martes, 1 de diciembre de 2015

Pensamiento.

“Para que en todo (Jesucristo) tenga la preeminencia”. Colosenses 1:18



Cuando Dios nos pide que hagamos cualquier cosa (como en este caso, la de alimentar al profeta Elías), al mismo tiempo nos da todo lo necesario para cumplirla. Pero se debe estar dispuesto a hacer primeramente y sin discutir lo que Dios pide. Es lo que nos enseña esa pequeña torta (1 Reyes 17:13), prueba de la fe de aquella mujer y «primicias» de una divi­na abundancia para su casa.

J. Kn.

Pedro: negación y restauración (Parte II)

Cinco pasos en la restauración de Pedro




Hemos visto que la negación de Pedro no fue algo instantáneo, sino un proceso. Así también queremos ver que su restauración al servicio del Señor no fue inmediata, sino que tardó un poco de tiempo.
Sabemos que cuando llega un pecado a nuestras vidas la comunión con nuestro Padre se rompe, y sentimos que hay una nube entre nosotros y el cielo. Estoy seguro que en el lapso de tiempo entre su negación y su restauración Pedro se sentía bastante triste, no solamente debido a su pecado, pero también pensando en la razón por la cual tuvo que morir Jesucristo.
Pero, como sabemos, ¡la historia no termina así! Pedro llegó a ser bastante útil en la obra del Señor. Predicó el día de Pentecostés y vio el poder de Dios manifiesto en salvación.
¿Cómo es que empezó Pedro a reaccionar después de haber negado a Cristo? Bueno, primero hubo la MIRADA PENETRANTE de Cristo. Lucas 22:61 dice: “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro”. Estoy convencido de que no fue una mirada condenadora, ni dura, sino una mirada de compasión y dolor. Comprendamos que nuestro Dios y Salvador no es duro, sino que nos ama y quiere ver nuestro bien. ¡Qué bueno es cuando nos fijamos en Él y entendemos que nos ve! Hebreos 12:2 “Puestos los ojos en Jesús”.
Pero cuando Cristo le miró, empezó a funcionar la MEMORIA PROPIA. Dice Mateo 26:75 que “entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: antes que cante el gallo, me negarás tres veces”. Sé que estamos viviendo en diferentes días, pero debemos ocuparnos tener la Palabra de Dios, no solamente en nuestra memoria, sino también en nuestro corazón. Es la Palabra de Dios que nos va a ayudar cuando hayamos cometido un pecado y buscamos el camino de regreso a Dios. Salmo 119:49 “Acuérdate de la palabra dada a tu siervo, en la cual me has hecho esperar”.
Después de haber recordado las palabras de Cristo, hubo en Pedro una MOLESTIA PROFUNDA. Mateo 26:75 nos informa que “saliendo fuera, lloró amargamente”. Podríamos llamar esta molestia el arrepentimiento. Pablo dice a los Corintios: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación”. (2 Corintios 7:10) Lo mismo aplica a la restauración después de pecar. Hay tristeza que no lleva al arrepentimiento, pero así no fue el caso con Pedro. Pedro reconoció, como nosotros tenemos que reconocer, lo grave que es el pecado. El mundo no ve el pecado como Dios lo ve, pero si vamos a ver restauración en nuestras vidas, veámoslo como algo grave que ofende la santidad de nuestro Dios.
Interesante es notar que antes de ser totalmente restaurado al servicio, hubo una MANIFESTACION PRIVADA de Cristo a Pedro. No sabemos nada de los detalles de ese encuentro, pero Pablo es el que comenta “y que apareció a Cefas (Pedro), y después a los doce”. (1 Corintios 15:5) La restauración es algo privado que sucede entre el creyente que haya pecado y su Padre. David pudo orar “límpiame de mi pecado... reconozco mis rebeliones... contra ti, contra ti solo he pecado... vuélveme el gozo de tu salvación”. (Salmo 51) El reconocía que en el caso de su pecado no hubo sacrificio acepto, pero fue directamente a Dios y habló con Él. Cristo, en su abundante gracia, apareció a Pedro en el camino y los dos hablaron.
Seguramente corrieron lágrimas de parte de Pedro en la confesión de su pecado, pero Cristo le manifestó su gracia de nuevo en aquel día inolvidable.
Recuerde que en cierta manera la negación de Pedro fue pública. Lleguemos a la playa unos días después y veamos a Cristo manifestándose a los discípulos por tercera vez. Les da a comer y mira a Simón Pedro. “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?” Tres veces Pedro escucha la misma pregunta. Tres veces contesta que sí. Ahora Cristo le está dando un MANDATO PUBLICO, delante de los otros apóstoles: “Apacienta mis ovejas”. (Juan 20:15) Creo que esto fue el último paso, y muy necesario, para que no solamente Pedro, pero también sus hermanos en la fe, supieran que Cristo le estaba dando un encargo especial, habiéndole perdonado por su pecado. Obviamente hay casos cuando la restauración no es tan pública, porque el pecado no fue público y no afectó en manera grave al testimonio de la asamblea. Pero, debemos de recordar que Cristo perdona y quiere que sigamos en su servicio.
Más allá de los límites de esta meditación está la tarea de buscar en las Escrituras otros ejemplos en los cuales vemos cómo hombres y mujeres de la antigüedad le fallaron al Señor, pero también descubrieron la dicha de que se les concediera una segunda oportunidad. ¿Qué de Abraham, Jacob David, Noemí, Jonás o Juan Marcos?
Dios es rico en misericordia y él nos perdona. No viva, querido creyente, sumergido en la zozobra de que alguna vez le falló a Dios. ¡Levántese! y, como Pedro ya restaurado al Señor, empiece hoy a vivir para Dios como nunca lo ha hecho antes.
Mensajero Mexicano números 17 y 18

¡Nace un Rey!

En Navidad, muy correcta­mente, pensamos en el na­cimiento del Redentor. Pe­ro, ¿somos conscientes que ese Redentor es un Rey?
En Lucas 1:26-33, el evan­gelista narra lo siguiente: "Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y en­trando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favo­recida! El Señor es contigo; ben­dita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué sa­lutación sería esta. Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia de­lante de Dios. Y ahora, concebi­rás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y se­rá llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siem­pre, y su reino no tendrá fin."
Cada uno de los autores de los evan­gelios, a pesar de que los cuatro, por su­puesto, proclaman el mismo mensaje, ha destacado un punto en especial:
- Mateo habla de Cristo, el Rey.
- Marcos nos muestra a Cristo, el siervo.
- En Lucas se habla de Cris­to, el hombre.
- Y Juan proclama a Cristo en Su deidad.
Por lo tanto, es mucho más interesante que, justamente el evangelista Lucas, quien escri­be su evangelio basándose principalmente en Cristo el hombre, hable del nacimiento del Rey: "Y reinará sobre la ca­sa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin" (Le. 1:33). En el evangelio del rey (Ma­teo), se menciona claramente que los Sabios de Oriente bus­caban un rey: "Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos ma­gos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha naci­do? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle" (Mt. 2:1-2). Pero, la mención directa y literal del Rey, cuyo reino no tendrá fin, no la encontramos en Mateo, sino solamente en Lucas.
Hay otro pasaje en los evan­gelios en el cual nuestro Señor es llamado Rey, y esto es en el evangelio de Juan. En el con­texto de la entrada de nuestro Señor a Jerusalén, en el domin­go de palmas, Juan cita Zacarí­as 9:9: "No temas, hija de Sion; he aquí tu Rey viene, montado sobre un pollino de asna" (Jn. 12:15). Esto es, sin lugar a du­das, un indicio especialmente claro de la dignidad real de nuestro Señor Jesucristo.
Ahora, hágase la siguiente pregunta: Cuando usted festeja la Navidad y ve al niño en el pesebre, ¿en qué piensa? Se­guramente en el Salvador, el Redentor, el Libertador. Y eso también es correcto. Después de todo, el mensaje del ángel a los pastores, entre otras cosas, decía: "Os ha nacido hoy; en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor" (Le. 2:11). De modo que es total­mente correcto que, en Navi­dad, nos alegremos por la lle­gada de nuestro Salvador, Re­dentor y Liberador. Pero, cuando este niño vino al mun­do, allá en Belén, ¡también na­ció un rey! Un rey de quien se dice: "Y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su rei­no no tendrá fin" (Le. 1:33). Y justamente eso es lo que a ve­ces se pierde en nuestra Navidad. No está mal adorar al Ni­ño de Belén como Redentor y Salvador; ¡pero ese niño es un Rey y como tal quiere ser hon­rado y adorado!
Además, el reinado de Jesús no faltó tampoco en el anun­cio del ángel a los pastores, al contrario - el ángel les dijo cla­ramente: "Os ha nacido hoy; en la ciudad de David, un Salva­dor, que es CRISTO el Señor" (Le. 2:11). La expresión "en la ciudad de David...el Señor", ya testifica con suma claridad de un reino, pero, aparte, la ex­presión "Cristo" también indi­ca realeza. El nombre "Cristo" significa "el Ungido". En Israel, los sacerdotes y los reyes eran instituidos solemnemente en su función a través de la un­ción con aceite. De ahí que - especialmente al comienzo de la era de los reyes - el califica­tivo "el Ungido", era uno de los títulos del rey. Y este título lo lleva nuestro Señor. Es decir: ¡Él es rey y vino a este mundo como tal!
Incluso cuando leemos la historia de Navidad, según Mateo - el evangelio del rey nuestros pensamientos fácil­mente se desvían. Si bien so­mos conscientes de que los Sa­bios buscaban un rey, pronto olvidamos la realeza de Jesús, y nos apresuramos otra vez al establo de Belén para ver al Redentor. Pero, ¡los Sabios buscaban a un rey y rindieron homenaje a un rey! Ellos en­traron "en la casa, vieron al ni­ño con su madre María, y pos­trándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecie­ron presentes: oro, incienso y mirra" (Mt. 2:11). Sí, los pasto­res buscaban a un niño que era su Redentor, su Libertador, y los sabios buscaban un niño que era un Rey - ¡y ambos son parte de la historia navideña!
Deberíamos, nuevamente, tomar muy en serio el mensaje de Lucas: "Y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin" (Le. 1:33). Él, verdaderamente vino por nosotros, como nuestro Redentor, Libertador y Salva­dor, pero, del mismo modo, Él también vino como nuestro gran Rey. Y esta verdad la que­remos analizar un poco más a fondo ahora.

¿En verdad Jesús también es nuestro Rey?
El texto lo dice con clari­dad: "Y reinará sobre la casa de Jacob para siempre..." (Lc. 1:33). La casa de Jacob es Is­rael. Lo extraño, en nosotros los cristianos, es esto: ¡A algu­nas cosas que realmente, en primer lugar, están dirigidas a Israel, en Jesús las aceptamos para nosotros como si tal cosa, mientras que a otras no! Está claro que nuestro Señor vino, en primer lugar, como rey, pa­ra Israel, y que Su reino tiene una importancia mucho más profunda que aquello que les estoy diciendo. Después de to­do, Su reino alcanza hasta el reinado de mil años, hasta que Él haya entregado el reino a Su Dios y Padre. Pero, a pesar de eso, Él también es el Rey suyo y mío - en forma muy personal. Es justamente la his­toria de la Navidad, la que deja muy en claro que es impo­sible separar al Sal­vador y Redentor de Su reino.
En Lucas 2:11, en una misma frase se habla tanto del Salvador como también del Rey: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de Da­vid, un Salvador, que es CRISTO el Señor." ¿Podríamos hacer una separa­ción aquí, diciendo: "El salvador es para mí, pe­ro Cristo el Señor - o sea el rey - es para Israel"? ¡No, por su­puesto que no! ¡Eso es imposi­ble! ¡O su Salvador es también su Rey, su Señor - es decir aquel que tiene el derecho de reinar sobre usted - o usted no tiene ningún Salvador!
Nuestro Señor Jesús tiene el derecho de dominio sobre nuestras vidas. En ese sentido, Él realmente es nuestro Rey, nuestro Señor. Él mismo dijo: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando" (Jn. 15:14). Reconozcamos que en esta declaración del Señor te­nemos ambas cosas, al Salva­dor y al Rey. "Vosotros sois mis amigos", ése es el Salvador. Y luego: "Si hacéis lo que yo os mando", ése es el Rey. El reci­bir al Salvador siempre tiene que ver también con la obe­diencia hacia el Rey. Por eso, Pablo, en Romanos 1:5, donde menciona su apostolado, ha­bla de la obediencia de la fe, que él quería establecer entre todos los gentiles. De modo que la fe no solamente es un medio de gracia, a través del cual puedo llegar al Salvador, sino que la fe siempre tiene que ver también con la obe­diencia. En Romanos 15:18, Pablo habla de eso, cuando di­ce que él quiere llevar a los gentiles a la obediencia en pa­labra y obra. Y en el capítulo 16:19 de la carta a los roma­nos, da testimonio de ellos di­ciendo: "Porque vuestra obe­diencia ha venido a ser notoria a todos"
También en 2a Corintios 10:5, Pablo habla de la obe­diencia a Cristo: "Llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo "O sea que está claro: Usted no solamente recibió un Salvador, un Reden­tor y un Libertador, cuando Je­sús nació en Belén, sino tam­bién un Rey a quien usted per­tenece en cuerpo y alma. ¿Le queda claro esto? Y si le queda claro, ¿lo quiere aceptar tam­bién para su vida personal?

Los derechos de dominio de un rey:
"Dijo, pues: Así hará el rey que reinará sobre vosotros: to­mará vuestros hijos, y los pon­drá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; y nombra­rá para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus cam­pos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hi­jas para que sean perfumado­ras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras vi­ñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros sier­vos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros as­nos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros re­baños, y seréis sus siervos" (1 Samuel 8:11-17).
Estas fueron las palabras que Samuel dirigió a Israel, después que la gente expresa­ra su deseo de un rey. Se trata aquí de un rey terrenal, nor­mal, para Israel. Pero, estos versículos expresan con bas­tante claridad el derecho abso­luto de dominio del rey, y lo hacen con frases como: "To­mará vuestros hijos... Tomará también a vuestras hijas... To­mará lo mejor de vuestras tie­rras, de vuestras viñas y de vuestros olivares... Diezmará vuestro grano y vuestras vi­ñas... Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros me­jores jóvenes, y vuestros as­nos. .. Diezmará también vues­tros rebaños... Seréis sus sier­vos”. Eso en sí ya es bastante duro y exorbitante. Samuel ad­virtió a Israel con mucha serie­dad, y señaló: "Si ustedes real­mente quieren un rey recuer­den que eso no será sencillo. Porque un posible rey exigirá de ustedes todo, sea lo que sea que desee. Y entonces no les será posible decir que no. De lo contrario: Le pertenecerán con sus cuerpos, sus bienes, y sus vidas."
Se trata aquí del derecho de dominio de un rey de Israel, pero que eso no nos dé ahora una seguridad falsa. No debe­ríamos pensar: "Y... el reinado de Jesucristo por suerte no es tan duro, no tengo mucho que temer." Si pensamos así, en­tonces estamos en el camino equivocado. Aun cuando el Se­ñor Jesús no obliga a nadie a ser Su discípulo, Su derecho de dominio es tan absoluto como lo era en el caso de un rey de Israel. Eso significa: Si hemos aceptado Su obra redentora, entonces Él también dice acer­ca de nuestra vida: "Yo to­mo..." Él, nuestro Rey, toma todo lo que Él quiera. Y Él nos quiere tener totalmente. Él quiere todo nuestro corazón, todo nuestro afecto, nuestro primer amor, toda nuestra obediencia. Él exige una fe to­tal, una confianza absoluta, una fidelidad total. Él quiere nuestro mejor tiempo, busca todo nuestro empeño, espera una entrega del cien por ciento. Él desea una aplicación desinteresada, busca una apli­cación total y también quiere ser el Señor de nuestros bienes materiales.
¿Quiere darle todo esto a su Rey? ¿Quiere servirle de esta manera? ¿Quiere entregarle to­do esto de corazón, y decirle: "Reina tú sobre mí; a Ti te per­tenezco con cuerpo y alma"? Quizás usted necesite un nue­vo avivamiento con respecto a su Rey. Al pueblo de Israel, Dios el Señor una vez le tuvo que decir a través de Oseas: "Sembrad para vosotros en jus­ticia, segad para vosotros en misericordia; haced para vos­otros barbecho; porque es el tiempo de buscar a Jehová, has­ta que venga y os enseñe justi­cia" (Os. 10:12), porque el pue­blo había desbaratado Su de­recho de dominio por medio del pecado. ¿Será que también en su caso esto es así?
¿Quizás usted en este mo­mento caiga en la cuenta de que le ha quitado los derechos de propiedad a su Rey, de que usted no le pertenece en cuer­po y alma? Si es así, entonces usted necesita una conversión, un avivamiento personal. Pero, ¿qué es eso de una conversión, de un avivamiento personal? El predicador Salomón dice en Eclesiastés 3:3: "Tiempo de des­truir, y tiempo de edificar." Cuando Dios quiere dar un avivamiento - algo nuevo -, eso sucede en la siguiente se­cuencia: destruir y edificar. An­tes de toda renovación interior, primeramente hay que desba­ratar en gran manera, y des­pués, entonces, se puede edifi­car algo nuevo. Pero, ¿qué es lo que tiene que ser desbaratado? ¡Aquello que le ha quitado Sus derechos de propiedad a su Rey! Sobre el Rey Asa, quien en su tiempo pudo experimentar un avivamiento, leemos: "E hi­zo Asa lo bueno y lo recto ante los ojos de Jehová su Dios. Por­que quitó los altares del culto extraño, y los lugares altos; que­bró las imágenes, y destruyó los símbolos de Asera; y mandó a Judá que buscase a Jehová el Dios de sus padres, y pusiese por obra la ley y sus manda­mientos" (2 Cr. 14:2-4). Todo lo que en el correr de muchos años había sido levantado en el reino de Judá, cosas contrarías a Dios y cosas pecamino­sas, fue destruido por Asa. Pri­mero tuvo que desbaratar y quitar todo lo que consciente­mente había ido entrando al reino, en lo que se refiere a in­mundicias abominables. Antes de hacer esto, no habría una renovación, un avivamiento.
A veces pedimos por aviva­miento, pero no tiene sentido orar, si cada uno de nosotros, personalmente, no estamos dispuestos a desbaratar y qui­tar de nuestras vidas todo lo que sea innecesario, allí donde sea necesario. Antes de que la ciudad de Jericó fuera con­quistada, Josué dijo a los israe­litas: "Pero en cuanto a vos­otros, guardaos ciertamente de las cosas dedicadas al anate­ma, no sea que las codiciéis y tomando de las cosas del ana­tema, hagáis maldito el cam­pamento de Israel y traigáis desgracia sobre él” (Jos. 6:18, LBLA). Un hombre llamado Acán tomó algo del anatema, a pesar de la prohibición, y lo enterró debajo de su tienda. La consecuencia fue lo que Josué había anunciado: gran desgra­cia sobrevino a Israel, sufrien­do una derrota contra la pe­queña ciudad de Hai. A causa de eso, Josué se tiró al suelo y co­menzó a orar, como quizás nunca lo había hecho en toda su vida: "Entonces Josué rom­pió sus vestidos, y se postró en tierra sobre su rostro delante del arca de Jehová hasta caer la tarde, él y los ancianos de Is­rael; y echaron polvo sobre sus cabezas. Y Josué dijo: ¡Ah, Señor Jehová! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para en­tregarnos en las manos de los amorreos, para que nos destru­yan? ¡Ojalá nos hubiéramos quedado al otro lado del Jor­dán! ¡Ay, Señor! ¿Qué diré, ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos? Por­que los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nues­tro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tú grande nombre?" (Jos. 7:6-8). Una oración que toca el cora­zón, pero el Señor contestó a este ruego diciendo: "Y Jehová dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu ros­tro? Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema, y hasta han hurtado, han mentido, y aun lo han guardado entre sus enseres. Por esto los hijos de Is­rael no podrán hacer frente a sus enemigos, sino que delante de sus enemigos volverán la es­palda, por cuanto han venido a ser anatema; ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vos­otros" (vs. 10-12).
¡Qué serias e inequívocas palabras! El Señor le estaba di­ciendo acá: "No sirve de nada, Josué, que ores de esta manera y que implores delante de mi presencia, deja eso. Más bien debes estar dispuesto a hacer lo que en este caso, sin lugar a dudas, es necesario hacer, ¡de otro modo Yo ya no es­toy con ustedes!" Is­rael no tendría tran­quilidad, ni alcanzaría otra victoria, si no es­taba dispuesto a derri­bar el baluarte del pe­cado acontecido en su medio. Aun si el pue­blo entero orara día y noche, eso no tendría ningún sentido. No, si­no que debía asumir una postura absoluta­mente necesaria e in­dispensable.
Esto nos hace re­cordar las estremecedoras palabras de Jere­mías 15:1, donde dice: "Me dijo Jehová: Si Moisés y Samuel se pu­sieran delante de mí, no estaría mi voluntad con este pueblo; échalos de mi presencia, y salgan " O de Ezequiel 14:14, donde Dios el Señor dice: "Si estuvie­sen en medio de ella estos tres varones, Noé, Daniel y Job, ellos por su justicia librarían únicamente sus propias vidas, dice Jehová el Señor." ¿Por qué palabras tan duras? Porque Is­rael en ese tiempo quería reci­bir algo nuevo, pero no estaba dispuesto a derribar y quitar de en medio.
Lo mismo sucede con el re­nuevo necesario. ¡Algo así sólo puede suceder, si cada uno muy personalmente está dis­puesto a dar primeramente ese paso exigido por Dios, es decir, destruir! A eso nos llama el Nuevo Testamento. En Efesios 4:25 dice, por ejemplo: "Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque so­mos miembros los unos de los otros." En Colosenses 3:5 podemos leer: "Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornica­ción, impureza, pasiones desor­denadas, malos deseos y avari­cia, que es idolatría/' Y Santia­go dice en su carta: "Por lo cual, desechando toda inmun­dicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas" (Stg. 1:21).
Algunos dicen que un cris­tiano ya no puede cometer pe­cados graves. Pero si eso fuera así, ¿por qué entonces la Bi­blia habla de eso? ¿Por qué nos advierte de ya no cometer esos pecados? En Efesios 4:25, Pablo habla a "miembros", es decir a cristianos nacidos de nuevo. El hecho es que los cristia­nos renacidos, en todo tiempo son capaces de todo pecado. Y como eso es así, en las vidas de algunos creyentes Cristo ya no es Rey. Él ya no puede hacer uso de Su dere­cho de dominio. ¡Es una de las condiciones más importantes para una renovación minuciosa, que los cristianos co­miencen a destruir, a ordenar y a quitar de en medio!

¿Qué aspecto práctico tiene ese destruir?
Deberíamos ponernos sin reservas en la luz del Todopo­deroso. Y eso podría causarnos un gran sobresalto. Porque, entonces, quizás seamos re­pentina y duramente confron­tados con algo que en realidad no nos había importado mu­cho, algo en lo cual ya no, o ca­si no, pensábamos.
¿Ya le ha sucedido que en la presencia de Dios sus pecados, de repente, le han comenzado a pesar terriblemente, y que su condición corrompida, de un momento a otro, le ha hecho sufrir mucho? Sí, un cristiano puede experimentar algo así; y bendito el hijo de Dios a quien le sucede de tiempo en tiempo.
Recuerde a David, el hombre según el corazón de Dios, quien clama lastimeramente en el Salmo 38, diciendo: "Por­que mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; co­mo carga pesada se han agra­vado sobre mí Hieden y supu­ran mis llagas, a causa de mi locura... Porque mis enemigos están vivos y fuertes, y se han aumentado los que me aborre­cen sin causa" (Sal. 38:4-5; 19). Este salmo en la Biblia Scofield lleva el título: "La verdadera tristeza por el pecado". O recor­demos a Jeremías, quien de­lante de la ciudad de Jerusalén destruida, sólo pudo clamar: "El yugo de mis rebeliones ha si­do atado por su mano; atadu­ras han sido echadas sobre mi cerviz; ha debilitado mis fuer­zas" (Lam. 1:14).
Tanto David como Jeremí­as en estos versículos no ha­blan de los pecados de terce­ros - quizás de personas pa­ganas sino de los suyos pro­pios. Sí, bien por aquel cristia­no que le sucede de tiempo en tiempo, que casi quiere colapsar por descubrir una vez más todo lo que hay en él. Pe­ro, para eso debemos poner­nos sin reservas en la presen­cia, en la luz, del Todopodero­so. Sólo entonces veremos y reconoceremos nuestros pe­cados y errores. Es entonces que podemos comenzar, de­rribar y ordenar. Es entonces que puede haber una renova­ción personal.
¿Cree usted esto? Sí lo cree, entonces, ¡por qué no dar nue­vamente esos pasos! Devuél­vale a Su Rey Su zona de domi­nio. Entréguese a Él de nuevo, con todo lo que eso implica. Porque: ¡En Belén nació un Rey! También eso es Navidad.

Llamada de Medianoche, Diciembre 2012

Meditación

“No tentarás al Señor tu Dios” (Mateo 4:7).


¿Qué significa tentar al Señor? ¿Es algo de lo que podemos ser culpables?
Los hijos de Israel tentaron al Señor al quejarse de la falta de agua en el desierto (Éxodo 17:7). Cuando dijeron: “¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?” dudaron no sólo de Su presencia divina sino también de Su cuidado providencial para con ellos.
Satanás tentó al Señor cuando lo desafió a que saltara desde el pináculo del Templo (Lucas 4:9-12). Jesús habría tentado a Dios el Padre si hubiera actuado así, porque habría ejecutado un truco publicitario, algo que estaba fuera de la voluntad del Padre.
Los fariseos tentaron al Señor cuando le preguntaron si era lícito dar tributo al César (Mat_22:15-18). Pensaron que fuese cual fuese Su respuesta, tomaría partido por los romanos o por aquellos judíos que eran violentamente anti romanos.
Safira tentó al Espíritu del Señor al pretender dar la ganancia completa de la venta de una propiedad al Señor, cuando en realidad retuvo una parte para ella (Hechos 5:9).
Pedro dijo al concilio de Jerusalén que sería tentar a Dios el poner a los creyentes gentiles bajo la ley, un yugo que el pueblo judío mismo no había podido llevar (Hechos 15:10).
Tentar a Dios es: “ver cuán lejos se puede ir sin ser juzgados, abusar o presumir de Su misericordia, ver si cumplirá Su Palabra o se extenderá hasta los límites del juicio (cf. Deuteronomio 6:16; Mateo 4:7)” (Toussaint).
Tentamos a Dios cuando murmuramos o nos quejamos, porque al hacerlo estamos dudando de Su presencia, poder o bondad. Estamos diciendo que no conoce nuestras circunstancias, que no le importan o que no es capaz de librarnos.
Tentamos a Dios cuando nos exponemos innecesariamente al peligro y esperamos que nos rescate. A menudo leemos de creyentes equivocados que manipulan serpientes venenosas y mueren como resultado. Su argumento consiste en decir que Dios ha prometido seguridad en Marcos 16:18, “Tomarán serpientes en sus manos”. Pero esto fue planeado para justificar cada vez que ejecutamos un milagro sólo cuando sea necesario para llevar a cabo Su voluntad en y por medio de nosotros.
Tentamos a Dios cuando le mentimos, al profesar una mayor dedicación, sacrificio y compromiso del que realmente deseamos dar. Así como los fariseos tentaron a Cristo con su hipocresía, así lo tentamos con la nuestra.
Finalmente tentamos a Dios cada vez que nos salimos de la esfera de Su voluntad para nosotros y actuamos obstinadamente.
Es inaudito que una criatura desee o se atreva tentar a su Creador o que un pecador insulte a su Salvador.

Doctrina: El pecado (Parte XIV)

XIV. Preguntas para repaso.


1.    Describa con sus palabras como fue engañado el hombre. Fundamente su afirmación o su negación.
2.    Describa como se introdujo el pecado en la humanidad
3.    ¿Por qué Dios, siendo omnisciente y todopoderoso, permitió que el pecado contaminase al hombre y por consiguiente a toda la humanidad?
4.    Describa cuales fueron las consecuencias en el hombre por la introducción del pecado en sus vidas
5.    ¿Cómo fue la muerte de Adán y Eva? ¿Fue inmediata o a posteriori?
6.    ¿Cuáles fueron las consecuencias del pecado en Dios y su Hijo?
7.    ¿Por qué el hombre no acepta la doctrina del pecado?
8.    Describa y de algunos ejemplos como el hombre trata lo que conocemos como pecado.
9.    Cuando se comienza a sanar un enfermo. Aplique su respuesta en relación al hombre y el pecado
10. Enumere como Dios ve el pecado y descríbalo con sus propias palabras y en lo posible documente con versículos Bíblicos cada uno de los puntos.
11. Enumere las palabras que en hebreo describen al pecado y compárelas con las que se usan en el nuevo testamento, con el fin de ver  si son afines y describen lo mismo en términos generales.
12. ¿Cuándo se menciona por primera vez el pecado? Indique en que pasaje se encuentra esa mención.
13. ¿Cuál de las dos líneas genealógicas que se muestra en Génesis se acerca a Dios?
14. En relación al pecado, que sucedió en los días de Noé que llevó a Dios a decretar un juicio tan terrible.
15. Posterior al diluvio, ¿qué sucedió para que Dios en persona interviniera sobre la humanidad?
16. El Señor Jesucristo con respecto a su venida, con qué sociedad y juicio respectivo la compara.
17. Resuma en breve cuales han sido las leyes que Dios le ha entregado al hombre desde Adán hasta Moisés.
18. La ley dada en el Sinaí, ¿qué declara en forma absoluta, según Pablo?
19. Para qué no sirve y sirve la ley dada en Sinaí.
20. Destaque que pecados el Señor señalaba que poseían los religiosos de su época.
21. Describa algunos pecados definidos en el texto y agregué algunos que usted encuentra.
22. La palabra adulterio siempre tiene connotación con respecto al matrimonio, ¿en qué otra actividad se adultera?
23.  Describa cuales son los tres enemigos del cristiano.
24. ¿Qué sentido tiene para el cristiano la disciplina que Dios nos da cuando pecamos?
25. Como creyentes, ¿quién en nuestro Parakletos y cómo nos ayuda?
26. Explique qué entiende sobre el pecado entre creyentes.
27. Que pude suceder cuando un pecado no es juzgado entre los creyentes.
28.  Qué entiende por el perdón
29. ¿Cuándo no debemos perdonar?
30. ¿Qué dice el Señor de aquellos hermanos que son maltratadores con sus consiervos?
31.  Indique los tipos de pecados y señales algunos pasajes para cada uno de ellos.
32. ¿Qué entiende por transmisión del pecado?
33. Indique algunas teorías acerca de la transmisión del pecado.
34. Según usted, ¿Cuál o cuáles se acercan con más exactitud al principio bíblico del pecado?