viernes, 2 de agosto de 2019

Cristo del Calvario




En esta tarde, Cristo del Calvario,

vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de mi cuerpo a tu cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y solo pido no pedirte nada.
Estar aquí junto a tu imagen muerta
e ir aprendiendo que el dolor es solo
la llave santa de tu santa puerta.

Gabriela Mistral

EXTRACTOS

La libertad cristiana afecta a otros

Un cristiano nunca usará su libertad para hacer que otros cris­tianos tengan mala conciencia. Pablo habló sobre la carne ofre­cida a los ídolos, y algunos cristianos tenían problemas con ese tema. En 1 Corintios 8, Pablo viene a decir: “Yo no tengo proble­mas con la carne que ha sido ofrecida a los ídolos, siempre que sea carne saludable y limpia. Porque no creo que un ídolo sea real. Hay un Dios, un Señor, un Espíritu, y todos esos presuntos dioses son imitaciones. Para mí no existen”.
“Sin embargo”, añadió Pablo, “cuando estoy en casa de un cristiano joven que no sabe esto, me abstengo respetuosa­mente de comer carne ofrecida a los ídolos, para no ofender su conciencia”. Por consiguiente, un cristiano corre el peligro de permitir que esta misma libertad sea un tropezadero para otra persona, de modo que hace libremente cosas que otras personas considerarán pecados; por lo tanto, es un obstáculo para otros.
     Una regla que yo sigo es la de ser tan libre en Cristo como Él nos hizo. Recuerda que no eres un esclavo, sino un hijo. No eres un siervo en la casa, sino un hijo en la familia. Eres el hijo de tu Padre. Sé libre, pero no uses tu libertad como licencia para la carne. Mortifica la carne y mantenía sometida, y echa sobre ti cargas de amor porque eso agrada a Cristo. Una carga que echo voluntariamente sobre mis hombros no es una carga.

EL HOMBRE UN SER MORAL

La ética según la Biblia es sabiduría, una vida orientada por el temor del Señor; una ética que propone una vida responsable, consciente del ‘como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos’. La Biblia desde el ini­cio afirma que el hombre es un ser moral, una criatura con el llamamiento alto de cumplir el propósito para el cual fue crea­do. Los primeros capítulos de la Biblia ex­plican las condiciones morales del hombre en la creación y como cambiaban por la caída en pecado.


Labrar y guardar la tierra.
El libro de Génesis da un lugar especial al hombre en la creación de Dios, creado en la imagen y según la semejanza de Dios (Génesis 1.26,27). Es el representante de Dios en la tierra. Génesis 2 añade detalles a esta mayordomía: el derecho de dar nom­bres a los animales, labrar y guardar. Gé­nesis 2.19-20). El primer verbo señala el trabajo de sembrar y de cosechar, el segun­do se refiere a la responsabilidad de guar­dar la integridad de la creación. El carácter moral de este último encargo se precisa por el mandamiento de Dios de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal (Gé­nesis 2.9). El árbol representa todo lo que Dios no quiere para el hombre: el caos, el vacío, la oscuridad y el sin sentido del ini­cio de la creación, igual que la vuelta a es­tas condiciones que es la muerte (Génesis 1.2; 2.17).
El hombre responsable y víctima del pecado.
A continuación, la Biblia cuenta la historia de la caída en el pecado. Génesis 2.25 en­fatiza que el hombre estaba desnudo, cier­to, sin sentir vergüenza, pero también vul­nerable. Cuando el mal entra en la buena creación en forma de una mentira, el hom­bre y la mujer no pueden defenderse. Son engañados con el mismo motivo falso que el diablo había usado para rebelarse contra Dios: la idea de ser igual a Él. Fue una men­tira absurda, pero con consecuencias ca­tastróficas. La relación entre el hombre y la mujer se hizo compleja y lo peor fue la se­paración de Dios por el propio carácter del pecado. Sabemos todos que cuando peca­mos contra un amigo, perdemos su amis­tad. Cuando pecamos contra nuestra pare­ja, perdemos el matrimonio. De la misma manera: cuando el hombre peca contra Dios, pierde la relación con su Creador. Adán y Eva lo hicieron y al mismo instante el pecado hizo separación entre ellos y su Dios (Is. 59.2).
Muerto en delitos y pecado
La separación de Dios es muerte espiritual, pero el Señor tuvo misericordia de Adán y Eva y los buscó en su escondite. Cierto, los condenó a sufrir las consecuencias de su pecado en forma de una vida difícil y dolorosa. Hasta maldijo la tierra a causa de ellos y los expulsó del huerto de Edén. A la vez los protegió por separarlos del poder del diablo, prometiéndoles una salvación completa en el futuro. Mientras tanto puso enemistad entre el diablo y los seres huma­nos (Génesis 3.15).
La conciencia moral del hombre
Preguntamos, ¿cuál es esta enemistad? Po­demos decir que es la conciencia moral del hombre. Si bien, la Biblia afirma con res­pecto a nosotros que no hay justo, ni aun uno (Rom.3.10), no significa que tenemos una relación cómoda con el mal. El mal nos asusta, nos provoca vergüenza y culpa, igual que a Adán y Eva. Dice el apóstol Pa­blo en Rom. 2.14, 15 que tenemos una ley en nuestro corazón que distingue entre co­sas que debemos hacer y cosas que no de­bemos hacer. Y esta conciencia del bien y del mal nos hace seres morales.
Existe la posibilidad preocupante de endu­recernos. Esto pasa cuando no escuchamos las advertencias de nuestra conciencia, cuando hacemos conscientemente y con frecuencia las mismas cosas malas. Al final ya no sentimos culpa o vergüenza. Podemos conocer casos históricos o contemporáneos de hombres o mujeres endurecidos, que cometen las crueldades más terribles. En nuestro tiempo el endurecimiento con res­pecto a los pecados sexuales es muy fre­cuente. En todo caso, el susto y el horror por el mal de otros, una vez más es otra confirmación de nuestro carácter moral.
Confirmamos que el hombre es un ser mo­ral. Sabe del bien por la imagen y semejan­za de Dios y del mal por el pecado, pero este saber es débil y confuso. Necesitamos una instrucción más precisa en cuanto al bien y mal que recibimos por la ley de Dios, revelada en la Biblia.
En la calle recta, Nº262/marzo 2019

EL FRUTO DE LA TIERRA

“Al otro día de la pascua comieron del fruto de la tierra, los panes sin levadura, y en el mismo día espi­gas nuevas tostadas. Y el maná cesó el día siguiente, desde que comenzaron a comer del fruto de la tierra” (Josué 5:11-12).



Podemos considerar a Cristo de diferentes mane­ras:
—  como el Cordero cuya sangre fue derramada para reconciliamos con Dios;
    como el maná, verdadero pan que descendió del cielo;
    pero también como el fruto de la tierra, es decir Aquel que subió otra vez a la gloria, adonde estaba primero.
La manera en que acostumbramos a considerarlo, tendrá gran influencia en nuestra vida espiritual.
Aquellos que consideran a Jesús solamente como el Crucificado —sin duda pensamiento precioso y ben­dito—, no pueden conocer la liberación completa del mundo o de sí mismos; tampoco pueden gozar de la libertad y del gozo de la presencia de Dios.
Cuando abrazamos por la fe las bendiciones de la nueva creación que Dios nos dio en los lugares celes­tiales en Cristo, la verdadera Canaán, conocemos a Cristo allá arriba como “el fruto de la tierra”. “El grano de trigo” caído en la tierra murió (Juan 12:24), pero también resucitó, está vivo, y ahora está en la gloria. No consideramos solamente la obra de Cristo en la cruz por nosotros, ni las bendiciones de arriba derrama­das sobre nosotros durante nuestra marcha en la tierra: el “maná”; vemos a un Cristo perfecto en el cielo, una Persona viva en la gloria, por medio de la cual nos llegó toda bendición.
Se dice además que, con el fruto de la tierra, comieron “los panes sin levadura, y... espigas nuevas tostadas” que incontestablemente nos presentan los sufrimientos de Aquel que fue “molido por nuestros pecados” (Isaías 53:5), y sobre quien cayó el fuego del juicio divino. Tengamos presente el hecho de que, si bien estamos verdaderamente ocupados en un Cristo que subió al cielo, nunca hemos de olvidar que vino a la tierra, ni lo que hizo por nosotros en la cruz.
Ahora tenemos el privilegio de contemplar a Jesús glorificado, “el fruto de la tierra”, como aquello que dirige y absorbe nuestros corazones. Y cierta­mente es suficiente para llenar y satisfacer nuestras mentes y corazones. Escuchemos al inspirado apóstol que nos exhorta a buscar “las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1).
Los hijos de Israel se alimentaron del “cordero” durante la noche de la Pascua, del “maná” por la mañana temprano en el desierto, pero también del “fruto de la tierra” en Canaán cada vez que sintieron la necesidad.
La fiesta de la Pascua era celebrada como recuerdo del cordero sacrificado; por su sangre, la seguridad de ellos estaba garantizada. Debía comerse “asada al fuego” (Éxodo 12:9); esto evoca los sufri­mientos de la muerte que el Cordero de Dios sufrió por nosotros.
El “maná” nos habla de Aquel que bajó del cielo, “el pan vivo que descendió del cielo” (Juan 6:51). El maná era “una cosa menuda” a los ojos del hombre y debía ser recogida antes que caliente el sol porque “luego que el sol calentaba, se derretía” (Éxodo 16:14, 21); debemos tomar un tiempo para nutrirnos de Cristo antes de que las cosas de la tierra, aunque nece­sarias, nos absorban. Las cosas de Dios deberían tener la prioridad en nuestra vida. Empezar el día con la fuerza de Dios, es el secreto para que ese día vaya bien.
Como lo hemos visto, se podía comer “del fruto de la tierra” en todo momento. Los hijos de Israel no lo conocían antes de haber tomado posesión de Canaán. Allí había una provisión ilimitada. El fruto de la tierra representa a un Cristo perfecto, resucitado y elevado en la gloria. Lo vemos en los lugares celestia­les: la tierra de Canaán. Entramos en el Lugar Santí­simo por la sangre de Jesucristo (Hebreos 10:19), y allí contemplamos a Cristo como Cabeza del cuerpo, que es la Iglesia, “sobre todo principado y autoridad y poder y señorío” (Efesios 1:21-22); es el Hombre glo­rificado.
Al conocer de esta manera a este Hombre bendito en la gloria, tenemos en él, que es nuestra justicia, una provisión completa e inagotable de fuerza y bendición. En él somos aceptos y benditos, perfectos y sentados en los lugares celestiales. Por eso somos exhortados a permanecer en él, a andar en él, a estar “arraigados y sobreedificados en él” (Colosenses 2:7). ¡Maravilloso lugar de bendición! ¡Privilegio inefable!
El “cordero” se comía, como también el “maná” y el “fruto de la tierra”. ¿Qué instrucción podemos sacar? Cada uno de esos alimentos nos hablan de Cristo; entonces debemos alimentamos de él por la fe. No solamente pensar en él, o leer algo sobre él, oír o hablar nosotros mismos de él, sino también recibir en nuestros corazones la revelación que Dios nos da de Jesús, para nuestro mantenimiento y gozo. Los hijos de Israel no se contentaban en pensar en la carne del cor­dero o en mirarla; la comían. Lo mismo ocurría con el maná y con el fruto de la tierra. Sentían que necesita­ban de ello; tenían su porción de este alimento y así recibían la fuerza para caminar y servir. Podemos leer un capítulo de la Biblia u oír una predicación, y, sin embargo, lamentablemente podría decirse de nosotros, como de otros: “no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (Hebreos 4:2).
Nutrirse de Cristo es tener comunión con él y depender en todo de él; es apoyarse en él, tal como las Escrituras nos lo presentan y como el Espíritu Santo nos lo revela. Cuando el testimonio de Dios mismo en cuanto a su Hijo es recibido así en nuestros corazo­nes por la fe, Cristo se convierte en el alimento y la fuerza de nuestras almas. Cuanto más nos alimenta­mos de ese Cristo de las Escrituras, más somos atraí­dos hacia él.
No tenemos un poder visible que nos sostenga, como el pueblo de Israel que comía el “cordero”, el “maná” o el “fruto de la tierra”. Pero es muy impor­tante retener firmemente lo que para nosotros es la fuente de un buen estado de salud y actividad espiritual, de nuestro gozo y de nuestra fuerza: estar ocupados personalmente de Cristo mismo. Debemos desconfiar de prácticas o costumbres muertas, frías y formalistas: no tienen ningún beneficio. Es necesario más que nunca sentarse a los pies de Jesús y escuchar su Palabra. Permanezcamos en Cristo continuamente para hacer progresos espirituales y prácticos.
Creced, 2014

LA OBRA DE CRISTO(6)

EN EL PASADO, EN EL PRESENTE Y EN EL PORVENIR








Y esta gran obra que vino a hacer, quedó cumplida. Sus palabras: “Consumado es” que pronunció en la cruz, nos aseguran que todo quedó hecho. El velo rasgado y la tumba abierta nos dicen “Consumado es.” Más, ¿qué se ha realizado por su obra bendita? Eso no podemos comprenderlo en tanto que tengamos que mirar por un cristal ahumado. Cuando por último seamos llamados a su presencia, cuando estemos transformados a imagen suya, cuando participemos con El de la herencia gloriosa, cuando al fin no exista el pecado ni la muerte, y cuando un nuevo cielo y una nueva tierra entren en existencia, entonces tendremos más completa concepción de lo que esa obra ha llevado a cabo. TODO, TODO cuanto nosotros, como criaturas suyas tenemos y somos, todo cuanto tengamos y seamos, brota del bendito manantial de la cruz de Cristo.
Jesús murió por todos; se sacrificó para rescatarnos a todos, y fue por nosotros por quienes saboreó la muerte; Él es la propiciación para todo el mundo, (no para los pecados de todo el mundo, porque de ser así el mundo entero se salvaría). Lo que quiere decir esto, es que su obra está al alcance de todos los pecadores. Basado en la circunstancia de que Jesús murió por todos es que se predica la doctrina del evangelio a los pecadores extraviados y delin­cuentes. Cristo murió por el impío. “Quien quiera” — quien crea,” he ahí las preciosas condiciones del evangelio de gracia que proyectan de la obra que Cristo consumó en la cruz. Y por todos los que en El crean, y le acepten como su Salvador, fue por quienes El llevó los pecados en la cruz. Todo pecador creyente puede volver la mirada a la cruz y decir: Él me amó, por mí se sacrificó, El pagó mi deuda, cargó con mis pecados hasta la cruz, tomó mi lugar, me sustituyó, y por mis culpas saboreó la muerte.”
Mucho de las perniciosas doctrinas de nuestros días, tales como lo de la salvación universal, lo de la esperanza mayor, lo del alba del milenio, etc., emana de la mala interpretación que se da al significado de la propiciación y de la sustitución. La propiciación es la fase del sacrificio de Cristo que atañe a Dios; la propiciación satisface a Dios. Pero esto no quiere decir que por consecuencia de ello se va a salvar todo el mundo. El cargó con los pecados de muchos, no con los pecados de todos; sustituyó en la cruz sólo a aquellos que creen en El.
Y ¿qué poseemos nosotros los que hemos creído en Jesús y le tenemos por nuestro Salvador y Sustituto.' Para responder a esta pregunta pudiéramos transcribir muchos pasajes escritúrales, pero como no disponemos de espacio bastante para hacerlo, nos limitaremos a citar sucintamente unas cuantas cosas de las cuales los pecadores creyentes disfrutan, debido a la obra consumada por Cristo en la cruz
GOZAMOS DE UNA PERFECTA JUSTIFI­CACION. Todos nuestros pecados están para siempre redimidos, porque Cristo los llevó con El a la cruz, pagando con su muerte el precio del rescate. La sangre de Jesucristo, que era el Hijo de Dios, nos limpió de todo pecado. Esa deuda ha quedado cabalmente pagada para siempre. “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenara? Cristo es el que murió” Ro.8.34; “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”, Ro.8.1.
GOZAMOS DE UNA PERFECTA PAZ CON DIOS. La paz fue hecha con la sangre derramada en ¡a cruz, una paz que no po­drá rescindirse jamás. Estamos en paz con Dios por la intervención de nuestro Señor Jesucristo. El en sí es la paz. Muchos cristianos imaginan que la paz con Dios depende de su vocación y de su culto. Si pecan creen que han perdido la paz con Dios y su puesto ante El y que a menos que no se restituyan están perdidos para siempre. Pero no es la vocación, ni el culto, ni nada de lo que hayamos hecho, estemos haciendo o podamos hacer lo que forma la base en que se asienta nuestra paz con Dios, sino lo que Dios ha hecho por nosotros en la obra de expiación, realizada por Cristo en la cruz.
Por tanto, GOZAMOS DE PERFECTA ACEPTACION Y TENEMOS PUESTO ANTE DIOS; GOZAMOS DE PERFECTA PROXIMIDAD Y DE PERFECTO ACCESO A DIOS. Por la sangre ver­tida nos hallamos inmediatos a Dios. Con la con­ciencia exenta de todo pecado podemos tomar nuestro puesto en la presencia de Dios, purgados y clarifica­dos; hechos completos por su gracia; tan inmediatos a Dios como lo está su mismo Hijo.
Su obra bendita en la cruz extinguió el pecado. Nosotros hemos muerto para el mundo, para nosotros mismos, para el pecado y para la ley. Cuando se cru­cificó a Cristo también se crucificó al pecado.
“El pecado no se enseñoreará de vosotros” Ro. 6.14. He ahí el mensaje bendito enviado desde la cruz. GOZAMOS DEL LIBRAMIENTO DEL DOMINIO DE SATANAS Y DEL PERFECTO DERECHO A LA HERENCIA ETERNA. Esto no ofrece la más mínima duda. Gozamos de la salvación, esta­mos salvados, protegidos para siempre, somos hijos y herederos de Dios que moramos en el Espíritu Santo, y gozamos de infinitos beneficios, todo por virtud de la obra consumada por Cristo en la cruz.
Y a esto agregaremos que Él amó a la Iglesia en la cruz y que por ella se sacrificó. En la Cruz mu­rió por Israel y por consecuencia de ello el resto de aquel pueblo será librado de toda iniquidad y perver­sión, tal como Balaam los contempló; “No ha notado iniquidad en Jacob, ni ha visto perversidad en Israel” Nm. 23.21. La creación gimiente, al fin y al cabo, será libertada de la servidumbre a la corrupción y entrará en la libertad de los hijos de Dios, porque para eso El derramó su sangre en la cruz. Todas las cosas celestiales y terrenales [no las cosas que están en las cavernas de la tierra] se reconciliarán por motivo de la muerte de Cristo en la cruz.

Nosotros, quienes hemos sido reconciliados y redimidos por su sangre, debemos tener presente en nuestras mentes que por nuestro rescate se estipuló un precio y que el precio se pagó. “Porque compra­dos sois por precio: glorificad pues a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” 1 Co. 6 20. Nosotros por su muerte hemos muerto teóricamente. Todos los que creen en El han muerto. Hemos muerto para la ley, para el mundo y para el pecado. Pero ¿estamos en realidad viviendo, andando y conduciéndonos como los que han muerto y están muertos para el pecado y viven en Dios? Nosotros, los que buscamos la carne, negamos prácticamente la virtud y el poder de la sacrosanta obra de Cristo en la cruz.
¡Exaltemos en nuestras vidas, por palabras y obras, la cruz de Cristo! “Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” Ga. 6.14.

LA PRIMERA EPÍSTOLA A TIMOTEO (8)


4. Advertencias contra la Carne Religiosa y Enseñanza en la Piedad (1 Timoteo 4)

         Habiéndonos enseñado el orden de la casa de Dios y el secreto de toda conducta correcta por parte de los que forman la casa, el apóstol, en el resto de la Epístola, nos advierte contra ciertas actividades carnales que destruyen una conducta correcta, y nos instruye en cuanto a la piedad verdadera que es lo único que guardará a los fieles de esos diferentes males.
En 1 Timoteo 4 el apóstol advierte más especialmente contra la apostasía, y la carne religiosa manifestándose en el falso principio del ascetismo[1]. En 1 Timoteo 5 se nos advierte contra la carne mundana, que se muestra a sí misma en voluntariedad y auto gratificación. En 1 Timoteo 6 se nos advierte contra la carne codiciosa con su amor al dinero.
La salvaguardia contra esos males se encuentra en la "piedad". La verdad de la piedad tiene un lugar muy prominente en esta Primera Epístola a Timoteo. La palabra es usada quince veces en el Nuevo Testamento (versión RVR60), encontrándose nueve de estas ocasiones en esta Epístola (1 Tim. 2: 2, 10; 1 Tim 3:16; 1 Tim. 4: 7, 8; 1 Tim. 6: 3, 5, 6, 11 - versión RVR60). La piedad es la confianza en el Dios conocido y viviente que conduce al creyente a andar en el santo temor de Dios en medio de todas las circunstancias de la vida. La piedad reconoce y honra a Dios y es, por lo tanto, exactamente lo opuesto a la santurronería que busca exaltar el yo.
En el capítulo 4 el apóstol nos advierte, en primer lugar, contra la apostasía de algunos que se vuelven del cristianismo a una religión de la carne (versículos 1-5); luego él nos presenta la vida de piedad como aquella que guardará al alma de los males de la carne (versículos 6-10); finalmente, el apóstol entrega exhortaciones personales a Timoteo, que contienen enseñanza y guía para todos los siervos del Señor (versículos 11-16).

(a) Advertencias contra la carne religiosa o el ascetismo (versículos 1-5)

El apóstol ha finalizado la porción anterior de la Epístola con una hermosa exposición de "la fe" manifestando la gran verdad del cristianismo como la manifestación de Dios en Cristo. Ahora el Espíritu advierte que, en los últimos tiempos de la profesión cristiana, algunos se apartarán, o apostatarán, de la fe. Posteriormente, el apóstol nos advierte que algunos, mediante sus prácticas, negarán la fe (1 Timoteo 5:8 o, renegarán de la fe, como reza el mismo versículo en la VM); algunos, por codicia, se extraviarán de la fe (1 Timoteo 6:10); y algunos, por especulación, se desviarán de la fe (1 Timoteo 6: 21 o, errarán acerca de la fe como reza el mismo versículo en la Versión Moderna)

(Vv. 1, 2). Él habla aquí de apostatar de la fe. Claramente, el apóstol no está hablando de la gran apostasía predicha en la Segunda Epístola a los Tesalonicenses, que se refiere a la apostasía de la Cristiandad como un todo después del arrebatamiento de la iglesia. En este pasaje el apóstol dice "algunos apostatarán", refiriéndose, evidentemente, a la apostasía de individuos que tiene lugar en los postreros días antes de la venida del Señor.
Mientras la asamblea de Dios está aún en la tierra, se levantarán aquellos que una vez hicieron profesión del cristianismo pero que renuncian a las verdades fundamentales de la fe cristiana con respecto a la Persona de Cristo.

(V. 3). Detrás de esta apostasía está la influencia directa de espíritus engañadores que conducen a doctrinas de demonios en oposición a la verdad. El apóstata no es simplemente uno que descuida la verdad, ni que rechaza la verdad. El apóstata es uno que, habiendo hecho profesión de la fe, renuncia deliberadamente a la verdad y adopta algún otro credo religioso como siendo superior al cristianismo. Los demonios hablan mentira, aunque profesan mantener la verdad. Nosotros sabemos que el diablo es "mentiroso" (Juan 8:44) y que sedujo a nuestros primeros padres diciendo mentiras en hipocresía. El hecho de que la verdad no tiene poder sobre sus almas y que presten oídos a doctrinas de demonios demuestra claramente que sus conciencias están tan cauterizadas que ellos ya no son capaces de distinguir entre el bien y el mal. La apostasía, entonces, comprende no solamente el hecho de renunciar o abandonar la verdad sino también la adopción del error - la doctrina de demonios.
En lugar de la verdad el apóstata finge una religión de la carne que profesa ser de la más elevada santidad. Ellos presumen de una pureza extraordinaria mediante la prohibición de casarse, y de una gran negación de sí mismos mediante la abstinencia de alimentos. En realidad, habiéndose apartado de la fe, ellos niegan a Dios como nuestro Salvador y, al rechazar casarse y al abstenerse de alimentos, niegan a Dios como el Creador. Esto significa la pérdida de toda piedad verdadera la cual teme a Dios y, como resultado, abre la puerta al libertinaje y al desenfreno. Estos espíritus engañadores, complaciendo al orgullo de la carne, ofrecen a los hombres la promesa de la mayor santidad para conducirles a la corrupción más profunda.

(V. 4). La verdadera piedad se beneficia de toda misericordia que Dios pone a nuestro alcance. Las misericordias del matrimonio o de los alimentos, las cuales son rechazadas por aquellos que apostatan de la fe, han de ser recibidas con agradecimiento por los creyentes y los que conocen la verdad.

(V. 5). La Palabra de Dios no aprueba el mundo y sus costumbres para el creyente; pero estas misericordias naturales, las cuales están disponibles para todo el mundo, son puestas aparte para que seamos confortados mientras pasamos por el mundo. Sin embargo, su uso es guardado para el creyente por la Palabra de Dios y la oración. La Palabra de Dios regula su uso, y mediante la oración el creyente las toma en dependencia de Dios.


[1] [N. del T.: El ascetismo considera que el hombre está escindido en dos partes distintas, opuestas, y que mantienen una relación hostil: el cuerpo y el alma. Considera el alma como lo más propio del hombre, dado su origen y destino sobrenatural. El cuerpo, sus pasiones, necesidades y deseos, perturba y ensucia el alma, por lo que el alma precisa de una purificación. Generalmente el ascetismo propone una vida de rigor moral que busca controlar dichos deseos y pasiones (renuncia a la práctica sexual, moderación en la comida, dietas y prohibiciones varias en la alimentación, renuncia a la ostentación de la belleza corporal...). La vida en el mundo del espíritu se puede completar también con la práctica religiosa y el desarrollo del conocimiento. Este último punto lo encontramos por ejemplo en Platón, para el cual la práctica de la filosofía es una forma de ascesis, de separación del alma del cuerpo - Fuente: Historia de la Filosofía. Volumen 1: Filosofía Griega. Javier Echegoyen Olleta. Editorial Edinumen.]

LAS CANCIONES DEL SIERVO (8)


LA CUARTA CANCIÓN:
EL SACRIFICIO Y LA EXALTACIÓN DEL SIERVO.
Isaías 52: 13 - 53:12.

Estrofa 5 (53:10-12): El triunfo del Siervo por medio de la muerte.
En esta última sección de la canción se vuelve a la nota del principio porque Jehová habla de «mi Siervo» (vers. 11), dando una explicación del enigma que arrojan los sucesos de la estrofa anterior. Indica que fue por la expresa voluntad de Dios trino que el Siervo padeció. Fue «entregado por determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios», dijo Pedro en Pentecostés, y éste es el énfasis aquí. La ofrenda de expiación se refiere concretamente a la de la culpa de Levítico 5:15; comporta el concepto de la plena satisfacción por cualquier ofensa demandada por un Dios justo. De nuevo se distingue entre «el pecado» (culpa) de la raza en bloque (versículos 10 y 12) y las «inquietudes» de los muchos que son beneficiarios de su Obra. También notamos la justificación por medio de conocerle a Él (se sobreentiende como Señor, Salvador y Sustituto), enfatizando además otra vez que Él fue justo (versículo 11, compárese con 1 Pedro 3:18).
Pero el énfasis principal de la estrofa es el pleno triunfo del Siervo a través de su muerte, concepto extraño si se aplicase a cualquier otra persona. Sólo Él ha dado su vida por sus enemigos y ganado el máximo laurel en la cruel lid de la Cruz. Por esto Jehová habla de su Resurrección y la vida eterna («prolongará sus días»), de la creación de todo un linaje de hijos (la «cosecha de la Cruz» como alguien los ha llamado), y el cumplimiento pleno de todos los propósitos divinos en sus manos. Y al contemplar las consecuencias tan ex­tensas de su sufrimiento, lo dará todo por bien empleado: «será saciado» (o satisfecho).
El expositor Buksbazen cree que la idea de «llevar las iniquidades de ellos» del versículo 11, colocada después de la referencia a la Resurrección, y teniendo en cuenta su intercesión por los pecados del versículo 12, se refiere primordialmente a la Obra mediadora desde la diestra de Dios, es decir, su obra Sumo sacerdotal. Esta interpretación es posible, pero es más probable que se trate de su Obra expiatoria, ya que las tres palabras principales empleadas (llevas, pecados, iniquidades) aparecen textualmente en Levítico 16:22. Pero en reali­dad, aunque no se refiera en primer término a la obra sumo sacerdotal de Cristo, la abarca indirectamente pues­to que es sobre la base de la expiación que Él puede realizar todo lo que hace ahora a favor de su pueblo, co­mo nos enseña claramente el escritor de Hebreos.
Al hablar de su victoria bajo la figura del reparto de un botín (vers. 12) surge la pregunta inevitable: ¿quiénes son los «muchos» y «numerosos» (nótese la traducción más exacta y el paralelismo acumulativo) con los que Él reparte los despojos, y a qué se refiere la porción mencionada? ¿Es que hay otros que han to­mado parte en la batalla y merecen una parte del botín? La contestación se halla en pasajes como el Salmo 68:18 y comentado por Pablo en Efesios 4:8-10. Hay un solo Vencedor, Cristo, pero a raíz de su triunfo habiendo hecho muchos cautivos, da dones a los que pasan a servir en sus filas. Porque Él derramó su todo hasta la muerte -su vida de infinito valor en la Cruz-, puede ahora derramar sobre cuantos se rinden ante Él los resultados abundantes de vida que surgen de su victoria; acontecimiento que tuvo lugar en Pentecostés, en el descenso del Espíritu Santo.
La canción termina sobre esta nota de victoria total, enfatizando que sobre todo el poder del infierno que había arrastrado a los hombres a la rebeldía, la transgresión y la ofensa, triunfa la entrega absoluta y Resurrección del Justo, junto con la Venida del cielo del Espíritu Santo (sobreentendida) que dotó a la raza de todos los recursos poderosos de la humanidad glorificada del Hijo. La nota final, asimismo, es sencillamente conmovedora, al recordar la falta total de egoísmo que manifestó el Siervo cuando en medio de dolores espan­tosos piensa en sus verdugos e intercede por su perdón. Y este rasgo anticipatorio de su presente Obra sumo sacerdotal a la diestra de Aquel que «vive para siempre para interceder por ellos» (Hebreos 7:25), redondea hermosamente todo el retrato del gran protagonista que hemos ido contemplando en las cuatro canciones.
Ponemos fin al comentario sobre esta maravillosa porción de las Escrituras con una cita elocuente del gran expositor Delitzch, que resume en unas frases incisivas las paradojas gloriosas de la canción: «el Siervo de Jehová pasa por el oprobio y la vergüenza para llegar a la gloria, y por la muerte a fin de vivir para siem­pre. Triunfa por medio de la entrega de sí mismo; gobierna después de servir como esclavo; vive después de muerto; cumple su Obra luego de haber sido anulado aparentemente. Su gloria resplandece sobre las sombras de la humillación más profunda». Que el Señor nos ayude a nosotros, no sólo a contemplarle extasiados sino a seguirle fielmente, mostrando los mismos rasgos del servicio a Dios que vemos en el Cristo de Dios. Para eso mismo nos ha llamado a nosotros.

¿Cómo puede un hermano conocer cuándo habla u obra por el Espíritu Santo en la Asamblea?


Preguntas: ¿Cómo puede un hermano conocer cuándo habla u obra por el Espíritu Santo en la Asamblea? ¿Puede el Espíritu llamar a un hermano para evangelizar en el culto?
Si un hermano evangelista que está de paso convoca y lleva a cabo una reunión, un hermano de los que escuchan, ¿debe venir en su ayuda? Y ¿debemos reconocer a este hermano evangelista como a un enviado?
 Respuestas: En cuanto a esta pregunta: ¿Cómo puede un hermano saber cuándo habla u obra por el Espíritu?, hay que saber lo que se entiende por eso; por cuanto se puede pretender a una especie de inspiración espontánea, lo que —por lo general— no es más que imaginación o voluntad propia. Es inexacto considerar la acción del Espíritu Santo en la asamblea como si se tratase de alguien que preside en medio de ella sin estar en los individuos, y tomando repentinamente a éste o a aquél para hacerles actuar. Nada semejante se halla en la Palabra desde el descenso personal del Espíritu Santo. Podríamos examinar, desde el capítulo 7 del Evangelio según Juan hasta el capítulo 2 de la 1ª. Epístola de Juan, unos 50 pasajes referentes a la presencia y acción del Espíritu en los santos y en medio de ellos; y convencernos de que no existe el menor rasgo de esta pretendida presidencia del Espíritu Santo en la asamblea.
Creo que la reacción normal contra los principios del clero — el cual quiere establecer a un solo hombre para hacerlo todo en una congregación— puede inducir a caer en el extremo opuesto, y hacer de la asamblea una república democrática bajo la pretendida presidencia del Espíritu Santo. El más importante pasaje a este respecto se encuentra en 1ª. Corintios 12:11, el cual se aplica muy mal a menudo, como si apoyare esta idea de presidencia: "Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere." La cuestión es, pues, saber cuándo reparte el Espíritu un don a alguien: ¿Una vez para siempre, o cada vez que ha de manifestarse dicho don? Desde luego que una vez para siempre.
La idea de que el Espíritu Santo toma repentinamente a un hermano, le hace levantarse como por un resorte, en la asamblea, para dar gracias, para leer, para meditar, no se halla en la Escritura desde el descenso personal del Espíritu Santo. De este modo puedo edificar la asamblea, diciendo hoy lo que el Espíritu Santo me habrá comunicado hace diez años por medio de la Palabra. Niego formalmente que un hermano que se levanta, en uno de los casos aludidos, pueda decir positivamente, cuando se levanta, que lo hace por el Espíritu, incluso cuando un hermano vuelve a sentarse tras haber dado gracias, por ejemplo, no debe buscar, para sí mismo, si ha obrado realmente según el Espíritu (aunque pueda tener conciencia de ello), sino que la asamblea que escucha las acciones de gracias tiene inmediatamente conciencia, o no, si estas alabanzas eran fruto del Espíritu o de la carne: su amén confirma la cosa. Digo la asamblea como tal: no me refiero a las personas que, con mal espíritu o por antipatía, decidirían de antemano rechazar la acción de tal o cual hermano. Estas verían unos Nadab y Abiú, allí donde la asamblea añade su amén por obra del Espíritu.
Como principio, vemos en 1ª. Corintios 14, que no todo consistía en hablar por el Espíritu en la asamblea; era también preciso hablar en el momento oportuno a fin de edificar la asamblea. Aquellos que tenían dones de lenguas (idiomas) hablaban ciertamente por el Espíritu, pero cuando, en la asamblea, hacían uso de estos dones que eran señales para los de fuera (1ª. Corintios 14:22), no edificaban la asamblea, y el apóstol les dice que, si carecen de intérpretes, deben callarse en la asamblea.
Según estos principios, su pregunta debería ser más bien ésta: «La acción de un hermano que habla con cierta frecuencia en la asamblea, ¿edifica la asamblea?» Si la asamblea, como tal (no se trata aquí de individuos aislados) puede contestar SÍ, entonces este hermano tiene el testimonio de que habla por el Espíritu —sin pretender a una inspiración cuando habla. Pero si la asamblea (como tal, siempre que se supone que está en su estado normal) contestara que la acción de este hermano, no edifica, entonces, según los principios de 1ª Corintios 14:28, tendría que callarse dicho hermano. En esto reside todo el asunto. En dicho capítulo, la Palabra nos enseña que no quiere otra acción en la asamblea que la que edifica la asamblea, tanto si se trata de acciones de gracias como de enseñanza (véase los versículos 13-25). Sucedía, incluso, que unos oraban por el Espíritu sin ser el órgano de la asamblea; ésta no podía comprenderlo para decir: Amén.
Su pregunta: «¿Puede el Espíritu llamar a un hermano para evangelizar en el culto?» descansa también sobre esta falsa noción de inspiración espontánea. Afirmo que un hermano, enseñado por Dios, no evangelizará en el culto, porque está allí para adorar a Dios, y no para hablar a los hombres (1ª. Pedro 2:5).
La extraña pregunta: «¿Qué es lo que venimos a hacer en las reuniones de culto?» halla su respuesta en particular en este mismo pasaje de 1ª. Pedro 2:5; luego en otros lugares, en las palabras del Señor a Juan, en Juan 4: 23-24; luego en Lucas 22: 19-20 en cuanto a la Cena del Señor, base del culto, y también en Hechos 20:7, donde vemos que el propósito especial de la reunión, el primer día de la semana, era "partir el pan".
Tocante a su última pregunta: «Si un hermano evangelista que está de paso convoca y lleva a cabo una reunión, un hermano de los que escuchan, ¿debe venir en su ayuda? Y ¿debemos reconocer a este hermano evangelista como a un enviado
Contestaré primero que es muy sencillo reconocer este hermano evangelista como enviado; ya que la Palabra no reconoce a otros evangelistas más que a aquellos dados por el Señor tras haber entrado en la gloria (Efesios 4: 11-12). No impugno la libertad que posee cada cristiano de anunciar a Cristo, en su correspondiente lugar y sitio. Pero hace falta notar que uno de estos evangelistas de Efesios 4 —como también un maestro, un pastor, etc.— ejerce su don bajo su propia responsabilidad delante del Señor que le ha enviado. Un tal hermano trabaja para su Señor. Es responsable de su propio trabajo delante de su Señor que le ha mandado. Por lo tanto, cuando este hermano ejerce su don delante de un auditorio convocado por él, si un oyente se entromete para ayudarle, éste viene a usurpar los derechos del evangelista, y los del Señor que le ha enviado. Para mí, este principio es de suma importancia. Cuando oigo a un hermano que ha convocado una reunión para ejercer su don, ni siquiera indicaré un himno, a no ser que me lo haya pedido. Dos hermanos pueden ponerse de acuerdo para obrar juntos; es asunto de ellos. El Espíritu había apartado a Bernabé y a Pablo (Hechos 13). Sin embargo, incluso entonces, vemos que Pablo era quien llevaba la palabra (Hechos 14:12).
Acerca de la evangelización, bueno es recordar que el evangelista es un individuo, una persona. La Palabra no reconoce una asamblea evangelista.
Diré, además, en cuanto a los dones y a su ejercicio en la asamblea, que el hermano poseedor de un don no debe —en las reuniones de asamblea— tomar sobre sí la responsabilidad de llevar toda la reunión, mayormente en una asamblea local. El tal hermano se alegrará más bien oyendo a otros hermanos dando gracias, indicando un himno y expresando algunos pensamientos, pero no sobre el principio radical de que todos tienen el derecho de hablar. Notemos, a este respecto, que el pasaje de 1ª Corintios 14:26 es más bien un reproche que una exhortación; no es: «Si cada uno tiene...» Cada cual tenía algo, y esperaba el momento de presentarse con lo que tenía, sin preocuparse si era para edificación.
Mucho menos aún debe imaginarse un hermano que posee un don, que a él le incumbe hacer el culto el domingo, bien sea en su asamblea local, bien sea en otra parte. Como sacerdote y orador, está en el mismo nivel que todos cuantos componen la asamblea. Como hermano varón (u hombre: 1ª Timoteo 2:8) tomando pública o abiertamente acción, en contraste con la mujer, que no la toma, no es más que otro, de tal manera que sea el órgano de la asamblea en las acciones de gracias. Pero si en tanto que este hermano está más cerca del Señor, puede que por eso tenga más acciones de gracias que dar que otro, que —por ejemplo— estaría ocupado por los negocios de la vida. De este modo, dicho hermano podría presentar tres o cuatro alabanzas en la misma reunión de culto y ser, cada vez, el órgano de la asamblea.
Pero, al mismo tiempo, este hermano será más feliz por escuchar y decir "amén" a las acciones de gracias de otros hermanos que andan cerca del Señor. Sufrirá si se da cuenta que otros están esperando que él presente las acciones de gracias, e igualmente si nota que los amados hermanos que suelen tomar parte en la adoración en otros lugares se abstengan de hacerlo en su presencia.
Pero en lo que se refiere a la enseñanza de la Palabra, este hermano está consciente, tanto en el culto como en las demás reuniones, que es responsable por el don que el Señor le ha confiado para edificación de la asamblea. Y si su ministerio es fruto de su comunión con el Señor, se impondrá cada vez más a la asamblea: a pesar del elemento radical que pueda existir en el seno de ésta.
La idea según la cual un hermano dotado no debe ejercer su don en una reunión de culto, ni debe dar gracias allí más que otro, no tiene base alguna en la Biblia. ¿Cómo imaginar a un Timoteo, a un Tito, a un Epafras, a un Estéfanas (para no mencionar a Pablo, a Juan, a Pedro), que fuesen menos aptos que otros para ser los órganos de la asamblea en las acciones de gracias del culto, y que tales hermanos tuviesen que abstenerse para dejar lugar a los demás?
Unos se figuran, también, que los adoradores son los hermanos que se levantan para alabar al Señor; esto es falso... Todas las hermanas son adoradoras, y no deben levantarse nunca para dar gracias. Todos los hermanos son adoradores, pero —desgraciadamente— no todos son espirituales, piadosos, viviendo cerca del Señor para poder ser cada uno el órgano de la asamblea en las acciones de gracias. Asimismo, algunos no son suficientemente sencillos para hacerlo como cuando están sentados a su mesa en casa.
Por fin, en cuanto a obrar por el Espíritu, volvamos a tomar el ejemplo de Pablo y Bernabé en Hechos capítulo 13. Estos eran hombres dados por el Señor ascendido en la gloria, según Efesios 4: 11-12; y, en Hechos 13, el Espíritu Santo los aparta y los envía una vez para siempre para ir a hablar del Señor por doquier todos los días bajo su dependencia, sin duda. No tenían que preguntarse, por tanto, al hallarse ante las multitudes en las plazas, en las sinagogas, y más tarde en las asambleas de los hermanos, si el Espíritu Santo les llamaba a hablar en aquel momento; estaban allí con este propósito, enviados desde Antioquía por el Espíritu Santo...
Cuando más tarde Pablo se encontró por un solo Domingo, y por la última vez en determinada asamblea (Hechos 20: 7-12) donde habló muy extensamente, ¿qué hubiéramos pensado de un hermano de Troas que hubiera insinuado a los demás que Pablo participaba demasiado en el culto?... Tomo este ejemplo como principio; todos no son como el apóstol Pablo. Felices son los santos que —libres de este espíritu nivelador, saben reconocer al Señor, allí donde ha concedido alguna gracia para bien de todos. Además de Efesios 4:11-12 y 1ª. Corintios 12, léase también cuidadosamente 1ª. Corintios 16:15-18, 1ª. Tesalonicenses 5:12-13 y Hebreos 13:17.

William Trotter
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1968, No. 95.-