domingo, 6 de enero de 2019

PENSAMIENTO

¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena. (Salmo 139:17-18)



Normalmente le damos valor a los pensamientos de un hombre importante que es considerado sabio y bueno. Los atesoramos por su propio peso, pero ¡cuánto realzamos su valor cuando nos conciernen personalmente! Entonces, ¡cuánto más debiésemos valorar los pensamientos de Dios, especialmente cuando nos conciernen!
            Las Escrituras registran Sus pensamientos hacia nosotros. Se nos dice que nos ama, que se compadece de nosotros y nos lleva en Su corazón. La naturaleza también está llena de tales pensamientos. Sin embargo, no es por medio de los símbolos mudos de la naturaleza que descubrimos los pensamientos del Padre, quien quería reconciliarnos consigo mismo. Sus pensamientos nos los reveló “en el Hijo” (He. 1:2). Jesús es Aquel por medio de quien fluyen los preciosos pensamientos del Padre, llenos de inefable bondad, gracia y amor. ¡Cuán preciosos son estos pensamientos de Dios!
            ¡Oh, cuánto debiésemos apreciar Sus inefables pensamientos hacia nosotros! Cómo solucionarían nuestras dudas, calmarían nuestros temores, aliviarían nuestros dolores, acallarían nuestras dudas y suavizarían nuestras enfermedades. Ellos traen confianza, paz y gozo a muchos con un espíritu alicaído, enlutado, atribulado y pensativo. Esta ha sido la experiencia de los creyentes en todas las épocas.
            ¡Qué molesta incredulidad a veces se agita dentro nuestro! Si dejásemos que los pensamientos de Dios, tal como están revelados en Su Palabra, entren y llenen los aposentos de nuestras mentes, ¡cuán diferentes serían nuestras perspectivas y pensamientos con respecto a lo que estamos atravesando!
J. R. Macduff

GEDEÓN, EL LIBERTADOR


El llamado de Dios, Jueces 6.1 al 24

    El libro de Jueces describe una espiral descendiente de alejamiento espiritual. En los tiempos del comienzo del libro Israel se encuentra en la elevación hasta la cual Josué llevó la nación en el noble ministerio de su vida. Cuando el libro termina la condición es una de absoluta anarquía; “Cada uno hacía lo que bien le parecía”, 21.25.
    Siete vueltas en la espiral hacia abajo son señaladas por la cláusula “los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová”. Vea la expresión en 2.11, 3.7,12, 4.1, 6.1, 10.6, 13.1.

1.       El mal
    Ahora, en la cláusula citada, lo malo es el mal. Su pecado fue el pecado de los pecados: el de dejar a Dios e ir en pos de los ídolos. La idolatría es la suprema necedad de los incrédulos, Romanos 1.22,23, y la impiedad más desafiante de los creyentes. El último llamado de Dios a Israel antes de la caída de la nación se encuentra en Jeremías 44.4; siglos después de Gedeón, diría: “No hagáis esta cosa abominable que yo aborrezco”.
    La idolatría había sido la mayor degeneración de ese pueblo desde los tiempos de Moisés. El becerro de oro fue su episodio más vergonzoso en el desierto. Baal y Astarot eran sus seductores en la época de los jueces. En el período de los reyes el pueblo de Israel volvió a sus dioses una y otra vez, hasta que salió de Dios el mensaje que “no hubo ya remedio”, 2 Crónicas 36.16.
    Dios no tolerará la idolatría en su pueblo. Esta provoca su santa ira, y Él castiga para sanar. “¿Provocaremos a celos al Señor? ¿Somos más fuertes que él?” Así preguntó el apóstol a unos creyentes que jugaban con esta misma cosa; 1 Corintios 10.22. Si el lector busca los párrafos en Jueces 2.11 al 19, verá un resumen de este mal. Veamos las frases que describen la decadencia progresiva:
·      Dejaron a Jehová y adoraron a Baal y a Astarot, 2.13
·      Se encendió ... el furor de Jehová, 2.14
·      Tuvieron gran aflicción, 2.15
·      Jehová levantó jueces que los librasen, 2.16
·      Al morir el juez, ellos volvían atrás, 2.19
A lo largo el juicio los recogió y los lanzó al exilio para aprender su amarga lección. “De sus caminos será hastiado el necio de corazón”, Proverbios 14.14.
    Una sola generación bastó para conducir este pueblo a una idolatría avanzada, por cuanto este mal es veloz en su desarrollo; véanse Jueces 2.10,11. Ninguno puede contarse como inmune de la retrogresión espiritual con base en experiencias recientes de poder y bendición recibidos de Dios. Mientras más la subida, mayor la caída.
    Además, es un peligro persistente esta confianza ilícita. Es un enemigo que vuelve al ataque sin pérdida de tiempo después de cada rechazo. “El que piensa estar firme, mire que no caiga”, 1 Corintios 10.12. “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo”, Hebreos 3.12.
    El camino de la restauración está señalado claramente en nuestro pasaje. La retribución instantánea de la idolatría es la pobreza espiritual, la cual desciende a las profundidades de la miseria y a su tiempo exprime del corazón el angustiado ruego por auxilio.
    Dios manda al tal su Palabra para afligir y sanar, señalando la vía al arrepentimiento. Una vez escuchado su testimonio, procede en misericordia fuerte y sabia para rescatar al contrito. Vea el 6.8 al 10 en Jueces: “Os libré de mano de los egipcios, y de mano de todos los que os afligieron... pero no habéis obedecido mi voz”.

2.       El hombre
    El ángel del Señor aparece bajo el árbol encina en Ofra. El Señor está siempre en busca de hombres idóneos para sus fines, en quienes puede efectuar sus propósitos en gracia. Dios escoge hombres de a uno. Para el inicio de obras nuevas de poder y gracia, Él busca a un hombre. Escogió a uno, Moisés, cuando era tiempo de librar a Israel de Egipto; otro, Josué, cuando iba a ubicar su pueblo en Canaán; ahora Gedeón cuando va a salvarles de Madián.
    Nunca dice que Dios buscó a un comité cuando estaba por inaugurar una obra especial; siempre una persona. “Busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha”, Ezequiel 22.30; “Vio que no había hombre”, Isaías 59.16. Para conducir la rutina de las agencias espirituales ya establecidas —una tarea bienaventurada y necesaria— Él emplea grupos y afiliaciones, pero para poner en marcha una obra nueva de gracia y poder, su elección generalmente recae sobre un hombre.
    Ha sido así en nuestros tiempos. Un William Booth para alcanzar a los marginados en pobreza; un Moody para despertar a los británicos dormidos; un Spurgeon para enriquecer la exposición del evangelio verdadero; un Hudson Taylor para abrir la China; un George Müller para mostrar el ejemplo de la fe.
    “Los ojos de Jehová contemplan la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él”, 2 Crónicas 16.9. Él elige el empleo de conductores humanos del poder divino, y la mayor honra a la cual uno puede aspirar es la de ser encontrado en condiciones de ser usado: “útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra”.
    El ojo comprensivo cae sobre Gedeón, un hombre de Manasés, quien está sacudiendo una triste cosecha de trigo. No lo hacía abiertamente en el granero, sino secretamente en el lagar excavado para el procesamiento de las uvas, resuelto a esconder el hecho de los madianitas.
    Alimento para el pueblo de Dios es el propósito de su labor. Cuando hay frialdad y disensión entre el pueblo de Dios, lo más probable es que Él utilice al hombre que está ocupado personalmente con la Palabra. “Les sustentaría Dios con lo mejor del trigo...”, Salmo 81.16. El tal habrá visto la necesidad de alimento para su propia alma, y tendrá interés por hacerlo disponible a los hijos de Dios en su esfera de influencia, compartiendo así la bendición recibida.
    Además, el corazón de Gedeón sentía la carga de la condición tan lamentable de la nación. Su reacción ante el ángel hace ver cuán agudamente sentía esto: “Si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? ¿Y dónde están todas sus maravillas, que nuestros padres nos han contado?” 6.13.
    Esta es una característica que se percibe en los hombres que Dios va a usar. Ellos cargan con la condición del pueblo del Señor como un peso en su propia alma. Lloran por “la herida de la hija de mi pueblo”, Jeremías 8.21, y la ponen delante de Dios en fervorosa y sincera intercesión.
    Vemos que Gedeón abriga pensamientos humildes acerca de sí mismo. Su tribu fue la menos numerosa en Israel, Números 1.35, y su familia la más pobre en la tribu, 6.15, y él se consideraba el miembro más insignificante de su familia. En su criterio era el hombre de menor rango en la nación. No nos sorprendamos, pues, que Jehová le haya mirado, 6.14, ya que ha prometido: “Miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”, Isaías 66.2.
    ¿Quién anhela ser un instrumento para bien en la mano de Dios en el día malo? Que la tal persona tome note de la designación de Gedeón, y que observe que Dios tomó al hombre diligente, interesado espiritualmente por el bienestar de los hijos de Dios, y humilde. De las filas de éstos proceden los vasos escogidos según la voluntad divina.

Cristo Resucitó

¡
Espíritu de Dios, alma encendida,

tonificante bálsamo del Cielo!
Hoy tu herencia, Señor, se multiplica
entre dorados tonos de misterio.

Estuviste tres días esperando
en la tumba, sellada con silencio,
donde José de Arimatea puso
el tesoro divino de tu cuerpo.

El sepulcro, guardado por sayones,
a la final trompeta quedó abierto
como un cofre de oro, y en ofrenda
al gran Señor y Padre de los cielos.

¡Espíritu de Dios, vida del Santo!
¡Inapreciable aroma en el que tengo
abierta la oración que el alma siente
como en el grato símbolo de un sueño!

¿Dónde está la agonía que querían
los impíos legales de tu pueblo?
¿Dónde está el aguijón de aquella muerte?
¿Dónde el sepulcro oscuro que te dieron?

¡Gloria y resurrección el mundo canta
con ángeles que bajan desde el Cielo!

Un día tú, Señor, pondrás mi vida
al lado de la puerta de tu Reino,
y volará mi alma hacia el camino
que con tu sangre me dejaste abierto.

Se siembra en corrupción, se vive en gloria;
el alma es empujada en dulce viento,
buscando protección - ¡Oh, Dios del alma! -
en la rica morada de tu huerto.

Estás aquí, Señor, maná bendito
que por Jesús recibo en alimento.
El corazón revive y se gloría
con las notas de un órgano del Cielo.

Con nueva luz alcance así la altura
este salmo de amor, en el que quiero
dejarte la fragancia de una rosa
asomada al balcón de mi salterio.


- Tomado de "En la Calle Recta"

LA PRIMERA EPÍSTOLA A TIMOTEO


Introducción

La lectura concienzuda de la Escritura muestra que muchas de las Epístolas del apóstol Pablo son principalmente correctivas, siendo escritas para hacer frente a graves desórdenes y enseñanzas erróneas que atribulaban a las primeras asambleas. Hay, sin embargo, Epístolas, como por ejemplo la Epístola a los Efesios y la Primera Epístola a Timoteo, las cuales son principalmente instructivas, por cuanto ellas presentan a la iglesia en su orden divino conforme a la mente de Dios.
Cada una de estas Epístolas presenta un aspecto especial de la iglesia. En la Epístola a los Efesios la iglesia es vista como compuesta de creyentes unidos por el Espíritu Santo para formar el cuerpo místico del cual Cristo en el cielo es la Cabeza, presentando así a la iglesia en sus relaciones celestiales conforme a los consejos de Dios.
En la Primera Epístola a Timoteo, la iglesia es vista como compuesta de creyentes "juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu." (Efesios 2:22). En conexión con esta gran verdad, la enseñanza de la Epístola tiene a la vista un doble propósito. Primeramente, el apóstol escribe para mandar a los creyentes que vivan la vida práctica de piedad consistente con la casa de Dios, tal como leemos, "para que sepas cómo debe conducirse uno en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo." (1 Timoteo 3:15 - LBLA). En segundo lugar, el apóstol escribe para enseñarnos que el gran propósito de la casa de Dios es ser un testigo en el mundo de que Dios es un Dios Salvador, "el cual quiere que todos los hombres sean salvos." (1 Timoteo 2:4).
El deseo de Dios es que, por medio de la iglesia, haya en el mundo un testimonio colectivo a Él mismo en toda Su santidad y gracia como un Dios Salvador. Para presentar este testimonio tenemos que conocer el orden de la casa de Dios y la conducta apropiada a Su casa.
La Epístola presenta, de este modo, el propósito y el orden de la casa de Dios conforme a la mente de Dios. Muestra que el orden piadoso no es solamente para gobernar la asamblea, sino para que tenga un efecto sobre cada detalle de las vidas de aquellos que componen la casa de Dios, ya sean hombres o mujeres, casados o solteros, siervos o amos, ricos o pobres.
En la arruinada condición de la Cristiandad la verdad de la Epístola está en gran parte obscurecida, o ignorada, sea por 'el individualismo' o por 'el sectarismo'. Muchas almas honestas, viendo poco más allá de su salvación individual, son indiferentes al hecho de que, siendo salvos, los creyentes forman la casa de Dios con todos sus privilegios y responsabilidades. Otros, sintiendo la necesidad de la comunión cristiana, pero dejando de ver lo que Dios ha establecido, se han impuesto la obra de formar sistemas religiosos conforme a sus propias ideas de orden.
Así, de diferentes formas, la gran verdad de que Dios ha formado Su casa compuesta de creyentes "juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu" es ignorada. La verdad nos conduciría, no a vernos meramente como individuos salvados, no a esforzarnos por reunir Cristianos en sistemas inventados por hombres, sino a reconocer nuestra parte en la casa que Dios ya ha formado, y actuar a la luz de ello, al mismo tiempo que rechazamos todo lo que es una negación de esa casa en principio y práctica.
Deseando andar en la sencilla obediencia a la Palabra de Dios, apreciaremos la misericordia que nos ha preservado, en esta Epístola, el pensamiento de Dios para Su iglesia contemplada como la casa de Dios. Es solamente en la medida que tenemos ante nosotros el estándar de Dios que podemos procurar inteligentemente responder a Su pensamiento. Debemos conocer la verdad para actuar conforme a ella; y solamente en la medida en que estemos cimentados en la verdad, nosotros seremos capaces de detectar y rechazar el error.
Presentando la conducta consistente con la casa de Dios, da como resultado que la práctica, más bien que la doctrina, pasa ante nosotros en la Epístola.
En 1 Timoteo 1, el evangelio de la gracia de Dios es presentado como el gran testimonio que ha de fluir al mundo desde la casa de Dios.
En 1 Timoteo 2 y 1 Timoteo 3, se nos enseña en cuanto al orden práctico que conviene a la casa de Dios, de modo que todos quienes componen la casa, tanto hombres como mujeres, puedan vivir en consistencia con la morada de Dios, y que no se debe permitir nada que estropee el testimonio que fluye de la casa.
         En 1 Timoteo 4 a 1 Timoteo 6 se nos advierte contra las diferentes formas en que la carne se manifiesta, y se nos enseña la forma "piadosa", o la "piedad", como la gran salvaguardia contra todo principio maligno contrario al orden de la casa de Dios.

LAS CANCIONES DEL SIERVO (ISAÍAS 42 AL 53)

INTRODUCCIÓN.


Los capítulos 40 - 55 de la profecía de Isaías forman un solo bloque, claramente diferenciado del resto del libro. Miran hacia un futuro que tiene dos etapas: una más inmediata, sombría, de juicio para el pue­blo de Dios a causa de su rebelión, y otra más lejana, llena de bendición bajo la mano restauradora de Dios. Su nota más destacada, pues, es la consolación, que inaugura esta sección del libro y vuelve una y otra vez con renovada fuerza. El remanente fiel israelita había de saber que, a pesar de lo inevitable del juicio divino que se cernía sobre su nación, Dios, fiel a sus pactos y a sus promesas, les iba a perdonar, una vez cumplidos los propósitos de la disciplina anunciada.
Tales palabras, transmitidas por el profeta, tienen otra finalidad también: ensanchar la visión de Dios que tenía el pueblo, la comprensión de su grandeza. Por eso el capítulo 40, introducción obligada a todo lo que sigue, pinta con colores sublimes la majestad de Jehová, Creador y Redentor de su pueblo, contrastándole con los idolillos de invención humana. Israel había de llenar su vista espiritual del carácter y de la grandeza de su Dios, porque sólo una visión tal les ayudaría a sobrevivir la terrible crisis que se avecinaba inexorablemente. Habían de comprender de nuevo que Jehová era fiel a las promesas hechas a sus antepasados. Isaías les re­cuerda lo que Dios pactó con Abraham (capítulos 51 y 55); que Él, por su misma naturaleza, no podía dejar de cumplirlas. Todo esto los había de preparar y fortalecer para el trance tan amargo que iban a pasar con la des­trucción de Jerusalén y el destierro a Babilonia.
Pero estos capítulos tienen otra finalidad aún más relevante: sirven para presentar aquel Siervo de Jehová ideal, el Mesías largos años esperado, en quién sólo podrían cifrarse las verdaderas esperanzas del pueblo. Es en esta porción de la Palabra de Dios que se escogen y se plasman, en un solo personaje, los distin­tos hilos de las profecías anteriores acerca del Mesías. Así, juntamente con otros pasajes claves en Daniel, Miqueas y Zacarías, sirven de puente entre toda la revelación veterotestamentaria y el Nuevo Testamento. Todo esto subraya su gran importancia en el conjunto de la revelación bíblica.
Esta importancia va más allá de un simple interés académico. La figura del gran Siervo de Jehová que descuella en sus páginas no está allí para que se le contemple extasiado, sino para que las mismas característi­cas de servicio abnegado que se destacan en Él prendan en los que se le unan, a fin de que «sigan sus pisadas» (1 Pedro 2:21). Es aquí, pues, en Él donde encontramos los distintos rasgos que Dios espera ver en todos sus siervos; no sólo en cuanto a los móviles, sino en cuanto a los métodos, los objetivos y la manera de ser, cosas que le causaron tanto deleite apreciar en su Hijo amado. Su retrato inspirado en estos capítulos -pero delinea­do especialmente en las cuatro «Canciones del Siervo» (42: 1-4; 49:1-6; 50:4-9; 52:13 - 53:12)- nos da todo un programa de actuación del que no podemos prescindir ni descuidar.
Hay que reconocer, desde luego, que a veces la interpretación de estos capítulos no es fácil. Están escritos en poesía, no en prosa, lo cual generalmente ofrece mayores dificultades a la hora de esclarecer las palabras empleadas, pero a pesar del lenguaje altamente poético y expresivo, lleno de figuras, las líneas gene­rales están trazadas claramente, siendo avaladas, además, por el Nuevo Testamento.

LA FIGURA DEL SIERVO DE JEHOVÁ.
El telón de fondo, como hemos visto, lo provee la situación del pueblo de Israel en el siglo octavo antes de Jesucristo. Todavía faltaban casi dos siglos antes del exilio babilónico, pero ya se vislumbraban las señales claras del juicio venidero porque Israel, que debería haber sido el fiel siervo de su Dios, había fracasa­do miserablemente en su testimonio. En la misericordia de Jehová todavía le consideraba siervo suyo, pero su infidelidad era patente. Se mencionan otros siervos también en estos capítulos, como Ciro, el futuro rey de Persia, aun cuando éste no conocía a Jehová (44:28; 45:1, 4, 13), y Dios, a través de sus providencias, los utiliza para que cumplan Sus propósitos, a menudo a pesar suyo. En el caso de Ciro, éste había de ser un ins­trumento que Jehová usara para hacer volver su pueblo a la tierra de Palestina (2 Crón. 36:22-23; Esd. 1:1-4, etc.); en otras ocasiones, Dios utilizó a rey de Asiria y al rey de Babilonia, entre otros, para el castigo a Israel.
Pero el Siervo de Jehová por excelencia no es ni Israel ni ningún otro gobernante pagano sino un per­sonaje misterioso que, surgiendo del pueblo de Israel e identificándose como tal claramente, sin embargo, se distingue netamente del resto de la nación. Todo cuanto ésta no pudo cumplir para Dios, por su pecado y re­beldía, el gran Siervo lleva a cabo a la perfección. A veces es un tanto difícil distinguir entre los tres «sier­vos», -especialmente entre el Mesías y la nación-siervo- pero en las llamadas «canciones del Siervo» y algu­nos otros pasajes adyacentes o similares, se hallan los lineamientos nítidos del personaje que le distinguen de cualquier otro. Por esta razón se ha dado este nombre a los pasajes aludidos. Describen al Siervo desde dife­rentes ángulos, y en distintas etapas de su ministerio, aunque también contienen otros temas importantes, al igual que los dieciséis capítulos que constituyen su contexto.
Pero, ¿cómo sabemos a ciencia cierta que se trata del Mesías, o sea, de nuestro Señor Jesucristo? Es el Nuevo Testamento que lo confirma en varios pasajes, tanto en los Evangelios (Mateo 12:17-21) como en Los Hechos (3:13, 26; 8:32-33), las epístolas de Pablo (Romanos 10:16; Filipenses 2:5-11) y Hebreos (9:28). Des­de luego es evidente que Jesús mismo las entendía así, aplicando sus conceptos a su Persona y Ministerio en muchas ocasiones (por ejemplo, en su bautismo, en Marcos 10:45; Juan 13; Lucas 22:37, etc.). Y no sólo son los conceptos sino hasta el mismo vocabulario empleados por los Apóstoles en sus predicaciones y enseñanzas acerca de Jesús, que se inspiran repetidas veces en las canciones y su contexto; sin ellas habría sido muy difí­cil hallar un nexo unificador completo entre los dos Testamentos.

EL MENSAJE DE LAS CUATRO «CANCIONES».
Podemos decir que es el mismo que el contexto, pero concentrada la atención sobre la Persona y el Ministerio del Siervo. Se le presenta como el Siervo Perfecto que lleva a cabo toda la voluntad de Dios, en medio de una oposición creciente y cruel que llega a acabar con su vida -aunque este no es el fin de su histo­ria-. El Siervo procede de la nación de Israel, y cumple la misión a éste encomendada, pero el alcance de su magna gestión va mucho más allá de los límites nacionalistas, sean territoriales o de sangre; llegan hasta los «confines de la tierra», a los gentiles, que reciben bendiciones por su medio, conforme a las promesas de Dios a Abraham. El pacto que Jehová trae y sella por medio de su Siervo es el Nuevo Pacto que Jeremías había de describir con mayor detalle un siglo más tarde; su obra es de salvación, redención, justicia y nueva vida. Jun­tamente con pasajes anteriores y posteriores (p. ej. caps. 11 y 61), las «Canciones» constituyen unas profecías mesiánicas claras que hallan su posterior cumplimiento en Jesús de Nazaret.
Ya hemos mencionado el aspecto práctico del mensaje de las «Canciones»: el ejemplo que nos pro­porcionan de cómo Dios quiere que sean los que le sirven; esto se pone de manifiesto en todas, pero muy es­pecialmente al final de la tercera (50:10 - 11), que lanzan un reto a cualquiera que desea servir a Dios, instán­dole a proceder de la misma manera y por los mismos móviles que el Siervo de Jehová.
¿Cuál es pues la relación entre las cuatro Canciones? Hemos de tener cuidado de no leer entre líneas, por supuesto, pero sí se puede discernir un hilo interesante de relación entre ellas, según su orden cronológico, dando un desarrollo conceptual armónico y coherente. Alguien ha sugerido que son como el cuadro que un pintor desea realizar. Primero traza las líneas maestras de su plan sobre el lienzo, con carboncillo o lápiz; hallamos este bosquejo general en la primera (42:1 - 4 y contexto). Encontramos en ella lo que pudiéramos llamar los rasgos principales del futuro ministerio del Siervo.
Luego el pintor va rellenando las masas básicas del fondo, tanto lo más lejano como los primeros pla­nos, lo que corresponde al desarrollo de la segunda canción (49:1-6), que trata de la preparación del Siervo antes de su ministerio público.
La tercera canción (50:4-9) nos da una visión más íntima, casi interior, del ministerio: son las reac­ciones del Siervo, ya en plena actuación, frente a la oposición de los hombres, apoyándose en su Dios, apren­diendo a cumplir día tras día su cometido. Aquí el pintor ha comenzado a llenar cada espacio de su obra con pinceladas detalladas y van apareciendo los claroscuros y las sombras.
Por fin, en la última y más grande de las canciones (52:15 - 53:12), tan conocida y querida por millo­nes de creyentes, se cargan las tintas y se sacan los relieves; los colores, aunque en su mayoría resultan sombr­íos, son más brillantes, y se van rellenando todos aquellos detalles que dan profundidad y claridad al sujeto retratado. Esta Canción se nos presenta con una panorámica completa de la vida y el ministerio del Siervo, comenzando con su Exaltación y pasando por su ministerio terrenal hasta llegar al momento supremo de su Pasión, Muerte y Resurrección, junto con aquellos que han sido bendecidos por su Obra.
         Es digno de notar que en el contexto de cada una de las Canciones se asocia el gozo, expresado en cánticos que brotan no sólo de las gargantas del pueblo redimido sino de la naturaleza liberada que ha estado esperando la «manifestación gloriosa de los hijos de Dios», como dice Pablo en Romanos 8.

"EN CRISTO"


Como parece que hay un poco de confusión en el extranjero en lo que se refiere a la posición del creyente, nos proponemos examinarla brevemente, en la esperanza de establecer a algunos de nuestros lectores en la verdad.

1.   Preguntamos entonces, en primer lugar, ¿se encuentra la posición del creyente en Romanos 5: 1 y 2?
"Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios."
El hecho de que él creyente es justificado por la fe, que tiene paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, que es llevado por Cristo al disfrute actual del favor de Dios, y que se gloría en la esperanza de Su gloria, se establece claramente en los versículos leídos; pero, todo esto — inmensas como son las bendiciones indicadas — ¿expone la posición del creyente? Si es así — ya que hasta aquí el creyente no ha muerto con Cristo, queremos decir, hasta ahora en la enseñanza de la epístola — él podría estar aún en la carne; porque, por el momento, se ha tratado sólo con la cuestión de los pecados, de la culpa. Abraham fue justificado igualmente con nosotros, y, aunque no es llevado a las mismas bendiciones, su posición sería, entonces, similar, similar en que él estaba también en la carne. La diferencia que llegamos a conocer estaría, más bien, en el carácter de sus bendiciones. Es bastante claro que en esta Escritura tenemos la posición judicial del creyente, o, para hablar con mayor precisión, la posición a la cual Dios, en Su gracia, le ha llevado judicialmente, con posterioridad a la muerte y resurrección del Señor Jesucristo; pero no podemos aceptar esto como presentándonos la verdad de nuestra posición.

2.   Nos parece que dos Escrituras hablan muy claramente sobre este asunto. El Señor, hablando a Sus discípulos, dice, "En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros." (Juan 14:20). El apóstol Pablo escribe, "vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él." (Romanos 8:9 - LBLA). Pues bien, es evidente que nuestro Señor está hablando de un tiempo después de la venida del Consolador, Aquel que estaría con los Suyos para siempre, morando con ellos y estando en ellos. Además, Él añade, "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis." (Juan 14: 16 al 19). Es entonces cuando Él dice, "En aquel día vosotros conoceréis", etc. (Juan 16:20). Esto es, ciertamente, cristianismo — el Espíritu Santo en la tierra y morando en el creyente, y por medio de esto, el creyente es capaz de llegar a conocer la posición de Cristo, a saber, que Él está en Su Padre, el creyente está en Cristo, y Cristo está en el creyente. Así que en Romanos 8 hay tres cosas relacionadas: nosotros estando en Cristo, El Espíritu Santo morando en nosotros, y Cristo mismo estando en nosotros (Romanos 8: 1, 9, 10).
"Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús." (Romanos 8:1 - RVA)[1].
"Más vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él." (Romanos 8:9).
"pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, más el espíritu vive a causa de la justicia." (Romanos 8:10).
Y en el versículo 9, el apóstol contrasta expresamente el estar en la carne con el estar en el Espíritu, esto último condicionado a que el Espíritu de Dios more en nosotros. Por tanto, si es verdad que todo creyente que tiene paz con Dios, tiene el Espíritu Santo morando, y que cada uno de estos está "en Cristo", estamos obligados a concluir que nuestra posición está representada solamente por estas palabras. Según el contraste descrito por el apóstol, todo incrédulo está "en la carne", y todo creyente está "en el Espíritu"; también "en Cristo, según el versículo 1 de Romanos 8. (No entramos aquí a examinar la fuerza precisa de las expresiones). El término "En Cristo", entonces, entendemos que expone la posición de todo creyente que ha sido sellado por Dios por medio del Espíritu Santo. El hecho de que se necesita una experiencia y una condición práctica para entrar en estas bienaventuradas bendiciones, y para el disfrute de ellas — a saber, que Dios nos ve ahora, no en Adán, en la carne, sino en Cristo— se ve a partir de la posición de Romanos 7, con relación a Romanos 6 y Romanos 8; pero esa es totalmente otra cuestión.

3.   Se debe observar otra cosa. El término "en Cristo" no es necesariamente de la misma fuerza en Romanos como en 2a. Corintios 5 y Efesios; sino que tiene que ser explicado en cada lugar de acuerdo con la clara enseñanza de la epístola. Por ejemplo: en Efesios 2:6,"en Cristo" implica, indudablemente, unión con Cristo ("y con Él nos resucitó, y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús - Efesios 2:6 - LBLA); pero difícilmente se podría decir esto acerca de Romanos 8:1 ("Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús." Romanos 8:1 - RVA), ni tampoco, de hecho, acerca de Juan 14:20. Como otro ha dicho, hablando de este último pasaje, (citamos de memoria, pero pensamos que lo hacemos correctamente), «No se trata de unión, sino de naturaleza y vida, y nuestro lugar en esa naturaleza y vida.» Del mismo modo, la expresión "la justicia de Dios" tiene una fuerza diferente en Romanos 3 de la que tiene en 2a. Corintios 5:21. En Romanos es "para todos los que creen" (Romanos 3:2), y esto, también, en el lugar en que están los que creen; pero en 2a. Corintios 5, nosotros somos hechos "justicia de Dios" en Cristo, en el lugar donde Él está. (2a. Corintios 5:21).

4.    Nuevamente, si la posición del creyente se encuentra en Romanos 5: 1 y 2, la importancia relativa del lugar que Cristo ocupa a la diestra de Dios se pierde. Dígase, con toda reverencia, que un Hombre, Cristo Jesús, aunque Hijo eterno, está en la gloria de Dios. Y justamente debido a que Él está allí como un Hombre, ese es también nuestro lugar, en la gracia maravillosa de Dios, según Sus consejos eternos. No es exagerado decir que el cristianismo no puede ser entendido aparte del reconocimiento de la verdad que Cristo ha sido glorificado como Hombre. Esto decide inmediatamente la cuestión de la posición del creyente. Esta posición no puede, por esta misma causa, ser inferior a "en Cristo” en el lugar donde Cristo está. Esa es ahora la posición del creyente; y, en breve tiempo más, él será hecho conforme a esa posición, porque Dios nos ha predestinado a ser "hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos." (Romanos 8:29).
5.    Habiendo visto, entonces, que nuestra posición como creyentes puede ser expresada solamente mediante el término "en Cristo", admitimos libremente, no, más bien insistimos sobre el hecho de que la posición del creyente es siempre la medida de su responsabilidad. Pero una correcta condición de alma jamás es engendrada contendiendo por la responsabilidad. Es la gracia la que restaura y establece, y mientras más se comprenda y se disfrute la gracia, más perfectamente corresponderá el andar del creyente a su posición. Conocer su posición es una condición para un andar correcto; pero, aun si se conoce la posición, el estado nunca será correcto mientras los ojos de los creyentes estén puestos sobre sí mismo. Por lo tanto, el peligro de la contención de que "en Cristo" es el estado o la condición, y no la posición, está en que el creyente se ocupe de sí mismo, y en los posteriores esfuerzos (siempre inútiles, porque dichos esfuerzos hacen suponer que hay poder por su parte) de lograr una condición de alma correcta. El resultado de esto es sólo legalidad.
                      Entonces, en resumen, se debe destacar dos cosas. Por medio de la obra de Cristo por nosotros, somos llevados a una nueva posición. Estábamos bajo condenación, pero en virtud de Su sacrificio expiatorio, estamos ahora en el favor constante de Dios. Dios, que en todo lo que Él es, estaba contra nosotros a causa de nuestros pecados, está ahora por nosotros debido a la eficacia de la sangre preciosa. Pero esto no es todo. Cristo, en la cruz, trató también con lo que nosotros éramos, así como con lo que habíamos hecho. Nosotros hemos sido crucificados con Cristo, y así, el pecado ha sido condenado en la carne. (Romanos 8). Pero si la cruz concluye la historia del primer hombre en responsabilidad, Cristo, en resurrección, ha tomado el lugar del segundo Hombre; y, por consiguiente, todo creyente es llevado, por medio de la muerte y resurrección de Cristo, a un lugar nuevo delante de Dios. Ahora bien, es este lugar nuevo, es decir, "en Cristo" (no ahora en Adán) el que representa nuestra posición.

Traducido del inglés por: B.R.C.O.
De la revista "Christian Friend", vol. 9, 1883, página 260.


[1] En diversos manuscritos no aparece: "los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu."


EL CAMINO HACIA LA GLORIA (7)



Por otra parte, en el lugar de gloria donde entró, nuestro Señor Jesucristo continúa en favor de los suyos su incansable actividad. “Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios... intercede por nosotros” (Romanos 8:34). Ahí cumple la doble función de sumo sacerdote y de abogado.


“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión (la fe que confesamos). Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Él jamás pecó) (Hebreos 4:14-15).
“Puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Hebreos 7:25­26).
“No entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Hebreos 9:24).
Jesús, nuestro sumo sacerdote, se ocupa, por medio de su potente socorro, en que nuestra conducta aquí abajo, a pesar de nuestra debilidad, esté en armonía con la perfecta posición que su obra nos consiguió ante Dios. Es la salvación diaria que en nuestro andar encontramos en él.
Cristo, nuestro Abogado
“La sangre de Jesucristo su Hijo nos purifica de todo pecado”.
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
“Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados” (1 Juan 1:7, 9; 2:1-2).
De parte de Dios tenemos todos los recursos para vivir separados del mal y andar como Jesús anduvo. Pero si, por negligencia, incurrimos en alguna falta, si pecamos, nuestra comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo se ve interrumpida. Permanecemos hijos de Dios, pues ese título no puede sernos quitado; pero, como hijos desobedientes, no gozamos más de la libertad feliz en la cual nos encontrábamos con Dios. Jesucristo, como un abogado, toma entonces nuestra causa entre sus manos: despierta nuestra conciencia por medio de la Palabra, nos revela nuestro estado, nos empuja al arrepentimiento, nos lleva a la confesión de nuestras faltas y vuelve a dar a nuestra alma turbada la apacible y bendita felicidad de las relaciones filiales con Dios; y todo eso en virtud de la obra por la cual nos ha constituido justos de una vez para siempre. Así, nos libera de las consecuencias actuales de nuestros desfallecimientos.

¿Quiénes son los 144,000 mencionados en el libro del Apocalipsis 7:4?

Pregunta: ¿Quiénes son los 144,000 mencionados en el libro del Apocalipsis 7:4?

Respuesta: Los versículos 4 al 9 del Apocalipsis 7 nos dan una clara respuesta: se trata del remanente fiel de las 12 tribus de Israel, el cual, tras el arrebatamiento de la Asamblea (1 Tesalonicenses 4:13 y siguientes), será señalado por Dios para que no sea alcanzado por Sus juicios. Compárese con Éxodo 8: 21-23; Éxodo 9: 4-7, 26; Éxodo 10: 21-23; Éxodo 11: 4-7; etc.
          Los grupos u organizaciones más o menos "cristianos" [los testigos de Jehová, Nota de Editor] que pre­tenden ser ellos aquellos 144.000, además de pecar de orgullo espi­ritual, cometen por lo menos dos faltas:
1.a — Olvidan que se trata de israelitas según la carne, y
2.a — olvidan que aquella escena pertenece todavía al futuro.

H. L. H.

MEDITACIÓN


“Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5).

Algunas veces las palabras del vocabulario cristiano tienen un significado diferente al que tienen en el uso normal. “Esperanza” es una de estas palabras.
En lo que se refiere al mundo, la esperanza a menudo significa aguardar con ansia algo que no se ve, pero sin certeza alguna de que se cumpla. Un hombre en medio de un grave problema financiero puede decir: “Espero que todo salga bien”, pero no tiene seguridad de que ocurra así. Su esperanza no pasa de ser una ilusión. La esperanza cristiana también aguarda con ansia algo invisible, como en Rom 8:24 Pablo nos recuerda: “La esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?” Toda esperanza trata con la esfera del futuro.
Pero lo que hace que la esperanza cristiana sea diferente es que está basada en la promesa de la Palabra de Dios y por lo tanto es absolutamente cierta. “La cual tenemos como segura y firme ancla del alma” (Heb 6:19). La esperanza es “fe que descansa en la Palabra de Dios y vive en la seguridad presente de lo que Dios ha prometido o predicho” (Woodring). “Notemos que utilizo la palabra esperanza para dar a entender ‘certeza’. La esperanza en la Escritura se refiere a los eventos futuros que sucederán pase lo que pase. La esperanza no es una ilusión engañosa para mantener a flote nuestros ánimos y evitar que avancemos ciegamente a un destino inevitable. Es la base de toda la vida cristiana. Representa la realidad esencial” (John White).
Ya que la esperanza del creyente está basada en la promesa de Dios, nunca nos avergonzará o desilusionará (Rom 5:5). “La esperanza sin las promesas de Dios es vacía y es inútil y a menudo hasta presuntuosa. Pero cuando se basa en las promesas de Dios, descansa sobre Su carácter y no puede llevar a la desilusión” (Woodring).
Se dice de la esperanza cristiana que es una “buena esperanza”. “Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia” (2Te 2:16).
También se le llama “esperanza bienaventurada”, refiriéndose particularmente a la venida de Cristo: “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tit 2:13).
El apóstol Pedro la llama “esperanza viva”. “Según su grande misericordia, nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1Pe 1:3).
La esperanza del cristiano le capacita para soportar las esperas aparentemente interminables, la tribulación, la persecución y hasta el martirio. No debemos olvidar que estas experiencias son solamente alfilerazos comparadas con la gloria venidera.