viernes, 15 de febrero de 2019

GEDEÓN, EL LIBERTADOR (2)

J. B. Watson (1884-1955),
The Witness, febrero a julio, 1944.

El llamado de Dios, Jueces 6.1 al 24



3. El llamado
    El llamado de Dios fue comunicado a Gedeón en tres afirmaciones del Ángel de Jehová.


    La primera de éstas fue una garantía de la presencia del Señor: “Jehová está contigo, varón esforzado y valiente”, 6.12. Ninguno ha estado más sorprendido ante semejante descripción, pensamos, que Gedeón. Él era un hombre sencillo del campo sin grandes hazañas en su historia, trabajando humildemente en la tierra en días de estrechez, pero ésa es la designación que el ángel le da. No es su propia fuerza que le hace un hombre esforzado y valiente, sino la presencia del Señor: “el Ángel de Jehová está contigo”.
    El hombre que cuenta con la presencia de Dios es de una vez una oposición formidable para los enemigos del Señor. Aquí está el secreto del coraje y del poder en el conflicto.
    Lo vemos en José, quien, por contar con la presencia de Dios, prosperó en todo cuanto hacía. Bien decía Moisés que “si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”, Éxodo 33.15. Elías lo probó cuando se enfrentó solo a Ahab, a Jezabel y a todos los profetas de Baal.
    Fue con la plena confianza que Dios estaba con él que Martín Lutero escribió:

Aun si están demonios
mil prontos a devorarnos,
No temeremos, porque
Dios sabrá aún prosperarnos.

    El segundo mensaje es una comisión obligatoria: “Ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel”, 6.14. Aquí queda declarado el propósito de Dios de librar a su pueblo de sus opresores. “Ve” es la orden. La comisión que arde en el pecho es la razón fundamental porque él está donde está, y porque hace lo que hace. No es la necesidad apremiante de la humanidad, ni la capacidad de uno para suplirla, ni el beneplácito de sus compañeros, ni el éxito que haya alcanzado, sino que Dios le haya llamado. Este es el secreto de la persistencia en tiempos de bonanza y de adversidad.
    No hay nada que estabiliza el corazón en la hora de conflicto, y lo controla en tiempo de prosperidad, como esta confianza ya asentada que uno está haciendo la obra que Dios ha ordenado para Él. Es por la carencia de esta convicción que vemos tanto correr de una actividad a otra, de esta esfera a aquella, hasta que la ausencia de fruto está a la vista de todos.
    La tercera palabra fue una de mucho estimulo: “Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre”, 6.16. Dios presenta a su siervo una rica promesa de ayuda eficaz, con la presencia divina que garantiza el triunfo. ¿Quién va a la guerra a su propia expensa? ¿Cómo predicarán sin ser enviados? ¡Cuán ineficaz es el esfuerzo de la naturaleza humana en el mejor caso, salvo que reciba ayuda de lo alto! Pero con la presencia y el poder de Dios como acompañante, ningún servicio puede carecer de provecho. Si Dios está con nosotros, ¿quién puede estar en contra?
    Esta promesa fue dada para ser aceptada por fe. Si la confianza de Gedeón hubiera sido suficientemente sencilla como para aceptarla, no hubiera hecho falta la señal que buscó. Pero, como todos nosotros, encontró difícil descansar sobre la sola promesa, y anhelaba alguna evidencia externa de que todo lo que había oído tenía sustancia y no era simplemente una cuestión de su imaginación. Como Pedro parado en la calle frente a la cárcel de Herodes, Hechos 12.11, él encontró dificultad en relacionar su experiencia con la realidad.

4.      La confirmación
    Las palabras de Gedeón al ángel deben ser consideradas cuidadosamente: “Yo te ruego que, si he hallado gracia delante de ti, me des señal de que tú has hablado conmigo”, 6.17. A primera vista parece que está insistiendo sobre lo obvio, pero en realidad sus palabras expresan el temor profundo de Gedeón de que se hubiese engañado a sí mismo.
    Él quiere alcanzar la absoluta certeza de que sea Dios quien ha hablado, y que sea sólo él mismo a quien el mensaje va dirigido. Si el lector enfatiza los dos pronombres, esto le quedará claro: “... que has hablado conmigo”. O sea, “no deje que yo me convenza a mí mismo de un llamado divino si en realidad esta experiencia no debe tener ese significado para mí”.
    ¡Cuán importante es estar seguro de que una palabra sea de Dios, y que esté dirigida directamente a mí! La convicción de que él ha sido llamado es la fuerza del verdadero siervo. Pero, puede ser, lamentablemente, la fuerza motriz del fanático destructor, si es que su idea de un llamado es producto de la imaginación.
    El llamado de Hudson Taylor [el fundador de la gran China Inland Misión] tuvo ese sello auténtico de la certeza que trae paz. Está escrito de él: “Su oración fue contestada antes de lo que él esperaba, por cuanto ese mismo día el Señor a quien buscaba vino repentinamente a su templo, y un pacto fue sellado entre Hudson Taylor y su Dios. Él oró que Dios le dejara experimentar una comunión plena, y prometió, dijo él mismo, «Que, si Dios me salvara enteramente, entonces yo haría cualquier cosa que su causa dirigiera.» Y Dios aceptó su palabra”.
    “Nunca me olvidaré lo que vino sobre mí. Sentí que estaba en la presencia de Dios, entrando en un acuerdo con el Todopoderoso. Me sentí impulsado a retirar mi promesa, pero no pude. Algo dijo: «Tu oración está contestada, tus condiciones aceptadas.» Desde ese momento en adelante, nunca me dejó la convicción de que yo estaba llamado a China”.
    La señal solicitada es la de un sacrificio ofrecido y aceptado. Gedeón ofrecería y Dios aceptaría. La idea del sacrificio es una figura del sacrificio de Cristo; por él la voluntad de Dios será honrada y cumplida a la postre. En presentar el sacrificio Gedeón se identifica con la ley de la consagración a la voluntad y el servicio de Dios.
    La consecuencia es que el temor se va, y entra en el alma un profundo sentido que Dios le ha aceptado; Gedeón está en paz. El que es llamado a la guerra en el nombre de Dios tiene que experimentar primeramente dentro de sí la gran calma otorgada por el propio Príncipe de Paz, el Jehova-salom.
    Gedeón erigió allí mismo un altar en esa ocasión, pero no parece haber tenido el propósito primordial de la realización de sacrificios futuros, sino un monumento a esa crisis en su historia espiritual. Aquí huyó la duda y vino la paz de la certeza; éste fue el lugar de la dedicación propia y de la sentida aceptación de parte de Dios.
         Ninguno salvo Dios y Gedeón participó en la entrevista. El llamamiento al servicio es siempre una transacción privada para uno cuyo secreto más adentro ningún tercero puede compartir.

LA PRIMERA EPÍSTOLA A TIMOTEO(2)


El Mandamiento y su Propósito
(1 Timoteo 1)
          

La Epístola comienza con la insistencia en las doctrinas de la gracia (v. 3), así como en una condición espiritual correcta (v. 5), para que el pueblo de Dios pueda ser testigo de Dios como el Salvador.

          (a) El Saludo (versículos 1, 2)
 (V. 1). Teniendo en mente la casa de Dios como un testigo del Dios Salvador, el apóstol se presenta como un apóstol de Jesucristo, por el mandato de Dios nuestro Salvador, y del Señor Jesucristo nuestra esperanza. De este modo él presenta a Dios como el Salvador del mundo y a Cristo como la única esperanza del alma. Separados de Cristo estamos sin esperanza (Efesios 2:12; Romanos 15:13).
(V. 2). Dirigiéndose a Timoteo, como su hijo en la fe, el apóstol le desea gracia, misericordia y paz; pero, pensando en él como un creyente, él dice ahora, "de Dios nuestro Padre" y Cristo Jesús "nuestro Señor".

 (b) El Mandamiento y su Propósito (versículos 3-5)
         A continuación del saludo, el apóstol presenta inmediatamente el propósito especial para el cual él escribe a Timoteo. En primer lugar, escribe para insistir sobre la presentación de las doctrinas de la gracia; en segundo lugar, exhorta a una correcta condición espiritual para ser un buen testigo de la gracia.
(V. 3). Con respecto a la doctrina, habiendo trabajado el apóstol en Éfeso por dos años y tres meses, declarando a los santos todo el consejo de Dios, se podría pensar que habría poco peligro de que una falsa doctrina fuese enseñada en medio de ellos. Sin embargo, no era así, pues el apóstol se dio cuenta de que había "algunos" que estaban dispuestos a enseñar "diferente doctrina" incluso entre aquellos que tenían mayor luz. El orgullo natural del corazón puede pensar que mucha luz es una salvaguardia contra el error. Es bueno que nosotros aprendamos, mediante el ejemplo de la asamblea de Éfeso, que el hecho de que una compañía sea enriquecida por la verdad, y disfrute del más alto ministerio, no es garantía contra la falsa doctrina. Timoteo, entonces, debía mandar a algunos que no enseñaran ninguna otra doctrina más que la gran doctrina de la gracia de Dios.

(V. 4). Abandonando la verdad, llegamos a ocuparnos de fábulas y genealogías interminables que pueden apelar a la razón, pero que sólo ocupan la mente con discusiones inútiles y no conducen a la edificación divina que es por fe. Las "genealogías interminables" complacen tanto a la mente natural como a la carne religiosa, pues excluyen a Dios y ensalzan al hombre. Las "genealogías interminables" dan por supuesto que toda bendición es un proceso de desarrollo que va pasando de generación en generación. Por esta razón, el judío religioso le daba gran importancia a su genealogía. Del mismo modo, también, el hombre del mundo, con su falsamente llamada ciencia, procura excluir la fe en un Creador mediante teorías especulativas que ven todo lo que hay en la creación como un desarrollo gradual y genealógico de una cosa a partir de otra. Las especulaciones humanas, apelando a la razón, sólo pueden hacer surgir "disputas" que dejan el alma en tinieblas y duda. La verdad divina sola, al apelar a la conciencia y a la fe, puede dar certeza y edificación divina.

(V. 5). Habiendo advertido contra la falsa doctrina, el apóstol pasa a hablar del propósito del mandamiento. El propósito que él tiene en mente es una condición espiritual correcta la cual solamente nos permitirá mantener la verdad y escapar del error. Solamente seremos guardados mientras sostengamos la verdad en conjunto con "el amor, procedente de un corazón puro, y de una buena conciencia, y de fe no fingida." (VM). La sana doctrina sólo puede ser mantenida con una correcta condición moral.
         La mente humana puede plantear y discutir cuestionamientos especulativos aparte de una condición moral correcta del alma, pues ellos dejan la conciencia y los afectos intactos, y, por lo tanto, no llevan el alma a la presencia de Dios. En contraste a las especulaciones del hombre, sólo se puede llegar a conocer la verdad de Dios por medio de la fe. Al actuar sobre la conciencia y el corazón, la verdad conduce al fortalecimiento de las relaciones morales del alma con Dios. Así, la verdad edifica conduciendo al amor procedente de un corazón puro, de una buena conciencia y de fe no fingida. Exhortar a estos resultados prácticos fue el gran propósito del mandamiento a los creyentes efesios. El mandamiento no fue llevar a cabo algún gran servicio o hacer algún gran sacrificio. No se trataba de hacer grandes cosas ante los hombres, sino estar es una condición correcta ante Dios. Amor en el corazón, "una buena conciencia", y, "fe no fingida" son cualidades que Dios solo puede ver, aunque los demás pueden ver los efectos que ellos producen en la vida.
         Así, en estos versículos iniciales, el apóstol pone ante nosotros el mandamiento de no enseñar otra doctrina sino sólo las doctrinas de la gracia, y la necesidad de una correcta condición espiritual para mantener la verdad y ser guardados del error.

(c) Advertencias contra descuidar el mandamiento (versículos 6, 7)
(Vv. 6, 7). Habiéndonos apremiado acerca de la profunda importancia de una condición espiritual correcta, el apóstol, antes de continuar su enseñanza, nos alerta contra los solemnes resultados de carecer de estas cualidades morales.
         Había algunos en el círculo cristiano que habían perdido estas grandes cualidades espirituales del cristianismo. Careciendo de ellas, se apartaron de la verdad a una vana palabrería. El cristianismo, basado en la gracia de Dios, trae al alma en corazón y conciencia a la presencia de Dios. Cuando existe 'desviación' de esta gracia, la carne religiosa se aparta a palabras vanas, conduciendo a los hombres a convertirse en "doctores de la ley". Los tales no se percatan del significado de su falsa enseñanza, ni tampoco entienden el verdadero uso de la ley que ellos afirman tan enérgicamente.
         Qué condena tan solemne es la advertencia del apóstol de la mayor parte de la enseñanza que fluye de los púlpitos de la Cristiandad. Habiendo perdido la verdadera gracia del cristianismo y sus efectos, la profesión cristiana se ha apartado a vana palabrería y a la enseñanza de la ley, con la consecuencia de que el evangelio puro de la gracia de Dios es rara vez predicado.

(d) El correcto uso de la ley y la superioridad de la gracia (versículos 8-17)
(V. 8). El apóstol condena por igual a los que se apartan a fábulas de la imaginación humana y a los que desean ser doctores de la ley. Sin embargo, existe una gran diferencia entre las fábulas humanas y la ley dada divinamente. Por lo tanto, aunque condena a los doctores de ley, el apóstol es cuidadoso en mantener la santidad de la ley. Las fábulas son totalmente malas, pero la ley es buena si es usada legítimamente.
(Vv. 9-11). Al apóstol pasa a explicar el correcto uso de la ley. Él afirma que la ley no fue dada para un hombre justo. Tampoco es un medio de bendición para un pecador, ni una regla de vida para el creyente. Su uso legítimo es convencer a los pecadores de sus pecados, mediante el testimonio del juicio santo de Dios contra toda clase de pecado.
         Además, los pecados enumerados por el apóstol, como en efecto todos los demás pecados, no solamente son condenados por la ley, sino que se oponen a la "sana doctrina" del evangelio de la gloria de Dios. La ley está, con respecto a esto, completamente de acuerdo con el evangelio. Ambos dan testimonio de la santidad de Dios, y por esta razón ambos son intolerantes con el pecado.
         No obstante, el glorioso evangelio de Dios, en la bendición que es proclamada al hombre, sobrepasa en alto grado cualquier bien que la ley podía llevar a cabo. Porque el evangelio, encomendado al apóstol, revela la gracia de Dios que puede bendecir al más grande de los pecadores.
(V. 12). Esto conduce al apóstol a declarar la gracia de Dios del evangelio ilustrada en su propia historia. La gracia soberana no solamente había salvado al apóstol, sino que, habiéndolo hecho, lo tuvo por fiel poniéndolo en el ministerio de la verdad.
(V. 13). Para mostrar la gloria eminente de esta gracia, el apóstol se refiere a su carácter como hombre no convertido. En aquellos días él era un "blasfemo, perseguidor e injuriador". Él no sólo estaba unido con los sumos sacerdotes judíos resistiendo al Espíritu Santo en Jerusalén, sino que era agente activo de ellos, al llevar esta oposición a ciudades extranjeras. Blasfemaba el Nombre de Cristo, perseguía a los santos de Cristo, y, siendo celoso por la ley, era insolentemente injuriador en su actitud hacia la gracia.
         Tal era el hombre en quien Dios manifestó Su misericordia (v. 13), Su gracia (v. 14) y Su clemencia (v. 16). Como un individuo, él fue objeto de la misericordia de Dios porque, no obstante, la intensidad de su oposición a Cristo, había actuado en ignorancia e incredulidad. Era tan ignorante en cuanto a la verdad y a Cristo, que pensaba honestamente que estaba sirviendo a Dios procurando acabar con el Nombre de Cristo. Él no era como uno que, habiendo conocido la verdad del evangelio, se opone y lo rechaza voluntaria y deliberadamente.
(V. 14). De este modo, en la misericordia de Dios, la gracia de nuestro Señor se le reveló como aquella que "fue más abundante" (o "sobreabundó" - VM), por sobre todo su pecado. El descubrimiento del pecado de su corazón, y la gracia del corazón de Cristo para un pecador tal, fueron acompañados con "la fe y el amor" que tenían su objeto en Cristo.
(Vv. 15, 16). Habiendo sido bendecido, el apóstol se convierte en un heraldo (o, mensajero) de la gracia de Dios a un mundo de pecadores, y en un ejemplo para los que después hubiesen de creer en Cristo para vida eterna.

(V. 17). El recuento de esta gracia sobreabundante conduce al apóstol a prorrumpir en alabanza al "Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios". A Él le rendiría "honor y gloria por los siglos de los siglos". Pablo, cuando era celoso de la ley, era simplemente un hombre del siglo (de la edad) entonces presente, procurando mantener el siglo (la edad) de la ley. Dios es el "Rey de los siglos", Aquel que está actuando en gracia soberana para Su propia gloria a través de los siglos de los siglos.

(e) El mandamiento especial a Timoteo (versículos 18-20)
         Habiendo mostrado el uso correcto de la ley, y el carácter sobreabundante de la gracia, el apóstol retoma el hilo de su discurso desde el versículo 5.
(Vv. 18-20). A Timoteo su hijo, encomienda este mandamiento del cual él ya había hablado en los versículos 3 y 5. Timoteo tenía que actuar con toda la autoridad conferida por el apóstol, conforme a las profecías en cuanto al servicio que había sido demarcado para él. Llevar a cabo este servicio implicaría la milicia. Para que este conflicto tuviese éxito se requeriría que la fe fuese mantenida tenazmente. La fe en este pasaje es, como uno ha dicho, 'la doctrina del cristianismo... aquello que Dios había revelado, recibido con certidumbre como tal - como la verdad' (J. N. Darby).
         Además, la verdad debe ser mantenida con una buena conciencia, de modo que el alma se mantenga en comunión con Dios. Cuán a menudo las herejías en las que caen los creyentes tienen su raíz secreta en un pecado consentido o sin juzgar que corrompe la conciencia, priva al alma de la comunión con Dios, y la deja presa de las influencias de Satanás.
         Algunos, en efecto, en la época del apóstol, habían desechado una buena conciencia y caído de tal modo en el error que habían naufragado en cuanto a la fe. Se nombra a dos hombres, Himeneo y Alejandro, quienes habían escuchado a Satanás y hecho declaraciones blasfemas. Mediante el poder apostólico ellos habían sido entregados a Satanás. Dentro de la casa de Dios estaba la protección del Espíritu Santo. Fuera de la asamblea está el mundo bajo el poder de Satanás. Se permitió que estos hombres quedaran bajo el poder de Satanás, para que, a través del padecimiento y de la angustia del alma, ellos pudiesen aprender el verdadero carácter de la carne y volver a Dios en humildad y quebrantamiento de espíritu.

LAS CANCIONES DEL SIERVO (2)

LA PRIMERA CANCIÓN: LA PRESENTACIÓN DEL SIERVO.
Isaías 42: 1 - 4 y contexto.


Como ya hemos indicado, esta primera canción presenta unos principios generales acerca del gran Siervo y su Obra. Es, por así decirlo, su presentación ante el auditorio universal por parte de Jehová. «He aquí... este es...» dice, instando a que los ojos de todos se vuelvan para contemplarle. Hay ecos de estas pala­bras introductoras en la ocasión del Bautismo de Jesús y en su Transfiguración (Mat. 3:17; 17:5), amén de una extensa cita de la canción entera en Mateo 12:17 - 21, que no dejan ningún lugar a dudas acerca de quién está hablando.



Su persona y cualidades.
En primer lugar, se le describe en términos inequívocos. Su relación con el Padre, para quien es esco­gido, único y deleitoso; la fuente de su poder, sostenido o amparado por Jehová; el hecho de que es el vehí­culo perfecto del Espíritu de Jehová cuál ningún otro pudo ser jamás (compárese con 11:1 - 4), todo delata su naturaleza única, divina pero también plenamente humana. Como el Ungido de Jehová depende enteramen­te del Espíritu de éste y es constituido a su vez en fuente de poder y sabiduría para cuantos acuden a Él. El Mesías es el Administrador del Espíritu, puesto que éste no halla nunca ninguna resistencia en Él; es el hom­bre por excelencia que, siendo a la vez el Verbo encarnado, puede bautizar a otros con el Espíritu, derramando sus dones en los corazones de ellos. En el original la frase «he puesto sobre Él mi Espíritu» expresa la idea de un ave que posa sobre sus polluelos, encubriéndolos totalmente y proporcionándoles calor, y es así que hemos de entender la relación entre el Mesías y el Espíritu que halla en Él su morada idónea. No se puede jamás de­cir tal cosa de ningún otro hombre, sino sólo de Él porque es a la vez Dios hecho carne. En esta canción ape­nas se habla de las etapas históricas de su misión, de la Encarnación, Pasión, Muerte, Resurrección y Exalta­ción a la diestra; se engloba todo en la excelsa descripción lapidaria de su Persona.

Sus objetivos.
Dos escuetas frases, pletóricas de significado, consignan el porqué de su Venida: «traerá justicia a las naciones» y «establecerá en la tierra justicia». Se relacionan estrechamente, teniendo que ver con su Obra reconciliadora que trajo el Evangelio de la paz y la justificación de vida a todas las naciones (Rom. 1:17 y 3:21), y el establecimiento de su reino mesiánico en forma manifiesta sobre todas ellas en un día futuro. Por eso, «todos esperan su ley», que les viene por esas dos etapas: la espiritual de ahora, el Nuevo Pacto escrito en el corazón (Jeremías 31:31 - 34; 2 Corintios 3:3 y ss), y la futura, cuando reinará en gloria sobre la tierra. Ningún otro gobernante humano, ni siquiera un Moisés, un Samuel, un David, un Salomón o un Augusto César, jamás pudo hacer una obra tal; sólo el Mesías, «mi Rey» (Salmo 2). Otros objetivos, que detallan face­tas de las reseñadas arriba, se ven en la obra de restauración que efectúa en el hombre pecador trayéndole luz y libertad (vv. 3, 6 y 7); son facetas que aparecen siempre en las diversas profecías mesiánicas.
Los métodos del Siervo de Jehová.
Los vers. 2 y 3 detallan éstos. Tratándose del Soberano del Reino de Dios, como sería de esperar son totalmente opuestos a los utilizados por los reinos de este mundo, que se inspiran en los valores diabólicos de su Caudillo siniestro. Notemos su humildad, que rehusa la publicidad callejera de los demagogos populares de todas las épocas; éste es otro aspecto de la «verdad» o realidad que emplea para llevar a cabo su obra de «traer justicia» (en contraposición al método predilecto del diablo, que es el engaño). Luego se nota su compasión, que va en busca de lo perdido, lo despreciable, los desechos de la sociedad humana (la caña cascada y el pábi­lo humeante), teniendo interés en cada individuo y sus necesidades peculiares, no en la masa. ¡Qué consuelo es contrastar estos métodos con los que privan en el mundo moderno de los grandes negocios donde no se ve más que una lucha sorda por el poder, el egoísmo descarnado y el atropello feroz a los más débiles! (vemos también la misma preocupación en uno de sus seguidores más fieles, el apóstol Pablo, como se aprecia en Colosenses 1:28, 29).
La figura de la caña cascada puede sugerirnos el hombre pecador, quien tal como Dios le creó debe andar enhiesto, con dignidad, para glorificar a su Creador, pero que actualmente se encuentra roto e inservible para estos propósitos a causa del pecado. El pábilo que humea expresa la idea del sacerdocio espiritual que el hombre perdió en la Caída; sólo debiera ofrecer a Dios aquello que le agrada, pero al rechazarlo se sirve y se adora a sí mismo. El Mesías viene para restaurar estas funciones estropeadas, pero se advierte aquí que esa obra de restauración involucra un proceso muy largo, mediante la frase «no se cansará ni desmayará hasta que...» se complete su Obra, la cual expresa su paciencia y su tesón, pese a toda la oposición que se le hace. El texto original tiene un juego de palabras aquí, diciendo literalmente que, en contraste con la criatura que vino a salvar, Él no será una «caña cascada» (un fracasado, ni un «pábilo que humea» (que no da luz y sí mal olor), sino Uno que complace plenamente al Padre, «habiéndose ofrecido a sí mismo en olor suave... un sacrificio acepto, agradable a Dios» (Efesios 5:2).
En conclusión, notemos que el gran Siervo, en vivo contraste con aquellos otros servidores suyos por medio de los cuales Jehová dio sus distintos pactos a los hombres - Abraham, Moisés, David - Él es el mis­mo Pacto que Dios otorga. Esto se ve en el contexto de la canción, que guarda una relación estrecha con ella. Por eso, se puede hablar con gozo de nueva vida, salvación, redención y un «cántico nuevo», los cuales Jehová proporciona a cuantos quieran reconocer y aceptar su oferta de paz mediante Aquel que cumplió a la perfección toda su voluntad.

EL CAMINO HACIA LA GLORIA (8)



Creyentes, ante nosotros tenemos una última liberación. De los cielos “esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:20, 21). Como lo presentan varios pasajes de las Escrituras, poseemos, desde ahora, por la fe, la salvación de nuestra alma (1 Pedro 1:9); pero en la cruz fue pagado el rescate de todo nuestro ser, y esperamos la liberación, la redención de nuestro cuerpo (Romanos 8:23, 24). Vamos a ser llevados lejos de esta tierra de miseria y de combate a las moradas eternas, vestidos de cuerpos dignos de esa residencia gloriosa. En ella “no entrará... ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” (Apocalipsis 21:27). Es la gran salvación final. Seremos liberados incluso de la propia presencia del pecado. Seremos semejantes a nuestro Salvador, y estaremos todos juntos para siempre con él.
Ésa es la esperanza del cristiano, su consuelo en los días de luto. Cuando los creyentes se duermen en Jesús, sus cuerpos vuelven por algún tiempo al polvo, pero sus espíritus entran en el reposo junto al Salvador. “Ausentes del cuerpo”, están “presentes con el Señor” (2 Corintios 5:8). El apóstol Pablo estimaba que “partir y estar con Cristo, es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23). Es la felicidad que Jesús aseguraba en la cruz al malhechor arrepentido: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43).
Pero este bienaventurado estado no es más que una espera de bendiciones más elevadas todavía. Pronto va a cumplirse la promesa del Señor: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo” (Juan 14:3). La Palabra nos precisa cómo se desarrollará esta próxima venida de Jesús para llevarse a los suyos: “El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16, 17). Este acontecimiento está muy cerca: “¡He aquí, vengo pronto!” (Apocalipsis 22:7, 12, 20). Nosotros mismos seamos, pues, semejantes a siervos que esperan a su Señor (Lucas 12:35­40). Apliquémonos constantemente a ser como él desea encontrarnos a su venida.
He aquí viene Aquel que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, el cual llevó nuestros pecados en su cuerpo en la cruz y nos libró de los tormentos eternos al precio de sus sufrimientos, Aquel a quien nuestra fe ha asido como un perfecto Salvador, Aquel en quien tenemos la vida eterna, quien nos ha hecho cercanos a Dios como hijos muy amados, Aquel cuya elevación a la gloria nos ha valido el envío del Espíritu a nuestros corazones, Aquel que cuida de nosotros a lo largo de todo el camino, como un Pastor cuyo rebaño le es querido.
Miremos juntos arriba, todos nosotros, sus rescatados, los que formamos su Iglesia, su esposa por la eternidad, y digamos con corazones unánimes: “Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:17, 20).
© Ediciones Bíblicas - 1166 Perroy, Suiza ISBN 978-2-88208-038-7

DIOS ES UNO

PreguntaUnos creyentes exponen la dificultad que tienen para comprender la declaración de la Palabra "Dios es uno", y el hecho de que el Señor Jesús sea presentado a veces como Dios, Jehová, el Eterno, del Antiguo Testamento.



Respuesta: La Biblia nos enseña muchas verdades preciosas referen­tes a Dios, Su naturaleza, Sus perfecciones y Su Ser. Pero hay en Dios un misterio que no podemos penetrar: escapa a la más vasta y profunda inteligencia humana.
En todas partes de la sagrada Escritura la unidad de Dios es proclamada, en contraste con la pluralidad de las divinidades paganas. "Hay un solo Dios", era la verdad de base para Israel. "Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es" dijo el Espíritu Santo por medio de Moisés, y el Señor Jesús recordó aquellas palabras (Deuteronomio 6:4; Marcos 12:29). El Nuevo Testamento también afirma la unidad de Dios "No hay más que un Dios" (1ª. Corintios 8:4). "Porque hay un solo Dios" (1ª. Timoteo 2:5). Pero, en la manifestación de Dios al hombre como nos la presenta la Escritura, vemos que en esta unidad absoluta hay tres Personas distintas: el Padre, el Hijo o el Verbo, y el Espíritu Santo.
Estas tres Personas divinas aparecen en el bautismo del Señor. El HIJO que se hizo hombre, se presenta al bautismo de Juan, diciendo: "así conviene que cumplamos toda justicia." Y después que fue bautizado, luego que los cielos le fueron abiertos, el ESPÍRITU DE DIOS que descendió como paloma, y vino sobre Él, y la voz del PADRE se hizo oír desde los cielos: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia." (Mateo 3: 13-17). El bautismo cristiano, según el mandamiento del Señor Jesús después de Su resurrección, se administra "en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" (Mateo 28:19; véase también la VM, nota "f"). En la bendición apostólica, vemos también reunidas las tres Personas divinas: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2ª. Corintios 13:14). Y estas tres Personas adorables se unen en la dispensación de las bendiciones divinas a los fieles. Por ejemplo, en el capítulo 14 de Juan, el HIJO conduce al PADRE: "Yo soy", dice Jesús, "el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí." (Juan 14:6). El ESPÍRITU SANTO, el Consolador, pone a los creyentes en comunión con el PADRE y con el HIJO. El Señor Jesús dijo: "yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad... el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre." (Juan 14: 16, 26), y declaró también: "Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio de mí." (Juan 15:26). Leemos también en 1ª Pedro 1:2: "Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo." Otros muchos pasajes nos presentan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, tres Personas distintas, en actividad para la obra de la redención de los pecadores y la bendición de los salvados.
         De modo que, como se ha dicho, el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios, y no son tres dioses, sino un sólo Dios. Es un misterio insondable que el hombre no puede explicar, y que la fe debe aceptar con toda sencillez, como siendo revelado por Dios. Lo encontramos ya desde el primer versículo de la Biblia: "En el principio creo Dios", o "Elohim" (fórmula plural de "El"), es decir, "los dioses creó'", frase gramaticalmente ilógica, estando el sujeto en plural y el verbo en singular. Después, en el versículo 26 de este primer capítulo del Génesis, leemos: ''Hagamos al hombre"; y en el capítulo 3, versículo 22: "He aquí el hombre es como uno de nosotros" (compárese también con Génesis 11:7). En el libro del profeta Isaías, el Señor dice: "¿A quién enviaré? ¿y quién irá por nosotros?" (Isaías 6:8 – VM). Estas palabras, ¿no indican varias personas que toman consejo entre sí, piensan y obran de común acuerdo? También vemos en Hebreos 10 el consejo de Dios, Su voluntad (versículo 7), al Hijo que se presenta para cumplirla (versículo 9), y el Espíritu Santo dando testimonio (versículo 15).
Independientemente de las Escrituras que acabamos de citar, y que establecen la pluralidad de las Personas en la uni­dad de la esencia divina, la Palabra de Dios establece la divinidad de Cristo y del Espíritu Santo de manera clara y positiva. Les atribuye el nombre, las perfecciones y las obras de Dios.
Examinemos pues los pasajes que establecen la divinidad del Hijo, y veremos, en contestación a esta pregunta, cómo el Señor es presentado como siendo el Dios creador, el Eterno, Jehová de los ejércitos, misterio insondable para nosotros, pero que nos mueve a la adoración y a la alabanza.
El evangelio de Juan declara, hablando del Señor Jesús: "En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios." (Juan 1:1 – LBLA). Y los versículos que siguen nos enseñan que la Palabra, o el Verbo, es el Hijo unigénito, Jesucristo (versículos 14, 17, 18). Jesús es llamado "Emmanuel, que traducido es: DIOS con nosotros." (Mateo 1:23). Su nombre significa Jehová o el ETERNO SALVADOR. El ángel le dijo a José: "Llamarás su nombre JESÚS (forma griega del hebreo Joshua), porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mateo 1:21). Él es Cristo, "el cual es DIOS sobre todas las cosas, bendito por los siglos." (Romanos 9:5). Es DIOS manifestado en carne (1ª. Timoteo 3:16). Notemos también en Hebreos 1:8: "Mas del Hijo dice: tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo". Otros pasajes declaran que el Hijo es 'el resplandor de la gloria de Dios y la misma imagen de su sustancia', "la imagen del Dios invisible" (Hebreos 1:3; Colosenses 1:15). "En él", dice también el apóstol Pablo, "habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad." (Colosenses 2:9). El apóstol Juan nos dice también de Cristo: "Este es el verdadero Dios, y la vida eterna." (1ª. Juan 5:20). El Señor Jesús, Jehová de los ejércitos, el Rey a quien vio Isaías, y cuya gloria y santidad pro­claman los serafines, es el Señor, pues dice el evangelio: "Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él." (Juan 12:41; Isaías 6: 1-7). Cuando vino a este mundo, es JEHOVÁ, NUESTRO DIOS (Isaías 40:3; compárese con Juan 1:23, y Lucas 3: 4-6); y cuando vuelva, será "la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo" (Tito 2:13).
Es de suma importancia retener todos estos pasajes que dan al Señor Jesús el nombre de DIOS, porque muchos hombres se lo niegan. Otras muchas porciones de la Palabra de Dios demuestran la divinidad y la existencia eterna e inmutable de Cristo, atribuyéndole los títulos que sólo pertenecen a Dios. Vemos por ejemplo que, al hablar Jehová a Moisés, le dio la revelación de su Ser inmutable diciendo: "YO SOY EL QUE SOY"; y el Señor Jesús, hablando a los judíos, dijo: "Antes que Abraham fuese, YO SOY." (Éxodo 3:14; Juan 8:58). También vemos, en Isaías 44:6, que el Rey de Israel, su Redentor, es Jehová de los ejércitos: "Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios." Y Jesús, al presentarse a Juan en su gloria, como el anciano de gran edad y, al mismo tiempo, como el Hijo del Hombre, dice a Su discípulo, caído como muerto a Sus pies: "No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo (o, el VIVIENTE – Nacar-Colunga)." (Apocalipsis 1:17). El VIVIENTE, aquel que tiene la vida en Sí mismo y que da la vida, es también un título dado a Jehová: "pozo del Viviente que me ve." (Génesis 16:14). "Jehová es el Dios verdadero; él es Dios vivo." (Jeremías 10:10). Jesucristo es inmutable, nos dice el apóstol: "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos." (Hebreos 13:8). La inmutabilidad sólo le pertenece a Dios. Todo cambia y pasa: Él sigue siendo lo que fue y lo que es. Notemos bien ahora que, en esta misma epístola a los Hebreos, el Salmo 102 que trata de la inmutabilidad de Dios, es aplicada al Señor Jesús. "Tú, Señor, en el principio fundaste la tierra; y los cielos son obras de tus manos: Ellos perecerán, más tú eres PERMANENTE; y todos ellos envejecerse han como vestidura; Y como un manto los envolverás, y serán mudados: tú empero eres EL MISMO, y tus años nunca se acabarán." (Hebreos 1: 10-12; RVR1865).
Tal es la grandeza divina de Jesús. En varias porciones que hemos citado, Él es revelado como Aquel que creó todas las cosas y las sustenta o hace subsistir con la palabra de Su poder (Juan 1:3; Colosenses 1: 16-17; Hebreos 1:3). ¿Quién puede crear, sino el Todopoderoso?, y ¿quién posee la omnipotencia, sino sólo Dios? Una criatura, quienquiera que sea, no puede producir o crear algo, partiendo de la nada. Por consiguiente, Cristo es Dios, ya que creó los mundos, y es el Todopoderoso. Es el título que toma en el Apocalipsis. "Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso." (Apocalipsis 1:8). Y estas palabras se aplican al Señor Jesús, sin duda al­guna, pues Él mismo, al final de este libro, dice: "He aquí yo vengo pronto… Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último." (Apocalipsis 22: 12-13 y 21-6). Notemos también que estos calificativos suponen la existencia eterna del Señor. Él es Aquel que vive por los siglos de los siglos (Apocalipsis 1: 17-18).
Era esta misma omnipotencia divina que caracterizaba a Cristo cuando estaba sobre la tierra. De igual modo que, al primer día de la creación, dijo "Sea la luz: y fue la luz", podía, por una palabra, calmar el viento y el mar: "Calla, enmudece... y se hizo grande bonanza." (Marcos 4:39). "Quiero, sé limpio", decía al leproso, y quedó limpio de la lepra (Marcos 1: 41-42). Bastaba Su palabra todopoderosa para que los muertos resucitaran: "Joven, a ti te digo, leván­tate", o "¡Lázaro, ven fuera!" (Lucas 7: 14-15; Juan 11: 43-44). Era porque tenía en Sí mismo este poder divino que podía decir: "Destruid este templo (Su cuerpo), y en tres días lo levantaré." (Juan 2:19), y por esta omnipotencia, que le pertenece a Dios solamente, y que Él posee, resucitará a los justos y a los injustos (Juan 5:25-29).
Es porque Él es Dios que podía perdonar los pecados (Marcos 2: 7-10), y porque es Dios, pudo obrar la salvación, porque Jehová ha dicho: "Yo, yo Jehová; y fuera de mí no hay quien salve." (Isaías 43:11). Y el apóstol Pedro proclama, hablando de Jesús: "Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos." (Hechos 4:12). Este Nombre glorioso es el de Jesús o Jeshua, Jehová Salvador. Y es Él, el Salvador Todopoderoso, el cual volverá de los cielos, y que "transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder por el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas." (Filipenses 3:21).
Retengamos firmemente la enseñanza de la Palabra de Dios referente a la divinidad de nuestro adorable Salvador. "El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió." (Juan 5:23). Y "si alguno me sirviere, mi Padre le honrará (Juan 12:26). Tomás le dijo a Jesús: "¡Señor mío y Dios mío!" (Juan 20:28).
A. L.
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1963, No. 65.-

MEDITACIÓN

“Cada uno en el estado en que fue llamado en él se quede”
(1Co 7:20).


Cuando una persona se convierte puede pensar que tiene que romper con todo lo que estaba asociado con su vida anterior. Para corregir esta idea, el apóstol Pablo instituye la regla general que establece que una persona debe permanecer en el estado en que fue llamada al tiempo de su conversión. Consideremos esta regla y veamos lo que significa y lo que no significa.


En su contexto inmediato, el versículo se aplica a una relación matrimonial especial. Se da el caso donde uno de los cónyuges es salvo, pero el otro no. ¿Qué debe hacer el creyente? ¿Debe divorciarse de su esposa? No, dice Pablo, debe permanecer en esa relación matrimonial con la esperanza de que su compañera se convierta por medio de su testimonio.
En general, la regla de Pablo, señala que la conversión no requiere la interrupción violenta o el derrumbe contundente de las relaciones y asociaciones sostenidas antes de la salvación que no están prohibidas expresamente por la Escritura. Por ejemplo, un judío no necesita recurrir a la cirugía para borrar la marca física de su trasfondo judío. Tampoco un creyente gentil debe someterse a algún cambio físico, como la circuncisión, para distinguirse de los paganos. Las características o marcas físicas realmente no importan. Lo que Dios desea ver es que obedecemos Sus mandamientos.
Un hombre que es esclavo en el momento de su nuevo nacimiento, no debe rebelarse de su servidumbre atrayendo sobre sí problemas y castigo. Puede ser un buen esclavo y un buen cristiano al mismo tiempo. La posición social y las distinciones de clase no cuentan para Dios. Sin embargo, si un esclavo puede obtener su libertad por medios legítimos, debe hacerlo.
Hasta aquí lo que significa la norma de Pablo. Es evidente que hay excepciones importantes en la regla. Por ejemplo, no significa que un hombre en una ocupación impía debe continuar en ella. Si un hombre, trabaja en un bar de copas o dirige una casa de prostitución o un casino, sabrá por instinto espiritual que tiene que cambiar.
Otra excepción a la regla general tiene que ver con las relaciones religiosas. Un nuevo convertido no debe continuar en un sistema donde se niega las grandes verdades de la fe cristiana. Debe separarse de cualquiera iglesia que deshonre al Salvador. Esto también se aplicaría a la membresía en un club social donde el Nombre de Cristo se proscribe o es indeseable. La lealtad al Hijo de Dios requiere que un creyente renuncie a lugares como éste.
         Para resumir, la norma es que un nuevo creyente debe permanecer en el estado en que fue llamado a menos que este estado sea pecaminoso y deshonre al Señor. No tiene que romper con relaciones establecidas anteriormente a menos que estén claramente prohibidas por la Palabra de Dios.