domingo, 3 de diciembre de 2017

LO QUE ES EL SEÑOR PARA LOS SUYOS

·        Una ayuda en la necesidad: "El ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad" (Isaías 63: 9).
·        El reposo en la vida: "Mi presencia irá contigo, y te daré descanso" (Éxodo 33: 14).
·        La alegría en la tristeza: "En tu presencia hay ple­nitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre" (Salmo 16: 11).
·        La confortación en la soledad: "Todos me desam­pararon... pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuer­zas" (2 Timoteo 4: 16-17).
·        Un estímulo en todas las cosas: "No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te susten­taré" (Isaías 41: 10).
·        La potencia de su testimonio: "Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy" (1 Reyes 17: 1).

·        La energía en la persecución: "Nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará" (Daniel 3: 17).

JESÚS Y NICODEMO

1) La necesidad del nuevo nacimiento: Juan 3:1-8.
2)  Cómo se realiza: v. 9-16.

Explicación y enseñanza
Nicodemo era uno de los principales del pueblo y miembro del concilio (Juan 7:50). Vino a Jesús de noche porque conocía la hostilidad del mundo hacia el Señor y los suyos (15:19). Pero veía a Él sólo como un maestro sabio de quien esperaba recibir alguna enseñanza y, quizás, también paz para su corazón. Sin embargo, el Señor no le instruyó como lo hacían los rabinos y los escribas, es decir, no le dio prescripcio­nes ni instrucciones para aumentar sus conocimientos, sino que le dijo que si quería entrar en el reino de Dios, necesitaba una nueva naturaleza: el nuevo nacimiento.
El agua y el Espíritu producen esta vida en el alma. El agua es una figura de la Palabra de Dios (cf. Juan 3:5; Efesios 5:26; 1 Pedro 1:23). La Escritura juzga las viejas tendencias y la conducta de aquel que la recibe con fe; por medio del Espíritu Santo, Ella produce nuevos sentimientos y deseos; por lo tanto, efectúa una limpieza interior, otorga una nueva natura­leza y hace del hombre una nueva creación (2 Corintios 5:17).
De ninguna manera puede interpretarse que el agua sea el bautismo, el cual, en lugar de dar vida, constituye precisamente la figura de la muerte y del juicio del viejo hombre (Romanos 6:4). Nicodemo tendría que haber conocido esta verdad de la necesidad de una nueva naturaleza (Ezequiel 36:25-27). Para estar unido a Cristo en el reino terrenal, era necesario un corazón purificado, ¡cuánto más para ir al cielo! (Juan 3:12). Por eso Cristo tuvo que morir.
Las palabras: "Os es necesario nacer de nuevo" no son todavía el Evangelio (las Buenas Nuevas); éste viene después: "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado". "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo" (Juan 3:14-16). Sólo en la cruz pode­mos ver claramente lo que fue necesario para nuestra salvación conforme a la santidad de Dios y lo que el amor de Dios cumplió por nosotros. Cuán grande era nuestra perdición; cuán grande es la santidad de Dios ("Dios es luz"; 1 Juan 1:5), cuán grande es el amor de Dios ("Dios es amor"; 1 Juan 4:8), cuán grande es nuestra salvación: ¡Todo esto lo vemos en la cruz! Juan 3:16 —que ha sido llamado «la Biblia en miniatura»— contiene verdades maravillosas y profundas. Dios amó y dio; el ser humano cree y tiene; tiene vida eterna y no es condenado (v. 18). Pero la ira de Dios está sobre el incrédulo (v. 36).
Creced 1997

La abogacía de Cristo

Con frecuencia surge la pregunta en la mente del pueblo de Dios, sobre todo en los jóvenes: "¿Qué hacemos con los pecados que comete­mos después de ser salvos?"
Gran número de los hijos de Dios han dicho: "Sé que he creído en Cristo y veo que mis pecados fueron quitados por su sangre. Pero lo que me inquieta son los pecados que cometo ahora. ¿Qué hago con ellos?"
La respuesta divina a tal interrogante está en 1 Juan 2:1: "Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo". Y en 1 Juan 1:9: "Si confe­samos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de to­da maldad". Está claro que esto fue escrito a creyentes por cuanto dice, "abogado tenemos para con el Padre" —tan sólo los nacidos de nuevo pueden llamar a Dios "Padre".
En un sentido, cada creyente tiene el perdón de todos sus pecados, así como está escrito en 1 Juan 2:12, "Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre". Es muy importante distinguir entre nuestros pecados una vez y por todas quitados por el solo sacrificio de la cruz y el perdón del Padre a un hijo suyo que ha pecado.
Hay dos cosas que necesitamos para ser felices delante de Dios —el perdón de los pecados, y una nueva vida y naturaleza. Las hallamos en 1 Juan 4:9,10: "Dios envió a su Hijo unigé­nito al mundo, para que vivamos por él" (vida eterna); y "envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados" (el perdón de los pecados).
Aquellos que han recibido a Cristo, creyendo de verdad en Él, pueden decir, respaldados con la autoridad de las Escrituras, que son "hijos de Dios" (Juan 1:12), nacidos de Él. Ahora, pues, tenemos una vida y naturaleza que ama a Dios y se deleita en Él, y podemos gozar de la comu­nión "con el Padre, y con su Hijo Jesucristo" (1 Juan 1:3).
¡Qué maravilla es la "comunión con el Padre y con su Hijo"! ¿Qué significa comunión? Pues, pensamientos, goces, intereses en común uno con el otro. Así que tenemos una naturaleza que puede gozarse en Dios, lo cual será nuestro gozo por toda la eternidad. Y en la medida en que gozamos esta comunión ahora nuestro gozo es cumplido (1 Juan 1:4).
La base de nuestra paz es la muerte y resurrección de Cristo, y, gracias a Dios, esa base jamás varía. Pero nuestro gozo depende de nuestro andar, la medida en que vivimos en comunión con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.
Si todos los cristianos conocieran mejor esta comunión —nuestro más sublime privilegio— ¡qué tan bendita la encontrarían! Pero nuestra comunión y gozo pueden interrumpirse por la cosa más mínima, hasta por un pensamiento insensato. Y si pecamos es como si una nube interviniese entre nosotros y el sol: el sol no ha cambiado, pero no sentimos su calor.
La abogacía de Cristo sirve para restaurar nuestra alma en esta comunión que ha sido interrumpida por nuestro pecado. No es para quitar nuestros pecados, pues eso fue hecho en la cruz. "Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre". Comúnmente pensamos que, cuando confesamos nuestros pecados, Cristo se presenta delante de Dios e intercede por nosotros y el pecado es pasado por alto. Pero no dice, "si alguno hubiere confesado su pecado", sino, "si alguno hubiere pecado".
He aquí un hijo de Dios —nacido de nuevo, sus pecados una vez y para siempre quitados, y él mismo hecho partícipe de la herencia de los santos en luz (Colosenses 1:12)— un hijo de Dios, pues, que ha caído en algún pecado (lo cual no armoniza con la santidad de un hijo de Dios). Por ese pecado, aunque no ha dejado de ser hijo de Dios, su comunión ha sido suspendi­da y ha perdido su gozo. Pero "abogado tenemos para con el Padre".
Un abogado es aquel que se encarga de la causa de otro, uno que maneja nuestros nego­cios. Y ¿quién es aquel "abogado" que se encarga de nuestros intereses con el Padre? No es otro sino "Jesucristo el justo". No se le pre­senta como "el que ama" ni "el misericordioso", como pudiéramos pensar, sino como "el justo". ¡Qué bendición! Si Él está allí justo, delante de Dios, es la prueba de que nuestros pecados han sido quitados para siempre, pues Él los llevó en la cruz y ahora es evidente que está delante de Dios sin pecados. Y Él mismo es nuestra justicia invariable.
Él es también "la propiciación por nuestros pecados" (2:2). Esto quiere decir que Dios está satisfecho con respecto a nuestros pecados, ya que Cristo los llevó en su cuerpo sobre la cruz (véase 1 Pedro 2:24). Así, pues, cuando un hijo de Dios peca y se interrumpe su comunión, Cristo está allí delante de Dios Padre, y ruega por nosotros; lo cual da el resultado de que la Palabra de Dios se aplica a nuestra conciencia en el poder del Espíritu Santo que nos hace sentir nuestro pecado y lo confesamos delante de Dios nuestro Padre. Y tenemos su Palabra en 1:9: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad".
Nótese bien la expresión "fiel y justo". No dice "amante y misericordioso". ¿Por qué? Supongamos un hijo de Dios que ha pecado. Cristo se presenta ante el Padre y dice: "Yo llevé ese pecado en mi propio cuerpo en la cruz y estoy aquí en justicia para representar a este hijo de Dios". Así, Dios es fiel y justo con res­pecto a la obra y la persona de Cristo cuando perdona nuestros pecados, pues la obra de Cristo los quitó a todos y El mismo es nuestra justicia delante de Dios.
Cuando pecamos, si Cristo no fuese al Padre en nuestro favor, nunca hubiéramos podido confesar siquiera, sino nos hubiésemos alejado más y más del Señor. ¡Qué tan bendito es medi­tar sobre el invariable amor y servicio del Señor para con nosotros! "Nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros" (véase Gálatas 2:20), y quitó todos nuestros pecados.
La confesión verdadera no es meramente una confesión generalizada de los pecados al fin del día. Tal cosa no sería en realidad ninguna confesión. Más bien, cada vez que hay un pecado sobre nuestra conciencia, este debe ser juzgado y confesado. Y debemos juzgarnos, no tan meramente por el hecho pecaminoso en sí, sino también por nuestro estado espiritual al cometerlo, lo cual es cosa mucho más fundamental. Pues, si estuviésemos en comunión con el Señor no hubiéramos pecado siquiera.
Téngalo por cierto: un hijo de Dios no cae en el pecado positivo cuando anda en comunión con el Señor, sino que primero se separa de Él. Qué privilegio, entonces, cuando hemos pecado, poder ir delante de nuestro Padre Dios y confesárselo todo. Y no lo confesamos como un pecador que viene para ser salvo, ni para volver­se a salvar de nuevo, sino como hijos a un Padre que nos ama perfectamente, pero que a la vez es luz, y no puede tener ninguna comunión con el mal ni con nada que no armoniza con la luz.
Que nosotros, amado lector, conozcamos cada vez más aquella "comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" para que "nuestro gozo sea cumplido" (1 Juan 1:3-4). Y que siga hasta que estemos en aquel bendito hogar en donde no entrará ninguna cosa que hace abominación ni mentira, sino sólo aquellos que están inscritos en el libro de la vida del Cordero (Apocalipsis 21:27). Allí no habrá necesidad de un "abogado para con el Padre", porque no habrá pecado, sino seremos santos y sin mancha delante de Dios en amor (véase Efesios 1:4). El mundo, la carne, el diablo, y todas aquellas cosas que interrumpen nuestra comunión aquí ya se habrán eliminado para siempre. ¡Conoceremos por toda la gloriosa eternidad lo que es la comunión sin interrupción!

Sendas de Vida, 1986

AUTODISCIPLINA DEL CREYENTE (Parte II)

APROBADO (2ª TIMOTEO 2:15)
El Joven que seriamente inicia una preparación para la vida, trata de desarrollarla de tal manera que resulte eficiente para afrontar su existencia con éxito, es decir, se prepara con celo para el EXAMEN, pues anhela ser APROBADO, esto es, bien calificado.
El examen puede ser ante una me­sa compuesta de varios profesores aunque, también, tratándose de un oficio o trabajo personal que no requiere una preparación teórica especial, deberá acreditar CAPACI­DAD para la tarea al ser puesto a prueba.
Es indispensable, pues, algún tipo de examen previo a la iniciación de alguna actividad.
LA ESCUELA DE DIOS. — El joven íntegro y fiel se prepara en la escuela de Dios, como base fun­damental para un buen examen y, por consiguiente, para un servicio digno y fructífero. ¿Cuál es la escuela de Dios? ¿La iglesia local? Efectivamente. Vamos a contestar con las palabras del Señor: Don­de dos o tres están congre­gados en mi nombre, allí estoy en medio ellos" (Mateo 18:20). La presencia del gran Maestro entre los suyos, es la mejor garantía de aprendizaje. Allí, donde Él está, es el lugar donde se obtiene el mejor caudal espiritual, el único que es efectivo y permanente. Recordemos que el gran Maestro, cuan­do ascendió a los cielos, no dejó huérfanos a los suyos (Juan 14: 16-18). Les prometió otro Consolador, el Espíritu de verdad, o como dice en el mismo capítulo, vers. 26: "El Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todas las cosas que os he dicho". Es conveniente que leamos también Juan 16:13-15; 1ª Juan 2:20, 27, y 1ª Corintios 2, escrituras que co­rroboran que la presencia del Es­píritu de Dios imparte enseñanza, guía y memoria. Desde luego, que la presencia del Espíritu requiere un aposento digno, sea personal o colectivo (iglesia). El gran Maestro es­tá presente en espíritu en medio de los suyos y no ha dejado nada libra­do a la casualidad. En su bendita Palabra hay DOCTRINA, hay EN­SEÑANZA y MANDAMIENTOS pa­ra CUMPLIR (aunque estos términos parezcan redundantes). Esos manda­mientos de los cuales el mismo Señor nos dio el ejemplo, pues HIZO primero y luego ENSEÑO (Hechos 1:1). ¡Orden perfecto! La promesa de la presencia del Señor en nuestras vi­das —si le damos debido lugar— es certera garantía de SABER ESPI­RITUAL (Mateo 28:18-20).
Siendo la iglesia el principal asien­to del saber espiritual, es evidente que cuando Dios permite su forma­ción, a su tiempo provee los dones suficientes para que cumpla su finalidad. Es un cuerpo con sus correspondientes miembros y cada uno con su función (don) (Romanos 12:4-8). Es un gran contrasentido decir que "hay iglesias sin dones", ya que este su­puesto hecho negaría su propia exis­tencia o sería, simplemente, un cuer­po amorfo, es decir, sin función or­gánica. En las iglesias hay diversi­dad de dones. Algunos destacados y otros más modestos, pero el Señor se digna utilizarlos a todos (1ª Corintios cap. 12). El intercambio de los mis­mos, en una ayuda recíproca de hermanable y plena comunión —co­mo se suele hacer— suple todas las necesidades, sin que por ello deba afectarse la absoluta independencia de cada iglesia.
LA VIDA, precioso complemento de experiencia espiritual. — Dentro del conjunto de factores que com­ponen nuestra existencia, lo espiri­tual es de primordial importancia y el lugar más indicado para apren­der es "a los pies de Jesús" (Lucas 10:38-42). El rincón espiritual apar­tado "de las muchas cosas", allí donde el Señor nos espera día por día para establecer comunión con El y su Palabra, constituye una preciosa fuente de sabiduría.
La vida en sí, la existencia huma­na que Dios nos concede a sus hijos, con todo lo que él permite, es otra "gran escuela", después de la iglesia, que es fundamental, como ya dijimos (Romanos 8:26-28). Nuestro ho­gar paterno o el propio hogar que ya tenemos constituido, con satis­facciones y sus sinsabores, con sus diversas experiencias y circunstan­cias; el trayecto diario a nuestras tareas ordinarias y estas mismas en sí con sus distintas alternativas; algún suceso extraordinario en nuestras vidas que nos conmueve o el alejamiento de seres a quienes amamos: TODO ELLO PUEDE CONFIGURAR PARA NOSOTROS UN ASPECTO MUY IMPORTANTE EN LA ESCUELA DE DIOS. Es inútil tratar de aprender en otras fuentes, por más organizadas y eficientes que parezcan, si no abrevamos funda­mental y principalmente en la fuente del Espíritu: LA PALABRA DE DIOS.
La sabiduría espiritual la logramos directamente del Señor:
1)  Por nuestro VIVIR en la Iglesia, la casa de Dios.
2)  Por nuestra experiencia perso­nal de la comunión con el Señor.
3)  Por todas aquellas cosas que acontecen en nuestra vida, que "sabemos ayudan a bien si amamos al Señor" (Romanos 8:28).
¡Cuántas cosas tratamos de con­seguir en la vida con cuidado, actividad y prisa (diligencia)! Muchas, ¿verdad?
¡Cuánto más debería preocuparnos el hecho de que debemos presentarnos a Dios para ser examinados! ¿Estamos en condiciones de ser APROBADOS? Es decir, BIEN CA­LIFICADOS, sin motivos de ver­güenza, con la conciencia limpia, an­te una "mesa examinadora" justa y santa, exenta de toda miseria y do­bleces humanos.
¿Hemos aprendido antes en la escuela de Dios a trazar bien la pa­labra de verdad? ¿Y, además de trazarla, a cumplirla?
Examinémonos a la luz de las si­guientes Escrituras para comprobar si realmente estamos en condiciones de ser APROBADOS:
1)  Es APROBADO aquél a quien Dios alaba (2ª Corintios 10:17-18).
2)  El auto-examen profundo y sincero ante el Señor nos mues­tra nuestra verdadera posición (2ª Corintios 13:5).
3)  EL EXAMEN insondable y recto de Dios, revela si hay en nosotros integridad y ca­pacidad para honrarle y ser­virle (Salmo 26:1-6).
4)  Nuestros caminos en la vida, examinados a CONCIENCIA, señalan si seguimos fiel y fir­memente tras el objetivo que nos indica el Señor (Proverbios 4: 26-27).
Sana Doctrina, 1976

"LENGUAS REPARTIDAS, COMO DE FUEGO"

Pregunta:
¿Podría hacerme algunas aclaraciones sobre Hechos 2: 1-13, cuando, en el día de Pentecostés, el Espíritu vino sobre los dis­cípulos en "lenguas repartidas, como de fuego"?
Respuesta:
Para comprender y apreciar toda la gracia divina resaltada por estos versículos, hemos de hacernos cargo del por qué eran necesarias las lenguas repartidas (o divididas). En Génesis 11, tenemos el relato inspirado del primer gran esfuerzo de los hombres para establecerse sobre la tierra, para formar en ella una asociación grande, y hacerse un nombre o adquirir fama. Y todo esto, sin Dios, notémoslo. En lo que dicen, ni siquiera mencionan el nombre de Dios: Él no entraba para nada en este orgulloso y popular proyecto, estaba excluido completamente. No era un santuario de Dios lo que debía alzarse en la tierra de Sinar, era una ciudad para los hombres, una alta torre, o un centro en torno al cual querían reunirse.
Tal fue el objeto de los hijos de los hombres, reunidos en gran número en la inmensa llanura de Sinar. Leamos sus propias palabras: "Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra." (Génesis 11:4). Este objeto era parecido a aquellas alianzas y asociaciones de multitudes que, desde entonces y hasta nuestros días, se han formado sobre la tierra. La asociación de Sinar, sea en su principio, o sea en su objeto, podría desafiar a todas las asocia­ciones modernas.
Pero esta asociación terminó en Babel. Jehová escribió sobre ella la palabra: confusión. Confundió, o dividió sus lenguas, y los esparció desde allí sobre la faz de toda la tierra, de buen o de mal grado. En una palabra, vemos que, en aquel caso, lenguas divididas fueron enviadas como expresión del juicio de Dios sobre aquella primera y gran asociación humana. Es un hecho solemne y grave. Una asociación sin Dios, cualquiera que sea su objeto, no es en realidad sino una comunidad en la carne, basada sobre el orgullo, y terminando en una lamentable confusión: "Reuníos, pueblos, y seréis quebrantados" (Isaías 8:9). ¡Ojalá aprendamos los creyentes a separarnos de todas las asociaciones humanas! ¡Ojalá nos adhiriéramos de corazón a la única asociación divina, es decir, a la Iglesia del Dios viviente, cuya cabeza es Cristo resucitado en gloria, cuyo guía es el Espíritu Santo, y cuya carta viva es la Palabra de Dios!
Fue para unir y reunir esta Iglesia bendita que las lenguas divididas (o repartidas) fueron enviadas, en gracia, el día de Pentecostés. Cuando se hubo sentado a la diestra de Dios, en medio de los esplendores de la majestad celestial, el Señor envió al Espíritu Santo, para que Sus discípulos pudieran proclamar con eficacia la buena nueva de la salvación a los que le crucificaron. Y ya que este mensaje de perdón y de paz era destinado a hombres de diversas lenguas, el mensajero celeste descendió, dispuesto a dirigirse a cada uno 'en su propia lengua, en la lengua en que habían nacido'. (Hechos 2:8). El Dios de toda gracia ha manifestado, con toda evidencia y sin equívoco posible, que deseaba hallar entrada en todos los corazones, con la feliz nueva de Su gracia. El hombre, en la llanura de Sinar, no necesitaba de Dios; pero, en el día de Pentecostés, Dios manifestó que no abandonaba al hombre. ¡Bendito sea Su santo nombre! Dios había enviado a Su Hijo, que los hombres acababan de crucificar; y ahora envía al Espíritu Santo para decir a los hombres que, por esta misma sangre que habían derramado, había perdón por el crimen cometido al derramarla. La gracia de Dios ha vencido toda la enemistad del hombre; ha triunfado contra toda la oposición del corazón humano y contra toda la rabia del infierno.
Vemos, pues, que en Génesis 11, las lenguas divididas fueron enviadas en juicio. En Hechos 2, las lenguas divididas (o repartidas) fueron enviadas en gracia. El Dios de toda gracia quería que todos los hombres pudieran oír en su propia lengua, en la lengua de su niñez, el mensaje de la salvación. Independientemente del hecho que esta lengua fuera suave o ruda, refinada o bárbara, el Espíritu Santo quería emplearla como un medio de dar a conocer directamente el precioso mensaje a los corazones de los pecadores. Si, en el Génesis, las lenguas divididas fueron enviadas para dispersar en juicio, aquí fueron dadas de nuevo, para reunir en gracia, no en torno a una torre terrestre, sino a un Cristo Celestial; no para la exaltación del hombre, sino para la gloria de Dios.
Notemos que cuando Dios dio la ley, sobre el monte de Sinaí, habló en una sola y misma lengua, a un solo y mismo pueblo. Pero cuando se trata del Evangelio, el Espíritu Santo mismo desciende del cielo bajo la forma de lenguas divididas, para acompañar en todos los lugares el mensaje de la paz y para darlo a conocer a toda criatura bajo el cielo, en la lengua misma de cada país. ¡Sí!, la salvación de Dios es publicada así en todas las lenguas. "¡Cuán hermosos sobre las montañas son los pies de aquel que trae buenas nuevas!" (Isaías 52:7 – VM). Dios no ha descuidado nada para demostrar Su deseo de salvar y de bendecir; por consiguiente, los que mueren en sus pecados son inexcusables.
***
El Espíritu vino, pues, como un viento fuerte que llenó toda la casa, y como lenguas repartidas, de fuego. El carácter que tomó, visiblemente, el Espíritu Santo, correspondía a la Obra de Dios en redención para todos los hombres. Cuando descendió sobre Cristo, el Espíritu era semejante a una paloma, símbolo de mansedumbre, de tranquilidad apacible y lleno de gracia, que convenía a Aquel, de quien estaba escrito: "No contenderá, ni voceará, Ni nadie oirá en las calles su voz. La caña cascada no quebrará, Y el pábilo que humea no apagará, Hasta que saque a victoria el juicio." (Mateo 12: 19-20). Pero a los discípulos se les dice: "Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas." (Lucas 12:3). Las lenguas repartidas eran, como lo hemos dicho, el símbolo de las diversas lenguas; notemos también que el fuego era el poder penetrante de la Palabra de Dios que juzga los pensamien­tos y las intenciones de los corazones. El fuego es el emblema del juicio. En el Señor, no había nada que juzgar, y Su ministerio no llevaba el carácter de juicio, muy por el contrario; mien­tras que la obra del Espíritu Santo, en medio de un mundo opuesto a Dios, juzgaría todo lo que no era según Dios.
Vemos cómo Pedro, dirigiéndose a la multitud, le da a comprender que era el cumplimiento de lo que había dicho el profeta Joel, cuando anunciaba lo que debía ocurrir en los postreros días (Compárese Hechos 1: 14-15 y 2: 1,17). El Espíritu Santo será derramado de nuevo, cuando Israel sea restablecido en su tierra.
Será entonces la lluvia tardía. Notemos que el versículo de Joel 2:30 viene —en cuanto al orden— antes de los versículos precedentes. Las cosas que menciona suceden antes que llegue el día grande y manifiesto de Jehová: pero las bendiciones son después de este día. Pedro dice, de modo general: "en los postreros días" (Hechos 2:17); habla del juicio como de una cosa venidera, y en efecto, ese era el caso. Pero, el punto importante en su discurso es que presenta a las conciencias de los judíos su terrible responsabilidad y su posición actual, la necesidad del arrepentimiento antes de hablarles del perdón y de la gracia de Dios.
Traducido de la revista "Le Messager Evangélique"

Revista "Vida Cristiana", año 1966, No. 84.-

Doctrina: Cristología. (Parte XXIII)

Muerte, Resurrección y Ascensión.


Resurrección.
La doctrina de la resurrección es fundamental para el cristianismo desde el comienzo de este y los primeros cristianos lo tenían muy presente. Los cuatro evangelios contienen el registro o el testimonio de este hecho y se dan los detalles necesarios. Y cualquiera mala comprensión de ella misma, lleva a desvirtuar la verdad en el cristianismo y provocamos el sufrimiento en nuestros hermanos, y sembramos desesperanza. Por eso Pablo dedica bastante espacio para aclarar este tema a los 1 Corintios 15, porque ya en esa época ya había hombres que pensaban que tal hecho no había existido y otros que había sucedido (v.12).  La resurrección es de tal importancia, que ésta es la base de nuestra fe, porque si no sucedió, nuestra fe seria vana y no podríamos esperar nada, ya que al no existir la resurrección del Mesías como un hecho de que efectivamente sucedió, entonces creer en un Dios “Salvador” que no nos puede resucitar, nos deja en la misma situación de condenación que teníamos. Sin este mensaje, sin esta verdad, el evangelio no tiene ninguna base, simplemente desaparece.
Sin embargo, este hecho fue preponderante en la predicación de los apóstoles y en sus escritos, jugaba un papel de la más amplia importancia. Pedro lo declaró en Hechos 2:24;32; 3:15; 4:10; 5:30; 10:40; 1 Pedro 1:21, 23. Pablo lo enseñó en Hechos 13:30, 34;17:31; 1 Corintios 15; Filipenses 3:21. Willian Evans nos dice al respecto: “La creencia en esta predicación fue la que llevó al establecimiento de la iglesia cristiana. La creencia en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo fue la fe de la primitiva iglesia (hechos 4:33)”[1].
Dijimos al principio de esta sección que la resurrección se le da completa importancia en los cuatro evangelios, y está presente en el libro de los Hechos, con los primeros cristianos; está presente en forma explícita o implícita en las cartas de los apóstoles. Y también es mostrada en forma gráfica en el libro del Apocalipsis porque se muestra a Cristo Resucitado en el cielo realizando tareas y predice su regreso para dar retribución a sus enemigos. Por tanto, todo el nuevo Testamento da testimonio de la Resurrección como un hecho verídico.
I)            Los Hechos.
Después que se reconoció Su muerte por las autoridades romanas, el cuerpo fue entregado a José de Arimatea, quien era un discípulo en secreto. Este dispuso para la sepultura del maestro su propio sepulcro excavado en la roca de un huerto cercano al lugar del suplicio. Nicodemo, quien también era discípulo, trajo el perfume necesario para ungir el cuerpo.
Como era cercana la hora en que comenzaba el sábado, el día de reposo, rápidamente hicieron los preparativos para sepultarlo.  “Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos” (Juan 19:40). Sellaron la entrada con una roca. “Y estaban allí María Magdalena, y la otra María, sentadas delante del sepulcro” (Mateo 27:61).
“Al día siguiente, que es después de la preparación, se reunieron los principales sacerdotes y los fariseos ante Pilato, diciendo: Señor, nos acordamos de que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos de noche, y lo hurten, y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos. Y será el postrer error peor que el primero. Y Pilato les dijo: Ahí tenéis una guardia; id, aseguradlo como sabéis. Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia” (Mateo 27:62-66).
            Pasado el día de reposo, la guardia estaba en su puesto cuando muy de mañana el primer día de la semana (nuestro domingo) un ángel removió la piedra y se sentó sobre ella a esperar. Los guardias se desmayaron de miedo ante el hecho portentoso, ya que además de la presencia de este ser, el hecho de remover la roca hubo un terremoto. Las mujeres que venían a terminar de preparar el cuerpo del maestro y que se preguntaban quien les removería la roca que tapaba la entrada, se encontraron que los guardias estaban “como muertos”, que la roca estaba removida, el cuerpo de su Maestro no estaba. “Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. Entonces ellas se acordaron de sus palabras, y volviendo del sepulcro, dieron nuevas de todas estas cosas a los once, y a todos los demás” (Lucas 24:4-9).
         El Mesías resucitado se manifestó a María Magdalena, a las otras mujeres que se habían juntado en el sepulcro. A los discípulos que desesperanzados se dirigían a Emaús, a Pedro y a los once apóstoles. Pablo nos indica que también se manifestó ante quinientos discípulos, a Jacobo y, años después a Pablo. Todos ellos daban testimonio que lo habían visto resucitado; todos ellos eran testigos del HECHO DE LA RESURRECCIÓN.
(Pasajes a leer: Mateo 27:57-66; 28:1-20; Marcos 15:42-47; 16:1-8; Lucas 23:50-56; 24:1-53; Juan 19:38-42; 20:1-21:25; 1 Corintios 15:3-8).

Sabemos que en el antiguo testamento encontramos referencia o atisbos de lo que iba a suceder. Tanto Pedro como Pablo atestiguaban que lo descrito en el Salmo 16:10 no podía tener cumplimiento en David, porque sus restos aún estaban en el sepulcro; sino que habla del Mesías y que se cumplió en la resurrección de Jesús.
Cabe destacar que la fiesta de las primicias (Levítico 23:10-11) es una clara referencia a la resurrección del Mesías. Sucedía “el día siguiente del día de reposo”, es decir, el primer día de la semana (nuestro domingo), después que se sacrificaba y comía el cordero pascual.
El mismo Señor Jesucristo en diferentes momentos profetizó referente a su resurrección de entre los muertos: Mateo 16:21; 17:23; 20:17-19; 26:12, 28, 31; Marcos 9:30-32; 14:8,24, 27; Lucas 9:22, 44, 45; 18:21-34; 22:20; Juan 2:19-21; 10:17-18; 12:7.
III)         Evidencias de Resurrección
Que la resurrección sucediese, para el creyente no presenta ninguna duda, lo cree y nada más, no le sucede como Tomás que desea pruebas de lo que los apóstoles daban testimonio, que habían visto al Señor vivo. “Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25).  Si embargo, nuestras pretensiones no llegan tan lejos, aunque nuestro deseo es verlo.
         Se han planteado las siguientes pruebas que se desprenden del análisis del testimonio de los distintos textos de la Escritura que están relacionados:
La Tumba abierta y vacía. Las mujeres cuando iban a completar el embalsamiento del Maestro se planteaban con inquietud quien les removería la roca que sellaba la entrada, ya que por sí sola no se podía remover, ya que pesaba varias toneladas y requería la fuerza de varios hombres.  Al llegar se encontraron que esta estaba abierta.
         Ahora, la tumba vacía por sí sola no es una prueba concluyente de la resurrección de Jesús, ya que el cuerpo pudo haber sido sacado por alguien. Cuando Pedro y Juan vieron en el interior, creyeron lo que las mujeres le habían dicho, que el cuerpo ya no estaba. María Magdalena es un ejemplo fiel de la idea que se habían llevado el cuerpo a otro lugar (Juan 20:15).
Sin embargo, se pueden plantear las siguientes preguntas:
a)    ¿Quién movió la roca?
b)   ¿Cómo es posible que un grupo de hombre haya movido la roca que obturaba la entrada y nadie se haya dado cuenta?
c)    ¿Es posible que la guardia puesta con el fin de que no raptaran el cuerpo haya hecho la vista gorda sabiendo las consecuencias de sus actos?

La Guardia Romana. Otro ejemplo que apoya la veracidad de la resurrección es la guardia romana que fue puesta para resguardar el sepulcro del Maestro con el fin de que nadie raptase el cuerpo y anunciase que había resucitado (Mateo 27:62-66). Si bien se divulgó que el cuerpo había sido robado por los apóstoles (Mateo 28:11-15), esto de por sí no era creíble ya que los apóstoles estaban en estado de depresión abrumadora (cf. Lucas 24:17); además la guardia romana que impedía el acceso a la tumba, que cada 6 horas se revelaban para custodiarla, lo cual implicaba que era prácticamente imposible raptar el cuerpo, sin que hubiese alguna escaramuza. La guardia es una garantía que el sepulcro no sería violado, ya que un fallo de ella implicaba la muerte del soldado por incumplimiento de una misión[2].
         La tumba era nueva y cavada en la roca y no tenía entradas laterales por las cuales pudieran sacar el cuerpo. Por lo cual, los sacerdotes tuvieron que recurrir al soborno y al falso testimonio para propagar el robo del cuerpo del Mesías.
         Un hermano plantea las siguientes interrogantes para tener en cuenta:
a)     “¿No es acaso llamativo que los sacerdotes judíos no procesaran a los soldados, si el cuerpo verdaderamente había sido robado?
b)   Si los discípulos hubieran robado el cuerpo, ¿acaso los sacerdotes no les hubieran presionado hasta que ellos admitieran tal hecho?
c)    ¿Por qué ellos ni siquiera hicieron algo? Simplemente porque ellos no creían la historia de que lo habían robado.”

El sudario y los lienzos ordenados. Cuando Pedro entró en el sepulcro “vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte” (Juan 20:6-7). De inmediato surge la siguiente interrogante: ¿Por qué estaban allí, si el cuerpo había sido hurtado? ¿Por qué dejar los lienzos, y dejarlos ordenados?  ¿No indica más bien que había habido un cuerpo y que había salido dejando las prendas sin tocar? Esta misma persona había salido del sepulcro ante que esta fuera abierta.

Las apariciones de Cristo.  En 1 Corintios 15:1-11 Pablo nos da ejemplos de testigos que vieron al Señor resucitado.  Por los evangelios, sabemos que las primeras en verlo fueron mujeres. Y es de seguro que haya visto su madre, María (cf. Hechos 1:15, donde está el grupo de oración).  
Con esta gran cantidad de testigos, era más que suficiente para ser creíble que el testimonio que se daba que Jesús el Mesías había resucitado. Téngase presente que la ley solicitaba dos o tres testigos para confirmar un testimonio y aquí tenemos muchos más que el mínimo que se solicitaba.

Cambio de estado de ánimo de los apóstoles. La resurrección trajo un cambio de estado de ánimo sobre los discípulos, ya que habían visto morir a su Maestro, y que de no mediar esta, se hubiesen disgregado, como tantas veces había sucedió anteriormente con otros líderes (por ejemplo, vea Hechos 5:37).
         Ellos estaban tristes (cf. Lucas 24:21), llenos de miedo y a puertas cerradas (Juan 20:19), por lo cual fue difícil que se convencieran de que el Mesías ya no estaba muerto, que había resucitado conforme a los que les había dicho, de modo que su incredulidad y desesperanza pudo más y no creyeron las palabras que las mujeres les habían comunicado (Lucas 24:22-24). Un fiel reflejo de esto era el estado de ánimo de Tomás al plantear sus condiciones para creer, a pesar de que los otros diez le daban testimonio de que lo habían visto.
         Es importante destacar que los apóstoles no corrieron a  anunciar de inmediato las noticias de la resurrección, como cabría de esperar si esto hubiese sido un fraude. Ellos comenzaron a predicar este hecho cincuenta días después de ocurrido, para que no cupiese ninguna duda, primero en los discípulos y segundo para desvirtuar el rumor que los sacerdotes y los guardias habían divulgado.
Y otro hecho que también queda recalcado en las Escrituras que habla a favor de la resurrección como un hecho verídico, es la sorprendente conversión de Saulo. Este fariseo fanático, convencido sinceramente que servía a Dios (cf. Juan 16:2), se dio cuenta de lo equivocado que estaba cuando el mismo Señor resucitado y glorificado se le apareció y le indicó que estaba en un camino errado, ya que lo estaba persiguiendo a él.

IV)         Teorías falsas acerca de la resurrección
El mundo anticristiano ha ideado una multitud de ideas falsas sobre la resurrección del Señor Jesucristo, que deben ser refutadas y rechazadas.  
         Podemos encontrar que hay personas que enseñan que el cuerpo no fue sepultado, sino que fue botado a la basura. Pero esto no podría ser ya Deuteronomio 21:22, 23 enseña otra cosa, y el judío religioso de la época hubiera seguido lo que Dios manda en su ley.
Otra teoría postula que la tumba no está vacía, sino que sus restos aún están ahí. Sim embargo, este razonamiento no tiene lógica, ya que se hubieran encontrado sus restos. Un hermano escribe al respecto lo siguiente: “si Cristo no hubiese resucitado, el diablo habría descubierto y dado a conocer su cuerpo durante tantos años”.
También hay quienes creen que el cuerpo trasladado por José de Arimatea a otro lugar secreto. Inmediatamente surge las siguientes preguntas: “Si movió el cuerpo, ¿por qué no movió también sus vestiduras? ¿Por qué no hizo rodar la roca de nuevo sobre la entrada para que nadie se diese cuenta que la tumba estaba abierta?”
Otra plantea la idea que las mujeres se equivocaron, que fue solo una mala interpretación de lo que los ángeles habían dicho. También está la idea que Cristo no murió en la cruz, lo descolgaron agonizante y desmayado de ella, y en sepulcro se recuperó de sus heridas (¿y la herida de lanza en su costado?) Entonces, la pregunta que surge inmediatamente: ¿A dónde fue?
También está la teoría de que se equivocaron de sepulcro, que el que encontraron abierto no era en el cual habían depositado los restos del Maestro.
Está la teoría que propone que los Apóstoles mintieron y engañaron a aquellos que le escucharon, diciendo que Jesús había resucitado. Entonces surge la siguiente cuestión: todos los Apóstoles, excepto Juan, murieron martirizados. ¿Por qué?  La respuesta es clara: A causa de su devoción a Cristo y Su resurrección. ¿Habría cada uno de ellos sacrificado sus vidas por una mentira tan grande? La respuesta también es única: ¡Por ningún motivo!
La teoría del autoengaño, procura convencernos que vivieron los apóstoles fue una ilusión; es decir, ellos se convencieron así mismo que había resucitado, pero la realidad era que el mesías seguía muerto. Además, los Apóstoles no podrían haberse engañado a sí mismos por mucho tiempo, teniendo sobre todo más de quinientos que daban testimonio que lo habían visto VIVO.
Muy parecida al anterior enunciado, hay quienes postulan que los apóstoles tuvieron solo una Alucinación, es decir, ellos pensaron que habían visto al Salvador resucitado. Esta alucinación era producto del estado anímico ocasionado por la muerte del Maestro. Estos delirios ¿podrían haber durado tanto tiempo y contagiado a todos los testigos de las obras que hizo el Mesías después de resucitado?
         Otra teoría similar a las dos anteriores presupone que los apóstoles vieron algo que asociaron al Señor resucitado; y que esta visión era un engaño del diablo. ¿No era precisamente lo contrario lo que Diablo quería que creyésemos? ¿Por qué alimentar la idea que el Mesías había resucitado, sabiendo que ello iba a provocar una “explosión” y que el evangelio se predicaría en todo lugar? Si leemos con cuidado los pasajes de la resurrección, vemos que este argumento queda desvirtuado, leemos que Él mismo afirma: “un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo.”
Algunos ofrecen la sugerencia que Cristo tenía un hermano gemelo, y que este apareció al tercer día, para indicar que el Mesías había resucitado. Ante eso la pregunta que hacemos, “¿dónde estuvo escondido este gemelo durante 33 años?”
Otra propuesta que encontramos dice relación que los apóstoles comenzaron a pensar que Él estaba vivo, de modo que se convencieron así mismo de eso y empezaron a enseñar que había resucitado.
Otra habla de mal entendido que hubo en la enseñanza de la resurrección. Se enseñó que había resucitado en “espíritu” y las personas entendieron que había sido físicamente. Por la Escritura entendemos que la palabra “resurrección” nunca se relaciona con un espíritu, sino más bien con el cuerpo, porque el espíritu nunca muere.
Continuará D.M.


[1] Las grandes doctrinas de la Biblia, William Evans, página 93, Editorial Portavoz
[2] La disciplina sobre los soldados romanos era muy severa, y en muchos casos ellos  embargaban su vida, ya que ante un fallo, el castigo era  la muerte.  Por ejemplo, el carcelero de Filipos ante la idea que los presos que custodiaba, iba a suicidarse, ya que ellos era sus responsabilidad, y ahora, como se imaginaba, habían escapado (Hechos 16:25-40).