domingo, 28 de agosto de 2011

Breves Comentarios


¿Cuál Día, el sábado o el Día del Señor?
"Para los cristianos el primer día de la semana perpetúa, en la dis­pensación de la gracia, el principio de que una séptima parte del tiem­po es especialmente sagrada; pero en todo lo demás el primer día se halla en contraste con el sábado. El uno es el día séptimo, el otro el día primero. El séptimo día conmemora el descanso que Dios tuvo después de la obra de la creación; el primer día conmemora la resurrección de Cristo. En el día séptimo Dios des­cansó; en el primer día Cristo esta­ba incesantemente activo. El sábado es símbolo de una creación concluida; el primer día, de una reden­ción consumada. El sábado era obligatorio según la ley; el primer día es un día de adoración y ser­vicio voluntarios. En el libro de los Hechos el sábado se menciona únicamente en relación con los judíos, y en el resto del Nuevo Testamento hay sólo dos versículos que se refieren a él (Colosenses 2:16; Hebreos 4:4). En estos pasajes se explica que el sábado, o sea el séptimo día, no es para el cristiano un día que debe observarse, sino un tipo de descanso que al presente disfruta el redimido cuando él tam­bién reposa "de todas sus obras" y confía en Cristo".
—La Biblia Anotada de Scofield

Breves Comentarios


El Fundamento de Nuestra Paz
            Nuestra natural inclinación es de buscar en nosotros, o en nuestras cosas, algo que pueda constituir, junto con la sangre de Cristo, el fundamento de nuestra paz… Esta­mos inclinados a mirar los frutos del Espíritu en nosotros, como si fuesen el fundamento de nuestra paz, en vez de mirar a la obra de Cristo por nosotros... El Espíritu Santo no ha hecho la paz, es Cristo quien la ha hecho (Colosenses 1:19-20). No se nos dice que el Espíritu Santo sea nuestra paz, mas se nos dice que Cristo es nuestra paz (Efesios 2:13- 14). Dios no envió a predicar "la paz por el Espíritu Santo", sino "la paz por medio de Jesucristo" (Hechos 10:36).
            Jamás podremos percibir con demasiada sencillez esta diferencia tan importante. Sólo por la sangre de Cristo obtenemos la paz, la justifi­cación perfecta y la justicia divina. El es quien purifica nuestras con­ciencias, quien nos introduce en el Lugar Santísimo, quien hace que Dios sea justo recibiendo al peca­dor que cree, y quien nos da dere­cho a todos los goces, a todos los honores, y a todas las glorias del cielo. (Véanse Romanos 3:24-26; 5:9; Efesios 2:13-18; Colosenses 1:20-22; Hebreos 9:14; 10:19; 1 Pedro 1:19; 2:24; 1 Juan 1:7).
— (adaptado)

Pensamientos

No sólo deseamos las cosas celestiales, sino que en ellas tenemos el gozo y el poder de hacerlas realidad. Podemos disfrutar del bien, amarlo y practicarlo. Con tales bendiciones, ¿cómo podemos regocijarnos un solo momento en el pecado? Sería horroroso. No obstante, ello ocurre y nos hace perder toda comunión con el Padre y con el Hijo. En este caso, apresurémonos a confesar nuestros pecados. Él es fiel, y no puede faltar a sus promesas. Es justo, no solamente para con nosotros, sino para con Aquel que llevó nuestros pecados, y puede así “perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).                                   

Las Gloriosas Paradojas del Reino


El reino...
·       Tiene un Rey que muere por sus súbditos.
·       El Juez es también el Salvador de todo aquel que quiere ser salvo.
·       Los aristócratas de ahora eran antes esclavos (Le. 12:32; Ro. 6:20).
·       Tiene jueces que antes eran criminales (1 Co. 6:2-3).
·       Sus "fieles" eran antes rebeldes contumaces.
·       Una ley que es libertad completa (Ro. 8:2; Stg. 1:25).
·       Una libertad que está totalmente atada (Ro. 6:18).
·       Todos los súbditos eran antes enemigos (Ro. 5:10).
·       Todos sus líderes son a la vez esclavos (Ap. 1:6).
·       Cada súbdito ha nacido dos veces; primeramente a la vida natural, y después a la espiritual (Jn. 3:3).
·       Muchos de los súbditos no morirían jamás (1 Co. 15:51).
·       Todos los súbditos han pasado de la muerte a la vida (Jn. 5:24).
·       Los súbditos son "derrotados" y "vencedores" al mismo tiempo (2 Co. 6:9,10).
·       Los héroes se glorían en su flaqueza (2 Co. 12:9).
·       Los "despreciados" son "exaltados" por el Rey del universo (Le. 12:32).
·       Tiene dominios sobre la tierra, pero su metrópoli se halla en el cielo (Gá. 4:26).
·       Los súbditos forman una "manada pequeña", y a la vez son innumerables como las arenas del mar (Gn. 22:17; Ap. 7:9).
·         No tiene país donde establecerse, pero tiene derecho de dominio sobre todo el mundo (1 P. 2:11; Mt. 5:5; 1 Co. 6:2).

¿Qué constituye la clave para entender tanta paradoja?
Un Rey coronado de espinas. ¡He aquí la gloria del reino!

HABLAR EN LENGUAS


El hecho de hablar en otras lenguas sin haberlas aprendido no es mencionado en el Antiguo Testa­mento. Tan sólo se encuentra una profecía sobre ese tema (Isaías 28: 11-13), y si en 1 Corintios 14: 21 no se la hubiese relacionado expresamente con el hecho de hablar en lenguas, seguramente jamás hubiéramos esta­blecido la relación. El sentido de este pasaje de Isaías resulta claramente del contexto. Puesto que los sacerdo­tes y profetas de Israel ya no eran accesibles al verda­dero conocimiento y mensaje divino (Isaías 28:7-10), Dios les hablaría por medio de hombres que se expresa­ran en una lengua ininteligible y extraña. Se trata de sus enemigos, los que traerán sobre ellos el juicio. Y el Espíritu Santo emplea este pasaje en 1 Corintios 14: 21-22 para mostrar claramente que las lenguas son una señal para incrédulos y no para creyentes.
Tampoco en los evangelios encontramos el hecho de hablar en lenguas, con excepción de la profecía del Señor Jesús en Marcos 16: 17. Pero, como a menudo se recurre a este versículo de Marcos, deseo detenerme un poco en él. En el versículo 14 el Señor se aparece a los once y les reprocha su incredulidad y su dureza de cora­zón. Luego les da, en el versículo 15, el mandato de pre­dicar el Evangelio a toda criatura, y agrega, en el versí­culo 16, cuáles serán las consecuencias que ello traerá aparejadas para los oyentes. Entonces, en el versículo 17, les dice a los once —en relación con el reproche de incredulidad que les había hecho en el versículo 14 — que a aquellos que hayan creído les seguirán señales. En el versículo 20 parten y el Señor cumple su promesa y confirma la Palabra por medio de las señales que la acompañaban.
Vemos, pues, que:
1)   Las señales tan sólo se dan para confirmación de la Palabra (compárese con Juan 2: 23-25).
2)    No está dicho que las señales acompañarían a todos los creyentes.
3)    La promesa sólo es hecha directamente a los once, y el versículo 20 dice que, cuando este evangelio fue escrito, la promesa se había cumplido. Esto con­cuerda con Hebreos 2:3-4: "Una salvación tan grande... La cual, habiendo sido anunciada primera­mente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad".
También se desprende de 2 Corintios 12: 12 que las señales eran una prueba del apostolado, al igual que el hecho de que un apóstol debía haber visto al Señor (Hechos 1: 21-26; 1 Corintios 9:1; 15: 8-9).
En Hechos 2 vemos por vez primera a hombres que hablan en lenguas. El Espíritu Santo baja a la tierra y bautiza en un cuerpo —la Iglesia o la Asamblea— a aquellos que hasta entonces, en cierto sentido, eran creyentes aislados (1 Corintios 12 : 13). Hasta aquel día es cierto que el Espíritu Santo había obrado en la tierra, pero nunca había habitado en ella, salvo en el Señor Jesús (Juan 3: 34; Colosenses 1: 19). Ahora descendía a la tierra para morar en ella, tanto en la Iglesia que había constituido por medio de su bautismo como en cada creyente individualmente. ¿Acaso este extraordi­nario hecho —la venida de Dios como Espíritu Santo para habitar en la tierra— había de pasar inadvertido? Tal como el advenimiento del Hijo de Dios a la tierra había sido acompañado de señales (una multitud de ángeles en la región de Belén y una estrella en el Oriente, Lucas 2:8-15, Mateo 2: 2), así también debía ocurrir con el descenso del Espíritu Santo. Pero tam­bién en este caso las señales no son visibles para todo el mundo, sino solamente para un reducido grupo de per­sonas. Sin embargo, las consecuencias de este gran hecho son visibles para todos aquellos que desean ser convencidos (Juan 7: 17).
En Hechos 2, el Espíritu Santo no viene en forma de paloma. Ello era posible únicamente en el caso del Señor Jesús (Lucas 3: 22), el único limpio, sin mancha, quien recorría su camino con mansedumbre y rectitud. Aquí el Espíritu Santo —como lo había anunciado el Señor Jesús (Juan 15: 26; 16: 7-14) — se manifiesta con el carácter de testimonio: "Lenguas[1] repartidas, como de fuego". No es una, sino que son lenguas repartidas. El testimonio ya no se limitará a una sola lengua, como antes de Pentecostés (véase, por ejemplo, Mateo 10:5-6), sino que saldrá hacia muchos pueblos. Y, como consecuencia, hablan en otras lenguas, y todos los judíos con los prosélitos venidos de otras partes les oyen anunciar, cada uno en su propia lengua, las mara­villas de Dios. Esto nos permite conocer el propósito del don de lenguas, a saber, que las Buenas Nuevas de la gracia de Dios traspongan los límites de Israel y sal­gan por todos los pueblos, naciones y lenguas y así sean utilizadas por el Espíritu Santo como medio para quitar el obstáculo, que existía desde la confusión de Babel (Génesis 11: 1-9), para la predicación del Evangelio a todos los pueblos (Hechos 2: 7-8). Los discípulos, que eran hombres iletrados (4:13), hablan de Dios a perso­nas de lenguas extranjeras, en los idiomas de las mismas, aunque no los habían aprendido. De esa forma se comprueba lo sobrenatural, lo divino de su mensaje. Las multitudes, convencidas, escuchan con recogi­miento mientras Pedro les habla, y como tres mil almas se convierten.
En los Hechos —fuera del capítulo 2— el acto de hablar en lenguas lo encontramos sólo en el capítulo 10:46 y en el capítulo 19:6. En el capítulo 10 se trata de gentiles, mientras que el capítulo 19 se refiere a judíos creyentes que, si bien hasta entonces habían sido discípulos de Juan el Bautista, no eran cristianos; pero, después de haber sido bautizados en el nombre del Señor Jesús, ellos fueron añadidos a la Iglesia.
Estas tres ocasiones poseen marcadamente el carácter del comienzo de la Iglesia y conciernen a todo un grupo de hombres que en su totalidad se ponen a hablar en lenguas y reciben este don sin haber orado para lograrlo.
En las epístolas, el don de lenguas sólo es mencio­nado en 1 Corintios 12 a 14, de donde extraemos que:
1)    Todas las manifestaciones del Espíritu —y por lo tanto el don de lenguas también— son dadas con miras a su utilidad (12: 7).
2)    No todos hablaban en lenguas, sino solamente algunos a quienes el Espíritu había dado ese don (12:8-11, 28-30).
3)    En el orden establecido por la Palabra de Dios, el don de lenguas se encuentra en último lugar (12: 8-10, 28-30). La lectura de esos versículos muestra claramente que esa enumeración constituye verdadera­mente un orden jerárquico. Tanto en el versículo 28 como en el 29 los apóstoles son mencionados en primer lugar.
4)    De ninguna manera, pues, se podría concluir que el don de lenguas sería permanente, ya que los apóstoles, nombrados en primer lugar, también lo eran tan sólo para el principio. Según 1 Corintios 9: 1 (véase también Hechos 1:21-22) era necesario que un apóstol hubiese visto al Señor; por eso no podría haber nuevos apóstoles. Pero, además, 1 Corintios 3: 10 y Efesios 2 y 3 dicen que los apóstoles colocaron el fundamento de la Iglesia. Y es evidente que esto sólo tuvo lugar una vez en el principio.
5)   El don de lenguas no fue dado para ser ejercido en la Iglesia, sino como señal para los incrédulos (1 Corintios 14: 19-25). Y ni siquiera para los incré­dulos que no podían entenderlas (14:23), sino para aquellos que las podían entender y allí donde real­mente eran una señal del poder de Dios. Esto se encuentra en total armonía con lo que hemos visto en Hechos 2.
Hemos visto, pues, que:
a)    El don de lenguas sólo se anuncia en Marcos 16: 17; es dado como confirmación de la palabra evan­gélica proclamada y sólo es aplicado a la predicación de los apóstoles.
b)     Lo encontramos únicamente en Hechos 2, 10: 46 y 19:6, donde claramente se halla relacionado con el comienzo de la Iglesia.
c)    Fuera de esto, encontramos que tan sólo se habla de él en 1 Corintios 12-14, y ello con el propósito de corregir excesos.
d)    Tanto de los Hechos como de 1 Corintios se desprende que las lenguas eran habladas allí donde eran comprendidas y que el don de hablar en lenguas no era conferido para ser ejercido en la Iglesia, aun cuando en medida restringida fue admitido, pero sólo si había intérprete.
e)    El don de lenguas no está en relación con el hecho de ser lleno del Espíritu Santo.
Si entonces todo en las Escrituras indica que el don de lenguas está en relación con el comienzo de la Iglesia, es indispensable ser muy prudente y examinar con cuidado todas sus exteriorizaciones a la luz de la Palabra de Dios.


[1]  Notemos que, en el texto original, la palabra griega «glossa», empleada aquí, tanto significa lenguaje como lengua. Por ejemplo, cuando en la epístola de Santiago se menciona la lengua como órgano del habla, se emplea esta palabra. Pero también se la utiliza para hacer referencia al lenguaje, como en 1 Corintios 13:1: "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas", y en Apocalipsis 5: 9, 7:9, 10: 11, 11: 9, 13: 7, 14: 6, 17: 15: "De todo linaje y lengua y pueblo y nación", etc. Esta palabra (lengua) la encontramos en Hechos 2:3: "lenguas repartidas, como de fuego", pero también en el versículo 4: "comenzaron a hablar en otras lenguas" y aun en el versículo 11, donde la multitud de judíos del extranjero dice: "Les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios". Esta palabra «glossa», además, se usa dondequiera que se trata el hecho de "hablar en lenguas" (Hechos 10:46; 19:6 y 1 Corintios 12, 13 y 14). El griego cuenta con otra palabra: «dialektos», pero ella aparece sólo en Hechos 1: 19, 2:6 y 8, 21:40, 22: 2 y 26: 14.

¡HAY QUE ANDAR... ANDAR!


"La paz os dejo, mi paz os doy"
            ¡Cuán dulce el dolor que por su amor se siente! De ese amor tan puro sentir el consuelo y el goce secreto interior; la comunión santa, el tierno embeleso del alma dichosa de tener tan cierta la paz del Señor.

"¡Oh si también tu conocieses, a lo menos en este tu día, lo que toca a tu paz!"
            Sentir el dolor y llevar sus marcas en la incomprensión; el llanto vertido todo por la ruina del hombre caído. Cuando, al impulso de ese Nombre hermoso la Palabra fluye, tierna y poderosa, capaz, suficiente, sana y verdadera, y por respuesta se halla, o la duda fea, o caras burlonas, corazones duros, conciencia ignorada, o - lo que es más triste - fría indiferencia... ¡cuán dulce reposo ante tanta pena halla el defraudado mensajero en el toque sentido de Su comunión cierta!

"Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: conoce el Señor a los que son suyos; y: apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo"
            Y si es en la ruina que el testimonio presenta... los tristes espectáculos de las luchas fraternas, en las divisiones, en el andar poco airoso de las llamadas iglesias, en la hipocresía de la cual la profesión está llena; nombres y más nombres, sectas y más sectas, en la idolatría, en las herejías, en la tolerancia del mundo, en la carne, en los mil problemas que en todas maneras, bastante a menudo, se presentan...; doblado dolor, multiplicada pena, sólo halla respuesta y consuelo en Su naturaleza santa y verdadera.

"Gozaos con los que se gozan: llorad con los que lloran"
            ¡Cuán dulce consuelo en su tierno amor! No sabernos solos. Cuántos corazones tienen el sentir del corazón nuestro; llorar por lo mismo muchos a la vez; gozar todos juntos por la misma fe.

"Y os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros y os presiden en el Señor y os amonestan: y que los tengáis en mucha estima por amor de su obra"
            Hallar el reposo durante el camino, cuando la jornada dura y fatigosa agobia el espíritu en la lucha sorda contra el "viejo hombre", una voz amiga, venida de cerca, te anima y te esfuerza, te goza y te consuela. La voz de un hermano que te pastorea, mostrándote mucho de lo que Dios tiene, hablándote largo de su esplendidez, nutriendo tu alma por el Espíritu Santo, te guía a los pastos que ansía tu fe.

"Y limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y la muerte no será más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor"
            Y así en estas cosas un día sufrir y un día gozar, un día caer y otro levantar. ¡Ánimo, hermanos! La hora se acerca cuando los contrastes ya no serán más. La casa del Padre es nuestro lugar. Dulces añoranzas de hogar celestial inundan el alma; la muerte y el llanto ya no existirán, mas mientras Él venga, ¡hay que andar... andar!

UNA GRAN PALABRA


La Necesidad Humana de La Justifica­ción
     En el estudio de la salvación ve­mos que el hombre está en peligro del juicio divino. Al estudiar la redención vemos que él es un esclavo al pecado, pero al referirnos a la justificación el énfasis se enfoca en la culpabilidad del hombre y su necesidad de justicia provista por Dios para cubrir su culpa. "No hay justo, ni aun uno;" es el vere­dicto de las Escrituras (Ro.3:10) El hombre no puede proveer una respuesta para su necesidad espiritual.

El Significado de La Palabra "Justi­ficación".
     La forma de la palabra apa­rece más frecuentemente como verbo en la Biblia. "Justificar" quiere decir "Declarar ser justo a uno". Pero surge la pregunta por cuanto no hay siquiera uno que sea justo, ¿cómo puede Dios declarar justo a uno cuando per­sonalmente esa persona no lo es? Desde luego la respuesta es la Cruz de Cristo. Existen dos problemas:
a) ¿Cómo puede Dios justificar y ser justo, El Mismo?  
b) ¿Cómo puede el hombre, que es un pecador culpable, ser justificado?

La respuesta es:
a) Que la cruz cubre todo reclamo divino y
b) que la cruz también cubre toda necesi­dad del pecador “a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús", Ro.3:26.

Unos Aspectos De La Justificación:
·        Por Gracia (Ro 3:24).
            Todo el asunto de nuestra justificación queda fuera del alcance del mérito humano. Dios nos la da sin merecerla y a pesar de cuán malos seamos. No existe una razón en el hombre para que Dios le justifique; viene de su disposición de gracia.
·         Por Sangre (Ro 5:9).
      Debe haber un fundamento adecuado para la justifica­ción. Lo que Dios hace tiene que estar sin lugar a dudas. La muerte de Cristo o más acertado, su sangre, (que habla de sacrificio), es la única base de la justificación.
·        Por Fe (Ro 5:1).
     El principio por el cual la bendición de Dios se recibe es el de la fe o el creer; no es por obras o ceremonias sino por la fe en Cristo solamente. La gracia la provee, la san­gre es el fundamento que la apoya y la fe es el medio de recibirla.
·         Por Obras (St.2:14-26).
       Algunos piensan que este aspecto contradice el anterior, pero la verdad es que Santia­go complementa lo que citamos de Pablo. Ante Dios somos justificados por la fe. Ante los hombres somos justificados por nuestras obras. Las obras hacia el hom­bre son una evidencia de la fe hacia Dios.
·        La Prueba de nuestra justificación (Ro.4:23-25).
     ¿Cómo sabemos que Dios ha justificado a un creyente? Sentirse contento no es confiable ni suficiente. Tenemos que saber lo que Dios piensa de nosotros. El declara que Cristo "fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado por nuestra justifica­ción". Su muerte en la cruz fue el pago de la deuda y su resurrección es el re­cibo dado por Dios. En la cruz los pe­cados del creyente fueron cancelados, mientras la resurrección es la prueba de que fueron eliminados.
Contendor por la Fe,  Nº 241-242

Tres Admirables Mujeres


La devoción fiel de muchas mujeres en las Escrituras, proveen un estudio de profunda bendición, no solamente a mujeres y jóvenes cristianas, sino también a hombres de bien. Nos proponemos considerar tan solo a tres de ellas en este articulo, La primera una esposa y madre en el Antiguo Testamento y las otras singulares mujeres en el Nuevo Testamento. La primera es llamada "Una mujer importante", pero las otras son importantes también, por causa del lugar que han tomado de humilde sujeción al Señor Jesús.

La Admirable Mujer de Sunem
Esta querida hija de Dios nos es presentada en 2 Reyes 4:8-37. La gracia de Dios esta trabajando dentro de su corazón, esto se hace evidente, en la manera en que ella discierne en hacer lo correcto en cada una de sus situaciones.
Lo más vital de esta primera consideración:
Su Actitud Hacia el Señor
Ella no era "sin temer ninguna amenaza" como una mera esclava (1 Pedro 3:6), pero si como una fiel y sumisa esposa, hace su petición "Ruégote pues que hagamos un cuartito en lo alto, sobre la pared de la casa" (2 Reyes 4:10 V.M.). En su carácter sencillo se dirige al corazón de su esposo. Con seguridad podría confiar en él. Después cuando él pregunta, ella ya ha ido al hombre de Dios y ha vuelto  nuevamente, entonces con toda, sencillez le dice "esto estará bien" y el no preguntó más (vers.22-23). Ella sabía las cosas del Señor, sabía que no era ella tan importante, como si lo era él (su esposo), y que el no podría entrar en las perturbaciones a través de la cual su alma se encontraba, atravesando, como tampoco podría, él dar respuesta a su necesidad. Como sí lo podía hacer el hombre de Dios, Por tanto ella no dirá a su esposo que su hijo ha muerto. Su sabiduría y el control de si misma en esto es notable.

Su Actitud Hacia su Hijo
Cuando Elías le dijo a ella que tendría un hijo dentro de un año, ella no podía creerlo. Es claro que ella había añorado un hijo, pero tenía, que decidir ser feliz sin uno ya que su marido era viejo. En el nacimiento de su hijo, no hay dudas, en cuanto a su amor por este, era puro y perfecto.
No vemos de ella a una madre posesiva, o con temores por la seguridad de su hijo. Es así como ella, le ha permitido acompañar a su padre en el tiempo de la cosecha. Cuando el niño se queja de su cabeza, su padre sabía donde enviarle. ¡En los momentos de problemas, cuán bueno es para un hijo tener una madre cariñosa!
Tiernamente ella lo tenía en sus rodillas hasta que murió. Pero podemos notar que en su amor por él, no se encuentra descontrolada hasta estar abatida. Sin dudas, en el profundo sentimiento de este inesperado pesar ella tiende al niño sobre la cama de Elías y sale (vers. 21), Solamente la fe en el Dios vivo podía sostenerla en tal hora. No hay dudas en su interior, ella realiza una verdad de gran importancia para todos los padres, y es: nuestros hijos no son en realidad nuestros, más del Señor son. Él tiene derechos soberanos sobre cada uno de ellos, Aunque los ha confiado a nosotros por un tiempo, a su vez eventualmente debemos entregarlos a lo alto y dándolos a lo alto, nos encontraremos a menudo que los ganaremos otra vez de manera espiritual, lo cual es lejos lo mejor.
Más bien que estando en pánico, ella, se ha movido con deliberada calma en la preocupación por su hijo. Haciendo una realidad que el hombre de Dios (tipo de Cristo) era su recurso, Después cuando su hijo fue restituido a la vida por Elías, su corazón estaba tan lleno que ella solo po-día rendirse a sus pies y humillarse hasta el suelo mismo, sin pronunciar palabra alguna (Vers. 37).
En todo esto, ¿En su actitud hacia el esposo y hacia su hijo, no vemos claramente resuelta su actitud hacia el Señor? Esto es la influencia, que prevalece y el dulzor impregnado en su natural comunión. Podemos tener la gracia de seguir su fiel ejemplo,

María de Betania
María comparte la misma actitud cariñosa que hemos visto, hacia el Señor y mucha paz que proviene, no de la mera naturaleza humana, sino del mutuo conocimiento con el Señor Jesús, Se nos muestra en Lucas 10:38-42, a ella sentada a los pies de Jesús y oyendo su palabra, ¡Preciosa ocupación!, Nos es evidente que ella vivía en el hogar de su hermana Marta, la cual era dulce. Sin embargo, Marta esta quejándose al Señor sobre María, porque no le ayuda. Pero de nada se queja María acerca de Marta, Quizás, María al escuchar al Señor su palabra, esta le ha-bía llevado a un buen resultado.
¿Puede una mujer soltera servir al Señor de manera aceptable? El Señor mismo ha de responder la pregunta con palabras de amor, "María ha escogido la buena parte, la cual no le será, quitada" (vers. 42). Este servicio no parece gustarle a Marta, pero la atención seria de todo corazón por parte de María a la Palabra de Dios, es precioso a los ojos del Señor. Nosotros podemos pensar en ser pujantes haciendo cosas para el Señor, pero esto nos hará tomar poco tiempo para una quieta meditación en su Palabra, pues por medio de esta el Señor nos hará limpios y aprobados.
Después encontramos a María, a los pies del Señor con un profundo pesar en su corazón (Juan 11:32). En ese momento ella estaba apesadumbrada y perpleja, porque el Señor no había venido a Betania, al oír que su hermano Lázaro estaba enfermo. Más aún ella espero hasta que murió. Ella no podía comprender esto en aquel momento, pero seguramente lo ha comprendido bien una vez que el Señor Jesús ha levantado a Lázaro de entre los muertos. El no podía ser resucitado, a menos que hubiese muerto y el pesar de ella, fue cambiado a. un gozo maravilloso. Nuevamente le vemos a ella a los pies del Señor (Juan 12:3), pero esta vez no estaba en aflicción, ni tampoco aprendiendo de Él. Ella esta allí con su corazón pleno en acción de gracia y ungiendo sus pies con precioso ungüento. Ni siquiera, los discípulos han entendido esto. Primero es Judas el que se queja por esto y luego los otros se le unen también (Mateo 26:8), Pero ella era una verdadera adoradora y el Señor la defiende de un modo admirable, aprobando lo que ella ha hecho, diciendo: "...pues ha hecho conmigo una buena obra" (Mateo 26:10-13). Su acto es quizás la más preciosa imagen del culto de adoración, que esta registrado en las Escrituras. No hemos leído de ningún hombre haciendo tal cosa, Verdaderamente están allí estas devotas mujeres, sin contar con una larga, narración. Si nosotros literalmente no rodemos uncir sus pies si podemos ciertamente en alguna medid a; imitar esta adoración al Señor.

María Magdalena
Ella tal vez no tiene la misma calma y el carácter meditativo de María de Betania: Con cuanta diligencia ella buscaba aprender la Palabra de Dios no podemos cuestionar. El nivel de su inteligencia y el poder de su razonamiento no podría ser tan alto como el de otros, pero esto no nos sorprende "... de quién había echado fuera siete demonios" (Marcos 16:9 V.M.). Su vida previa fue terrible, no tan degradada, pero sufriendo el cautiverio bajo el poder de Satanás, Los hábitos de un estudiante que tiene tal pasado, no se desarrollan efectivamente.
De todas maneras, en Juan 20:1-18, nos es dado una hermosa, secuencia de su inamovible devoción al Señor Jesús. Esta debería hablar a toda, mujer y a todo hombre. Ella se ha unido con otra mujer y así juntas han de venir ha ungir el cuerpo del Señor Jesús, más encontró que el cuerpo no estaba. Ella no comprende esto y tampoco cuando ve a ambos ángeles en la  tumba. Más no esta impresionada por lo que ha visto. Pero sí esta preocupada, porque no está el Señor. Cuando Jesús mismo se dirige a ella, más ella cree que se trata del hortelano y se aleja de él. Es ahí cuando el Señor con toda simplicidad le dice: "María", Inmediatamente ella le reconoce y parece ser que quería ir, y aferrarse de él. Entonces él le tiene que decir "no me toques", porque aún no había subido a su Padre. Pero si le da un maravilloso mensaje, para que lo hiciese saber a los discípulos: "mas ve a mis discípulos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, y a mi Dios y vuestro Dios" (Juan 20:17 V.M.). Sin dudas María pensó que la comunión era la misma, de cuando ella le había conocido, antes de resucitar, Sin embargo, ella podrá conocerle más sobre esta nueva base. Ella podrá tener una mejor comunión y más bendecida, con aquel que ha ascendido al Padre. Ahora sabemos como se nos derrama de lo suyo. Ella lo tendrá ahora en el cielo, como la bendita cabeza de una nueva creación, en la cual él tiene a los discípulos como sus hermanos. Maravillosa es esta dulce gracia que proviene del Señor Jesús. El se ha revelado de este modo, no al hombre mas inteligente o poderoso, sino a una mujer, cuyo afecto por EL, no estaba dividido y era verdadero, Ella es el primer testigo de su resurrección (Marcos 16:9). Bien po-dríamos todos nosotros, mujeres y hombres, tenerle la misma devoción de amor.
Estas tres mujeres, tenían posiciones y circunstancias diferentes, como en realidad ocurre con todos los creyentes. Pero cada una tenía su lugar especial, en el que ellas podían expresar la realidad de su comunión al Señor. Cada uno de estos ejemplos son encantadores para todos nosotros.
Traducido por Denis Valencia

TITO


Capitulo 2


A Tito se le encarga ocuparse de que todos estén de acuerdo con propiedad moral y relativa: el peligro de olvidar la gracia y el orden santo entre los cristianos
Versículos 1-10. A Tito, que no sólo debía designar a otros para el propósito, sino que, estando allí revestido con autoridad, él mismo debía velar sobre el orden y el andar moral de los Cristianos, se le encomendó (tal como es el caso a través de estas tres epístolas) ver que cada uno, conforme a su posición, anduviese en concordancia con una propiedad moral y que guarde relación - una cosa importante, y que protege de los ataques de Satanás, y de la confusión en la asamblea. La verdadera libertad reina en la asamblea; el orden moral la asegura; y el enemigo no encuentra mejor ocasión para deshonrar al Señor y arruinar el testimonio y arrojar a todos en el desorden dando así ocasión al mundo para blasfemar, que el olvido de la gracia y del orden santo entre los Cristianos. No nos engañemos: si estas cualidades no se mantienen (y ellos son bellos y preciosos), entonces la libertad (y es hermosa y preciosa, y desconocida para el mundo, quienes ignoran lo que la gracia es), la libertad excelente de la vida cristiana, da lugar al desorden que deshonra al Señor y arroja confusión moral en todas las cosas.

Hombres destruyendo la libertad Cristiana donde hay desorden: el remedio verdadero; el Espíritu reconociendo cada relación con Dios como formada; los Cristianos han de actuar de forma adecuada a la relación
A menudo, al percibir que la debilidad del hombre brinda la ocasión al desorden donde reina la libertad cristiana, en lugar de buscar el verdadero remedio, los hombres han destruido la libertad; ellos destierran el poder y la operación del Espíritu - pues donde está el Espíritu, hay libertad en todo sentido - el gozo de las nuevas relaciones en las cuales todos son uno. Pero, mientras separa cada vínculo por causa del Señor cuando es necesario, el Espíritu reconoce cada relación que Dios ha formado; incluso cuando nosotros la rompemos - así como la muerte lo hace - a través de la exigencia del llamamiento de Cristo, que es superior a todas ellas. Pero mientras estemos en ellas (el llamamiento de Cristo aparte), hemos de actuar de manera apropiada a la relación. La edad y la juventud, marido y esposa, hijo y padre, esclavo y amo, todos tienen que mantener sus propias propiedades esenciales para mantener el orden el uno hacia el otro, y un comportamiento en concordancia con la posición en que estamos.

La sana doctrina manteniendo todas las propiedades morales: el fundamento de la conducta de los santos
La "sana doctrina" tiene en cuenta todo esto, y, en sus advertencias y exhortaciones, mantiene todas estas propiedades. Esta es la enseñanza que el apóstol da aquí a Tito, con respecto a los ancianos, las ancianas, las mujeres jóvenes (en relación a sus maridos, sus hijos, y su vida entera, que debería ser doméstica y modesta); a los jóvenes, para quienes Tito debía ser siempre un modelo; a los esclavos, con sus amos; y luego, los deberes de todos hacia los magistrados, y, en realidad, hacia todos los hombres. Pero, antes de ocuparse de este último punto, él establece los grandes principios que son el fundamento de la conducta de los santos entre ellos en este mundo. Su conducta hacia los magistrados y el mundo tiene un motivo diferente.

La base y el motivo para la conducta Cristiana en la asamblea: el motivo para el carácter del andar de ellos en el mundo
La conducta de los cristianos en la asamblea, como tales, tiene como su base y motivo las doctrinas especiales del Cristianismo. Nosotros encontramos estas doctrinas y motivos en el capítulo 2: 11-15, porción que habla de esa conducta.
El motivo particular para el carácter del andar de ellos, con respecto al mundo, lo encontramos en el versículo tercero y los versículos siguientes del capítulo 3.

Un resumen del Cristianismo como una realidad práctica para los hombres: la gracia de Dios trayendo salvación
Versículos 11-15. Estos versículos contienen un resumen notable del Cristianismo, no exactamente de sus dogmas, sino como una realidad práctica para los hombres. La gracia se ha manifestado. Se ha manifestado, no limitada a un pueblo particular, sino a todos los hombres; no se ha manifestado cargada con promesas y bendiciones temporales sino trayendo salvación. Viene de Dios a los hombres con salvación. No espera justicia del hombre, trae salvación a los que la necesitan. Preciosa y sencilla verdad, que nos hace conocer a Dios, que nos coloca en nuestro lugar, pero conforme a la gracia que ha sobrepasado toda barrera para dirigirse, en la bondad soberana de Dios, ¡a todo hombre en la tierra!

Enseñanza perfecta con respecto a nuestro andar en este mundo
Habiendo traído esta salvación, ella nos instruye perfectamente en cuanto a nuestro andar en este mundo; y eso, en relación a nosotros mismos, y a los demás hombres, y a Dios. Renunciando a toda impiedad, y a todos los deseos que encuentran su gratificación en este mundo, hemos de poner freno a la voluntad de la carne en todo aspecto y vivir sobriamente; tenemos que reconocer las demandas de los demás y vivir justamente; debemos reconocer los derechos de Dios sobre nuestros corazones y ejercer la piedad.

Nuestro futuro iluminado por la gracia
Pero nuestro futuro también está iluminado por la gracia. Ella nos enseña a aguardar la esperanza bienaventurada, y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.

Lo que la gracia hace; lo que Cristo ha hecho
La gracia se ha manifestado. Ella nos enseña de qué manera andar aquí abajo, y a esperar la manifestación de la gloria en la Persona de Jesucristo. Y nuestra esperanza está bien fundamentada. Cristo es justamente precioso para nosotros. Podemos tener confianza plena de corazón al pensar en Su manifestación en gloria, así como el motivo más poderoso para una vida consagrada a Su gloria. Él se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad, y para purificar para sí un pueblo en Su derecho propio, y que fuese celoso - conforme a Su voluntad y a Su naturaleza - de buenas obras.

El Cristianismo como la obra de la gracia de Dios
El Cristianismo es esto. Ha provisto para todo, el pesado, el presente, y el futuro, conforme a Dios. Nos libra de este mundo, haciéndonos un pueblo apartado para Cristo mismo, conforme al amor en el cual Él se dio a sí mismo por nosotros. Se trata de una purificación, pero una purificación que nos consagra a Cristo. Nosotros pertenecemos a Él como Su peculiar porción, Su posesión en este mundo; animados con el amor que está en Él, para hacer el bien a los demás y testificar de Su gracia. Este es un precioso testimonio de lo que el Cristianismo es, en su realidad práctica, como la obra de la gracia de Dios.

Toma al perro por las orejas


 “El que pasando se deja llevar de la ira en pleito ajeno, es como el que toma al perro por las orejas.” Proverbios 26:17

            Sin duda, todos nosotros nos hemos encontrado alguna vez mezclados en disputas en las que no teníamos nada que ver; tomamos “al perro por las orejas” y fuimos mordidos. Pero el alcance de este sabio y prudente consejo sobrepasa, como en todos los Proverbios, los pequeños hechos de la vida diaria. Es un principio simple, pero importante, el cual debe regir nuestra actitud en relación a los conflictos que ocurren en este mundo caracterizado por la violencia. Nuestros corazones se sienten atraídos por ellos, trátese de asuntos locales, nacionales o internacionales, como si fuéramos de este mundo. No debemos olvidar que aquí sólo estamos de paso. Nuestro Señor Jesucristo “se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo” (Gálatas 1:4). Debemos comportarnos como extranjeros y peregrinos. Nuestros verdaderos bienes se hallan en otra parte desde el momento en que nos convertimos en hijos de Dios. “Nuestra ciudadanía está en los cielos” (Filipenses 3:20).
            Nunca los creyentes han estado tan incitados a tomar parte en los asuntos terrenales como ahora. De acuerdo con la edad, el temperamento, la educación, el medio en que se vive y las influencias de nuestro entorno, uno puede inclinarse a un lado o a otro. Diferentes puntos de opinión que harán estallar disputas surgen entre los cristianos sinceros; conversaciones apasionadas tienen lugar en el seno de las familias, cuando no a las puertas de las reuniones. Y de esta manera, imprudentemente nos dejamos arrastrar por un “pleito” que no es el nuestro.
            “No tenemos lucha contra sangre y carne” (Efesios 6:12). Nuestro Maestro, el divino modelo, ¿acaso tomó partido en los conflictos que oponían a herodianos, saduceos, fariseos u otras sectas religiosas o partidos nacionales? Los juzgaba a todos con su sola presencia y sus palabras.
            Alguien objetará que el cristiano no puede permanecer indiferente delante del espectáculo de este mundo, ante sus sufrimientos e injusticias. Es verdad. No puede pactar con la violencia y el engaño, la iniquidad bajo todas sus formas. Pero tampoco debe extrañarse de verlos señorear en un mundo donde Satanás es el príncipe. La Palabra de Dios resume en una palabra “todo lo que hay en el mundo”: concupiscencia o codicia (1 Juan 2:16; 2 Pedro 1:4); todos los pleitos y las guerras tienen en el fondo la misma causa (véase Santiago 4:1).
            Confieso que existen consideraciones que conciernen a la libertad de culto o del testimonio cristiano. Pero, después de todo, hemos de admitir que “no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas” (Romanos 13:1). Su establecimiento o mantenimiento no es de nuestra incumbencia, salvo que debemos orar por aquellos que nos gobiernan. No deberíamos inquietarnos por la organización de este mundo, aun cuando tuviéramos que decir como los apóstoles: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:22). Dios no nos ha dejado aquí para que nos metamos en la organización de este mundo, sino para que “vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12). Estamos aquí para mostrar los caracteres de Cristo, para manifestar su vida y ser luz en este mundo, para ser la sal de la tierra, y nada más; si faltamos en algo de esto, privamos al Señor de aquello que espera de nosotros. Somos llamados a amar, a perdonar, a hacer el bien, a ayudar a los débiles, a dar testimonio de un Cristo muerto, resucitado y glorificado, a esperarle, a interceder y a adorar. Debemos guardar y obedecer su Palabra, no renegar su Nombre, en resumen, hacerlo todo en el nombre del Señor. Todo esto es absolutamente independiente del estado social, intelectual o moral del mundo, como también de la condición particular en la cual Dios coloca a cada creyente. El esclavo de la antigüedad podía ponerlo en práctica como su amo, el obrero de hoy como también su jefe, el analfabeto como el sabio.
            El cristiano es un combatiente continuo; sus enemigos no descansan; son numerosos, potentes, sutiles. Así, pues, nuestra lucha es “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Como Amalec, quieren impedirnos que sigamos el camino hacia la herencia celestial; como los cananeos, quieren evitar que disfrutemos de ella. Para luchar contra todo esto, no necesitamos armas carnales, sino las armas de Dios, “toda la armadura de Dios”. Tenemos que combatir “ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3) y que se halla amenazada por tantas falsas doctrinas. Es necesario luchar contra la mundanalidad, luchar para librar a las almas, en un santo combate para el Evangelio (Filipenses 1). Y no hablaremos de la lucha sin cuartel que hay en nosotros, entre el Espíritu y la carne. Hay que combatir, es necesario vencer. “Al que venciere…” dice el Señor. Es el combate de la fe.
            Jóvenes, a ustedes especialmente se les pide que combatan (1 Juan 2:13-14). Sean fuertes, sean hombres. “Escógenos varones, y sal a pelear contra Amalec” decía Moisés a Josué (Éxodo 17:9). No se trata de nuestras propias fuerzas, sino de la energía de la fe que vence al maligno por la Palabra de Dios (1 Juan 5:4). “Sois fuertes, y la Palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno” (2:14). Es lo común en la juventud, pero ésta debe tener cuidado con el estado de su corazón. Por eso la Palabra dice seguidamente: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo” (v. 15).
            Por lo tanto, cuando permanecemos al margen de las disputas terrenales, no se trata de insensibilidad o apatía, sino porque nosotros tenemos nuestro propio “pleito”, que es el de Cristo. Proseguir nuestro combate es el único medio para trabajar en favor de este mundo. Abraham luchaba por medio de la oración a favor de Sodoma, y lo hacía en la montaña, delante de Dios. Meternos en los combates de este mundo, aunque en ello hayan buenas intenciones, no sería otra cosa que desertar, para una causa ajena, del verdadero combate celestial. Sería rendirnos de nuestra posición cristiana. Sería desconocer el amor de Aquel que se entregó a sí mismo por nuestros pecados.