lunes, 6 de noviembre de 2017

Como me envió el Padre, así también yo os envío

Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío.  (Juan 20:21)



Jamás debiéramos abandonar nuestro aposento sin antes haber divisado el rostro de nuestro amado Maestro, Cristo Jesús, y haber comprendido que Él nos está enviando a cumplir su voluntad, y a terminar el trabajo que nos tiene dispuesto. Aquel que dijo a sus seguidores más cerca nos: Así como mi Padre me envió al mundo, os envió a vosotros," nos dice lo mismo a cada uno de nosotros cuando la aurora nos llama para iniciar un nuevo día. Debiéramos reconocer que Él nos envía en la misma manera en que envía a los ángeles que "ejecuten sus órdenes escuchando la voz de su palabra.” Existe un plan para el trabajo de cada día que Él nos divulgará si miramos hacia Él; una misión que cumplir, un ministerio que desempeñar; una lección que aprender, para que podamos “alcanzar a otros también.

El Contendor por la Fe - Marzo-Abril-1970

La Deidad de Cristo

“En el principio ERA el Verbo, y el Verbo era CON Dios, y el Verbo era DIOS... y Aquel Verbo FUE HECHO CARNE y habitó entre nosotros: ¡Gran­de es el misterio de la piedad, DIOS HA SIDO MANIFES­TADO EN CARNE! Emmanuel — CON NOSOTROS’ Dios”. (Jn. 1:1, 14; Tim. 3:16; Mat. 1:23).
Como tal, el Señor Jesús es presentado en los Evangelios.
CRISTO CONOCE A TODOS. — Natanael recibió con incredulidad la no­ticia de Felipe acerca de su hallazgo del Mesías; pero su argumento: “¿De Nazaret puede haber algo de bueno?”, per­dió toda su fuerza en cuanto se encon­tró con el Señor. Las palabras del Se­ñor Jesús: “He aquí un verdadero Israe­lita, en el cual no hay engaño”, le intri­garon y conmovieron profundamente. Sí, Cristo conocía bien a Natanael y ha­bía llegado la hora de que Natanael co­nociera al Señor. ¿De dónde me cono­ces?, preguntó él, intranquilo, descon­certado y desconfiado. “Antes que Feli­pe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera TE VI”, repuso el Señor. Y en un memento Natanael comprendió que, Quien pudo verlo debajo de la hi­guera y revelar el estado de su corazón, tenía que ser DIOS, y exclamó: “Tú eres el HIJO DE DIOS” (Jn. 1.44-49).

CRISTO CONOCE LOS DICHOS DE TODOS. — El abatido y desmorali­zado Tomás, lleno de temor por lo que para él fue un inesperado giro en los sucesos acaecidos al Señor, estuvo au­sente de la reunión memorable cuando Cristo apareció a los Suyos para confir­mar Su resurrección. Cuando los demás le contaron cuan maravilloso había sido el encuentro, contestó: “Si no viere en Sus manos la señal de los clavos, y me­tiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en Su costado, no creeré”. ¿Fueron oídas estas palabras solamente por sus condiscípulos? Oh, no. Uno más las oyó y tomó nota de lo dicho; y ocho días después visitó a los Suyos y a Tomás le dio la oportunidad de conocerle. Este también, cual Nata­nael, al darse cuenta de que, además de haber resucitado, el Señor conocía lo di­cho por él comprendió Quién era Jesús y prorrumpió en la confesión más cate­górica de un alma iluminada: “¡Señor mío, y DIOS mío!” (Jn. 20:19-28).

CRISTO CONOCE LOS PENSA­MIENTOS DE TODOS. — Estando en Capernaum le trajeron un paralítico pa­ra que lo sanara; pero fueron sorpren­didos al oírle decir: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. ¡Qué bendición pa­ra el enfermo! Pero, los escribas, que no vieron en el Señor más que a “Jesús, el profeta de Nazaret”, pensando en sus corazones, decían: “Blasfemias, dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?” Y conociendo luego Jesús que pensaban así dentro de sí mismos, no tardó en revelarles Su auténtica Per­sonalidad al sorprenderles con la pre­gunta: “¿Por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones?” Y, para que tuvie­sen evidencias irrefutables, por Su pala­bra sanó al enfermo ante todos. Y al ver levantarse al paralítico tomó espanto a todos de que, como DIOS, no sólo pu­diera decir “Tus pecados te son perdo­nados”, pero conociera aún los pensa­mientos de sus corazones y, asombrados, dijeron: “Hemos visto maravillas hoy” (Mar. 2:1-12; Luc. 5:26).

CRISTO MOSTRO LA GLORIA DE SU DEIDAD a tres de Sus discípu­los privilegiados. Un día, “El manso y humilde de corazón”, “el despreciado y desechado entre los hombres”, los llevó al monte alto. Mientras ORABA, “la apariencia de Su rostro se hizo otra”, y Sus vestidos se volvieron blancos y res­plandecientes como la luz; y, “he aquí una nube de luz los cubrió” y una voz de la nube dijo: “Este es MI HIJO ama­do, en el cual tomó contentamiento: a El oíd” (Luc. 9:29; Mat. 17-1-6). Y ellos, viendo “la majestad y gloria” revelada en El, y oída la voz, cayeron sobre sus rostros ante Quien es DIOS.
P. B
Sendas de Luz, 1976

El Cordero de Dios

"Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios”. Juan 1:36.
Estas palabras fueron pronunciadas por Juan el Bautista. Ninguna otra persona viviente en aquel momento conocía mejor que él la honda significación que tienen. El padre y la madre de él se contaron entre los estudiosos más destaca­dos de las Escrituras de su tiempo. “Y eran ambos justos delante de Dios, andando sin reprensión en todos los man­damientos y estatutos del Señor” (Lucas 1:6).
Juan el Bautista era sacerdote, y había que serlo para comprender cabalmente el significado de la frase “el Cordero de Dios”. Además, es probable que Juan el Bautista fuera la persona más preparada del mundo de aquel entonces. Desde la niñez conoció las Escrituras, tal como se las enseñaron el padre y la madre. Es indudable que dominó bien el libro de Levítico y las leyes de las ofrendas. Además, se nos dice que estaba “lleno del Espíritu Santo, aun desde el seno de su madre” (Lucas 1:15), y que fue enseñado por Dios en el desierto “hasta el día que se mostró a Israel” (Lucas 1:80). Decir que Jesús es “el Cordero de Dios”, es afirmar que Jesús cumplió todas las enseñanzas relacionadas con el Cordero, como figura y profecía que se encuentran en la Biblia. El tema de nuestro sermón es, pues, “Jesús, el Cordero de Dios”.

El Cordero PREDESTINADO
Mucho tiempo antes que el Señor Jesucristo se encarnara y viviera en este mundo, estuvo designado como el Cor­dero de Dios. Fue predestinado a ser el Cordero de Dios antes de la creación de los cielos y de la tierra. Desde la eternidad la redención del ser humano estuvo en el corazón de Dios. Dios decidió lo concerniente a la redención del hombre antes de crearlo. Mi amigo lector: Dios colocó los fundamentos de tu nacimiento espiritual antes que nacie­ras. Esta es la enseñanza de la Biblia, porque el apóstol Pe­dro escribe, “Habéis sido rescatados... con la sangre pre­ciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin con­taminación, ya ordenado de antes de la fundación del mun­do” (la Pedro 1:18-20).
Que el Señor Jesús fuera el Cordero de Dios no es un pensamiento que se le ocurrió después a Dios: Él es el Cor­dero Predestinado. Tal es lo que escribe el apóstol Pablo a los creyentes en Cristo Jesús: “...según nos escogió en él antes de la fundación del mundo... habiéndonos predesti­nado para ser adoptados hijos por Jesucristo, a sí mismo” (Efesios 1:4, 5).
Reconocemos que esta es una afirmación de tremendo sig­nificado, pero es la verdad bíblica de que el Señor Jesu­cristo es el Cordero de Dios desde toda eternidad; que Dios previo la necesidad de la expiación; que Dios planeó todo el plan de la redención humana antes de que creara el hombre sobre la tierra. Y, mi estimado lector, ¡todo esto lo planeó para ti!

Jesús es el Cordero DEL PARAISO
A Jesús se lo llama “el Cordero, el cual fue muerto desde el principio del mundo” (Apoc. 13:8). Esta afirmación con­templa una escena que tuvo lugar en el paraíso. Después que Adam y Eva hubieron pecado en el jardín del Edén, el Señor Dios se acercó para conversar con ellos. Yo creo que la persona que descubrió era nada menos que Jehová-Jesús.
El pecado de Adam y Eva laceró e hirió el corazón de Dios, y fue entonces que el Señor se constituyó en “el Cordero muerto desde el principio del mundo”.
Lo que aconteció después no es nada más que la expre­sión externa de lo que ya había tenido lugar en el corazón de Dios. El Señor dijo a Adam y Eva que la Simiente de la mujer sería herida por la serpiente, palabras que constituyen la primera promesa del Evangelio, y que indica la futura crucifixión de Cristo en el Calvario. Es muy posible que en ese momento el Señor tomara dos corderos, uno para cada uno de los transgresores, los matara e hiciera “tú­nicas de pieles, y vistióles” (Génesis 3:21).
“De modo que lo primero que murió fue un sacrificio que tipificaba a Cristo, de quien se dice que es el Cordero muerto desde la fundación del mundo” (Mateo Henry).
Es indudable que Adam y Eva fueron informados del mo­do cómo debían acercarse a Dios. Abel trajo a Dios “las primicias de su ganado” porque su padre le había enseña­do así, y porque desde entonces expresó su fe en "el Cor­dero muerto desde el principio del mundo”. En el jardín del Edén quedaron establecidas las bases del modo cómo Dios trataría a la raza de pecadores. Desde entonces todos los sacrificios miraron hacia atrás, indicando al que Jehová- Jesús ofreciera en el jardín del Edén al constituirse en “el Cordero muerto desde el principio del mundo”, y miraron hacia adelante indicando el sacrificio que Cristo haría en la cruz del Calvario. Esto fue lo que Abel creyó y por lo cual Dios lo aceptó.
Lector: Tú también puedes y debes creerlo si es que quie­res que Dios te acepte, y sin dudas de ninguna clase decla­ramos que Jesús es el Cordero del Paraíso, “el Cordero que fue muerto desde la fundación del mundo”.

Jesús es EL CORDERO DE LA PROMESA
“Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: “He aquí el Cordero de Dios”. Esta declaración está vinculada con una de las escenas más notables de la historia de la reden­ción. Abraham e Isaac su hijo, subían por la ladera del Monte Moria. Isaac llevaba la carga de la leña sobre los hombros, y Abraham llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos iban a adorar (Génesis 22:5). De pronto Isaac se da cuenta de que algo falta y pregunta al padre: “¿Dónde está el cor­dero para el holocausto?’’, a lo que Abraham le contesta, Dios mismo proveerá el (en hebreo) cordero para el holo­causto (Génesis 22:8).
La respuesta de Abraham comprende una de las verdades más profundas del plan de la redención. Literalmente debe ser leída así: “Dios se proveerá El mismo el cordero para el holocausto”. El cordero a proveerse tenía que satisfacer a Dios mismo; tenía que ser aceptable a Dios; tenía que ser aprobado por Dios. Dios tenía que resolver un problema relacionado con el plan de salvación de la raza de pecado­res, porque no solo planeó ser “el justificador” de los cre­yentes en Jesús sino que también planeó ser “justo” al des­arrollar el plan de salvación. Solamente podía El mismo ser justificador y justo a la vez en Jesús como el Cordero de Dios. Por eso en Génesis 22:8 se dice que “Dios mismo se proveerá el cordero para el holocausto”. Había algo en Dios que tenía que ser satisfecho, y solamente el Señor Jesús po­día hacerlo y lo satisfizo. ¡Demos gloria a Dios por ello!
Pero hay algo más en la lectura del pasaje de Génesis 22 que tiene un gran significado en el plan de la redención. Expresado con claridad es como sigue: "Dios se proveerá Él mismo el cordero para el holocausto”. Si alguien lee mal el versículo constatará lo que quiero decir: “Dios mismo proveerá el cordero para el holocausto”. Naturalmente esto no es lo que dice el texto, pero si alguien lo lee mal le quita toda la fuerza y significado que tiene en las Escrituras, porque en realidad Dios mismo proveyó el Cordero que fue ofrecido en la expiación. Las Sagradas Escrituras dicen que “Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a si” (2 Corintios 5:19), y de ese modo Dios se proveyó a sí mismo el cordero para el holocausto.

Fue en esta escena sobre el Monte Moria que Abraham vio a Jesús como el Cordero de la Promesa después de pro­nunciar las palabras “Dios se proveerá El mismo el Cordero para el holocausto” y después que el cordero hubo sido provisto. Abraham dio a ese lugar el nombre de “Jehová-jíreh” (Génesis 22:14), y cuando Moisés escribió la histo­ria todavía decían, “El será visto en el monte del Señor”. Tipificó a Jesús crucificado como el Cordero de Dios sobre el monte Calvario, y a esta escena es a la que se refiere nuestro Señor cuando dijo, “Abraham se gozó por ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Juan 8:56). Tal promesa fue lo que sustentó la esperanza de todos los creyentes anteriores a la encarnación de Cristo.

AUTODISCIPLINA DEL CREYENTE

Al considerar la necesidad de la disciplina por parte de la iglesia, con respecto a alguno de sus miem­bros, las Escrituras nos la presentan bajo dos aspectos: el uno general o del conjunto, el otro personal o del individuo. En el aspecto general, en­tran en consideración los intereses de la Iglesia; en el aspecto personal, entran en consideración los intereses particulares de la persona disciplina­da.
EL ASPECTO GENERAL — Las Escrituras enseñan que la disciplina es necesaria en resguardo de la sa­lud espiritual y moral de la Iglesia. En  1ª Corintios 5:6 se lee: "¿No sabéis que un poco de levadura leuda todo la masa?" "Masa" en este texto es usada como metáfora de la Iglesia en su estructura moral: lo justifica la semejanza del efecto de la leva­dura introducida en la masa. Esto es similar al efecto producido por prác­ticas corruptoras toleradas en el se­no de la Iglesia.
"Limpiad" o expurgad del versícu­lo 7, hace alusión al acto de disci­plina que debe efectuarse contra el ofensor en la Iglesia. (En Gálatas 5:9 el mismo simbolismo es usado al referirse a la doctrina corruptora en la Iglesia).
El bienestar a la salud moral de la Iglesia hace necesaria que sea hecha la disciplina al corrupto, a fin de proteger el resto de los miembros de su perniciosa influencia.

LA UNIDAD Y ARMONIA DE LA IGLESIA
Según Romanos 16:17, 18 es tam­bién necesaria la disciplina, a fin de amparar la unidad y armonía inter­nas de la Iglesia contra quienes po­drían ser causa de cisma o división en ella.
Una tercera razón para la necesi­dad de la disciplina dentro de este aspecto general, lo encontramos en 2ª Tesalonicenses 3:6-12, con el fin en res­guardar la Iglesia de la conducta desordenada de algunos de sus miem­bros.
a)  El ocio es conducta desordena­da (v. 11) que engendra males en la Iglesia.
b)  El curiosear del (v. 11) describe la ocupación de interesarse por asun­tos ajenos (el entremetido) para lue­go andar chismeando, con los con­siguientes resultados dañinos a las personas afectadas y a la congrega­ción en general.
Dios dice de la lengua: "He aquí, un pequeño fuego ¡cuán grande bos­que enciende! Y la lengua es un fue­go, un mundo de maldad" (Santiago 3:5, 6).
La disciplina es el instrumento or­denado por el Señor para anular to­do intento a cuanto hiciere peligrar los sagrados intereses de la Iglesia.

2.   LAS RELACIONES ARMONIOSAS ENTRE LOS HERMANOS
EL ASPECTO PERSONAL. Dos Escrituras reclaman nuestra atención.
La primera, Mateos 18:15-18. Esta Escritura manifiesta una circunstan­cia especial y muy personal que hace necesaria la disciplina por parte de la Iglesia. Esa circunstancia es la obstinación por parte del ofensor.
El Señor dice: "Si no te oyere" del v. 16, y "si no oyere a ellos" del v. I 7, señala la obstinada impenitencia. Mientras "si oyere" del v. 15 señala la circunstancia que permiti­ría concluir con el asunto sin la in­tervención de la Iglesia.
Es evidente, en este caso, que, a más del pecado cometido, son los intereses espirituales de la persona en cuestión los que reclaman la disciplina.
El propósito de esa disciplina se­ría, primeramente, obtener el reco­nocimiento del pecado y su consi­guiente arrepentimiento.
La segunda, 2ª Tesalonicenses 3:14. Incluire­mos en este aspecto personal la ne­cesidad de la disciplina, "para que se avergüence".
La necesidad, en este caso.es mo­vida por la desobediencia a las Es­crituras en lo que respecta al orden correcto impuesto por ella en la vi­da cristiana.
Se hace necesario entonces impri­mir sentido de vergüenza en la con­ciencia del ofensor.
La disciplina propenderá a ese fin con el objeto de corregir la con­ducta y amparar el testimonio tanto personal como colectivo de la Igle­sia.
Resta decir, que si las Escrituras señalan así las causas que hacen ne­cesaria la disciplina en la Iglesia, de­jan ver muy claramente el compor­tamiento justo y racional, que de nuestra parte evitaría esa medida.
Sana Doctrina, 1976

La enfermedad en la Biblia (Parte V)

La enfermedad puede ser causada por el mal comportamiento o el pecado en general

Leemos de casos sin referencia que la enfermedad venga directamente de Dios ni de Satanás.
●  Oseas 7:5, un rey: En el día de nuestro rey los príncipes lo hicieron enfermar con copas de vino.
Juan 5.14, el paralítico de Betesda: Por el versículo que aparece a continuación acerca del paralítico de Betesda, parece que su parálisis se produjo a raíz de algún tipo de mal comportamiento en su pasado. 
●  Después le halló Jesús en el templo, y le dijo: Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor.
Hay enfermedades en personas inconversas que son una consecuencia general del pecado, y no son atribuibles a maldad en ellos mismos, o a maldad en sus padres. No se menciona intervención Satánica tampoco. A veces una enfermedad motiva a algunos a buscar a Dios.
●  Juan 9:1-3 habla del ciego de nacimiento.  Al pasar Jesús vio a un ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? No es que pecó, éste ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.

● Lucas 8:43 es parte de la historia de la mujer que tocó el borde del manto del Señor. Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y había gastado en médicos todo cuanto tenía… se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto.

Hay enfermedades que son directamente atribuibles a Satanás

Leemos en Lucas capítulo 13 acerca de la mujer encorvada. Obsérvese que trata de una persona inconversa y poseída de demonios. Enseñaba Jesús en una sinagoga en el día de reposo;  y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad.  Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios. Pero el principal de la sinagoga, enojado de que Jesús hubiese sanado en el día de reposo, dijo a la gente: Seis días hay en que se debe trabajar; en éstos, pues, venid y sed sanados, y no en día de reposo. Entonces el Señor le respondió y dijo: Hipócrita, cada uno de vosotros ¿no desata en el día de reposo su buey o su asno del pesebre y lo lleva a beber? Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo? Al decir él estas cosas, se avergonzaban todos sus adversarios; pero todo el pueblo se regocijaba por todas las cosas gloriosas hechas por él.

"NO ME TOQUES, PORQUE AÚN NO HE SUBIDO A MI PADRE" (Juan 20:17)

Pregunta:
¿Cómo podemos explicar lo que dice el Señor a María Magdalena en Juan 20:17: "No me toques, porque aún no he subido a mi Padre"?

Respuesta:
Contestaremos a esta pregunta transcribiendo dos extractos sacados de los tomos "Estudios sobre el Evangelio de Juan" escritos por dos respetados siervos del Señor en el siglo pasado[1]:
I.- María Magdalena se caracterizaba por el conocimiento, pero sí su amor, su afecto por el Señor, la capacitaba para comunicar lo que Él tenía en Su corazón, para ser Su mensajera. En cuanto a su posición, ella representa el remanente judío apegado a la Persona del Señor, pero ignorante de los gloriosos consejos de Dios. Ella pensaba haber encontrado de nuevo a Jesús resucitado, por cierto, pero vuelto otra vez a este mundo para ocupar el lugar de honor que le correspondía, y satisfacer las aspiraciones y los afectos de aquellos que habían dejado todo por Él en Sus días de humillación, desconocido del mundo y rechazado por Su pueblo. Pero ya no era posible que se presentase bajo esta forma; en los consejos de Dios había para Él una gloria mucho más excelente, y bendiciones mucho más preciosas para nosotros... "No me toques" le dice el Señor, "porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." Ella no podía tener al Señor, aun resucitado, de regreso como Mesías sobre la tierra. Él debía primeramente subir a Su Padre y recibir el reino, para volver otra vez. Pero había más aún: Él había cumplido una obra que le colocaba, como hombre, y como Hijo que era desde siempre, cerca del Padre en la gloria, siendo hombre en esta relación bendita; además, esta obra de redención colocaba a los Suyos en la misma gloria y en las mismas relaciones que Él. Esta obra era el fundamento de todo: en ella Dios mismo, y el Padre, habían sido plenamente glorificados, y se habían dado a conocer según todas Sus perfecciones. (Compárese con Juan 13: 31-32 y 17: 4-5) Conforme a esas perfecciones los discípulos están introducidos en la posición y en la relación de Jesús mismo con Dios: era el fruto necesario de la Obra de Cristo: sin él, no hubiera visto el trabajo de Su alma (Isaías 53).
...Vemos pues, que el Señor no permite que María le toque y le adore como si hubiese estado presente corporalmente en Su reino terrenal, porque aún no había subido a Su Padre, lo cual era necesario para que pudiera manifestar la plenitud de Su gloria, y dar a conocer que este reino era verdaderamente el del Padre, y tenía su raíz y su fuente en la más elevada gloria.
J. N. Darby

II.-El amor que María Magdalena le tenía al Señor era tal vez un amor ignorante, pero ella Le amaba. Aparecen, por cierto, en ella, pensamientos humanos, pero Él era el único objeto de su corazón, y, en Su gracia, le hará encontrar el fruto de su amor. Ella había aprendido a conocer a Jesús "en la carne", y en este aspecto había sido la más fiel. Ahora el Señor quiere encaminarla a un conocimiento más amplio y sublime; quiere llevarla hacia regiones más elevadas que aquellas en las cuales se limitaban sus pensamientos, quiere conducirla "al monte de la mirra y al collado del incienso" (Cantares 4:6).
—Para hacerlo gradualmente y con tacto, suavemente, Jesús empieza por corresponder al objeto humano de María: Su voz amada y bien conocida de ella la llama una vez más por su nombre: ¡María! ¡Sí! ésta era la nota que contestaba a todo lo que había en su corazón, la única que podía encontrar eco en el alma de María. Si Jesús le hubiese aparecido en Su gloria celestial, hubiera sido un extraño para ella, porque hasta entonces Le conocía solamente como a Jesús.
Con todo, esta es la última vez que María puede conocerle "en la carne", porque ha resucitado de los muertos, y va a subir a Su Padre en el cielo. La tierra ya no puede ser el lugar de Su comunión con los Suyos. "No me toques" dice el Señor, "porque aún no he subido a mi Padre". (Observemos que es la misma experiencia que hacen los discípulos en el capítulo 16 de este evangelio: aprender que deberán perder a Cristo en la carne, y tener comunión con Él en la bendita esfera en que ha entrado).
Es hermoso notar que todo esto concuerda perfectamente con el carácter del Evangelio de Juan. En Mateo, vemos que, saliendo del sepulcro las mujeres, encontraron al Señor, y Él les dejó abrazar Sus pies y adorarle, mientras que aquí, dice a María: "No me toques". Es que el evangelio de Juan nos muestra al Señor en medio de la familia celestial, y no en Su reino de Israel y en Su gloria terrenal. Es verdad que la resurrección le garantiza esta gloria y este reino, pero ella es también la condición de vida para los lugares celestiales, y éste es el tema del evangelio de Juan.
María es, pues, la primera en ser enseñada acerca de los gloriosos y más amplios modos de obrar o consejos de la gracia del Señor, y viene a ser para Sus hermanos la feliz mensajera de las buenas nuevas del país lejano. Entretanto, el mismo Señor se dispone a ir hacia ellos, con una bendición que excede todo lo que habían conocido hasta ahora. Las nuevas traídas por María parecen haberlos preparado. No manifiestan espanto ni incredulidad; están reunidos, como la familia de Dios, y el Hermano primogénito entra, cargado del fruto de Su santa labor por ellos. ¡Qué reunión más bendita, en la presencia del Señor! Fue una visita del Primogénito a la familia del Padre celestial, en una esfera que se hallaba más allá de la muerte y fuera del mundo. Y tal es, hermanos, el lugar de la reunión prometida con el Señor.
J. G. Bellett
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1963, No. 66.-




[1] Se refiere el autor al siglo XIX.

Escenas del Antiguo Testamento (Parte XIV)

La mujer de Lot

Llegaron a la puerta de Sodoma en la tarde de cierto día dos ángeles de Dios. Hallaron a Lot sentado a la puerta, quien les ofreció su casa, mas ellos rehusaron, diciendo: “No, que en la plaza nos quedaremos esta noche”. Al fin él pudo persuadirlos venir a su casa, donde comieron.
Al oscurecer empezaron los habitantes de Sodoma a practicar sus abominables vicios. “Los hombres amaron más las tinieblas que la luz”, dijo el Señor Jesús, y está probada en toda la historia del hombre desde su caída. Les parece que el ojo divino no podrá penetrar la oscuridad, pero “Dios traerá toda obra a juicio, el cual se hará sobre toda cosa oculta, buena o mala”. Sólo los que alcanzan a tener su divino perdón (no el perdón de un cura), escaparán a su juicio.
Había llegado la hora para los ángeles advertir a Lot y a su familia que esa ciudad en que vivían había sido maldita por Dios, y dijeron: “Vamos a destruir este lugar, por cuanto el clamor de ellos ha subido de punto delante de Jehová; por tanto Jehová nos ha enviado para destruirlo”.
Al oír tan espantosas noticias, Lot salió para persuadir a sus yernos, jóvenes de Sodoma y comprometidos a casarse con sus hijas, pero les pareció como que se burlaba. No le hicieron caso. Lot no tuvo influencia alguna ni en los que mejor le conocían en la ciudad. Le decían seguramente: “¿No has venido por tu propio escogimiento a vivir entre nosotros, y ahora dices que somos muy pecadores y que Dios va a destruir esta ciudad? Parece que te quieres burlar de nosotros. Tú quieres que vayamos corriendo de la ciudad, y cuando estemos fuera te vas a reír de nosotros. No, no, no somos tan tontos”.
Al rayar el día los ángeles daban prisa a Lot. Parece que en medio de todo el peligro él se había acostado a dormir, y aun después de levantarse se detenía tanto que al fin los ángeles asieron de su mano, de la de su mujer y de sus dos hijas. Les sacaron fuera de la ciudad. Entonces les dijeron: “Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas”.
Una vez que habían salido él y su familia de Sodoma, Dios dejó caer azufre y fuego desde los cielos. Él destruyó Sodoma y las otras ciudades de aquella llanura, con todos los moradores que había en ellas.
¿Pero qué de la mujer de Lot? Codiciando aún los placeres de Sodoma, miró atrás y Dios la hizo volver una estatua de sal. Tan cerca estaba de la salvación y siempre la perdió. Así hay muchos hoy día que han recibido aviso de su peligro y de la salvación que hay sólo en Cristo, pero, demorando y mirando atrás, siempre mueren en sus pecados y van al infierno.

¿Cómo va a suceder contigo, amado lector? El Señor Jesús dijo a los que le oían: “Acordaos de la mujer de Lot”. Desde aquel día, ¿cuántos más que han tenido oportunidades excelentes y las han despreciado, se han perdido? Han quedado como estatuas de sal al lado del camino de la vida humana para advertir a los demás.
Gracias a Dios, hay donde escapar de la perdición que merecen nuestros pecados. Por amor de nosotros ha venido el eterno Hijo de Dios a morir en una cruz por nuestros pecados. Él ha sufrido la ira de Dios en vez de nosotros, para que nosotros fuésemos del todo libres de la condenación. Al acudir a él para salvación, Él viene a ser el refugio de nuestras almas. Escapa por tu vida; acude a Cristo, y estarás seguro de la ira venidera.