sábado, 4 de mayo de 2013

UNA COSA


·         "Una cosa tengo que decirte..." (Lucas 7:40).
·         "Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tie­nes... y ven, sígueme" (Marcos 10: 21).
·         "Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo" (Juan 9: 25).
·         "Una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte" (Lucas 10: 42).
·         "Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante" (Filipenses 3: 13).
·         "Una cosa he demandado a Dios, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Dios todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Dios" (Salmo 27: 4).
Creced. 1989

Limpieza del Templo


Ambas veces se trataba del ho­nor de Su Padre. Cuando se trató de tomar Su copa, nuestro Señor decididamente rechazó toda resis­tencia. Pero cuando se trató del honor del Padre, nuestro Señor fue muy radical. Estamos hablando de las dos limpiezas del Templo.
La primera limpieza del Tem­plo sucedió bastante al principio de la vida pública de Jesús, la se­gunda poco antes de Su muerte en el Gólgota (Jn 2; Mt 21). El Señor realizó ambas limpiezas del Tem­plo usando la violencia. En Juan 2:15, por ejemplo, dice: "Y hacien­do un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos..."
Llama la atención que tanto la primera como también la segunda limpieza del Templo, sucedieron inmediatamente antes de una cele­bración de la Pascua. Por esto, pa­rece que antes de la Pascua el Se­ñor quería purificar el Templo. En esto se encuentra un mensaje muy personal del Señor a nosotros.
Hace poco tiempo hemos cele­brado la Pascua, recordando nues­tro Cordero de Pascua, el Señor Je­sucristo, que fue sacrificado por nuestros pecados. La pregunta de­cisiva es: ¿Cómo festejamos la Pas­cua? ¿En la levadura de la maldad y la vileza, o en la masa sin levadu­ra de la pureza y la verdad (1 Co 5:8)? ¿Podría ser que necesitára­mos una limpieza del templo - una purificación de nuestros cora­zones - para poder celebrar la Pas­cua en pureza y verdad?
Visto del punto de vista del Nuevo Testamento, no somos na­da menos que templo de Dios: "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?" (1 Co 3:16). Y por eso es que tiene sentido hacer esta pregunta: ¿En qué condición está ese templo? Después de que Pablo escribiera estas palabras a los co­rintios, agregó la siguiente adver­tencia: "Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es" (1 Co 3:17; cp. 2Co 6:16).
Deberíamos considerar nueva­mente que todos somos llamados a ser templo de Dios. Esto significa que Jesucristo desea morar en nos­otros por medio Su Espíritu. Él de­sea llenarnos con toda Su gloria. Por eso 1 Corintios 5:7-8 nos llama a lo siguiente: "Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nos­otros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sin­ceridad y de verdad." Eso significa que deberíamos realizar una lim­pieza del templo. Y al hacerlo, de­beríamos ponernos de todo cora­zón en medio de la luz de Jesús. Después de todo, en el Nuevo Tes­tamento encontramos cuatro ve­ces el llamado: "Mirad por vosotros mismos" (Le 17:3; Hch 20:28; 1 Ti 4:16; 2 Jn 8). Por supuesto que estos cuatro llamados están cada uno en un contexto espe­cial, pero aun así queremos aplicar estas palabras en forma totalmente personal a nos­otros mismos.
Pregúntese seriamente: ¿Cómo se encuentra mi templo espiritual en este momento? Al hacerlo, to­me muy a pecho las palabras de Jesús: "¡No hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado!" Esto fue lo que dijo en la primera limpieza del Templo. O: "Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladro­nes..."- esto lo dijo en la segunda limpieza del Templo.
Pablo escribió lo siguiente so­bre el Anticristo "Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hom­bre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es obje­to de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, hacién­dose pasar por Dios" (2 Ts 2:3-4).
      Hace ya mucho que los teólo­gos discuten sobre el significado de este versículo. Nosotros no ne­cesitamos unirnos a esta disputa, sino que queremos considerar que también nosotros somos templo de Dios, y somos capaces de echarlo a perder (1 Co 3:17). Juzguémonos, por lo tanto, a nos­otros mismos. Puede que eso due­la, pero, después de todo, queremos celebrar la Pascua, y no queremos ha­cerlo en la vieja le­vadura, ni tampo­co en la levadura de la maldad y la vileza, sino en la masa sin levadura de la pureza y la verdad.

A LOS JÓVENES


Deseo simplemente llamar la atención de los jóvenes creyentes acerca de la seria situación que les presenta la partida de hermanos ancianos que los han guiado desde su infancia. Estos ancianos, a los cuales teníamos el hábito de ver dándonos ejemplos de la marcha cristiana, son retirados uno tras otro.
Muchos y dolorosos vacíos se abren alrededor de nosotros. Sin duda, es el curso natural de las cosas; poco a poco una generación es recogida para dar lugar a otra. Pero los tiempos que vivimos dan a estas partidas un carácter muy particular, incluso solemne. El espíritu del mundo, en el que somos llamados a ser testigos del Señor, es siempre el mismo, por cierto; pero se percibe claramente que este mundo, a raíz de las terribles conmociones que acaban de estremecerlo, presenta nuevos aspectos, lo que, para nosotros, quiere decir nuevos peligros.
Vemos la exaltación del hombre, la voluntad independiente, la abierta rebelión contra Dios y la oposición a la Palabra; todo ello nos acosa con fuerza. Nos hallamos más cerca del fin, impera la ruina y el espíritu del anticristo opera activamente. En tal medio se nos sitúa bajo nuestra propia responsabilidad, humanamente hablando.
Los guías a los cuales estábamos acostumbrados a mirar nos dejan; es necesario caminar por nosotros mismos. Esos hombres, que eran para nosotros como diques frente a la marea creciente, son quitados y tenemos que soportar directamente el embate de las olas.
Tales ancianos hermanos vivieron los primeros tiempos del testimonio suscitado por Dios en esos días pasados, o un poco después de esa época, y conocieron a los obreros altamente calificados a quienes Él había utilizado, o bien dichos ancianos estuvieron en contacto con aquellos que conocieron directamente a tales obreros. Ellos habían luchado y recordaban aún el gozo, pero también las tribulaciones que sufrieron en las primeras reuniones.
Sólidamente afirmados en las Escrituras, esos hermanos se movían en el terreno doctrinal con una facilidad que nos asombra, dejándose guiar por esas verdades tan importantes y tan elevadas, que ahora parecen difíciles y abstractas, sin las cuales, no obstante, no puede existir el cristianismo práctico: el nuevo nacimiento, la muerte con Cristo, el hombre en Cristo, etcétera. Ellos no estaban al acecho de conocimientos novedosos para despertar la curiosidad y detenerse en detalles dudosos, sino que se dedicaron a poner en práctica lo que habían recibido.
Pienso, en particular, en esos esforzados hermanos ancianos que vivían en el campo, como aquellos que algunos de nosotros hemos conocido; simples, en el pleno sentido del término, y poco capaces de variar la expresión de sus pensamientos, pero en quienes esos pensamientos eran tan claros y tan fuertemente alimentados por la Palabra, que evocaban irresistible-mente la imagen de la casa fundada en la roca.
Era un tiempo en que la vida rural era ruda y para la cual se contaba con recursos a menudo mediocres; pero sus corazones estaban ligados solamente a las cosas de lo alto. Ellos leían asiduamente la Palabra y el ministerio escrito de los hermanos, que exponía la Escritura y les hacía gozar de ella. En sus hogares no se conocían mucho los periódicos, pero ellos se habrían privado de lo indispensable para continuar pagando las suscripciones a los folletos que les aportaban el alimento espiritual.
Y no lo hacían como una simple formalidad, como el pago maquinal de una especie de cotización anual impuesta por responder al título de hermano (¿no es de temer que a veces suceda esto en la actualidad?); por el contrario, lo hacían por la profunda necesidad que tenían sus almas, necesidad de socorro, necesidad de alimento sólido. Los antiguos números de la publicación “Eco del testimonio”, que se han hallado encuadernados en una cantidad de casas viejas, dan testimonio del celo que manifestaban nuestros antecesores.
Por cierto, ellos eran hombres que tenían sus propias flaquezas. Lejos de mí el pensamiento de intentar hacer de esos tiempos un cuadro ideal. Sin embargo, sentimos que fue una generación muy diferente de la nuestra. Y al ver que se van, pensamos en “los ancianos que sobrevivieron a Josué, los cuales habían visto todas las grandes obras de Jehová, que él había hecho por Israel” y durante todo el tiempo de los cuales “el pueblo había servido a Jehová” (Jueces 2:7)...
Queridos jóvenes hermanos, “toda aquella generación también fue reunida a sus padres”. ¿Tendrá que llegar a decirse de nosotros que “se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel”? No nos hagamos ilusiones pensando que nos encontramos en mejor situación, pues ése es un peligro real que nos amenaza a los que somos llamados a tomar lugar en la primera fila de la línea de batalla.
Es notable que los amados hermanos a quienes recordamos así —como también los que de entre ellos el Señor aún conserva entre nosotros—, se hayan preocupado en gran manera por las circunstancias de los que les sucederían.
No puedo dejar de recordar, con mucha emoción, la visita que hace cinco años tuve el privilegio de efectuar a un respetado hermano que era del extranjero, pero que trabajó en nuestro país durante largos años ejerciendo un honroso y bendito ministerio, y que el Señor deja aún en este mundo a pesar de que sus facultades se encuentren casi completamente deteriora-das a causa de la edad. En su conversación él insistía constantemente sobre el tema de la generación joven; incesante-mente se interesaba por las necesidades de dicha generación; en todas sus oraciones él encomendaba al Señor a la generación joven. ¡Cuántas oraciones similares han subido a favor de nosotros, de parte de aquellos que han sido nuestros guías!
El recurso al que acudían aún permanece a nuestra disposición. El Señor que los socorrió hasta el fin, permanece de igual modo para nosotros. El resultado de la conducta de ellos nos demuestra Su fidelidad. Que Dios nos conceda la gracia de mantenernos firmes frente a nuevos peligros y ante los malignos esfuerzos del Enemigo.
Aquellos hermanos nos señalaron el camino; y si es cierto que podemos decir que por el hecho de ser hombres no han sido y no somos nada, y que la gracia es todo y que sigue estando a disposición, no es menos cierto que ellos nos han dejado un ejemplo de lo que significa aplicar a nuestra vida diaria el valor práctico de tal gracia. Por sobre todas las cosas, reconocemos que ellos han sido hombres de oración; por medio de ella, estos hermanos pudieron extraer de la fuente los recursos de la gracia ofrecidos permanentemente.
Jóvenes amigos, hijos de padres creyentes, que están en el comienzo de sus vidas, tengan cuidado. Escojan la fe. El mundo nos acecha; guárdense de dejar allí un pie, desde el comienzo del camino.
Muchos de entre ustedes confiesan abiertamente al Señor; y otros, que no hablan mucho, no querrían llamarse incrédulos. No permanezcan estacionarios. Avancen en el conocimiento de Cristo, guarden en el corazón Su pensamiento, no descuiden su invitación: “Haced esto en memoria de mí.” No esperen un hipotético «más adelante» para tomar su lugar a la mesa del Señor, en el humilde testimonio constituido por los dos o tres reunidos en Su nombre.
Y que todos, queridos jóvenes hermanos, podamos ser enseñados a tomar nuestra parte en el servicio que el Señor confía a los suyos. Hagamos tal servicio, humilde pero resueltamente; bajo Su mirada y conscientes de nuestra debilidad, pero con el denuedo que proviene de Él.
No temamos cultivar el recuerdo de esos creyentes del pasado. En todas las épocas se comprobó el hecho de que las nuevas generaciones menospreciaron la experiencia de sus predecesores. Es cierto que esta tendencia se acentúa ahora más que nunca, pues los grandes progresos materiales de la civilización humana están hoy a disposición de muchos, y conducen a los jóvenes a un pensamiento erróneo y a la vez profundamente ingrato respecto a sus padres.
Hay algo que asusta a aquellos que son observadores y reflexionan: a muchos jóvenes, la apetencia por las cosas mate-riales de la vida los asfixia y anula de su paladar espiritual el gusto de la Palabra. ¡Cuántos jóvenes creyentes hay, para quienes los automóviles, diversas maquinarias, la telefonía sin cables y muchas novedades, no guardan ningún secreto; pero que, desgraciadamente, ignoran las verdades elementales de la revelación divina!
Y quizás es aún más grave el hecho de que ellos ni siquiera parecen pensar en el valor que tienen dichas verdades. Con mayor razón y como consecuencia de tal situación, la lectura de los escritos de los hermanos les resulta fastidiosa y, liviana-mente, la consideran inútil.
Así, la reunión se transforma para ellos en un simple hábito, quizá aun en una aburrida formalidad. Comienzan a quejarse rápidamente de la rutina en las reuniones —y sin duda tal rutina puede existir—, pero ¿no les corresponde a ellos, que son los que más se quejan al respecto, aportar en las reuniones la vida, la actividad según Dios? ¿Pensarán un poco en la pérdida que sufren y que hacen sufrir a la asamblea entera al asistir a la reunión sin tomar parte en ella, ni siquiera mentalmente, en la oración? Otros se han dejado atrapar por las redes intelectuales de este mundo. Peligro muy sutil, pero terrible. Permítanme dirigirme a ustedes, jóvenes amigos intelectuales, estudiantes diligentes, acaparados rápidamente por sus trabajos y a quienes les acecha el racionalismo. Puede llegar a ser muy natural para ustedes creerse superiores al hermano simple, indocto, ¡pero que permanece inquebrantablemente apegado a la Palabra!
Les pido que consideren cuán pobre es la ciencia humana, en cualquiera de sus campos. El orgullo de ella se basa en el esfuerzo de sus búsquedas, no en sus resultados tan escasos. Al mirar de cerca tal orgullo, ¿no veremos en éste el absoluto desconocimiento de que la verdad tan buscada la ofrece Dios? No se quiere aceptar esto; se estima que el hombre no necesita a Dios. Sin embargo, ¡que corta es la distancia que existe entre el ignoran-te y el más grande de los sabios, si aplicamos la medida divina!
Los capítulos 38 y 39 del libro de Job, que nos muestran a Jehová confundiendo la razón humana, mantienen plena actualidad; y son muy actuales también las amargas conclusiones del Eclesiastés: “Mi corazón ha percibido mucha sabiduría y ciencia. Y dediqué mi corazón a conocer la sabiduría... conocí que aun esto era aflicción de espíritu (o: era perseguir el viento)” (1:16-17).
Por todas partes surgen enigmas para la mente del hombre, y enigmas que, a medida que se trata de sondearlos, se presentan cada vez más inexplicables. Si el hombre fuera sincero, ¡cuántas lecciones de verdadera humildad veríamos! Nuestra felicidad, nuestra paz, paz del espíritu como del corazón, consiste en contemplar y escuchar a Aquel que es la verdad.
“Todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” están escondidos en el “misterio de Dios” (Colosenses 2:2-3), y sólo Cristo es la revelación de todo ello. Tal como se dice: Cristo es la clave del enigma de este mundo.
Pero déjenme recordarles, sobre todo, que el cristianismo no es un asunto del intelecto, sino que se trata de conocer a una Persona, de disfrutar de su amor y de su presencia. Y, finalmente, se necesita muy poca doctrina para amar a alguien, pues el corazón conoce mejor que la mente. Se trata de vivir una nueva vida, y ésta se demuestra simplemente por su existencia.
Por eso es esencial que ustedes cultiven y estrechen relaciones con aquellos que poseen dicha vida, es decir, con los hijos de Dios; es indispensable no dejar de congregarse.
No se trata de dejar de cultivar la inteligencia que Dios les ha dado y que Él quiere ver consagrada para Sí. Pero el mejor antídoto contra el veneno que los estudios encubren, como todas las demás cosas en este mundo, se encuentra en la lectura asidua de la Palabra, en la compañía de los creyentes, y de los creyentes simples, opaca o desconocida a los ojos de la carne.
No se empeñen en discutir con ellos distintos puntos adquiridos por el conocimiento, sino busquen en común las cosas celestiales. ¿Saben dónde se aprende más? Pues con los ancianos, a la cabecera de la cama de los enfermos, cerca de los moribundos, en las visitas a los pobres en cuanto al mundo pero ricos en fe. Se aprende más viendo el sufrimiento soportado pacientemente, se aprende contemplando cómo un corazón abatido encuentra el refrigerio en la persona de Jesús, viendo cómo un hermano espera la muerte con toda calma y considerando la esperanza que lo sostuvo toda la vida.
¡Qué lecciones! Ninguna enseñanza, ningún libro les brindará lo que ustedes podrán ver en tales cosas, es decir, en el cristianismo en acción, un hecho.
Aún otra vez, no es un asunto de especulación, sino de vida práctica. Temamos, pues, ceder a los razonamientos y a las disputas de palabras; más bien busquemos con mayor esmero los ejemplos vivientes. Los tenemos aún, por la gracia de Dios; en primer lugar en aquellos guías que todavía permanecen con nosotros, y en los que han partido, de los cuales nos tenemos que acordar y, considerando el resultado de su conducta, imitar su fe.
(Messager Évangélique, 1927)

dF � s e R p� sto en Mateo 28. Bernabé y Pablo fueron a donde los llevó el Espíritu Santo en Hechos 13 y Pablo fue a donde Dios deseaba que fuera en Hechos 16. Podemos hacer justamente como él dice. Nosotros debemos decirle: "Señor, esta es tú iglesia. Haremos como tú Palabra diga. No haremos nada que tú no nos hayas dicho". Quiera Dios ayudarnos a hacer exactamente lo que él dijo que hiciéramos en su Palabra.

EFESIOS


Capítulo 4

Ahora bien, el apóstol estaba en prisión por el testimonio que había dedo de esta verdad, por haber mantenido y predicado los privilegios que Dios había concedido a los Gentiles, y en particular el de formar por la fe, juntamente con los creyentes Judíos, un cuerpo unido a Cristo. En su exhortación hace uso de este hecho como un motivo conmovedor. Ahora bien, la primera cosa que él buscaba de parte de sus queridos hijos en la fe, como conviene esta unidad y como un medio de mantenerla en la práctica, era el espíritu de humildad y mansedumbre, soportándose con paciencia los unos con los otros en amor. Éste es el estado individual que él deseaba que se realizara entre los Efesios. Ello es el verdadero fruto de cercanía a Dios, y de la posesión de privilegios; si se disfrutan en Su presencia.

Al final del capítulo 2, el apóstol había expuesto el resultado de la obra de Cristo uniendo al Judío y al Gentil, haciendo la paz, y formando así la morada de Dios en la tierra; teniendo acceso, el Judío y el Gentil, a Dios por un Espíritu por medio de la mediación de Cristo, estando ambos reconciliados con Dios en un cuerpo. Tener acceso a Dios; ser la morada de Dios por medio de Su presencia por el Espíritu Santo; ser un cuerpo reconciliado con Dios - tal es la vocación de los cristianos. El capítulo 3 había desarrollado esto en toda su extensión. El apóstol lo aplica en el capítulo 4.

Los fieles debían procurar - en las disposiciones mencionadas arriba - mantener esta unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. Hay tres cosas en esta exhortación: primero, un andar digno de la vocación de ellos; segundo, el espíritu en el que habían de hacerlo; tercero, la diligencia en mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. Es importante observar que esta unidad del Espíritu no es semejanza de sentimiento, sino la unidad de los miembros del cuerpo de Cristo establecida por el Espíritu Santo, mantenida prácticamente por un andar según el Espíritu de gracia. Es evidente que la diligencia requerida para el mantenimiento de la unidad del Espíritu se relaciona con la tierra y a la manifestación de esta unidad en la tierra.

Ahora bien el apóstol basa su exhortación en los puntos de vista diferentes bajo los cuales esta unidad puede ser considerada: en relación con el Espíritu Santo, con el Señor, y con Dios.
Hay un cuerpo y un Espíritu; no meramente un efecto producido en el corazón de individuos para que pudieran entenderse mutuamente, sino un cuerpo. La esperanza era una, de la cual este Espíritu era la fuente y el poder. Ésta es la unidad esencial, verdadera, y permanente.
Hay, también, un Señor. Con Él se relacionaban "una fe" y "un bautismo." Ésta es la profesión pública y el reconocimiento de Cristo como Señor. Comparen el discurso en 1 Corintios.
Finalmente, hay un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todo, y por todos, y en todos.
¡Qué poderosos vínculos de unidad! El Espíritu de Dios, el señorío de Cristo, la omnipresencia universal de Dios, incluso el Padre, todos tienden a traer a la unidad a aquellos relacionados con cada uno como a un centro divino. Todas las relaciones religiosas del alma, todos los puntos por los cuales estamos en contacto con Dios, concuerdan en formar a todos los creyentes en uno en este mundo, de tal forma que ningún hombre puede ser un cristiano sin ser uno con todos aquellos que lo son. No podemos ejercer la fe, ni disfrutar la esperanza, ni expresar la vida cristiana en cualquier forma, sin tener la misma fe y la misma esperanza de los demás, sin dar expresión a lo que existe en los demás. Solamente que somos llamados a mantenerlo en forma práctica.

Podríamos comentar, que las tres esferas de unidad presentadas en estos tres versículos no tienen el mismo alcance. El círculo de unidad se amplía cada vez.
1.-   Con el Espíritu está ligada la unidad del cuerpo, la unidad esencial y real producida por el poder del Espíritu que une a Cristo a todos Sus miembros.
2.-   Con el Señor están ligadas la unidad de la fe y del bautismo. Aquí cada individuo tiene la misma fe, el mismo bautismo: es la profesión externa, verdadera y real quizás, pero una profesión, con referencia a Él, quien tiene los derechos sobre aquellos que se llaman por Su nombre.
3.-   Con respecto al tercer carácter de unidad, este se relaciona con demandas que se extienden a todas las cosas, aunque para el creyente es un vínculo más íntimo, porque Él, quien tiene derecho sobre todas las cosas, mora en los creyentes[1].
Con respecto al Espíritu, Su presencia une el cuerpo - es el vínculo entre todos los miembros del cuerpo: de nadie más que de los miembros del cuerpo - y ellos, como tales - son vistos aquí.
El Señor tiene las demandas más amplias. En esta relación no se habla de los miembros del cuerpo; hay una fe y un bautismo, una profesión en el mundo: no podrían haber dos. Pero, aunque las personas que están en esta relación exterior también pueden estar en otras relaciones y ser miembros del cuerpo, no obstante, la relación aquí es una de profesión individual; no es una cosa que no pueda existir en absoluto excepto en la realidad (uno es un miembro del cuerpo de Cristo, o no lo es).
Dios es el Padre de estos mismos miembros, puesto que son Sus hijos, pero Él, quien mantiene esta relación, debe estar necesariamente y siempre sobre todas las cosas - personalmente sobre todas las cosas, pero divinamente en todas partes.

Observen aquí, que no solamente es una unidad de sentimiento, de deseo, y de corazón. Ellos son instados a la unidad; pero se les incita así para que mantengan la realización, y la manifestación aquí abajo, de una unidad que pertenece a la existencia y a la posición eterna de la asamblea en Cristo. Hay un Espíritu, pero hay un cuerpo. La unión de corazones en el vínculo de la paz que el apóstol desea, es para el mantenimiento público de esta unidad; no para que se soportaran con paciencia los unos a los otros cuando ésta ha desaparecido, es decir, los Cristianos contentos con la ausencia de ella. Uno no acepta lo que es contrario a la Palabra, aunque en ciertos casos aquellos que lo hacen merecen paciencia. La consideración de la comunidad de la posición y del privilegio, disfrutados por todos los hijos de Dios en las relaciones de las que hemos estado hablando, servía para unirlos unos con otros en el dulce gozo de esta posición muy preciosa, conduciéndolos también, a cada uno, a regocijarse en amor, de la parte que cada otro miembro del cuerpo tenía en esta felicidad.

Pero, por otra parte, el hecho de que Cristo fue exaltado para estar en el cielo, como Cabeza sobre todas las cosas, introdujo una diferencia que pertenecía a esta supremacía de Cristo - una supremacía ejercida con soberanía divina y sabiduría. "A cada uno de nosotros fue dada la gracia (el don) conforme a la medida del don de Cristo" (es decir, como Cristo encuentra conveniente dar) (Efesios 4:7). Con respecto a nuestra posición de gozo y bendición en Cristo, somos uno. Con respecto a nuestro servicio, cada uno de nosotros tiene un lugar individual según Su sabiduría divina, y según Sus derechos soberanos en la obra. El fundamento de este título, cualquiera que sea el poder divino que se ejerce en él, es este: el hombre estaba bajo el poder de Satanás - miserable condición, el fruto de su pecado, una condición a la cual su voluntad propia lo había reducido, pero en la que (según el juicio de Dios, quién había pronunciado en él la sentencia de muerte) era un esclavo en cuerpo y mente del enemigo que tenía el poder de muerte - con la salvedad de los derechos soberanos y la gracia soberana de Dios (vean el capítulo 2: 2). Ahora bien, Cristo se ha hecho hombre, y empezó yendo como hombre, llevado por el Espíritu, a encontrarse con Satanás. Él le venció. En cuanto a Su poder personal, pudo echarlo fuera por todas partes, y librar al hombre. Pero el hombre no quería a Dios consigo; ni era posible para los hombres, en su condición pecadora, estar unidos a Cristo sin la redención. El Señor sin embargo, llevando a cabo Su obra perfecta de amor, sufrió la muerte, y venció a Satanás en ella, su última fortaleza, que el juicio justo de Dios mantenía vigente contra el hombre pecaminoso - un juicio que, por lo tanto, Cristo sufrió, consumando una redención que era completa, final, y eternal en su valor; para que ni Satanás, el príncipe de muerte y acusador de los hijos de Dios en la tierra, ni siquiera el juicio de Dios, pudieran tener algo más que decir a los redimidos. El reino fue quitado a Satanás; el justo juicio de Dios fue padecido y completamente satisfecho. Todo el juicio es entregado al Hijo, y también el poder sobre todos los hombres, porque Él es el Hijo del Hombre. Estos dos resultados aún no se manifiestan, aunque el Señor posee todo el poder en el cielo y en la tierra. La cosa de la que aquí se habla es otro resultado que es cumplido en el entretanto. La victoria es completa. Él ha llevado cautivo al adversario. Ascendiendo al cielo Él ha puesto al hombre victorioso sobre todas las cosas, y ha llevado cautivo todo el poder que previamente tenía el dominio sobre el hombre.

Ahora bien, antes de manifestar personalmente el poder que había ganado como hombre atando a Satanás, antes de exhibirlo en la bendición del hombre en la tierra, Él lo exhibe en la asamblea, Su cuerpo, al impartir a los hombres librados del dominio del enemigo, tal como había prometido, los dones que son la prueba de ese poder.
El capítulo 1 nos había revelado los pensamientos de Dios.
El capítulo 2, el cumplimiento, en poder, de Sus pensamientos con respecto a los redimidos - judíos o Gentiles, todos muertos en sus pecados - para formarlos en la asamblea.
El capítulo 3 es el desarrollo especial del misterio en lo que concernía a los Gentiles en la administración de la asamblea por Pablo en la tierra.
Aquí en el capítulo 4, la asamblea es presentada en su unidad como un cuerpo, y en las variadas funciones de sus miembros; es decir, el efecto positivo de esos consejos en la asamblea aquí abajo. Pero esto está fundamentado en la exaltación de Cristo; Él, el conquistador del enemigo, ha ascendido al cielo como hombre.

Cristo, exaltado de esta forma, ha recibido dones en el hombre, es decir, en Su carácter humano (comparen con Hechos 2:33). Así que es "en el hombre," ("in Man", como figura en la versión inglesa de la Biblia traducida de los Textos Originales por J. N. Darby - Nota del revisor de la traducción) que se expresa en el Salmo 68, de donde se toma la cita ("para los hombres" en la Versión Reina Valera 1960; "entre los hombres" en la VM - Nota del revisor). Aquí, habiendo recibido estos dones como la Cabeza del cuerpo, Cristo es el canal de sus comunicaciones a otros. Son dones para los hombres.
Tres cosas lo caracterizan aquí a Él como un hombre ascendido a las alturas, un hombre que ha llevado cautivo a quién mantenía al hombre en cautividad, un hombre que ha recibido para los hombres, librados de ese enemigo, los dones de Dios, los cuales dan testimonio de esta exaltación del hombre en Cristo, y sirven como medio para la liberación de otros. Porque este capítulo no habla de las señales más directas del poder del Espíritu, como lenguas o milagros - dones milagrosos, que es la forma como usualmente se les denomina - sino que habla de lo que el Señor, como Cabeza, confiere a los individuos, es decir, estos individuos son los dones, como Sus siervos para formar a los santos para que estén con Él, y para la edificación del cuerpo - el fruto de Su cuidado por ellos. Por lo tanto, como ya se ha comentado, la continuación de ellos (hasta que todos nosotros, uno tras otro, crezcamos en Él que es la Cabeza) es declarada en cuanto al poder, por el Espíritu; en 1 Corintios 12 no es así.

Pero detengámonos aquí por un momento para contemplar la importancia de lo que hemos estado considerando.
¡Qué obra tan completa y gloriosa es ésa que el Señor ha consumado para nosotros, y de la cual la comunicación de estos dones es el testimonio precioso! Cuando éramos esclavos de Satanás, y por consiguiente de la muerte, tanto como esclavos del pecado, hemos visto que Él quiso sufrir lo que nosotros merecíamos, para gloria de Dios. Él descendió a la muerte de la que Satanás tenía el poder. Y tan completa fue la victoria del hombre en Él, tan entera nuestra liberación, que (exaltado Él mismo como hombre a la diestra del trono de Dios - Él que había estado bajo la muerte) Él nos ha rescatado del yugo del enemigo, y usa el privilegio que Su posición y Su gloria le dan para hacer que aquellos que antes eran cautivos, sean los instrumentos de Su poder para la liberación de otros también. Él nos da el derecho, bajo Su jurisdicción, de actuar en Su guerra santa, movidos por Sus mismos principios de amor. Nuestra liberación es tal, que nosotros somos los instrumentos de Su poder contra el enemigo - Sus colaboradores en amor a través de Su poder. De ahí la relación entre la piedad práctica, la subyugación completa de la carne, y la capacidad de servir a Cristo como instrumentos en manos del Espíritu Santo, y vasos de Su poder.

Ahora bien, la ascensión del Señor tiene una importancia inmensa en relación con Su Persona y obra. Él ascendió, de hecho, como hombre, pero Él descendió primero como hombre incluso a la oscuridad del sepulcro y de la muerte; y desde allí - victorioso sobre el poder del enemigo que tenía el poder de la muerte, y habiendo borrado los pecados de Sus redimidos, y cumplido la gloria de Dios en obediencia - toma Su lugar como hombre por encima de todos los cielos para que Él pueda llenar todas las cosas; no sólo como siendo Dios, sino según la gloria y el poder de una posición en la que Él fue puesto por el cumplimiento de la obra de la redención - una obra que le llevó a las profundidades del poder del enemigo, y le puso en el trono de Dios - una posición que Él ocupa, no sólo por el título de Creador que ya era Suyo, sino por el de Redentor, que protege del mal a todo lo que se encuentra dentro de la esfera de la eficacia poderosa de Su obra - una esfera llena de bendición, de gracia, y con Él mismo. ¡Verdad gloriosa, que pertenece al mismo tiempo a la unión de las naturalezas divina y humana en la Persona de Cristo y a la obra de redención cumplida por sufrir en la cruz!

El descenso y al ascenso del Señor
El amor hizo descender a Cristo del trono de Dios, y, encontrándose como hombre[2] bajó, por la misma gracia, hasta la oscuridad de la muerte. Habiendo muerto, llevando nuestros pecados, Él ha ascendido de nuevo a ese trono como hombre, llenando todas las cosas. Él descendió más bajo que la criatura hasta la muerte, y ha ascendido más arriba que ella.

El objeto de la obra de Cristo; Su cuerpo, Su esposa; dones comunicados para reunir a los miembros de Su cuerpo
Pero, por llenar todas las cosas en virtud de Su Persona gloriosa, y en relación con la obra que Él logró, Él está también en relación inmediata con lo que en los consejos de Dios está unido de cerca con Aquel que llena así todas las cosas, con aquello que ha sido especialmente el objeto de Su obra de redención. Se trata de Su cuerpo, Su asamblea, unida a Él por el vínculo del Espíritu Santo para completar este hombre místico, para ser la esposa de este segundo Hombre, que todo lo llena en todo - un cuerpo que, como fue manifestado aquí abajo, está colocado en medio de una creación que no está liberada todavía, y en presencia de enemigos que están en los lugares celestiales, hasta que Cristo ejerza, de parte de Dios Su Padre, el poder que le ha sido entregado como hombre. Cuando Cristo ejercerá así Su poder, tomará venganza en aquellos que han corrompido Su creación seduciendo al hombre, que había sido su cabeza aquí abajo y la imagen de Aquel que iba a ser su Cabeza en todas partes. Él también libertará a la creación de la sujeción al mal. Entre tanto, exaltado personalmente como el hombre glorioso, y sentado a la diestra de Dios hasta que Dios ponga a Sus enemigos por estrado de Sus pies, Él comunica los dones necesarios para la reunión de aquellos que serán los compañeros de Su gloria, quienes son miembros de Su cuerpo y quienes serán manifestados con Él cuando Su gloria brille en medio de este mundo de tinieblas.

El apóstol nos muestra aquí una asamblea ya liberada, y ejerciendo el poder del Espíritu; que, por una parte, libra las almas, y por la otra, las edifica en Cristo, para que puedan crecer a la medida de la Cabeza a pesar de todo el poder de Satanás que todavía subsiste.
Pero una verdad importante se relaciona con este hecho. Este poder espiritual no se ejerce de una manera simplemente divina. Es Cristo ascendido, (Aquel que, sin embargo, había descendido previamente a las partes más bajas de la tierra) quién, como hombre, ha recibido estos dones de poder. Es así que habla el Salmo 68 y también Hechos 2:33 ("Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís."). Este último pasaje habla también de los dones concedidos a Sus miembros. En nuestro capítulo es solamente de esta última forma que se mencionan. Él dio dones a los hombres.

Yo también comentaría, que estos dones no se presentan aquí como dones concedidos por el Espíritu Santo descendido a la tierra y distribuyendo a cada uno según Su voluntad: tampoco se habla aquí de esos dones que son muestras de poder espiritual convenientes para actuar como señales para los que están afuera: sino que ellos son para la obra del ministerio de reunir y para edificación, establecidos por Cristo como Cabeza del cuerpo por medio de dones con los cuales Él dota a personas a Su elección. Ascendido a lo alto y habiendo tomado Su lugar como hombre a la diestra de Dios, y llenando todas las cosas, cualquiera sea la magnitud de Su gloria, Cristo tiene como Su primer objetivo el de cumplir los modos de obrar de Dios en amor reuniendo almas, y en particular hacia los santos y la asamblea; establecer la manifestación de la naturaleza divina, y comunicar a la asamblea las riquezas de esa gracia que los modos de obrar de Dios exhiben, y de la cual la naturaleza divina es la fuente. Es en la asamblea donde la naturaleza de Dios, los consejos de la gracia, y la obra eficaz de Cristo se concentran en su objetivo; y estos dones son los medios de ministrar, en la comunicación de éstos, en bendición para el hombre.
Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, y maestros: poniendo a los apóstoles y profetas, o más bien, siendo puestos, como los fundamentos del edificio celestial, y actuando como viniendo directamente del Señor de una manera extraordinaria; las otras dos clases (la última siendo subdividida en dos dones, relacionados en su naturaleza) perteneciendo al ministerio ordinario en todas las edades. Es importante comentar, también, que el apóstol no ve nada existiendo antes de la exaltación de Cristo excepto el hombre hijo de ira, el poder de Satanás, el poder que nos levantó (muertos en pecados como estábamos) con Cristo, y la eficacia de la cruz, que nos había reconciliado con Dios, y había abolido la distinción entre Judío y Gentil en la asamblea, para unirlos en un cuerpo delante de Dios - la cruz en la que Cristo bebió el vaso y soportó la maldición, para que la ira desapareciera para el creyente, y en la que un Dios de amor, un Dios Salvador, se manifiesta totalmente.

Así que la existencia de los apóstoles sólo tiene comienzo aquí desde los dones que siguieron a la exaltación de Jesús. Los doce como enviados por Jesús en la tierra no tienen ningún lugar en la enseñanza de esta epístola que trata del cuerpo de Cristo, de la unidad y de los miembros de este cuerpo; y el cuerpo no podía existir antes de que la Cabeza existiera y hubiera tomado Su lugar como tal. Así también hemos visto que, cuando el apóstol habla de los apóstoles y profetas, los últimos son exclusivamente aquellos del Nuevo Testamento, y aquellos que han sido hechos tales por Cristo después de Su ascensión. Es el nuevo hombre celestial que, siendo la Cabeza exaltada en el cielo, forma Su cuerpo en la tierra. Él lo hace para el cielo, poniendo a los individuos que lo componen, espiritual e inteligentemente en relación con la Cabeza por el poder del Espíritu Santo actuando en este cuerpo en la tierra; siendo los dones, de los que el apóstol aquí habla, los canales por los cuales Sus gracias son comunicadas según los vínculos que el Espíritu Santo forma con la Cabeza.

El efecto de los dones como canales para el cuerpo
Efesios 4: 12 y ss. El efecto apropiado e inmediato es perfeccionar a individuos según la gracia que mora en la Cabeza. Además, la forma que toma esta acción divina es la obra del ministerio, y la formación del cuerpo de Cristo, hasta que todos los miembros crezcan a la medida de la estatura de Cristo, su Cabeza. Cristo ha sido revelado en toda Su plenitud: es según esta revelación que los miembros del cuerpo serán formados en la semejanza de Cristo, conocido como llenando todas las cosas, y como Cabeza de Su cuerpo, la revelación del amor perfecto de Dios, de la excelencia del hombre ante Él según Sus consejos, del hombre que es vaso de toda Su gracia, todo Su poder, y todos Sus dones. Así la asamblea, y cada uno de los miembros de Cristo, deberían estar llenos de los pensamientos y las riquezas de un Cristo bien conocido, en lugar de ser llevados por doquiera por toda clase de doctrinas presentada por el enemigo para engañar a las almas.
El Cristiano debía crecer según todo lo que fue revelado en Cristo, y debía estar en constante crecimiento en la semejanza a su Cabeza; usando amor y verdad para su propia alma - las dos cosas de las que Cristo es la expresión perfecta. La verdad exhibe la relación verdadera de todas las cosas entre sí, en relación con el centro de todas las cosas, que es Dios revelado ahora en Cristo. El amor es lo que Dios es, en medio de todo esto. Ahora Cristo, como la luz, puso todo precisamente en su lugar - el hombre, Satanás, el pecado, la justicia, la santidad, todas las cosas, y eso en todos los detalles, y en relación con Dios. Y Cristo era amor, la expresión del amor de Dios en medio de todo esto. Y éste es nuestro modelo; y nuestro modelo vencedor, y, habiendo ascendido al cielo, nuestra Cabeza, a la cual estamos unidos como miembros de Su cuerpo.

Los miembros del cuerpo son canales de la gracia de Cristo a cada miembro para que todos puedan ser nutridos y puedan crecer
Fluye allí desde esta Cabeza, por medio de sus miembros, la gracia necesaria para cumplir la obra de asemejarnos a Él mismo. Su cuerpo, bien concertado, recibe su crecimiento por la obra de Su gracia en cada miembro, para ir edificándose en amor[3].

La unión de Cristo y la asamblea en su carácter doble
Ésta es la posición de la asamblea según Dios, hasta que todos los miembros del cuerpo lleguen a la estatura de Cristo. La manifestación de esta unidad ¡es lamentable! está estropeada; pero la gracia, y la operación de la gracia de su Cabeza para nutrir y hacer que sus miembros crezcan, nunca se altera, al igual que el amor en el corazón del Señor del que brota esta gracia. Nosotros no le glorificamos, no tenemos el gozo de ser ministros del gozo los unos a los otros como deberíamos ser; pero la Cabeza no deja de obrar para el bien de Su cuerpo. Realmente el lobo viene y dispersa las ovejas, pero no puede arrancarlas de las manos del Pastor. Su fidelidad se glorifica en nuestra infidelidad sin excusarla por ello.
Con este objetivo precioso de la suministración de gracia (a saber, para el crecimiento de cada miembro individualmente hasta la medida de la estatura de la Cabeza misma), con la suministración de cada miembro en su lugar para la edificación del cuerpo mismo en amor, termina este desarrollo de los consejos de Dios en la unión de Cristo y la asamblea, en su carácter doble de cuerpo de Cristo en el cielo, y habitación del Espíritu Santo en la tierra - verdades que no pueden ser separadas, pero cada una de las cuales tiene su importancia distintiva, y que reconcilian las verdaderas operaciones inmutables de gracia en la Cabeza con los fracasos de la asamblea responsable en la tierra.
Efesios 4: 17 y ss. Se presentan, a continuación, exhortaciones para un andar que conviene a tal posición, para que la gloria de Dios en y por nosotros, y Su gracia hacia nosotros, puedan ser identificadas en nuestra plena bendición. Notaremos los grandes principios de estas exhortaciones.
La primera es el contraste[4] entre la ignorancia de un corazón ciego y alguien que está ajeno de la vida de Dios, y, por consiguiente, caminando en la vanidad de su pensamiento, es decir, según los deseos de un corazón rendido a los impulsos de la carne sin Dios - el contraste, digo, entre este estado, y el de uno que ha aprendido de Cristo, como la verdad está en Jesús (qué es la expresión de la vida de Dios en el hombre, Dios mismo manifestado en la carne), habiéndose despojado de este viejo hombre, que está viciado según sus deseos engañosos y habiéndose vestido del nuevo hombre, Cristo. No se trata de una mejora del viejo hombre; se trata de despojarse de él, y vestirse de Cristo.
Incluso el apóstol no pierde de vista aquí la unidad del cuerpo; hemos de hablar la verdad, porque somos miembros uno del otro. "Verdad", la expresión de simplicidad e integridad de corazón, está en relación con "la verdad que está en Jesús", cuya vida es transparente como la luz, así como la falsedad está en relación con los deseos engañosos.
Además, el viejo hombre está sin Dios, desposeído de la vida de Dios. El nuevo hombre es creado, es una nueva creación, y una creación[5] según el modelo de lo que es el carácter de la justicia de Dios, y la santidad de la verdad. El primer Adán no fue creado a la imagen de Dios de esa manera. Por la caída, el conocimiento del bien y el mal entró en el hombre. Él ya no puede ser inocente. Cuando era inocente, él era ignorante del mal en sí mismo. Ahora, caído, él está ajeno de la vida de Dios en su ignorancia: pero el conocimiento del bien y del mal que él ha adquirido, la distinción moral entre el bien y mal en sí mismo, es un principio divino. "El hombre", dijo Dios, "es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal." Pero para poseer este conocimiento, y subsistir en lo que es bueno ante Dios, debe haber energía divina, vida divina.
Todas las cosas tienen su verdadera naturaleza, su verdadero carácter, a los ojos de Dios. Ésa es la verdad. No es que Él es la verdad. La verdad es la expresión correcta y perfecta de lo que una cosa es (y, en una manera absoluta, de lo que todas las cosas son), y de las relaciones en qué están con otras cosas, o en las que todas las cosas están hacia cada una de las otras. Dios no podría ser la verdad de esta manera. Él no es la expresión de alguna otra cosa. Todo se relaciona con Él. Él es el centro de toda verdadera relación, y de toda obligación moral. Tampoco Dios es la medida de todas las cosas, porque Él está por sobre todas las cosas; y nada más puede estar así por encima de ellas, o Él no sería Dios[6]. Se trata de Dios hecho hombre; es Cristo, quien es la verdad, y la medida de todas las cosas. Pero todas las cosas tienen su verdadero carácter a los ojos de Dios: y Él juzga todo justamente, ya sea moralmente o en poder. Él actúa según ese juicio. Él es justo. Él también, siendo Él mismo la bondad, conoce perfectamente el mal, que el mal puede ser perfectamente una abominación para Él, que Él puede rechazarlo por Su propia naturaleza. Él es santo. Ahora, el nuevo hombre, creado según la naturaleza divina, lo es en la justicia y santidad de la verdad. ¡Qué privilegio! ¡Qué bendición! Se trata, como otro apóstol ha dicho, de ser "participantes de la naturaleza divina." Adán no tenía nada de esto.
Adán era perfecto como hombre inocente. Dios sopló en su nariz aliento de vida, y él era responsable por la obediencia a Dios en algo en que ni el bien ni el mal iban a ser conocidos, sino simplemente un mandamiento. La prueba sólo era la de la obediencia, no del conocimiento del bien o mal en sí mismo. En la actualidad, en Cristo, la porción del creyente es una participación en la propia naturaleza divina, en ser alguien que conoce el bien y mal, y que participa vitalmente en el bien soberano, moralmente en la naturaleza de Dios mismo, aunque por eso, siempre dependiente de Él. Es nuestra naturaleza mala la que no es así, o por lo menos la que rehúsa ser dependiente de Él.
Efesios 4:26 y ss. Ahora bien, hay un príncipe de este mundo, ajeno a Dios; y, además de la participación en la naturaleza divina, está el Espíritu mismo que nos ha sido dado. Estas verdades solemnes entran también como principios en estas exhortaciones. "Ni deis lugar al diablo," por una parte - no den ningún lugar para que entre y para actuar en la carne; y, por el otro, "no contristéis al Espíritu Santo", quién mora en vosotros. La redención de la criatura aún no ha tenido lugar, pero ustedes fueron sellados para aquel día: respeten y aprecien a este Huésped poderoso y santo que mora en ustedes por gracia. Por consiguiente, que cesen toda amargura y malicia, incluso de palabra, y permitan que la mansedumbre y bondad reinen en ustedes según el modelo que tienen en los modos de Dios en Cristo hacia vosotros. Sean imitadores de Dios: ¡hermoso y magnífico privilegio! pero que fluye naturalmente de la verdad de que somos hechos participantes de Su naturaleza, y que Su Espíritu mora en nosotros.
Éstos son los dos grandes principios subjetivos del cristiano: el haberse despojado del viejo hombre y haberse vestido del nuevo, y el Espíritu Santo morando en él. Casi nada puede ser más bendecido que el modelo de vida presentado aquí para los cristianos, basado en que somos una nueva creación. Es subjetiva y objetivamente perfecto. Primero, subjetivamente, la verdad en Jesús es el haberse despojado del viejo hombre y haberse vestido del nuevo, que tiene a Dios como su modelo. Es creado según Dios en la perfección de Su carácter moral. Pero esto no es todo. El Espíritu Santo de Dios por el cual somos sellados para el día de la redención mora en nosotros: no debemos contristarlo. Éstos son los dos elementos de nuestro estado, el nuevo hombre creado según Dios, y la presencia del Espíritu Santo de Dios; y Él es enfáticamente llamado aquí el Espíritu de Dios, como relacionado con el carácter de Dios.
Y después, objetivamente: creados según Dios, y Dios morando en nosotros, Dios es el modelo de nuestro andar, y así con respecto a las dos palabras que presentan exclusivamente la esencia de Dios - amor y luz. Nosotros hemos de caminar en amor, como Cristo nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros, un sacrificio a Dios. "Por nosotros" fue amor divino; "a Dios" es perfección de objeto y motivo. La ley establece el amor propio como la medida del amor hacia otros. Cristo se entrega totalmente y por nosotros, pero a Dios. Nuestra indignidad engrandece el amor pero, por otra parte, un afecto y un motivo obtienen su valor según su objeto (y con Cristo el objeto era Dios mismo), la renuncia total del yo. Porque, por decirlo así, podemos amar hacia arriba y hacia abajo. Cuando miramos hacia arriba en nuestros afectos, mientras más noble el objeto, más noble el afecto; cuando es hacia abajo, mientras más indigno el objeto, más puro y absoluto el amor. Cristo era perfecto en ambos, y absolutamente así. Él se dio a Sí mismo por nosotros, y a Dios. Después somos luz en el Señor. No podemos decir que somos amor, porque el amor es la bondad soberana en Dios; caminamos en él, como Cristo. Pero somos luz en el Señor. Éste es el segundo nombre esencial de Dios y como participantes de la naturaleza divina somos luz en el Señor. Aquí, de nuevo, Cristo es el modelo. "Te alumbrará Cristo". Somos llamados, entonces, como Sus hijos amados, a imitar a Dios.
Esta vida, en la que participamos y de la que vivimos como partícipes de la naturaleza divina, nos ha sido presentada objetivamente en Cristo en toda su perfección y en toda su plenitud; en el hombre, y en el hombre llevado a la perfección a lo alto, según los consejos de Dios con respecto a Él. Es Cristo, esta vida eterna, quien estaba con el Padre y nos ha sido manifestado - Él quien, habiendo descendido primero, ha ascendido ahora al cielo para llevar a la humanidad a ese lugar, y mostrarla en la gloria - la gloria de Dios - según Sus consejos eternos. Hemos visto esta vida aquí en su desarrollo terrenal: Dios manifestado en carne; hombre, perfectamente celestial, y obediente a Su Padre en todo, movido, en Su comportamiento para con otros, por los motivos que caracterizan a Dios mismo en la gracia. De ahora en adelante Él se manifestará en juicio; y aquí abajo, Él ha pasado ya por todas las experiencias de un hombre, entendiendo así cómo la gracia se adapta a nuestras necesidades, y mostrándolo ahora, según ese conocimiento, tal como Él ejercerá juicio de ahora en adelante, con un conocimiento del hombre, no sólo divino, pero que, habiendo pasado por este mundo en santidad, dejará a los corazones de los hombres sin excusa y sin escape.
Pero de lo que estamos hablando ahora es de la imagen de Dios en Él. Es en Él en quien se nos presenta la naturaleza que tenemos que imitar, y presentada en el hombre como ella debe ser desarrollada en nosotros aquí abajo, en las circunstancias a través de las que estamos pasando. En Él nosotros vemos la manifestación de Dios, y esto en contraste con el viejo hombre. Allí vemos "la verdad que está en Jesús", excepto que en nosotros involucra el despojarse del viejo hombre y vestirse del nuevo, respondiendo a la muerte y resurrección de Cristo (comparen, particularmente en cuanto a Su muerte, con 1a. Pedro 3:18; 4:1). Así, para atraer e incitar nuestros corazones, para darnos el modelo en el que ellos serán formados, el objetivo hacia el cual ellos debían propender, Dios nos ha dado un objeto en el cual Él se manifiesta, y qué es el objeto de todo Su propio deleite.
La reproducción de Dios en el hombre es el objetivo que Dios se propuso a Sí mismo en el nuevo hombre; y que el nuevo hombre se propone a sí mismo, siendo él la reproducción de la naturaleza y el carácter de Dios. Hay dos principios para el camino del cristiano, según la luz en la que él se ve a sí mismo. Corriendo su carrera como hombre hacia el objetivo de su llamamiento celestial, en la cual él sigue según Cristo ascendido a lo alto: él está corriendo la carrera hacia el cielo; la excelencia de Cristo a ser ganada allí, su motivo que no es el aspecto de Efesios. En Efesios, él está sentado en los lugares celestiales en Cristo, y él tiene que darse a conocer como siendo del cielo, como Cristo realmente hizo, y manifestar el carácter de Dios en la tierra, de lo cual, como hemos visto, Cristo es el modelo. Somos llamados, en la posición de hijos amados, a mostrar los modos de obrar de nuestro Padre.
No somos creados de nuevo según lo que era el primer Adán, sino según lo que Dios es: Cristo es su manifestación. Y Él es el segundo Hombre, el postrer Adán[7].


[1] Para recapitular, primero, hay un cuerpo y un Espíritu, una esperanza de nuestra vocación; segundo, un Señor con quien están ligados una fe y un bautismo; tercero, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos los Cristianos. Además, al insistir en estas tres grandes relaciones en las que están situados todos los Cristianos, como estando en su naturaleza los fundamentos de unidad y los motivos de su mantenimiento, estas relaciones se extienden sucesivamente en amplitud. La relación directa se refiere adecuadamente a las mismas personas; pero el carácter de Él, quién es la base de la relación, amplia la idea relacionada con ella.
[2] El descenso hasta las partes más bajas de la tierra es visto como un descenso desde Su lugar como hombre en la tierra; no Su descenso del cielo para ser hombre. Es Cristo quien descendió.
[3]  El versículo 11 entrega los dones especiales y permanentes; el versículo 16, lo que cada coyuntura provee en su lugar. Ambos tienen su lugar en la formación y crecimiento del cuerpo.
[4] Ya he comentado, que ese contraste entre el nuevo estado y el viejo caracteriza más a Efesios que a Colosenses, dónde encontramos más del desarrollo de la vida.
[5] En Colosenses podemos leer "conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno." (Colosenses 3:10).

[6] Hay un sentido en que Dios es, moralmente, la medida de otros seres - una consideración que saca a relucir el inmenso privilegio del hijo de Dios. Es el efecto de la gracia, en la que, nacido de Él y participando de Su naturaleza, el hijo de Dios es llamado a ser imitador de Dios, a ser perfecto como Su Padre es perfecto. Todo aquel que ama es nacido de Dios, y conoce a Dios, porque Dios es amor. Él nos hace partícipes de Su santidad, por consiguiente somos llamados a ser imitadores de Dios, como Sus amados hijos. Esto muestra los inmensos privilegios de la gracia. Es el amor de Dios en medio del mal, y que, superior a todo el mal, camina en santidad, y también se regocija junto, de un modo divino, en la unidad de los mismos gozos y los mismos sentimientos. Por consiguiente, Cristo dice (Juan 17): "así como nosotros" y "en nosotros."
[7] Es útil notar aquí la diferencia entre romanos 12: 1-2, y esta epístola. La epístolas a los Romanos, hemos visto, contempla a un hombre viviente en la tierra; por lo tanto, él ha de presentar su cuerpo como un sacrificio vivo en Cristo, ha de rendir a sus miembros totalmente a Dios. Aquí los santos son vistos como ya sentados en los lugares celestiales, y ellos han de darse a conocer en testimonio del carácter de Dios ante los hombres, andando como Cristo anduvo en amor, y luz.