domingo, 30 de julio de 2023

Nuestras preocupaciones

 

“Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de… los afanes de esta vida”.  Lucas 21:34


Queridos hermanos, verdad es que las tareas y preocupaciones de la vida acaparan muchas veces nuestros pensamientos, invaden nuestros corazones y nos impiden ocuparnos debidamente de la bendita persona de nuestro Señor. Sin embargo, sabemos que nuestras preocupaciones no producen ni cambian en nada las cosas. No nos dan tranquilidad ni descanso alguno, sino más bien todo lo contrario: son causa de turbación para nuestros corazones. “¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?” (Mateo 6:27).

Las preocupaciones que nos abruman son, en realidad, una falta de fe; nos arrastran a buscar la ayuda en los recursos humanos, estimulan nuestra voluntad propia y así nos van apartando de la senda estrecha y de la dependencia del Padre, único fundamento de la bendición.

“¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios” (Salmo 42:5). Esperar en Dios, contar con Él, es lo único que puede darnos la paz y la tranquilidad. “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3). “En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza” (Isaías 30:15). “Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová” (Jeremías 17:7).

¡Las preocupaciones! ¡Las tareas! ¿Sabemos abandonarlas cuando vamos a las reuniones? La menor, la más leve preocupación basta para turbarnos en el culto y la adoración e impedir que gocemos plenamente de la presencia del Señor. Muchas veces las preocupaciones de esta vida son precisamente un estorbo en el servicio que tenemos el privilegio de cumplir para el Señor. “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (Lucas 10:41-42). ¡Qué momentos más preciosos para nosotros cuando, teniendo los corazones libres de toda molestia, podemos estar a los pies del Señor, pensando únicamente en Él!

¡Qué gozosa tranquilidad experimentaremos en nuestra vida y aún más en los días sombríos, si podemos exclamar con el salmista al empezar el día: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré” (Salmo 5:3)! Esperemos, pues, confiadamente su respuesta a nuestras oraciones. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1).

El no tener preocupaciones por las cosas de esta vida porque confiamos en el Señor, nos proporciona gozo y paz. El apóstol Pablo, al exhortar a los Filipenses a que se gozaran en el Señor, les recomendaba que no se inquietaran por nada. ¿Cómo hubieran podido gozarse estando llenos de preocupaciones y congojas? Si alguna cosa les preocupaba, o algún peso oprimía su corazón, debían librarse de tales cargas presentándolas al Señor en sus oraciones. “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:4-7).

¿Acaso no hemos experimentado un profundo y consolador alivio cuando, arrodillándonos en la presencia del Señor, hemos entregado todos nuestros afanes, preocupaciones y necesidades en su mano? Y, después de haberlo realizado, ciertamente hemos experimentado el gozo de esta paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento y guarda los corazones y los pensamientos en Cristo Jesús, el único manantial de paz y verdadero gozo.

Si volvemos la vista al pasado, y recordamos las experiencias vividas, ¡cuánto tiempo perdido, disipado en afanes e inquietudes por el día de mañana! “Así que, no os afanéis ejemplo, dejando las preocupaciones y las cargas que nos oprimen; así estaremos libres para correr con paciencia la carrera que nos es propuesta, puestos los ojos en Jesús. El apóstol Pedro nos exhorta a echar sobre Dios todas nuestras preocupaciones, pues Él tiene cuidado de nosotros; y al mismo tiempo nos muestra en qué disposición de espíritu debemos hacerlo: revestidos de humildad los unos para con los otros (1 Pedro 5:5, 7).

Sepamos comprender lo que dice David en el Salmo 62:1: “En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación. Él solamente es mi roca y mi salvación, no resbalaré mucho”. Sí, en Dios solamente, Dios nuestro Padre, quien nos salvó, nos ama y sabe mejor que nosotros lo que necesitamos. Él hace que todas las cosas concurran para el bien de los que le aman, y nos declara que aun los cabellos de nuestra cabeza están todos contados (Romanos 8:28; Lucas 12:7).

El gozo y la paz serán nuestra porción, y podremos seguir caminando serena y tranquilamente, con corazones rebosando de gozo en el Señor.

M.K.

La vida de José

 

La historia de José, décimo primer hijo de Jacob, es una de las más interesantes en la Biblia. Hay una sola referencia breve a él antes del relato que comienza cuando tenía diecisiete años de edad, y concluye cuando murió a los ciento diez años. Los incidentes de su vida son tan variados como los colores de la túnica que el padre hizo para su hijo preferido.

Aquella vida puede ser resumida en tres palabras: pozo, prisión y palacio. Era amado de su padre, odiado de sus hermanos, vendido a los ismaelitas, traicionado en casa de Potifar, encarcelado, exaltado y bendecido.

La historia comienza con su padre enviándole a averiguar el bienestar de sus hermanos. A partir de ese punto vemos la mano de Dios en cada detalle de su vida; todo estaba en el patrón del Tejedor Divino, tanto los hilos de colores oscuros como los de plata y oro.

Nada desfavorable se dice de José, y él es tal vez el tipo más acertado del Señor Jesucristo en toda la Palabra de Dios. El significado de su nombre es, “Él añadirá;” José añadió a su nombre a lo largo de su vida. Está registrado que Jehová hizo prosperar todo lo que estaba en su mano, Génesis 39.3. Vemos con 500 años de anticipación un cumplimiento de la declaración de 1 Samuel 2.30: “Yo honraré a los que me honran.”

Amado y aborrecido

José era el penúltimo entre los hijos de Jacob. Su papá le amaba tiernamente y le hizo una túnica de diversos colores como gesto de ese amor. Ese testimonio tan declarado de preferencia le pondría al joven aparte de sus hermanos, cuya ropa sería ordinaria, si no inferior. Posiblemente su padre le amaba por ser el primogénito de la amada esposa Raquel, o posiblemente por ser hijo de la vejez, comparativamente.

Aunque Jacob sentía un afecto especial por éste, es evidente que los otros hijos tenían un lugar en su corazón. Le mandó a José en viaje largo a Siquem para saber cómo estaban ellos. El mozo estaba dispuesto a cumplir, aunque sin duda ya había sufrido a causa del antagonismo de los diez.

No es cosa rara que los padres, o uno de ellos, favorezcan a un hijo más que a otro, pero es algo que debe ser encubierto todo lo posible. La preferencia puede o no ser justificada, pero es inevitable que cualquier manifestación de ella engendre celos.

Jacob no parece haber sido prudente al hacer aquella túnica. Dio lugar a resentimiento, y llegó el día cuando sus hermanos “quitaron a José… la túnica de colores que tenía sobre sí,” 37.23. Ellos “enviaron la túnica de colores y la trajeron a su padre, y dijeron: «Esto hemos hallado; reconoce ahora si es la túnica de tu hijo, o no.» “Obsérvese: “de tu hijo,” y no “de nuestro hermano.”

No es frecuente que un complot sea tan exitoso, pero este fue el primer incidente en la realización de los propósitos de Dios en y por medio de José. Jacob aceptó la evidencia; vio la túnica y la sangre que la penetraba. Unos cuantos años antes, había engañado a su propio padre al usar pieles de cabritos para cubrir sus manos, y ahora su pecado le había descubierto.

Los sueños de José eran otro elemento en aquella enemistad. Leemos en Génesis 37.5: “Soñó José un sueño, y lo contó a sus hermanos; y ellos llegaron a aborrecerle más todavía.” Esto fue después de que su padre había hecho la túnica, y sirvió para agravar la situación. Luego otro sueño, con su interpretación, dio lugar a todavía más odio. Su padre reflexionó en lo que el joven dijo, pero también le reprendió por haber contado su experiencia.

Sin embargo, Dios había originado esos sueños y ellos tenían sentido profético. A José se le envió para conocer la situación de sus hermanos. Cuando lo vieron de lejos, sin duda fijándose en esa túnica, dijeron el uno al otro que “el soñador” venía. Prosigue el relato contando cómo se agregó otro color a esa túnica; esos hombres la tiñeron con la sangre de un cabrito. Llegó a ser símbolo de la vida de José: “La envidia es carcoma de los huesos. ¿Quién podrá sostenerse ante la envidia?” Proverbios, 14.30, 27.4.

Como es el caso a menudo cuando uno aborrece a otro, los hermanos de nuestro protagonista buscaron oportunidad para hacerle mal. Y la oportunidad se presentó. Tan intenso era su sentir que decidieron matarlo. Rubén se opuso, no obstante ser un hombre impetuoso como las aguas, Génesis 49.4. Valiéndose de su condición de mayor en edad, propuso no matar al joven, sino echarlo en la cisterna que estaba cerca. Él tenía dos motivos al hablar así. Quiso sacar a José luego, y también quiso salvar su propio pellejo: “¿Adónde iré yo?” 37.30.

Cuando pasaron unos comerciantes, descendientes de Ismael, rumbo a Egipto con su mercancía, Judá propuso vender a su hermano. Parece que Rubén no estaba presente. Vemos cuán mal intencionados e inestables eran esos hombres. Cuánto tiempo José estaba en la cisterna, no sabemos, pero siglos más tarde Esteban resumió el drama al decir en Hechos 7.9: “Los patriarcas, movidos por envidia, vendieron a José para Egipto; pero Dios estaba con él.” Se quedó sin túnica, pero no sin la presencia de Dios. Sus hermanos no sólo engañaron a su padre, sino que le entristecieron sobremanera también. Dijo que descendería enlutado a su hijo hasta el Seol; 37.35.

En casa de Potifar

Los hermanos vendieron a José por veinte piezas de plata. Si repartieron la suma en partes iguales, cada cual percibió tan sólo dos miserables monedas. Los madianitas le vendieron a José a un oficial egipcio de nombre Potifar, y sin duda realizaron una buena ganancia por disponer de un buen mozo de diecisiete años. ¿Que importaba la túnica? “Jehová estaba con José, y fue varón próspero,” 39.2. Aunque esclavo hebreo en casa de un acomodado egipcio, él contaba con un Compañero divino. Su perspectiva parecía muy favorable, ya que su amo le hizo sobreveedor de la casa y sus pertinencias.

Era muy bien parecido y causaba buena impresión, como lo expresa una traducción al castellano. La esposa de Potifar intentó seducirlo, pero José rehusó sus insinuaciones. Las Escrituras registran su noble respuesta: “¿Cómo … haría yo este gran mal, y pecaría contra Dios?” Por segunda vez el varón pierde su ropa, y no dudamos de que haya sido de calidad. Perdió su vestimenta, pero no su carácter. Él llevó a cabo lo que Pablo iba a escribir siglos más tarde a los cristianos en Corinto: “Huid de la fornicación.”

Fue también la segunda vez que su ropa era falso testigo en su contra. Al oír la historia, Potifar la creyó, según parece. “Tomó su amo a José, y lo puso en la cárcel, donde estaban los presos del rey.” Y el versículo siguiente repite: “Jehová estaba con José,” 39.21.

De manera que salió de la casa del egipcio en la misma condición que cuando había entrado; Dios con él. Pronto fue acogido favorablemente por el carcelero. “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, aun a sus enemigos hace estar en paz con él,” Proverbios 16.7. No obstante las circunstancias difíciles en la prisión, José logró ser promovido.

El jefe de los coperos y el jefe de los panaderos estaban entre los presidiarios. Un día él se fijó en que ellos estaban tristes, y preguntó a qué se debía. Cuando le contaron a José sus sueños, el soñador se hizo intérprete de sueños. El panadero fue ahorcado y el copero restituido a su cargo. José se aprovechó de la oportunidad, solicitándole al copero: “Acuérdate de mí cuando tengas ese bien.” No hizo mal al pedir que fuese librado de un encarcelamiento injusto. La naturaleza humana se ve en las palabras que siguen: “El jefe de los coperos no se acordó de José, sino que le olvidó.” Hacemos bien en recordar que la ingratitud es una característica de los días postreros; 2 Timoteo 3.2.

José tenía que aprender la verdad de Isaías 2.22: “Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz.” No dudamos que haya puesto su esperanza en la integridad del copero y esperaba día tras día la res puesta a su ruego. Pero José estaba destinado a pasar dos años más en esa cárcel, y creemos que le fue una experiencia difícil de llevar. Sin que él lo supiera, Dios estaba aguardando su tiempo, y Él nunca se adelanta ni se atrasa en sus iniciativas.

Si José hubiese sido librado tan pronto que el copero fue perdonado, se habría frustrado lo que Dios había planificado. Él habría gozado de libertad, pero poco más. Posiblemente hubiera intentado volver a la casa paterna, pero desde luego esto es sólo un supuesto. Ciertamente la voluntad de Dios era sacarlo de su lamentable estado, pero en el momento oportuno según el plan divino.

Él iba a enviar hambre y Faraón sería el próximo soñador. La mente del copero empezó a reflexionar; se acordó de su falta. Se buscó al preso José; se explicó el sueño; todo se hizo conforme Dios tenía previsto, ya que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien,” Romanos 8.28. Nuestro Dios hace todas las cosas según el designio de su voluntad; Efesios 1.11.

La lección que tenemos que aprender es que Dios cuenta con un calendario y lo emplea. Los eventos tuvieron lugar “cuando se acercaba el tiempo de la promesa,” Hechos 7.17. La prueba de José terminó cuando Dios lo quiso. “Afligieron sus pies con grillos; en cárcel fue puesta su persona. Hasta la hora que se cumplió su palabra, el dicho de Jehová le probó,” Salmo 105.18,19.

Habiendo sabido del sueño, José le da al rey un mensaje triple de parte de Dios. Dijo que el Omnipotente le había mostrado a Faraón lo que estaba por hacer y qué medidas deberían ser tomadas. Faraón reconoció que Dios le había revelado todo esto a José, y ahora encontramos que el más alto honor fue conferido a este varón de Dios.

Segundo en el reino

Habiendo reconocido que la sabiduría de José era de origen divino, Faraón le nombró gobernador sobre todo Egipto. Se había acabado la adversidad en su vida; a los 30 años de edad asumió el cargo de primer ministro. De muchacho pastor, él pasó por mucha tribulación y luego por ochenta años gobernó a la nación más avanzada de su época. Este cargo lo ganó con base en su valor personal, y a la vez “Jehová estaba con él.” En Génesis 41.42 se cuenta que Faraón quitó su anillo de su mano, y lo puso en la mano de José. Lo hizo vestir de ropas de lino fino, y puso un collar de oro en su cuello.

Una vez más José se mudó de ropa. Primero, una túnica de diversos colores; luego el uniforme de un sobreveedor en casa de Potifar; entonces los trapos de una cárcel egipcia; y ahora el lino fino que nunca le sería quitado. Dios le honró, porque él honraba a Dios. Faraón le dio un nombre nuevo: Zafnat-panea, o divulgador de secretos. Le dio también una esposa, Asenat, hija del (¿la?) sacerdote de On. La experiencia ganada en casa de Potifar y en la cárcel le capacitó para su nueva responsabilidad.

A menudo el orgullo se manifiesta cuando de repente un hombre es exaltado a una posición de dignidad. No así en el caso de José, ni más adelante se aprovechó él de su autoridad para castigar a sus hermanos por lo que habían hecho. Ellos le aborrecían y por lo tanto daban por entendido que él les aborrecería a ellos. Pero eso no era el carácter del varón que había resistido la prueba de la cruel adversidad y luego una merecida comodidad. El pozo y la prisión le prepararon para el palacio. En el primero se dio cuenta de la actitud de sus hermanos y en el otro de la actitud de Dios. Ahora en el palacio él aprendió la soberanía de Dios. En la casa, la cárcel y la corte, José era paciente y honesto.

Dios le tenía una gran obra por delante. Él sería el salvador. Además, en el propósito de Dios él sería reunido con su padre y hermanos. La verdad es más extraña que la ficción, y esto se ve en las circunstancias singulares que condujeron a la reconciliación de la familia. Los sueños de José se cumplieron. Aunque en una etapa de su vida sus hermanos no le harían caso, ahora los encontramos postrados a sus pies y llorando. La calidad de hombre que era José se percibe en sus palabras: “Vosotros pensasteis mal contra mí, más Dios lo encaminó a bien, para … mantener en vida a mucho pueblo,” Génesis 50.20.

Gloria y bendición

José vivió por más de sesenta años después del hambre, pero poco está registrado acerca de él en aquellos años. Recibió la doble porción de su herencia y sus hijos —Efraín y Manasés— fueron contados entre las doce tribus de Israel.

“Habitó José en Egipto, él y la casa de su padre,” 50.22. No diríamos que lo hizo por gusto propio. No era su elevado cargo que le guardó allí, ni los honores que le serían conferidos de por vida. Él estaba del todo al tanto de la promesa que Dios hizo a su padre en Beerseba: “Haré de ti una gran nación. Yo descenderé contigo a Egipto, y yo también te haré volver; y la mano de José cerrará tus ojos,” 46.3,4.

Los propósitos de Dios tendrían aun otro cumplimiento después de la muerte de José en Egipto. “Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos,” Hebreos 11.22. Jacob había engendrado a doce hijos, algunos de ellos de prominencia, pero solamente éste se menciona en este capítulo del Nuevo Testamento que trata de hechos de fe.

Él tenía una firme convicción de que Dios cumpliría su promesa. Los trece años de aflicción no habían mermado su confianza en Dios, sino que la habían engrandecido. Lamentablemente, la prosperidad suele alejar a uno de Dios, pero no fue así con José. Aunque más de doscientos años habían transcurrido desde que Dios dio su promesa a Abraham, José estaba seguro de que Él iba a llevar a cabo su dicho.

Hubo varios incidentes, evidencias de fe, que el escritor a los hebreos ha podido mencionar, pero el Espíritu Santo escoge solamente dos: la mención que el patriarca hizo de la salida de Egipto, y el mandamiento tocante a sus huesos. José era un verdadero hebreo —” uno que ha pasado al otro lado”— hasta el día de su muerte.

Él tomó un juramento de los hijos de Israel, afirmando: “Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos,” 50.25. Sin duda ha podido esperar un monumento sobre su sepulcro en Egipto al haber sido enterrado en ese país, pero su fe en Dios era más poderosa que cualquier ambición terrenal. Resuena para nuestra instrucción su pronunciamiento: “Yo voy a morir; más Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró.”

Él no quería saber nada de dejar sus restos en Egipto, de manera que Moisés los llevó consigo en aquella noche memorable cuando los israelitas se marcharon hacia el Mar Rojo. A lo largo de todos aquellos años de la marcha de Egipto a Canaán, los israelitas cargaron los huesos de José, y esto trae a la mente una verdad superior para nosotros: “… llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos,” 2 Corintios 4.10.

Esa gente llevaba aquellos huesos a Mara, Refidim y muchas otras partes, pero no leemos que en su quejumbre ellos se recordaron una sola vez de José. Aquellos huesos han debido ser para ellos lo que la cena del Señor es para nosotros: un recordatorio grato.

Por fin llegaron a la tierra prometida, y “enterraron en Siquem los huesos de José … en la parte del campo que Jacob,” Josué 24.32. Probablemente esta parcela no quedaba lejos de la cisterna donde sus hermanos habían encerrado a José muchos años antes. De manera que el libro de Génesis termina con un ataúd en Egipto, y el libro de Josué (el Efesios del Antiguo Testamento) termina con huesos enterrados en Canaán.

En la vida de José aprendemos que a la honra precede la humildad, Proverbios 15.33, y que mejor es el fin del negocio que el principio; mejor es el sufrido de espíritu que el altivo de espíritu, Eclesiastés 7.8.

Héctor Alves

El cristiano ¿En qué consiste?

 

En otra ocasión, sostuvimos que la Biblia —y no un sistema particular de teología deducido de ella— era la guía suprema y plenamente suficiente de la Iglesia, en todas las épocas, en todas las latitudes y bajo todas las circunstancias. Ahora nos proponemos presentar a nuestros lectores, no una forma particular de religiosidad humana, sino el cristianismo en su excelencia moral y en su belleza divina, tal como está ilustrado en este conocido pasaje de la epístola a los Filipenses. No osamos tomar la defensa de los hombres ni de sus sistemas. Los hombres yerran en su teología y en su moral, pero la Biblia y el cristianismo permanecen inalterables e inquebrantables. ¡Qué gracia indecible! ¿Quién podría apreciarla debidamente? Poseer una regla perfecta de teología y de moral, es un privilegio por el que jamás podríamos estar suficientemente agradecidos. Poseemos esta norma —bendito sea Dios— en la Biblia y en el cristianismo que ella expone. Los hombres pueden errar en sus creencias y faltar en su conducta, pero la Biblia no deja de ser la Biblia, y el cristianismo no deja de ser el cristianismo.

Ahora bien, creemos que el tercer capítulo de la epístola a los Filipenses nos presenta el modelo de un verdadero cristiano, un modelo según el cual todo cristiano debería ser formado. El hombre que se nos muestra aquí, podía decir por el Espíritu Santo: “Hermanos, sed imitadores de mí” (Filipenses 3:17). Él no habla así en su carácter de apóstol, ni como hombre dotado de dones extraordinarios, habiendo tenido el privilegio de haber visto inefables visiones. En este versículo 17 de nuestro capítulo, no oímos a Pablo el apóstol ni a Pablo el vaso dotado, sino a Pablo el cristiano. Nosotros no podríamos seguirlo en su brillante carrera como apóstol. No podríamos seguirlo en su arrebatamiento al tercer cielo; pero sí podemos seguirlo en su marcha cristiana a través de este mundo; y nos parece que en este capítulo tenemos una vista completa de esta marcha, y no solamente de la marcha en sí, sino también del punto de partida y de la meta. Vamos, pues, a considerar:

          Primero: La posición del cristiano

          Segundo: El objeto del cristiano

          Tercero: La esperanza del cristiano

¡Que el Espíritu Santo sea nuestro instructor, mientras nos detenemos un poco en estos puntos tan importantes y tan llenos de interés!  (continuará)

Las zorras pequeñas y la vid

 

Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas; porque nuestras viñas están en cierne, Cantar de los Cantares 2.15



El amado en el Cantar puede ser visto como una figura de Cristo y la esposa una figura de la Iglesia. “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha”, Efesios 5.25 al 27. El amor es mutuo: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”, 1 Juan 4.19.

Es el amado quien habla en el versículo citado del Cantar, y ella le responde luego. El la convida levantarse para acompañarle: “Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto”.

Pero hay cambio de tema. Él le advierte a ella del peligro de las zorras, las cuales pueden echar a perder la vid cuando está para fructificar. El capítulo 5 del libro abre con la esposa dormida. Cuando él la llama, ella se encuentra tan ocupada con sus propios asuntos que no le atiende. El sale, y ella le va a encontrar después, pero con mucha dificultad. En cuanto a nosotros, nuestra unión con Cristo es inquebrantable, por cuanto Él nos compró, pero nuestra comunión con él es muy frágil. Al perder esta comunión, debemos buscarla enseguida.

Las zorras pequeñas son juguetonas, pero con sus uñas y dientes pueden echar a perder mucho fruto. Queremos dar a esto una aplicación en el reino espiritual, y es la costumbre que se observa cada día un poco más de parte algunas hermanas en Cristo de usar un poquito de pintura para hermosear su apariencia. Es cuestión de una moda mundana de parte de quienes no son del mundo.

El amado en el Cantar deseaba ver el rostro de su esposa. Y, ¿no contrista a nuestro Amado cuando El ve a las damas cristianas adoptando esta mundanalidad? En la Biblia hay un solo caso de una mujer que se pintaba, y es el de la reina pagana Jezabel, quien verdaderamente era una tigra. Cuando ella oyó que el capitán Jehú venía eliminando a los enemigos de Dios, ella “se pintó los ojos con antimonio, y se asomó a una ventana”. No hubo misericordia para ella.

Algunas damas tienen mala conciencia en este asunto, y aplican tan sólo un mínimo de pintura. Parece que tratan las cosas de Dios a medias. El mejor proceder sería el de botar de una toda la cajita de cosméticos, dándole espalda a la práctica. Así se podrá cantar mejor:

Dejo el mundo y sigo a Cristo,

porque el mundo pasará;

Mas su amor, amor bendito,

por los siglos durará.

Bajo la dispensación de la Ley las prohibiciones abundaban, con el castigo correspondiente para el transgresor. En la dispensación presente, la gracia nos enseña que, “renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”, Tito 2.12. La gracia no es un permiso para hacer lo que queremos, sino un poder divino y dinámico que impulsa a los hijos de Dios a rechazar las vanidades de “este siglo malo”, y mantener un testimonio positivo delante del que no es salvo.

En el mundo, el que no sigue las modas vanidosas tiene que sufrir oprobio. Pero entre el pueblo de Dios el que haya adoptado las tales vanidades se halla como “pájaro pintado”. ¡Cuánto mejor será abandonar por completo las cosas mundanas a todo costo para agradar al Señor! “Llevad mi yugo sobre vosotros”, dice El, “y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas”.

La palabra pintar se encuentra solamente cuatro veces en toda la Biblia, y en cada caso se relaciona con algo condenado por Dios. Tres veces tiene que ver con la pintura usada para embellecerse uno.

En Ezequiel 23.40 leemos: “Por amor de ellos te lavaste, y pintaste tus ojos, y te ataviaste con adornos”. Las palabras se refieren a la condenación de Israel por su prostitución espiritual con los enemigos de Dios. En Jeremías 4.30 encontramos: “Aunque pintes con antimonio tus ojos, en vano te engalanas; te menospreciarán tus amantes, buscarán tu vida”. Otra vez se refiere a la defección de Israel y las funestas consecuencias de procurar el prestigio en vez de andar en comunión con Dios. En 2 Reyes 9.30, “Jezabel ... se pintó los ojos con antimonio”. Ella es la mujer más infame de toda la historia bíblica.

Ahora, en lugar de pensar tanto en el lado negativo, o en lo que no debemos hacer, reflexionemos en una vida positiva para el Señor. “Habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”, 1 Corintios 6.20. Y, en Romanos 12.1 leemos: “Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo ...”

Antes de ser salva una persona, el entendimiento está controlado por el dios de este mundo, Satanás, la serpiente antigua quien pudo engañar a nuestra primera madre, Eva. Ella vio que el árbol era agradable a los ojos y codiciable para alcanzar la sabiduría. Ha podido preguntar qué había de malo en eso, pero fue seducida; despreciando la palabra de Dios, cayó en la trampa.

Además de las exhortaciones de Pablo, contamos con la de Juan: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”, 1 Juan 2.15,16.

El tercer testigo que queremos citar es el apóstol Pedro. “Asimismo vosotras, mujeres ... vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos; sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”, 1 Pedro 3.3,4.

En Colosenses 3 el apóstol amonesta a los que han resucitado con Cristo a poner la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, habiéndose despojado del viejo hombre con sus hechos y revestido del nuevo. Dios quiere la sencillez y la sinceridad en los suyos. “Sed imitadores de Dios”, es la exhortación a “los hijos amados”, quienes no querrán seguir las vanidades del mundo ni buscar la ostentación personal.

Santiago Saword

Los que introdujeron la democracia en el culto

 Caín, Balaam y Coré


“¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré”. (Judas 11)


Dios ha dicho por su Espíritu: “Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es”. (1 Corintios 3:17) Estos tres hombres, Caín, Coré y Balaam, son de significación importante, porque establecieron precedentes dañinos que muchos han imitado, haciendo un gran daño a la Iglesia del Señor.

Caín inventó la religión, Balaam comerció en la religión y Coré cambió el sacerdocio en la religión. El primero popularizó la religión; el segundo enseñó que el fin justifica los medios y que no debe haber escrúpulos para conseguir riquezas por medio de la religión; y el tercero es la estampa elocuente de la soberbia en los religiosos. Estos hombres que actuaron en las dispensaciones pasadas tienen su correspondencia en la formación y desarrollo de la iglesia en todos los tiempos.

Caín mató a su hermano por envidia; los judíos entregaron al Señor a la muerte por envidia. (Marcos 15:9-16, 1 Juan 3:1) En toda la trayectoria de la iglesia ha habido persecución contra los justos, que son los que viven en una regla de vida de acuerdo a la palabra de Dios, y que, siendo justificados por la fe en Cristo, se consagran a su servicio. Entonces los que siguen el camino de Caín y practican la religión popular sienten envidia de no poder llevar una vida santa como la de los creyentes. Se declaran enemigos voluntarios, discutiendo unos, burlándose otros, y arremetiendo contra todos. La historia de los religiosos es elocuente.

 

Caín es el hombre a quien corresponde muy bien la inventiva de “religión” en el mundo, pues al principio no había diferencia ni divisiones. “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová”. (Génesis 4:26) Hasta aquí, aquéllos practicaban su devoción como se les había transmitido Adán y Eva; pero a Caín se le ocurrió cambiar el orden divino por una forma más agradable a los ojos y sentidos humanos: una forma, pero sin regla: `Dios ha hecho el hombre libre, podemos vivir como nos da la gana, y con una ofrenda atractiva podemos propiciar a desagraviar a Dios´.

A los malos, el recurso que siempre les ha quedado es el de la imitación; ellos saben que “el justo no será removido jamás”. (Proverbios 10:30) Así Caín se edificó una ciudad y llamó a la ciudad por el nombre de su hijo, pensando con esto perpetuar su nombre y su memoria; eso mismo pensó también Absalón con su columna. (2 Samuel 18:18)

Los descendientes de Caín siguen tradicionalmente su religión. Su “quincanieto” Lamec, estropea el símbolo del vínculo matrimonial, pues es el primero que aparece en la historia con dos mujeres, desacreditando con ellos la santidad figurativa de lo que será Cristo y su Iglesia. Como la religión es tolerante y permisiva, aun para el pecado más abominable, se presta como mampara para mitigar los escrúpulos de conciencia. Así, Lamec, siguiendo el camino de Caín, un día mató a un hombre, y su religión apagó los dardos de su conciencia, improvisando un rezo en parodia de la presencia de Dios para con Caín. “Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad setenta veces lo será”. (Génesis 4:23,24)

Un “sextanieto” de Caín se llamó Jubal, y para esta fecha el camino de Caín ya estaba bien establecido. Caín ya estaba viejo, época en la que se vive de recuerdos; hasta es posible que empezara a repetir muchas veces la historia de su juventud. Pero se acercaba su fin, y un granito de arena le molestaba en el zapato de su conciencia al recordar el día cuando rechazó la redención por fe en la sangre derramada, cuando su orgullo natural fue atizado por el diablo, y se decía: `Dios me hizo, y por eso debe aceptar lo que yo ofrezco. Dios me trajo al mundo, y sabe lo que debe hacer conmigo. Dios me ha guardado, y puede llevarme al cielo´.

Ahora, estos paliativos no satisfacen la conciencia de Caín. “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”. (Génesis 4:10) Cuando estos pensamientos acosaban a Caín, apareció su hijo Jubal con un instrumento músico de su invención. (Génesis 4:21) Luego que empezó a tocar sus instrumentos, Caín se distraía, se sentía mejor, como Saúl cuando “David tomaba el arpa y tocaba con su mano”. (1 Samuel 16:23)

En Génesis capítulo 4 se describe la oportunidad de salvación despreciada por Caín; en Hebreos 11:4 hallamos el sacrificio incruento ofrecido por Caín; en 1 Juan 3:12 leemos de las obras perversas de Caín; y en Judas 11 miramos el camino extraviado que enseñó Caín.

El creyente carnal no puede sentir ningún gozo en el culto racional guiado por el Espíritu, sin música, sin acompañamiento, sin coros, sin pastores ni ceremonias; esto es muy simple para los sensuales. Una asamblea sin organización directiva no llama la atención, y una campaña sin programa y propaganda es un fracaso; esto es para los que buscan la satisfacción de los sentidos solamente.

El camino de Caín tiene sus estatutos, a saber: `La salvación es por buenas obras para gloriarse en ellas; lo emocional por levantar la mano, firmar una tarjeta, o doblar la rodilla en oración. Se puede acreditar el reino de los cielos por ser bautizado cuando niño, o por la imposición de las manos de un pastor. Se puede ser miembro de la iglesia para dar sus ofrendas y desempeñar su ministerio, aunque se viva en bigamia por la comedia del divorcio, como los católicos y protestantes, o vivir en poligamia como los mormones.

En fin, la apostasía empezó con el camino de Caín desde el principio del mundo.

 

Balaam estaba dispuesto a maldecir al pueblo de Israel a cambio de dinero que le ofrecía Balac, rey de Moab. Él no maldijo porque Dios se lo impidió, pero enseñó a los moabitas la manera cómo debían tentar a Israel, con el fin de levantar a Dios en contra de su pueblo. (Apocalipsis 2:14, Números 31:15,16, 25:4-9) Simón el mago quiso comercializar con el don del Espíritu Santo, como está escrito: “Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero (Hechos 8:18), y de haberlo logrado también hubiera sido canal de maldición para el pueblo como lo fue Juan Tetzel con su venta de indulgencias, de tal manera errada y absurda que un portavoz de esa doctrina declaró recientemente: “Yo bien podría morir en los brazos de una mujer pública, y de allí ir derechito al cielo”. La proposición de Simón el mago sublevó el espíritu de Pedro, quien le dijo: “Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene por dinero”. (Hechos 8:19-23) Igualmente, el negocio de Tetzel irritó de tal modo el espíritu de Lutero que dio principio a la Reforma, clavando él sus noventa y cinco tesis a la puerta de la catedral de Wittemberg.

Es posible que a solas Balaam se gloriaría de que, si no maldijo al pueblo, enseñó cómo lo haría caer, para que Dios en su enojo lo maldijera como castigo. Esa ha sido siempre la táctica del diablo: presentar la codicia atractiva, para que el mandamiento mate sin misericordia. (Romanos 7:11) ¡Cuántos hermanos hay que ven sólo la rosa y son ciegos a las espinas! Se juntan en yugo desigual; del mundo, usan sus modas en el vestir, en el cabello, en las cejas, con las uñas, en los zapatos. “Es por esto que muchos de ustedes están enfermos y débiles, y también algunos han muerto”. (1 Corintios 11:30 en la Versión Popular) Muchas de las iglesias de Asia no existen porque hicieron levantar a Dios en juicio contra ellas su candelero. La doctrina de ese falso profeta sigue igualita sin variar; toma más influencia a medida que el fin se acerca. (2 Pedro 1-3, 10-22)

 

Coré es la imagen viva del cura Torres Amat. Las notas en la versión de la Biblia de ese sacerdote son una contienda hiriente y contradictoria contra los evangélicos. Para confirmar su herejía, dice una nota: “He aquí, una prueba de que Dios no prohibió absolutamente el hacer imágenes, como dicen los protestantes”. (Números 21:8) “¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré”. (Judas 11)

Coré se anticipó a Jeroboam; de la noche a la mañana ya tenía doscientos cincuenta sacerdotes, y es posible que tuviera listo su programa para introducir innovaciones en el culto. Esos seguidores de Coré son los que “hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en el error”. (2 Pedro 2:12) Estos descendientes de Coré aparecen periódicamente en la iglesia. Vienen con ideas nuevas contra la doctrina enseñada desde el principio; desconocen la autoridad de los ancianos y de los siervos del Señor; y dicen: “Todos somos santos y sacerdotes (Números 16:3), todos tenemos libertad para enseñar y predicar como el Espíritu nos dé que hablemos. Los tales no han bajado a la medida de conocerse a sí mismos.

¡Cuán diferente es el hombre espiritual que puede errar por soberbia y, al reconocer su pecado, se humilla y confiesa como David: “Yo pequé, yo hice la maldad; ¿qué hicieron estas ovejas? Te ruego que tu mano se vuelva contra mí, y contra la casa de mi padre”. (2 Samuel 24:17)

Viviendo por encima del promedio (3)

 Muestras Heroicas de la semejanza a Cristo

William Macdonald


Un apóstol de amor


El joven Robert Chapman fue criado en una familia acaudalada, con una casa lujosa, un equipo de sirvien­tes, y un vehículo que lleva el escudo de la familia en el costado. La familia era religiosa pero no muy sólida en su fe.

Cuando tenía veinte años, un amigo lo invitó a escuchar la prédica de James Harrington Evans. Fue un punto de in­flexión en la vida de Chapman. Se convirtió a Dios en unos pocos días.

Vio en el Nuevo Testamento que los creyentes debían ser bautizados, por lo cual le pidió al Sr. Evans que lo bau­tizara. El predicador cauteloso le dijo: “¿No crees que de­berías esperar un poco y considerar el tema?”

Chapman respondió: “No, creo que debo apresurarme a obedecer el mandamiento del Señor.” Ese espíritu obedien­te y que no se detenía por tonterías lo acompañó a través de la vida.

Aunque se convirtió en un abogado exitoso, sintió que el Señor lo estaba llamando al trabajo cristiano a tiempo completo. No tuvo paz hasta que renunció a todo para se­guir a Cristo. En su caso, dejar “todo” significaba vender sus posesiones, entregar su fortuna, y dar la espalda al sta­tus y prestigio de su práctica legal. Su ambición era traba­jar entre los pobres. Después de todo, “¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe, y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Santiago 2:5). ¿No se les debía predicar el evangelio a los pobres? (Mateo 11:5) ¿Acaso la muchedumbre no oía a Jesús de buena gana? (Marcos 12:37)

Las personas vieron a este joven abogado, alto, de cara sonriente, guiar a una mujer decrépita, pobre y ciega que no tenía a nadie más que la llevara a las reuniones de la iglesia. Cuando llegaron al pasillo juntos, fueron un repro­che viviente para aquellos que, aunque tenían una sana doctrina, eran egoístas y carecían de amor en la práctica.”

Finalmente, Chapman se mudó a una zona marginal en Barnstaple, Inglaterra, para alcanzar a los pobres y despre­ciados. Era un escenario de borrachera, suciedad, ratas de callejón, casas llenas de enfermedades y pobreza. Sin em­bargo, él ministraba a las personas constantemente y siem­pre eran bienvenidos al ir a su hogar.

Él dijo: “Hay muchos que predican de Cristo, pero no son muchos los que viven a Cristo; mi gran objetivo será vivir a Cristo.” Años más tarde, John Nelson Darby dijo: “Él vive lo que yo predico.”

Cuando el abrigo de Chapman se gastó, un amigo cre­yente le dio uno nuevo, pero el donante nunca lo vio usar­lo. Se enteró después que se lo había dado a un hombre po­bre que no tenía uno. Lo que desconcertaba a Robert Chapman era que las personas pensaban que esto era extra­ordinario.

Sus familiares y amigos estaban perplejos por su estilo de vida sacrificial. Uno de ellos decidió visitarlo para ver qué estaba sucediendo. Cuando el taxi paró frente a la casa de Chapman, el familiar regañó al taxista:

“Le dije que me llevara a la casa del Sr. Chapman.”

“Esta es la casa, caballero.”

Una vez adentro, el visitante sorprendido dijo: “Robert, ¿qué estás haciendo aquí?”

“Estoy sirviendo al Señor en el lugar al que Él me mandó.”

“¿Cómo vives? ¿Tienes una cuenta en el banco?”

“Sólo confío en el Señor y le digo todo lo que ne­cesito. Él nunca me falla, y por eso mi fe crece, y la obra continúa.”

El visitante vio que la despensa estaba prácticamente vacía, entonces se ofreció para comprarle algo de comida. Robert le dijo que fuera a un almacén específico. En reali­dad, el dueño de esa tienda había sido amargamente hostil con el Sr. Chapman. Cuando se le dijo al almacenero que llevara ese gran pedido de comida a R.C. Chapman, se sin­tió abrumado. Fue directo a la casa de Chapman con el pe­dido, y, con lágrimas de sincero arrepentimiento, le pidió perdón. Además, aceptó a Cristo como Señor y Salvador.

La hospitalidad se convirtió en una parte importante del ministerio. Chapman compró una casa al otro lado de la calle de la suya, y le pidió al Señor que enviara huéspedes a Su elección. No tenía costo, y a nadie se le preguntaba cuándo pensaba partir. A los huéspedes se les pedía que pusieran sus zapatos y botas fuera de la puerta cada noche. Por la mañana estaban todos lustrados. Era la manera del Sr. Chapman de lavarles los pies de sus huéspedes. Esta hospitalidad fue diseñada para enseñarles a los huéspedes sobre la vida de fe y de servicio hacia el pueblo del Señor. “Había una gran alegría en la mesa, se escuchaban cons­tantemente palabras de sabiduría y gracia; pero no había lugar para la conversación que se degenerara en charlas frí­volas. Era una regla de la casa, que nadie debería hablar mal de una persona ausente, y cualquier infracción a esta regla provocaba una firme pero amable reprimenda.”

La virtud que más distinguía a Robert Chapman era el amor. Uno de los que lo criticaban prometió que nunca más tendría algo que ver con él. Nunca más le hablaría de nuevo. Un día se encontraron caminando por la misma ve­reda, uno al lado del otro. Chapman sabía todo lo que el otro hombre había dicho de él. Pero cuando se encontra­ron, Robert puso sus brazos alrededor del hombre y le dijo:

“Querido hermano, Dios te ama, Jesús te ama, y yo te amo.” El hombre se arrepintió y retomó a la comunión en la iglesia.

Por increíble que parezca, un amigo desde otro país en­vió una carta dirigida simplemente a la siguiente direc­ción: R.C. Chapman, Universidad del Amor, Inglaterra. Y fue entregada.

Al Señor Chapman no le gustaban las divisiones denominacionales en la iglesia, pero amaba a cada hijo verda­dero de Dios, sin importar cuál fuera la afiliación de su iglesia. Cuando una parte de su iglesia quiso separarse y reclamó ser dueña de la propiedad, él estuvo de acuerdo con su demanda. Luego, cuando el gobierno local quiso un predio que Chapman había comprado para una iglesia, lo cedió para la ciudad. Él no iba a llevar estos asuntos ante la justicia, a pesar de sus propias habilidades como abogado. En el manejo de las disputas personales evitaba las accio­nes precipitadas, pero recurría a la oración. Una vez, cuan­do reprendió a J.N. Darby por actuar precipitadamente, Darby defendió su acción diciendo: “Esperamos seis sema­nas.” Chapman respondió: “Nosotros habríamos esperado seis años.”

Chapman llevó una vida disciplinada que incluía el pa­sar tiempo en oración, la lectura de la Palabra, las comi­das, las visitas casa por casa, el alimentar a los hambrien­tos, el ayudar a los desposeídos, el predicar al aire libre y el enseñar la Biblia. Ayunaba los sábados y trabajaba con su tomo, haciendo platos de madera como regalos para otras personas.

Uno de sus biógrafos, Frank Holmes, dijo de él: “En cuanto a una vida santa, carácter sólido, y auto-sacrificio, pocos pueden igualarlo; pero a la vez, era simple y humil­de como un niño. Era un gigante espiritual. Ni una pulgada de su estatura se debió a los métodos camales de los exper­tos en el marketing.”

Cristo les enseñó a sus discípulos que sus vidas debían estar por encima del promedio si querían causar un impac­to para Él. Eso se cumplió en la vida de R.C. Chapman. Uno de sus familiares sentía curiosidad en cuanto a qué ha­cía que Robert siguiera un estilo de vida tan fuera de lo co­mún. Se dio cuenta de que “Chapman era dirigido por una fuerza interior de la que él no tenía conocimiento.” Se pro­puso entonces a encontrar lo que le faltaba. “Le dijo a Chapman muy francamente cuál era su posición. Ambos oraron y estudiaron juntos. El resultado fue que cuando el visitante se fue a su hogar, era un hombre cambiado.”

Para nuestros tiempos sofisticados, con sus trucos y es­trategias manipuladoras, un hombre como Robert Chap­man parece un marciano, alguien de otro mundo. Y es ver­dad. Lo era. Él vivía en “el lugar secreto del Altísimo, bajo la sombra del Omnipotente.” Fue sobre personas como él que A. W. Tozer escribió:

El verdadero hombre espiritual es en reali­dad una rareza. No vive para sí mismo, sino para promover los intereses de Otro. Busca persuadir a las personas para que entreguen to­do a su Señor y no pide ninguna parte o cuota para sí mismo. No se alegra en recibir honra, sino en ver a su Salvador glorificado a los ojos de otros. Su gozo es ver que el Señor sea exal­tado y él sea olvidado.

Encuentra pocos a los que les preocupa ha­blar de lo que es el objetivo supremo de su interés, por esto a menudo está en silencio y preocupado en medio del ruidoso argot reli­gioso. Debido a esto, se gana la reputación de ser aburrido y demasiado serio, entonces se lo evita, y el abismo entre él y el resto de la so­ciedad se ensancha. Busca amigos en cuyas vestiduras pueda detectar el olor de mirra, áloe y casia provenientes de los palacios de marfil, y al encontrar a alguien o a nadie, él, al igual que la María de antaño, mantiene estas cosas en su corazón.

Que podamos hacer de esto nuestra ambición para ser verdaderos creyentes espirituales en nuestra generación.

¿Cómo puedo estudiar la Biblia?

 


¿Cómo puedo estudiar la Biblia?


Nuestro Dios es parco en lo que a milagros se refiere. Habiendo Él hecho al hombre a su imagen (Génesis 1:27), habiendo provisto un perfecto manual de instrucción por medio de la inspiración sobrenatural (2 Pedro 1:21) y habiéndonos dotado con el mejor de los maestros en la persona del Espíritu Santo (Juan 16:13), no esperemos un cuarto milagro para transmitir la verdad de las Escrituras a nuestras mentes. En otras palabras, ¡no hay atajo hacia la espiritualidad! Sólo por el estudio serio y sistemático de la Palabra crecerá el creyente joven en el conocimiento de Dios, y así será capaz de permanecer firme frente a las tormentas de este mundo, la carne y el diablo. Y esto significa trabajo arduo.

            La gente de Berea (Hechos 17:11,12) nos proporcionan un modelo a seguir. Ellos estudiaban las Escrituras con propósito (“escudriñaban”), ardientemente (“con toda solicitud”), regularmente (“cada día”) y fructíferamente (“creyeron muchos de ellos”). ¡No se sugiere aquí que encontraron tedioso o malgastado el tiempo dedicado a la Palabra! Si nos acercamos al Libro de Dios en expectativa humilde, nunca seremos desilusionados. Al contrario, diremos que, como el salmista, “He regocijado en tu palabra como el que haya muchos despojos” (Salmo 119:162).

            Desde luego, si estamos decididos y predispuestos a aburrirnos, seremos aburridos. “Cuál es su pensamiento en su corazón, tal es él [una persona]” Proverbios 23:7. Pero no es necesario. ¿Qué puede ser más apasionante que ocupar nuestras mentes con la verdad infalible del Dios vivo? ¿Qué puede ser más importante y trascendente? Para vivir con gozo en el mundo de Dios, hemos de vivir por la Palabra de Dios.

¿Cómo, entonces, puede el cristiano joven estudiar la Biblia? Ofrecemos sugerencias:

 

Ayudas al estudio 

Las ayudas más sencillas son las mejores. En vez de recomendar un sinfín de comentarios, déjenos enumerar aquellas herramientas con las cuales cualquier creyente puede desentrañar los tesoros de la Palabra de Dios. Primero, se requiere una buena versión de la Biblia. La Reina-Valera Revisión de 1960 es tan buena como cualquiera [y considerablemente mejor que la mayoría]. De todos modos, consulta otras, pero asegúrate siempre que su texto básico sea una traducción confiable. Segundo, cuenta con cuaderno y bolígrafo, porque es importante tomar nota de lo que el Señor te enseñe para tu estímulo en el futuro. Moisés en Éxodo 17:14 es un ejemplo de esto, interesante por ser la primera mención de trascripción de las Escrituras.

            Tercero, una concordancia es esencial […]. Nos referimos a la obra original y no a la condensación de la misma, o de otras, que viene encuadernadas en muchas ediciones de la Biblia. Y, no desdeñes las referencias marginales de tu Biblia; te conducirán a pasajes paralelos y versículos relacionados con la porción que te interesa.

            Todo esto, naturalmente, lleva su tiempo, pero es tiempo bien empleado (Efesios 5:16). Sabes, el estudio auténtico de la Biblia es costoso. Al joven que dijo, “Yo daría el mundo por entender la Biblia como usted la conoce,” Harold St. John respondió, “Es exactamente lo que a mí me ha costado”,

 

Acceso al estudio  

El descubrimiento del sepulcro vacío en Juan 20 ilustra el acceso ideal a las Escrituras. En los versículos 5 al 8 el verbo “ver” figura tres veces en la Versión de 1960 pero en realidad expresa tres vocablos diferentes en el griego original. Esto nos sugiere pasos clave a dar en el estudio de la Biblia.

 

1. Confrontación        La palabra “vio” en v. 5 significa simplemente darse cuenta, o notar. Juan tuvo que agacharse y entrar a la tumba para darse cuenta de lo acontecido. Y nosotros debemos abrir la Palabra de Dios sumisamente si queremos que su verdad, capaz de transformarse en vida, nos impacte. Haz tuya la oración de Salmo 119:18: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley”, La lectura consecutiva desde Génesis a Apocalipsis es indispensable, ¡y sin pasar por alto los pasajes difíciles!

Para llegar a dominar un libro en particular, léelo una y otra vez hasta que tu mente esté saturada de él. No puede haber sustituto para la Biblia misma. La facilidad con que disponemos de tanta literatura cristiana hoy en día nos tienta a leer libros en vez de la fuente y origen de ellos, las Sagradas Escrituras. Deuteronomio 11:18 al 21 es un desafiante recordatorio del lugar que la Palabra de Dios en su entereza debe ocupar en nuestras vidas.

2. Observación           “Vio” en vv. 6,7 quiere decir ver, reparando en los detalles. Pedro observa la disposición de las vendas dentro del sepulcro, cosa que de demanda más que una mirada pasiva. Para aprovechar las Escrituras al máximo, debemos leerlas seria y concienzudamente, y lentamente a la vez. Dios no revela su voluntad a aquellos que tratan su Palabra con prisa y poca atención. El estudio concienzudo significa “que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15), lo que incluye entre otras cosas la debida atención respecto al contexto (por ejemplo, el contexto de esos célebres y predilectos versículos en Filipenses 4:7,19), el sentido común (identificando el lenguaje figurativo en, vamos a decir, Mateo 23:14) y comparación (muchas veces un versículo difícil se explica en un pasaje paralelo o relacionado al tema). Observa cuidadosamente ¾ este Libro demanda una concentración total.

3.  Interpretación       “Vio” en v. 8 equivale a discernir. Esto es, descifrar el significado de aquello que se ve. Juan interpreta correctamente la colocación ordenada de aquellas vendas como una evidencia de la resurrección del Señor. Y cuando leemos la Palabra, hemos de estar alerta para obtener el significado correcto. Una comprensión del propósito global y la estructura de cada libro nos protegerá de un buen número de errores de interpretación.

4.  Aplicación En v. 8 Juan cree lo que ve. Todas las Escrituras han de ser creídas y, en lo que a nosotros se refiere, obedecidas. De hecho, la sola lectura de ellas fortalecerá nuestra fe (Romanos 10:17). Bengel dice, “Aplícate tú mismo enteramente a las Escrituras y aplica las Escrituras completamente a ti mismo”. En última instancia la meta del estudio de la Biblia no es el saciar nuestra curiosidad, sino el modelar nuestras vidas para Dios. Como la profecía en el Nuevo Testamento, es para edificación (doctrina, para la mente), exhortación (obligación, para las manos) y consolación (devoción, para el corazón” (1 Corintios 16:3). ¿El estudio de la Palabra está surtiendo una influencia real en mi vida? Si no, algo está mal en el fondo.

El tiempo es poco. Repasemos y recordemos nuestras prioridades para invertir nuestro tiempo, talento y energía en el estudio de la Palabra de Dios. Al fin y al cabo, sólo esto contará para la eternidad.