lunes, 21 de noviembre de 2011

El Contraste Entre la Ley y la Gracia

"Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo" (Juan 1:17).
"Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree" (Romanos 10:4).
"De todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justifi­cados, en él [Jesucristo] es justifi­cado todo aquel que cree" (Hechos 13:39).
La ley exige; la gracia ofrece.
La ley condena; la gracia justi­fica.
La ley maldice; la gracia bendice.
La ley retiene a uno en esclavi­tud; la gracia liberta al creyente.
La ley dice: "Haz"; la gracia dice: "Está hecho".
La ley exige justicia al hombre; la gracia viste al creyente con la jus­ticia de Dios.

"No estamos bajo la ley, sino bajo la gracia" (Romanos 6:15).

El nombre "Jesucristo" y su triple cargo

"Ungüento derramado es tu nombre" (Cantares 1:3). "Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre deba­jo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (He­chos 4:12).


            Hemos de preguntamos el significado de este nombre averi­guando por qué el Redentor fue llamado precisamente "Jesu­cristo".

I.          El nombre "Jesús"
      Jesús es sencillamente el nombre personal del Señor, que le co­rresponde también de forma especial en el período de su humilla­ción, indicando además su obra como Salvador.

Es su nombre personal
            A José le fue dicho: "Llamarás su nombre Jesús," porque tal había de ser su designación personal (Mt. 1:21). En cambio, como veremos en más detalle abajo, "Cristo" es un título que traduce el término "Mesías" del Antiguo Testamento. Si esto se toma en cuen­ta se comprenderá por qué los autores sagrados emplean "Cristo" y no "Jesús" o "Jesucristo" en textos como Efesios 2:12 y Hebreos 11:26, donde la referencia es al Mesías según se presentaba en la antigua dispensación.

Es su nombre en su humillación
      Hasta tal punto se halla el nombre "Jesús" vinculado con la época de la humillación del Señor, que lo encontramos como desig­nación de otras personas también, como en el caso de Josué hijo de Nun, sucesor de Moisés (He. 4:8); en el de Josué el gran sacerdote (Zac. 3:1); en el de Jesús el Justo (Col. 4:11) y aun en el del padre del mago arábigo-judío, Barjesús, "hijo de Jesús." (Hch. 13:6).
      Es muy natural, pues, que los evangelistas empleen mayormente el nombre "Jesús" mientras que, a través de las epístolas, el título de "Cristo" pase a primer plano, ya que los evangelios tratan del tiem­po de su humillación, mientras que las epístolas testifican de aquel que Dios había exaltado y glorificado. En el nombre "Jesús" predo­mina el pensamiento de la salvación, pero en el título "Cristo" se subraya su gloria. En las epístolas el nombre "Jesús" no se halla solo sino en los casos cuando se desea subrayar su humillación anterior, como en las citas siguientes: 2 Corintios 4:10; Filipenses 2:10; 1 Tesalonicenses 4:14; Hebreos 2:9; 12:2; 13:12 (cp. con 13:8).
      Según la declaración de Pedro en el día de Pentecostés, fue sólo por la resurrección y la ascensión que Jesús llegó a ser el Cristo (Mesías) en toda la extensión de la palabra: "Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús, que vosotros crucifi­casteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo" (Hch. 2:36). De la manera en que la senda del Señor pasó desde la humillación voluntaria hasta la gloria, de igual forma el Nuevo Testamento traza el camino por el cual Jesús llegó a la plena dignidad del Cristo. En el Antiguo Testamento el proceso se invierte, pues se arranca de la idea general del Mesías para llegar por fin a la manifestación histórica de Jesús de Nazaret.

Es su nombre como Salvador
      Pero el sentido más profundo del nombre "Jesús" se encierra en la etimolo-gía de la palabra misma, que en su forma completa "Jehoshua" significa "el Señor es salvación." Por ser el niño el Reden­tor del mundo, José había de darle el nombre de "Jesús": "porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1:21). Al analizar este texto hallamos estos tres importantes elementos: 1) El solo puede salvar, como se indica por el énfasis sobre el pronombre en el griego: "El salvará... (cf. Hch. 4:12). 2) Se señalan los límites de su salvación, porque salvará a su pueblo, o sea, a aquellos que acudan a El para ser salvos de todas las naciones (cp. 1 P. 2:9; TiL 2:14; Hch. 15:14). 3) Vemos la profundidad y la extensión de su salva­ción, pues no sólo redime de las consecuencias del pecado —la condenación y el juicio— sino también del dominio, señorío y poder de los pecados que reducen al hombre a la esclavitud moral. En otras palabras El es la Fuente, no sólo de la justificación, sino también de la santificación (1 Co. 1:30).
Así es que el nombre "Jesús" por sí solo declara el propósito por el cual el Redentor vino al mundo, y sirve como "índice de temas" que resume la historia de su actividad salvadora, siendo a la vez su título símbolo y lema. No debe extrañarnos, pues, que este nombre ha de ser tema de las alabanzas de los redimidos por toda la eterni­dad, y que al pronunciarse, toda rodilla se doblará de cuantos seres habiten el cielo, la tierra y las regiones inferiores (Fil. 2:10).

II.         El título "Cristo"
Si preguntamos por el método y la manera que emplea el Señor para revelar los tesoros del nombre "Jesús", nuestro pensamiento pasa al significado de su título "Cristo", que como hemos visto ya, es la traducción griega de la voz hebrea "Mesías" o "Ungido".
Hemos de considerar cuatro hechos que nos admiten al sentido íntimo del título, analizando cada uno en tres facetas.
•     La unción de varias personas en el Antiguo Testamento que correspondía oficialmente a los cargos de sumo sacerdote, rey y profeta.
•     Cristo, el Ungido de Dios, quien se presenta en el Nuevo Testamento como el anti tipo del sacerdote, rey y profeta del Antiguo Testamento.
•     Tres aspectos de la esclavitud espiritual del hombre, que requieren esta triple obra del Cristo en el desarrollo de la obra redentora.
•      La obra victoriosa del Cristo como            Profeta, Sacerdote y Rey.

      En la época de la salvación propia del Antiguo Testamento, Dios ordenaba tres principales unciones en el estado teocrático de Israel: la del sacerdote (Lv. 8:12; Sal. 133:2), la del rey (1 S. 10:1; 16:13; etc.), y la del profeta (1 R. 19:16, etc.). De este modo, cuando al Mediador de la salvación se le aplica el título "Cristo", significa que en su persona se resumen los más elevados cargos y dignidades de la totalidad del antiguo pacto, elevándose todo a un sublime plano espiritual. Así todas las profecías han llegado a su eterno cumpli­miento en el Cristo.
      Conforme a la profecía de Jere-mías sobre el nuevo pacto (Jer. 31:31-34, cp. He. 8:8-12), el Mesías bendice a los suyos de una forma triple que corresponde a sus propios cargos: 1) establece una extensión de su señorío en su vida interior (Jer. 31:33; cp. 2 Co. 3:3); 2) les brinda un don generalizador de profecía; y 3) les conce­de una eterna consumación del sacerdocio (Jer. 31:34). En el Nuevo Testamento estos términos se aclaran más todavía, y vemos cómo hace a su pueblo partícipe de su propia naturaleza, determinando que sean reyes, sacerdotes y testigos de su verdad profética (1 P. 8:9; Ap. 1:6, etc.). De esta manera el Dador llega a ser El mismo la sustancia del don que concede, a fin de que su resplandor como Cristo se refleje abundantemente en los redimidos (2 Co. 9:15; Hch. 11:26).

Cristo, el Ungido de Dios
      El Señor no revela todo el glorioso contenido de su título como el Cristo en un momento, sino a través de tres grandes etapas.
      El Profeta. Primeramente, se manifiesta como Profeta, o sea como el Hijo en quien Dios habló en estos postreros días (Dt. 18:15-19; He. 1:1-2) Como el "resplandor de la gloria de Dios", Cristo da a conocer la naturaleza del Padre con incomparable clari­dad, siendo esta luz muy superior a aquella que brilló en los mensa­jes proféticos de la antigüedad (Jn. 1:18; 3:13).
      El Sacerdote. Luego este Profeta camina hacia la cruz, y al per­mitir que sean cargados sobre sí los pecados del mundo, se convier­te a la vez en el cordero del sacrificio y en el sacerdote que presenta la ofrenda, efectuando por su propia obra la purificación de los pecados (Jn. 1:29; Jn. 2:2; He. 9:12,14, 25, 26; He. 1:3).
      El Rey. Finalmente, el Cristo es exaltado, sentándose a la diestra de la Majestad en las Alturas (He. 1:3) y ahora vemos a "Aquel que fue hecho por un poco de tiempo menor que los ángeles... corona­do de gloria y de honra" como Rey por el hecho mismo de haber sufrido hasta la muerte (He. 2:9, VHA).

Tres aspectos de la esclavitud espiritual del hombre
      Es maravilloso ver cómo este triple cargo y esta triple actividad del Redentor corresponden a una triple necesidad en el hombre, que exigía precisamente estos tres aspectos de la salvación.
      Dios creó al hombre para ser, en su esfera como criatura, el reflejo de su propia naturaleza espiritual, santa y bendita (o le capacitaba para ser un vaso, recipiente de su bienaventuranza feliz). Con el fin de que reflejara su espiritualidad, le dotó de entendimien­to; para que fuese una copia de su santidad y amor le dio una voluntad propia; y concediéndole sus sentimientos, y felicidad.
      Pero bajo la embestida del pecado el hombre cayó en su totali­dad, quedando entenebrecido su entendimiento (Ef. 4:18), volvién­dose perversa su voluntad (Jn. 3:19) y convirtiéndose sus sentimientos en vehículos de tristeza (Ro. 7:24).

De esta ruina total el hombre se salva por la victoriosa obra de Cristo en los tres aspectos que hemos venido considerando.
Como Profeta hace resplandecer la luz del conocimiento de Dios que libra el entendimiento del hombre de la oscuridad del pecado, estableciendo de este modo un reino de paz y de gozo en el interior del hombre redimido.
Como Sacerdote presenta el sacrificio y anula la culpabilidad, aliviando así la conciencia (con los sentimientos asociados con ella) de la carga abrumadora de la tristeza. El creyente pasa de este modo a una esfera de paz y de gozo.
      Como Rey dirige la voluntad de los redimidos, guiándola por senderos de santidad, fundando un reino de amor y de justicia en el corazón.
            Así es que su título de "Cristo", el Ungido, al abarcar estos tres aspectos de la salvación, llega a ser la revelación y la explicación de su nombre "Jesús", el Salvador. El ejercicio de su triple cargo libra al hombre de la esclavitud del pecado con respecto a las tres poten­cias de su ser —el entendimiento, los sentimientos y la voluntad— introduciéndole en la esfera de una salvación plena, libre y comple­ta, que no puede ser más cabal de lo que en realidad ha llegado a ser. La triple miseria de la oscuridad, la desdicha y la pecaminosidad ha sido vencida por una triple salvación portadora de la ilumi­nación, la felicidad y la santidad al alma redimida, sin que su triple carácter mengüe su unidad orgánica. Notemos cómo la espirituali­dad de Colosenses 3:10, la radiante felicidad de 2 Corintios 3:18 y la santidad de Dios que se expone en Efesios 4:24, brillan de nuevo en la criatura que fue hecha a la imagen de Dios.

Tomado del Libro: El triunfo del crucificado.

EL LIBRO DEL PROFETA HAGEO

Introducción
            Al considerar los capítulos 4 y 5 del libro de Esdras, vemos cómo los adversarios de Dios y del remanente que volvió a Jerusalén bajo la dirección de Zorobabel y de Jesúa, que habían comenzado a reconstruir el templo, consiguieron interrumpir la obra. También vemos cómo Dios levantó dos profetas, Hageo y Zaca-rías, gracias al ministerio de los cuales la obra fue reiniciada.
            La profecía de Hageo está cuidadosamente datada. Se divide en cuatro partes, todas pronunciadas en el segundo año de Darío. La primera fue en el primer día del sexto mes (1:1), la segunda el día veintiuno del séptimo mes (2:1), la tercera el día veinticuatro del noveno mes (2:10) y la última, aunque distinta de la precedente, el mismo día (2:20). En primer lugar, notemos que Dios siempre reconoce la validez de sus propias acciones de gobierno. Había puesto a Israel de lado como nación, y había comenzado “los tiempos de los gentiles”; por tal motivo las fechas se dan en relación con la nación que en ese momento estaba en el poder, y no en relación con el pueblo judío.
            Este detalle debe tener un significado para nosotros. Vivimos en los últimos tiempos de la triste historia de la Iglesia, como cuerpo profesante en la tierra, sujeto al santo gobierno de Dios. Podemos hacernos una idea de este gobierno si consideramos los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis, en los cuales el Señor, como Juez, examina sucesivamente las siete iglesias. Ahí, habla de quitar el candelero del testimonio, o de “pelear contra” los malos. Y si bien hay alguna que otra breve expresión de aprobación, sólo habla de “poca fuerza” y de un mínimo de fidelidad.
            Haríamos bien en recordar esto, con mucha humildad. Los vencedores, en las siete iglesias, no están exentos de los penosos resultados del gobierno de Dios; pero deben vencer en las circunstancias de ese momento. El apóstol Pedro escribe: “Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 Pedro 4:17). Desde entonces han transcurrido una veintena de siglos, un hecho que guarda relación con nuestra dolorosa debilidad de hoy en día.
            Dios levantó al profeta Hageo a causa de la gran debilidad que caracterizaba al remanente que había vuelto a Jerusalén. Un nuevo rey de Persia, Artajerjes, había sellado un edicto contrario al de Ciro, y ellos dejaron de trabajar en la casa de Dios y, sin demasiada preocupación, y a la vista de todos, se pusieron a construir sus propias casas muy bien decoradas y cómodas. Por esto, el profeta comienza dirigiéndoles una palabra de reproche.

Capítulo 1
            El pueblo había adoptado una actitud fatalista, diciendo: “No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada”; y se habían puesto a construir para sí mismos. Hace un tiempo atrás, escuchamos a cristianos decir, a pesar de las palabras del Señor en Hechos 1:8, que el tiempo de evangelizar “hasta lo último de la tierra” no había llegado, y se pusieron a desarrollar lo que consideraban como sus propios asuntos espirituales. No había nada de malo en que estos judíos construyesen sus propias casas, pero lo que estaba mal, era el hecho de concentrarse en ello, dejando de lado la devastada casa de Dios. Por esa razón Dios mandó la sequía y empobreció sus cosechas.
            No hay nada de malo en que nosotros hoy nos preocupemos por nuestro propio estado espiritual. Al contrario, somos exhortados a “edificarnos sobre nuestra santísima fe” (Judas 20), pero, como lo muestran los versículos siguientes, debe ser el fruto del amor de Dios, que se expresa en compasión hacia “algunos” y salvando a “otros” con temor (v. 22-23). No nos concentremos en nosotros mismos, descuidando la obra y los intereses de Dios hoy. Esta palabra de nuestro Señor aún es válida: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
            ¿Qué es de nosotros hoy en día? ¿Merecemos los reproches de descuidar los intereses de Dios a favor de los nuestros? ¡Tememos que a menudo pase esto! Aceptemos, pues, este reproche, en la humildad de espíritu que conviene.
            Es lo que hicieron Zorobabel, Je-súa y el pueblo, antes de poner manos a la obra obedeciendo la palabra de Dios. Hageo, para ellos, era el enviado de Dios, quien llevaba el mensaje de Dios asegurándoles que Él mismo estaba con ellos en la continuación del trabajo. Tanto agradó esto a Dios, que el mismo día que se pusieron a trabajar fue registrado en el último versículo del capítulo: ¡exactamente veintitrés días después que se les había dirigido la palabra de reprensión!
            El apóstol escribe: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31), y esto, aunque fue anunciado en tiempos del Nuevo Testamento, era igual de cierto en tiempos pasados. El pueblo no tardó en descubrir que las dificultades desaparecían cuando Dios estaba con ellos, como nos lo muestra el libro de Esdras. Sus adversarios reaccionaron enérgicamente cuando el trabajo recomenzó, y llevaron el hecho ante el rey. Pero sobre el trono de Persia estaba otro rey, quien invalidó el decreto de Artajerjes y puso en vigor el decreto original de Ciro, por orden del cual el remanente volvió a Jerusalén. De modo que, una vez más, la palabra de Dios era obedecida, y la obediencia es siempre el camino para la bendición.

¿ESPERAMOS EL REGRESO DEL SEÑOR JESUS?

"Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis voso­tros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshe­chos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!" (2ª Pedro 3:11-12. Recomenda­mos la lectura bíblica de 2 P.3:1-14).
Son bastantes los predicadores que hablan por doquier sobre asuntos escatológicos, sobre acontecimientos futu­ros, añadiendo en sus prédicas, ideas y pensamientos novedosos, señalando he­chos y pareceres atrevidos e inventados por ellos mismos, de los cuales, en su mayor parte, las Sagradas Escrituras no corroboran nada de lo que ellos están enseñando. También muchas son las per­sonas que se embelesan escuchándolos, porque les gusta oír acerca de las co­sas futuras y de los misterios del más allá. En cambio, creo que debiéramos tratar sobre los asuntos proféticos con más seriedad, respeto y consideración, ciñéndonos fielmente a lo que la Biblia nos dice, sin añadir ni quitar nada a lo que la Palabra de Dios nos enseña y revela.
Somos amonestados por el apóstol Pedro, que sabiendo el hecho de que en un tiempo determinado por Dios, su hi­jo, el Señor Jesucristo, regresa por segunda vez al mundo, y entonces el mundo será deshecho por fuego, que conviene que vivamos vidas santas y piadosas, preparados para su llegada. Por lo tanto, teniendo en cuenta que Cristo volverá pronto, ¿cómo debemos vivir los que hemos confiado en Cristo Jesús? ¿Cuál ha de ser nuestro proceder prác­tico como cristianos?
Del hecho de que Cristo volverá, no hay discusión alguna. El mismo Señor Jesucristo ha dicho en Mt. 24:44: "Por tanto, también vosotros estad prepara­dos; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis". Y en los ver­sículos 30 y 31 de este mismo capítulo leemos: "Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y en­tonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria. Y enviará sus án­geles con gran voz de trompeta, y jun­tarán a sus escogidos, desde un extremo del cielo hasta el otro". El creyente en Cristo sabe estas cosas. Sabe que su Redentor Jesucristo viene. Sabe que su Rey y Señor regresa. Pero realmente existe una preocupación: ¿Están todos los creyentes en Cristo esperando su regreso? ¿Estamos preparados para este gran evento glorioso? Consideremos cin­co pensamientos que se desprenden tanto de Mt. 24:44 como de la porción en 2 P.3:11-14:

1)     Que estéis preparados.
2)     Que estéis esperando.
3)     Que estéis purificados.
4)     Que seáis pacíficos.
5)     Que estés predicando el evangelio.

QUE ESTEIS PREPARADOS
¡Oh hermanos en Cristo! ¡Oh hombres y mujeres que habéis profesado el nom­bre de Cristo! ¿Estáis preparados para el regreso del Señor de la gloria? Cristo dijo: "Por tanto, vosotros estad preparados", es decir, dispuestos y listos para cuando el Señor venga. De­bemos tener puesto nuestro mejor traje -espiritualmente hablando- con todo el equipaje limpio en la maleta y ésta en la mano. Nuestra mirada ha de estar ha­cia la dirección en que viene nuestro Señor. De esta manera, cuando El lle­gue, estaremos listos para ir enseguida con El. Para entonces, si no estamos preparados, que mala impresión causa­ríamos a nuestro Rey y Señor. ¿Estáis listos para ese momento cumbre? ¡Oh, yo espero que sí!
El mismo texto del profeta Amos pa­ra el pueblo israelita fue: "Prepárate para venir al encuentro de tu Dios" (Amós 4:12). El profeta contempló aquellos grandes festivales religiosos en Israel. Vio al pueblo dado a grandes diversiones. Vio, también, sus grandes pecados, la idolatría y la inmoralidad. Vio en Israel mucha frialdad religiosa, aunque aparentemente ha-bía una gran ac­tividad cultual. Y se lamenta y llora el profeta por todo lo que ve, y amo­nesta al pueblo de Israel a prepararse para venir al encuentro con su Dios. Este mismo texto del profeta sirve tam­bién hoy para nuestra amonestación. Hoy como antaño, también existe mucha de­mostración de religión; abunda la ido­latría y la inmoralidad en un sin fin de facetas, aún entre los que profesan al cristianismo; también hay mucha frialdad e indiferencia religiosa. Y la amonestación sigue, hermano: "Prepárate para venir al encuentro de tu Dios".

QUE ESTEIS ESPERANDO
"Esperando" dice la primera palabra del v.12 de nuestro texto básico, una cosa es saber que alguien va a venir a visitarnos, pero otra cosa muy distinta es saberlo y apresurarnos a preparar nuestra casa, para que todo esté en buen orden, cuando llegue tan distin­guida persona, Jesús. En Tito 2:13, so­mos exhortados: "Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salva­dor Jesucristo". ¡Ah, el que viene es un huésped distinguido! Queremos estar esperando su venida. Queremos anticipar su venida. Cristo mismo dice que habrá señales precediendo su regreso. Las enumera en Mt. 24 y Lc. 21. El dijo: "Velad, pues, en todo tiempo orando, que seáis tenidos dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de es­tar en pie delante del Hijo del Hombre" (Lc.21:36). "Erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca" (Lc.21:28). Creemos que debiéra­mos estar observando todo cuanto sucede en el mundo. Debemos fijarnos en las señales y conocerlas cuando son dadas. Quizás es más tarde de lo que pensamos. ¡Cuánto conviene que todos estemos es­perando al Salvador y Redentor! Si es que hay hermanos que hasta ahora han estado viviendo sin esperar la vuelta del Redentor, ¡no vaciléis!, comenzad ahora mismo a vivir como quien espera su retorno.
Cuando una joven a punto de casarse espera la venida del novio, ésta se en­cuentra en un estado bastante nervioso. Y ella está así porque el que viene es uno que ella ama por encima de otros. Lo está esperando, y cuanto más cerca llega el momento de su llegada, tanto más se nota su excitación. Mis amados hermanos, Cristo -dice la Biblia- es el novio, el esposo de la Iglesia. Cuando el Señor Jesucristo venga, llevará la Iglesia, a su amada, a la gran boda del Cordero en la gloria celestial. Enton­ces, ¿cómo te sientes al pensar que estamos muy cerca de su regreso? ¿Le es­peras con ansiedad, con excitación? ¿Le esperas preparado? Si creemos en su regreso, vivamos como quienes están es­perándole.

QUE ESTEIS PURIFICADOS
La Palabra del Señor nos amonesta que el que está preparado y esperando el regreso del Salvador, nuestro Señor Jesucristo, debe "andar en santa y pia­dosa manera de vivir". Nuestro testimo­nio cristiano ha de demostrar ante todo el mundo que somos verdaderamente hijos de Dios. Nuestra conducta diaria ha de revelar que hay santidad y piedad en nuestras vidas. Dios ha llamado al creyente a separarse de toda clase de mundanalidad. Le ha llamado a ser san­to. El hecho de que uno pertenece a la Iglesia de Cristo, indica inmediatamen­te separación de la vida anterior. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y cada uno de los que hemos creído en El somos miembros de ese cuerpo, como manos, pies, etc. Entonces, esas manos y pies, u otras partes del cuerpo, servirán so­lamente al cuerpo al cual pertenece. No servirán a otros cuerpos, sino al que pertenecen, porque son dirigidos por la cabeza. La Biblia nos dice que Cristo es la cabeza de la Iglesia, la cual es su cuerpo.
Cada creyente que sabe que es parte del cuerpo de Cristo, con gran regocijo espera la venida de su Cabeza, el Señor Jesucristo. En 1 Jn.3:3 leemos: "Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro". La esperanza es ver a Jesús cuando venga, y ser como El es. Ahora bien, si tenemos esta esperanza, hemos de procurar que nuestras vidas sean santas y pías, porque Cristo es santo y pío. ¿Cómo podremos cambiar en un mo­mento cuando precisamente Él viene? Su exhortación es que estemos preparados y esperándole. Entonces, parte de esta preparación es estar limpios de pecado y de toda clase de mundanalidad. Nues­tro amor será solamente para El. Nos apartaremos de cualquier forma de ido­latría; y atiendan bien a esto, el ído­lo más grande al que la humanidad hoy en día se está hincando es al dios di­nero. ¡Cuántas cosas malas y pecamino­sas hacen los hombres por conseguir un poco más de oro, un poco más de plata, un poco más de dinero!
"Pues los que, duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de no­che se embriagan. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habién­donos vestidos con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo" (1 Tes.5:7-8). Si nos ves­timos con Jesucristo, no podemos hacer arreglos con el pecado, ni coquetear con el mundo. Hermanos, estemos purifi­cados de todo lo que pertenece al mun­do, y esperemos así preparados el re­greso de Cristo.

QUE SEAIS PACIFICOS
En 2 Pedro 3:14 se nos dice: "Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irre­prensibles, en paz". Verdades proféti­cas conducen a la vida pacífica. ¿Quién desea ser hallado en el campo de batalla luchando contra un enemigo cuando venga el Señor Jesús? ¿Quién desea hallarse encarcelado en una prisión cuando venga Jesús? ¿Quién desea hallarse enemistado con algún prójimo al regreso de Jesús?
La carnalidad en los días de la iglesia primitiva apostólica no con­sistía en ir al teatro, ni ir al baile, ni jugar a las cartas, ni ir a los toros, sino que la carnalidad se mostraba en aquellos días como en los días que nos toca vivir, también, en contiendas, en pleitos, en disensiones, en celos, etc. Si todo esto tiene su raíz en nuestros corazones, entonces hará que no seamos pacíficos. La vida pacífica es bienaventurada. Jesús en el sermón del monte enseñó: "Bienaven­turados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt.5:9). Más adelante, después de enseñar acerca de la vida pacífica, la cual se manifiesta en amar al enemigo, bendecir al que nos maldice, hacer bien al que nos aborrece, orar por el que nos persigue, Cristo añade, que todo esto indicará que somos "hijos de nuestro Padre que está en los cielos". La vida pacífica es la deseable, porque es una señal de una vida basada sobre el amor. Dios es amor. Si vamos a estar preparados para la venida de Cristo, tenemos que estar viviendo también vidas pacíficas.

QUE ESTEIS PREDICANDO EL EVANGELIO
"Apresurándoos" dice el texto bí­blico. Y esto indica nuestra acción a su venida. Cristo dijo una vez: "El que conmigo no recoge, desparrama" (Mt. 12:30); significando que si no re­cogemos con Cristo, estamos desparra­mando. La idea principal es que si no estamos ayudando en la gran obra de la proclamación del evangelio, somos sier­vos inútiles. Si somos siervos inúti­les, entonces somos un estorbo a la gran causa del evangelio. Si somos un estorbo, entonces estamos desparramando la Obra de Cristo por los suelos. Her­manos, el tiempo es corto y las señales de la venida del Señor Jesús indican que no hay tiempo para perder. "Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo", nos dice E f.5:14. Los versículos que anteceden a éste son exhortaciones a la conducta de los cristianos, cosas que deben evitar para que puedan dar un buen testimonio, para que puedan ser buenos evangelizadores. Y entonces, in­mediatamente siguiendo a la llamada a despertarse de sueño, leemos: "Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprove­chando bien el tiempo, porque los días son malos".
            Hermanos, Levantémonos para servir al amado Salvador. Cristo viene y hay mu­chas almas que están todavía perdidas, y alguien ha de predicarles la salva­ción. ¿Entrarás tú en esta gran tarea de evangelizar al mundo antes que Cris­to vuelva? La Escritura nos dice que cuando el evangelio sea predicado por todas las naciones, hasta el último confín de la tierra, entonces será el fin.
            En conclusión, hermanos míos, les ex­horto a recordar que Cristo viene, y que al recordar esto, debemos estar preparados y esperando su venida. En­tretanto, purifiquemos nuestras vidas viviendo apartados de toda clase de mundanalidad, viviendo en paz uno con el otro, y llevando almas para Cristo. Recordemos la estrofa y coro del siguiente himno:

Cristo viene de los cielos,
Sed templados y velad,
Siempre aprovechad el tiempo,
Cuenta estrecha habéis de dar.

¡Despertémonos del sueño!
Somos hijos de la luz.
Nuestras vidas entreguemos
Al servicio de Jesús.

            Que esto sea una gran realidad en cada uno de nosotros. Amén.
Contendor por la Fe, Nº 241-242

EL CAMINO DIFICIL AL ALTAR

"Por tanto, si traes tu ofrenda al al­tar, y allí te acuerdas de que tu her­mano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda." (Mateos 5:23-24)

Estas son palabras difíciles. Imagínese a un judío devoto que viaja de Jericó a Jerusalén para presentar su ofrenda ante el único altar en todo el país. Allí, mientras que con asombro se acerca al altar, su ofrenda en la mano, de repente se recuerda del argumento que tuvo con un vecino antes de salir. Hubo un cambio de palabras duras y ás­peras y el uso de unos apodos poco agradables. Su vecino estaba muy enoja­do con él y probablemente lo esté toda­vía, y una llama de enojo humea en su propio corazón al pensarlo.
Según el Señor Jesús, debe dejar su ofrenda, cordero, paloma, cebado o lo que fuera, regresar cuesta abajo a Jericó, reparar la brecha con su vecino y luego tomar el camino largo, esta vez cuesta arriba, hacia el templo. ¡Y es­to, que Jericó era una de las ciudades más cercanas! Otros podrían estar con­templando un viaje de 200 kilómetros ida y vuelta en semejantes circunstancias. Mucho mejor sería asegurar el es­tar bien con el hermano antes de em­prender el viaje al templo. ¿Tendrán algo que decir estas palabras a los cristianos modernos con todas sus como­didades?

¿QUE ES LO QUE JESUS DICE?
Nótese el contexto de estos dos versículos. Acababa de hablar del enojo y los insultos. Después habla de un li­tigio al cual le lleva un adversario. El trasfondo es alguna forma de insulto o injuria a nuestro hermano- una defi­nición que abarca mucho.
El término “hermano, normalmente significa otro judío. Sin embargo, an­tes de limitarlo a otro cristiano en nuestro caso, quizá debiéramos recordarnos de la amplitud que el Señor da al término “vecino” en la parábola del Buen Samaritano, o aun incluir lo que el Señor dijo de nuestros “enemigos” en su Sermón del Monte.
La ocasión de culto, mientras aquí se limita a la presentación de una ofrenda, es, sin embargo, sin una defi­nición explícita. La clase de ofrenda, la ocasión, la forma en que se presen­taba; todas, no se especifican.
El Señor habla del culto en el cual alguien presenta una ofrenda a Dios y luego se recuerda alguna ofensa que co­metió contra otra persona y siente res­ponsabilidad' en el hecho. En la histo­ria, tanto la ocasión de culto como la de la ofensa son a propósito sin mayor especificación. Sus palabras se refie­ren al vínculo entre el culto que ren­dimos a Dios y nuestra relación con nuestro hermano. La idea no era nueva, pero el Señor le da un impacto nuevo.
Consideremos estas declaraciones a continuación como un resumen del principio básico:
1)     La verdadera adoración es en espíri­tu y en verdad. Jn.4:24
Debo tratar primeramente las perturba­ciones en mi propio espíritu que son causadas por conflictos con mi herma­no, antes que pueda tener comunión plena con el Espíritu de Dios. Espíri­tu a Espíritu verticalmente es afecta­do por espíritu a espíritu horizontalmente. La Misná (una colección de tra­diciones rabínicas) dice: "El día de la expiación expía las ofensas del hombre con Dios, pero no lo hace para las ofensas del hombre con su vecino hasta que se reconcilie con éste".
2)     La verdadera adoración es un estado, más que una acción.
            Los escritores del Antiguo Testamento concuerdan con esto, y nadie más que Amos (Léase Am.5:21-24). No es el acto del adorador que asegura un culto efectivo, sino el estado de su cora­zón. Los ojos del Señor enfocan más el corazón que la mano. Caín fue el pri­mero en descubrir esto.
3)     La adoración empieza donde vivamos y no en la 'iglesia'.
       La adoración debe empezar antes que salgamos de casa, entre las personas con quienes convivimos y en nuestra relación con ellas. Allí, precisamen­te, se halla la preparación más impor­tante. Si fallamos en este renglón de la vida, el viaje al altar con nuestra ofrenda es por demás.
4)     Y con esta, formulamos la anterior de otra manera:
       Si quiero oír bien la voz del Señor, no debo ignorar la voz de mi hermano. Los apóstoles Juan (1 Jn.4:20), Pablo tratando el tema de la comunión (1 Co.11:17-22), y Santiago (Stg.2:1-4); todos lo dicen.

El Señor Jesús tomó su ejemplo de la adoración en el templo, el enfoque más alto para los judíos, especialmente los de afuera de Jerusalén. Muchos vie­ron ésta como una adoración muy eleva­da, distinta de la adoración llevada a cabo en las sinagogas y las oraciones en familia. Por esto, pensaban que no se relacionaba tanto con la vida diaria pero no así el Señor; El dice lo con­trario.
            Por algún lado existe una poesía que menciona una comunidad cuya perspectiva se dominaba por una iglesia cuya torre señalaba al cielo como si Dios estuvie­ra solamente allí en vez de aquí, den­tro de su pueblo.

¿Y QUE DE NOSOTROS?
Nosotros no tenemos un templo, un altar, y el sacrificio final ya se ha hecho. ¿Cómo, entonces, debemos respon­der?
Tenemos que asegurarnos que todo acto de culto en que participamos emane de una conciencia limpia con respecto a nuestro hermano y entre más elevada nuestra adoración, más importante es esto. Algunos limitan las palabras del Señor a la comunión de la Cena del Se­ñor. Pablo apoya esta idea cuando re­procha a aquellos que se gozaban del 'ágape' (fiesta de amor) sin cuidar de, o preocuparse de su hermano (1 Co. 11:17-22). Debemos hacernos un examen antes de participar y "discernir el Cuerpo", que implica nuestra relación el uno con el otro.
Sin embargo, si limitamos las pala­bras del Señor solamente a esa comu­nión, nuestra visión es bastante miope. Aquellos que traían ofrendas al altar, las traían de muchas formas, esperando que el sacerdote estableciese contacto con el Padre a favor de ellos.
Ya no necesitamos ese mediador, pe­ro cualquier acto de adoración en el cual deseamos comunicarnos con el Señor debe involucrar estas palabras de Jesús.
Algunos piensan que el paralelo más cercano es nuestra ofrenda voluntaria. Puede ser; luego, al presentar una ofrenda al Señor como señal de nuestro amor hacia El e ignorar el sentido las­timado de nuestro hermano, es una hipo­cresía.
Pero pensamos que no es bueno limi­tarlo al culto de la ofrenda volunta­ria, sino aplicarlo a la adoración en todas sus formas. Existe mucho énfasis hoy día en la adoración; por esto, es­tas palabras vienen muy al caso. Nues­tra adoración empieza donde vivimos, mucho antes de abrir nuestro himnario o de empezar el servicio. Mientras nues­tras voces ascienden a Dios en alaban­za, El escucha el gemido de nuestro hermano o hermana que se levanta quejo­so, enojado o decepcionado y amargado en nuestra contra. Y entre más elevada nuestra adoración, mayor debe ser nues­tro cuidado en este renglón.
¿Son palabras duras? Bien pueden serlo. Sin embargo, su resultado final es la comunión con nuestro Padre y una conciencia limpia hacia nuestro herma­no.

Contendor por la Fe,  Nº 241-242

ADORACIÓN FALSA

Levítico 10: 1-11.

         Al meditar sobre las ordenanzas del ritual Mosaico, una cosa en particular golpea la mente, a saber, la manera notablemente celosa en que Dios se cercó a Su alrededor para evitar la proximidad del hombre como tal. Es saludable para el alma ponderar esto. Nosotros estamos en gran peligro de admitir en nuestras mentes un elemento de familiaridad profana cuando pensamos en Dios, que el diablo puede utilizar de una manera muy perniciosa y para un fin muy malvado.
         Es un principio fundamental de la verdad, que en la proporción en que Dios es exaltado y reverenciado en nuestros pensamientos, nuestro andar a través de la vida será moldeado de acuerdo con lo que Él ama y manda; en otras palabras, hay un fuerte vínculo moral entre nuestra estimación de Dios y nuestra conducta moral. Si nuestros pensamientos de Dios son bajos, baja será nuestra norma de andar cristiano; si son altos, el resultado será en conformidad. De este modo, cuando Israel, al pie del monte Horeb, "cambiaron su gloria por la imagen de un buey que come hierba" (Salmo 106:20), las palabras del Señor fueron, "tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido." (Éxodo 32:7). Tengan presente esas palabras, "se ha corrompido." Ellos no pudieron hacer otra cosa, cuando sus pensamientos de la dignidad y majestad de Dios cayeron tan bajo como para imaginar, por un momento, que Él era parecido a "un buey que come hierba."
         Similar es la enseñanza de Romanos 1. Allí el apóstol nos muestra que la razón de todas las abominaciones de las naciones Gentiles debe buscarse en el hecho de que "cuando conocieron a Dios, no le glorificaron como a Dios" (Romanos 1:21); ellos se corrompieron. Este es un principio que posee una vasta influencia práctica. Si nosotros intentamos rebajar a Dios, tenemos necesariamente que rebajarnos nosotros mismos; y aquí se nos proporciona una llave por medio de la cual podemos interpretar toda religión. Existe un vínculo inseparable entre el carácter del dios de cualquier religión y el carácter de sus devotos, y Jehová le estaba recordando constantemente a Su pueblo el hecho de que la conducta de ellos tenía que ser la consecuencia de lo que Él era. "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto", etc. (Éxodo 20:2), "seréis, pues, santos, porque yo soy santo." (Levítico 11:45). Y exactamente similar es la palabra del Espíritu para nosotros: "todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro." (1 Juan 3:3).
         Este principio, yo pienso, nos lleva muy por encima de los puntos de vista meramente sistemáticos de la verdad; no es en absoluto un asunto de mera doctrina. No; él nos lleva de inmediato a los profundos rincones del alma, para ponderar allí, como estando bajo el ojo penetrante, celoso, de Aquel que es Tres veces Santo, la estimación que nosotros, como individuos, nos estamos formando diariamente y continuamente de Él. Yo siento que no podemos rehusar impunemente prestar atención seriamente a este importante punto de la verdad; se hallará que contiene mucho del secreto de nuestro débil andar y de nuestro lamentable amortecimiento. Dios no es exaltado en nuestros pensamientos; Él no tiene el lugar supremo en nuestros afectos; en lo que respecta a la mayoría de nosotros, el 'yo', el mundo, nuestra familia, nuestros empleos diarios, han derribado a nuestro Dios clemente del trono de nuestros afectos, y han privado a Uno que murió para salvarnos, del homenaje comprado por sangre que debe proceder de nuestros corazones. Siendo este el caso, ¿podemos esperar florecer? ¡Ah! no; el labrador que entrega su tiempo y sus pensamientos a otra cosa durante el tiempo de la primavera, en vano buscará una cosecha dorada; él segará torbellino (Oseas 8:7), como mucho lo están haciendo ahora.
         Los primeros versículos de este capítulo proporcionan una ilustración verdaderamente aterradora de la justicia inflexible y abrasadora de Dios; ellos suenan en nuestros oídos como con una voz de trueno. "Yo soy Jehová tu Dios; Dios celoso." (Éxodo 20:5). Nadab y Abiú, como si fuera el día anterior, estuvieron delante del Señor, - vestidos con sus vestiduras de honra y hermosura, lavadas en la sangre, hechos cercanos a Dios, hechos Sus sacerdotes, habían pasado a través de todas las ceremonias solemnes de investidura de su cargo sacerdotal. Sí, todo esto ocurrió nada más que el día anterior, y hoy ellos son consumidos por el fuego de Jehová, y se les ve caer de su alta elevación - un espectáculo para los hombres y los ángeles del hecho de que mientras mayor es el privilegio, mayor es la responsabilidad, y mayor, también, el juicio si no se cumple plenamente con esa responsabilidad.
         Nosotros podríamos preguntar, ¿cuál fue su pecado? ¿Fue un homicidio? ¿Mancharon ellos las cortinas del tabernáculo con sangre humana? ¿O fue algún otro pecado abominable, del cual el sentido moral huye? No; fue un pecado con el cual el bendito Dios es afligido por multitudes de profesantes en este momento - fue ¡adoración falsa! "Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó." (Levítico 10:1). "Fuego extraño." Aquí estaba el pecado de ellos. Vemos aquí a hombres aparentemente dedicados a preparar la adoración a Dios; allí está el fuego, el incienso, y el sacerdote, y, observen, ellos no eran sacerdotes falsos y espurios, sino hijos verdaderos de Aarón. miembros de una casa sacerdotal realmente separada, vestidos con las vestiduras sacerdotales divinamente designadas; con todo, sin embargo, heridos de muerte, ¿y por quién? ¡Por Aquel que nosotros llamamos Dios y Padre nuestro! ¡Cuán terriblemente solemne! Sí, y el hecho recibe una solemnidad aumentada en nuestra opinión, cuando recordamos que el fuego que consumió a estos falsos adoradores vino desde encima del "propiciatorio." Este fuego no vino desde la cima del Monte Sinaí, sino "de la presencia de Jehová" (Levítico 10:2 - VM), quien moraba "sobre el propiciatorio... entre los dos querubines." (Éxodo 25:22). No se puede jugar con Dios. Incluso desde el trono de la gracia vendrá el fuego, para dejar postrados a quienes vienen delante de él en cualquier otra forma que no sea la forma divinamente designada. Ellos "murieron delante de Jehová." ¡Terrible anuncio! "¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado." (Apocalipsis 15:4).
         Preguntemos, entonces, qué fue el "fuego extraño" que hizo descender semejante juicio terrible sobre esos sacerdotes, y, para determinar esto más claramente, sólo es necesario que volvamos nuestra atención por un momento a la adoración verdadera y a los elementos que la componían, en el capítulo 16 de este libro. Encontramos los elementos de la adoración verdadera puestos ante nosotros en la siguientes palabras: "tomará un incensario lleno de brasas de fuego de sobre el altar que está delante de Jehová; tomará también sus dos puños llenos de incienso aromático, bien molido, y lo traerá adentro del velo; y pondrá el incienso sobre el fuego, delante de Jehová, para que la nube del incienso cubra el Propiciatorio que está sobre el Arca del Testimonio, para que él no muera." (Levítico 16: 12, 13 - VM). Vemos aquí que los elementos que compo-nían la adoración verdadera eran dos, a saber, fuego puro e incienso puro. Debe ser fuego encendido recién tomado del altar de Dios, donde era alimentado perpetuamente mediante el sacrificio de la propia designación de Dios. La doctrina de esto es muy evidente. Sobre el altar de Dios se ve, día y noche, un fuego ardiendo, expresando, en la perspectiva de la fe, la inflexible santidad de la naturaleza Divina alimentándose en el sacrificio de Cristo.
         De nuevo, el incienso debe ser puro, pues "No ofreceréis sobre él incienso extraño" (Éxodo 30: 7-9); es decir, debe ser aquello en lo que Dios se pueda deleitar, y de Su propia designación, no lo que es conforme a nuestros propios pensamientos, pues era solamente incienso puro el que podía ofrecer un material adecuado como alimento del fuego puro ardiendo tomado del altar. De esta manera, nuestra adoración, para ser pura, debe poseer estas dos cualidades: Cristo constituye el material de ella, y el Espíritu solo debe encender la llama. Esto es adoración verdadera. Cuando nuestras almas son realmente felices en la contemplación de Cristo y Su preciosa expiación, conducidos a esa contemplación por el Espíritu Santo, sólo entonces somos capaces de adorar "en espíritu y en verdad." (Juan 4:24). "Mientras meditaba, se encendió el fuego." (Salmo 39:3 - LBLA). Mientras nuestras almas meditan acerca de Jesús, nuestro incensario hace subir su nube de incienso aceptable sobre el propiciatorio. "Dios es espíritu; y es necesario que los que le adoran, le adoren en espíritu y en verdad." (Juan 4:24 - RVA).
         Ahora bien, la adoración falsa es exactamente lo opuesto a todo esto. ¿Qué es esta adoración falsa? Ella está compuesta por una variedad de elementos, pensamientos carnales, sentimientos animales, incitados por cosas externas, por un ceremonial impuesto, por rituales placenteros, por una sombría luz religiosa, por música agradable, por pompa y circunstancia. Estos son los elementos de la adoración falsa, y se oponen a la sencilla adoración del santuario interior, el "carbón encendido", y el "incienso puro." Y al considerar la Cristiandad en este momento, ¿no vemos numerosos altares humeando con este fuego impuro e incienso impuro? ¿No vemos los más profanos materiales consumidos sobre muchos incensarios, y el humo que sale de ellos subiendo como un insulto más bien que como olor grato para Dios? Verdaderamente sí lo vemos,  es necesario que nosotros cuidemos bien la condición de nuestros corazones, para que no seamos llevados a ese mismo mal, pues podemos estar seguros que nadie que juegue con Dios de este modo escapará con impunidad.
         Observemos ahora el efecto de esto sobre Aarón. "Entonces Moisés dijo a Aarón: Esto es lo que habló Jehovah diciendo: "Me he de mostrar como santo en los que se acercan a mí, y he de ser glorificado en presencia de todo el pueblo." Y Aarón calló. (Levítico 10:3 - RVA). "Enmudecí, no abrí mi boca, Porque  lo hiciste." (Salmo 39:9). Aarón vio la mano de Dios en esta escena solemne delante de él, y permaneció en silencio; no se le escapa ni un solo murmullo; 'es Jehová', y, 'Él se mostrará como santo en los que se acercan a Él.' "Dios es temible en la gran asamblea de los santos; formidable sobre todos cuantos están a su alrededor." (Salmo 89:7 - RVA). Hay algo inefablemente grande y horrible en esta escena; Aarón está en silencio solemne delante de Dios; sus dos hijos vivos a un lado, y sus dos hijos muertos al otro. ¡Qué ejemplo de la inflexible justicia de Dios! Los cuerpos de estos dos hombres fueron, como aparece, quemados por fuego, pero sus vestiduras sacerdotales estaban intactas, pues Moisés les dijo a sus primos que se acercaran y los sacaran; y "alzándolos como estaban, con sus túnicas puestas, los sacaron fuera del campamento." (Levítico 10:5 - VM). Aprendemos aquí una lección solemne: nosotros podemos, por medio de la desobediencia, rebajarnos a una condición tal que no quedará nada más que la forma exterior, como se ve en las "túnicas" de los hijos de Aarón. Si alguno hubiese mirado bajo estas túnicas, ¡él solamente habría visto los cuerpos destruidos de los dos sacerdotes! La esencia, la realidad, ya no estaba; nada quedó sino la envoltura exterior: tal es una "apariencia de piedad" sin el poder (o la eficacia de ella) (2 Timoteo 3:5), tener nombre como de quien vive, pero estar muerto. (Apocalipsis 3:1).
          Señor, ¡guárdanos muy solemnes y vigilantes, porque nosotros no conocemos nada de nuestras alarmantes capacidades para el mal hasta que somos llevados a circunstancias en que ellas se desarrollan! Nosotros podemos retener la apariencia exterior de sacerdotes, la fraseología de adoración, el conocimiento del mobiliario de la casa de Dios, y, después de todo, ¡estar vacíos de piadosa realidad y de poder piadoso en nuestras almas! ¡Oh, lector, que nuestra adoración sea pura, que nuestros corazones sean sencillos en cuanto al objeto de ellos, tengamos el incienso y el fuego puros, y recordemos siempre que 'Dios es temible en la gran asamblea de Sus santos.' Observaría aquí que, al considerar a Aarón y sus dos hijos estando ante los cuerpos muertos, nos recordamos forzosamente del último capítulo de Isaías, un capítulo verdaderamente solemne: "Y saldrán, y mirarán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; cuyo gusano no morirá, y su fuego nunca se apagará; y serán un objeto de horror para toda carne." (Isaías 66:24 - VM).
          Pero nosotros somos llamados ahora a contemplar el principio de verdad más hermoso en el pasaje entero. "Dijo también Moisés a Aarón y a sus hijos, Eleazar e Itamar: No descubráis vuestras cabezas, ni rasguéis vuestras vestiduras, no sea que muráis, y estalle la ira contra toda la Congregación: mas vuestros hermanos y toda la casa de Israel lamenten el incendio que ha hecho Jehová. Y no salgáis de la entrada del Tabernáculo de Reunión, no sea que muráis; porque el aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros. Y ellos hicieron conforme a la palabra de Moisés." (Levítico 10: 6, 7 - VM). Cuando uno entra en el cargo del sacerdocio, uno es sacado de la región de influencia de la naturaleza, y ya no debe ceder a sus demandas. Esto es ejemplificado por Aarón. Los lazos naturales habían sido interrumpidos violentamente. Se había formado un melancólico vacío en sus afectos, con todo, él no debe ser influenciado en lo más mínimo por todo lo que había sucedido delante de él; ¿y, por qué? Porque "el aceite de la unción de Jehová" estaba sobre él. Ciertamente esta es una lección práctica para nosotros. ¿Por qué la naturaleza tiene tanto poder sobre nosotros? ¿Por qué las circunstancias y conexiones terrenales tienen tanta influencia sobre nosotros? ¿Por qué somos tan afectados por las cosas que están pasando a nuestro alrededor, por las vicisitudes de esta escena terrenal? ¿Por qué las meras demandas y los meros lazos de la naturaleza influyen tan inmoderadamente en nosotros? Porque no  permanecemos como debemos en el tabernáculo, con "el aceite de la unción de Jehová" sobre nosotros. Aquí está la causa real de todo el fracaso. No tomar conciencia de nuestro lugar sacerdotal, de nuestra dignidad sacerdotal, de nuestros privilegios sacerdotales. De ahí que nos dejemos llevar tanto por las cosas presentes, y que se nos haga descender de nuestra alta elevación como "reyes y sacerdotes para Dios." (Apocalipsis 1:6).
         Entonces, que nosotros podamos ser estimulados por este pasaje, por este solemne pasaje de la Palabra, ¡para buscar más y más la santa elevación de mente expresada en las palabras, "No descubráis vuestras cabezas." (Levítico 10:6) ¡Que podamos entrar más profundamente en el pensamiento de Dios acerca de las cosas presentes, y en nuestro propio lugar en eso! ¡Dios lo conceda, por amor de Su Hijo amado!

Traducido del Inglés por B.R.C.O.

Teología Propia

Manifestaciones de Dios  (ver Números 12:8)




            Ahora debemos encarar otro tema en relación a la  Doctrina acerca de Dios, que tiene relación con la forma de manifestarse a los hombres. 

Dios no puede verse.
            Inmediatamente surge la siguiente pregunta: siendo Dios en su verdadera esencia Espíritu, ¿cómo es posible esto? Si Dios no puede ser visto de los hombres, ¿cómo se puede manifestar? Antes de responder esta pregunta, no podemos dejar de resaltar que Moisés tuvo la osa-día de querer ver la gloria de Dios. Moisés era un hombre el cual era usado como ejemplo por el mismo Señor (cf. Número 12:7), no había en su tiempo otro como él, y había encontrado gracia porque que estaba en plena comunión con Dios (cf. Éxodo 33:11): había estado cuarenta días recibiendo todo lo concerniente a la Ley, después había estado otro tanto para la renovación del pacto. Le pidió: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Éxodo 33:18).  La respuesta de parte de Dios fue negativa para la forma que deseaba Moisés, pero no obstante se iba a manifestar de igual modo, y dejó en claro cuales serían los términos de la visión: ”Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro,  y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti;  y tendré misericordia del que tendré misericordia,  y seré clemente para con el que seré clemente” (Éxodo 33:19), y sentencia: “No podrás ver mi rostro;  porque no me verá hombre,  y vivirá” (Éxodo 33:20). Moisés cuando vio lo que Dios le manifestó de Él, lo único que pudo hacer fue adorarle (Éxodo 34.8); y como resultado de esa comunión, Moisés, después de los cuarenta días, bajó y su rostro resplandecía (Éxodo 34:30), de modo que un poco de la gloria de Dios había quedado en Moisés.
            Entonces, si ningún ser humano puede ver el rostro de Dios,  ¿qué significan las siguientes aseveraciones que nos dice la Biblia? “…hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero…” (Éxodo. 33:11);  “Y subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, y setenta de los ancianos de Israel; y vieron al Dios de Israel" (Éxodo. 24:9, 10). “Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová.…” (Números 12:8a).   
            Ya hemos aprendido que en las Escrituras no existe ninguna expresión errónea ni contradicción alguna. Por tanto, si en un lado nos indica que nadie le puede ver y vivir, entonces debemos entender que cuando indica que hablaba con Moisés cara a cara  o que vieron a Dios son sólo expresiones o figuras retóricas que se utilizan para dar a entender en forma gráfica situaciones que no se po-drían explicar de otra forma. ¿Cómo po-dríamos expresar que se estuvo con Dios, que es un Espíritu y este no tiene una forma definida?  Un ejemplo de lo anterior, del uso de expresiones gráficas para dar a entender un hecho, lo encontramos en algunas de las expresiones de Pablo cuando escribía a los colosenses decía que el evangelio había llegado a todo el mundo “a todo el mundo” (Colosenses 1:6).  ¿Cómo puede ser esto? En  la época de Pablo  faltaban muchos lugares donde predicar el evangelio. Lo que Pablo usa es una expresión para indicar que el Evangelio se había propagado por muchos lugares y es muy posible que alguna persona de todos los lugares conocido para la época hubiera escuchado el evangelio (Hechos 2). 

Puede manifestarse en forma visible.
            Dios se ha manifestado en forma visible en reiteradas ocasiones cuando ha tenido que personalmente entregar un mensaje. Como sabemos ya, el hombre no podría haber visto a Dios; por lo tanto, Dios se manifestó a si mismo en formas desde las cuales Él habló.
            Podemos revisar algunos ejemplos que hablan como Dios mismo realizó  una manifestación personal, usando la figura humana. Leamos en Génesis 18:1-3: “Después le apareció Jehová en el encinar de Mamre,  estando él sentado a la puerta de su tienda en el calor del día. Y alzó sus ojos y miró,  y he aquí tres varones que estaban junto a él;  y cuando los vio,  salió corriendo de la puerta de su tienda a recibirlos,  y se postró en tierra, y dijo: Señor,  si ahora he hallado gracia en tus ojos,  te ruego que no pases de tu siervo.” Había reconocido que uno de los tres varones no era un hombre común, sino Dios mismo, porque se humilló en tierra. Dios mismo se había manifestado en un hombre.
            Otra de las formas que Dios usó para dar un mensaje, fue la forma de un ángel en medio de la zarza ardiente: “Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí.” (Éxodo. 3:4).
            Otra forma fue mediante la columna de nubes y la columna de fuego: “Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de noche.” (Éxodo. 13:21).
            Incluso el mismo El Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad,  puede manifestarse a si mismo en una forma visible. “También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él.” (Juan 1:32).

Figuras.
            En la Escritura existe una pregunta: “¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo” (Isaías 40:25).  ¿A qué podemos hacerlo semejante? La respuesta a la pregunta es simple: ¡A nada! Lo volvemos a repetir: ¡A  NADA! Pero debemos de alguna forma graficarlo para poder comprender su mensaje, de modo que el Espíritu Santo inspiró a los escritores a utilizar figuras para  representar ciertos hechos
            Dios se ha manifestado a si mismo en varias formas; entre las cuales están las siguientes:

a)     Figuras Zoomórficas o figuras de animales.
            Son figuras literarias y se utilizan  para expresar una acción, sentimiento o protección de parte de Dios hacia nosotros. Es de especial importancia tomarlas como tal, ya que de lo contrario estaríamos cambiando el sentido del texto y provocando una interpretación errónea de lo que el Espíritu Santo quiso decir con lo expuesto con las figuras literarias.
            Revisemos algunos textos que hablan de la protección de Dios hacia los suyos:
·         Vosotros visteis lo que hice a los egipcios,  y cómo os tomé sobre alas de águilas,  y os he traído a mí. (Éxodo 19:4)
·         Jehová recompense tu obra,  y tu remuneración sea cumplida de parte de Jehová Dios de Israel,  bajo cuyas alas has venido a refugiarte. (Rut 2:12)
·         Porque has sido mi socorro,  Y así en la sombra de tus alas me regocijaré. (Salmos 63:7)
·         Con sus plumas te cubrirá,   Y debajo de sus alas estarás seguro;   Escudo y adarga es su verdad. (Salmos 91:4)
            También  se utilizan estas expresiones para mostrar un deseo intenso como lo manifestó nuestro Señor Jesucristo cuando dijo tan hermosas y sentidas palabras sobre Jerusalén: “¡Jerusalén,  Jerusalén,  que matas a los profetas,  y apedreas a los que te son enviados!  ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos,  como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas,  y no quisiste!” (Mateo 23:37)

b)    En forma de figuras humanas (Antropomórficas).
            Las figuras gramaticales referentes a Dios en términos humanos no proveen datos contrarios  a la doctrina de que Dios es un Espíritu incorpóreo. Es obvio que estas referencias a miembros corporales deben entenderse metafóricamente.  Siempre que leamos en estos textos se debe entender que es una forma gráfica para que nuestras mentes entiendan de una forma  simple el mensaje de Dios.
·         la «mano» de Dios (Éxodo 3.20),
·         su «brazo» (Éxodo 6.6; Deuteronomio 4.34; 5.15)
·         a su «oído» (Isaías 37.17; 59.1; Sal 11.4; Zacarías 4.10)
·         “corazón” (Génesis 6:6)
·         ¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano y los cielos con su palmo,  con tres dedos juntó el polvo de la tierra,  y pesó los montes con balanza y con pesas los collados? (Isaías 40:12)

c)     Otras Figuras
            De la misma manera las referencias al «venir» o «ir» de Dios a un lugar específico son metáforas, y el significado literal es que Dios manifiesta su presencia en ciertos tiempos y lugares. (Isaías 64.1, 2). En forma similar, cuando leemos con referencia a la torre de Babel, «y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hombres» (Génesis 11.5), tenemos una expresión metafórica. Tomar estas palabras en otro sentido violaría el contexto.
            Consideremos otros textos como ejemplo:
·         “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto.” (Gen. 3:8);
·         “Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido.” (Gen. 12:7).
·         Ver también Génesis 16:7, 10, 13; Éxodo 24:9-11; Génesis 18:1-16; Jueces 13:22, 23; Génesis 32:24-30.

El Ángel de Jehová.
            El Ángel de Jehová en un personaje destacado en el A.T., ya que cumplía las órdenes de Dios. Todos los que lo conocieron o estuvieron con él en alguna situación lo identificaron como Jehová (Génesis 16:13, Jueces 13:22, Zacarías 3:1-2). La mayoría de los estudiosos de la Biblia creen que el Ángel de Jehová no es otro sino el Señor Jesucristo[1].
            Veamos algunos versículos acerca de él.
·         “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, Y los defiende.” (Sal. 34:7);
·         “Además le dijo el ángel de Jehová: He aquí que has concebido, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Ismael, porque Jehová ha oído tu aflicción.” (Gen. 16:11).

En la Persona de Jesucristo.
            La plena revelación de si mismo   lo ha hecho a través de la persona de su Hijo Jesucristo. Esto lo sabemos porque el mismo Señor Jesucristo dijo respecto de la unidad que existe con el Padre: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30).
            Dios no escoge hoy manifestarse a si mismo en una nube como lo hizo en el Sinaí o como el Ángel de Jehová, sino más bien en forma humana, semejante a nosotros. Ya no hay figuras para representar lo que Dios quería mostrar o enseñar, sino que él mismo ahora es representado  por el  Señor Jesucristo (cf. Col 2:17).
            Revisemos algunos versículos relacionados con este tema:

·         “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.” Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:1, 14).
·         “Dios fue manifestado en carne…” (1 Timoteo 3:16)
·         “…el cual [el Señor Jesucristo],  siendo el resplandor de su gloria,  y la imagen misma de su sustancia…” (Hebreos 1:3).


[1] En un estudio próximo veremos con más detalle esta afirmación.