domingo, 12 de junio de 2011

Pensamientos

En la medida que crece la prosperidad material de los hijos de Dios, la fe, la esperanza y el amor tienden a debilitarse. La fe, porque tiene menos ocasiones de ejercitarse cuando el mañana parece muy seguro. La esperanza, porque al estar bien en la tierra, uno desea menos el regreso del Señor. El amor, porque la abundancia puede llevar al egoísmo; generalmente cuesta más ponerse en el lugar de los necesitados cuando uno mismo no carece de nada.
Anónimo.

            Cuando estamos con Dios, no tenemos miedo. Si nuestro estado espiritual es malo, tenemos miedo, porque nuestra conciencia no está tranquila. Si marchamos con el Señor, nuestra conciencia está tranquila y, estando en armonía con Dios, su bendición queda asegurada. Cuando somos rebeldes, demos por seguro que Dios no nos bendecirá. Tengamos la seguridad de que Dios pondrá en orden todas las situaciones, en su tiempo y a su manera. Bienaventurado aquel que se dirige a él para pedirle que ordene sus caminos, porque Dios tiene siempre la última palabra, aunque no estemos de acuerdo con él. No ganamos nada en luchar contra Dios; el que tiene la osadía de hacerlo, ya sea que se trate de un inconverso o de un creyente, sufrirá una gran pérdida.
Anónimo

CINCO PALABRAS

(1 Corintios 14:19)
               

A menudo nos maravillamos del modo en que las palabras de la Escritura actúan sobre el corazón: son como verdaderos “aguijones” (Eclesiastés 12:11). A veces una frase corta o, quizá, sólo unas palabras, se adueñan del corazón, penetran la conciencia, y ocupan la mente de una manera tal que se hace incontestable la divinidad del libro que las contiene. ¡Qué poder convincente, qué plenitud de inteligencia, qué fuerza de aplicación, qué revelación de lo que son nuestros corazones y nuestra naturaleza, se describe a lo largo de las páginas de las Escrituras! Detenerse a estudiar eso es algo que siempre resulta precioso, pero más aún en un tiempo como el presente en el cual el enemigo de Dios y del hombre intenta por diversos medios poner en duda la inspiración del divino Libro.
Las reflexiones que se acaban de hacer, surgieron a menudo a raíz de las palabras que constituyen el título de este artículo. “Prefiero” —nos dice el apóstol Pablo, lleno de abnegación y dedicación--, “hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida”. ¡Qué importante es que todos aquellos que hablan recuerden esto! Sabemos que las lenguas tenían su importancia; debían servir de señal a los incrédulos: pero en la iglesia eran inútiles, a menos que hubiese un intérprete.
El propósito de hablar en la iglesia debe ser siempre la edificación, y sabemos que este objetivo sólo puede ser alcanzado en la medida en que las personas presentes comprendan lo que se dice. Es absolutamente imposible que yo sea edificado si no comprendo lo que se dice. Es necesario que se hable en un lenguaje inteligible, de manera de ser comprendido, pues de lo contrario no puedo recibir edificación. Esto es muy simple, sin duda, y merece la seria atención de todos aquellos que hablan en público. Pero, además, se-ría bueno que recordáramos que lo único que puede autorizarnos a levantarnos para hablar en la iglesia, es la certidumbre de haber recibido del Señor mismo algo que decir. Si no son más que “cinco palabras”, digámoslas y cuidémonos de no añadir ni una más. No hay mejor prueba de la falta de inteligencia que cuando un hombre quiere pronunciar “diez mil palabras” cuando Dios sólo le ha dado “cinco”. Y ello, sin embargo, ¡ocurre, lamentablemente, con demasiada frecuencia! ¡Qué gracia sería si tan sólo supiéramos atenernos a la medida que nos ha sido determinada! Esa medida puede ser pequeña, pero ¡qué importa!; seamos simples, fervientes y veraces. Un corazón humilde y piadoso es preferible a una mente culta o a un intelecto brillante, y Dios aprecia más el fervor de espíritu que un lenguaje rebuscado. Allí donde hay un simple y ardiente deseo de producir verdaderamente el bien de las almas, se hallará también la aprobación de Dios y abundarán mucho más los frutos benditos que donde no hay más que dones brillantes. Sin duda deberíamos procurar “los dones mejores”, pero recordando el “camino aun más excelente”, el del amor, que “no busca lo suyo”, sino siempre el interés de los demás (1 Corintios 12:31; 13:5). No es que quitemos mérito a los dones, sino que valoramos más el amor.
Finalmente, la enseñanza y la predicación serían mucho más provechosas con sólo observar este simple precepto: «No busque algo que decir porque tiene que decir algo, sino hable porque tiene algo que decir». Cuando alguien trata de reunir suficiente material para hablar durante un cierto espacio de tiempo, no es sino la prueba de una gran pobreza espiritual. Tales cosas no deberían suceder jamás. Que el maestro o el predicador se consagre cuidadosamente a su servicio, cultive el don que ha recibido, y espere en Dios para ser dirigido, fortalecido y bendecido; que viva en un espíritu de oración y respire la atmósfera de las Escrituras; y entonces estará así siempre preparado, cuando el Maestro quiera emplearlo; y las palabras que pronunciará, ya sean cinco o diez mil, glorificarán seguramente a Cristo y serán de bendición para quienes las oigan. Pero está perfectamente claro que en ningún caso se debería abrir la boca en la iglesia, sin tener la conciencia de que Dios le ha dado a uno algo que decir y sin tener el deseo de decirlo para edificación.
Écho du témoignage

SATANÁS QUE CAÍA DEL CIELO COMO UN RAYO

Cuando los setenta discípulos enviados por el Señor regresan a Él con gozo porque hasta los demonios se les sujetaban en su nombre, les responde: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lucas 10:18). ¿Qué significan estas palabras tan extrañas?
El envío de los setenta era un último llamamiento al pueblo judío antes de la cruz. El Señor se veía ya rechazado, pero enviaba una vez más a esa nación, por medio de los setenta, el mensaje de gracia y paz. Al mismo tiempo, tuvo que reprender la incredulidad de las ciudades en las cuales había hecho muchos de sus milagros. El juicio estaba a la puerta.
Cuando los setenta regresaron al Señor, gozosos porque los demonios mis-mos les obedecían, el Señor tenía en mente un acontecimiento futuro. En aquella época había, y hay hoy en día, potestades enemigas en el cielo (véase Efesios 6:10-13). Cuando decimos “cielo” no pensamos, en este caso, en la casa del Padre o en la luz inaccesible en la cual Dios habita (1 Timoteo 6:16), sino en Satanás que tiene acceso al cielo (véase Job 1:6-12), y allí es el “acusador de nuestros her-manos” (Apocalipsis 12:10).
Sin embargo, esta situación anormal no subsistirá siempre. El Señor Jesús establecerá su reinado de paz aquí abajo, y uno de los acontecimientos preliminares será que, tres años y medio antes, el diablo será expulsado del cielo y arrojado a la tierra (Apocalipsis 12:7-12).
Durante el tiempo, limitado, que se le concederá, engañará a los hombres de la tierra mediante el despliegue de todo su poder. “Con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” los levantará contra el Señor del cielo. Pero, entonces, Cristo aparecerá en gloria. Pondrá de lado el poder de Satanás y establecerá su reinado. El diablo será arrojado al abismo (aún no al “lago de fuego”) y allí será atado por mil años (Apocalipsis 20:1-3). Después del reinado milenario será “suelto de su prisión” por un breve período y, finalmente, “lanzado en el lago de fuego y azufre” por la eternidad (v. 7, 10).
Cuando el Señor Jesús dice que ve “a Satanás caer del cielo como un rayo”, ve por anticipado ese triunfo final sobre Satanás y sus ángeles. Como acabamos de señalar, la victoria completa sobre Satanás se lleva a cabo en varias etapas. La primera etapa, fundamental, ya se realizó en la cruz. Allí, el Señor Jesús destruyó “por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hebreos 2:14). Lo que vivieron los setenta discípulos era un anticipo de lo que sucederá al comienzo del reino milenario. Satanás será, un día, expulsado del cielo para siempre. El hecho de que los demonios obedecían a la palabra de los discípulos, constituía la señal precursora.
Creced 2008, N’1

Oh Señor, Vuélvenos a ti

Es más que probable que en toda la historia de los Estados Unidos nunca haya habido en ningún momento tanta actividad religiosa como la que existe en la actualidad. Y también es muy probable que nunca existiera menos espiritualidad. Por la razón que sea, el activismo religioso y la piedad son cosas que no siempre van juntas. Para descubrir esto, sólo es necesario observar la actual escena religiosa.
No hay, desde luego, ausencia de esfuerzos por ganar almas, pero muchos de nuestros ganadores de almas dan la impresión de que son poco más que vendedores de una marca de cristiandad que sencillamente no conduce a la santidad.
Si esto te choca como poco caritativo, haz esta pequeña prueba; arrodíllate y lee con reverencia el Sermón del Monte. Deja que se apodere de tu corazón. Atrapa su «sentir» espiritual. Intenta concebir qué clase de persona sería la que viviera sus enseñanzas. Luego compara tu concepción con el producto de la moderna cadena de producción religiosa. Encontrarás todo un mundo de diferencia tanto en conducta como en espíritu.
Si el Sermón del Monte es una buena descripción de la clase de persona que debiera ser un cristiano, entonces ¿a qué conclusión debemos llegar acerca de las multitudes que han «aceptado» a Cristo y que sin embargo no exhiben un rasgo moral o espiritual como los descritos por nuestro Señor?
Ahora bien, la experiencia nos ha preparado para la réplica que seguramente oiremos de amigos de tierno corazón. « ¿Quiénes somos nosotros para juzgar? Tenemos que dejar a estos profesos cristianos al Señor y cuidarnos de nuestra propia casa. Y, además, debiéramos sentirnos agradecidos por todo el bien que se está haciendo, y no estropearlo buscando faltas.»
Todo esto suena muy bien, pero es una expresión de un laissez faire religioso que se echaría descuidadamente a un lado y que dejaría que toda la iglesia de Cristo degenerara moral y espiritualmente sin osar levantar una mano para ayudar o dar una voz para advertir. Y no lo hicieron así los profetas. No lo hicieron así ni Cristo, ni sus apóstoles, ni los reformadores; y no lo hará nadie que haya visto abierto el cielo y haya visto visiones de Dios.
Elías hubiera podido mantenerse callado y se hubiera ahorrado muchos pro-blemas. Juan el Bautista hubiera podido quedarse callado y salvar su cabeza; y cada mártir hubiera podido haber recurrido al laissez faire y muerto cómodamente en su cama cargado de días. Pero con ello habrían desobedecido a Dios y se habrían expuesto a un severo juicio en el día de Cristo.
La ausencia de devoción espiritual en la actualidad es un signo ominoso y un portento. La moderna iglesia sólo tiene menosprecio hacia las virtudes sobrias: la mansedumbre, la modestia, la humildad, la apacibilidad, la obediencia, el desprendimiento, la paciencia. Para ser aceptada en la actualidad, la religión tiene que estar en la corriente popular. Y por ello mucha de la actividad religiosa rebosa de soberbia, de exhibicionismo, de autoafirmación, de pro-moción del ego, de amor de ganancia y de entrega a los placeres triviales.
Nos corresponde tomarnos todo esto en serio. Se está agotando el tiempo fijado para cada uno de nosotros. Lo que se debe hacer se debe hacer rápidamente. No tenemos derecho a permanecer ociosos y dejar que las cosas sigan su curso. Un granjero que deja de cuidar su rebaño encontrará a los lobos haciéndolo por él. Una caridad mal entendida que permite que los lobos destruyan el rebaño no es caridad en absoluto, sino indiferencia, y debería ser llamada por su nombre y tratada en consecuencia.
Es hora de que los cristianos creyentes en la Biblia comiencen a cultivar las gracias sobrias y que vivan entre los hombres como hijos de Dios y herederos de las edades. Y esto demandará más que un poco de acción porque todo el mundo y una gran parte de la iglesia están lanzados a impedirlo. Pero si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?

La mesa del Señor

1. ª Corintios 10:14-22

De vez en cuando resulta provechoso dar una mirada nueva a un tema viejo. Por medio de este artículo no pretendemos ser controversiales, sino expresar, tan brevemente como sea posible, cuál es nuestra opinión en cuanto a la línea de pensamiento, el núcleo argumental de este pasaje que nos habla acerca de la mesa del Señor.
El contexto, como siempre, es importante. Para comenzar, recordemos que la primera epístola a los Corintios trata acerca de temas prácticos que incumben a la Iglesia sobre la tierra. Podemos hallar una analogía al respecto en el libro de Números (que nos muestra al pueblo terrenal de Dios en su camino por el desierto). No podemos equiparar a Israel con la Iglesia, como hacen muchos, pues son totalmente distintos entre sí. Sin embargo, algunas de las experiencias de Israel proveen ilustraciones e instrucciones útiles para la Iglesia.
El capítulo 10 ejemplifica: los primeros trece versículos presentan varios incidentes de la historia nacional de Israel y ofrecen varias lecciones para nuestros días. El mensaje clave que se reitera por medio de estos ejemplos es el siguiente: «Gozar de los privilegios externos no implica contar con la aprobación de Dios». Para comprender mejor esta afirmación, podemos observar la siguiente tabla:
Privilegios externos
Sin aprobación
Razón
‘bajo la nube' (v.1)
‘pasaron el mar' (v.1)
‘bautizados en Moisés' (v.2)
‘comieron el mismo alimento espiritual' (v.3)
‘bebieron la misma bebida espiritual'(v.4)
Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto' (v.5)
codicia (v.6)
idolatría (v.7)
fornicación (v.8)
tentaron a Dios (v.9)
murmuraron (v.10)

Aun cuando nos impresiona la lista de privilegios de la primera columna, sin embargo, estas personas no cuentan con la aprobación de Dios, Él no se agradó de los más de ellos. La razón (columna 3) fue que aun siendo participantes (volveremos a esta palabra luego) de todos aquellos privilegios externos, a Dios le desagradaba su estado moral, motivo por el cual Él no aprobaba sus caminos.
Todo esto es para nosotros muy relevante hoy en día: el versículo 11 afirma que estas cosas acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros (ver también el v. 6). Pero en contraste con esta situación, los versículos 12 y 13 se muestran muy reconfortantes: aun cuando podamos caer, no necesariamente debemos sentirnos derrotados. Esta introducción (vv. 14-22) prepara el camino al apóstol para su enseñanza acerca de la mesa del Señor. El enlace temático es presentado con énfasis por medio del nexo “por lo tanto” del versículo 14.
Una afirmación tan abierta como “Por tanto, amados míos, huid de la idolatría” parecería una introducción muy dura para el tema de la mesa del Señor. Pero, tal como suele suceder en esta epístola, un problema grave da la posibilidad de que se presente una enseñanza positiva. Los corintios se habían sentido libres de asociarse a la idolatría, por lo que el apóstol utiliza la verdad de la mesa para demostrarles cuán grave era lo que ha-cían. Observemos en detalle sus argumentos y tratemos, con la ayuda del Señor, de percibir la línea de pensamiento, la relación existente entre la idolatría, por un lado, y el altar, la mesa y los emblemas, por el otro.
Lo primero que debemos notar es que Pablo habla de cuatro actividades externas: bendecir la copa, partir el pan, comer de los sacrificios judíos y comer de lo sacrificado a los ídolos. Y a continuación demuestra, en cada caso, que dichas actividades externas expresan e implican comunión con un principio mucho más profundo: comunión con la sangre de Cristo (v. 16), con el cuerpo de Cristo (v. 16), con el altar de Israel (v. 18), con la mesa del Señor (v. 21) y con la mesa de los demonios (v. 21), respectivamente. Podemos observar esta relación de manera gráfica:
 Actividad externa
Implica comunión con
Bendecir la copa
La sangre de Cristo
Partir el pan
El cuerpo de Cristo
Comer de los sacrificios judíos
El altar de Israel
Comer de lo sacrificado a los ídolos
Los demonios
De esta forma, el apóstol demuestra que cualquier asociación con las ceremonias idólatras de los paganos implica comunión con los demonios, conclusión que, sin dudas, habrá sorprendido a los corintios. Ellos quizá habrán argüido lo si-guiente: “Nosotros no estamos involucrados con la idolatría, porque visitamos el re-cinto del templo simplemente para encontrar algo de comer; estamos convencidos de que los ídolos no son nada y no creemos en ellos”. Pablo se anticipa a esta hi-potética refutación afirmando que él sabía que un ídolo no es nada (v. 20). El mismo apóstol había enseñado antes algo al respecto (8:3). Sin embargo, los incrédulos sí creen en los ídolos, por lo tanto lo que ellos estaban haciendo era idolatría. Si los corintios estaban involucrados externamente con tales prácticas idólatras, en consecuencia ellos eran culpables de tener una comunión interna con un principio relacionado con la idolatría: adorar a los demonios.
El núcleo de la enseñanza apostólica era que los corintios debían comprender el principio por el cual queda determinado que cualquier asociación externa im-plica comunión interna, pues esto ya tenía aplicación durante el tiempo de la ley (v. 18). El apóstol refuerza el sentido utilizando dos palabras griegas distintas para ‘co-munión'. En cada uno de los cuatro casos mencionados más arriba, utiliza la palabra koinonia para demostrar que la actividad externa implica una profunda comunión interna (vv. 16, 18 y 20). 
En conclusión, el apóstol afirma que las dos comuniones mencionadas son incompatibles. “No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios” (v. 21). Aquí utiliza una palabra un poco más dé-bil, metecho, porque aun la asociación externa es prohibida a causa de que la misma implica una comunión interna (koinonia) con dos principios opuestos.
Podríamos hacer muchos otros comentarios acerca de este pasaje, y seguramente ya han sido hechos. Pero a causa de la brevedad de este artículo solamente nos haremos dos preguntas que surgen:

1. ¿Tiene algo que ver la enseñanza acerca de la mesa del Señor con lo que hacemos al celebrar la Cena y durante el resto de la semana?
2. ¿Cómo puede un cristiano actualmente vivir y participar de la mesa del Señor de una manera que a Él le agrade?
En cuanto a la primera pregunta, la respuesta es “ambas cosas”. Resulta innegable que el texto menciona los emblemas (vv. 16, 17 y 21). Por lo tanto, no podemos disociar la mesa del Señor de los símbolos, pero la enseñanza no tiene relación con la manera en que nosotros participamos de ellos (de esto se ocupará en el capítulo 11) sino que nos presenta ciertas verdades relacionadas con esta acción, principalmente las siguientes:
a)     Que tenemos comunión con la sangre de Cristo y el cuerpo (físico) de Cristo (v. 16),
b)    Que somos miembros del cuerpo de Cristo (la Iglesia).
            En otras palabras, expresamos la comunión con Cristo y con aquellos que son miembros de Su cuerpo.
Por lo tanto, a causa de la verdad implicada y expresada cuando tomamos los emblemas (durante la cena, por supuesto) hay también implicaciones a partir de todo lo que hacemos el resto de la semana. El contexto en el que vivían los corintios había dado la ocasión para que estas instrucciones les fueran impartidas, como si el apóstol les hubiera dicho: «Si ustedes toman los emblemas el día del Señor, no podrán asociarse con la idolatría durante el resto de la semana». Y el mismo principio tiene vigencia en nuestros días: si tomamos los emblemas el día del Señor, tampoco podemos mantener el resto de la semana asociaciones que puedan deshonrar al Señor.
Para que no queden dudas (tal como dicen los abogados), ninguna de las verdades expresadas más arriba referidas a la mesa del Señor tienen relación alguna con la mesa física en la que los emblemas son colocados. Las Escrituras nos enseñan que en la mesa se expresa la comunión, y esta comunión, la que expresamos particularmente al tomar los emblemas, excluye la participación en cualquier otra comunión que deshonre al Señor.
La segunda pregunta es pertinente --aunque también plantea una dificultad--, para todos los creyentes de estos tiempos. Ante la fragmentación del testimonio cristiano profesante, ¿dónde deberían congregarse tales cristianos? Pues no donde simplemente se los represente por medio de una ‘etiqueta' de cristianos ni tampoco en alguna dirección de un grupo particular de cristianos. Por el contrario, si ellos realmente desean hallar un lugar donde participar de los emblemas de una manera que esté de acuerdo a la mesa del Señor, entonces deberán buscar un lugar donde encuentren como mínimo las siguientes características:
a)     Reconocimiento de la unidad del cuerpo de Cristo: participamos del pan porque somos miembros del un cuerpo, y no de alguna organización o denominación cualquiera (v. 17).
b)    Reconocimiento de la autoridad del Señor (¡se trata de Su mesa!), por lo tanto, también de las Escrituras (v. 21).
c)     Ninguna participación en asociaciones malas ni en cualquier actividad que deshonre al Señor (v. 21).
Que el Señor nos ayude a tomar conciencia de lo que manifestamos cuando participamos de los emblemas, y a honrarlo viviendo de una manera que esté de acuerdo con la comunión expresada a Su mesa.

Pauta para Leer la Biblia

El Salmista decía: “Abre mis ojos,  y miraré  las maravillas de tu ley”  (Salmos 119:18) y dedicaba sus días al estudio profundo de ellas. Y el apóstol Juan escribía  referente a lo que en la Biblia está retratado  de nuestro Señor Jesucristo: “Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo,  el Hijo de Dios,  y para que creyendo,  tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31). Por tanto es nuestro deber buscar en las Escrituras lo que Dios nos quiere decir.
La Escritura se dirige a cada uno de noso­tros, hombre o mujer, joven o anciano, cual­quiera sea nuestra condición social. Cada vez que abrimos este Libro, Dios tiene algo que decirnos. Y si estamos dispuestos a recibir su mensaje, nuestra lectura nos esclarecerá. He aquí algunos consejos para abordar este libro único:
1.     Empezar preferiblemente por el Nuevo Testamento: Los evangelios, los He-chos de los apóstoles y las epístolas.
2.     Es mejor hacer una lectura seguida que leer al azar.
3.     No dejarse detener por un pasaje que parezca difícil, sino proseguir la lectura.
4.     No dar de entrada una explicación o inter­pretación de un texto: la comprensión de la Escritura irá en aumento a medida que se va leyendo. La Biblia se interpreta mediante la misma Biblia.
5.     Leer "las Sagradas Escrituras" regular­mente; es un alimento espiritual que debe ser absorbido cada día.
6.     Leer con oración y respeto: pedir a Dios que nos revele el sentido de lo que leemos.
La lectura de la Biblia es un medio extraor­dinario para acercarnos a Dios, pues de este modo él se revela a nosotros y nos manifiesta su amor. La Biblia es un libro cerrado para un corazón cerrado, pero si usted busca la verdad, hará el descubrimiento de su vida.
(Tomado de La buena Semilla 2009, Enero 2)

CÓMO ESTUDIAR LAS ESCRITURAS

(Extracto de una carta)

A nadie le resulta fácil prescribir a otros su propio método de estudio de las Escrituras. Las infinitas profundidades de la Palabra, así como las glorias morales de la Persona de Cristo, se revelan únicamente a la fe y según las necesidades. Esto simplifica notablemente la cuestión. No es talento ni capacidad intelectual lo que necesitamos, sino la natural sencillez de un niño. El Autor de las santas Escrituras es quien debe abrir nuestro entendimiento a fin de que podamos recibir sus preciosas enseñanzas. Y seguramente lo hará, si tan sólo esperamos en él con todo nuestro corazón.
Mas nunca debemos perder de vista el hecho fundamental de que nuestro conocimiento se incrementará en la medida que pongamos en práctica lo que sabemos. De nada aprovechará sentarse cual ratón de biblioteca a estudiar la Biblia. Podemos llenar nuestro intelecto de conocimientos bíblicos, saber al dedillo las doctrinas de la Biblia y la letra de la Escritura sin una gota de unción o de poder espiritual. Debemos acudir a las Escrituras de la misma manera que un hombre sediento acude a una fuente; del mismo modo que un hombre hambriento va en busca de comida; de la misma forma que un navegante acude a su mapa. Debemos recurrir a las Escrituras por cuanto sin ellas no podemos hacer absolutamente nada. Acudimos a ellas no solamente para estudiarlas, sino para alimentarnos. Los instintos de la nueva naturaleza nos conducen naturalmente a la Palabra de Dios, así como el niño recién nacido desea la leche que lo hará crecer. El nuevo hombre crece cuando se alimenta de la Palabra.
De ahí la gran importancia práctica de este asunto relativo a cómo estudiar las Escrituras. Está íntimamente relacionado con nuestra condición moral y espiritual, con nuestro andar diario, con nuestros hábitos y con nuestra conducta. Dios nos ha dado su Palabra para formar nuestro carácter, gobernar nuestra conducta y dirigir nuestros caminos. Por esta razón, si la Palabra de Dios no ejerce una influencia formativa y un poder gobernante sobre nosotros, es el colmo de la insensatez pensar en acumular una gran cantidad de conocimientos bíblicos en la cabeza. Esto sólo nos infla –nos envanece– y nos engaña. Es algo muy peligroso manejar verdades sin sentirlas; ello fomenta fría indiferencia, liviandad de espíritu y endurecimiento de la conciencia, algo horroroso para santos de formal piedad. No hay nada que nos empuje más hacia las garras del enemigo que un cúmulo de conocimiento intelectual de la verdad sin una conciencia sensible, un corazón sincero y una mente recta. La mera profesión de la verdad sin que ésta haga mella en la conciencia ni se manifieste en la vida constituye uno de los mayores peligros de nuestros días. Es muchísimo mejor conocer poco en forma real y efectiva que acumular gran cantidad de verdades que yacen impotentes en la región del entendimiento sin ejercer ninguna influencia formativa en la vida. Prefiero con mucho hallarme ho-nestamente en romanos 7 que ficticiamente en el capítulo 8. En el primer caso, estoy seguro de proceder a derechas; mientras que, en el segundo, ¡quién sabe qué será de mí!
En cuanto a su pregunta concerniente al uso de escritos humanos que nos ayuden a estudiar las Escrituras, se requiere mucha cautela. El Señor, sin duda, puede hacer uso –y, de hecho, lo hace– de los escritos de sus siervos, de la misma forma en que se vale de su ministerio oral, para nuestra instrucción y edificación. A la verdad, es maravilloso subrayar la rica gracia del Señor y sus tiernos cuidados para con su amado pueblo, al cual no dejó sin alimento en el presente estado resquebrajado y dividido de la Iglesia, sino que le proveyó del ministerio escrito por Sus siervos.
Pero, lo repetimos, se requiere gran cautela y diligente dependencia del Señor para no abusar de este don tan precioso; en otras palabras, a fin de que no seamos llevados a «vivir de prestado». Si verdaderamente dependemos de Dios, Él nos dará lo conveniente; pondrá en nuestras manos el libro adecuado; nos ali-mentará con los medios apropiados. Es, pues, de él de quien lo recibimos; y lo ha-cemos en comunión con él. De esta manera, lo que Dios nos dé será refrescante, vivo, poderoso y formativo; hablará al corazón y brillará en la vida; creceremos en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¡Precioso crecimiento! ¡Ojalá que haya más de él!
            Por último, debemos recordar que la santa Escritura es la voz de Dios, y que la Palabra escrita es la transcripción de la Palabra viviente. Solamente por la enseñanza del Espíritu Santo podemos realmente entender la Escritura, y él revela sus profundidades vivientes a la fe y de acuerdo con las necesidades. Nunca olvidemos esto. 

Doctrina Acerca de la Biblia

La espada es la Palabra de Dios

¿Cómo se Usa?

La palabra de Dios es  comparada con una espada por las características  de esta, porque puede ser cortante y penetrar hasta lo más profundo del ser. Hebreos 4:12, dice que puede penetrar  El Alma y el Espíritu y discernir los pensamientos, esos pensamientos escondidos y ocultos, pecaminosos y sentar claridad en ellos. Esta espada es cuchillo penetrante que puede separar las coyunturas y los tuétanos, y exponer lo oculto que en ellos hay. Esta espada es del Espíritu Santo (Efesios 6:17) y hay que dejar que Él  nos enseñe a usarla, así como un doctor enseña a sus alumnos a usar un bisturí en el cuerpo de un enfermo.
Si leemos Efesios 6:17 y Hebreos 4:12 (entre otros), en griego, la palabra traducida por espada se llama mákhaira”, y se utiliza para hacer un trabajo fino y delicado, de ayudar a alguien que tiene un problema espiritual. En contraste con Apocalipsis 2:16, 6:8, 19:15, 21, la palabra traducida por espada  es llamada Romphaia”, y es utilizada por los soldados en las batallas para herir y matar.
En realidad lo que quiere decir, es que es muy cortante. Es para usarla con cuidado, porque podemos herir en lugar de extirpar lo que es malo. Opera en el interior del ser, de la misma manera como lo hace un cirujano con el bisturí en un cuerpo enfermo.

¿Cómo se estudia?

Los Siguientes puntos son necesarios para poder tomar conocimientos de las Sagradas Escrituras (para un comentario mas completo ver los artículos  “Cómo estudiar Las Escrituras” y “Pauta para leer la Biblia”):
1.     Oración, pidiendo a Dios nos ilumine para entender su mensaje.
2.     Lectura pausada, para poder digerir bien.
3.     Humildad, sabiéndonos necesitados de Dios.
4.     No buscar solo conocimiento, sino un mensaje espiritual.
5.     No dejar pasar el día sin leer una página de la Sagrada Biblia.
6.     Opcionalmente, Leer explicaciones de buenos libros que comenten la Sagrada Escritura.

INTERPRETACION

En nuestro estudio diario de las Escrituras nos encontramos con la situación  de entender lo que ellas dicen y darle un sentido.  Por tanto, Interpretar la Escritura es dar el significado del pasaje conforme a lo que el autor tuvo en mente cuando le escribió y para quienes lo hizo.
Para ello existen dos sistemas de interpretación:
a)     Alegórico, es el que busca un significado oculto, diferente del que las palabras indican.  El peligro de este mé-todo es que la interpretación queda a juicio del intérprete, por lo que la Biblia puede decir lo que al intérprete le interese que diga.
b)    Literal, es la interpretación válida, en la que a cada palabra se le da el significado propio del tiempo en que fue escrita. De ahí que se llame también "método histórico-gramatical". En la interpretación literal se tiene en cuenta el "entorno textual", de modo que el significado esté de acuerdo con el pasaje en donde se encuentra.  El método literal interpreta en armonía con toda la Biblia, comparando cada texto con el resto de la Escritura, de modo que no haya contradicciones.

 

APLICACION PERSONAL

Como ya sabemos y hemos estudiado, la Biblia es la Palabra de Dios (Os.12:8); y, por lo tanto, es lo más grande que el hombre puede tener, ya que Dios mismo la inspiró para revelarse a la criatura. Y después de haberla estudiado e interpretado nos corresponde aplicándonos el significado de ellas en nosotros.
En esta aplicación  personal de las escrituras,  la mejor prueba de amor al Señor es obedecer su Palabra (Jn.14:15, 21,23), porque en ellas están directrices que el Espíritu Santo quiso dejar plasmadas. Desobedecerla es evidencia cierta de no amar al Señor (Jn.14:24).  La situación de falta de amor al Señor es propia de quienes no han creído en El (1.Cor.16:22).
La Biblia no sólo ha de ser leída, sino meditada, estudiada y obedecida. La razón fundamental es para que el creyente pueda llevar una vida concordante con las demandas de santidad (Sal.119:9).  Por tanto, la ocupación principal del creyente es meditar en la Escritura (Sal.1:2).  Y  la forma de vivir sin pecar es obedeciendo incondicionalmente la Escritura (Sal. 119: 11).  El creyente debe ser un asiduo lector de la Palabra de Dios (1.Tim. 4:13), por que en ella están las directrices de nuestra vida como cristianos.
La Biblia ha de ser respetada y obedecida en el hogar. Toda actividad ha de estar controlada y orientada por las enseñanzas bíblicas (Dt.6:6-9).  La Biblia ha de ser dada a los niños desde pequeños (2.Tim.3:15)  y  memorizada (Dt.6:7).

Conclusión

La Biblia es más que un libro, es Dios quien nos habla. Para oírlo necesitamos fe; debemos abrirle nuestro corazón e inteligencia; esperanza, para estar ciertos de que sólo siguiendo su voluntad y aceptando las invitaciones que nos hace el Espíritu Santo podemos ser verdaderamente felices.
Dios siempre ha estado junto al hombre, está presente en los hechos diarios y nos acompaña en nuestra peregrinación de vuelta a Él, es decir, durante toda nuestra vida. Dios nos escucha y nos habla siempre porque somos suyos, nos ama y formamos parte de su vida y de su amor.
La historia de la presencia de Dios es eterna, pues ha existido siempre y desde siempre estamos en su plan divino.
Leer la Biblia es el medio para animarnos a tener siempre presente a Dios en nuestras vidas. La Biblia nos entusiasma por Dios y nos llena de amor hacia Él. Nos anima a llenarnos de obras buenas. Nos da gran temor y aversión hacia el pecado. La Biblia consuela mucho y lleva al arrepentimiento, la conversión y cambio de vida.
Ahora, para responder  lo siguiente: ¿Cómo demostrar que la Biblia es verdad?, diremos que la Biblia es:
a)     Científicamente exacta, aun cuando no es un libro de ciencia. Históricamente también es exacta, aunque no es un libro de historia secular. Cada intento para probar que tiene equivocaciones históricas ha fallado.
b)    Proféticamente correcta. Así se ha visto en muchas profecías las cuales se han cumplido.
c)     Imparcial, pues presenta ambas cosas, lo bueno y lo malo de los hombres. No encubre los pecados de nadie; aun cuando se trate de alguien que sea un "varón según el corazón de Dios."
Para concluir  citaremos lo que dice Dr. Montalvo Suero: “Todo lo que hay en la Palabra de Dios, que sea de naturaleza histórica, es absolutamente cierto; pero la Biblia no afirma ser un tratado exhaustivo de la historia del hombre y ni la del mundo. Aunque en ellas encontramos reglas importantes de salubridad, tampoco es un tratado de salud pública. Ni es un libro de derecho, aunque nos hable de los principios y fundamentos del derecho moderno de las personas y de los Estados. Igual contiene normas de educación, principios y estrategias militares de defensa, de filosofía, de psicología, etc., la Biblia no es sin lugar a dudas un tratado científico de ninguna de estas áreas, ni pretende serlo”.
El lenguaje que emplearon los escritores sagrados, en la mayoría de los textos bíblicos, es coloquial; un lenguaje llano, claro, que el pueblo hablaba y que enten-dían con  facilidad. La Biblia fue escrita para que gente común la entendiera, sin necesidad de tener que ser expertos en historia, en ciencias, en filosofía, o en psicología para poder interpretar las Escrituras, por eso el lenguaje también es genotípico y no científico.
Cuando hablamos de un lenguaje fenotípico nos referimos que los escritores sagrados fueron por lo general testigos presenciales de los hechos y fenómenos que narraron, pero lo describen tal y como es observado por el ojo del ser humano, simplemente describen el fenómeno y no tratan de explicarlo científicamente.
Debemos tener siempre presente que el propósito principal de las Escrituras es comunicar el mensaje de Dios al hombre de tal modo que éste pueda entenderlo; es revelar al ser humano aquellas verdades divinas que de otra forma le es imposible obtener; de darle al hombre principios prácticos para dirigir su vida; de fortalecer su conducta y su fe.