lunes, 8 de abril de 2019

Extractos


   Cuando el Espíritu Santo empieza a moverse en nuestra vida, creemos que podemos cambiar la comunidad cristiana. Como siempre, nos sale el tiro por la culata, permitiendo que sea la comunidad la que nos cambie y fije nuestros estándares La psicología de las masas a veces influye hasta en la comunidad cristiana, lo cual podría explicar todas las iglesias muertas que hay hoy en día en nuestro país.
No puedes cambiar la comunidad, algo que está más allá de toda posibilidad, pero puedes cambiarte a ti mismo. O, más bien, puedes dejar que el Espíritu Santo te cambie, un cambio que tiene lugar en lo más íntimo de tu vida. Entonces, ese cam­bio interno empezará a afectar lentamente lo exterior.
El tipo correcto de cambio puede afectar a todos los que te rodean. Este despertar espiritual no depende de la comunidad, pero puede afectarla drásticamente. El cambio en tu vida puede afectar el cambio en la comunidad. Como un fuego que empieza siendo pequeño puede encender todo lo que está alrededor, el fuego del despertar espiritual en nuestro interior puede fluir por nosotros y tocar a todos quienes nos rodean, cambiando realidad nuestra comunidad.
A.W. Tozer, Los peligros de la de fe superficial, Página 210

LA CRUZ Y EL CRISTIANO

Cada uno de nosotros que hemos recibido al Señor Jesucristo como nuestro personal Salvador, sabemos que la cruz de Cristo quiere decir, pecado perdonado, eso es que, en la completa y acabada obra del Señor Jesucristo, hay perdón para todos nuestros pecados presentes, pasados y futuros. Pero la cruz quiere decir más que pecado perdonado, tam­bién quiere decir, pecado revelado, y pecado ven­cido. En cada uno de estos significados, debe el creyente recibirlos personalmente.
La cruz quiere decir, pecado revelado. Antes de morir a cada deseo malo, debe haber luz revelada sobre él, para hacernos conocedores de su existen­cia. Cuando traemos nuestros pecados a la luz de la cruz, entonces conocemos lo que realmente quiere decir pecado. Cuando levantamos nuestros ojos pa­ra contemplar a nuestro Señor en la cruz, y vemos sus manos y sus pies traspasados por los clavos, su pecho herido, su cabeza coronada con aquella corona de espinas; cuando comprendemos que nuestro orgullo, nuestra sensualidad, nuestra concupiscencia, nuestra avaricia, nuestra incredulidad, nuestros corazones llenos de todo intento malo y sucio, fue la causa de Su muerte, entonces a la luz de nuestra tremenda maldad,  se nos es revelado el pecado.
La cruz quiere decir, pecado conquistado. “¿Per­severaremos en pecado para que la gracia crezca?) En ninguna manera” Ro. 6.1.2. Nuestro Señor Jesucristo, por su muerte y §u resurrección, y por la morada de su Espíritu en nosotros, nos ha dado poder sobre el pecado diario de nuestras vidas. “Es demasiado duro” dice Ud., ”No puedo ganar tal victoria.” No hay necesidad que la gane. Esa victoria está ganada ya por el Señor Jesucristo y es nuestra en El. Hemos sido bautizados en su muerte, sepultados y resucitados con El, por la glo­ria del Padre, así pues, hemos sido levantados para una nueva vida. “Porque si fuimos plantados junta­mente en él a la semejanza de su muerte, así tam­bién lo seremos a la de su resurrección. Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre juntamente fue cru­cificado con él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho, a fin de que no sirvamos más al pecado” Ro. 6.57.
Cuando las tentaciones vienen, clamemos por victoria por nuestro Señor y su obra acabada a favor nuestro. Veamos a Él como nuestra serpiente de metal, y el veneno de nuestro pecado será sanado y su poder frustrado.
Pecado perdonado, pecado revelado, pecado vencido. Dios nos ha llamado para ser santos. Séamoslo. Él es la victoria. A Él sea gloria.
Contendor por la fe, 1940, N.º 8 y10
Tr, por M. K.

LA OBRA DE CRISTO (2)

EN EL PASADO, EN EL PRESENTE Y EN EL PORVENIR


Su Obra en el Pasado
Su obra del pasado la realizó por SU encarna­ción, y la consumó cuando expiró en la cruz del Calvario. Hemos, pues de considerar en primer tér­mino los siguientes principios fundamentales de nuestra fe.
I.   LA OBRA DEL HIJO DE DIOS SE PRESA­GIÓ Y SE PREDIJO EN LAS ESCRITURAS
DEL ANTIGUO TESTAMENTO.
II.  LA ENCARNACION DEL HIJO DE DIOS.
III. SU OBRA EN LA CRUZ Y LO QUE SE HA REALIZADO POR ELLA.
I. La Obra del Hijo de Dios se Presagió y se Predijo en las Escrituras del Antiguo Testamento


En todas las Escrituras del Antiguo Testamen­to Dios Padre preanunció la obra del Dios Hijo. Trascendental tema es éste al que debemos dar mar­cada atención. Estos presagios y predicciones suce­dieron de diversas maneras. Mencionaremos primero la aparición en la tierra de un Ser sobrenatural, que venía de tiempo en tiempo, y que no era otro sino el mismo Hijo de Dios. Apenas hubo entrado el pecado en la tierra cuando apareció en ella el Hijo de Dios para redimir a los extraviados. El mismo anunció la promesa de que la simiente de la mujer había de herir la cabeza de la serpiente. Su encarnación, su obra redentora en la cruz y su victoria final sobre el enemigo de Dios las indica El en Génesis 3.15. Luego cubrió las desnudeces de sus criaturas, vistiéndolas con túnicas de pieles que les hizo. Por primera vez en el Verbo de Dios se declaró por este acto lo que sería el fruto bendito de su generosa obra de expiación.
Jehová mismo apareció en forma visible ante Abraham. Venía transformado en viajero y lo acom­pañaban dos ángeles, y comió en presencia de Abraham, quien le reverenció y le llamó su Señor. Este no era otro sino el Hijo de Dios, el mismo que, después de su resurrección, apareció en como via­jero ante dos discípulos suyos que se encaminaban a Emmaus, y el mismo que en otra ocasión comió de un panal de miel y de un pescado. En su presencia intercedió Abraham. Este Ser, que más tarde visitó a Abraham, castigó al pueblo de Sodoma y Gomorra, haciendo que del cielo lloviera sobre ellos fuego y azufre. Apareció ante Jacob y fue Él aquel hombre misterioso con quien éste luchó en Peniel; después, más tarde, Jacob le llamó “el Ángel, el Redentor.” Muy a menudo se le llama “el Ángel de Jehová,” mas no un ángel creado, sino un Ser increado. Moisés le vio en medio de la zarza ardiente y oyó su voz. Y aunque le llaman el Ángel de Jehová, reveló que era Jehová, descubriéndole este nombre a Moisés. Estuvo con el pueblo de Israel en el desierto y moró con ellos en la nube de gloria. Los guió, abasteció a sus necesidades; los protegió, los juzgó y aniquiló a sus enemigos. A Josué se le apareció y se le reveló como “el Príncipe del ejército de Jehová.” Manoa y su mujer lo vieron, y presenciaron su ascensión a los cielos, envuelto en el humo y el fuego del sacrificio. Isaías, Ezequiel y Daniel contemplaron su gloria. Todo esto no fue sino presagios y vislumbres de las dos grandes manifestaciones del Hijo de Dios en la tierra que son necesarias en su obra; su manifesta­ción de humildad y su manifestación de poder y gloria.

Otros Presagios de su Obra

Pero hay otros presagios de su obra. Todas las instituciones dadas por la divinidad, y muchos de los eventos históricos anotados en el Antiguo Testamen­to, presagian su obra. La historia, según se relata en el Antiguo Testamento, es la historia preliminar de la encarnación. Todo el sistema del sacrificio en el sacerdocio levítico pregonaba de antemano en di­versas maneras cual había de ser la gran obra de redención del Cordero de Dios. Cada ofrenda y sa­crificio revelaba las diferentes fases de su obra en la cruz, así como también su sagrada e inmaculada hu­manidad. Los sufrimientos de Cristo y lo que ellos significaban a los pecadores extraviados se manifes­taron de ese modo. Desde el cordero de Abel hasta el último de los corderos que murió antes que el ver­dadero Cordero de Dios pronunciara en la cruz las imperecederas palabras: “Consumado es,” los milla­res de corderos, de toros y de cabras, los innumera­bles rebaños sacrificados, no era otra cosa todo ello sino el ejemplo de ese gran sacrificio que se consumó en la cruz del Calvario. El tabernáculo con toda su pompa, en sus más mínimos detalles, tenía cierta significación relativa a la persona de ese Ser mara­villoso y a su maravillosa obra. Y ¿qué otra cosa pudiéramos decir de los eventos históricos, tales co­mo la Pascua, el paso por el Mar Rojo, la serpiente de bronce suspendida en el desierto? Pudiéramos agregar además que hombres tales como Isaac, José, David y otros, presagiaron durante su vida los su­frimientos de Cristo y la gloria venidera,

Las Profecías Directas
Todavía son más numerosas las profecías di­rectas anunciando las diferentes fases de la obra de Cristo. Que El aparecería en forma humana, cómo nacería y dónde; su vida, su misión, sus milagros; todo esto fue repetidamente predicho por los profe­tas. Pero el gran contingente de predicciones con­cierne a sus sufrimientos como sobre llevador del pecado y a sus glorias como Rey. Tomemos, por ejemplo, las predicciones contenidas en el Salmo 22. El pueblo judío desconocía en absoluto el castigo de la crucifixión; ninguna nación en contacto con el pueblo de Israel infligía la pena de muerte emplean­do tal sistema. Le estaba reservado a la crueldad de Roma el inventar la muerte por la crucifixión. Y sin embargo en este Salmo se encuentra, por inspiración divina, un cuadro exacto de esta manera, entonces desconocida, de ajusticiar en la cruz. Leemos que horadaron sus manos y sus pies, que sus huesos fue­ron descoyuntados, que la sed excesiva le pegaba la lengua al paladar; y de igual manera hallamos pre­dicho en los profetas su resurrección, su presencia ante Dios, su vuelta a la tierra y su reino de justicia y gloria.

La Inspiración del Antiguo Testamento

Queremos hacer especial mención de estos presagios divinos, porque en estos últimos tiempos han surgido de todas partes en el cristianismo milla­res de individuos que con la mayor audacia niegan la inspiración del Antiguo Testamento, quienes que­rrían hacernos creer que estas maravillosas predic­ciones son de origen humano, y para quienes casi todas las cosas no son sino leyendas, y quienes, ade­más, aseveran que en la Biblia no existen las predic­ciones Mesiánicas, que Dios nunca le habló a los pro­fetas ni de su Hijo ni de la obra de su Hijo. Tal negación de la revelación de Dios, que está conteni­da en las escrituras del Antiguo Testamento, consti­tuye la vanguardia de la negación tácita del Hijo de Dios y de su obra. Negando “al Señor que los res­cató” 2 P. 2.1, es la fase dominante del cristianismo apóstata moderno; es anti cristianismo. A esta nega­ción precedió la negación de la Palabra de Dios escrita. Esto a que llaman la “crítica elevada” no es sino la levadura de Satanás que fermenta en las instituciones teológicas del cristianismo, abriendo la senda de una doctrina cristiana destituida de creen­cias, por donde ha de entrar el hombre de pecado. El creer que estos maravillosos y armoniosos presa­gios y predicciones contenidos en el Antiguo Testa­mento no son sino producciones del ingenio humano, no más que leyendas recopiladas por hombres per­versos que pretendían haberlas recibido de Dios, es mucho más arduo que el creerlas procedentes de la Divina revelación.
Contendor por la fe, 1940, N.º 8 y10
A. C. Gaebelein

LOS VERDADEROS ADORADORES (2)


¿Dónde adorar?
“La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre”, le dijo Jesús a la mujer samaritana (Juan 4:21). Entonces, la pregunta que cabe ahora es: ¿Dónde debemos rendir culto a Dios?


Ante todo, es necesario distinguir la alabanza individual de la adoración colectiva. Todo cristiano tiene el privilegio de rendir homenaje a su Dios en el lugar donde se encuentre: en casa, durante sus viajes o en el sitio donde realiza sus ocupaciones. La adoración de Jonás subió desde el fondo del mar, desde las entrañas de un pez (Jonás 2).
Los que se encuentran privados de las reuniones, estén ellos en casa, en el hospital o en la cárcel por causa de la fe, etc., pueden adorar del mismo modo que aquellos que se reúnen para ese fin. De modo que Dios dispone de una gran multitud de pequeños templos desde los cuales se puede alabarle: son los corazones de aquellos que le conocen y le aman.
Como lo muestra la Biblia, tenemos también el privilegio de adorar al Padre juntos, hermanos y hermanas de la familia de Dios. El lugar donde podemos realizarlo no será la «iglesia» de tal religión o denominación religiosa, sino que puede ser en un simple local o en la habitación de una casa particular.
Cuando buscamos a un grupo de creyentes a fin de juntarnos a ellos para adorar a Dios, debemos comprobar si allí se reconoce la Palabra de Dios como la única autoridad, poniendo a un lado todo aquello que sea del hombre. Estar reunidos en su nombre implica la aprobación del Señor. Es la única condición que él pone para la realización de su promesa: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18:20).
Si venimos sólo por él, sometiéndonos a su Palabra, poniendo a un lado la autoridad del hombre y dejándonos conducir por su Espíritu, experimentaremos su presencia y podremos adorar a Dios de una manera que le será agradable.

¿Cuándo debemos adorar?
El hecho de que cada uno de nuestros corazones sea como un templo para Dios, implica que podemos alabarlo en cualquier momento del día. “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré”, dijo David en el desierto (Salmo 63:1). Y más adelante: “Cuando me acuerde de ti en mi lecho, cuando medite en ti en las vigilias de la noche” (v. 6). Nuestro corazón es semejante a un instrumento sobre el cual el Espíritu Santo puede entonar en todo momento una melodía para Dios.
Tenemos el privilegio de adorar en común. Los domingos nos reunimos especialmente para tal fin. ¿Por qué lo hacemos ese día? Porque ese día fue el de la resurrección del Señor, el día en que comienza la nueva vida. Así como celebramos el día de nuestro cumpleaños, así también cada domingo celebramos a un Cristo que salió de la tumba. Este extraordinario acontecimiento ha hecho del primer día de la semana —el domingo— el día del Señor.
Al comenzar la semana con la adoración colectiva, damos al Señor Jesús la prioridad sobre todas las ocupaciones de la semana. En Hechos 20:7 vemos que ése era el día en que los discípulos estaban “reunidos para partir el pan”.
En los evangelios encontramos tres veces la casa de Betania. La primera vez, en Lucas 10:39, vemos a una mujer llamada María a los pies del Señor Jesús, escuchando su Palabra. Esta escena evoca las distintas reuniones donde se lee y medita la Palabra de Dios. La segunda vez, en Juan 11:32, encontramos de nuevo a María a los pies del Señor, después de la muerte de su hermano Lázaro. Le manifiesta su tristeza y espera de Él consolación. Esto corresponde a las reuniones de oración. Pero la tercera vez, en Juan 12:1-3, María trae un vaso lleno de un precioso perfume, unge los pies de Jesús y la casa se llena del olor del perfume. Ésta es la imagen de un corazón —el vaso— consciente de las perfecciones del Señor —el perfume— y de la verdadera adoración.

¿De qué manera adorar?
Escuchemos la respuesta que el Señor Jesús da a nuestra pregunta: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24)

¿Qué significa adorar “en espíritu”?
Todas las religiones del mundo tienen su sistema de ceremonias, ritos y sacramentos, a los que hay que someterse estrictamente. Todo aquello que se relacionaba con el culto judío instituido por Dios —templo, sacerdotes, sacrificios y días solemnes— era la imagen de las cosas celestiales. Ahora las poseemos como realidad en Cristo. Por eso, la adoración del cristiano tiene un carácter espiritual. En particular, cuando la asamblea se reúne para adorar, no lo hace con carácter formalista —con palabras o gestos aprendidos y repetidos—, sino con la libertad y sencillez de hijos que se dirigen al Padre.
Adorar en espíritu significa también que no es nuestra inteligencia natural la que nos da la capacidad de alabar a Dios. Sin el Espíritu Santo es imposible que nuestro propio espíritu eleve a Dios la menor alabanza aceptable. Cuidémonos de que no contristemos al Espíritu Santo que habita en nosotros (Efesios 4:30).

¿Qué significa adorar “en verdad”?
Dios desea que lo que expresemos en la adoración (mediante cánticos y acciones de gracias) se sienta realmente en el corazón. Él no sólo oye lo que le decimos, pero, al mismo tiempo, lee en nuestro interior. No le podemos engañar cuando lo que expresamos no se realiza de corazón.
Adorar en verdad es también adorar conscientes de la posición en que Dios nos ha colocado y de la relación que tenemos ahora con el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Podemos adorar al Redentor sólo si nosotros mismos gozamos de la redención; sólo somos capaces de adorar al Dios de gracia si gozamos de la gracia de Dios.
¿Sabe usted por propia experiencia lo que es adorar como verdadero adorador, en espíritu y en verdad?

Motivos de adoración
Sólo nos queda considerar los motivos que ocupan nuestros corazones cuando adoramos. El tema principal es Cristo, su Persona y su obra. Por él conocemos al Padre, a quien rendimos gloria por lo que es y lo que hizo.
 “Aclamad a Jehová con arpa; cantadle con salterio y decacordio”, nos dice el Salmo 33:2. Pulsando todas las cuerdas de un arpa o un laúd, uno puede obtener una gama completa de sonidos armoniosos. A menudo nos contentamos con agradecer a Dios el haber perdonado nuestros pecados. Esto, aunque muy importante, no es suficiente, lo mismo que la repetición de una misma nota en la música no forma una melodía. Los cultos son a menudo pobres y débiles. El Espíritu Santo desea hacer vibrar todas las «cuerdas» que refieren las infinitas glorias de Jesucristo, el Hijo de Dios, de las cuales podemos hablar al Padre:
·        Sus glorias de Creador y de Redentor.
·        Su gloria cuando “se despojó a sí mismo”: El Hijo de Dios “venido en carne”. ¡Maravilloso misterio!
·        Su gloria en su humillación como siervo voluntario “hasta la muerte, y muerte de cruz”.
·        Sus perfecciones morales como hombre aquí en la tierra: obediencia, amor, humildad, paciencia, justicia, consagración a Dios... en completo contraste con lo que es el hombre natural.
·        Su gloria como hombre resucitado y su presencia actual a la diestra de Dios.
Su próxima aparición y su asunción del poder como Rey del universo.
Tendremos la eternidad para contemplar y celebrar todos los aspectos de su gloria. Pero en el presente, cuanto más aprendemos a conocer al Señor y al Padre, más seremos llevados por el Espíritu Santo a maravillarnos de estas glorias, y la adoración colectiva alrededor del Señor se verá más enriquecida.
El Padre busca adoradores: hombres y mujeres que le conozcan como Padre y que acepten someterse a todos sus mandamientos. Es a usted a quien le busca en este preciso momento.
¿Qué respuesta le dará?
Salut et Paix , Creced 1995

GEDEÓN, EL LIBERTADOR (4)


J. B. Watson (1884-1955),
The Witness, febrero a julio, 1944.

La preparación del hombre, Jueces 6.25 al 40


3. El poder del Espíritu
    Fíjese ahora en una consecuencia inmediata. Apenas corrigió Gedeón la situación en cuanto a Baal y su árbol sagrado, y apenas había construido un altar para Dios y ofrecido el sacrificio correspondiente, que él fue investido espiritualmente para realizar la tarea que Dios le había llamado a hacer. “El Espíritu de Jehová vino sobre Gedeón, y ... éste tocó el cuerno ...” La obediencia habilita a uno.
    El poder de Dios busca un intermedio humano para la bendición de la humanidad. En Gedeón, limpiado ya de la contaminación de la idolatría, Dios encuentra un canal, un instrumento útil, un vaso limpio, un hombre preparado. Por lo tanto, Él se apropia de la personalidad de Gedeón y la emplea para el fin que tenía por delante. Dice nuestra traducción que el Espíritu vino sobre él, pero algunas otras dicen que le revistió, o “el Espíritu se vistió de Gedeón”.
    Son tres las veces que encontramos esta expresión tan llamativa en el Antiguo Testamento. Aquí es empleada con referencia a Gedeón. En 1 Crónicas 12.18 es en cuanto a Amasai y su fidelidad a David en un tiempo cuando las lealtades estaban cambiándose. El Espíritu vino sobre él cuando declaró: “por ti, oh David, y contigo, oh hijo de Isaí”. Y en 2 Crónicas 24 leemos de Zacarías el sacerdote, quien profetizó contra la desobediencia a los mandamientos de Dios en los días de Joás; dice el versículo 20 que “el Espíritu de Dios vino sobre Zacarías”. Mateo 23.35 nos cuenta cómo pagó por esto con su vida. Repito: en cada caso el lenguaje es que el Espíritu Santo se vistió de la persona[1].
    Entonces, la plenitud del Espíritu puede significar la victoria sobre los enemigos del pueblo de Dios; puede fortalecer a uno para una lealtad declarada a Cristo en un día cuando semejante fidelidad puede costar cara; o, puede, como en el tercer caso, dar fuerza para aguantar padecimiento y pérdida. O sea: para la vida de triunfo (Gedeón), de testimonio (Amasai), o de padecimiento (Zacarías), hace falta el mismo poder, el poder del Espíritu Santo, y sólo ese poder basta.
    Gedeón tocó el cuerno y “los abierzeritas se reunieron con él”. Eran la gente de su propio distrito, y fueron los primeros en seguirle. Fue ese testimonio en casa que trajo este gran resultado. Pero el alcance del llamado se extendió; el sonido del cuerno alcanzó tribu tras tribu, hasta que el ejército de Gedeón se hizo gran hueste. ¡Qué cuadro es éste de la influencia creciente que puede tener la vida de un siervo de Dios que esté lleno del poder del Espíritu! Silenciosa, persuasiva, expansiva, efectiva: ¿quién no anhela una vida de poder espiritual?

4.      El vellón y el rocío
    Esta es la segunda señal solicitada por Gedeón. La solicitud fue, en este caso, una evidencia de una fe imperfecta. Él tenía ya la promesa que Dios le habló: “Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre”, 6.16. Para la fe sencilla esto había sido suficiente, pero, ¡pobre de nosotros! somos criaturas tan débiles que pedimos que la sola Palabra de Dios sea reforzada y ratificada por medio de una señal.
    Es una fe coja la que pide señal cuando la promesa ha sido dada. Con todo, nuestro Dios tierno y misericordioso nos permite a veces estas muletas para la fe débil. Así fue en este caso. Por cierto, concedió aun la señal doble que Gedeón pedía: primeramente, que sólo el vellón fuese llenado de rocío, y luego que sólo el vellón quedase seco. Cuán tierno es Dios en su trato con la le fe tenue; nos conviene alabarle por su ternura y paciencia con nosotros en nuestras fallas.
    ¿Qué es la lección de la señal doble? Se han ofrecido muchas explicaciones maravillosas, pero la mayoría han sido demasiado imaginarias como para convencer. La lección sencilla y obvia es, aseguradamente, que Dios es soberano en el otorgamiento y la negación de la bendición espiritual. Conforme a su voluntad, la lana se encuentra mojada; igualmente, a su mandato la lana se encuentra seca, pero todo lo demás está mojado. Él manda la bendición, y permite que la fe le mueva a Él.
    ¿Cómo podemos saber que Él llenará nuestro vellón con rocío; a saber, que llenará nuestro servicio con la unción del Espíritu Santo? Él ha revelado que manda la bendición cuando prevalecen ciertas condiciones en las personas que le buscan.
    Así, establece en Isaías 66 que mira a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a su palabra. Él dispone que la bendición sea derramada sobre el alma obediente y sumisa. Y, hay la norma del Salmo 133: Cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía, porque allí envía Jehová bendición. El dispone que su bendición caiga sobre los grupos de santos cuyos corazones estén tejidos en la unidad santa.
         “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”, Juan 15.7. El dispone que haya bendición para quien obedezca. ¿Quién, entonces, anhela un vellón saturado, una vida llena de poder?


[1] Nota: Reina-Valera de 1909: “... se envistió en Gedeón” La Versión Moderna de 1893 da en todos tres casos: “el Espíritu revistió a”.

LA PRIMERA EPÍSTOLA A TIMOTEO (4)


Por Hamilton Smith
El Orden de la Casa de Dios
(1 Timoteo 2 y 1 Timoteo 3)



(b) La casa de Dios, un testimonio de la gracia de Dios (versículos 5-7)


 (V. 5). Dos grandes verdades son expuestas ante nosotros como el terreno en el cual Dios trata con los hombres en gracia soberana. En primer lugar, hay un solo Dios; en segundo lugar, hay un solo Mediador.
El hecho de que hay un solo Dios había sido declarado antes de que Cristo viniera. La unidad de Dios es la gran verdad fundamental del Antiguo Testamento. Fue el gran testimonio de Israel, como leemos, "Oye, Israel: JEHOVÁ nuestro Dios, JEHOVÁ, uno solo es." (Deuteronomio 6:4 - VM). Era el gran testimonio que debía fluir a las naciones desde Israel, como leemos, "¡Todas las naciones júntense a una...! ... escuchen a mis testigos, y digan: Es verdad. Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi Siervo, a quien he escogido; para que sepáis, y me creáis, y entendáis que yo soy. Antes de mí no fue formado dios alguno, ni después de mí habrá otro. ¡Yo, yo soy Jehová, y fuera de mí no hay Salvador!" (Isaías 43: 9-11 - VM).
El cristianismo, al mismo tiempo que mantiene la gran verdad de que hay un solo Dios, presenta además la verdad igualmente importante de que hay un solo Mediador entre Dios y los hombres. Esta última verdad es la verdad distintiva del cristianismo.
Tres grandes verdades son presentadas caracterizando al Mediador. Primero, Él es uno. Si Dios es uno, es igualmente importante recordar la unidad del Mediador. Hay un solo Mediador y ningún otro. El papado, y otros sistemas religiosos corruptos de la Cristiandad, han negado esta gran verdad, y han restado valor a la gloria del único Mediador, instalando a María, la madre del Señor, y a otros hombres y mujeres canonizados como mediadores.
En segundo lugar, el Único Mediador es un Hombre para que Dios pueda ser conocido por los hombres. El hombre no puede elevarse a Dios; pero Dios, en Su amor, puede descender al hombre. Uno ha dicho, 'Él descendió a las profundidades más bajas para que no hubiese nadie, incluso el más inicuo, que no pudiese sentir que Dios en Su bondad estaba cerca de él - que había descendido hasta él - Su amor hallando su ocasión en la miseria; y que no había ninguna necesidad para la cual Él no estaba presente, que Él no podía satisfacer.' (J. N. Darby).

 (Vv. 6, 7). En tercer lugar, este Mediador se dio a Sí mismo en rescate por todos. Si Dios ha de ser proclamado como un Dios Salvador, que quiere que todos los hombres sean salvos, Su santidad debe ser vindicada y Su gloria mantenida. Esto ha sido cumplido perfectamente por la obra propiciatoria de Cristo. La majestad de Dios, la justicia, el amor, la verdad, y todo lo que Él es, ha sido glorificada en la obra llevada a cabo por Cristo. Él es una propiciación por todo el mundo. Se ha hecho todo lo que se necesitaba. Su sangre está disponible para el más vil, quienquiera que él sea. De ahí que el evangelio dice al mundo, el que quiera, venga. En este aspecto podemos decir que Cristo murió por todos, que se dio a Sí mismo en rescate por todos, un sacrificio disponible por el pecado, para quien quiera que venga. Estas son las grandes verdades que deben ser testificadas a su debido tiempo - la gracia de Dios proclamando a todos el perdón y la salvación sobre el terreno de la obra de Cristo, quien se dio a Sí mismo en rescate por todos. Cuando Cristo hubo ascendido a la gloria, y el Espíritu Santo hubo descendido a la tierra a morar en medio de los creyentes, formándolos así en la casa de Dios, el debido tiempo había llegado. Desde esa casa el testimonio debía fluir, siendo el apóstol aquel usado por Dios para predicar la gracia, y abrir de este modo la puerta de la fe a los Gentiles (Hechos 14:27). De esta forma él puede hablar de sí mismo como de un predicador, un apóstol, y un maestro de los Gentiles en la fe y en la verdad.

LAS CANCIONES DEL SIERVO (4)

LA TERCERA CANCIÓN: EL SIERVO EN LA ESCUELA DE DIOS.
Isaías 50: 4 - 11.


En esta canción encontramos al Siervo ejerciendo por fin su ministerio público, pero se ha de notar que éste se ve mayormente desde dentro, en el marco de la íntima comunión que mantenía con el Padre. Es digno de notar, además, la reiteración (cuatro veces) del título «Jehová el Señor» subrayando el hecho de que el Siervo se encuentra bajo sus órdenes, no pudiendo «hacer nada por sí mismo», sino dependiente de todo lo que «veía hacer al Padre» (Juan 5:19).

El aprendizaje y el discipulado del Siervo. Vers. 4.
El aprendizaje del Siervo no terminó con su Bautismo y la derrota de Satanás en la Tentación al prin­cipio de su ministerio, sino que siguió a través de los restantes años de su vida. Notemos, además, que las lecciones de la «escuela de Dios» se impartían a diario a fin de que supiese qué palabras dar al cansado (moral y espiritualmente hablando) en cada ocasión. La vida del hombre, aún antes del pecado, estaba sabiamente ordenada por el Creador en ciclos de 24 horas y no había de ser de otra manera para su Hijo (véase Salmo 90:12, 14). Cada mañana recibía sus órdenes porque el hombre verdaderamente sabio es aquel que, recono­ciendo su ignorancia, se dispone a recibir atento de quién puede darle las cosas que necesita saber y que más tarde habrá de transmitir a otros. Hemos de desterrar toda idea de una especie de automatismo en el caso de nuestro Señor Jesucristo, como si no tuviese ninguna necesidad de aprender. Al contrario, Él, más que nadie, estaba completamente abierto al Padre y al Espíritu para recibir todo lo que el trino Dios le quería dar para las exigencias de cada día de su ministerio. Tenía que ejercer fe (por eso se le llama el Autor y Consumador de ella en Hebreos 12:2) continuamente, aceptando la autolimitación que había asumido voluntaria y deliberada­mente en su Encarnación. La segunda Persona de la Trinidad no necesitaba que nadie le enseñase nada, pero al llegar a ser el Verbo encarnado aceptó las limitaciones de su condición humana con todas las consecuen­cias. De otra manera no había podido ser nuestro representante y sumo sacerdote compasivo, apto para com­prender toda nuestra situación. La grandeza del Siervo, pues, no estriba solamente en lo que hace sino en lo que aprendió a hacer bajo la amorosa tutela del Padre.

La entrega absoluta del Siervo a Dios. Vers. 5 y 6a.
Aquí encontramos la verdadera «pobreza de espíritu» que sobre las demás cosas Jesús quiso ver refle­jada en las vidas de los que le seguían (Mateo 5:3). Por medio de la figura del esclavo que «no quiere salir libre» porque ama a su amo y a su familia (véase Éxodo 21:1-6 y Hebreos 10:5-7), el Siervo se consagra sin reservas al servicio de su Dueño celestial; se deja clavar al poste de la casa del Amo («abrir el oído» = hora­dar la oreja), marcado para siempre por el amor. No se rebeló ni volvió atrás; se entregó por completo a su magna tarea a pesar de toda la oposición, la indiferencia y la incomprensión de los que le rodearon.

La mansedumbre del Siervo. Vers. 6.
El ver. 6 ilustra la manera en que el Siervo se porte frente a los hombres al hacer esa entrega absolu­ta: involucró la mansedumbre más pura delante del desprecio y la burla cruel de sus adversarios. Dijeron de Él cosas terribles acusándole de ser «bebedor de vino», «loco», «amigo de publicanos y pecadores», «pecador», «no de Dios», «impostor», «engañador», «revolucionario», «endemoniado», etc., y en las últimas escenas de su vida apareció la crueldad física también. Pero Él no replicó, sino que, en las palabras del apóstol Pedro «en­comendó su causa al que juzga justamente» (1 Pedro 2:24-25).

El tesón del Siervo. Vers. 7.
En Luc. 9:51 y Mat. 10:32 podemos observar estas cualidades. No hubo temor del hombre en Él; todo lo que hacía obedecía a la necesidad de agradar ante todo a su Padre, ocurriese lo que ocurriese. Sabía que podía contar con su gracia para cada circunstancia y que Él no le avergonzaría nunca (vers. 7), y por eso «pu­so su rostro como el pedernal».

La confianza y el denuedo del Siervo. Vers. 7 - 9.
Como la confianza absoluta en el amor y la fidelidad del Señor a sus promesas es uno de los rasgos más característicos del Nuevo Pacto, es comprensible que se viera de forma destacada en Aquel cuya Obra trae ese Pacto: el gran Siervo de Jehová que confía plenamente en su Dios a pesar de toda la oposición levan­tada en su contra (vers. 8 - 9). Sabe que habría siempre «oportuno socorro» (gracia); sabe que cuenta con la presencia del Padre (véase Juan 16.32-339; sabe también que éste le vindicará por la Resurrección (1 Tim. 3:16). Los veredictos humanos habían de ser trastocados por aquel magno acontecimiento y la Ascensión, y anulados en cuanto a sus efectos entre los hombres por el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés. Esperan todavía su manifestación pública en la Segunda Venida y el Juicio Final, pero su cumplimiento es seguro. Y todo aquel que se opone al Siervo no podrá tener éxito; su aparente poder desvanecerá, vendrá a nada (vers. 9).

El reto de Dios. Vers. 10 - 11.
Frente a la contemplación de la figura del gran Siervo en estas dos canciones no podemos quedar indi­ferentes porque Dios nos lanza un reto en el vers. 10 a cuantos nos preciamos de ser siervos suyos y seguido­res del Maestro. Ya hemos visto que el Siervo temía a Dios (le reverenciaba, le colocaba en primer lugar para agradarle, ante todo); este temor es el «principio de la sabiduría» verdadera. Como fue en su caso la senda del servicio es a menudo oscura y difícil, requiriendo de cada uno esa misma confianza que Él mostró aún cuando no podamos ver claramente muchas cosas. Dice el salmista que «el Nombre de Jehová es una torre fuerte» en la que hallan refugio los justos porque se apoyan en su carácter fiel y así siguen adelante. Lo opuesto - apoyarse en los recursos humanos- se ve en el vers. 11 llevando al más completo fracaso y a la perdición en aquellos que sólo son siervos de nombre, y a la pérdida de su recompensa en el caso de creyentes inconse­cuentes.

Conclusión.
Podemos terminar con una pregunta: ¿por qué se coloca este reto aquí precisamente y no al final de la última canción? Creemos que la razón de ello estriba en que hay una distinción clara entre la descripción del ministerio del Siervo en las primeras tres canciones, que son ejemplares para todo siervo de Dios, y la Obra maravillosa de expiación y justificación descrita en la cuarta que es vicaria y en la que no podemos tomar parte nadie.
Haremos bien en recordar las líneas maestras del servicio que Dios espera de los suyos. Ha de partir de un llamamiento y una elección divina que da convicción y un sentido de propósito a cuanto hagamos. Ha de haber una sumisión a, y una dependencia total de Dios al pasar por las distintas etapas de su escuela. Asi­mismo, una comunión íntima que permite la revelación constante y creciente de su voluntad, y una confianza total en lo que Él quiere y puede hacer en y por medio nuestro, sea cual sea la oposición o la dificultad que pueda haber. Y si añadimos a todo esto el amor acendrado que ha de caracterizar cuanto hagamos, tanto a Dios como a los hombres, tenemos todos los elementos necesarios para completar el cuadro del siervo que se asemeja a su Señor.

¿Cuál es el significado y alcance del carácter del Señor, considerado como ''Hijo del Hombre"?


Pregunta¿Cuál es el significado y alcance del carácter del Señor, considerado como ''Hijo del Hombre"?

Primera Respuesta: 
En el evangelio según Lucas, el Espíritu de Dios nos presenta a Jesús bajo Su carácter de "Hijo del Hombre", tra­yendo a los hombres, de parte de Dios, la gracia que todos ne­cesitan. Por consiguiente, sobre todo lo que concierne a la humanidad de Cristo, hallamos más detalles que en los otros evangelios; al mismo tiempo, Su perfecta divinidad brilla en cada página. A lo largo del relato inspirado, vemos a Jesús como al hombre que hubiéramos podido encontrar si hubié­semos vivido en aquel tiempo; pero, para la fe, era "el más hermoso de los hijos de los hombres" porque la gracia 'se derramaba en sus labios'. (Salmo 45:2).
Ya presentado en Mateo y Marcos como Mesías y Profeta, Jesús debía serlo también como Hijo del Hombre. Fue anun­ciado como tal a la caída del primer hombre, cuando Dios le dijo a la serpiente, hablando de la simiente de la mujer: "ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar." (Génesis 3:15). Luego, los profetas le anunciaron como Hijo del Hombre (ver Salmo 8:4; Salmo 80:17; Daniel 7:13), como Aquel en quien Dios pensaba en Sus consejos eternos; porque Adán era solamente "figura del que había de venir" (Romanos 5:14); Adán no era hijo del hombre, ni simiente de la mujer, ya que Dios le había creado hombre adulto, mientras que Jesús, para ser un hom­bre, tuvo que nacer de una mujer. Aunque colocado en este mundo como jefe de la creación, Adán perdió todo por su pe­cado; Dios no podía contar con él para el cumplimiento de Sus consejos. Por eso, contaba con Su Hijo, segundo hombre, postrer Adán. "Cuando al mar puso sus límites para que las aguas no transgredieran su mandato, cuando señaló los cimientos de la tierra, yo estaba entonces junto a Él, como arquitecto; y era su delicia de día en día, regocijándome en todo tiempo en su presencia, regocijándome en el mundo, en su tierra, y teniendo mis delicias con los hijos de los hombres." (Salmo 8: 29-31; LBLA).
Al venir a este mundo como un hombre, Jesús reemplaza pues al primer Adán; lleva las consecuencias de la caída, qui­ta el pecado de delante de Dios, y, en virtud de la redención, viene a ser jefe y heredero de todo lo que Dios destinaba al hombre según Sus consejos. Llegado el tiempo, El reinará co­mo tal sobre el universo entero, que habrá librado del poder del enemigo hasta que entregue el reino al Dios y Padre, para el estado eterno (Daniel 7: 13-14; 1ª. Corintios 15:24).

MEDITACIÓN

“Compra la verdad, y no la vendas” (Proverbios 23:23).
Para obtener la verdad de Dios hay que pagar un precio y debemos estar dispuestos a pagarlo, cueste lo que cueste. Una vez que hemos obtenido la verdad no debemos renunciar a ella. 
     El versículo no debe tomarse tan literalmente al grado que podamos comprar Biblias o literatura cristiana pero no venderlas. Comprar la verdad en nuestro texto significa hacer grandes sacrificios para conseguir el conocimiento de los principios divinos. Puede significar hostilidad por parte de nuestra familia, la pérdida del empleo, romper con lazos religiosos, pérdidas financieras y hasta maltrato físico.
Vender la verdad significa comprometerla o abandonarla por completo. Nunca debemos hacer eso.
En su libro La Iglesia en el Hogar, Arnot escribió: “Es una ley de la naturaleza humana que lo que viene fácil, fácil se va. Lo que ganamos con duro trabajo podemos retenerlo firmemente, trátese de nuestra fortuna o de la fe. Aquellos hombres que han obtenido grandes riquezas sin problemas o sin duro trabajo, con frecuencia las derrochan y mueren en la pobreza. Muy rara vez el hombre que hace una fortuna por medio de enormes esfuerzos, la despilfarra. Asimismo, dadme el cristiano que ha luchado para llegar a su cristianismo. Si ha alcanzado ese lugar de riqueza por medio de fuego y agua, no abandonará fácilmente su herencia”.
Santos de todos los tiempos han vuelto la espalda a la familia, la fama y la fortuna para entrar en la puerta angosta y caminar por el camino estrecho. Como el apóstol Pablo, han estimado todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús el Señor. Como Rahab, han renunciado a los ídolos del paganismo y reconocido a Jehová como el único Dios verdadero, aun si esto se interpretara como una traición a su propio pueblo. Como Daniel, se han negado a vender la verdad, aunque esto significaba ser echado a un foso lleno de leones hambrientos.
Vivimos en una época donde el espíritu de los mártires escasea considerablemente. Los hombres están más dispuestos a comprometer su fe que a sufrir por ella. La voz del profeta está ausente. La fe es fláccida. Las convicciones relacionadas con la verdad se condenan como dogmatismo. Para lograr un espectáculo de unidad, los hombres han estado dispuestos a sacrificar las doctrinas fundamentales. Venden la verdad y no la compran.
Pero Dios siempre tendrá aquellas almas escogidas que aprecian tanto el tesoro escondido de la verdad que están dispuestas a vender todo lo que tienen para comprarla y habiéndola comprado, no la venden a ningún precio.