miércoles, 1 de marzo de 2017

¡CRISTO VUELVE!

Mi corazón se conmueve pletórico de emoción
Al leer las profecías del regreso del Señor,
Es algo extraordinario, incomparable y profundo,
Saber que Dios vuelve al mundo a buscar

A los salvados que de todas las edades
Y de todas las Naciones en Cristo se han refugiado.

Es un momento anhelado por todos los redimidos
Los que con paciencia han ido a servir al Salvador,
Aquellos que con amor, fidelidad y gratitud
Han servido al Señor Jesús predicando la Palabra,
Que es la espada del Espíritu para salvar a las almas.

¿Y qué día aparecerá el esperado Maestro?
Es algo que está en secreto en la sapiencia del Padre,
En esa mente insondable, inequívoca y bendita
Y aquellos que muy deprisa pretenden adivinar,
Que tengan mucho cuidado, pues sólo será revelado,
Ese día tan esperado, por el Padre Celestial.

¡Oh Señor de los señores! Ayúdame en mis flaquezas,
Permites que cuando vengas esté bien arrepentido,
Abrigado y bien ceñido de la verdad del Señor
Para que con amor, alegría y gratitud
Reciba a mi buen Jesús en su manifestación
Y junto a todos los Santos alabar al Salvador.

¡Salve divino Maestro! redentor de los creyentes,
Este medio negligente atestado de maldad,
Se olvida de tu bondad
Pero tu iglesia te espera, muy ansiosa
Ella quisiera que la honre tu presencia
Y se cumpla tu promesa de llevarla a tus moradas;
¡Cristo vuelve! Lo esperamos.

Bienvenido Rey amado.

NUESTRAS RELACIONES MUTUAS

Todo cristiano fiel encuentra en la Palabra de Dios las instrucciones necesarias para las diversas circunstancias de su vida, a fin de que pueda glorificar a su Dios y Padre:
La conducta individual de los niños, de los jóvenes y de los adultos.
La manera en que nos comportamos en nuestros hogares: los hijos con los padres, cada cual entre sí o con aquellos que estén a nuestro servicio.
Nuestro trato con las autoridades, con la gente del mundo o con nuestros propios hermanos en la fe.
Entre las exhortaciones respecto a nuestras relaciones mutuas en la iglesia, el amor ocupa en la Biblia un lugar eminente. Al acordarse el apóstol Pablo de la obra de fe de los tesalonicenses, de su trabajo de amor y de su constancia en la esperanza, pidió al Señor que los hiciera “abundar en amor unos para con otros”. A lo que tuvo la libertad de añadir: “Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis unos a otros; y también lo hacéis así con todos los hermanos que están por toda Macedonia. Pero os rogamos, hermanos, que abundéis en ello más y más” (1 Tesalonicenses 1:3; 3:12; 4:9-10). Al dirigirse a los amados de Dios que estaban en Roma, escribió: “Amaos los unos a los otros con amor fraternal”. “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros” (Romanos 12:10; 13:8). Que todos, en cada iglesia local, de todo corazón hagamos nuestras estas recomendaciones, dejándonos instruir por Dios al respecto. Consideremos más al Señor en su marcha por esta tierra, para que aprendamos a amarnos los unos a los otros tal como él nos amó.
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”. “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Colosenses 3:12-13; Efesios 4:32). Estas diversas manifestaciones del amor que brillaron con puro esplendor en el Señor Jesús a lo largo de su peregrinaje, deberían verse en cada uno de nosotros. Sólo el amor hacia el Señor y hacia los suyos nos conduce a soportar todo, teniendo paciencia en todas las cosas. Por naturaleza, somos propensos a buscar nuestros propios intereses, a irritarnos, a inculpar de mal a otros, y somos lentos para perdonar.
Se nos llama a seguir “siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos” y a tener paz entre nosotros (1 Tesalonicenses 5:15, 13). Ojalá sepamos enseñarnos, animarnos y exhortarnos unos a otros con un espíritu de gracia, estimulándonos al amor y a las buenas obras (Colosenses 3:16; Hebreos 10:24). ¡Qué bendición es para la iglesia si seguimos “lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación”! Siendo “mutuamente confortados por la fe que nos es común”, seremos capaces de sobrellevar los unos las cargas de los otros y de servirnos recíprocamente por amor (Romanos 14:19; 1:12; Gálatas 5:13; 6:2).
También con nuestras palabras hemos de velar para no deshonrar al Señor. “Hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros”. “No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos” (Efesios 4:25; Colosenses 3:9).
Dado que la vieja naturaleza está siempre activa en nosotros, si no vigilamos tendremos necesidad de la exhortación del apóstol Pablo respecto de no irritarnos unos a otros, ni tenernos envidia, ni juzgarnos (Gálatas 5:26; Romanos 14:13). Cuán prontos somos a hablar y aun a murmurar unos contra otros en vez de actuar con gracia, reconocer nuestras faltas y, sobre todo, orar unos por otros (Santiago 4:11; 5:9, 16). Lo que necesitamos —tanto en nuestros hechos como en nuestras palabras— es “el amor fraternal no fingido”, amarnos “unos a otros entrañablemente, de corazón puro” y purificar nuestras “almas por la obediencia a la verdad” (1 Pedro 1:22).
Respecto de nuestros mutuos pensamientos y sentimientos, debemos seguir igualmente el ejemplo que el Señor Jesús nos dejó. Estemos sumisos unos a otros, revestidos de humildad, “estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo, no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”. Si obramos con este espíritu, todos tendremos naturalmente un mismo sentimiento, una misma mente, un mismo amor y nada será hecho por contienda o por vanagloria (1 Pedro 5:5; Filipenses 2:2-4).
Que no pensemos en cosas elevadas, sino humildes, sometiéndonos “unos a otros en el temor de Dios” (Efesios 5:21). Conviene que cada uno de nosotros procure agradar a su prójimo en lo que es bueno para edificación, pues demasiado a menudo no buscamos más que agradarnos a nosotros mismos. Necesitamos que el Dios de la paciencia y de la consolación nos dé entre nosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 15:2, 5-6).
¡Ojalá prevalezca en todos nosotros esta disposición hasta que el Señor venga a buscarnos para estar a su lado, donde todo será perfecto!
Creced 1995 

EL HERMANO POR QUIEN CRISTO MURIÓ

(Romanos 14 y 15: 1-7)


Estos versículos de la epístola a los Romanos tratan un tema que originó problemas muy difíciles en los pri­meros años de la historia de la Iglesia en la tierra. Los judíos convertidos traían, naturalmente, sus ideas y sus sentimientos a la Iglesia, por ejemplo en materia de ali­mentos o de bebidas, o en cuanto a los días que tenían por costumbre respetar, o aun en lo tocante a sus cos­tumbres y otras cosas de ese género. Se apoyaban en parte sobre la ley de Dios, pero también sobre la tradi­ción de los ancianos. En todos los casos, estaban pro­fundamente aferrados a sus convicciones. Por el contra­rio, los creyentes que provenían de las naciones no se sentían supeditados a esas formalidades. Por eso tenían tendencia a estimar que todo no era más que el fruto de una obstinación insensata de parte de sus hermanos de origen judío. De ahí resultaban permanentes fricciones.
En los versículos a que nos referimos, toda esta cuestión es examinada y solucionada con la admirable sencillez de la sabiduría divina. Y este tema conserva toda su actualidad para nosotros. Los problemas que llegaron a agitar e incluso a dividir a los cristianos al principio, hoy parecen haber desaparecido en gran parte. Pero otras cuestiones comparables las han reem­plazado. Y si nosotros no observamos las instrucciones contenidas en esos versículos, ello provocará toda clase de males y peligros.
No es nuestra intención estudiar esos versículos uno por uno, sino resumir su enseñanza. Encontramos tres principios, cada uno acompañado por una exhorta­ción práctica.

El primer principio se encuentra en el capítulo 14: 4. Podríamos llamarlo la libertad cristiana. Todo lo que concierne a nuestra conducta y a un servicio consa­grado al Señor no depende de la autoridad de nuestros hermanos, sino de una mucho más eminente: la del Señor. No se trata de saber si nuestro juicio es bueno o malo, sino de que cada uno, mirando con ojo sencillo al Señor, se aplique a hacer lo que está persuadido de que es la voluntad de Él. La exhortación que se desprende es la siguiente: "Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente" (14: 5). Dios quiere que cada uno sea ejercitado por aquel dilema. Cada vez que hay un man­damiento explícito en la Palabra, tal ejercicio no es necesario. En ese caso, obedecer simplemente es la única manera de satisfacer a Dios. Pero se presentan muchas situaciones en las cuales el camino correcto no se ve con claridad. Por ejemplo: ¿Tengo la libertad de ir aquí o allá, de participar de esto o aquello, de participar en esta o aquella distracción? Enérgicas y perjudiciales controversias han sido provocadas al plantearse esa clase de preguntas. ¡Que toda discusión cese y cada uno procure discernir de rodillas —en tanto eso dependa de él— la voluntad de su Señor! Cuando hayamos com­prendido en su presencia lo que creemos que es su voluntad, hagámosla con la simplicidad de la fe. Cierta­mente, debe ser la fe la que nos dirija, y no nuestra pro­pia voluntad. No debemos ir más allá ni quedarnos más acá de nuestra fe, si no nuestra conciencia nos conde­nará, así como lo muestran los dos últimos versículos del capítulo 14.

2) La responsabilidad individual
Algunos dirán: « Pero hay quienes van a abusar de ese principio de la libertad cristiana». Es indudable. Los versículos 10 a 12 previenen tales abusos introdu­ciendo un segundo principio: el de la responsabilidad individual frente a Dios. Yo no puedo imponer ese prin­cipio a mi hermano y, si procuro hacerlo, puede ser que él no preste ninguna atención, pero debe recordar con­migo el Tribunal de Cristo. Cristo murió y resucitó, de forma que domina sobre los muertos y los vivos (v. 9). Desde entonces, sea por vida o por muerte, Él debe diri­gir todos nuestros movimientos. Nosotros le rendiremos cuenta de nuestros actos. Un hecho tan solemne debe hablar a cada uno de nuestros corazones, mantenernos atentos a lo que nosotros mismos hacemos. La exhorta­ción vinculada a ese principio se encuentra en el versí­culo 13: "No nos juzguemos más los unos a los otros". Es el lado negativo de la exhortación, pero también hay un lado positivo: "Sino más bien decidid no poner tro­piezo u ocasión de caer al hermano". Pensemos en el Tribunal de Cristo y, en cuanto a nuestros hermanos, velemos para no hacerlos caer.
Este último punto está expuesto de una manera muy práctica más adelante en este mismo capítulo. El apóstol usa expresiones muy fuertes y habla incluso de la posibilidad de destruir a "aquel por quien Cristo murió" (v. 15). Y añade: "No destruyas la obra de Dios" (v. 20). La soberana obra de Dios no puede ser aniquilada, las verdaderas ovejas del Señor jamás pere­cerán. Pero en la práctica, alguno puede naufragar. El caso considerado es el de un cristiano proveniente de las naciones, espiritualmente fuerte, sin prejuicio alguno, que hace ostentación de su libertad ante su hermano de origen judío que está firmemente aferrado a la ley y se muestra débil en su fe frente al Evangelio. Este hermano débil es así tentado a hacer cosas que su conciencia le reprochará enseguida amargamente y puede ocurrir que su estado espiritual se oscurezca por todo el resto de su vida.
Si no tenemos cuidado, tanto usted como yo pode­mos causarle daño a nuestro hermano. Estemos, pues, atentos y mantengamos nuestros ojos fijos en el Tribu­nal de Cristo.

Al hablar así, prácticamente hemos anticipado el tercer gran principio de ese pasaje de la Escritura: el de la solidaridad cristiana, como podríamos llamarlo. Está establecido claramente en el versículo 15: "Aquel por quien Cristo murió". Si Cristo murió verdaderamente por ese débil hermano que es mi hermano, debe serle a Él muy querido. ¿Cómo no lo amaremos tiernamente, incluso aunque a veces se muestre difícil de soportar y hasta torpe? No olvidemos que nosotros también pode­mos ser compañeros difíciles de soportar y torpes para los demás.
La exhortación del versículo 19 se desprende de ese principio. Como somos hermanos, debemos procurar las cosas que tiendan "a la paz y a la mutua edifica­ción". Si nos sentimos tentados a transgredir esta ense­ñanza, hagámonos esta pregunta de Moisés: "Varones, hermanos sois, ¿por qué os maltratáis el uno al otro?" (Hechos 7: 26). Desgraciadamente, nuestros pensamien­tos pueden extraviarse hasta el punto de decir, al ver a un hermano más débil: « Mirad, he aquí uno que vacila. Démosle un empujoncito y veamos si cae». Y, efectiva­mente, ese pobre amigo cae. Entonces decimos: « Siem­pre habíamos pensado que terminaría por caer. Ahora veis bien que no sirve para nada y nos lo hemos quitado de encima». Pero cuando estemos ante el Tribunal de Cristo, ¿qué nos dirá Él, quien murió por ese hermano? Si pudiésemos oírlo ahora, nuestros oídos zumbarían. Ante ese Tribunal habrá tanto pérdidas como recompen­sas.
Subrayemos todavía que todas esas instrucciones se relacionan con circunstancias de la vida individual, de la marcha o del servicio. No debemos hacer entrar en su esfera de aplicación verdades divinas esenciales y per­donar la indiferencia que se manifiesta en cuanto a esas verdades. El versículo 17 eleva nuestros pensamientos a un plano superior: Dios estableció su autoridad y su gobierno sobre los suyos por medio de una relación de amor. Ya no se trata más de detalles sobre el comer o el beber, sino de aspectos de orden moral y espiritual, según el deseo de su voluntad. Si vivimos en orden a una justicia práctica y en paz, con gozo santificado, con el poder del Espíritu Santo, es para gloria de Dios. Esta­mos bajo su autoridad y su Espíritu nos es dado con ese fin.
Como formamos parte del Reino de Dios, los prin­cipios que deben regirnos son, como acabamos de verlo: libertad personal, responsabilidad ante Dios y solidari­dad con nuestros hermanos. Sí, estemos atentos para observar estos tres principios. Contribuirán a establecer en nosotros la justicia, la paz y el gozo.

Cristo es nuestro gran ejemplo
El primer párrafo del capítulo 15 resume y com­pleta el estudio de este tema. Los santos que están afir­mados en la fe deben soportar las flaquezas de sus hermanos más débiles. En lugar de querer agradarse a sí mismos, deben procurar lo que conviene para el bien espiritual de los demás. La actitud que consiste en decir: «Tengo derecho a obrar así y voy a hacerlo, esto no le concierne a nadie más que a mí, po­co importa lo que otros piensen», no es obrar según el pensamiento de Cristo, sino que es exactamen­te lo que Él jamás hacía. "Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo" (15:3). Los profetas y los evangelistas dan testimonio de ello. Era el único en la tierra que tenía absoluto derecho a satisfacerse a sí mismo. Y, no obstante, vivió enteramente en la de­pendencia de Dios. Se identificó tan completamente con Él que los vituperios de los que vituperaban a Dios cayeron naturalmente sobre su cabeza (Salmo 69:9).
Él es nuestro gran ejemplo. Tenemos necesidad de contemplar sus glorias morales como las Escrituras nos las hacen conocer. Y así, si lo seguimos, recibiremos la paciencia y el sostén necesarios.
Debemos manifestar, pues, la gracia de Cristo en la conducta del uno para con el otro y actuar de modo que refleje un mismo pensamiento en Cristo Jesús. Para ello tenemos necesidad de la guía de las Escrituras, pero también de todo el poder de Dios. Él es el Dios de la paciencia y de la consolación. Fortalecidos así, llegare­mos a ser capaces de glorificarlo juntos.
En lugar de que el débil tenga su espíritu y su boca llenos de críticas en cuanto al fuerte y que el fuerte des­precie al débil (véase 14: 3), cada uno estará lleno de alabanzas hacia Dios, el Padre de nuestro Señor Jesu­cristo. Este conjunto ¿no forma un cuadro de lo más armonioso? Pues bien, por encima de las diferencias que puedan existir, recibámonos el uno al otro con la perfecta felicidad de la comunión cristiana. Así este feliz cuadro podrá ser una realidad para gloria de Dios.
F. B. Hole
Jesús dice: "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros" (Juan 13: 34-35).
Creced, 1990

SABIOS, ENTENDIDOS, NIÑOS



Pregunta: ¿Qué significa esa exclamación de Jesús: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños."? (Mateo 11:25)
Respuesta: Los "niños" (en griego: NERIOIS, "niñitos, criaturas, bebés") no han de tomarse, desde luego, en su sentido natural. Aquí en el lenguaje del Señor, no se refiere pues a la infancia natural, sino a una disposición de espíritu, como la sencillez, el gran deseo de aprender - sin discutir o razonar -, la simple y limpia fe, etc., característica de la tierna infancia. Actitud que contrasta con la de los "sabios" (gr. "SOFON") y de los "entendidos" (gr. "SYNETON"); literalmente, de los “inteligentes”, o como diríamos hoy, de los “intelectuales”. Está claro que el Señor alude aquí, en primer lugar, a los escribas y fariseos, y luego a sus semejantes de todos los tiempos. (cf. Juan 9:39).
Los 'niñitos' o 'infantes', son pues, aquellos que lo eran en la malicia, como dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 14:20, "Hermanos, no seáis niños en el modo de pensar, sino sed niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar."; los "recién nacidos" deseosos de la "leche espiritual no adulterada", mencionados por Simón Pedro (1 Pedro 2:2); los que son realmente sencillos, cual criaturas, a quienes se revela el Señor: "De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos." (Mateo 18:3). Son quienes han hecho caso omiso de sus humanos conocimientos, y cuya fe no estriba en la sabiduría de hombres sino en el poder y la Palabra de Dios. (Véase también: 1 Corintios 1: 23-29; 1 Corintios 2:5).
P. E.
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1956, N° 23.

Escenas del Antiguo Testamento. (Parte VI)

Nimrod

Cus engendró a Nimrod: éste comenzó a ser poderoso en la tierra. Este fue vigoroso cazador delante de Jehová; por lo cual se dice: Así como Nimrod, vigoroso cazador delante de Jehová (Génesis 10.8 -10). Antes del quebrantamiento es la soberbia y antes de la caída la altivez de espíritu.  (Proverbios 16.18)

En el capítulo 10 del Génesis tenemos un registro perfecto de las familias descendientes de Noé; y también de los reinos y naciones que fundaron los nuevos pobladores del mundo. En los versículos 8 a 10 se hace mención especial de Nimrod, y, aunque este personaje se nombra tan sólo cuatro veces en toda la Sagrada Escritura, no queremos pasarlo por alto, por haber sido el fundador del reino de Babel. Y Babel, o Babilonia, ocupa una posición prominente en las páginas bíblicas.
La Biblia nos habla de la Babel fundada por Nimrod, de Babilonia, la capital del Imperio Caldeo, y de “La Grande Babilonia”, el monstruoso sistema político‑religioso en cuyas hechicerías todas las gentes han errado; Apocalipsis 18. En los tres se destaca el orgullo y la soberbia del hombre, y las tres finalizan en fracaso y confusión.
Nimrod, “poderoso cazador delante de Jehová” fue, indudablemente, el promotor de la construcción de la torre “cuya cúspide llegara al cielo”. “Era entonces toda la tierra de una lengua y unas mismas palabras. Aconteció que, como se partieron hombres del oriente, hallaron una vega en la tierra de Sinar, y sentaron allí. Y dijeron los unos a los otros: “Vaya, hagamos ladrillos y cozámoslos con fuego. Y fuéles el ladrillo en lugar de piedra, y el betún en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéramos esparcidos sobre la faz de toda la tierra”.
El construir una ciudad y una torre no era en sí ningún pecado; el pecado consistió en que esto estaba en oposición al propósito de Dios de “henchir la tierra”, y que en todos los planes de estos hombres no hubo ni un pensamiento para su Dios. No le buscaron ni le tuvieron en cuenta para nada. Se reunieron para obrar independientemente de Dios, pretendiendo crear para sí mismos una reputación de grandes: ¡hacerse un nombre!
Esta fue la primera confederación o asociación sin Dios. Y si echamos una mirada a la historia de los últimos años, veremos una cantidad grande y variada de estas asociaciones: anarquismo, comunismo, nihilismo, socialismo, etc. Pero es de importancia no olvidar que la primera de todas fue la de la vega de Sinar; y tampoco debemos perder de vista el hecho de que pretendían, como todas las asocia­ciones de la misma clase lo han pretendido después, promover los intereses de la humanidad, y ensal­zar el nombre del hombre. Pero, como ellos excluyeron a Dios, el fracaso y la confusión fueron el resultado de sus ímprobos esfuerzos. “Antes del quebrantamiento es la soberbia; y antes de la caída la altivez de espíritu”.
Como ya hemos dicho, el fin de la primera asociación del hombre sin Dios fue el fracaso y confusión. Y esto está en marcado contraste con el desarrollo progresivo, y gloria final, de la asociación de Dios, o sea su Iglesia, fundada, no por poderosos cazadores como Nimrod, sino por Jesús de Nazaret; no por la fuerza de las armas, sino por el poder de su Palabra y el valor de su sacrificio. Y esta Iglesia, cuyo fundamento es Cristo, y cuya única Cabeza es también Cristo glorificado, de lo que está escrito: “Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.

José, Tipo del Señor (Parte II)

8.      JOSÉ EL PROSPERADO
Todo parecía indicar que José, llevado a Egipto como un mísero esclavo, era un hombre cuyo único rumbo era el descendente en la escala de los valores humanos; no fue así, pues las circunstancias más adversas se tornan favorables, cuando es la mano invisible de Dios la que está moviendo los hilos de la historia de los hombres que Él quiere usar para su gloria. En la servidumbre de la casa de Potifar “Jehová estaba con José, y fue varón próspero... todo lo que él hacía, Jehová lo hacía prosperar” (Génesis 39:2‑3). Luego, cuando injustamente fue echado en la cárcel, allí en la prisión “Jehová estaba con José, y lo que él hacía Jehová lo prospera­ba” (Génesis 39:23). La historia subsiguiente en la vida de José lleva un rumbo ascendente, hasta culminar en la cúspide de la prosperidad.
Aun en esto, José prefi­gura a Aquel a quien en su humi­llación los hombres quisieron hun­dirlo en la vileza, pero Dios le sacó a prosperidad. El Señor fue prospe­rado en su obra terrenal entre los hombres. Se cumplió en su estadía terrenal lo que el Salmo primero dijo de Él: “Todo lo que hace prosperará”. Fue prosperado en la obra de la cruz. Estaba escrito... la voluntad de Jehová será en su mano prosperada” (Isaías 53:10). Más aun, después de la victoria de la cruz, se ve en la cúspide de la prosperidad, cumpliéndose lo que está escrito: “He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto” (Isaías 52:13), y, también, “En tu gloria sé prospera­da' (Salmo 45:4).
En cuanto a noso­tros, Dios nos ha dado todos los recursos para que nuestras vidas sean prósperas en la fe. Sucede, a veces, que el afán material, el anhelo de la prosperidad econó­mica trunca la posibilidad de alcanzar la prosperidad espiritual requerida para emprender labores para Dios. Como alguien lo ha expresado, muchas veces hay tanta fe en el progreso, pero ningún progreso en la fe. Cuando el apóstol Juan escribe a Gayo, éste no tenía prosperidad material ni corporal, pero sí espiritual. Le dice: “Ama­do, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2).

9.      JOSÉ EL TENTADO
En casa de Potifar José fue tentado a pecar con todas las circunstancias en contra de él y con todas las ventajas de parte del tentador (Génesis 39:7‑20). Sata­nás enfiló sus tres armas contra él:
El deseo de los ojos: la mujer de Potifar debió ser hermosa, tal como lo muestra la estampa de las mujeres de oficiales importan­tes de palacio que la arqueología ha mostrado.
La vanagloria de la vida: ¿Era acaso indigno de vanagloria el que una mujer impor­tante, esposa de un hombre impor­tante, cortejara a un servil esclavo extranjero? ¿No era aquello motivo de orgullo y vanagloria?
Los deseos de la carne: José era un joven en todo su vigor, más aún, se había sostenido apartado de contacto carnal, ¿no era aquella una oportunidad magnífica para despertar sus deseos carnales, sus pasiones juveniles?
¿Qué impidió la caída de José en aquella terrible celada diabólica? El temor a su Dios lo libró de la caída, él dijo a la mujer: ¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? (Génesis 39:9).
En cuanto al Señor, y como hemos sido enseñados tantas veces, Satanás quiso vencer poniendo ante el Señor estas tres estocadas.
“Le mostró en un momento todos los reinos de la tierra”, queriendo afectar los deseos de los ojos;
“Le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo”, procuran­do generar soberbia o vanagloria;
 ...le dijo: Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”, puesto que el Señor tenía hambre, esperando con esto en­contrar algún eco carnal en el Señor.
La gran diferencia entre la figura y la realidad estriba en que José fue tentado parcialmente, pero del Señor está escrito que “fue tentado en todo”, de lo cual la misma Palabra infiere que él no es “un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilida­des”, sino que, “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 4:15, 2:18).
Hay en esto una sencilla, pero solemne lección para nosotros: es posible llevar vidas vic­toriosas sobre la tenta­ción. En tal sentido, José nos da una prueba y el Señor se convierte en el modelo supremo. Más aun, hay algo realmente alentador: “Dios... no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará juntamente con la tenta­ción la salida, para que po­dáis soportar” o, como está escrito en el libro de Job: “No carga, pues, él al hombre más de lo justo” (1 Corintios 10:13; Job 34:23). Así, pues, los recursos del cielo nos capacitan para salir airosos ante el tentador y la tentación.

10.    JOSÉ Y SUS REVELACIONES
Las interpretaciones que José hizo de los sueños nos presentan otra de las facetas de su persona. Es decir, la capacidad de predecir eventos por cumplirse hace de José un profeta. Faraón mismo le dio un nombre acorde con su capacidad de clarividente de Dios: Zafnat‑pavea, “el que revela cosas secretas”. Con tal nombre para José, Faraón, sin saberlo, estaba apuntando a Aquel que con su aparición sobre esta tierra reveló los misterios que estaban ocultos desde la antigüedad, Él “sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Timoteo 1:10). En el plano de la revelación progresiva de Dios, el Señor se presentó como “el que revela cosas secretas” y, en el aspecto futuro y personal, en su tribunal, Él “...nos aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifes­tará las intenciones de los corazo­nes; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Corintios 4:5).
En lo que toca al presente, nos conviene saber que es vano tratar de esconder algo ante el Señor. En los días de su carne, el Señor, rodeado de las gentes, podía saber cuáles eran las maqui­naciones y los pensamientos de sus interlocutores. Si alguno que lea estas líneas esconde algún pecado, recuerde que puede disimular el asunto únicamente ante los hom­bres, y esto de una manera tempo­ral, pero no ante Aquel que conoce aún las intenciones del corazón. Así, tarde o temprano, lo oculto se revelará “Porque nada hay oculto, que no haya de ser mani­festado; ni escondido, que no haya de ser conocido, y de salir a la luz” (Lucas 8:17).

11    JOSÉ Y SU ESPOSA
“Y le dio (Faraón) por mujer a Asenat, hija de Potifera sacerdote de On” (Génesis 41:45). El nombre Asenat significa “Perteneciente a Neit”, seguramente una deidad idolátrica egipcia. Más aun, su padre, Potifera, lleva un nombre que implica su relación con el culto solar; significa: “Aquel a quien ha regalado el sol”. Y, su oficio como sacerdote de la ciudad de On, o Heliópolis, ciudad guardiana del culto al sol, nos evidencia de nuevo que el suegro de José estaba muy lejos del Dios verdade­ro. Todo esto nos revela que los antecedentes espirituales de la espo­sa de José no eran muy buenos, ella fue sacada de la gentilidad, de la idolatría, de la ignorancia de las verdades divinas.
Tal el Señor, Él recibió una esposa, la Iglesia, sacada del Egipto espiritual de este mundo. Así escribió el apóstol Pablo a los efesios: “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel, y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12).

12.    JOSÉ Y SU EXALTACIÓN
“Lo hizo subir en su segundo carro, y pregonaron delante de él: ¡Doblad la rodilla!; y lo puso sobre toda la tierra de Egipto” (41:43). Se cumplió en José lo que el sabio dijo del “muchacho pobre y sabio”, el cual “de la cárcel salió para reinar” (Eclesiastés 4:13‑14). José vio a la nación egipcia postrarse ante él, doblar la rodilla ante su señorío. En cuanto al Señor “Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra” (Filipenses 2:9‑10). José fue puesto sobre toda la tierra de Egipto, pero la autoridad del Cristo de Dios abarcará el mundo entero, como está escrito: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite” Isaías 9:7). Mientras llega el momento en que el mundo entero haya de reconocer su Majestad, nosotros, los que conocemos la grandeza de su Nombre y de su Persona, en una vida de entrega a Él, debemos doblar la rodilla ante su señorío.

La Sana Doctrina, 1984,85

ALGUNAS MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO (PARTE XV)

15. Rut, mujer muy virtuosa
Nuestra heroína entra en la historia como una pobre viuda moabita, pero llega a ser bisabuela del gran rey David y ascendiente del Señor Jesucristo .
Rut era una mujer decisiva. Cuando su suegra, Noemí, se volvía a Israel, encontrándose insuficiente para proveer a ellas o conseguirles esposos, ella trató de hacer regresar a sus dos nueras. Orfa, llorando, se regresó. La decisión de Rut fue:
         Dondequiera que tú fueres, iré yo. Dondequiera que vivieres, viviré.
            Tu pueblo será mi pueblo.
            Tu Dios [será] mi Dios.
            Donde tú murieres, moriré yo.
 Sólo la muerte hará separación entre nosotras dos.
         Rut era una mujer humilde. Reconociéndose pobre y extranjera, se valió de la norma para Israel en Levítico 19: “Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada ...para el pobre y para el extranjero lo dejarás”. El rico Booz le permitió recoger espigas en su campo. Ante esta bondad, ella bajó su rostro y se inclinó a tierra, diciendo: “¿Por qué he hallado gracia en tus ojos para que me reconozcas, siendo yo extranjera?”
         Rut consideraba y amaba a su suegra. En su primer encuentro con Booz, él le dice: “He sabido todo lo que has hecho con tu suegra después de la muerte de tu marido”. Más adelante, habiendo ella recogido espigas el primer día: “Su suegra vio lo que había recogido. Sacó también, luego lo que le había sobrado después de haber quedado saciada, y se lo dio”.
Rut se comunicaba con su suegra. Le contó con quién había trabajado. “Me ha dicho: Júntate con mis criadas, hasta que hayan acabado toda mi siega”. También otro encuentro con Booz se lo contó a Noemí: “... todo lo que con aquel varón le había acontecido”. Cuando nació su hijo Obed, ya todas las mujeres de Belén sabían del amor de Rut para con Noemí: “Tu nuera, que te ama, lo ha dado a ti”.
         Rut era muy trabajadora. Los criados de Booz le contaron que ella “entró, pues, y está desde la mañana hasta ahora sin descansar ni aun por un momento”. También al comer dice que se levantó para espigar, y otra vez dice: “Espigó, pues, en el campo hasta la noche, y desgranó lo que había recogido, y fue como un efa [doce litros] de cebada”. Otro día Booz le dio cuarenta kilos “a fin de que no vayas a tu suegra con las manos vacías”. Ella llevó la pesada carga hasta la ciudad.


        
Rut era una mujer obediente. Noemí presentó las posibilidades de espigar en el campo de Booz, aconsejando a Rut: “Mejor es, hija mía, que salgas con sus criados y que no te encuentren en otro campo. Estuvo, pues, junto con las criadas de Booz, espigando, hasta que se acabó la siega de la cebada y del trigo; y vivía con su suegra”. Leemos también que “descendió ... a la era, e hizo todo lo que su suegra le había mandado”. Rut fue redimida por Booz. Cuando no tenía nada y era una extranjera recién llegada al pueblito, él dijo: “Yo te redimiré, vive Jehová”. Mucho antes Job había dicho: “Yo sé que mi Redentor vive”. Por toda la eternidad cantaremos al Cordero: “Tú fuiste inmolado y con tu sangre nos has redimido para Dios”.
         Rut era muy virtuosa. Su futuro marido dijo en cuanto a ella que toda la gente sabía esto. Hoy día diríamos que era una mujer espiritual. Salomón era tataranieto de Rut, y al final del libro de Proverbios él describió la mujer virtuosa y la gran complacencia que un marido (como Booz) y los hijos deben sentir ante ella; Proverbios 31.

DIOS EN TODAS PARTES

Con nosotros: "Llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros" (Mateo 1: 23).
Por nosotros: "Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Romanos 8:31).
En nosotros: "Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él" (1 Juan 4: 16).
Delante de nosotros: "Jehová va delante de ti" (Deuteronomio 31:8).
Detrás de nosotros: "El ángel de Dios... iba en pos de ellos" (Éxodo 14: 19).
Encima de nosotros: "Bajo la sombra del deseado me senté" (Cantares 2: 3).
Debajo de nosotros: "Acá abajo los brazos eter­nos" (Deuteronomio 33: 27).

Alrededor de nosotros: "Jehová está alrededor de su pueblo desde ahora y para siempre" (Salmo 125: 2).

Doctrina: Cristología. (PARTE XV)

Jesús el Mesías


El Mesías y su Triple Cargo.
Ya hemos visto varios aspectos de Mesías, ya sea como lo veían los judíos y que es lo que esperaban, lo que Él mismo pensaba. Veamos ahora que implica en término Mesías en Jesús como Profeta, Rey y Sumo Sacerdote:
2.   Profeta.


El término o palabra profeta proviene de la palabra hebrea nabi (del verbo naba’)  que tiene la idea de proferir o hablar; también ro’eh o jotseh que resalta de idea de recibir una visión de Dios En el nuevo Testamento se utiliza la palabra griega “profetes” (portavoz), resalta a aquel que expone el oráculo de Dios y no necesariamente predice el futuro, sino simplemente “que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable…” (1 Pedro 2:9c).
             Como lo expresa  Francisco Lacueva,   “el profeta es, ante todo,  un transmisor de oráculos divinos […] que debe pasar un mensaje con exactitud. Es preciso, pues, que sea solícito y obediente en recibir  antes de comunicar; él habla a los hombres de parte de Dios; en esto ejerce la función inversa a la  del sacerdote, pues éste intercede ante Dios de parte y en representación de los hombres (Hebreos 5:1ss)”.
         Luego continúa: “El oficio profético siempre ha comportado bravura y paciencia para proclamar la palabra, insistir a tiempo y a destiempo, redargüir (persuadir al equivocado), reprender (corregir al desviado) y exhortar (estimular al débil, al desanimado, al perezoso), según lo que dice Pablo en 2 Timoteo 4:2. Por eso las profecías contienen, casi a parte iguales, amenazas y promesas.[1]
Moisés declaró la siguiente profecías: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis”  (Deuteronomio 18:15). Y Pedro, en su predicación en el pórtico de Salomón, declara que este pasaje era una profecía que se cumplió con el Señor Jesucristo (Hechos 3:22-24). Si bien es cierto que los dirigentes de los judíos no lo reconocieron como profeta ni Mesías, la gente sencilla si veía en Él a un profeta, y los dirigentes de la nación temían contradecir al pueblo (Mateo 21:11, 46; Juan 7:40). El mismo Señor Jesucristo declaraba que era un profeta (Mateo 13:57; Marcos 6:4; Lucas 4:24; 13:33; Juan 4:44) que vino a comunicar el mensaje de Dios a los hombres (Juan 8:26; 12:49,50; 15:15; 17:8).
Como profeta era más que un profeta, ya que:
·        Es la culminación exhaustiva de la revelación especial de Dios (Hebreos 1:1-2; Apocalipsis 1:1; 22:20).
·        Es el Verbo (la Palabra) de Dios (Juan 1,14; Apocalipsis 19:13; 1 Juan 1:1).
·        Es el que interpreta al Padre con exactitud (exegesis = sacar a la luz) del Padre (2 Corintios 1:19-20; Juan 1:18; 5:19-20; 3:34-35; 7:16; 14:9; Hechos 10:38).
·        Cumplir la voluntad del Padre (Mateo 12:50; 26:42; Juan 4:34; 5:30; 6:39; 9:31)
·        Trae el evangelio  (Buenas Nuevas, Buena Noticia) de Dios para con la humanidad (Mateo 4:17, 23; 9:35; 11:5; Marcos 1:15; Lucas 20:1; Hechos 8:35, 40; 10:36
·        Salvador (Lucas 19:10; Juan 3:16-17; 10:9; 12:47; 1 Timoteo 1:15; 2:4-6; Tito 3:5; Hebreos 7:25)
·        Juez (Juan 5: 22, 27 cf. 1 Corintios 12:5 y  1 Timoteo 2:5; Daniel 7:14; también Juan 5:19; Hechos 17:31; 2 Timoteo 4:1; 1 Pedro 4:5; Mateo 25:31-46; Apocalipsis 20:11-12).
Ahora bien, todo profeta debía ser confirmado por el cumplimiento de sus palabras, y el Señor Jesucristo no es la excepción de la regla, sino al contrario, el cumplimiento fiel de la regla. Moisés decretó la muerte para cualquier profeta que con su mensaje apartarse al pueblo del camino que Dios había decretado (Deuteronomio 13:5,10).
Sabemos que Jesús estaba ungido del oficio de profeta por Dios mismo,  por las palabras de Isaías 61:1-2a y que Jesús leyó en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4:18-19). La confirmación, o la prueba contundente de su oficio como profeta, es el milagro. En Juan 9 tenemos un milagro que de por sí es la prueba de que es un profeta de Dios. Tenemos el testimonio del beneficiado del  milagro. El reconoce que “Que es un profeta” (v. 9) ya que nadie “Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer” (Juan 9:33). 
No solo este milagro que hemos citado arriba sino que fueron todas las señales que hizo eran la confirmación que era Él era enviado por Dios. Pedro predica a Cornelio referente a la autoridad del Jesús de Nazaret que provenía de Dios: “cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38).
Por tanto, cuando convertía el agua  en vino (Juan 2:7,8); cuando sanaba a los enfermos (Mateo 8:14-17; Lucas 8:44); cuando curaba a los leprosos (Mateo 8:2-4; Lucas 17:12-19); cuando devolvía o daba la vista al ciego (Marcos 8:22-26;10:46-52; Juan 9:1-7); cuando expulsaba a los demonios de los hombre (Mateo 9:33; Lucas 4:33-35; 8:26-39; 9:42); cuando le daba vida a los miembros inertes de hombres (Mateo 8:5-13; 12:13; Marcos 2:1-12; 3:1-5; Lucas 7:14-15; Juan 11:43-44); cuando resucitaba a los muertos (Lucas 8:54-55); cuando alimentaba a los hambrientos con una pequeña cantidad de alimento (Mateo 15:32-39; Juan 6:1-15); domina los elementos (Mateo 8:23-27; Juan 6:16-21); todo habla con fuerza de que Él era el Mesías profetizado y que cumplía lo que la ley decía respecto de los profetas. Demás está decir, que todo lo que profetizó ocurrió tal como predijo:
En primer lugar sobre su muerte, que sería traicionado por uno cercano a él (Mateo 26:21), que sería inducido  por principales entre los judíos (Mateo 16:21), que sería juzgado, entregado a los romanos para que se burlen de él, sea azotado, crucificado,  y moriría; y resucitaría al tercer día (Mateo 20:19).
         En segundo lugar, podemos mencionar la destrucción del templo y  el cerco de Jerusalén. Él supo ver claramente lo que sucedería: “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado” (Lucas 21:20; también (Mateo 24:2ss). Sólo basta leer un poco de historia con respecto a la caída de Jerusalén en el año 70 d. C. El año 66 d.C. comenzó el levantamiento, y comenzó por parte de Roma el sometimiento de los rebeldes. Primero a cargo Vespasiano; y después por Tito, que cercó la ciudad y fue sitiada hasta que pudo ser tomada a “sangre y fuego”.
Jesús es superior a todos los profetas  porque ellos recibían la Palabra directamente de Dios: “vino palabra de Jehová…” (1 Reyes 16:1, 17:2, 8; Isaías 38:4); “Esta es la palabra de Dios…” (2 Reyes  9:36); etc. En cambio Jesús decía “Pero yo os digo…” (Mateo 5:22, 28, 32, etc.), siendo el la autoridad final en todo tema, porque Él es el Verbo Encarnado (Juan 1:1,14), la Palabra misma de Dios.
Harry Rimmer[2] expresa lo anterior del siguiente modo:
« […] Pero el cumplimiento de Sus profecías acerca de la destrucción de Jerusalén han sido escritas para que todos puedan leerlas. Siempre que quede en pie ese relato no podrá contradecirse la manifestación sencilla de que Cristo fue el más grande de los profetas, prediciendo hechos con toda claridad y una certeza definida y dejando que la historia vindique sus reclamos.»
« […] Pero para llegar a la cumbre de nuestro pensamiento acerca de la magnificencia de Jesús el Profeta, notemos cómo sobrepasó toda gracia, mensaje y don que habían sido distribuidos entre aquellos quienes predicaron acerca de Él. Y al hacerlo así, Él hizo que Dios fuese conocido por el hombre y reveló a Dios como ningún otro jamás lo ha hecho. 
Moisés reveló a Dios a Israel, quien se había olvidado hasta del nombre de su  Creador.
Isaías reveló a Dios a Israel, que había perdido el sen­tido de Su santidad.
Oseas reveló a Dios a Israel cuando había abandonado el conocimiento de Su amor.
Jeremías reveló a Dios a Israel cuando desconocía Su juicio sobre la idolatría y el pecado.
Jesucristo igualó a cada uno de estos grandes e in­comparables ministerios antes de trascenderlos y hacer algo que ningún profeta pudo hacer.
En Juan 17:6 Cristo declaró haber completado la obra de Moisés cuando dijo, “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste.”
Jesús completó la obra de Isaías cuando dijo en Juan 17:11, “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos por tu nombre.”
Jesús completó la obra de Oseas cuando dijo en Juan 3:16, “Porque de tal manera amó Dios al mundo...” Jesús completó la obra de Jeremías cuando dijo en Juan 4:23, “Mas la hora viene y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. “
Habiendo hecho todo esto, Él prosiguió hacia la verda­dera cumbre y conclusión. Reveló una idea nueva y un nuevo atributo de Dios, cuando enseñó a sus discípulos estas palabras incomparables, “Vosotros pues, oraréis así: Padre.”
Para completar la magnificencia del oficio profètico, la obra de Jesús terminará con la revelación final y com­pleta del Padre a Sus santos en gloria. ¡Cuando el cuerpo de Cristo sea completado por la regeneración del último de los que han de ser salvos por la fe, sonará la trompeta, resucitarán los muertos en Cristo, y los santos que vivan serán trasladados para recibir a Cristo en el aire!
De esta manera, El mismo presentará a Su iglesia a Su Padre, y presentará al Padre, a cara descubierta, a Su iglesia y así veremos a Dios y le conoceremos como Él es.
Es magnífico, en verdad, el profeta que puede cumplir toda la profecía y traer a Dios dentro de la esfera de la comprensión humana.»




[1] Francisco Lacueva, La Persona y la obra de Jesucristo, página 245, Clie.
[2] La  Magnificencia de Jesús, Harry Rimmer, página 199, 206