lunes, 21 de noviembre de 2011

El nombre "Jesucristo" y su triple cargo

"Ungüento derramado es tu nombre" (Cantares 1:3). "Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre deba­jo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (He­chos 4:12).


            Hemos de preguntamos el significado de este nombre averi­guando por qué el Redentor fue llamado precisamente "Jesu­cristo".

I.          El nombre "Jesús"
      Jesús es sencillamente el nombre personal del Señor, que le co­rresponde también de forma especial en el período de su humilla­ción, indicando además su obra como Salvador.

Es su nombre personal
            A José le fue dicho: "Llamarás su nombre Jesús," porque tal había de ser su designación personal (Mt. 1:21). En cambio, como veremos en más detalle abajo, "Cristo" es un título que traduce el término "Mesías" del Antiguo Testamento. Si esto se toma en cuen­ta se comprenderá por qué los autores sagrados emplean "Cristo" y no "Jesús" o "Jesucristo" en textos como Efesios 2:12 y Hebreos 11:26, donde la referencia es al Mesías según se presentaba en la antigua dispensación.

Es su nombre en su humillación
      Hasta tal punto se halla el nombre "Jesús" vinculado con la época de la humillación del Señor, que lo encontramos como desig­nación de otras personas también, como en el caso de Josué hijo de Nun, sucesor de Moisés (He. 4:8); en el de Josué el gran sacerdote (Zac. 3:1); en el de Jesús el Justo (Col. 4:11) y aun en el del padre del mago arábigo-judío, Barjesús, "hijo de Jesús." (Hch. 13:6).
      Es muy natural, pues, que los evangelistas empleen mayormente el nombre "Jesús" mientras que, a través de las epístolas, el título de "Cristo" pase a primer plano, ya que los evangelios tratan del tiem­po de su humillación, mientras que las epístolas testifican de aquel que Dios había exaltado y glorificado. En el nombre "Jesús" predo­mina el pensamiento de la salvación, pero en el título "Cristo" se subraya su gloria. En las epístolas el nombre "Jesús" no se halla solo sino en los casos cuando se desea subrayar su humillación anterior, como en las citas siguientes: 2 Corintios 4:10; Filipenses 2:10; 1 Tesalonicenses 4:14; Hebreos 2:9; 12:2; 13:12 (cp. con 13:8).
      Según la declaración de Pedro en el día de Pentecostés, fue sólo por la resurrección y la ascensión que Jesús llegó a ser el Cristo (Mesías) en toda la extensión de la palabra: "Sepa pues ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús, que vosotros crucifi­casteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo" (Hch. 2:36). De la manera en que la senda del Señor pasó desde la humillación voluntaria hasta la gloria, de igual forma el Nuevo Testamento traza el camino por el cual Jesús llegó a la plena dignidad del Cristo. En el Antiguo Testamento el proceso se invierte, pues se arranca de la idea general del Mesías para llegar por fin a la manifestación histórica de Jesús de Nazaret.

Es su nombre como Salvador
      Pero el sentido más profundo del nombre "Jesús" se encierra en la etimolo-gía de la palabra misma, que en su forma completa "Jehoshua" significa "el Señor es salvación." Por ser el niño el Reden­tor del mundo, José había de darle el nombre de "Jesús": "porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt. 1:21). Al analizar este texto hallamos estos tres importantes elementos: 1) El solo puede salvar, como se indica por el énfasis sobre el pronombre en el griego: "El salvará... (cf. Hch. 4:12). 2) Se señalan los límites de su salvación, porque salvará a su pueblo, o sea, a aquellos que acudan a El para ser salvos de todas las naciones (cp. 1 P. 2:9; TiL 2:14; Hch. 15:14). 3) Vemos la profundidad y la extensión de su salva­ción, pues no sólo redime de las consecuencias del pecado —la condenación y el juicio— sino también del dominio, señorío y poder de los pecados que reducen al hombre a la esclavitud moral. En otras palabras El es la Fuente, no sólo de la justificación, sino también de la santificación (1 Co. 1:30).
Así es que el nombre "Jesús" por sí solo declara el propósito por el cual el Redentor vino al mundo, y sirve como "índice de temas" que resume la historia de su actividad salvadora, siendo a la vez su título símbolo y lema. No debe extrañarnos, pues, que este nombre ha de ser tema de las alabanzas de los redimidos por toda la eterni­dad, y que al pronunciarse, toda rodilla se doblará de cuantos seres habiten el cielo, la tierra y las regiones inferiores (Fil. 2:10).

II.         El título "Cristo"
Si preguntamos por el método y la manera que emplea el Señor para revelar los tesoros del nombre "Jesús", nuestro pensamiento pasa al significado de su título "Cristo", que como hemos visto ya, es la traducción griega de la voz hebrea "Mesías" o "Ungido".
Hemos de considerar cuatro hechos que nos admiten al sentido íntimo del título, analizando cada uno en tres facetas.
•     La unción de varias personas en el Antiguo Testamento que correspondía oficialmente a los cargos de sumo sacerdote, rey y profeta.
•     Cristo, el Ungido de Dios, quien se presenta en el Nuevo Testamento como el anti tipo del sacerdote, rey y profeta del Antiguo Testamento.
•     Tres aspectos de la esclavitud espiritual del hombre, que requieren esta triple obra del Cristo en el desarrollo de la obra redentora.
•      La obra victoriosa del Cristo como            Profeta, Sacerdote y Rey.

      En la época de la salvación propia del Antiguo Testamento, Dios ordenaba tres principales unciones en el estado teocrático de Israel: la del sacerdote (Lv. 8:12; Sal. 133:2), la del rey (1 S. 10:1; 16:13; etc.), y la del profeta (1 R. 19:16, etc.). De este modo, cuando al Mediador de la salvación se le aplica el título "Cristo", significa que en su persona se resumen los más elevados cargos y dignidades de la totalidad del antiguo pacto, elevándose todo a un sublime plano espiritual. Así todas las profecías han llegado a su eterno cumpli­miento en el Cristo.
      Conforme a la profecía de Jere-mías sobre el nuevo pacto (Jer. 31:31-34, cp. He. 8:8-12), el Mesías bendice a los suyos de una forma triple que corresponde a sus propios cargos: 1) establece una extensión de su señorío en su vida interior (Jer. 31:33; cp. 2 Co. 3:3); 2) les brinda un don generalizador de profecía; y 3) les conce­de una eterna consumación del sacerdocio (Jer. 31:34). En el Nuevo Testamento estos términos se aclaran más todavía, y vemos cómo hace a su pueblo partícipe de su propia naturaleza, determinando que sean reyes, sacerdotes y testigos de su verdad profética (1 P. 8:9; Ap. 1:6, etc.). De esta manera el Dador llega a ser El mismo la sustancia del don que concede, a fin de que su resplandor como Cristo se refleje abundantemente en los redimidos (2 Co. 9:15; Hch. 11:26).

Cristo, el Ungido de Dios
      El Señor no revela todo el glorioso contenido de su título como el Cristo en un momento, sino a través de tres grandes etapas.
      El Profeta. Primeramente, se manifiesta como Profeta, o sea como el Hijo en quien Dios habló en estos postreros días (Dt. 18:15-19; He. 1:1-2) Como el "resplandor de la gloria de Dios", Cristo da a conocer la naturaleza del Padre con incomparable clari­dad, siendo esta luz muy superior a aquella que brilló en los mensa­jes proféticos de la antigüedad (Jn. 1:18; 3:13).
      El Sacerdote. Luego este Profeta camina hacia la cruz, y al per­mitir que sean cargados sobre sí los pecados del mundo, se convier­te a la vez en el cordero del sacrificio y en el sacerdote que presenta la ofrenda, efectuando por su propia obra la purificación de los pecados (Jn. 1:29; Jn. 2:2; He. 9:12,14, 25, 26; He. 1:3).
      El Rey. Finalmente, el Cristo es exaltado, sentándose a la diestra de la Majestad en las Alturas (He. 1:3) y ahora vemos a "Aquel que fue hecho por un poco de tiempo menor que los ángeles... corona­do de gloria y de honra" como Rey por el hecho mismo de haber sufrido hasta la muerte (He. 2:9, VHA).

Tres aspectos de la esclavitud espiritual del hombre
      Es maravilloso ver cómo este triple cargo y esta triple actividad del Redentor corresponden a una triple necesidad en el hombre, que exigía precisamente estos tres aspectos de la salvación.
      Dios creó al hombre para ser, en su esfera como criatura, el reflejo de su propia naturaleza espiritual, santa y bendita (o le capacitaba para ser un vaso, recipiente de su bienaventuranza feliz). Con el fin de que reflejara su espiritualidad, le dotó de entendimien­to; para que fuese una copia de su santidad y amor le dio una voluntad propia; y concediéndole sus sentimientos, y felicidad.
      Pero bajo la embestida del pecado el hombre cayó en su totali­dad, quedando entenebrecido su entendimiento (Ef. 4:18), volvién­dose perversa su voluntad (Jn. 3:19) y convirtiéndose sus sentimientos en vehículos de tristeza (Ro. 7:24).

De esta ruina total el hombre se salva por la victoriosa obra de Cristo en los tres aspectos que hemos venido considerando.
Como Profeta hace resplandecer la luz del conocimiento de Dios que libra el entendimiento del hombre de la oscuridad del pecado, estableciendo de este modo un reino de paz y de gozo en el interior del hombre redimido.
Como Sacerdote presenta el sacrificio y anula la culpabilidad, aliviando así la conciencia (con los sentimientos asociados con ella) de la carga abrumadora de la tristeza. El creyente pasa de este modo a una esfera de paz y de gozo.
      Como Rey dirige la voluntad de los redimidos, guiándola por senderos de santidad, fundando un reino de amor y de justicia en el corazón.
            Así es que su título de "Cristo", el Ungido, al abarcar estos tres aspectos de la salvación, llega a ser la revelación y la explicación de su nombre "Jesús", el Salvador. El ejercicio de su triple cargo libra al hombre de la esclavitud del pecado con respecto a las tres poten­cias de su ser —el entendimiento, los sentimientos y la voluntad— introduciéndole en la esfera de una salvación plena, libre y comple­ta, que no puede ser más cabal de lo que en realidad ha llegado a ser. La triple miseria de la oscuridad, la desdicha y la pecaminosidad ha sido vencida por una triple salvación portadora de la ilumi­nación, la felicidad y la santidad al alma redimida, sin que su triple carácter mengüe su unidad orgánica. Notemos cómo la espirituali­dad de Colosenses 3:10, la radiante felicidad de 2 Corintios 3:18 y la santidad de Dios que se expone en Efesios 4:24, brillan de nuevo en la criatura que fue hecha a la imagen de Dios.

Tomado del Libro: El triunfo del crucificado.

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