Señor dice: «El Padre mismo os ama». El Padre tiene todo su profundo interés puesto en los discípulos y los ama, porque ellos amaron a Cristo y creyeron que Él vino de Dios.

Esta parte del discurso concluye con la afirmación de las grandes verdades en las que se basa toda la superestructura del cristianismo. «Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre». La cristiandad profesante, a la que no le duelen prendas para alabar la vida perfecta de nuestro Señor, está abandonando con rapidez las santas demandas que esta afirmación implica. La afirmación de Su origen divino, de Su misión en el mundo y Su regreso al Padre pone fin a la enseñanza de los discursos.

vv. 27-32. Las palabras del final no son tanto una enseñanza como una advertencia contra la flaqueza de los discípulos, seguidas de una palabra que revela los sentimientos del corazón del Señor, y una última palabra de ánimo. En presencia de esta plena afirmación de la verdad, los discípulos dicen: «He aquí que ahora hablas claramente, y no dices ninguna alegoría». La verdad que habían podido apreciar vagamente se vuelve ahora clara y precisa con las sencillas palabras del Señor. Qué poco comprendían el camino de la muerte que el Señor tomaba para ir al Padre. El Señor dice: «¿Ahora creéis?» Sí creían, pero como suele ocurrirnos a nosotros, sabían muy poco lo débiles que eran. El Señor tiene que advertirles de que se acercaba la hora, y desde luego sabrían de su llegada cuando todos fueran dispersados a su lugar de origen y dejaran solo a Aquel en quien habían profesado su fe.

Llega el momento en que los compañeros que ha tenido en vida piensan solo en ellos y le dejan solo en la hora de la prueba, pero Él se proveerá de una nueva compañía que le amará y le seguirá. «El Padre está conmigo». Como en los viejos días de aquella escena que era la sombra de otra mayor, vemos a Abraham e Isaac andando juntos al monte Moria: «E iban ambos juntos» (Gén. 22:6). Ahora el Padre y el Hijo irán juntos al aproximarse el gran sacrificio.

v. 33. Si el Señor les avisa de sus debilidades, Él no les dejará sin una última palabra de ánimo y consuelo. Por muchos que sean los fallos que tengamos que deplorar en nuestra vida, y las pruebas que todavía tengamos que pasar en el mundo, en Cristo tendremos paz. Los discípulos verán muchos defectos en ellos y el mundo los cuestionará, pero en Cristo tendrán un recurso infalible y le podrían confiar su corazón para obtener la paz perfecta. El mundo podía vencer a los discípulos, como se comprobará en breve, pero Cristo ha vencido al mundo.

Tanto los discípulos como nosotros podemos tener buen ánimo, porque Aquel que nos ama y vive por nosotros y el que viene a socorrernos es el que ha vencido al mundo. Al llegar a su final, los discursos nos dejan una palabra de ánimo que nos eleva por encima de nuestros fallos y dejan que contemplemos las victorias del Señor.

H. Smith

No hay comentarios:

Publicar un comentario