Levítico 10: 1-11.
Al meditar sobre las ordenanzas del ritual Mosaico, una cosa en particular golpea la mente, a saber, la manera notablemente celosa en que Dios se cercó a Su alrededor para evitar la proximidad del hombre como tal. Es saludable para el alma ponderar esto. Nosotros estamos en gran peligro de admitir en nuestras mentes un elemento de familiaridad profana cuando pensamos en Dios, que el diablo puede utilizar de una manera muy perniciosa y para un fin muy malvado.
Es un principio fundamental de la verdad, que en la proporción en que Dios es exaltado y reverenciado en nuestros pensamientos, nuestro andar a través de la vida será moldeado de acuerdo con lo que Él ama y manda; en otras palabras, hay un fuerte vínculo moral entre nuestra estimación de Dios y nuestra conducta moral. Si nuestros pensamientos de Dios son bajos, baja será nuestra norma de andar cristiano; si son altos, el resultado será en conformidad. De este modo, cuando Israel, al pie del monte Horeb, "cambiaron su gloria por la imagen de un buey que come hierba" (Salmo 106:20), las palabras del Señor fueron, "tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido." (Éxodo 32:7). Tengan presente esas palabras, "se ha corrompido." Ellos no pudieron hacer otra cosa, cuando sus pensamientos de la dignidad y majestad de Dios cayeron tan bajo como para imaginar, por un momento, que Él era parecido a "un buey que come hierba."
Similar es la enseñanza de Romanos 1. Allí el apóstol nos muestra que la razón de todas las abominaciones de las naciones Gentiles debe buscarse en el hecho de que "cuando conocieron a Dios, no le glorificaron como a Dios" (Romanos 1:21); ellos se corrompieron. Este es un principio que posee una vasta influencia práctica. Si nosotros intentamos rebajar a Dios, tenemos necesariamente que rebajarnos nosotros mismos; y aquí se nos proporciona una llave por medio de la cual podemos interpretar toda religión. Existe un vínculo inseparable entre el carácter del dios de cualquier religión y el carácter de sus devotos, y Jehová le estaba recordando constantemente a Su pueblo el hecho de que la conducta de ellos tenía que ser la consecuencia de lo que Él era. "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto", etc. (Éxodo 20:2), "seréis, pues, santos, porque yo soy santo." (Levítico 11:45). Y exactamente similar es la palabra del Espíritu para nosotros: "todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro." (1 Juan 3:3).
Este principio, yo pienso, nos lleva muy por encima de los puntos de vista meramente sistemáticos de la verdad; no es en absoluto un asunto de mera doctrina. No; él nos lleva de inmediato a los profundos rincones del alma, para ponderar allí, como estando bajo el ojo penetrante, celoso, de Aquel que es Tres veces Santo, la estimación que nosotros, como individuos, nos estamos formando diariamente y continuamente de Él. Yo siento que no podemos rehusar impunemente prestar atención seriamente a este importante punto de la verdad; se hallará que contiene mucho del secreto de nuestro débil andar y de nuestro lamentable amortecimiento. Dios no es exaltado en nuestros pensamientos; Él no tiene el lugar supremo en nuestros afectos; en lo que respecta a la mayoría de nosotros, el 'yo', el mundo, nuestra familia, nuestros empleos diarios, han derribado a nuestro Dios clemente del trono de nuestros afectos, y han privado a Uno que murió para salvarnos, del homenaje comprado por sangre que debe proceder de nuestros corazones. Siendo este el caso, ¿podemos esperar florecer? ¡Ah! no; el labrador que entrega su tiempo y sus pensamientos a otra cosa durante el tiempo de la primavera, en vano buscará una cosecha dorada; él segará torbellino (Oseas 8:7), como mucho lo están haciendo ahora.
Los primeros versículos de este capítulo proporcionan una ilustración verdaderamente aterradora de la justicia inflexible y abrasadora de Dios; ellos suenan en nuestros oídos como con una voz de trueno. "Yo soy Jehová tu Dios; Dios celoso." (Éxodo 20:5). Nadab y Abiú, como si fuera el día anterior, estuvieron delante del Señor, - vestidos con sus vestiduras de honra y hermosura, lavadas en la sangre, hechos cercanos a Dios, hechos Sus sacerdotes, habían pasado a través de todas las ceremonias solemnes de investidura de su cargo sacerdotal. Sí, todo esto ocurrió nada más que el día anterior, y hoy ellos son consumidos por el fuego de Jehová, y se les ve caer de su alta elevación - un espectáculo para los hombres y los ángeles del hecho de que mientras mayor es el privilegio, mayor es la responsabilidad, y mayor, también, el juicio si no se cumple plenamente con esa responsabilidad.
Nosotros podríamos preguntar, ¿cuál fue su pecado? ¿Fue un homicidio? ¿Mancharon ellos las cortinas del tabernáculo con sangre humana? ¿O fue algún otro pecado abominable, del cual el sentido moral huye? No; fue un pecado con el cual el bendito Dios es afligido por multitudes de profesantes en este momento - fue ¡adoración falsa! "Nadab y Abiú, hijos de Aarón, tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó." (Levítico 10:1). "Fuego extraño." Aquí estaba el pecado de ellos. Vemos aquí a hombres aparentemente dedicados a preparar la adoración a Dios; allí está el fuego, el incienso, y el sacerdote, y, observen, ellos no eran sacerdotes falsos y espurios, sino hijos verdaderos de Aarón. miembros de una casa sacerdotal realmente separada, vestidos con las vestiduras sacerdotales divinamente designadas; con todo, sin embargo, heridos de muerte, ¿y por quién? ¡Por Aquel que nosotros llamamos Dios y Padre nuestro! ¡Cuán terriblemente solemne! Sí, y el hecho recibe una solemnidad aumentada en nuestra opinión, cuando recordamos que el fuego que consumió a estos falsos adoradores vino desde encima del "propiciatorio." Este fuego no vino desde la cima del Monte Sinaí, sino "de la presencia de Jehová" (Levítico 10:2 - VM), quien moraba "sobre el propiciatorio... entre los dos querubines." (Éxodo 25:22). No se puede jugar con Dios. Incluso desde el trono de la gracia vendrá el fuego, para dejar postrados a quienes vienen delante de él en cualquier otra forma que no sea la forma divinamente designada. Ellos "murieron delante de Jehová." ¡Terrible anuncio! "¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado." (Apocalipsis 15:4).
Preguntemos, entonces, qué fue el "fuego extraño" que hizo descender semejante juicio terrible sobre esos sacerdotes, y, para determinar esto más claramente, sólo es necesario que volvamos nuestra atención por un momento a la adoración verdadera y a los elementos que la componían, en el capítulo 16 de este libro. Encontramos los elementos de la adoración verdadera puestos ante nosotros en la siguientes palabras: "tomará un incensario lleno de brasas de fuego de sobre el altar que está delante de Jehová; tomará también sus dos puños llenos de incienso aromático, bien molido, y lo traerá adentro del velo; y pondrá el incienso sobre el fuego, delante de Jehová, para que la nube del incienso cubra el Propiciatorio que está sobre el Arca del Testimonio, para que él no muera." (Levítico 16: 12, 13 - VM). Vemos aquí que los elementos que compo-nían la adoración verdadera eran dos, a saber, fuego puro e incienso puro. Debe ser fuego encendido recién tomado del altar de Dios, donde era alimentado perpetuamente mediante el sacrificio de la propia designación de Dios. La doctrina de esto es muy evidente. Sobre el altar de Dios se ve, día y noche, un fuego ardiendo, expresando, en la perspectiva de la fe, la inflexible santidad de la naturaleza Divina alimentándose en el sacrificio de Cristo.
De nuevo, el incienso debe ser puro, pues "No ofreceréis sobre él incienso extraño" (Éxodo 30: 7-9); es decir, debe ser aquello en lo que Dios se pueda deleitar, y de Su propia designación, no lo que es conforme a nuestros propios pensamientos, pues era solamente incienso puro el que podía ofrecer un material adecuado como alimento del fuego puro ardiendo tomado del altar. De esta manera, nuestra adoración, para ser pura, debe poseer estas dos cualidades: Cristo constituye el material de ella, y el Espíritu solo debe encender la llama. Esto es adoración verdadera. Cuando nuestras almas son realmente felices en la contemplación de Cristo y Su preciosa expiación, conducidos a esa contemplación por el Espíritu Santo, sólo entonces somos capaces de adorar "en espíritu y en verdad." (Juan 4:24). "Mientras meditaba, se encendió el fuego." (Salmo 39:3 - LBLA). Mientras nuestras almas meditan acerca de Jesús, nuestro incensario hace subir su nube de incienso aceptable sobre el propiciatorio. "Dios es espíritu; y es necesario que los que le adoran, le adoren en espíritu y en verdad." (Juan 4:24 - RVA).
Ahora bien, la adoración falsa es exactamente lo opuesto a todo esto. ¿Qué es esta adoración falsa? Ella está compuesta por una variedad de elementos, pensamientos carnales, sentimientos animales, incitados por cosas externas, por un ceremonial impuesto, por rituales placenteros, por una sombría luz religiosa, por música agradable, por pompa y circunstancia. Estos son los elementos de la adoración falsa, y se oponen a la sencilla adoración del santuario interior, el "carbón encendido", y el "incienso puro." Y al considerar la Cristiandad en este momento, ¿no vemos numerosos altares humeando con este fuego impuro e incienso impuro? ¿No vemos los más profanos materiales consumidos sobre muchos incensarios, y el humo que sale de ellos subiendo como un insulto más bien que como olor grato para Dios? Verdaderamente sí lo vemos, es necesario que nosotros cuidemos bien la condición de nuestros corazones, para que no seamos llevados a ese mismo mal, pues podemos estar seguros que nadie que juegue con Dios de este modo escapará con impunidad.
Observemos ahora el efecto de esto sobre Aarón. "Entonces Moisés dijo a Aarón: Esto es lo que habló Jehovah diciendo: "Me he de mostrar como santo en los que se acercan a mí, y he de ser glorificado en presencia de todo el pueblo." Y Aarón calló. (Levítico 10:3 - RVA). "Enmudecí, no abrí mi boca, Porque tú lo hiciste." (Salmo 39:9). Aarón vio la mano de Dios en esta escena solemne delante de él, y permaneció en silencio; no se le escapa ni un solo murmullo; 'es Jehová', y, 'Él se mostrará como santo en los que se acercan a Él.' "Dios es temible en la gran asamblea de los santos; formidable sobre todos cuantos están a su alrededor." (Salmo 89:7 - RVA). Hay algo inefablemente grande y horrible en esta escena; Aarón está en silencio solemne delante de Dios; sus dos hijos vivos a un lado, y sus dos hijos muertos al otro. ¡Qué ejemplo de la inflexible justicia de Dios! Los cuerpos de estos dos hombres fueron, como aparece, quemados por fuego, pero sus vestiduras sacerdotales estaban intactas, pues Moisés les dijo a sus primos que se acercaran y los sacaran; y "alzándolos como estaban, con sus túnicas puestas, los sacaron fuera del campamento." (Levítico 10:5 - VM). Aprendemos aquí una lección solemne: nosotros podemos, por medio de la desobediencia, rebajarnos a una condición tal que no quedará nada más que la forma exterior, como se ve en las "túnicas" de los hijos de Aarón. Si alguno hubiese mirado bajo estas túnicas, ¡él solamente habría visto los cuerpos destruidos de los dos sacerdotes! La esencia, la realidad, ya no estaba; nada quedó sino la envoltura exterior: tal es una "apariencia de piedad" sin el poder (o la eficacia de ella) (2 Timoteo 3:5), tener nombre como de quien vive, pero estar muerto. (Apocalipsis 3:1).
Señor, ¡guárdanos muy solemnes y vigilantes, porque nosotros no conocemos nada de nuestras alarmantes capacidades para el mal hasta que somos llevados a circunstancias en que ellas se desarrollan! Nosotros podemos retener la apariencia exterior de sacerdotes, la fraseología de adoración, el conocimiento del mobiliario de la casa de Dios, y, después de todo, ¡estar vacíos de piadosa realidad y de poder piadoso en nuestras almas! ¡Oh, lector, que nuestra adoración sea pura, que nuestros corazones sean sencillos en cuanto al objeto de ellos, tengamos el incienso y el fuego puros, y recordemos siempre que 'Dios es temible en la gran asamblea de Sus santos.' Observaría aquí que, al considerar a Aarón y sus dos hijos estando ante los cuerpos muertos, nos recordamos forzosamente del último capítulo de Isaías, un capítulo verdaderamente solemne: "Y saldrán, y mirarán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; cuyo gusano no morirá, y su fuego nunca se apagará; y serán un objeto de horror para toda carne." (Isaías 66:24 - VM).
Pero nosotros somos llamados ahora a contemplar el principio de verdad más hermoso en el pasaje entero. "Dijo también Moisés a Aarón y a sus hijos, Eleazar e Itamar: No descubráis vuestras cabezas, ni rasguéis vuestras vestiduras, no sea que muráis, y estalle la ira contra toda la Congregación: mas vuestros hermanos y toda la casa de Israel lamenten el incendio que ha hecho Jehová. Y no salgáis de la entrada del Tabernáculo de Reunión, no sea que muráis; porque el aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros. Y ellos hicieron conforme a la palabra de Moisés." (Levítico 10: 6, 7 - VM). Cuando uno entra en el cargo del sacerdocio, uno es sacado de la región de influencia de la naturaleza, y ya no debe ceder a sus demandas. Esto es ejemplificado por Aarón. Los lazos naturales habían sido interrumpidos violentamente. Se había formado un melancólico vacío en sus afectos, con todo, él no debe ser influenciado en lo más mínimo por todo lo que había sucedido delante de él; ¿y, por qué? Porque "el aceite de la unción de Jehová" estaba sobre él. Ciertamente esta es una lección práctica para nosotros. ¿Por qué la naturaleza tiene tanto poder sobre nosotros? ¿Por qué las circunstancias y conexiones terrenales tienen tanta influencia sobre nosotros? ¿Por qué somos tan afectados por las cosas que están pasando a nuestro alrededor, por las vicisitudes de esta escena terrenal? ¿Por qué las meras demandas y los meros lazos de la naturaleza influyen tan inmoderadamente en nosotros? Porque no permanecemos como debemos en el tabernáculo, con "el aceite de la unción de Jehová" sobre nosotros. Aquí está la causa real de todo el fracaso. No tomar conciencia de nuestro lugar sacerdotal, de nuestra dignidad sacerdotal, de nuestros privilegios sacerdotales. De ahí que nos dejemos llevar tanto por las cosas presentes, y que se nos haga descender de nuestra alta elevación como "reyes y sacerdotes para Dios." (Apocalipsis 1:6).
Entonces, que nosotros podamos ser estimulados por este pasaje, por este solemne pasaje de la Palabra, ¡para buscar más y más la santa elevación de mente expresada en las palabras, "No descubráis vuestras cabezas." (Levítico 10:6) ¡Que podamos entrar más profundamente en el pensamiento de Dios acerca de las cosas presentes, y en nuestro propio lugar en eso! ¡Dios lo conceda, por amor de Su Hijo amado!
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