lunes, 2 de enero de 2017

¡Y ya vienes, Señor!

¡Y ya vienes, Señor!

¡Y ya vienes, Señor!; la eterna muerte
Huye gimiendo en voz aterradora,
y el sepulcro vacío, sin huesos, de repente
ha de gemir su espanto ante el grito “¡Victoria!”

¡Y ya vienes, Señor, te espero siempre,
con los ojos cerrados ya contemplo la aurora,
cuando podré mirar las heridas de tu frente,
cual brillante rocío sobre rojas corales!

¡Y ya vienes, Señor, me iré contigo
en un vuelo silente cual paloma,
y al tomarte las manos, dulce Amigo,
he de sentir las mías pecadoras!

¡Y ya vienes, Señor, siento tus ojos
como llamas que limpian mis desvíos!
¡Mientras vienes, Señor, dame tu manto,
Que en este mundo desierto siento frío!
Renán Valencia Ángel
(Candelero Encendido, Abril 1983)

LA CANASTA DE LAS PRIMICIAS (Deuteronomio 26)

Pregunta: ¿Se limita la canasta de las primicias a la entrada de Israel en la tierra, o era una oblación repetida y constante? También, ¿en qué se verifica ahora en los creyentes?


Respuesta:
Es evidente que ello se aplica a la posesión de la tierra por parte de Israel en cualquier momento. Las últimas palabras del primer versículo de Deuteronomio 26 implican lo mismo. "Y será, que cuando hubieres entrado en la tierra que Jehová tu Dios te da por herencia, y la poseyeres y habitares en ella, que tomarás", etc. (Deuteronomio 26: 1, 2 - VM). Éxodo 23:19; Levítico 23; y Números 18:13, confirman esto plenamente. Era una ordenanza permanente en la tierra. El espíritu de la ofrenda es, asimismo, evidente: - una profesión completa delante de Dios de que ellos poseían las cosas que Él había prometido a sus padres. El padre de ellos había sido "un arameo a punto de perecer" (Deuteronomio 26:5), un esclavo en Egipto; y la redención los había sacado de allí, y los había llevado a la buena tierra de la cual estaban disfrutando ahora plenamente. Por lo tanto, ellos debían venir a reconocer al Dador, ofreciéndole las primicias. Ellos adoraban y se alegraban en todo el bien que el Señor les había dado, y esto en gracia, con el Levita y el extranjero.
De qué forma se relaciona todo esto con la manera en que el creyente hace ahora la ofrenda, es evidente. La respuesta no es otra que con toda su adoración, el reflejo, y el hecho de devolver a Dios el fruto - las primicias, si es que la fe verdadera y la piedad están allí, de lo que Dios mismo ha revelado ser para él, y de ese gozo celestial al cual Él le ha introducido. Tal es, apropiadamente, lo que Dios llama "lo que es vuestro" (Lucas 16:12); puesto que nosotros somos peregrinos en la tierra, 'lo nuestro' no está en el desierto. Se encontrará, en la Escritura, y en todas partes, y siempre, que la característica de la piedad es que el primer efecto de la bendición es volver a Dios y reconocerlo allí, y no el disfrute personal de dicha bendición, lo cual, sin esto, nos desvía de Dios. Aun el amor que dio está más presente que el don. Vean a Eliezer en el pozo (Génesis 24), el leproso Samaritano limpiado (Lucas 17), y una multitud de otros ejemplos. Aquel que dio está más y más ante nosotros que el propio don. Este es el carácter elevador del disfrute divino. Lo disfrutamos, entonces, libremente y de manera bienaventurada, ciertamente, y la corriente de la gracia fluye al Levita y al extranjero - a aquellos cuyos corazones están en necesidad, y que no tienen una herencia en la tierra que nosotros disfrutamos. Se trata, entonces, del regreso del corazón a Dios en el disfrute de las bendiciones celestiales que son el fruto de la redención. El cristiano puede disfrutar, también, o adorar así, cuando él es consciente de que las cosas celestiales son suyas. Se trata de la profesión, la abierta confesión de esto; si él no está consciente de esto, tampoco puede traer su canasta de primicias. "Un arameo a punto de perecer" era una cosa pasada. La adoración se fundamentaba sobre la posesión de la bendición y sobre una herencia conocida - un tipo, o una figura, de estar sentados en los lugares celestiales en Cristo Jesús. (Efesios 1:3). No se trata de agradecimiento por las promesas, independientemente que eso tenga su lugar, sino de agradecimiento de que ellas están cumplidasen Cristo, sí y amén. La redención es reconocida como una cosa cumplida que nos ha puesto en posesión, aunque nosotros tenemos que esperar aún por la redención del cuerpo. (Romanos 8:23).
Este es, efectivamente, el carácter general del libro de Deuteronomio. No se trata del acercarse a Dios en el santuario por medio de un sacrificio, sino de que los que componen el pueblo – no meramente el sacerdote por ellos - están en posesión, y, por ende, se trata de los sentimientos hacia Dios mismo, y hacia los afligidos de los hombres, en el disfrute de la bendición; porque gracia con liberalidad conviene a aquel que ha recibido todo a través de la gracia (Mateo 10:8). Comparen con Deuteronomio 16 donde aún los varios grados de esto se trazan en las tres fiestas principales del Señor. De allí, también, la responsabilidad del pueblo en cuanto a la continuidad del disfrute de la bendición; porque es en la senda de obediencia que tal disfrute es conocido. Deuteronomio es un libro que contiene la enseñanza práctica más profunda al respecto.
THE BIBLE TREASURY (Second Edition, 1868), Vol. 1, Abril 1857, página 178.eguntas y Respuestas

LOS PROPOSITOS DE SU VENIDA

LOS CREYENTES PERTENECEN al Señor Jesús. Son de Él. Le han sido dados por el Padre del mundo (Juan 17:6) y los ha ganado por su sangre (Hch. 20:28). Así el apóstol les recuerda que no se pertenecen ya porque comprados sois por precio (1 Cor. 6: 19-20). Los ha adquirido a tan inmenso costo porque los ama y porque los ama, es su deseo tenerlos consigo mismo. El Señor se sujetaba siempre a la voluntad de su Padre y hacia lo que a Dios agradaba, pero tenemos en una oración suya la expresión de la voluntad de El mismo en cuanto a los suyos: Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén también conmigo (Juan 17:24). Su segunda venida es para satisfacer este anhelo de su corazón. Al mismo tiempo que hace la promesa "vendré otra vez," que ha encendido una luz inextinguible de esperanza en cada alma creyente que le aguarda, fija el propósito de su venida: “y os tomaré a mí mismo: para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3).
El destino bendito de la iglesia es el de serle acompañante del Señor Jesús, y así las Escrituras anuncian como epílogo de su rapto al aire, que estaremos siempre con el Señor (1 Tes. 4:17). Desde el primer tipo de Cristo y su iglesia que encontramos en la Palabra de Dios, que es el de Adam y Eva (Gen. 2) a través de otras muchas figuras y sombras del Antiguo Testamento y hasta las enseñanzas directas apostólicas, siempre se descubre el mismo propósito divino y se percibe la misma intención en cuanto a ella: de que fuese la compañera del Señor; y cuando El proclamó la edificación de este cuerpo místico, dejó establecido que sería "mi iglesia" (Mat. 16:18).
A su segunda venida se realizará en toda su extensión este propósito ense­ñado y manifestado y la iglesia redi­mida, perfeccionada y glorificada, "sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante” (Ef. 5:27), será tomada a El mismo, para nunca más separarse.
El estar con Cristo presupone que su hogar celestial será el nuestro, y es en razón a esta verdad que viene otra vez, no solamente para tomarnos, sino para que donde yo estoy, vosotros también estéis. ”Vamos a conocer a nuestro hogar en los cielos. El Señor dijo a sus discípulos: “Voy, pues a preparar lugar para vosotros" (Juan 14:2). No dijo que iba a crear un lugar, sino a preparar lugar. La potencia y la sabiduría y la ciencia divinas, desplegadas en la creación del universo, estarán al servicio de su corazón amoroso mientras prepara con solicitud cariñosa el lugar para su iglesia.
Girando hoy en los cielos, manteni­dos y dirigidos por Cristo y sujetos a Él, hay millones y millones de galaxias de estrellas, y en cada galaxia hay millones y aún cientos de miles de millones de estrellas. La estrella más cercana a la tierra de la galaxia conocida con el nombre de Vía Láctea, de acuerdo con lo que informa una autoridad en la materia, se halla a cuatro años luz de distancia. ¡Un año luz en medida astronómica equivale a la distancia que recorre la luz durante un año, siendo su velocidad de trescientos mil kilómetros por segundo! ¡Las distancias entre las estrellas que componen esta galaxia son parecidas! No podemos concebir semejante inmensidad y grandeza, y menos aun cuando tenemos presente que los instrumentos más potentes que existen en manos de los astrónomos, abarcan aparentemente tan solo una parte ínfima de la expansión de los cielos. El Hijo de Dios hizo el universo y sostiene "todas las cosas por la palabra de su potencia” (Heb. 1:2-3). ¡El mismo Hijo de Dios que prepara el lugar para su esposa espiritual, la iglesia! Durante casi dos mil años está entregado a es­ta tarea de amor, la preparación del lugar de nuestra habitación eterna con El, y jamás "ojo... vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre lo que Dios a ha preparado para aquellos que le aman" (1 Cor. 2:9). Solamente sabemos que la ocuparemos juntamente con El, siempre con el Señor, y que le veremos como Él es en toda su her­mosura incomparable (1 Juan 3:2).
Como la reina de Seba ante la realidad de la sabiduría de Salomón, y la casa que había edificado, hemos de quedar enajenados y con ella hemos de clamar y “mis ojos han visto, ni aún la mitad fue lo que se me dijo... bienaventurados tus varones, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti, y oyen tu sabiduría" (l Reyes 10:4-8). Mas nuestra enajenación y deslumbramiento serán tanto más que los de esta reina del austro, cuanto "más que Salomón estará en ese lugar" (Mat. 12:42). Nuestras imagi­naciones, aun cuando estimuladas por las seguras promesas de la Palabra de Dios, jamás podrán abarcar las maravillas inefables del lugar que se prepara para la iglesia junto a su Señor; ni subirán nunca en su corazón las cosas sobremanera admirables, ajenas a la experiencia de los hombres, que se aprontan para aquellos que le aman. No obstante las maravillas y las bellezas del hogar celestial que espera a los suyos al segundo advenimiento de Cristo, habrá un encanto superior que cautivará a todo corazón y arrobará a todo ojo: ¡Jehová Shamma; el Señor estará allí! La hermosura de su Persona, la fragancia de su presencia y el sabor de su amor inmutable, arrancará desde el fondo de su alma rendida el tributo de su embelesamiento con las palabras de amor de la antigüedad: “todo El codiciable" (Cant. 5:16) y se cumplirán en toda su amplitud las palabras del Salvador: otra vez os veré, y se gozará vuestro corazón, y nadie quitará de vuestro gozo (Juan 16:22).
Otros de los propósitos de la segunda venida de Cristo es que conozcamos su gloria. En su oración ya menciona­da, decía que quería que los suyos es­tuvieran con El para que vean mi gloria que me has dado" (Juan 17:24). Las Escrituras hablan mucho de la gloria del Señor, y de una manera tal que despiertan un temor reverencial y una santa expectativa. Moisés quiso verla y pedía: “te ruego que me muestres tu gloria” (Ex. 33:1'8) pero solamente le fue concedido contemplarla en parte, porque "el parecer de la gloria de Jehová era como un fuego abrasador." (Ex. 24:17), y es imposible para el hombre en su cuerpo mortal verla y vivir. Cuando el Salvador estaba transfigurado en gloria delante de sus tres discípulos, aun cuando estuvieron bajo la protección de Él, cayeron sobre sus rostros, y temieron en gran manera. (Mat. 17:6).
Salvados por su gracia y regenera­dos por su Espíritu, los suyos ahora en la tierra pueden mirar como en un espejo la gloria del Señor (2 Cor. 3: 18) pero solamente por espejo, en oscuridad (1 Cor. 13:12) empero cuando Cristo viene otra vez veremos su gloria en el lugar de su habitación, en su plenitud deslumbradora; esa magnífica gloria de la cual escribe el apóstol (2 Pedro 1:17). Entonces, si, ante esa visión radiante y sublime, seremos transformados de gloria en gloria (2 Cor. 3:18), porque el Señor también dice que, la gloria que me diste les he dado (Juan 17:22). No solamente nuestros cuerpos de bajeza serán transformados a la semejanza de su cuerpo de gloria a su venida, sino que seremos participantes de la gloria que ha de ser revelada (1 Pedro 5:1) y esta gloria venidera... en nosotros ha de ser manifestada (Rom. 8:18). Es imposible para los creyentes penetrar el miste­rio, la excelencia y la potencia de esa gloria inefable que es de Cristo y que será suya, y que Pablo califica como un sobremanera alto y “eterno peso de gloria” (2 Cor. 4:17). Esa gloria también constituye una parte integrante de su esperanza bienaventurada (Col. 1: 27) y han sido llamados por nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo 2. Tes. 2: 14). Se alcanzará cuando El venga a recogerlos a su Presencia.
Senda de Luz 1969

ALGUNAS MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte XIII)

Jael, con bendición única


Esta esposa de Heber era concuñada de Moisés. Cuando Moisés invitó esta familia a ir con el pueblo de Israel, Hobab su suegro respondió: “Yo no iré, sino que me marcharé a mi tierra”. Parece que cambiaron de opinión porque los vemos en la tierra de Canaán. Su historia está en Jueces 4.17 al 22; 5.6, 24 al 27.
            Una característica de las historias en el libro de Jueces es la actividad inusual de parte de mujeres. Fue sin duda producto de la pobre condición espiritual de los varones de la época. Las mujeres estaban fuera de su esfera, pero los hombres no estaban cumpliendo su deber. Por ejemplo: Gobernaba en aquel tiempo a Israel una mujer (Jueces 4:4). Si no fueres conmigo (Débora con Barac), no iré (4:8). No será tuya (de Barac) la gloria... porque en mano de mujer (Jael) venderá Jehová a Sísara (4:9). Jael mujer de Heber tomó una estaca, (4:21). Aquel día cantó Débora con Barac (5:1). Una mujer dejó caer un pedazo de rueda de molino sobre la cabeza de Abimelec (9:53). ¡Ay, hija mía! en verdad me has abatido, (11:35). Ella (Dalila) comenzó a afligirlo (Sansón) (16:19).
            Israel se encontró bajo la cruel opresión de Jabín, rey cananeo, y Débora se levantó con Barac a encontrar al enemigo. Dios intervino, empleando las fuerzas de la naturaleza para poner el ejército opresor en desorden. La historia se encuentra en Jueces 5 y con mayor explicación del fenómeno en Salmo 68:9-19.
            Huyendo Sísara, capitán del ejército del rey Jabín, Jael salió a la puerta de la tienda y lo invitó para que pasara adelante. Lo cubrió con una manta, le dio leche y le aseguró protección. El capitán Sísara se quedó dormido. Dice la Biblia: “Jael tomó una estaca de la tienda, y poniendo un mazo en su mano, se le acercó calla-damente y le metió la estaca por las sienes, y lo enclavó en la tierra, pues él estaba cargado de sueño y cansado; y así murió”. En su canto Débora nos da más detalles.
            Una opinión expresada por algunos comentaristas es: “Jael no confiaba en Dios. Es cierto que sintió el impulso de matar al enemigo del pueblo de Dios, pero no tenía fe de que El le ayudaría. Por esto no le atacó de frente”. Por lo que Débora dice de ella, este modo de ver las cosas es cuestionable.

Aunque María fue lla-mada bendita entre las mujeres, Débora dice que Jael es bendita sobre ellas. Es la única mujer en la Biblia de quien se dice esto.

EL FIN DE TODAS LAS COSAS SE ACERCA

La idea del fin del mundo va desarrollándose desde antiguo y es ahora, en la actualidad, cuando vuelve a hablarse de ese suceso.
Algunas veces han sido cálculos erróneos; otras, falsas predicciones religiosas que llegaron a estremecer a mucha gente. El alivio general que se sentía cada vez que llegaba a la fecha prevista y los augurios no se cumplían, nos muestra de qué manera teme la humanidad un fatal desenlace de su existencia.
Sin duda alguna, las causas que de una manera u otra manera pueden poner fin a la vida de cada uno de nosotros son muchas: guerras, accidentes, revueltas políticas, enfermedades de toda clase, etc. Todo esto puede precipitarnos al Más Allá y colocarnos delante del juez Soberano. Nadie está seguro -ni por supuesto es digno- de obtener mejor trato que los demás; ni nadie sabe hoy lo que ocurrirá mañana; por eso está escrito en la Biblia: “prepárate para venir al encuentro de tu Dios" (Amos 4:12).
Todo lo que nosotros creamos que es una preparación suficiente, Dios nos mostrará que no tendrá ningún valor cuando estemos en su presencia. Para estar listo, es preciso dejarse preparar por Dios, se necesita escuchar su Palabra.
El mandamiento es inmutable: "...ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan" (Hechos 17:30). “Arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados" (Hechos 3:19). “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).
Querido lector ¿es usted salvo? ¿Ha recibido el perdón de sus pecados y la vida eterna con la potencia del Espíritu Santo mediante la fe en Jesús  “...el cual fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación"? (Romanos 4:25). ¿Ha roto con todas las prácticas supersticiosas de sus antepasados, sean fetiches, ídolos, amuletos o anillos mágicos de los pueblos paganos, o con las formas vanas de la religión tradicional sin una fe verdadera? Debe saber que, para poder obtener el favor del Maestro, del Señor Jesucristo, el Salvador, ha de abandonar todas aquellas cosas por medio de las cuales Satanás, el enemigo, lo mantiene cautivo.
Todo aquel que ha recibido el perdón y la vida eterna está ya preparado según Dios, y está con toda certeza en Cristo Jesús, en quien no hay ninguna condenación (Romanos 8:1). Si le sobreviniera algún accidente o cualquier imprevisto, no debería temer nada porque está en Él.
Efectivamente, la situación actual de nuestro mundo es grave; a pesar de todos los esfuerzos de Satanás para desviar nuestra atención, está claro que estamos en vísperas de grandes e inquietantes acontecimientos. Nuestra época parece haber llegado a su fin y se prevé un drama.
Usted debe saber, lector, que el tiempo de la paciencia y la gracia de Dios llegan a su término. Los días de la Iglesia de Cristo sobre la tierra están contados; de repente, sin ninguna señal que lo pueda anticipar, la Iglesia (conjunto de los salvados por la fe en Jesucristo) habrá sido quitada de la tierra; se está preparando un acontecimiento esperado por muchos. La Palabra de Dios nos dice: “La venida del Señor se acerca" (Santiago 5:8). Según su promesa, vendrá y tomará consigo a los que le esperan (Hebreos 9:28; (Tesalonicenses 4:16-17). ¡Qué gozo tan grande para los suyos! Pero, al mismo tiempo, ¡qué remordimientos y lamentos inútiles serán los de todos aquellos que no hayan estado preparados para ir con Él, porque Aquel que muy pronto arrebatará a los suyos reaparecerá a continuación como juez del mundo incrédulo!
Entonces la tierra será visitada por la vara del juicio divino, pues el Señor los quebrará como vaso de alfarero (Apocalipsis 2:27). Será la época de las gran tribulación, de las desgracias apocalípticas, para purificar a la tierra de toda desobediencia, para que el reino de Cristo pueda ser introducido con el pueblo de Israel como centro y para establecer por mil años el dominio universal de Aquel que es llamado el Hijo del Hombre (léase Apocalipsis 20:1-5).
Después de este tiempo bendito, durante el cual todo mal será cortado y todo rebosará de bendición, habrá una prueba suprema para los hombres del milenio: Satanás subirá del abismo para engañarlos y serán muchos los que le seguirán y serán arrastrados al “fin de todas las cosas”, al último juicio delante del gran trono blanco (Apocalipsis 20:11-15). Será entonces cuando “el fin del mundo habrá llegado y todo será hecho nuevo (2 Pedro 3:11-15).
Sí, el fin de todo se acerca (1 Pedro 4:7) y aunque este gran día no ha llegado todavía, tenemos que hacer lo necesario a fin de estar preparados para cuando llegue...

Escenas del Antiguo Testamento (IV)

Enoc

Caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años: y engendró hijos e hijas. Y fueron todos los años de Enoc trescientos sesenta y cinco años. Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque lo llevó Dios, Génesis 5.22 al 24


Desde los días de Caín, una civilización sin Dios había empezado a desarrollarse y crecía de una manera alarmante. La edificación de ciudades, las grandes posesiones de ganado, la fabricación y el uso de instrumentos musicales, y el conocimiento para acicalar toda obra de metal, vinieron a dar un gran impulso a esta civilización.
La agrupación de personas en las ciudades fomentaba la corrupción; la música las ayudaba a vivir en olvido de Dios, la acumulación de bienes traía consigo envidias y rivalidades, y la fabricación de herramientas cortantes puso en sus manos el medio de manifestar sus instintos malvados heredados de Caín, Génesis 4.17 al 27, Fue en este tiempo cuando la poligamia echó sus profundas raíces en el corazón del hombre.
Los descendientes de Adán por la línea de Set fueron los hombres piadosos de aquellos días. En cambio los descendientes de Caín sobresalieron por su impiedad y espíritu vengativo. En el transcurso del tiempo ambas líneas se unieron, y de esa amalgama resultó la general corrupción. Enoc, de la séptima generación de Adán, nació y vi­vió en medio de esta época corrompida y corruptora. En aquella densa noche espiritual Enoc resplandeció cual luminosa estrella.
¿Cómo pudo escapar al contagio de aquella atmósfera viciada? Protegido por el escudo de la fe. “La fe es la victoria que vence al mundo”, 1 Juan 5.4. La fe “apaga los dardos de fuego del maligno”, Efesios 6.16. La fe “purifica el corazón”, Hechos 15.9. Vemos cómo la fe hace frente a los tres enemigos del alma, y así Enoc, protegido por esta fe salvadora, estaba muy por encima de aquella atmósfera viciada. Andaba con Dios.
La misma fe que se manifestó en Abel por medio del discernimiento produjo en Enoc el precioso fruto de una completa consagración a Dios. Y por esto en un tiempo tan temprano como aquél, la mirada de Enoc, cual poderoso telescopio, atravesando los tiempos y las edades, contempló la venida en gloria del Señor Jesús, y la anunció diciendo: “He aquí, el Señor es venido con sus santos millares, a hacer juicio contra todos, y a convencer a todos los impíos de entre ellos tocante a todas sus obras de impiedad que han hecho impíamente, y a todas las cosas malas que los pecadores impíos han hablado contra él”, Judas 14,15.
Enoc no se contaminó con las costumbres depravadas de su época. Vivió en ella cual fiel testigo de Dios, guardado por la fe, y sostenido por la esperanza bendita del libertamiento. Y antes de que el justo juicio de Dios descendiera sobre la tierra, Enoc fue trasladado a un lugar mejor, sin haber pasado por el doloroso trance de la muerte. El no presenció el desbordamiento de las fuentes del gran abismo, ni participó del espanto y confusión de las multitudes a la vista del diluvio. Fue trasladado antes de que estas cosas acontecieran.
Esto nos recuerda la promesa dada a la Iglesia: “Porque has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de tentación que ha de venir en todo el mundo”, Apocalipsis 3.10. El traslado de Enoc le libró del juicio del mundo, e igual acción espera la Iglesia de Dios. Sí, antes de que la apostasía llegue a su colmo, y la grande tribulación se extiende sobre todo el mun­do, “el mismo Señor, con aclamación, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero: luego nosotros, los que vivimos, los que quedamos, juntamente con ellos seremos arrebatados en las nubes a recibir al Señor en el aire”, 1 Tesalonicenses 1.14 al 17.
Cuándo sucederá esto, no lo sabemos, más el Señor nos exhorta de es­ta manera: “Mirad, velad y orad: por­que no sabéis cuando será el tiempo... porque cuando viniere de repente no os halle durmiendo. Y las cosas que a vosotros digo, a todos las digo”, Marcos 13.33 al 37. Que como Enoc tengamos testimonio de haber agradado a Dios. Amén.

Joab: Capaz y malintencionado (Parte VIII)

Contra Hadad

Un detalle que anima en este relato triste del fin de Joab es que su testimonio todavía tenía peso después de su ocaso y muerte. Lejos en Egipto vivía un hombre llamado Hadad, 11.14 al 25. Era sólo un niño cuando Joab hizo desastres en Edom en seis meses de guerra a muerte. Junto con un puño más de refugiados, este muchacho encontró asilo en Egipto. Cayó en gracia con el monarca, se casó con una cuñada de éste y crio su hijo en el palacio real.
No obstante, su corazón estaba siempre en su terruño. No fue hasta saber de la muerte de David y de “Joab general del ejército” que se atrevió a volver. Él respetaba la proeza de estos dos y sabía que, siendo enemigo acérrimo de Israel, no podía esperar misericordia a manos de ellos. Tan pronto que su influencia había desaparecido, él hizo preparativos para terminar su exilio, ya que no temía al régimen nuevo.
       Por lo menos en este aspecto de la vida de Joab encontramos un ejemplo digno de imitar. Es el de ser fuerte en el Señor como para frustrar los designios de aquellos que causarían estorbo en la asamblea. Es cuestión de ser hábil en usar la espada del Espíritu para convencer a los que se oponen y auspician doctrina venenosa. Lo podemos hacer sólo en la medida en que se ve a Cristo en nosotros. El pueblo de Dios precisa de un liderazgo dinámico y acertado, animándoles a disfrutar de la plenitud de la vida espiritual que tienen. Si muchas iniciativas en la vida de Joab sirven de advertencia de lo que no debemos ser y hacer, veamos que por lo menos, como en el caso suyo, lo que somos y hacemos ahora tenga una influencia una vez que nos hayamos ausentado.

Los cuatro evangelistas (Parte IV)

Lucas.



Se puede considerar a Lucas como el ideal del caballero cristiano. Una de las gracias sobresalientes de su vida es su negativa a promocionarse a sí mismo. Prefiere ser oído pero no visto, leído pero no conocido. En su Evangelio y en Hechos de los Apóstoles él ha sido escogido por el Espíritu de Dios para proporcionar uno de los aportes claves a las Escrituras del Nuevo Testamento, pero no menciona una sola vez su propio nombre. Se le nombra solamente tres veces, y es Pablo quien lo hace.
Colosenses 4.14 hace saber que era médico por profesión, estimado por sus pacientes y sus hermanos. Parece que ejerció voluntariamente, y veremos en un momento por qué. En Filemón 24 le encontramos en íntima asociación con Pablo, figurando como “colaborador”. No era ningún flojo uno que podía guardar el paso con el gran apóstol. Y, finalmente, en 2 Timoteo 4.11 hay ese gran y emocionante tributo: “Sólo Lucas está conmigo”.
Si él es —como algunos creen— el hombre de 2 Corintios 8.18, “el hermano cuya alabanza en el evangelio se oye por todas las iglesias”— y está descrito en el capítulo, junto con otros, como “mensajero de las iglesias, y gloria de Cristo”, hay una razón adicional para entender que era uno de los más conocidos y estimados de los creyentes primitivos, aun cuando huía de la publicidad.
Cuando está obligado a entrar en el relato misionero, en Hechos 16.8 al 10, lo hace de una manera por demás recatada. Solamente por el cambio de pronombre de ellos a nosotros [suprimidos en el castellano; leemos “descendieron” y luego “procuramos”] podemos descubrir que se juntó con Pablo y otros antes del viaje a Troas, cuando se tomó la gran decisión de llevar el evangelio de Asia a Europa.
Hay una sugerencia que no admite dogmatismo pero parece probable. Sabemos que Pablo y sus compañeros llegaron a la provincia fronteriza de Misia y aparentemente pensaban girar hacia el este para entrar en Asia, pero “el Espíritu no se lo permitió”. Inciertos en cuanto a su rumbo, llegaron a Troas, al extremo norte del Mar Ageo, entre Europa y Asia. Se le mostró a Pablo una visión; un varón macedonio estaba rogándole a pasar a Macedonia “y ayudarnos”. La sugerencia es que ese varón era Lucas, quien había pasado a Troas para hacer este llamado. “En seguida”, relata, “procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba”.
Si así fue, Dios había enviado la visión primeramente y luego el varón de la visión. Es de recordar que casi la misma cosa había sucedido en el caso de Pedro y Cornelio; Hechos 9. Se cree que Lucas era oriundo de Filipos, o que ejercía su profesión allí en aquellos años. Parece que antes él había escuchado la predicación de Pablo; posiblemente ahora viene a rogar que el apóstol evangelizara el continente oscuro de Europa.
A favor de esta sugerencia hay tres hechos. (1) Cuando Pablo y sus amigos navegaron a Europa, se dirigieron directamente a Filipos. No eran indecisos. (2) Segundo, Lucas parece haber tenido conocimiento de la ciudad. Dice que era la primera ciudad de la provincia de Macedonia y una colonia. Los ciudadanos se jactaban de que era colonia romana, ya que por esto era una Roma en miniatura, con privilegios y responsabilidades para sus ciudadanos romanos. En un principio los colonos eran sólo soldados veteranos, con tierra propia y con su propio senado y magistrados. (3) Lucas sabía que eran judíos acostumbrados a reunirse para la oración. No contaban con sinagoga, sino posiblemente una estructura provisional “junto al río”. Es probable que sólo un residente supiera esto.
Aquella reunión de oración fue asistida por damas no más, y los predicadores se sentaron y hablaron con las mujeres reunidas. La primera alma fue ganada para Cristo, y oportunamente muchos en adición al carcelero estaban preguntando qué deberían hacer para ser salvos. Una iglesia local fue constituida y a lo mejor los creyentes se reunían en casa de Lidia la comerciante. Desde luego, un evento como éste no puede suceder sin despertar oposición; los secuaces del diablo fueron despertados.
Cuando Pablo y sus colaboradores se marcharon hacia otras conquistas espirituales, Lucas se quedó en Filipos por quizás siete años más. Si ejercía medicina, no sabemos, aunque hubiera sido bueno hacerlo allí. Este pastor-médico nada nos dice de su labor, aunque la carta de Pablo a los filipenses nos hace pensar que logró mucho.
La próxima mención de Lucas en Hechos está en el 20.6, donde figura de nuevo el plural: “Nosotros... navegamos de Filipos…” De nuevo estaba con Pablo, éste enfermo. Leyendo en 2 Corintios 11.23 al 33 de las experiencias que había vivido, esto no nos sorprende.
Tal vez la peor de esas experiencias fue la de Listra, 14.19, 20, donde Pablo fue apedreado y luego arrastrado fuera de la ciudad bajo la creencia de que había muerto. Posible sea a esta ocasión que se refiere el apóstol en 2 Corintios 12.2: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo”. Las fechas corresponden.  Parece no haber duda que aquel día él haya sufrido heridas de las cuales nunca se recuperó, y que Lucas se dio cuenta de que ese consiervo suyo requería atención continua.
Lucas asumió esta responsabilidad. Entendemos que se quedó al lado de Pablo en aquel último y memorable viaje que incluyó Cesarea, Jerusalén, el naufragio mediterráneo y la larga caminata hasta Roma. Entendemos también que se quedó con Pablo en Roma y en ambos encarcelamientos, ministrando a su cuerpo quebrantado, animándole con compañerismo espiritual y sin duda escuchando del apóstol los relatos que anotaría con sumo cuidado.
La partida de su amigo más cercano ha debido ser un tremendo golpe para Lucas, pero uno que le condujo a entrar en otra fase de su servicio. Ahora estaba en condiciones de escribir su Evangelio y Hechos de los Apóstoles. En la introducción al Evangelio cuenta cómo fue que llegó a realizar esta labor: “Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido”.
Nada dice allí de haber sido inspirado por el Espíritu a escribir, pero sabemos que lo fue, y sabemos que hay un lado humano a la inspiración. Lucas percibió la necesidad de una relación acertada del nacimiento, vida, muerte y resurrección del Señor Jesús, y su bien es cierto que escribió mayormente para el beneficio de su amigo Teófilo y otros creyentes gentiles, su obra ha sido incorporada en el canon sagrado para formar parte de la herencia de la Iglesia a lo largo de las edades y el medio de salvación para muchos miles de almas.
Dedicado él a su tarea, el Espíritu Santo se apoderó de su servidor, de manera que escribió precisamente lo que Dios quería. A la misma vez, Lucas se esmeró en ordenar su material y redactar el texto. Aseguradamente no se ha podido encontrar otro mejor para el proyecto. Era hombre preparado; se había dedicado a averiguar los hechos, especialmente de testigos oculares; y, tenía la capacidad de poner en orden la información relevante. Veamos tres ejemplos de esta atención a detalles:

“Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías;  su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet”, 1.5.
“Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo [el mundo romano] fuese empadronado”, 2.1.
“En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea...”, 3.1.

Se nota su orientación médica en la terminología que emplea. Al hablar de aquel que era cojo de nacimiento, dice en Hechos 3.7 que se le afirmaron los pies, usando el griego básis que  no figura en otra parte del Testamento. Indica que el problema estaba en el tacón. También es de uso único tobillos en la misma oración. Al decir en 3.8 “saltando”, Lucas describe el hecho de que se encajó un hueso que había estado descoyuntado. Pero tal vez sea más llamativa la manera en que describe eventos relacionados con el embarazo de María y el nacimiento de Jesús. Solamente María ha podido divulgar estas intimidades. Además, ¿quién sino su propia madre han podido atesorar aquello de un muchacho de doce años entre los maestros de la ley en el templo?
Solamente Lucas cuenta del hijo pródigo, el buen samaritano, el rico y Lázaro, el ladrón moribundo. Y, solamente él revela varios detalles de la postrimería de Jesús, su resurrección y su ascensión. Él tuvo la oportunidad de entrevistar no sólo a la madre de Jesús sino también la mayoría de los apóstoles. Pedro, Pablo, Felipe (en cuya casa se hospedó), Mnason (“el discípulo antiguo” de Hechos 21.16) — la lista de informantes es larga.
         Y, por vez última encontramos sobreentendido el pronombre nosotros: “Cuando llegamos a Roma…” Con esto, un varón bueno y humilde se retira del escenario.

Doctrina: Cristología. (Parte XIII)

Jesús el Mesías


El termino Mesías proviene de la  palabra hebrea   Māšîaḥ (מָשִׁיחַ) y su correspondencia en griego es khristós (gr. χριστός, “Cristo”), y en castellano es “Ungido”. Tiene la idea de alguien que está consagrado, apartado, destinado para tal o cual función. Esta misma idea la encontramos en el acto de ungir todo el tabernáculo y sus utensilios, para santificarlo con el fin de separarlo,  y darle el uso para lo cual fue construido (Éxodo 40:9).
El acto de Ungir se realizaba con un aceite particular en el Antiguo Testamento (Éxodo 30:22-25). Podemos visualizarlo en el momento que Aarón es consagrado (Levítico 8:12; Salmo 133:2) o cuando David fue apartado para ser rey (así como lo fue Saúl) (1 Samuel 16:13; 10:1). Y en los profetas cuando se le consagra para ese ministerio (1 Reyes 19:16). Con estas figuras, el Espíritu Santo nos revela las funciones que Jesús el Mesías realizaría.
De estos, dos aspectos se dejan entrever  claramente en los evangelios, que corresponde al concepto de profeta y rey. Sin embargo, hay otro aspecto, que si no fuera por la carta a los Hebreos no nos daríamos cuenta tan fácilmente. El Espíritu Santo llevó al autor de esta carta a descubrir otra función que el Señor Jesucristo debía cumplir: el de sumo sacerdote. No importa que releamos y releamos la Biblia, no podríamos llegar fácilmente a este misterio sino por la interpretación que el autor de esta carta le da a ciertos pasajes del Antiguo Testamento.

El Mesías y el pueblo.
         Si bien es cierto, Jesús de Nazaret jamás reclamó para sí el título de Mesías cuando estuvo en su ministerio. Sin embargo, el pueblo que lo seguía veía en él al mesías prometido,  y no veían al rey prometido según Dios, veían a un profeta, ya que los milagros que  él hacía los llevaba a pensar hacerlos pensar que él era ese ser prometido que los sacaría de la esclavitud y que les daría el pan cada día (cf. Hechos 1:6; Juan 6:34).
         Vemos en varios pasajes que el Señor pudo haber reconocido esta dignidad, pero no lo hizo (cf. Juan 6:22-60), ya que sus objetivos eran otros: el hacer la voluntad del Padre (Juan 4:34; 17:4). El vino  más como profeta que como un mesías político, vino como el siervo sufriente profetizado por Isaías (Isaías 53).
         Si hubiese recibido del pueblo la dignidad, tal como ellos querían dársela, de seguro hubiera resultado en un enfrentamiento con Roma. Y, de una u otra forma, estaría recibiendo un reino de un modo que el Padre no quería dárselo;  ya que una vez concluida su obra, él volvería a la dignidad que había dejado (Juan 17:5; Filipenses 2:9) para venir a dar su vida por los pecadores. Y una vez concluido, todo, cuando volviese en Gloria y Majestad, él recibiría el reino que le corresponde.
         Vemos en algunos pasajes que este pueblo era muy voluble, ya que su acercamiento no era sincero, sino interesado; y ante la menor provocación cambiaba de ánimo y se ponía en contra de él (Juan 18:40).
Sin embargo, había algunos pocos que creyeron en él como el Mesías (Juan 1:41, 49; 11:27), y en estos contamos también a los pastores (Lucas 2:16–17); Simeón (v. 34); Ana (v. 38); Nicodemo (Juan 3:1-15; 19:38), José de Arimatea (Juan 19:38); etc. Siempre el número de verdaderos creyentes fue poco, aunque muchos creían en él, pero él no se fiaba de ellos porque sabía que había en ellos (Juan 2:23-25). En total, como 120 creyentes (Hechos 1:15) fueron los que realmente creyeron en él mientras  estuvo predicando.
Se podría pensar que en la entrada triunfal fue la culminación de la obra del Señor, ya que lo reconocían como el Hijo de David, el Mesías: “Hosanna al Hijo de David” (Mateo 21:9). Pero este hecho no fue más que una aparente excepción,   porque los hechos desencadenados días después, demostraron lo contrario.

El Mesías y sus discípulos
         En Cambio, en un ámbito cerrado, sí reconoció explícitamente ante sus discípulos que él era el Mesías.  Para ello expresa una pregunta: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mateo 16:13). Y los discípulos que habían escuchado del pueblo distintas opiniones, pero ninguna de las opciones expuestas o creían que él fuera el Mesías.  
Por tanto, si el pueblo pensaba que era cualquier persona menos el Mesías, entonces Jesús hace una pregunta para que la respuesta reflejara lo que ellos pensaban: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15). Pedro, en representación de los demás, dice: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”  (Mateo 16: 16-17, cf. Juan 6:68-69). Pero esta revelación  debía quedarse en el círculo de creyentes, por tanto prohibió que lo divulgasen (Mateo 16:20).
         Sin embargo, a pesar de la revelación Divina,  ellos seguían conservando las ideas del mesías que los rabinos tenían. Ellos pensaban que el Mesías que reinaría no podía morir. Por eso Pedro intenta reconvenir al Señor por lo dicho acerca de lo que le iba a suceder y  él lo reprende duramente (Mateo 16:21-23), porque se estaba oponiendo a los designios del Padre. Y a continuación, le indica que espera de los que le siguen a Él (Mateo 16:24-28).
         A pesar de la enseñanza del Señor, ellos no entendieron completamente la forma de Mesianazgo que le mostraba (Juan 3:14; 10:11-18; Mateo 16:21; 17:22-23; 20:17-19). No entendían porque tenía que morir y al tercer día resucitar. Pero con la llegada del Espíritu Santo pudieron comprenderlo (Juan 14:26).

El Mesías y los dirigentes judíos.
         Si bien el pueblo lo reconocía como un profeta (cf. Mateo 16:14; 21:11, 46), los dirigentes religiosos siempre trataron de desacreditarlo (Mateo 22:15 y ss.; Marcos 8:11) y no reconocerlo (Juan 7:47-48). Salvo casos “contados con la mano” (Nicodemo (Juan 3:1-15; 19:38), José de Arimatea (Juan 19:38), y quizás algunos otros), y otros casi lo reconocieron (cf. Juan 7:40-52); pero, en fin, nadie lo reconoció como Mesías.  Es más, a la más pequeña insinuación de que era Hijo de Dios, lo tildaban de blasfemo o querían matarlo (Juan 8:59; 10:31) y al que lo reconocía públicamente lo expulsaban de la sinagoga (Juan 9:22).
         Algunos ejemplos de rechazo los encontramos:
·        cuando hacía milagros o expulsaba demonios, negando que fuera hecho con el poder de Dios (Mateo 12:24);
·        cuando sanó al ciego de nacimiento y se declaraban discípulos de Moisés para diferenciarse completamente de la enseñanza del Maestro (Juan 9:1 y ss.);
·        cuando sanó al paralítico (Marcos 2:7);
·        cuando hizo la entrada triunfal, sus discípulos lo aclamaban y los jóvenes se agregaron al grupo (Lucas 19:39-40;);
·        cuando estaba ante el sanedrín y lo pusieron bajo juramento, él reconoció su Divinidad, ellos ni aun así lo reconocieron (Mateo 26:63-68; Lucas 22:66-71). No pudieron ver al Mesías que estaba ante ellos, al Siervo Sufriente que profetizó Isaías (cap. 53). Todos ellos tenían un velo religioso (cf. 2 Corintios 3:13-14) y dogmático que impedía reconocer al Hijo de Dios que tenían ante sí.
         Tal fue el grado de negación, que abusaron de él de una manera inmisericorde (Mateo 26:67; Marcos 14:65), estando  él “indefenso” y declarado reo de muerte siendo inocente, y ellos justificaron  la sentencia con la premisa que era mejor que uno muriera y no todo el pueblo (Juan 11:49-52). ¿Cuánta razón tenía?  Él iba a morir por todos, para que el  Juicio de Dios cayera sobre él (2 Corintios 5:21; Romanos 3:25; 1 Juan 2:2; 4:10).
Su ceguera espiritual fue tan tremenda que negaron al Santo de Israel. Ceguera, que fue profetizada por Isaías (6:9-10 cf. Mateo 13:13-15), y les impidió ver a quien tenían delante de ellos. No vieron su majestad, si no lo humildad con que andaba por la tierra (cf. Mateo 11:29); no vieron a quien estaba detrás de ese manto de humildad ni lo que encontraban en él. No vieron a su propio Dios, al que tanto esperaban, a aquel que de seguro los redimiría. Pero nada sucedió sin el previo conocimiento de Dios (Hechos 2:23; cf. 1 Pedro 1:11). Era necesario que pasase para que se mostrarse la misericordia Divina (Romanos 5:8; 1 Juan 4:9).

El Mesías y sus Obras.
Juan el Bautista mandó a dos de sus discípulos con una pregunta directa y que esperaba una respuesta igual: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” (Mateo 11:3). La pregunta esperaba una respuesta formal, una respuesta que dejase en claro que él, Jesús, era el mesías prometido o simplemente era un profeta más y que Juan se había equivocado en su apreciación cuando lo bautizó en el Jordán. Juan había declarado públicamente, según el evangelio de Juan:
“El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo. Y yo no le conocía; más para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua. También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él. Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”  (Juan 1:29-34).
         En cambio el Señor Jesús no dio una respuesta directa  que afirmase o negase su mesaniazgo, sino que sus propias obras y sus palabras daban testimonio de él y eran la respuesta que debían los mensajeros de Juan llevarle:
“Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mateo 11:4-6).