domingo, 5 de enero de 2020

Extractos

El significado de la cruz para Dios

La cruz es el hecho más trascendental de la historia de la salvación: mayor aun que el de la resurrección, bien que los dos son inseparables. Se puede decir que la cruz es la victoria, mientras que la resurrección es el triunfo, siendo más importante aquélla que éste, bien que el triunfo es la consumación natural e inevitable de la victoria. En la resurrección, pues, se manifestó públicamente la victoria del Crucificado, bien que la victoria en sí había sido ganada cuando el vencedor exclamó: “¡Consumado es!” (Jn. 19:30).

La cruz es la evidencia suprema del amor de Dios
En la cruz el Señor de toda vida entregó a la muerte a su Amado, a su Unigénito Hijo, al Mediador y el Heredero de la creación (Col. 1:16; He. 1:2-3). El Cristo que murió en la cruz era el Señor de todo, en honor de quien los astros siguen su curso por el espacio, y al otro extremo de la creación, en cuya honra los insectos revolo­tean en un rayo de sol (He. 2:10). Verdaderamente, en este gran acontecimiento, “Dios da prueba de su amor para con nosotros, porque siendo aun pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8).

La cruz es la mayor prueba de la justicia de Dios
En la cruz el Juez de toda la tierra, y “como manifestación de su justicia”, no perdonó aun a su propio Hijo (Ro. 3:25; 8:32). En el transcurso de los siglos, pese a muchos juicios individuales y par­ciales. Dios no había castigado jamás el pecado con juicio final (Hch. 17:30). Tanto es así que a causa de su paciencia su santidad aparentemente estaba en tela de juicio por “haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Ro. 3:25). En vista de ello, solamente la muerte expiatoria del Redentor, como acto justificati­vo de Dios frente a la pasada historia de la humanidad, pudo de­mostrar la justicia irrefutable del Juez supremo de los hombres. Comprendemos, desde luego, que la paciencia de los tiempos ante­riores se fundaba exclusivamente en el hecho futuro de la cruz, de la manera en que todo pecado presente y futuro puede ser expiado por la “justificación” del pecador tan sólo por la mirada retrospecti­va de la justicia divina hacia la cruz. Por ende, la paciencia pasada, el juicio presente y la gracia futura hallan todo su punto de conver­gencia en la cruz (Ro. 3:25-26; 1 Jn.1:9; Jn. 12:31).
En el evangelio se revela por primera vez “una justicia de Dios” (Ro. 1:17 VHA) que no es sólo un atributo de Dios, sino también un don que procede de Dios, y que es válido delante de su trono de justicia al ser aceptado en sumisión y fe por el pecador (Ro. 1:17; 2 Co. 3:9; 5:21).

Los redimidos en el cielo cantan: ‘Tu fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios con tu sangre de todo linaje y lengua y pueblo y nación, y nos has hecho para nuestro Dios un reino de sacerdotes y reinaremos sobre la tierra” (Ap. 5:9-10). El cántico expresa maravi­llosamente el hecho de que los salvos, en su conjunto, son la pose­sión de Dios, un pueblo adquirido, que es de su propiedad exclusiva (1 P. 2:9; Tit. 2:11). Claro está que no queremos decir que esta riqueza adquirida por medio de la cruz signifique un incremento de la gloria esencial de Dios, porque es infinito en todo. Sin embargo, las Escrituras afirman que, al redimir la Iglesia, Dios ha ganado un instrumento eficaz para la revelación de su gloria, puesto que aun ahora, en este período en que vivimos, la función de la Iglesia no se limita a testificar en la tierra, sino, según Efesios 3:10-11, existe “para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora notificada por la Iglesia a los principados y potestades de los lugares celestiales”. Ante tal pensamiento, ¡que se eleve nuestro espíritu por encima del polvo de nuestra jomada de hoy, hermanos! ¡Por medio nuestro los principados de los lugares celestiales han aprendido hoy algo de la rica diversidad de la sabiduría de nuestro Dios! ¡Que nuestro cora­zón vuele, pues, por encima de las estrellas, para morar al abrigo del trono de Dios el Omnipotente, quien se digna ser nuestro Padre por medio de su Hijo!
Erich Sauer
El Triunfo del Crucificado, Página 47,48.

¿CONTESTA DIOS SIEMPRE LA ORACIÓN?


Por A.W.Tozer

CONTRARIO a la opinión popular, el cul­tivo de una sicología de credulidad sin criterio no es un bien absoluto, y si se lleva al extremo puede ser un mal positivo. Todo el mundo ha caído en la trampa del diablo, y la trampa más mortal es la religiosa. El error nun­ca aparece tan inocente como cuando se en­cuentran en el santuario.

Un campo en que aparecen trampas mor­tales en gran profusión que parecen innocuas, es en el terreno de la oración. Hay más nociones dulces acerca de la oración que las que cabrían en un gran libro, todas erróneas y todas muy perjudiciales para las almas de los hombres.
Creo que una de estas nociones falsas que se suele encontrar en lugares agradables en compañía sonriente de otras nociones induda­blemente ortodoxas, es que Dios siempre con­testa la oración.
Este error aparece entre los santos como una especie de terapéutica para prevenir que algún cristiano desalentado sufra demasiado shock cuando se hace evidente que las expec­taciones de su oración no se cumplen. Se le ex­plica que Dios siempre contesta la oración, ya sea diciendo Sí o diciendo No, o sustituyendo otra cosa por el favor deseado.
Sería difícil inventar una excusa mejor qae ésta para halagar al peticionario cuyas súplicas han sido rechazadas por falta de obediencia. Por consiguiente, cuando una oración no es contestada tiene solamente que sonreír alegre­mente y explicar, “Dios dijo No.” Todo es muy cómodo. Su fe vacilante es salvada de la con­fusión y su conciencia permanece tranquila. Pero me pregunto acaso es honrado.
Para recibir una respuesta a la oración co­mo la Biblia usa el término y como los cris­tianos han comprendido a través de la historia, dos elementos son indispensables: (1) Una pe­tición específica hecha a Dios por un favor determinado. (2) La concesión exacta por Dios de la súplica hecha. No puede torcer la se­mántica, ni cambiar las etiquetas, ni alterar el mapa durante el viaje para ayudar al turista avergonzado a encontrarse,
Cuando vamos a Dios con una petición que él modifique la situación existente para nosotros, es decir, que él conteste la oración, hay dos condiciones que debemos cumplir:
(1)       Debemos orar en la voluntad de Dios y
(2)       tenemos que estar en condición de orar; eso es, debemos estar viviendo vidas agradables a Dios.
Es inútil rogar a Dios que actúe en contra de sus propósitos revelados. Para orar con confianza el peticionario tiene que estar seguro que su plegaria cao dentro de la amplia volun­tad de Dios para su pueblo.
La segunda condición también es de vital importancia. Dios no tiene ninguna obligación de conceder las peticiones de cristianos mun­danos, carnales o desobedientes. Él contesta las oraciones de los que andan en sus sendas. “Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante a él”. “Si per­manecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (1 Juan 3:21, 22; Juan 15:7).
Dios quiere que oremos y él quiere con­testar nuestras oraciones, pero él hace que nuestra oración sea un privilegio que va unido a su uso de la oración como una disciplina. Para recibir respuesta a la oración tenemos que cumplir los requisitos de Dios. Si somos negligentes con sus mandamientos, nuestras peticiones no serán contestadas. El alterará las situaciones solamente a petición de las almas obedientes v humildes.
La falacia del Dios-siempre-contesta-la -oración deja al hombre de oración sin discipli­na. Ejerciendo esta falaz casuística él pasa por alto la necesidad de vivir sobria, justa y santa­mente en este mundo actual, y realmente toma la negación de Dios a contestar su oración como una respuesta misma. Desde luego que tal hombre no va a crecer en santidad; nunca aprenderá a luchar y esperar; no conocerá la corrección; él no oirá la voz de Dios llamándole a avanzar; nunca llegará al lugar donde es mo­ral y espiritualmente apto para que sus oracio­nes sean contestadas. Su filosofía errada le ha arrumado.
Es por eso que me detengo para exponer su teología errada sobre la cual funda su fi­losofía errada. El hombre que la acepta no sabe nunca en qué terreno está parado; nunca sabe acaso tiene fe verdadera, porque si su plegaria no es contestada él evita las implica­torias por la simple evasiva de declarar que Dios ha cambiado la situación y le ha dado otra cosa. No quiere apuntar al blanco, así que nun­ca puede saber si tiene buena puntería o no.
Santiago dice claramente de ciertas perso­nas: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, pa­ra gastar en vuestros deleites.” De esa sencilla oración podemos aprender que Dios rehúsa algunas peticiones porque los que las hicieron no eran dignos moralmente de recibir la con­cesión. Pero esto no tiene ningún significado para el que ha sido seducido a creer que Dios siempre contesta la oración. Cuando tal hombre pide y no recibe mete su mano a la bolsa y sale con la respuesta en alguna otra forma. A una cosa se aferra con gran tenacidad: Dios nunca rechaza a nadie, pero invariablemente conce­de todas las peticiones.
La verdad es que Dios siempre contesta la oración que está de acuerdo con su voluntad según está revelada en las Escrituras, siempre que el que ora es obediente y tiene fe. Más allá de esto no podemos ir.
Revista sendas de Luz Abril-Mayo 1976

LOS SOBREVEEDORES Y SU TRIPLE RESPONSABILIDAD

Los términos “obispos”, “presbíte­ros”, “ancianos”, “pastores”, “sobrevee­dores”, encierran mucho. Son siervos de Dios, puestos por el Espíritu Santo, que han recibido dones, para compartir el privilegio inmerecido en el noble traba­jo del cuidado de “la grey de Dios”, con “EL BUEN PASTOR”, “EL GRAN PASTOR” y “PRINCIPE de los pas­tores” - El Señor Jesús (Ef. 4:11; Jn. 10:11; He. 13-20; la. Pe. 5:4).
Los mismos revelan el carácter, cualidades, don e intensidad de amor de un renacido hacia Cristo y hacia Su pueblo, adquirido “por Su sangre”. Cual­quiera de estos nombres mencionados son correctos y podrían ser usados in­distintamente por el pueblo de Dios; pero los creyentes que se reúnen senci­llamente al Nombre digno del Señor, han preferido usar el término “SOBRE­VEEDORES” por ser una traducción más literal del vocablo griego “episko- pos” y mayormente después del tiempo del “oscurantismo” en que la Biblia era poco menos que imposible de ser obte­nida. Este problema hubiera quedado re­suelto con la formación de las Socieda­des Bíblicas y accesibilidad a la Biblia durante los últimos cien años, a no ser por el mal uso aplicado a los mismos en ciertos círculos.
En la edición de la Biblia anterior a la que usamos en la actualidad, edita­da por la Sociedad Bíblica Americana en el año 1893. versión C. de Valera, lee­mos: “Y enviando desde Mileto a Efe- so, hizo llamar a los ANCIANOS de la Iglesia. . . los cuales como vinieron a él, les dijo: Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño sobre el que el Es­píritu Santo os ha puesto por SOBRE­VEEDORES, para apacentar la Iglesia de Dios” (Hch. 20:17, 28). Las palabras originales nos fueron dadas para ha­cernos entender correctamente ‘la obra” que el Señor les ha encomendado y sus responsabilidades.
El v. 17 mencionado, habla de “AN­CIANOS”: éstos son los hermanos de experiencia, no precisamente por su edad, sino en el andar y disfrutar de co­munión íntima con el Señor, poseídos de “solicitud” por la Iglesia del Señor.
En el v. 28 habla de los mismos an­cianos, pero los llama “SOBREVEE­DORES” u “OBISPOS” indicando por ello que tienen sus corazones puestos en el pueblo del Señor, lo cuidan y apa­cientan. En el v. 31 son exhortados a VELAR, mostrando que son “PASTO­RES” o “PRESBITEROS”, porque de­ben velar por el estado espiritual de los redimidos, como aquellos “que han de dar cuenta” al Señor por ello (Luc. 2:8; He. 13:17). La palabra “PRESBITE­ROS” también significa ancianos; indi­ca pues, que son los hombres de expe­riencia los que tienen la obligación de GUARDAR, VIGILAR, CUSTO­DIAR. Así que, estos presbíteros, an­cianos o sobreveedores, armados con el conocimiento de la Palabra, cumplen su deber para con cada uno de los creyen­tes, habiendo recibido la recomendación del Señor: “CUIDAMELE” (la. Tim. 4:14; Luc. 10:35).

SU TRIPLE RESPONSABILIDAD
1.    CUIDAR LA DOCTRINA. —
¿Y quién como los ancianos, presbíteros, obispos, pastores o sobreveedores deben hacerlo? ¿No es a los tales que el Espí­ritu Santo ha puesto para ello, seleccio­nándolos entre los nacidos de nuevo?
El apóstol Pablo, inspirado, no per­dió una sola oportunidad de mencionar en las epístolas, y especialmente en las llamadas “pastorales”, el valor e impor­tancia de atender a la DOCTRINA. ¿Y para qué todo esto? Dios quiere que los que enseñan, guían, alimentan y edifican a Su pueblo, estén en guardia, para que nada que no esté de acuerdo con la men­te y propósitos del Señor, se infiltre o sea dado a los redimidos A Tito le di­ce: Empero tú, habla lo que conviene a la sana doctrina; y enseñando a Timoteo recalca: “Si esto propusieres a los her­manos, serás buen ministro”, pues el so­breveedor debe ser “retenedor de la fiel palabra que es conforme a la doctrina” (la. Tim. 4:16; Tit. 2:1; 1:9; la. Tim. 4:6; Ef. 4:12).
2.    CUIDADO DE LA GREY. —
Alimentar a la grey: Vigilar por la clase de alimento que recibe: el pueblo de Dios no puede vivir de cualquier cosa, debe tener suficiente alimento sano, nu­tritivo y sólido. El ineludible deber de los pastores o sobreveedores es: “Que sepas como te conviene conversar en la casa de Dios” y ' Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros” (la. Tim. 3:15; la. Pe. 5:2).
¿Con qué apacentarla? El Señor mismo nos dio el ejemplo: “Y les predi­caba la PALABRA” fMar. 2:2). Sen los hombres en cuyos oídos y corazones siempre resuena la voz del 6eñor: “Con­sidera atentamente el aspecto de tus ovejas; pon tu corazón a tus rebaños (Prov. 2/:23 la. Pe. 4:10, 11). Sienten su responsabilidad por el bienestar de los salvos, como un buen padre vigila por la salud de sus hijos (2a. Co. 11:28).
B) Custodiar el andar de la grey: Para que “no sea blasfemado el Nombre del Señor y la doctrina” y para que el evangelio no sufra o sea detenido por la inconducta de los santos en su avance “hasta lo último de la tierra” (1 Tim. 6:1; Hech. 1:8). Y para que se cumpla la exhortación: “Yo pues, preso en el Se­ñor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que sois llamados”. “Mirad que ninguno dé a otro mal por mal; seguid lo bueno” (Ef. 4:1; la. Tes. 5:15).
3.  CUIDAR DE SI MISMOS. — La Palabra no olvida de amonestar a los so­breveedores a fin de que, ante todo, ellos guarden y cuiden sus propias vidas, pa­ra no tener que lamentarse: "Y mi viña, que era mía, no guardé” o que “habien­do predicado a otros, yo mismo venga a ser reprobado”. Sino que deben llegar a ser los verdaderos "dechados”, ejemplo en todo, “de la grey de Dios” — ya que “a cualquiera que fue dado mucho, mu­cho será vuelto a demandar de él; y al que encomendaron mucho, más le será pedido” (Cant. 1:6; la. Co. 9:27; la. Pe. 5:3; Luc. 12:48).
Por esto, cada uno debe examinarse a sí mismo. ¿Soy yo un ejemplo en man­sedumbre y humildad; firme en la doc­trina; responsable por el bienestar del rebaño? Y todo ello para no sufrir la sorpresa ante el TRIBUNAL DE CRIS­TO: “Malo y negligente siervo”. “Así que, YO de esta manera corro. . . de es­ta manera peleo. Antes hiero mi cuer­po, y lo pongo en servidumbre; no sea que, habiendo predicado a otros, YO mismo venga a ser reprobado” (Mat. 25:26; 2a. Co. 5:10; la. Co. 9:26, 27).
P. B.

TIENES NOMBRE QUE VIVE, Y ESTÁS MUERTO

Esta es la severa declaración hecha a la iglesia de Sardis, en las cartas del Apocalipsis. Y nosotros inmediatamen­te logramos actualizar el mensaje que tiene como primer objetivo aquella iglesia de la provincia de Asia, al pen­sar en tantas iglesias de hoy que pre­sentan condiciones semejantes.
Y recordamos a iglesias incluidas en la confesión evangélica, que, a pesar de su forma externa de culto, están in­dudablemente muertas.
Aparentemente podrían pasar co­mo iglesias vivas. Tienen un hermoso culto, muy elaborado y emocionante. Hay música solemne, bien ejecutada. Coros y cánticos congregacionales her­mosos.
Sin embargo, no es muy difícil cer­ciorarse de que en tal iglesia no hay vida. No hay crecimiento. No hay fer­vor. No se descubre el amor. No hay signos evidentes de vida espiritual. Hay, eso sí, una hermosa forma de vida. Pe­ro se trata solamente de una manifes­tación externa, que es reminiscencia de un pasado, que una vez fue vivo. Dé­cadas atrás, o tal vez un siglo antes, tal iglesia era magnífica y ferviente. Pero hoy, de todo aquel pasado glorio­so, sólo queda la forma de la vida. El nombre, lo externo. Hay mero forma­lismo allí. “Tienes nombre de que vives y estás muerto”. Y para condiciones así, hay palabras de dura condenación en las cartas apocalípticas.
Pero nos resultará mucho más pro­vechoso reflexionar en la condición en que se haya la iglesia a la que nos­otros pertenecemos. ¿Qué tal las cosas en ella? Muchas veces nos sentimos or­gullosos por poseer en nuestras asam­bleas una forma de culto tan sencilla y elemental. Tan escritural, decimos. Per­sonalmente, amo por sobre todas las cosas a la Cena del Señor, y la opor­tunidad que en ella se me ofrece de con­currir cada primer día de la semana junto con todos mis hermanos, a ha­cer memoria del Señor, tener comunión con él, y todos juntos adorarle. Es un gozo renovado el que experimento ca­da vez que se produce este encuentro con el Cristo resucitado. Y me pare­ce bien adecuado y práctico el culto que celebramos en nuestras iglesias. Encuentro que es ajustado a las ense­ñanzas de la Palabra de Dios, y apto para el servicio de adoración.
Pero es necesario tener presente que no hay ningún mérito en la forma de culto en sí. Que muchas veces sole­mos pensar que un culto sencillo es válido, y en cambio una liturgia compleja no se presta para la adoración.
Vale la pena recordar siempre que la liturgia más sencilla y neotestamentaria puede llegar a ser también una forma de vida. La forma que más nos impresione como vida, y, sin embargo, haber muerto allí. Podemos reunimos tan sencillamente como queramos invo­cando aún él nombre del Señor, que, con esto, no le habremos agradado, si no adoramos en espíritu y en verdad. Y de la misma manera puede ocurrir, que TIENE NOMBRE una iglesia de la más compleja y ela­borada liturgia, sepa adorar a Dios y honrarle mediante su culto.
Ojalá supiéramos tener presente aquello de que “Dios no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”.
—Miguel Angel Zandrino
Sendas de Luz, Junio-Julio 1976

Amar a David

1 Samuel 16 - 18
Cinco personas o grupos de personas que amaron a David son mencionados en el primer libro de Samuel. Los citaremos en el orden que deseamos considerarlos para nuestra enseñanza: Saúl (16:21), los siervos de Saúl (18:22), todo Israel y Judá (18:16), Mical, hija de Saúl (18:20, 28) y Jonatán (18:1).


Saúl

En el versículo 29 del capítulo 18 leemos: “Fue Saúl enemigo de David todos los días”. Esto resume sus relaciones con David. Sin embargo, se dice antes: Saúl “le amó mucho” (16:21). Esto nos lleva a preguntarnos acerca de la calidad de este amor y el de las otras personas que amaron a David. ¿De qué manera se manifestaron sus sentimientos reales hacia él?
David, de joven, fue traído ante el rey Saúl que estaba atormentado por un espíritu malo, porque sabía tocar el arpa. “Cuando el espíritu malo de parte Dios venía sobre Saúl, David tocaba el arpa y tocaba con su mano; y Saúl tenía alivio y estaba mejor” (16:23). Además, Saúl estaba impresionado con las cualidades viriles de David: era “valiente y vigoroso y hombre de guerra, prudente en sus palabras, y hermoso”. Y Saúl “le amó mucho, y le hizo su paje de armas” (16:18, 21).
Saúl amaba a David para hacerlo su siervo. Pero no discernió sus cualidades morales, ni trató de conocerlo. Sin embargo, Dios tenía otros pensamientos con respecto a David. Fue a quien utilizó para liberar a Israel de las manos de Goliat, mientras que Saúl mismo, sus príncipes y los hombres de Israel habían perdido todas sus energías. Cuando David regresó como vencedor, Saúl mostró que tenía poca estima por su paje de armas. No parecía conocerlo más cuando dijo: “¿De quién es hijo ese joven?” Luego, cuando las mujeres dijeron en sus cánticos de triunfo: “Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles”. Saúl no podía soportar que la primogenitura fuera dada a David. Quizás temía que David fuese aquel del cual el profeta Samuel dijo: “Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú” (15:28). Desde aquel día, su amor se convirtió en odio y procuraba matar a David. No obstante, poco después Jonatán dijo a Saúl: “Sus obras han sido muy buenas para contigo; pues él tomó su vida en su mano, y mató al filisteo, y Jehová dio gran salvación a todo Israel. Tú lo viste, y te alegraste” (19:4-5). Saúl quiso sacar provecho de esta liberación, pero rechazó el hecho de que David fue el autor de ella. Ahora bien, rehusar dejarle de todo corazón el primer lugar equivalió a odiarle y a desear deshacerse de él.
Quizás alguien se vea atraído por las cualidades morales de Jesús, por la belleza de Su enseñanza. Si soy infeliz a causa de mis pecados, tal vez reflexione de la manera siguiente: «He aquí alguien que me puede ser de utilidad». Pero ¿haría tal cosa como servirme de él para seguir mi propio camino más fácilmente? Él es el Salvador y el Señor. Es necesario que yo venga a él y le confiese mi pecado, abandonando mi propia voluntad para obedecerle. Entonces Jesús ocupará el primer lugar en mi corazón.

Los siervos de Saúl

Leemos en el capítulo 18:5: “Era acepto a los ojos de todo el pueblo, y a los ojos de los siervos de Saúl”. Luego, estos siervos se tornaron en mensajeros verbales de Saúl para decir a David: “El rey te ama, y todos sus siervos te quieren bien” (v. 22). La victoria de David les había fascinado, su bondad y su humildad les había quitado su reparo hacía un hombre que les había exaltado ante el rey. Sacaron también provecho de sus éxitos con los enemigos. Pero seguían manteniendo su carácter de “siervos de Saúl”, y David era siempre considerado para ellos como extranjero. No podía participar con ellos, aun si aceptaban darle un puesto privilegiado.
No sabiendo aún la intención oculta de Saúl de matarlo, se presentaron como instrumentos dóciles del rey para incitar a David a que se volviera a su yerno. Y cuando Saúl se descubrió delante de ellos, manifestándoles su deseo de matarle, ninguno de ellos protestó (19:1). Jonatán solo se manifestó en favor de David. Vemos más adelante que Doeg edomita, un enemigo del pueblo de Dios, era el principal de los siervos de Saúl. (22:9). Fue el que contestó cuando el rey preguntó a todos y el que reveló la visita del fugitivo al sacerdote Ahimelec. Los siervos de Saúl no tenían la maldad suficiente para matar a los siervos de Dios, pero dejaron que Doeg cumpliera ese encargo sin protestar ni oponerse. Quizás aun, después de que Doeg hubiese matado a veinticinco sacerdotes, le prestaron ayuda para herir mortalmente a Nob, ciudad de los sacerdotes. “Así a hombres como a mujeres, niños hasta los de pecho, bueyes, asnos y ovejas, todo lo hirió a filo de espada” (22:19).
Son numerosos aquellos que son atraídos por la bondad que irradia de la persona del Señor Jesús y que quisieran valerse de él, teniéndolo como un hombre excepcional. Esto es una trampa del enemigo que siempre desea oponerse al Señor y, si es posible, destruir su Nombre. No se puede servir al uno y al otro (véase Mateo 6:24). Uno no podía estar unido a David y ser siervo de Saúl bajo la guía de Doeg. Hoy en día, no es posible estar al lado de Cristo y continuar sirviendo al príncipe de este mundo.

Todo Israel y Judá

David “salía y entraba delante del pueblo”. Se veía que Dios estaba con él y lo hacía prosperar. Esta prosperidad suscitaba el entusiasmo de todo el pueblo: “Todo Israel y Judá amaba a David” (18:16). Después de su victoria sobre Goliat, todas las mujeres salieron cantando y danzando para aclamarlo. Se nota que estos cantos no tenían la misma calidad ni profundidad que el de María después del paso del mar Rojo (Éxodo 15:21) Ésta había exaltado a Dios de pleno acuerdo con Moisés, sin pronunciar una sola palabra de este último, mientras que aquí las mujeres se expresaron de una manera que contrastaba con lo que David había dicho: “Toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel” (1 Samuel 17: 46). Ellas exaltaron a David y a Saúl comparándolos uno al otro.
El pueblo había deseado un rey. Estaban dispuestos a seguir al que les diera la mayor gloria. Pero ¿cómo podían amar realmente y seguir a David olvidando a su Dios? La tribu de Judá, a la cual pertenecía David, era especialmente llamada por su nombre con todo Israel (v. 16). Sin embargo, los lazos de parentesco no eran suficientes para ligarlos totalmente al que sería más tarde rechazado. Cuando David fue perseguido por Saúl, los hombres de Judá en Keila y en Zif buscaron cómo entregarlo, cuando venían de ser libertados de los filisteos por David y sus hombres (23:12, 14, 20)
Al comienzo del ministerio de Cristo entre el pueblo de Israel, se extendió su fama y “venían a él de todas partes” (Marcos 1:45). Luego, el pueblo se volvió en contra de Él para que fuera crucificado. ¿Seríamos de aquellos que, perteneciendo a un pueblo cristiano que lleva el nombre de Cristo, no lo han recibido personalmente como su Salvador? No se recibe la salvación que Jesús trae siguiendo a la muchedumbre, sino dejándose atraer por él “a parte de la gente” (7:33), para recibir la salvación que él da gratuitamente a todo aquel que cree en él.

Mical

Mical se apegó a David en el momento en que, después de su brillante victoria sobre Goliat, se había convertido en el más famoso de los oficiales de Saúl. Atraída por su belleza y sus éxitos, amó a David; y él la adquirió por el doble de lo que pedía Saúl.
Mical amaba a David sinceramente. Cuando fue amenazado por Saúl, le avisó y empleó una estratagema para proteger su huida (1 Samuel 19:13). Sin embargo, esta estratagema reveló que ella tenía una estatua: servía a un ídolo. Su corazón no seguía a Dios y no podía distinguir en David al Ungido de Dios. Cuando Saúl le preguntó por qué había dejado escapar a su enemigo y la acusó, ella no temió imputar a David una violencia muy opuesta a su carácter (19:17). Desde ese día en el cual David se convirtió en un proscrito perseguido por Saúl, Mical rompió todo lazo con él y aceptó ser entregada como mujer a otro hombre (25:44).
Sin embargo, David no la había olvidado. Cuando fue rey en Hebrón, después de la muerte de Saúl, exigió que ella fuese traída a él (2 Samuel 3:13). Mical asistió a la vuelta del arca a Jerusalén y al gozo de David que “danzaba con toda su fuerza delante de Jehová…; y le menospreció en su corazón” (6:14-16). David parecía sentirse, no en la gloria como rey de Israel, sino en su apego al arca de Dios (Salmo 132), único centro del culto verdadero a Dios sobre la tierra. Mical no había querido compartir el rechazo y el exilio de David, tampoco pudo apreciar la gloria moral de aquel que se humilló voluntariamente ante Dios y los hombres para que Dios fuera servido y exaltado. Mical amó a David con vistas a estar ligada a su gloria, pero menospreció su humillación.
Estamos ligados a un Cristo glorificado en el cielo, pero todavía menospreciado en la tierra. ¿Estamos unidos a él en un verdadero amor que acepta compartir ese desprecio, buscando lo que agrada a Dios, especialmente en la realización de un culto que coloca la gloria del hombre enteramente de lado? Si pensamos amar a Cristo sin aceptar en la práctica el oprobio de estar apartado para él, nos mostramos como “enemigos de la cruz de Cristo” (Filipenses 3:18).

Jonatán

El amor de Jonatán hacia David poseía una fuerza única. En contraste con la actitud despreciativa de Saúl y de Abner que traicionaba una sorda envidia, Jonatán discernió la belleza moral de David, se ligó y se entregó a él sin medida. Él, el hijo del rey llamado a sucederle, guerrero afamado, se quitó su manto y sus armas para dárselas a David (1 Samuel 18:1-4). Se colocó a un lado para darle la preeminencia y reconocerlo como aquel a quien pertenecía la realeza. El afecto de Jonatán no se desdijo cuando Saúl buscó matar a David. Sólo lo defendió ante su padre, aun con riesgo de su vida (20:33). Se encontró con David en el campo para advertirlo de las intenciones de Saúl y lloraron juntos. Más tarde, Jonatán vino a visitar al proscrito y confirmó que él lo reconocía como el que debía reinar (23:17).
No obstante, una cosa le faltó a Jonatán. En un momento decisivo, “David se quedó en Hores, y Jonatán se volvió a su casa” (23:18). Jonatán conservó su puesto de segundo cerca de Saúl esperando ser el segundo después de David. Dejando escapar la oportunidad para seguir a David rechazado, perdió el puesto de honor que David le habría dado de todo corazón en el reino. Por tal motivo, no figura entre los valientes de David (2 Samuel 23:8-39). Se quedó asociado a Saúl durante su vida y lo fue también en su muerte. La endecha que David compuso después de la muerte de Saúl y Jonatán expresaba en palabras emocionantes el precio que tenía para él el amor de Jonatán (2 Samuel 1:17-27). Su dolor profundo se mostró así: “Saúl y Jonatán, amados y queridos; inseparables en su vida, tampoco en su muerte fueron separados”.
El ejemplo de Jonatán, entre los que amaron a David, es el que habla más fuertemente. Podemos amar a Cristo sinceramente y no aceptar el hecho de llevar su vituperio (Hebreos 13:13). Amarlo y, sin embargo, no seguirlo, quedando asociados a lo que es opuesto, es un peligro que subsiste en la actualidad.
No pensemos demasiado en nuestro amor por el Señor. Dejémonos penetrar por la grandeza de su amor por nosotros, según el ejemplo del apóstol Pablo (Gálatas 2:20), para seguirlo y “conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos” (Filipenses 3:10).
Le Messager Évangélique
Creced, Año 2000

LA PRIMERA EPÍSTOLA A TIMOTEO (13)


Por Hamilton Smith

6. advertencia contra el Orgullo de la Carne y Enseñanza en la Piedad (1 Timoteo 6)

(c) El reincidente atraído por las riquezas del mundo (versículos 9, 10)
En oposición al contentamiento piadoso existe el desasosiego de aquellos que desean ser ricos. La riqueza tiene sus lazos, como el apóstol muestra un poco más adelante, pero no es necesariamente la posesión de riqueza lo que arruina el alma, sino el querer enriquecerse o desear ser rico. Se ha indicado que esta palabra desear incluye la idea de un propósito. El peligro es que el creyente, en lugar de contentarse con ganarse la vida, pueda proponerse en su corazón ser rico. De esta forma las riquezas se convierten en un objeto en vez del Señor. Es mejor para nosotros que permanezcamos fieles al Señor "con propósito de corazón" (Hechos 11:23).
El apóstol nos advierte contra los males resultantes del deseo de adquirir riqueza. Todos son tentados, pero aquel que desea enriquecerse caerá en la tentación y se encontrará él mismo atrapado en algún lazo escondido del enemigo. Además, el querer enriquecerse abre el camino a las codicias necias y dañosas, pues ello complace a la vanidad y al orgullo de la carne, ministrando al egoísmo y la ambición. Estas son las cosas que "hunden a los hombres en destrucción y perdición". Así que no es simplemente el dinero, sino que "el amor al dinero" es la raíz de todos los males. Cuán solemne es el hecho de que sea posible que el creyente sea atraído a las cosas mismas que traen destrucción y perdición sobre los hombres de este mundo. Incluso en los días del apóstol algunos habían codiciado riquezas, solamente para extraviarse de la fe y ser traspasados de muchos dolores.

(d) El hombre de Dios (versículos 11, 12)
(V. 11). En contraste con el reincidente que se extravía de la fe, el apóstol nos presenta las características del "hombre de Dios". En el Nuevo Testamento la expresión "hombre de Dios" se encuentra solamente en las Epístolas a Timoteo. Aquí es aplicada ciertamente a Timoteo; en la Segunda Epístola se aplica a todos quienes, en un día malo, andan en fiel obediencia a la Palabra de Dios (2 Timoteo 3:17). Hay cosas de las cuales el hombre de Dios tiene que huir; cosas que es exhortado a seguir; cosas por las cuales es llamado a pelear; hay algo a lo que se debe echar mano; y algo que ha de ser profesado (confesado, según la VM).
El hombre de Dios huirá de las codicias necias y dañosas de las que el apóstol ha estado hablando. Sin embargo, no es suficiente evitar el mal; se debe perseguir lo bueno. Por consiguiente, el hombre de Dios ha de seguir" la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre". Como quiera que los demás actúen, el hombre de Dios procurará andar en consistencia con su relación con los demás como hermanos; esto es justicia. Pero esta justicia hacia los demás ha de ser adoptada en el santo temor que se percata de nuestras relaciones con Dios, y de lo que es debido a Dios; esto es piedad. Además, el hombre de Dios seguirá la fe que tiene a Cristo como Su objeto, y el "amor" que brota hacia sus hermanos, soportando males e insultos con tranquila paciencia y mansedumbre, en vez de impaciencia y resentimiento.
 (V. 12). Aún más, el hombre de Dios no se contentará huyendo del mal y siguiendo ciertas grandes cualidades morales. Estas cosas, de hecho, son de primera importancia, pero el hombre de Dios no se contenta con la formación de un hermoso carácter individual, mientras se permanece indiferente al mantenimiento de la verdad del cristianismo. Él se da cuenta que las grandes verdades del cristianismo se encontrarán con la oposición incesante y mortal del diablo y no evitará pelear por la fe.
Además, al pelear por la fe, el hombre de Dios no olvidará la vida eterna que, aunque él la posee, en toda su plenitud, se presenta ante él. Él ha de echar mano de ella en el disfrute presente como su esperanza sustentadora.
Finalmente, si el hombre de Dios huye del mal, sigue el bien, pelea por la fe y echa mano de la vida eterna, él será uno que en su vida hace una buena profesión delante de los demás. Llega a ser un testimonio viviente de las verdades que profesa.

(e) El Ejemplo perfecto (versículos 13-16)
Para animarnos a guardar este mandato, el apóstol nos recuerda que nosotros vivimos en presencia de Aquel que da vida a todas las cosas. (N. del T.: "que preserva todas las cosas con vida", traducción del Nuevo Testamento de J. N. Darby en inglés). ¿No puede preservar Él a los Suyos, no obstante, lo severo del conflicto a través del cual ellos puedan tener que pasar? Además, si somos llamados a fidelidad, no olvidemos que estamos bajo la mirada de Aquel que ha estado antes que nosotros en el conflicto, y quien, en presencia de la contradicción (hostilidad, oposición) de pecadores, de la envidia y el insulto, actuó en absoluta fidelidad a Dios, manteniendo la verdad en paciencia y mansedumbre, y dio así testimonio de la buena profesión.
Además, la fidelidad tendrá su recompensa. El mandamiento es, por lo tanto, guardarse sin mancha, irreprensible, "hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo". La gloria de Su aparición traerá con ella una respuesta a toda pequeña fidelidad por parte nuestra, así como, efectivamente, será la gloriosa respuesta a la fidelidad perfecta de Cristo. Entonces, en efecto, cuando Aquel que los hombres ultrajaron, insultaron y crucificaron sea manifestado en gloria, no habrá solamente una respuesta plena a toda Su fidelidad, sino una manifestación plena de todo lo que Dios es. Se manifestará a todo el mundo lo que ya se ha revelado a la fe, a saber, que, en la Persona de Cristo, Dios se revela como el bienaventurado y único Soberano, Rey de reyes, y Señor de los hombres, Aquel único que, en la majestad de Su Deidad, tiene inmortalidad esencial, y que habita en luz inaccesible.
Aquellos que forman la casa de Dios pueden dejar de testificar para Dios; el hombre de Dios sólo puede manifestar a Dios con medida, pero en Cristo estará la manifestación plena de Dios para Su gloria eterna.

(f) Los ricos en este siglo (versículos 17-19)
El apóstol tiene una exhortación especial para los creyentes que son ricos en este siglo. Los tales son asediados por dos peligros. En primer lugar, existe la tendencia de las riquezas a conducir a los poseedores a asumir un aire de altivez, pensando que ellos son superiores a los demás debido a sus riquezas. En segundo lugar, existe la tendencia natural a confiar en las riquezas que, en el mejor de los casos, son inciertas.
La salvaguardia contra estos lazos se encuentra en poner la esperanza en el Dios vivo, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. Sin importar cuan rico pueda ser un hombre, él no puede comprar las cosas que Dios da. No obstante, lo pobre que sea el hombre, él puede recibir y disfrutar lo que Dios da.
El poner la esperanza en el Dios vivo, que es el Dador de todo lo bueno, le permitirá al rico convertirse en un dador. Pero Dios ama a un dador alegre; de ahí que el rico es exhortado a ser liberal en el repartir (dadivoso, generoso) y pronto a compartir. Actuando así él estará atesorando para sí un buen fondo considerando futuras bendiciones, en lugar de atesorar riquezas para este presente siglo. El hombre que atesora para el tiempo venidero echará mano de aquello que es realmente la vida, en contraste con la vida de placer y autoindulgencia que las riquezas terrenales podrían asegurar.

(g) El que profesa ser científico (versículos 20, 21)
Finalmente, se nos advierte que guardemos lo que se nos ha encomendado. La verdad completa del cristianismo ha sido dada a los santos como un depósito que ha de ser mantenido frente a toda oposición. Aquí se nos advierte especialmente contra las teorías de los hombres, las cuales demuestran ser completamente falsas subordinando a Dios, a Su creación y a Su revelación, a la mente del hombre, en lugar de sujetarse a Dios y a Su Palabra. Ocupados presuntuosamente con sus teorías infieles ellos se han desviado de la fe.

Hamilton Smith (1862/3? - 1943)
Traducido del inglés por: B.R.C.O

LA OBRA DE CRISTO (11)



SU OBRA FUTURA






II.-La Obra Futura con Relación a la Tierra


Cuando los santos de Dios hayan dejado la tierra y se hayan encontrado con el Señor en los aires, cuando se hayan realizado estos acontecimien­tos que sucintamente acabamos de bosquejar, enton­ces el Señor Jesucristo comenzará desde el cielo una obra, cuyos efectos se sentirán severamente en la tierra. Empezará a celebrar una serie de juicios contra la tierra. En Apocalipsis dice: “He aquí el león de la tribu de Judá, la raíz de David, que ha vencido para abrir el libro, y desatar sus siete sellos” Ap. 5.5. El libro que Cristo recibe contiene los jui­cios decretados contra la tierra y sus réprobos. Se ve al Cordero desatando los sellos del libro, y a medida que los desata van realizándose los acontecimientos descritos en cada uno de ellos. Esta es la obra de su tribunal. En el capítulo octavo de Apocalipsis se ve a un ángel delante de un altar con un incensario de oro. “Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y echólo en la tierra; y fueron hechos truenos y voces y relámpagos y terremotos. Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas, se apa­rejaron para tocar” Ap. 8.5,6. Este Ángel es nuestro Señor Jesucristo, que lanza sobre la tierra el fuego de su desagrado y juicio divino; las siete trompetas son ángeles portadores de los juicios contra la tierra, enviados por Cristo; a éstos siguen otros siete ánge­les que vierten los incensarios rebosantes con la ira de Dios. No podemos examinar todos los juicios por separado; nadie puede comprender lo que todos ellos significan, ni saber lo que pasará cuando el Señor ejerza en la tierra su recto juicio.
Israel y las Naciones
Israel y las naciones pasarán por los juicios del cielo. El cristianismo apóstata, y el cristianismo que combate a Dios y rechaza a Cristo serán, como Faraón, endurecidos por ellos. Ellos, lejos de arre­pentirse, prefieren creer el error craso y aceptar al padre de la mentira con sus falsas señales y milagros. El pueblo judío será en parte restituido a la Pales­tina, y como esa tierra es el centro de la gran per­turbación, en ella se sentirá la acción del juicio más severamente que en otras. La porción apóstata de los judíos adorará al Anticristo, y por lo tanto ha­brán de ser juzgados ante el tribunal de justicia. Pero existe también un residuo de judíos que sienten el temor de Dios, que creen en el Verbo de Dios, que esperan el reino y al Rey. Estos judíos creyen­tes, aunque sufren, hacen culto; ellos son los últimos mensajeros del Rey. Ellos pregonan una vez más el evangelio del reino y darán testimonio de ello a todas las naciones de la tierra antes de que llegue el fin, Mt. 24.14.
“Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia” Is.26.9. La obra de salvación continuará durante esos siete años de juicio, de tribulación y de ira. Una multitud tan numerosa que nadie podría contarla, compuesta de todas las naciones y linajes y pueblos y lenguas, saldrán de la gran tribulación y lavarán sus ropas en la sangre del Cordero, hasta que queden blancas como el armiño, Ap. 7.9-17. Ellos todos oyeron el testimonio final como lo predica el residuo judaico y lo creyeron. Las naciones paganas aceptarán el evan­gelio del reino, mientras que el cristianismo apóstata está excluido, porque los que lo practican en vez de acogerse a la verdad del amor han preferido afiliarse a la disidencia impía, 2 Ts. 2.

Una Aparición Gloriosa
“Y luego después de la aflicción de aquellos días, el sol se obscurecerá, y la luna no dará su lum­bre, y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes de los cielos serán conmovidas. Y entonces se mos­trará la señal del Hijo del hombre en el cielo; y en­tonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del hombre que vendrá sobre las nubes del cielo, con grande poder y gloria” Mt. 24.29,30; “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaren; y todos los linajes de la tierra se lamentarán sobre él. Así sea. Amén” Ap. 1.7; “Y vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que estaba sentado sobre él, era llama­do Fiel y Verdadero, el cual con justicia juzga y pelea. Y sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno entendía sino él mismo. Y es­taba vestido de una ropa teñida de sangre: y su nom­bre es llamado El Verbo de Dios. Y los ejércitos que están en el cielo le seguían en caballos blancos, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio. Y de su boca sale una espada aguda, para herir con ella las gentes: y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor, y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” Ap. 19.11-16.
Todos los ojos le verán cuando El aparezca en su majestad gloriosa como Rey de reyes. Su glo­ria cubrirá los cielos, Hab. 3.3. Todas las lenguas que le nieguen callarán para siempre. Su visible y gloriosa llegada a la tierra, por segunda vez, será la prueba irrefutable y decisiva de su deidad; y entonces no podrá negarse más su encarnación, ni tampo­co nada de toda la obra realizada por Él en la tierra y en la gloria; su gloriosa aparición enmudecerá a todos sus enemigos. Su recusación termina, y su gloria como el Rey elegido por Dios y como Gober­nante sobre esa tierra que Ei compró con su sangre, comienza desde ese momento. Todos habrán de arro­dillarse ante El y todos los labios confesarán que Él es el Señor. Y cuando se manifieste en toda su glo­ria, no vendrá solo, estará acompañado de sus santos. “Cuando Cristo... se manifestare, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” Col. 3.4. En aquel día de triunfo y gloria será glorificado en sus santos y admirado en todos los que creyeron, 2 Ts. 1.10. ¡Hermosísimo espectáculo presentará su | regreso a la gloria, trayendo consigo el séquito inmenso de sus numerosos hijos! Todos tendrán una imagen igual.
Y sus pies han de afirmar una vez en el monte de las Olivas, Zac. 14:4. Ante Él está Jerusalén y todas las naciones en batalla contra ella, Zac. 14.2. La Bestia hará de jefe, y el hombre de pecado, el Anticristo, asaltará la ciudad para cum­plir su terrible designio; el residuo de Israel afligi­dísimo orará entonces, esperanzado para alcanzar la redención, que llegará cuando llegue el Rey, y en ese día todos ellos con grito de júbilo exclamarán: “He aquí éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará: éste es Jehová, a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salud” Is. 25.9. A Aquel que ellos rehusaron le darán ahora su bienvenida diciéndole: “Bendito el que viene en el nombre del Señor” Mt. 23.39. Y El librará batalla contra estas naciones y entonces tendrá lugar el combate de Armagedón. “La bestia y los reyes de la tierra y sus ejércitos, congregados para hacer guerra contra el que estaba sentado sobre el caba­llo y contra su ejército” Ap. 19:19. Pero su oposi­ción será hecha añicos en un instante. “Y la bestia fue presa, y con ella el falso profeta (el Anticristo) que había hecho las señales delante de ella, con las cuales había engañado a los que tomaron la señal de la bestia, y habían adorado su imagen. Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego ardiente en azufre” Ap. 19.20.

En su Trono
“Y cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria” Mt 25.31. El juicio que El entonces ejecutará no es un juicio universal (no se hace mención de los muertos) sino que será un juicio de las naciones que vivan cuando El aparezca sobre la tierra por segunda vez. Algunas naciones están a su diestra, y a ellas las llama El “las bienaventuradas de mi Padre”; ellas son las herederas del reino que ha de establecerse entonces en la tierra. Obvio es que estas naciones justas no son los santos de la Iglesia, porque la Igle­sia, como ya lo hemos visto, fue llevada a los aires al comienzo de la obra futura de Cristo, para en­contrarle allá, y con El reinará cuando el Señor venga a la tierra en poder y gloria. Otras naciones están a su izquierda, las cuales saldrán del tribunal da juicio para ir a sufrir el castigo eterno, Mt. 25.46. Pero, ¿por cuál norma se rige ese tribunal? La norma es lo que les hicieron a los hermanos del Señor, o lo que dejaron de hacerles. Por la carne los judíos son los hermanos del Señor. Durante el período de tribulación, los judíos creyentes predica­rán el evangelio del reino a todas las naciones, Mt. 24.14. Las naciones que creyeren esta postrera oferta de misericordia tratarán a los mensajeros con dulzura; aquellas que no la creyeren se portarán con ellos de muy distinta manera. Cuando este gran juicio termine, quedará su reino de justicia y paz establecido para siempre en la tierra. La justicia empezará a reinar como la gracia reina ahora por la justicia.