domingo, 1 de febrero de 2015

Pensamiento

En todas las pruebas y sufrimientos en las que podamos encontrarnos, es imposible dudar de la bon­dad de Aquel que ha querido tomar nuestro lugar en el juicio ; si lo pensamos, eso pone una barrera infran­queable ante todo sentimiento indigno de nuestra parte hacia Él, quien nos demostró un amor tan grande. Los designios de Dios para con nosotros no pueden tener otra fuente más que su amor revelado en Jesucristo nuestro Señor.

J. Foulquier

LOS PECADOS DESPUÉS DE LA CONVERSIÓN

"Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo" (Juan 13:8).
"Porque echaste tras tus espaldas todos mis peca­dos" (Isaías 38: 17).
Encontramos muchos auténticos cristianos ator­mentados por pecados que cometen después de su con­versión. Nosotros deseamos recordarles que Jesús ha hecho la propiciación por las faltas de todos aquellos que creen en Él, y tal es su posición inquebrantable. "Jesucristo... nos amó, y nos lavó de nuestros peca­dos con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos" (Apocalipsis 1: 5-6). "Cristo... se ha sentado a la diestra de Dios...; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados" (Hebreos 10:12-14). Si Él tomó lugar en la gloria, es porque terminó la obra que el Padre le había dado que hacer, la cual ha sido plenamente admitida (Juan 17: 4-5). Así el Dios santo puede decir: "Nunca más me acordaré de sus pecados" (Hebreos 10: 17-18).
Una vez puestos en la luz divina, "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Juan 1: 7), tanto de aquellos cometidos antes de nuestra con­versión como de los que lo han sido después de ella.
Sin embargo, si bien las faltas cometidas después que conocimos a Jesús como Salvador no alteran nues­tra posición de rescatados, atentan gravemente contra nuestra comunión con el Padre y con el Señor Jesús (1 Juan 1: 3-4). Al hablar de manchas en el andar prác­tico, Jesús dice a los discípulos que todos (a excepción del hipócrita Judas) están enteramente limpios, con tal que el Maestro les lave los pies, ya que "si no te lavare —le dice a Pedro— no tendrás parte conmigo". Los creyentes deben tener una conciencia delicada, so pena de perder por un tiempo, como David, el gozo de su sal­vación (Salmo 51: 12; véase v. 1-10).
Después de la humillación, el recurso es, para el cristiano, Jesús en su oficio de abogado ante el Padre (1 Juan 2: 1-2).

¿Por Mérito o fe?

"Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios", Romanos 10:17.
La carta del apóstol Pablo a los Ro­manos demuestra el estado de culpabi­lidad ante Dios en que se halla toda la hu­manidad. Pero hay una nota halagüeña en el capítulo 10, de donde sacamos el tex­to. Un mensaje de salvación ha sido pro­clamado. Cuando escribió su carta a los Corintios el apóstol dijo a ellos: "Agradó a Dios salvar a los creyentes por la locu­ra de la predicación", 1 Cor. 1:21. No dice que el mensaje es locura, sino a los hombres el método empleado por Dios, les parece locura. Además en Romanos 10:16 el mismo Apóstol escribe: "Mas no todos obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?" Por naturaleza hay un corazón de incredulidad en la raza huma­na. Es la obra de Dios y del Espí­ritu Santo que nos hace creer y aceptar la Palabra de Dios para la salvación de nuestra alma. Es un punto de suma im­portancia que Dios trata a cada uno como el individuo único y menesteroso de la salvación ofrecida. Tenemos el libre albedrío de recibir el evangelio de Cristo, o de rehusarlo. La verdad está presentada por el predicador y el individuo tiene que hacer caso al mensaje. Dios no fuerza a nadie. Es muy evidente que el mensaje de los previos capítulos indica que la sal­vación no viene por mérito de las obras humanas. En palabras claras y termi­nantes el apóstol escribe en capítulo 4:4-5, "Pero al que obra, no se le cuenta el sa­lario como gracia, sino como deuda; más al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío (es decir el culpable), su fe le es contada por justicia". Lo que le falta al hombre por naturaleza le es conferido por la inmerecida gracia de Dios. La misma verdad es confirmada en la carta a los Efesios, 2:8-9. "Por­que por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe".
Acepte este veredicto de Dios, y acuda a Cristo, recibiendo la salvación de su alma.
Contendor por la fe,  Nº 109-110, 1971.

EL INTERES DE CINCO SEÑORITAS

Las hijas de Zelofehad ocupan un lugar honroso y singular en las Sagradas Escrituras, ya que en cuatro citas se especifica los cinco nombres. Su afán de conseguir una herencia en la tierra prometida no sólo fue loado sino que causó que Moisés pusiera el asunto delante de Dios, y dio por resultado un mandamiento especial que sería aplicable a generaciones venideras también.
Su padre era tataranieto de Manasés, hijo de José. Las hijas hablan de él en Números 27:3: “Nuestro padre murió en el desierto; y él no estuvo en la compañía de los que se juntaron contra Jehová en el grupo de Coré, sino que en su propio pecado murió, y no tuvo hijos.” El lenguaje da a pensar que el hecho que haya muerto sin dejar hijo varón se debió a alguna desaprobación de parte de Dios. Algunos entienden el comentario simplemente en el sentido que él no tuvo nada que ver con la rebelión de Números 16 y falleció en el transcurso normal de los eventos. 
De todos modos, las hijas estaban conscientes de que se estaba realizando un censo que aparentemente sería definitivo, y ellas querían su porción en la tierra prometida por delante. ¿Por qué horrar el nombre de la familia sólo porque el padre murió sin hijo varón? ¿No habría nada para ellas, por ser hembras?
Este anhelo no nació de codicia sino de fe. Ellas estaban manifestando de hecho que confiaban en que Israel iba a llegar a Canaán, y que esa tierra que fluía de leche y miel sería dividida en parcelas tal como Jehová había establecido. También, el no tener herencia les apartaría de cierto modo dentro de su tribu. Esas señoritas querían su posesión de Dios.
Ellas querían su herencia dentro de la tierra, la mitad de la tribu suya, de Manases, iba a conformarse con quedarse al otro lado del río de la tierra dada a Israel. Esto leemos en Números 32 y en otras partes como Josué 1:14. Las dos tribus y media eran como Lot siglos antes, vieron una buena tierra y, aun cuando no les convenía, la querían porque parecía que prosperarían allí.
Ellas, entonces, formularon su petición (Números 27:4): “Danos heredad entre los hermanos de nuestro padre.” Jehová aprobó la fe detrás de la solicitud, y la concedió. Es más: El estableció que las hijas recibirían su herencia con los hijos.
Poco después, 36:6, otros miembros de la familia se dieron cuenta de que si una mujer se casara con un hombre fuera de la tribu, la herencia que correspondía a ésa pasaría fuera de la tribu. Esto fue puesto delante de Jehová, y estas señoritas tuvieron el alto honor de recibir dé Dios el mandamiento de casarse con quien mejor les pareciera, pero sólo dentro de su propia tribu. Así fue que ellas contrajeron matrimonio con sus primos hermanos.
No fue gran tiempo después, cuando Canaán había sido conquistado y se estaba repartiendo la tierra entre familias, que las cinco hijas de Zelofehad se presentaron de nuevo; Josué 17:3. Ellas hicieron a Josué recordar la promesa recibida de Dios, y pidieron que esa voluntad fuese ejecutada. Su tribu había pedido y recibido su herencia fuera de Canaán, y parece que ellas fueron incluidas en ese reparto. Ahora reciben una herencia dentro de la tierra prometida. Leyendo Josué 17:5,6, uno entiende que toda la sección correspondiente a Manasés en Canaán fue dividida entre éstas.
¡Qué honor el suyo! Sus parientes habían pensado tan sólo en las tierras fértiles al otro lado del Jordán, pero estas damas tenían su interés en lo que Dios había establecido para su pueblo: “tierra de la cual Jehová tu Dios cuida; siempre están sobre ella los ojos de Jehová tu Dios, desde el principio del año hasta el fin,” Deuteronomio 11:12.
Siete siglos después el rey de Asiria invadió el país y llevó cautivos a todos los que estaban al este del Jordán, incluyendo la media tribu de Manasés. (La historia está en 2 Reyes 17, donde habla de “las- ciudades de Samaria.”) Pero, los descendientes de las hijas de Zelofahed, estando al oeste del río, dentro de la tierra que les correspondía, se quedaron en paz unos pocos siglos más. 
¿No podemos encontrar lecciones espirituales en esta historia de tiempos antiguos?
Si la tierra prometida sugiere al Señor Jesucristo, el reposo ofrecido por Dios, podemos decir que nosotros como creyentes perderemos si nos conformamos con algo menos que Cristo mismo. Si permitimos que la vista de nuestros ojos oscurezca la visión de nuestro corazón; si ponemos las cosas de ahora delante de las cosas de la eternidad; si estimamos al mundo más que a Cristo; si adoramos al altar del éxito mundano — entonces seremos esclavizados por nuestro enemigo perenne, el diablo, por salvos que seamos. Puede que los eslabones sean dorados, pero no por eso dejan de formar cadena, y cadena que nos llevará a una provincia apartada del Señor, sin fruto y sólo para producir esterilidad y después remordimiento por los años perdidos.
Podemos emplear esta historia también como ilustración de que el creyente debe casarse sólo “dentro de su propia tribu,” a saber, sólo en el Señor. Estas cinco no podían salir fuera de Manasés, ni puede el creyente casarse con inconverso, ya que sería lo que la Biblia llama un yugo desigual. La advertencia fue que si ellas se casaran fuera de la tribu, perderían lo que poseían. ¿Y no es un hecho, evidente a lo largo de siglos, que cualquier yugo entre creyentes y no creyentes (y dijimos cualquier yugo, no sólo el matrimonio) siempre resulta en pérdida espiritual para el cristiano? Así, el apóstol nos da un campo tan amplio como la escogencia permitida a las hijas de Zelofehad. Para ellas fue: “Cásense como a ellas les plazca, pero en la familia de la tribu de su padre,” Números 36:6. Y para el creyente: “Libre es para casarse con quien quiera, con tal que sea en el Señor,” 1 Corintios 7:39.
Y, finalmente, estas mujeres fueron persistentes. Una y otra vez se presentaron, hasta recibir todo lo que anhelaban. En muchas partes la Palabra de Dios nos exhorta a llevar nuestras peticiones a Dios, y a valernos del tirador de campana del trono de la gracia hasta recibir la respuesta que Dios quiera dar. Si la respuesta se tarda, es porque así conviene para nosotros.
Sepamos nosotros imitar a estas damas tan nobles, interesándonos en lo que Dios ha establecido como para su gloria y nuestro bien.
         Londres, Inglaterra The Witness, septiembre 1941

Tomado de Bet El, N° 45, 1985

¿Qué Opinas de Cristo?

Pilatos, ¿cuál es tu opinión de Cris­to?
—"Ningún delito hallo en este hombre" (Lucas 23:4).
Y  tú, Judas, que vendiste a tu Maes­tro por unas monedas de plata, ¿qué acusación le lanzas?
—"Yo he pecado entregando san­gre inocente"(Mateo 27:4).
Y    tú, jefe Centurión, que has conducido el suplicio, ¿qué tienes que decir contra Él?
—"Verdaderamente éste era Hijo de Dios"(Mateo 27:54).
Ahora, oh Juan Bautista, dinos lo que tú opinas de Cristo. —"He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mun­do" (Juan 1:29).
¿Y tú, Juan Apóstol?
—"La sangre de Jesucristo, Su Hijo, nos limpia de todo pe­cado" (1 Juan 1:7).
Y   tú, oh Tomás, quien al principio dudaste, ¿quién es, según tu opi­nión?
—"¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28).
Pedro, ¿qué dices tú de tu Maes­tro?
—"Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente"(Mateo 16:16).
Pablo, tú que le perseguiste, ¿qué testimonio das de Él? —". . . Me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gálatas 2:20)
Y tú, Gabriel, que estás delante de Dios, ¿qué dijiste a la virgen María tocante al Señor Jesús?
—". . . Darás a luz un Hijo, y lla­marás Su nombre JESUS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin" (Lucas 1:31, 32).
Y  Dios Padre, Tú sabes todas las cosas; dinos en fin ¿quién es este Jesucristo?
—"Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd" (Mateo  17:5).


Estimado lector, habiendo leído todos estos versículos de la Palabra de Dios, ¿qué opinas tú de Cristo? ¿Puedes decir con Pablo, "Me amó y se entregó a sí mismo por mí"?

ARREBATADOS POR EL ESPOSO, VUELVEN CON EL REY (Parte I)

—Un estudio acerca de la esperanza del creyente—

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«... porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1 Tesalonicenses 1:9-10).
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Amado lector, ¿sabes que el Señor Jesucristo está a punto de volver; que Su regreso es inminente? Por doquier, millares de personas se preocupan por este hecho solemne, y están persuadidos de que algo grave debe acontecer pronto; aunque burladores y escarnecedores de los últimos tiempos repitan: «¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación» (1 Pedro 3:4), y que el siervo malo diga: «Mi Señor tarda en venir» (Mateo 24:48). Sin embargo, «El que ha de venir vendrá, y no tardará» (Hebreos 10:37); «Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis» (Mateo 24:44).
Estamos seguros de que existe, entre los que son del Señor, una creciente convicción —basada en la Palabra de Dios— de que Cristo volverá pronto para arrebatar a su amada Esposa (o sea, a todas las almas redimidas por Su preciosa sangre), y llevarla a la «casa del Padre», donde muchas moradas hay.
Lector, este asunto —de gran solemnidad por lo que implica— ¿es una viva realidad para ti? Si no es así, quiera el Espíritu Santo valerse de estas breves páginas para despertar tu alma, para sacudir tu indiferencia o tu sopor espiritual, no sea que viniendo el Señor de repente, ¡«os halle durmiendo»! (Marcos 13:36).
Quisiera tratar este tema bajo los siguientes puntos:

1.   La promesa del retorno de Jesucristo.
2.   La Persona que viene.
3.   El objeto de Su venida.
4.   La preparación para Su venida.

La promesa del retorno de Jesucristo
Tiempo hubo en que la venida del Mesías como «Varón de dolores» era todavía una profecía sin cumplir. Tras este vaticinio se fueron sucediendo las generaciones; surgían y desaparecían; el reino de Israel (las diez tribus) y más tarde el de Judá fueron destruidos, y sus habitantes diseminados o llevados en cautiverio. Sólo un residuo, unos pocos miembros de la tribu de Judá, volvieron de Babilonia; pero el Mesías prometido no había aparecido aún.
Vemos, cuatro siglos después, que la gran mayoría de los que regresaron de Babilonia se habían asentado confortablemente en Jerusalén, olvidándose casi por completo de Aquel que había de venir. De repente hubo una creciente agitación en la ciudad: unos extranjeros, recién llegados, divulgaban la asombrosa noticia de que el Rey de los judíos —prometido hace mucho tiempo— había finalmente nacido. Del palacio de Herodes, pasando por los sacerdotes del Templo, la noticia se propagó con rapidez entre el pueblo.
Pero, ¿cuál fue el resultado producido por semejante revelación? ¿un cántico, o clamor unánime de alabanzas a Dios por haber por fin cumplido Su palabra, enviando al Mesías tanto tiempo esperado? ¿Irradiaba de gozo cada rostro? ¿Se estremecía de alegría cada corazón? ¡Al contrario! El cuadro que se nos presenta es muy distinto: «El rey Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él» (Mateo 2:3). ¿Por qué? Si hubiesen conocido algo de las Escrituras tocante a la venida del Mesías, hubieran entendido el vaticinio del profeta Isaías: «He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio. Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de gran peñasco en tierra calurosa» (cap. 32:1-2).
Ahora bien, aunque había en la ciudad una ingente multitud de personas que se consideraban como «justas» ante Dios, muchos otros estaban convencidos de no estar listos para presentarse delante del Mesías, el Justo por excelencia; por consiguiente, lo que hubiera tenido que llenar el corazón de agradecimiento y de gozo resultaba ser motivo de espanto y de turbación. Sin embargo, preparados o no, Cristo había venido; había aparecido, no sólo como el Mesías de Israel, sino como el «Salvador del mundo», para revelar al Padre. Lo que aconteció después de este episodio es de sobra conocido: odiado y despreciado por los mismos que venía a salvar, el Hijo de Dios se encaminó al Calvario donde, clavado en el vil madero, murió por manos inicuas. Pero al tercer día resucitó.
Cuando Dios envió a su Hijo unigénito a este mundo, cumplió las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob. Por su parte, al condenar a Jesús, los judíos cumplieron las palabras de los profetas acerca de los sufrimientos del Salvador: «Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo, las cumplieron al condenarle … Y nosotros —prosigue el apóstol— también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús …» (Hechos 13:27, 32-34).
Poco antes de Su muerte, el Señor —Objeto de las promesas— dejó también una promesa. Tras haber salido el traidor del aposento alto, y rodeado de Sus discípulos, Cristo les muestra la terrible sombra de la cruz que iba alargándose sobre ellos. ¡Qué momento más solemne! Imaginemos el dolor reflejado en el rostro de los discípulos al inclinarse hacia el Maestro amado para escuchar Sus palabras de despedida: «No se turbe vuestro corazón, creéis en Dios, creed también en Mí». Es como si hubiera dicho: «Habéis creído en Dios sin haberle visto; ahora, cuando ya no me veréis, seguid teniendo igual confianza en Mí. Dios os hizo una promesa, anunciándola por boca de los profetas, y la cumplió fielmente al enviarme. Yo asimismo os hago una promesa, y tened confianza en que también la cumpliré.»
¿Cuál es, entonces, esta nueva promesa? Leyendo atentamente el Evangelio según Juan, cap. 14, la hallaremos entre los primeros versículos: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (vv. 2-3). No hay el menor motivo para suponer que la «venida» mencionada por el Señor en estos versículos aluda a la «muerte»; creerlo sería cometer la peor de las equivocaciones.
Tomemos un ejemplo para ilustrar la diferencia entre ambas cosas. Un padre amante y cariñoso lleva a su hijo a una ciudad lejana donde, por mucho tiempo, el joven tendrá que vivir solo. Al separarse, el padre comprende la lucha interna de su hijo para reprimir sus lágrimas, y le consuela diciendo: «Ten confianza, hijo mío, ahora tengo que dejarte, pero vendré el primer día de vacaciones y nos iremos juntos a casa.» ¿Cabe suponer que el joven haya tenido la menor duda acerca de la promesa hecha por su padre? Pues bien, del mismo modo, las palabras que el Señor dirigió a sus discípulos desconsolados no pueden prestarse a equivocación alguna. No dijo: «ahora voy al cielo, vosotros moriréis, y después de esto os reuniréis conmigo», sino: «vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo».
En cuanto a los creyentes que duermen en Cristo, la Escritura dice que se han ausentado del cuerpo para estar «presentes al Señor» (2 Corintios 5:8). Mientras que cuando se trata de la vuelta del Señor, en vez de «estar ausentes del cuerpo», o de «ser desnudados» de nuestra casa terrestre, leemos que seremos «transformados»; y en Filipenses 3:21, que el Señor «transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya». En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al sonar la última trompeta, los muertos en Cristo resucitarán primero, y los que vivimos seremos transformados. Vemos por lo tanto que la venida o regreso del Señor no debe confundirse con la muerte: es exactamente lo contrario de ella; es la aniquilación o abolición de todo cuanto ha hecho la muerte —desde que entró en este mundo— en los cuerpos de los que son hijos de Dios; será el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte, victoria que compartiremos todos los que somos suyos.

RIQUEZA VERDADERA

En el evangelio según Lucas, capí­tulo 12, el Señor Jesús relata la his­toria de un hombre rico cuyas posesio­nes materiales se habían aumentado y por eso, hizo planes para aumentar sus bodegas para guardarlas.
El Señor Jesucristo quiso enseñar que es posible ser rico en este mundo, pero pobre en el mundo por venir. La verdadera riqueza es poseer la vida eterna por medio de la fe en Jesús, el Salvador.
Hace años en un país escandinavo, un labrador trabajaba en la hacienda de un hombre rico. El labrador salió de su choza un día para tomar una taza de té bajo un frondoso árbol. Casualmente su patrón pasó por allí y lo vio cuando agachó la cabeza para dar gracias a Dios por su alimento.
"Ahí está otra vez Hans", dijo el patrón en son de burla, "agradeciendo a Dios". Por muchos años el patrón se había burlado de Hans, mas éste nunca respondió como el hombre lo mereciera.
Al ver que su comentario no provocó ninguna reacción, el patrón cambió de tono y preguntó solícitamente, "¿y cómo está la salud, Hans?" Ese día Hans no se sentía bien, pero en vez de quejar­se, se limitó a decir, "bien, pero pre­siento que el hombre más rico de la comarca va a morir dentro de poco".
El patrón se alejó, pero las pala­bras de Hans le asustaron. ¿Acaso no era él, el hombre más rico del valle?
Durante la noche, el patrón sintió un malestar estomacal y llamó al doctor. El médico le examinó y diagnosticó un problema digestivo. El patrón no quiso informar al doctor lo que realmente le tenía preocupado. Era el comentario de Hans.
El doctor se aprestaba para ir cuando se oyeron golpes en la puerta. Un campesino buscaba al doctor. "Doc­tor", dijo, "acaba de morir el anciano Hans de un ataque. ¿Podría venir Ud.?" Fue entonces que el patrón rico enten­dió que él no era el hombre más rico del valle', sino Hans, quien no poseía muchos bienes materiales, pero tenía la salvación de su alma, que era de más valor que todo bien material.
El hombre rico de la parábola en Lucas 12 pensaba que su vida duraría mucho tiempo y no se preocupó del por­venir. Ya que su negocio había prospe­rado, tomó consejo consigo mismo, di­ciendo: "Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años: repósate, come, bebe, regocíjate". Este hombre vivía para las cosas perecederas de la vida. No pensó en las cosas eternas. Se olvidó por completo de Dios y los re­clamos divinos sobre su vida. Fue por esto que Dios le dijo: "Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?" No sería de Él, pues no lo podría llevar consigo. Dios no se interesa por ello, pues no es pobre para que tenga que apoderarse de los bienes de los hom­bres. Y los bienes no sirven para con­seguir el beneplácito de Dios. Los bie­nes amontonados no sirven después de la muerte. Con la muerte termina su utili­dad para el que los haya adquirido. ¿No es una marca de cordura pues, preocu­parse de la eterna riqueza espiritual?
¡Cuántos nos rodean hoy día que se fijan en lo material y se olvidan com­pletamente de lo espiritual! Dios sí, "nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos", 1 Ti.6:17, pero también nos enseña cómo usarlas para nuestro bien y la gloria suya.
Muchos piensan que las cosas terre­nales son de mayor importancia que la salvación de su alma. Se contentan con tener su futuro asegurado, pero es un futuro aquí en el mundo, mientras nada tienen en el más allá.
La vida eterna es la verdadera ri­queza. La salvación del alma es un regalo espiritual que significa el perdón divino de los pecados y la re­cepción de una nueva vida por medio de la fe en Cristo Jesús, por cuya muerte se pagó la deuda de nuestro pecado, y por cuya resurrección se puede tener la esperanza de estar en la presencia de Dios para siempre jamás. La Biblia dice: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él". Juan 3:36.
Lector ¿en qué consiste tu riqueza?
Contendor por la fe, Julio – Agosto 1985, Nº 237-238

SANSON MURIO EN FE

(Sansón pudo comprobar que el Jehová inmutable es un verdadero auxilio en tribulación).

"Y el cabello de su cabeza comenzó a crecer, después que fue rapado" (Jueces 16:22).
Cuando los filisteos apagaron los ojos de Sansón es probable que usaran un hierro incandescente. Así como el deseo de sus ojos le había conducido al des­vío del Señor, el castigo afectó esa facultad de su vista. Pero también ve­mos la mano de Dios aquí, golpeando pa­ra sanar; por cuanto Sansón, .en su ce­guera debía haberse visto de otra for­ma, dándose cuenta cuán reprensible su conducta había sido. Al laborar trabajosamente en la cárcel de Gaza, le sobraba tiempo para pensar en su vida an­terior, para recordarse de su necedad y pecado y (en las palabras de Lam.3:40), escudriñar sus caminos, buscar y volver al Señor. Con el descubrimiento que su cabello volvía a crecer, brotaría tam­bién la esperanza dentro de todo su ser. Si el cabello se restauraba, quizá también su persona, y aún podría hacer hazañas con Dios. De repente su cuerpo debilitado podría ser alentado de nuevo del poder de lo alto, el poder que gozaba antes. De modo que, a la medida que su cabello crecía, su esperanza también se fortalecía.
Es cierto que los filisteos habían aprendido el secreto de la gran fuerza de Sansón, pero se quedaban totalmente ignorantes del Dios de Sansón, y esa ignorancia ahora se convierte en desas­tre para ellos. Si se hubieran indagado un poco más a fondo, habrían aprendido que el verdadero secreto de la fuerza de Sansón residía en su consagración a Dios y que el cabello era una señal de ello. También se habrían dado cuenta que mientras Sansón, ya debilitado, ya­cía encadenado, el Dios de Israel se quedaba libre y su poder, sin obstáculo alguno. Aquí hay un Dios que los filis­teos jamás conocieron, Uno que estaba sobre todos los dioses y que hace todas las cosas según el designio de su vo­luntad- Ef.1:11. Este es el Dios que llamó y dotó a Sansón en primer lugar, e irrevocables son los dones y el lla­mamiento de Dios (Romanos 11:29). Él es un Dios que siempre se queda fiel a su pueblo aun cuando le falla, así como lo hizo Sansón, porque Él no puede negarse a sí mismo (2 Timoteo 2:13). Es el único Dios verdadero, y opuesto implacablemente a todo dios falso, los ídolos de los paganos que desvían la mente de los hombres de su Creador, y le roban de su gloria. Así que, cuando los filisteos querían hacer a Dagón el más alto de los dioses, Jehová se conmovió de ira y actuó para defender su honor.


¡Qué mejor lugar para un despliegue del poder de Dios, sino en la casa de Dagón! el centro de la religión filistea. Y ¡qué mejor ocasión, sino cuando "todos los príncipes de los filisteos estaban allí!"- 16:27. Ellos alababan a Dagón por la victoria sobre Sansón y sobre el Dios de Israel también. Y ¡qué momento más apropiado! Sansón, el que había sido designado por Dios como ins­trumento de castigo entre los filis­teos, había sido llevado, cual un miserable y despreciable enemigo “derrotado” al templo de Dagón para entretener a esos señores. Allí le atormentaron y le insultaron hasta can­sarle. Fue entonces que Jehová se alzó para contender con sus enemigos, y mientras Sansón clamaba y se doblaba para hacer fuerzas, el Señor escuchó y acudió en su ayuda. En un momento Dagón fue destronado, su templo demolido y sus adeptos destruidos.
Fue un pueblo atolondrado y afligi­do que rastreaba entre los escombros de la casa de Dagón para recuperar a sus muertos. Entre las lágrimas, el golpe de pechos y el retorcer de las manos habrá surgido en muchos corazones tris­tes dudas respecto al sobrevivir de los filisteos como nación y la credibilidad de Dagón como un Dios. Y bien hacían en estar afligidos porque Dios acababa de iniciar el rescate de Israel y Sansón principió una serie de eventos que con­tinuarían inexorablemente al fin pre- dicho por el profeta Amos (1:8), "y el resto de los filisteos perecerá, ha dicho Jehová el Señor..." En cuanto a Dagón, que lo busquen entre las guari­das de lombrices, ratas y topos si quieren, pero su sistema de culto desa­pareció del mundo hace mucho.
Los filisteos no eran los únicos dolientes. Los parientes de Sansón tam­bién se hicieron presentes, silencio­sos, sin sonrisa, para recoger el cadáver magullado de Sansón y llevarlo a casa para sepultarlo. Podemos ima­ginarlos regresando a casa conversando apesadumbrados acerca de éste su pa­riente desviado; su vida, su muerte entre los filisteos, y con corazones afligidos y pensamientos melancólicos de lo que pudiera haber sido. Pero ¡espere! Los hebreos no deben entris­tecerse como lo hacen los filisteos. Para ellos hay un pensamiento supremo para echar fuera las tinieblas y mitigar el dolor. En su angustia más profunda, su hora más oscura, Sansón no había llamado nunca a Dalila por ayuda, ni tampoco a los filisteos por misericordia, mucho menos a Dagón. Pero cuando la alabanza a Dagón fue más animada, Sansón había dirigido los cuencos vacíos hacia el Dios de sus padres contra Quien había pecado y halló que es compasivo, lleno de misericordia. No obstante su vida manchada y confusa, Sansón pudo comprobar que el Dios inmutable es ciertamente un Dios no lejano, sino cercano, aun en un país extranjero y en el templo de su ídolo. Que enjuaguen _sus lágrimas la familia de Sansón al rodear el sepulcro, y si no hay nada más que escribir en la lápida de su tumba, que a lo menos contenga es*- * ' 'Sansón murió en fe''.
Traducido y copiado de "Counsel"

Contendor por la Fe, Nº 239-240, Septiembre-Octubre de 1985

RECOMENDACION OPORTUNA

Nos referiremos a algunos con­sejos muy edificantes para ayu­dar a nuestro crecimiento espiritual.
Los verbos "retener", "sufrir", "procurar", "huir", "seguir" y "per­sistir" que se encuentran en la se­gunda carta del apóstol Pablo a Timoteo, nos instan a un acerca­miento a la vida santa.

1) RETEN. (2 Timoteo 1:13; 3:16). Es una prevención que se nos hace necesaria para ser cristianos vic­toriosos y además experimentar la plenitud del Espíritu Santo en nuestras vidas. Para retener, hay que poseer primeramente, de lo contrario ¿cómo podemos retener algo que no tenemos? Esto nos habla claramente de la necesidad que hay de escudriñar, leer e ins­truirse en la Palabra de Verdad. El Rey da el porqué de esta ne­cesidad actual: "En mi corazón he guardado tus dichos, para no pe­car contra ti" (Salmo 119:11) Sería muy edificante si hacemos -de esta necesidad una obligación.

2) SUFRE. (2 Timoteo 2:3). Para su­frir penalidades como fieles solda­dos de Jesucristo, no debe el cristiano sentirse cómodo con las amistades del mundo, que son las que echan a perder nuestras bue­nas costumbres. El creyente que se siente cómodo con estas amistades (malas compañías) no sufre por la causa de Cristo, mientras que la Palabra dice: "SUFRE". Si no tienes en tu poder el escudo de la FE, el yelmo de la salvación, la espada del Espíritu y toda la armadura de Dios, corres el peligro de no estar todavía en las filas del ser­vicio del Señor.

3) PROCURA. (2 Timoteo 2:15). Aquí nos insta para poner el em­peño en conseguir presentarnos ante Dios aprobados, como sier­vos suyos que no nos avergon­zamos de su Evangelio de Verdad. Pero, trazando bien su Palabra.
El Señor no quiere el sacrificio de sus hijos, sino un espíritu de servicio voluntario, de corazón "Como para el Señor". "...el obe­decer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que el sebo de los carneros" (1 Samuel 15:22). ¿Estamos obedeciendo, o nos esta­mos "sacrificando" inútilmente?

4)  HUYE. (2 Timoteo 2:22). El gozo del creyente debe radicar en la huida y no en la persistencia de todo aquello que no corresponda a la vida cristiana. Es difícil tomar esta dirección, pero, hay que ha­cerlo; porque es posible que luego sea más dificultoso el restablecimiento. Recordemos que somos el Templo del Espíritu Santo, en donde tiene que estar en servicio "al vaso para honra". "Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y con sacerdocio santo, para ofrecer mi sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo" (1 Pedro 2:5).

5)  SIGUE. (2 Timoteo 2:22). La justicia, la caridad, la fe, la paz. Cada uno debe contribuir a la paz y la mutua edificación. El Señor nos libre de poner piedra de tropiezo u ocasión para caer a algún hermano. Seguir. No mirando atrás, corriendo el riesgo de pasar por la triste experiencia de la mujer de Lot. Dejando todo aquello que nos impide glorificar a Dios, en todo sentido. "Sigue tu", es la expresión que corta todos los obstáculos y pretextos que pongamos al Señor. ¿Le seguiremos como Él quiere?

6)  PERSISTE TÚ. (2 Tim. 23:14) La constancia es una de las pruebas más evidentes que el creyente puede ofrecer como legítimo hijo del Padre Celestial. Además, dice la Escritura "puestos los ojos en Jesús, Autor y Consumador de la fe" (Hebreos 12:2). ¿Cómo anda nuestro culto familiar? ¿Cómo va nuestra asistencia a las reuniones? ¿Cómo arde nuestro altar devocional? ¿Persistimos en todo esto? "PERSISTE TU" es decir, cada uno por sí mismo, pero en el Señor,

Sana doctrina – Febrero 1971, Ano XIII,  Nº 105

Que Prediques la Palabra

Requiero yo, pues, delante de Dios, y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos en su mani­festación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo, y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhor­ta con toda paciencia y doctrina. 2 Tim. 4:1, 2.
Después de todo lo que dice en los capítulos anteriores, con cuanta solem­nidad y energía el apóstol expresa a Ti­moteo: "Requiero yo". El diccionario aclara el significado de esa palabra y dice: "intimar, avisar o hacer saber una cosa con autoridad pública".
De tanta importancia es la predica­ción del evangelio que al Requerir o in­timar a Timoteo para que predique la palabra pone como testigo de este re­querimiento a Dios, Cristo Jesús, el aparecimiento de Cristo, el juicio de parte de Cristo de los vivos y muertos y el reino de Cristo.
No es de extrañar que con seme­jante concepto acerca de lo que signifi­ca predicar la palabra, el Señor lo hu­biera bendecido en su trabajo en la for­ma que lo hizo, y que la siembra de es­ta palabra viva y eficaz por medio de sus siervos el testimonio se fuera exten­diendo por todas partes del mundo en esa manera tan asombrosa y maravillo­sa.
Es que no eran meras palabras u opinión que el Apóstol Pablo tenía cuan­to a esto; era precisamente lo que cada día y en cada oportunidad que tenía él hacía; por eso cuando se despide de los ancianos de Éfeso les dice "...Por tan­to os prometo el día de hoy, que soy lim­pio de la sangre de todos: Porque no he rehuido de anunciaros todo el consejo de Dios. Hechos 20:26, 27". Recomen­damos leer otra vez este capítulo, espe­cialmente versos 17 al 38.
En 1 Corintios cap. 2 versos 1 y 2 leemos "Así que hermanos, cuando fui. a vosotros, no fui con altivez de pala­bra, o de sabiduría a anunciaros el tes­timonio de Cristo. Porque no me propu­se saber algo entre vosotros, sino a Je­sucristo, y a éste crucificado, y sigue en el verso 4 y 5: "Y ni mi palabra ni predi­cación, fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, mas con demostra­ción del Espíritu y de Poder. Para que vuestra fe no esté fundada en sabiduría de hombres más en poder de Dios".
Es necesario que todos los que es­tán ocupados en este honroso servicio, volvamos a los principios que él mismo ha establecido en su bendita palabra y que con oración y sincera meditación leamos detenidamente otra vez los He­chos de los Apóstoles y sus epístolas para retornar a la sencillez que es en Cristo Jesús y que se arraigue en nosotros lo que era el lema de Pablo: "Predicamos a Cristo y a éste crucificado", y enton­ces volviendo de nuestras vanidades y errores en lugar de ver y comprobar lo que está pasando en nuestro medio, có­mo la obra en muchas partes está lan­guideciendo y pasa mucho tiempo sin haber conversiones, cómo la liviandad y la mundanalidad se filtran cada vez más en nuestras vidas, Cristo vivirá en nosotros, su poder se manifestará en la predicación del evangelio entre los ni­ños y los mayores, y el avivamiento "organizado" en el que hay tantos ocu­pados y cifran sus esperanzas, será un avivamiento del cielo, no provocado por medios humanos, pero sí por el poder de Dios.
Meditemos seriamente lo que nos dice su palabra y "como hijos obedien­tes... (I Pedro 1:14) hagamos en to­do su voluntad y con gozo comprobaremos  que su palabra no volverá a él va­cía.

Sendas de Vida, 1977.

EL LIBRO DE ESTER (Parte II)

La esposa judía sustituye a la gentil
Esto, de por sí, es de lo más interesante; pero aún hay más que esto. El libro de Ester no es tan sólo un libro que trata sobre providencia, sobre la secreta providencia de Dios cuando Él no podía mencionar Su nombre en favor de su pueblo, en favor de los judíos en su pobre y dispersa condición entre los gentiles; sino que, aparte de eso, el libro constituye un tipo de los grandes designios de Dios que están aún por acontecer; porque ¿con qué comienza principalmente el libro? Con esto: la esposa gentil del gran rey es depuesta y se produce el hecho singular de que una judía toma su lugar. Personalmente no puedo dudar de que esto es precisamente lo que sucederá cuando el gentil haya demostrado su desobediencia y haya fracasado en cuanto a exhibir la belleza que debería verse en su testimonio de Dios ante el mundo. Concretamente, esto es lo que está sucediendo ahora; es decir, el gentil, en el tiempo presente, es el que ocupa una determinada posición ante Dios en la tierra. El judío, como lo notaréis, no es el testigo actual de Dios, sino que lo es el gentil. Y el gentil ha fracasado totalmente. Conforme al lenguaje del capítulo 11 de Romanos, las ramas del olivo silvestre —el gentil— serán desgajadas, y el judío será nuevamente injertado. Pues bien, Vasti es la esposa gentil depuesta a causa de su desobediencia y de su fracaso en cuanto a exhibir su belleza ante el mundo. Esto es precisamente lo que la cristiandad debió haber hecho. El gentil, pues, será cortado y destituido, y el judío será restablecido (Romanos 11:22-24). Esto es lo que representa el llamamiento de Ester. Ella se convierte en el objeto de los afectos del gran rey y desplaza a Vasti, quien nunca más es restablecida. Pero hago simplemente esta casual observación para mostrar la relación típica de este libro con el desarrollo de los grandes consejos de Dios en las Escrituras.

Ester, hija adoptiva de Mardoqueo, primo suyo
Ahora vuelvo a explicar un poco los hechos que el libro señala como el gran desarrollo de la secreta providencia, cuando el nombre de Dios no puede ser mencionado. Dios puede obrar donde no puede proclamarse a sí mismo, y esto se halla notablemente ilustrado por el hecho de que, cuando se impartió la orden para que las jóvenes doncellas fuesen buscadas para que el rey hiciese su elección, entre otras "había en Susa residencia real un varón judío cuyo nombre era Mardoqueo hijo de Jair, hijo de Simei, hijo de Cis, del linaje de Benjamín; el cual había sido transportado de Jerusalén con los cautivos que fueron llevados con Jeconías rey de Judá, a quien hizo transportar Nabucodonosor rey de Babilonia. Y había criado a Hadasa, es decir, Ester, hija de su tío, porque era huérfana; y la joven era de hermosa figura y de buen parecer. Cuando su padre y su madre murieron, Mardoqueo la adoptó como hija suya. Sucedió, pues, que cuando se divulgó el mandamiento y decreto del rey, y habían reunido a muchas doncellas en Susa residencia real, a cargo de Hegai, Ester también fue llevada a la casa del rey, al cuidado de Hegai guarda de las mujeres. Y la doncella agradó a sus ojos, y halló gracia delante de él" (cap. 2:5-9).

Ester, elegida reina
Y cuando le llegó el turno a las diferentes doncellas y, entre otras, a Ester, ella no sólo halló gracia en los ojos del eunuco del rey, sino, más aún, a los ojos del mismísimo rey. "Fue, pues, Ester llevada al rey Asuero a su casa real en el mes décimo, que es el mes de Tebet, en el año séptimo de su reinado" (cap. 2:16). Puedo observar, de paso, que esto constituye una notable confirmación de las memorias de Asuero pertenecientes a la época de Jerjes, ya que en el tercer año de su reinado —como nos relata la Historia— Jerjes celebró un gran concilio de todos los grandes de su Imperio. El objetivo político fue su tentativa de conquistar Grecia, y él volvió nuevamente en el séptimo año de su reinado, exactamente las mismas fechas que se consignan en este libro de Ester. Durante ese tiempo, él se ausentó de su país y estuvo ocupado en ese vano esfuerzo, el cual culminó en la más completa destrucción de la flota persa y la expulsión de sus tropas por el relativamente pequeño poder de los griegos. Pero, sea como fuere, simplemente hago esta observación para demostrar la maravillosa manera en que la providencia de Dios preserva hasta las fechas y el modo en que los hechos concuerdan.



Éste, de todos modos, no es más que un pequeño detalle; pero el hecho sobresaliente es que la judía fue preferida a todas las otras. La judía solamente es quien será la desposada del gran Rey en la tierra. Sabemos lo que significa «el gran Rey». Supongo que todos vosotros estaréis enterados de que «el gran rey» era un título especial del monarca persa. Ahora bien, la Escritura utiliza la expresión "el gran Rey" con referencia al Señor (véase Salmo 48:2). No puedo dudar, pues, de que haya un propósito deliberado en esta manera típica, precisamente, de hablar de Él.
Ester, entonces, se convierte en la desposada —la reina— del gran rey después que la gentil fue depuesta a causa de su desobediencia; y el rey, entonces, hace una gran fiesta. Dispone una disminución de tributos para las provincias, como sabemos que habrá de ocurrir. Cuando el judío sea favorecido, ello será como "vida de entre los muertos" (Romanos 11:15), sea cual fuere la gracia presente de Dios (y sabemos que es infinitamente rica); pero en lo que toca a la tierra, ha sido enteramente echada a perder a causa de la mundanería, del egoísmo y de la vanidad del hombre. Todas estas cosas han destruido el carácter del reino de Dios en lo que respecta a su testimonio en la tierra. No cabe duda de que Dios lleva a cabo su propósito celestial, pero éste nada tiene que ver con este libro. La figura de las cosas celestiales no se encuentra aquí. Se trata solamente de la tierra y del aspecto terrenal de la cristiandad, la cual habrá de ser hecha a un lado cuando se convoque a los judíos, lo que no habrá de tardar. Ellos, entonces, vendrán a ser la esposa permanente del Rey.

Mardoqueo denuncia una conspiración contra Asuero
Aquí, al final del segundo capítulo, se nos dice que Mardoqueo no sólo se sienta a la entrada del rey, sino que también viene a ser el medio para hacer saber al gran rey que se prepara un atentado contra su vida. Dos de los camareros del rey que cuidaban la puerta procuraron ponerle las manos encima al rey, pero el asunto se conoció. Se hizo la investigación, y ambos fueron colgados de un árbol. Nosotros bien sabemos que todo transgresor en aquel día venidero será descubierto y aniquilado «ipso facto». No existirá más la incertidumbre de la ley. En aquel día "para justicia reinará un rey" (Isaías 32:1). Se descubrirá y castigará a todos aquellos que alcen sus manos contra el Señor.

Sentado a tus pies

Sentado a tus pies, Señor Jesús,
Éste es mi lugar;
Aquí hondas lecciones aprendí:
La verdad que libertad me procuró.



De mí mismo libre, Señor Jesús,
De los caminos de hombres liberados;
Las cadenas que me habían atado
Nunca más mi mente atarán.



Nadie sino Tú, Señor Jesús,
Cautivó esta mi errante voluntad.
Si no fuera que Tu amor me atrajo,
Errante aún andaría yo.

J. N. Darby (18 Noviembre 1800,  29 de Abril de 1882)

Meditación.

“...los indoctos e inconstantes tuercen... las otras Escrituras para su propia perdición” (2 Pedro 3:16b).



El Dr. P. J. Van Gorder acostumbraba hablar de un letrero, colocado afuera de una carpintería, que decía: “Se hacen toda clase de torceduras y vueltas”. Los carpinteros no son los únicos que sirven para esto; muchos que profesan ser cristianos también tuercen y dan vueltas a las Escrituras cuando les conviene. Algunos, como dice nuestro versículo, tuercen las Escrituras para su propia perdición.
Todos somos expertos para justificar, es decir, excusar nuestra desobediencia pecaminosa ofreciendo elogiosas explicaciones o atribuyendo motivos dignos a nuestro proceder. Intentamos torcer las Escrituras para que se acomoden a nuestra conducta. Damos razones plausibles aunque falsas que den cuenta de nuestras actitudes. Aquí hay algunos ejemplos.
Un cristiano y hombre de negocios sabe que está mal recurrir a los tribunales contra otro creyente (1 Corintios 6:1,8). Más tarde, cuando se le pide cuentas por esta acción, dice: “Sí, pero lo que él estaba haciendo estaba mal, y el Señor no quiere que se quede sin castigo”.
Mari tiene la intención de casarse con Carlos aun cuando sabe que él no es creyente. Cuando un amigo cristiano le recuerda que esto está prohibido en 2 Corintios 6:14, ella dice: “Sí, pero el Señor me dijo que me casara con él para que así pueda guiarle a Cristo”.
Sergio y Carmen profesan ser cristianos, sin embargo viven juntos sin estar casados. Cuando un amigo de Sergio le señaló que esto era fornicación y que ningún fornicario heredará el reino de Dios (1 Corintios_6:9-10), se picó y replicó: “Eso es lo que tú dices. Estamos profundamente enamorados el uno del otro y a los ojos de Dios estamos casados”. Una familia cristiana vive en lujo y esplendor, a pesar de la amonestación de Pablo de que debemos vivir con sencillez, contentos con tener sustento y abrigo (1 Timoteo 6:8). Justifican su estilo de vida con esta respuesta ingeniosa: “Nada hay demasiado bueno para el pueblo de Dios”.
Otro hombre de negocios codicioso, trabaja día y noche para amasar ávidamente toda la riqueza que puede. Su filosofía es: “No hay nada de malo con el dinero. Es el amor al dinero la raíz de todo mal”. Nunca se le ocurre pensar que él podría ser culpable de amar al dinero.
Los hombres intentan interpretar sus pecados mejor que lo que las Escrituras les permiten, y cuando están resueltos a desobedecer la Palabra y esquivarla como puedan, una excusa es tan buena (o mala) como la otra.

Doctrina. El pecado (Parte V)

V.           EL HOMBRE Y EL PECADO
En el relato de la tentación encontramos que Satanás en su engaño a los primeros Padres fue a hacerles creer que serían dioses. “Y  series como Dios” le dijo, haciéndole creer que llegarían a ser como Dios, con la capacidad de conocer el “bien y el mal”. Si bien es cierto que “conocieron el bien y el mal”, nunca llegaron a ser como Dios.  Es seguro que los dos hayan contemplado a Dios en la forma que Él quiso revelarse y que hubiesen quedado maravillados  y por eso querían ser como Él. Pero el acto de comer era la esperanza de cumplir ese anhelo.
Sin embargo, toda intención puede ser buena, pero se infringió directamente el mandato de Dios de no comer específicamente de ese árbol, y ese acto constituyó un acto de rebeldía contra el Creador.
 Satanás les había dicho que Dios era mentiroso, que no morirían cuando la comiesen, sino que llegarían a ser como Dios; pero en cambio, el solo acto de comer, los constituyó en seres  mortales, heredándonos esta condición a todos los seres humanos (Romanos 5:12; cf. 3:12, 23). Es decir, cayeron de su posición privilegiada para nunca más recobrarla.
El aspecto moral del hombre (cf. Isaías 64:6),  que en un principio era impecable, perfecto, quedó corrompido en forma total (depravados[1]), de modo que nada de lo que haga el hombre es útil o bueno para Dios, ya que todo en él es pecado y tal cosa es abominación a Dios. Dios es Santo, por lo cual no tolera el pecado ni lo pasa por alto (cf. Éxodo 20:5; 34:7; Levítico 18:25; 19:29; Salmo 5:4; Ezequiel 18:20).
En apariencia, en los primeros años de la separación, el hombre vivió una vida en que no practicaba el pecado[2], sino que se acercaban a Dios por medio de sacrificios de una víctima inocente (Génesis 4:4). Escuchamos por primera  vez la palabra pecado de boca de Dios en Génesis 4:7. Ahí le indica a Caín que tuviese cuidado porque el pecado estaba a la puerta, y con sólo abrirle le permitiría entrar. Como sabemos, Caín atentó contra la vida de su hermano por la envidia que sentía contra él.
Al seguir leyendo podemos ver todos los descendientes de Caín que no tomaban en serio el pecado y lo practicaban en  forma flagrante (ver Génesis 4:23 el caso de Lamec; y compare con Génesis 6:5). No se menciona a nadie de ellos que buscase a Dios y le siguiese.
En cambio de la línea  de Set sí estuvieron siguiendo a Dios, al menos las primeras generaciones (Génesis 4:26).  Pero en los tiempos de Noé esto ya no era así. Todos se habían corrompido, y sólo se halló Gracia en Noé, es decir tenía lo necesario para evitar el Juicio Divino (Génesis 6:8).  Noé y su familia eran los únicos creyentes en Dios, toda la humanidad de aquella época vivía en completa corrupción, de modo que se purificó la creación por medio del agua (Génesis 6:17), incluyendo a los descendiente de Set que se habían corrompido junto a los de Caín.
Podríamos pensar que el hombre aprendió la lección y se comportaría como era requerido de Dios que el hombre actuase, cumpliendo sus mandamientos. Pero observamos que pocas generaciones después de diluvio el hombre se separó y rebeló contra Dios, quiso hacerse un nombre propio, desligado de Dios, queriendo llegar al cielo para estudiarlo y para ello se construyeron una torre impresionante. Al hombre se le había dado el mandamiento de poblar la tierra, pero con Nimrod a la cabeza se amalgamaron en un solo pueblo. Pero Dios intervino para provocar que se separasen y poblasen la tierra.
Hasta acá podemos sugerir que el hombre siempre está en contra de lo que Dios ha dicho y mandado. Podemos asegurar que el hombre peca deliberadamente contra Dios, haciendo lo que él cree que es lo correcto para sus necesidades.
El hombre por sí mismo no puede hacer nada, aunque Dios mande algo, hará lo posible para no cumplirlo.  Nunca podrá obedecer, porque su corazón lleno de rebeldía  y altivez se lo impedirá.
El mismo hombre se ha dado cuenta que su condición pecadora lo lleva por un camino de perdición, y para ello ha ideado múltiples sistema religiosos y filosóficos para evitar esta caída. Sin embargo, de nada sirve, porque en sí estos sistemas, constituyen solo una forma más de rebelión. Podríamos comparar la situación de peligro del hombre con un edificio en llama y en la ventana de los pisos hay personas que van a saltar para salvarse y abajo solo les espera algunos hombres con una delgada sábana.
Pero estos sistemas solo han servido para que el hombre se aleje más de Dios. Nuevamente hay una orden de Dios con respecto a la Salvación del alma, mandando “a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan”  (Hechos 17:30), considerando todo lo que ha hecho el hombre para apartarse como “ignorancia”. Pero el hombre sigue siendo rebelde, muchos no quieren seguir ni siquiera escuchar de este llamado, del mismo modo como los atenienses trataron el mensaje de Pablo (vea Hechos 17:16-34).
Jehová observa, en los días de Noé, que “que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5). El Señor se refiere  que antes de su venida (Mateo 24:37), será como en los días de Noé, donde vida ocurría con “normalidad” (Mateo 24:38; Lucas 21:9-11). Por lo cual, toda paciencia tiene su tiempo y este se puede cumplir en cualquier momento, para dar paso al juicio de Dios sobre la humanidad (cf. Mateo 25:30; Apocalipsis 20:11-15).
Se podría pensar que la humanidad redimida, que pasó la gran tribulación, haya vivido de una manera que no tiene parangón en el milenio, siendo gobernados por el mismo Señor Jesucristo, Rey de reyes y Señor de señores. Una parte de ella se rebelará contra su Dios, comandada por el mismo Satanás; y el juicio sobre aquella humanidad será inmediata, es decir, será un juicio sumario (Apocalipsis 20:7-10 cf. Salmo 2:1-5).





[1] Entiéndase este concepto como la incapacidad del hombre de llegar a Dios, ya que todo él es corrupción, porque que cada acto pecaminoso de la voluntad es fruto de la condición del alma pervertida de la humanidad (cf. Pr 4.23; 23.7; Mc 7.20-23; Ro 8.15-25). 
[2] No se quiere decir que no pecaban, sino que no hacían una práctica nociva de él, como llegó a ocurrir en los días de Noé.