jueves, 3 de noviembre de 2016

PRIMERO LA ORACION

Aquel que empiece su trabajo diario, su servicio, sin la oración no podrá llevar fruto. La oración, la comunión con el Señor, es el único medio para guardarnos del mal y de los malos pasos, para hacer de nosotros ‘‘vasos para honra, santificados y útiles para los usos del Señor, y aparejados para toda buena obra' (2 Tim. 2:21).

Contendor por la Fe, 1970

¿QUIÉN DEBE GUIAR? (Parte I)

El buen liderazgo en la iglesia se escasea hoy día. La magnitud del problema se indica por la proliferación de artículos, seminarios, talleres e institutos que se dedican a la cuestión del liderazgo cristiano. El hecho de que la iglesia parece reflejar la situación de la comunidad es de poco consuelo dado que el deber de la iglesia es mostrar a la comunidad un ejemplo de cómo debe conducirse y no viceversa, Mr. 10:42-45. Pero el liderazgo cristiano estará tan fuerte como su adherencia al ideal que se expresa, no en dominar, sino en servir.
Ser líder cristiano no significa ser “él manda más”. El verdadero liderazgo implica tener autoridad, pero esta autoridad es la autoridad paradójica de la humildad, de servicio, y de la cruz. Esta clase de liderazgo autoritativo era practicado por Jesús mismo cuando El declaró, "El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos", Me. 10:45. Solamente tal abnegación puede llamar con autoridad a los hombres para que tomen la cruz y que le sigan.

Desde luego, la idea de que el liderazgo es expresado en servicio hacia otros se observa en los mejores ejemplos del liderazgo secular. Pero el liderazgo cristiano no es simplemente el servicio a favor de otros. En primer lugar, es servicio rendido a Cristo, y esto, a su vez, determina la forma en que el líder servirá a los que son los objetos de su cuidado pastoral. Pablo anuncia este concepto claramente en una carta a una iglesia que aparentemente carecía de un liderazgo verdaderamente espiritual: "Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús" (2 Cor. 4:5).
LIDERAZGO EXPRESADO EN SERVICIO
Vale la pena perseguir más el concepto paulino del liderazgo. El pasaje en Hechos 20:17-37 encapsula de manera apta muchos de sus pensamientos referentes al tema por cuanto contiene su discurso de despedida a los líderes de la iglesia de Éfeso. El compromiso doble que Pablo tuvo; a Dios primero y luego a su pueblo, se refleja en su recuento del esfuerzo pastoral incansable, tanto en público como particularmente (v.20), con judíos y con griegos (v.21), de día y de noche (v.31)» Pero nos acercamos más al corazón del liderazgo cristiano en dos declaraciones importantes. En la primera Pablo dice: "Y cómo nada que fuese útil he rehuido anunciaros", v.20 Luego en la segunda, "porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios", v.27.

Se puede notar con diáfana claridad que estas dos declaraciones están relacionadas, evidenciadas por el hecho de que cada una, por decirlo así, tiene la misma fórmula, a saber: "no he rehuido de anunciaros..." Esta expresión debe notarse y el hecho de que Pablo la usa ha de indicar que él no halló fácil cumplir con las obligaciones del liderazgo. En realidad, la declaración, "y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros", ocurre cabal en medio de una lista de pruebas y peligros asociados con su ministerio. ¡La responsabilidad de proveer enseñanza e instrucción provechosas es una carga equivalente preocupacionalmente al ser perseguido y encarcelado! Pablo se refiere a lo mismo en 2 Co. 11 donde en el v.28 añade a la lista monumental de pruebas y aflicciones sufridas a causa de Cristo, la carga extra de "lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias".
Pero ¿por qué razón estaría tentado Pablo para retener de los efesios cosas que eran provechosas? ¿No debería un líder digno del nombre apurarse para comunicar información provechosa a sus seguidores? Desde luego, la respuesta depende del significado que asignamos a la palabra "provechosa". Aquí es donde tomamos nota nuevamente de la relación entre v.20 y v.27. La palabra "Útil" en el primero se define por la expresión "todo el consejo de Dios" en el último. Para decirlo de otra manera; la palabra "útil" no se entiende de ninguna manera en los términos de lo que el pueblo desea oír, sino en términos de lo que Dios quiere que oiga, pese a si lo quiere o no. Todo líder cristiano tiene que tomar en cuenta el hecho de que con frecuencia existen aspectos de "todo el consejo de Dios" que aun el pueblo de Dios no recibe de muy buena gana. Siempre ha sido así desde el tiempo de los profetas hasta ahora. Por tanto, el líder cristiano necesita recordarse constantemente de la naturaleza doble de su servicio no simplemente un siervo del pueblo, sino de Dios primeramente, y luego del pueblo en segundo lugar. Entonces, el verdadero liderazgo cristiano necesita un rechazo deliberado de una popularidad fácil que es ganada por un silencio calculado o por una conveniencia cobarde. El pueblo de Dios debe ser servido por líderes conscientes de la verdad de que el agradar a Dios es una obligación superior a la de agradar a los hombres.
Por Max Liddle
Traducido de "The Reaper"

Contendor por la fe  1984

“CONOCERÁ DE LA DOCTRINA”

"El que quisiere hacer Su voluntad" (Juan. 7:17).


El gran propósito del Señor en Su vida aquí fue hacer LA VOLUNTAD DE SU PADRE y demostrar fehacientemente Su relación con Dios. "Como Él es, así somos nosotros en el mundo", es el testimonio de las Escrituras acerca de los que no son del mundo", como tampoco Él es del mundo". "Ejemplo os he dado: Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo servirás".

EL QUE BUSCA LA GLORIA DEL QUE LE ENVIO. "Entrando en el mundo dice: ¡Heme aquí para que haga, oh Dios, Tu voluntad!". "Y la voluntad de Jehová será en Su mano prosperada".

Cuando le buscaron para hacerle rey, dijo: "He descendido del cielo, no para hacer Mi voluntad, más la voluntad del que me envió" y les habló de "dar Su carne. . . por la vida del mundo". ¡Morir en vez de reinar!

Tan consagrada era Su voluntad al Padre que pudo decir: "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe Su obra: Padre..., Yo te he glo­rificado en la tierra, he acabado la obra que me diste que hiciese".

"El que busca la gloria del que le envió ES VERDADERO y NO HAY EN EL INJUSTICIA. Aunque era HIJO, por lo que padeció aprendió la obediencia". Pa­ra ello es necesaria la ORACION y COMUNION a solas con Dios.
Y CONSUMADO, vino a ser causa de eterna salud a los que le obedecen..., habiendo de llevar a la gloria a muchos hijos".
EL QUE QUISIERE HACER SU VOLUNTAD. Siendo "el puro afecto de su vo­luntad que NOSOTROS fuésemos adoptados HIJOS por Jesucristo así mismo..., para alabanza de Su gloria. Cualquiera que hiciese la voluntad de Dios, este es MI HERMANO", dijo Cristo, y Dios es el que obra en vosotros así el querer como el hacer, por Su buena voluntad..., para que estéis firmes, perfectos y cumplidos en todo lo que Dios quiere... haciendo de ánimo LA VOLUNTAD DE DIOS". "Deberías decir: SI el Señor quiere... sea hecha su voluntad: será en­grandecido Cristo en mi cuerpo, o por vida, o por muerte."

"La voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús, es VUESTRA SAN­TIFICACION. El que ha padecido en la carne, cesó de pecado; para que ya el tiempo que queda en la carne, VIVA, no a las concupiscencias de los hombres, sino a la voluntad de Dios. El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre".

"El Dios de paz,.. OS HAGA APTOS en toda buena obra para que hagáis Su voluntad, haciendo El en vosotros lo que es agradable delante de El por Jesucristo... para que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres va nos.
Sana Doctrina, 1976

LA PRUEBA DE ABRAHAM

Génesis 22
….Dios probó ahora a Abraham. La fe verdadera tiene que ser probada; cuando las pruebas vienen sobre el creyente ello es una evidencia de que hay fe. Dios conocía a Abraham, y cuando hubo llegado el momento apropiado en su vida, Dios le hablo las palabras mediante las cuales él iba a ser probado. ¡Qué prueba fue aquella prueba! ¡Tomar aquel hijo prometido, aquel amado, llevarle y darle muerte sobre un altar! La razón podría haber dicho, «Dios prometió este hijo, él fue dado por el propio poder de Dios, toda mi esperanza y expectativa se centran en él.» o bien, «¿Cómo puede Dios pedirle a él que le dé muerte?» Pero la fe no cuestiona la Palabra de Dios, y no tiene ningún «¿por qué?» para preguntar a Dios. Esa fe se manifestó en Abraham cuando en el principio Dios le dijo que saliera de su tierra, a una tierra que Él le mostraría. Él salió en fe y no sabía dónde iba. Pero Dios le llevó a la tierra. Él conocía la fidelidad de Dios. Y ahora, una vez más, se le pide que salga, a la tierra de Moriah, a un monte desconocido, y que tome a su amado hijo para entregarlo. ¿Era todo su corazón realmente para Dios? ¿Le ama él y depende de Él en grado sumo? ¿Estaría él dispuesto a separarse del único y entregarlo? Esta es la prueba. El registro muestra que no hubo ni un momento de vacilación de parte Abraham. Ninguna palabra escapó de sus labios. La única respuesta que él dio a Dios fue que él se levantó muy de mañana y comenzó de inmediato el viaje con Isaac.

         ¡Qué palabra de fe cuando él dice, "Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros."! Hebreos 11: 17-19 nos presenta el secreto de ello.

         Los contemplamos yendo ambos juntos, Isaac llevando ahora la leña. Abraham puso la leña sobre él. Una antigua exposición Hebrea de Génesis parafrasea esto diciendo, «él puso la leña sobre él en forma de una cruz.» E Isaac habla solamente una vez preguntando por el cordero. A lo que Abraham respondió, "Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío." Luego, ellos van juntos, e Isaac no volvió a abrir su boca nuevamente, 'como cordero llevado al matadero'. Él mismo se deja atar sobre el altar. Él tenía confianza absoluta en su padre y está dispuesto a ser muerto por él; no hubo ningún forcejeo para ser libre. Él es obediente a su padre Abraham, obediente hasta la muerte. El significado típico del acontecimiento es tan sencillo como precioso. Isaac es el tipo de aquel "Unigénito." En Abraham contemplamos al "Padre", el cual ni a Su propio Hijo Unigénito perdonó, sino que Le entregó por todos nosotros. (Romanos 8:32 - VM). ¡Pero qué grande el contraste! Dios Le entregó, el Hijo de Su amor, por un mundo pecador, rebelde. Y cuando la hora llego y el Hijo estuvo clavado sobre el madero, no hubo ninguna mano que refrenar. Él fue llevado al matadero como cordero y no abrió su boca (Isaías 53); y entonces Le oímos clamar, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46). La mano de Dios estaba sobre Él, y Él, el Santo, fue herido por Dios. Este es el cordero que Dios mismo ha provisto: el "rescate" (Mateo 20:28; Marcos 10:45; 1 Timoteo 2:6) que Él ha hallado, tipificado asimismo por el carnero trabado en un zarzal. Y en el Ángel de Jehová, Él mismo, estuvo presente sobre la escena, conociendo todo aquello que Él haría y padecería, cuando el tiempo designado hubiese llegado. ¡Qué maravillosa es Su Palabra escrita! Y nosotros hacemos referencia, en estas breves notas, solamente a unas pocas de estas prefiguraciones y verdades reveladas en este capítulo. La atadura de Isaac sobre el altar y el hecho de ser tomado desde este prefiguran la muerte y resurrección de Cristo.

"Jehová-Jiréh", Jehová ha visto (o Jehová provee) es el gran fundamento. De esa provisión, el don de Su Hijo y Su obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz, emana la gran redención: Jehová-Ropheka (Éxodo 15:26), Jehová tu sanador, a continuación. Después sigue Jehová-Nissi, Jehová es mi bandera, (victoria, Éxodo 17); Jehová-Shalom, Jehová [envía] la paz (Jueces 6:24); Jehová-RoI, Jehová es mi pastor (Salmo 23:1); Jehová-Zidkenu, Jehová justicia nuestra (Jeremías 23: 5, 6); Jehová-Shammah, Jehová está allí (Ezequiel 48:35).


Traducido del Inglés por: B.R.C.O.- Marzo 2011

Joab: Capaz y malintencionado (Parte VI)

Contra Absalón

Habiendo unido las tribus de Israel y aplastado los enemigos en derredor, David bien ha podido esperar un período de tranquilidad y reposo en la tierra. Sin embargo, sin que él lo supiera, otro enemigo estaba tramando su caída y deportación. Cuánto sabía o sospechaba Joab de los propósitos de Absalón, no se nos ha dicho. Ciertamente sus intrigas para que el joven fuese aceptado en Jerusalén parecen haber sido más para el bien de David que para el de su hijo; 2 Samuel 14.
Difícilmente ha podido prever los acontecimientos trágicos que resultarían de sus planes tan cuestionables. Tal vez si hubiera reflexionado más podría haberse evitado la tragedia que sucedió. Pero una vez revelados los propósitos del príncipe lisonjero, se hizo evidente la lealtad de Joab al rey. Habiendo vivido en un tiempo como fugitivo, estaba dispuesto a hacerlo de nuevo si fuese necesario. Así, se encontró entre la infeliz compañía que abandonó precipitadamente a Jerusalén, 15.14, 18.2.
Si tardó en percibir el peligro al principio, no así una vez que la rebelión estaba a la vista. Tal fue su enojo vehemente que hizo caso omiso de la orden específica del rey, matando al inmóvil Absalón en el árbol. 18.5, 12 al 14.
Los cristianos en Corinto eran algo parecidos a Joab en sus actitudes extremistas. Estaban dispuestos a tolerar el pecado en su congregación porque, debido a su propia carnalidad, era más fácil hacer caso omiso que mostrar carácter ante el problema. Pero una vez que Pablo les había escrito, su celo y energía en castigar al ofensor no conocía límite, tan es así que el apóstol tuvo que escribir de nuevo y sugerir que convenía recibir al hermano a la comunión de nuevo, por cuanto él estaba sinceramente arrepentido; 1 Corintios 5, 2 Corintios 7.
Reconocemos que hicieron bien en prestar atención a la primera carta, pero hubiéramos deseado que la segunda no fuese necesaria. Ellos han debido saber actuar, reconociendo la restauración, sin otra exhortación. Muchas de las dificultades que enfrentamos en la iglesia local son de nuestra propia hechura. No es que pequemos deliberadamente, ni que toleremos pecado descaradamente como en Corinto, sino que fallamos en la oración y reflexión con base en principios bíblicos. Y esto suele ser no una cuestión de solamente uno o dos varones, sino de la asamblea entera. Su ejercicio ayudaría a no tomar una iniciativa malsana o emplear métodos que no convienen.
Tristemente, “los hijos de este siglo” todavía son más sagaces en el trato de sus semejantes que los hijos de luz, Lucas 16.8. Una de las necesidades evidentes entre el pueblo de Dios en estos tiempos es el del discernimiento espiritual, o sea, la capacidad de prever y orientar a la asamblea. Las reuniones especiales, realizadas en series esporádicas, no bastan; hay que fortalecer los creyentes con una línea de enseñanza y conducta aplicada uniformemente.

Los cuatro evangelistas (Parte II)

Mateo (continuación)
Mateo era residente de Capernaum, aquella ciudad favorecida a la orilla del Lago de Galilea donde el Señor hizo tantas de sus obras poderosas, Mateo 11.23, y de cuyo vecindario se reclutó la mayor parte de los discípulos. Perece claro que aquí Mateo hizo su banquete, Lucas 5.29, y este trasfondo es importante al intentar captar el trasfondo de su historia.
Sabemos a ciencia cierta que su nombre original era Leví, dejándonos sin duda en cuanto a su nacionalidad, y que después de su llamado su nombre fue cambiado a Mateo, el cual quiere decir, “don de Dios”. El cambio de nombre indicó un cambio de vida, así como Simón llegó a ser Pedro, y Saulo fue cambiado a Pablo.
Se nos dice que su ocupación era la de cobrador de impuestos romanos. Los romanos concedían franquicias a gente que entregaba su recaudación al publicum —el tesoro nacional— y por lo tanto éstos eran llamados publicanos. El sitio asignado a Leví ha debido ser importante, ya que estaba situado en las afueras de Capernaum en la Vía Maris, una carretera entre Damasco al norte de Jerusalén, que quedaba en sentido norte-sur al lado del Lago de Galilea; adicionalmente, Leví cobraría una tasa por la carga que cruzaba el lago. Él y sus subalternos tasarían la mercancía y cobraría el impuesto. Por ser este cobrador un judío al servicio de los romanos, sus conciudadanos le verían como traidor. Le negarían acceso a la sinagoga y amistad con la masa de judíos.
Es que los “publicanos y pecadores” eran de un mismo grupo en la estima del pueblo, y para los comerciantes los primeros eran peores que los postreros. Por esto podemos reconocer la candidez del hombre cuando habla de sí como “Mateo el publicano” en los capítulos 9 y 10, máxime cuando ni Marcos ni Lucas hablan así de él. Es especialmente llamativo que en su lista de los apóstoles, en el capítulo 10, él es el único cuyo oficio se menciona. Parece que insiste en reconocer la maravillosa gracia de Dios que llamó a un publicano a figurar entre los doce apóstoles.
Otro punto que no se puede dudar es que Mateo experimentó una clara, específica experiencia de conversión. La relata de una manera sencilla y carente de sensación. Sentado en su taquilla cerca de la playa, ocupado de listines, tarifas y efectivo, objeto de desaprobación por parte de los que transitaban la carretera, Jesús lo vio. El verbo es significativo; Lucas 5.27 emplea theáomai: lo contempló.  El Señor penetró hasta el alma, evaluando su ser, y luego le retó con esa orden imperativa: “Sígueme”, o, “Anda conmigo”.
Qué sentimientos florecieron en el corazón del hombre, no sabemos; se limita a decirnos que se levantó y siguió. Uno no puede resistir la conclusión —aunque no está dicha— que en más de una ocasión él había escuchado al “amigo de publicanos y pecadores”, Lucas 7.34. A lo mejor se paraba a menudo detrás de la muchedumbre que escuchaba las palabras de gracia a los cargados y trabajados de venir a Jesús y descansar. Por cierto, es el único de los cuatros evangelistas que cita las poderosas palabras del 11.28.
Así, cuando el Salvador —quien percibía los anhelos más íntimos de ese hombre— apeló de una manera específica a que le siguiera, él dejó todo, se levantó y siguió, Lucas 5.28. No hay por qué disminuir la fuerza de estas palabras. Sabría que tenía que dejar sus cuentas en orden, pero hecho esto, abandonó el cargo, dejando atrás el efectivo, los registros y los empleados. Su sacrificio no fue nada pequeño.
La confesión de Mateo de su fidelidad a un Maestro nuevo estuvo acorde con su conversión. En su propio Evangelio él omite algo que Lucas incluye; a saber, que ofreció para Jesús un gran banquete en su propia casa, y que los invitados consistieron mayormente en gente de su propia clase. “Había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos”. Era el estilo de Mateo de anunciar su lealtad a su Señor y a la vez facilitar que otros escucharan al Salvador.
Seguidamente el Señor anunció aquel gran mensaje evangélico de Lucas 5.32: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”. Quién sabe cuántos de los antiguos compañeros de Mateo fueron ganados para Cristo aquel día.
Otra realidad sorprendente acerca de Mateo es que ha debido ser un lector asiduo y cuidadoso del Antiguo Testamento. Tal vez nos parezca raro que el Espíritu de Dios haya empleado a un hombre como Mateo para escribir el primero y más extenso de los cuatro Evangelios. Pero creemos que el escogimiento soberano del Espíritu tiene mucho que ver con la capacidad del individuo a llevar a cabo la tarea, y hacemos bien en llevar en mente que Mateo había adquirido un conocimiento muy llamativo de las Escrituras hebraicas, y especialmente las profecías que predecían la venida del Mesías y Rey.
Uno ha estimado que hay nada menos de noventa y nueve referencias directas al Antiguo Testamento en este Evangelio, además de muchas indirectas. Parece que podemos asumir que Mateo, al escuchar hablar al Señor Jesús, le comparaba calladamente con aquel de quien testificaban “la ley los profetas”, y que se satisfizo que era de veras el rey de Israel, aunque su reino todavía no había asumido una forma visible.
¿Quién sino él ha podido darnos la carta magna de aquel reino en los capítulos 5 al 7? ¿Quién sino él ha podido darnos trece parábolas del reino de los cielos, diez de las cuales no se mencionan en otra parte? ¿Quién más que este ex funcionario del Imperio estaba tan calificado para decirnos de un reino que no se basaría en poderío militar, sino en la gracia y poder del rey escogido de Dios?
El círculo familiar de Mateo es de interés, aunque debemos reconocer que no disponemos de información definitiva como para permitir una certeza absoluta.
Marcos 2.14 nos informa que Leví era hijo de Alfeo, aparentemente un nombre que los discípulos conocían bien, de manera que otros detalles no eran necesarios. Adicionalmente, en todas las listas de los apóstoles —Mateo 10, Marcos 3, Lucas 6 y Hechos 1— figura “Jacobo hijo de Alfeo”, y en dos listas este nombre figura junto al de Mateo. ¿No será que estos dos hombres eran hermanos, que este Jacobo era aquél que en otra parte se llama “el menor?”
Entrando en la materia desde otro ángulo, encontramos en Juan 19.25 los nombres de cuatro mujeres (cuatro, no tres) y una de ellas figura en Marcos 15.40 como “la madre de Jacobo el menor y de José”. Si estamos en lo cierto al asumir que los dos varones eran hermanos, entonces Mateo el publicano tenía una madre que era una seguidora devota del Señor Jesús. Posiblemente ella, como muchas otras madres, había aportado con sus oraciones a la gran decisión que tomó un hijo errante.
        Una comparación de Marcos 15.40 con Juan 19.25 muestra que “María la madre de Jacobo el menor” era también “María mujer de Cleofás”, y se ha sugerido que este es el mismo Cleofás que se menciona en Lucas 24.18 como caminando a Emaús con otro discípulo aquel primer Día del Señor. Parece posible que Cleofás y Alfeo sean una y la misma persona, y en tal caso él era el padre de Mateo. Sin duda es significativo que tanto Cleofás como María estaban en Jerusalén en la ocasión de la crucifixión. Ambos eran discípulos fervorosos. Sin insistir indebidamente, se observa un romance de la gracia entretejido en este círculo familiar.
The Witness, 1948

LA INTERPRETACIÓN DE LA PROFECÍA

Un principio importante en la interpretación de la Escritura, exige que cuando interpretamos un versículo o una serie de versículos en particular, esto debe ser hecho a la luz de toda la otra Escritura. Las Escrituras proféticas no son una excepción. No se llega a la interpretación de una profecía a través de un pasaje aislado que tiene su propio significado y solución. Tenemos que sopesar cuidadosamente cada versículo de la Escritura. “Entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:20-21). J. N. Darby decía: “Podría casi decir que ninguna profecía se explica a sí misma.”
Más aún, Dios usa muchas figuras y símbolos en las profecías para dar a entender Su opinión sobre un tema. Esto necesita cuidado o precaución de nuestra parte, para poder distinguir entre lo que es simbólico y lo que es literal. No obstante, cualquier figura que el Espíritu de Dios pueda usar para representar los caminos de Dios, el sujeto de la profecía nunca es una figura. Siempre es literal. El Espíritu de Dios también usa tipos para ilustrar los manejos de Dios en la profecía.
Además de esto, muchas profecías del Antiguo Testamento tienen dos aplicaciones. Una aplicación cercana, que usualmente se cumplió en el tiempo de la vida del profeta o poco tiempo después; y una aplicación extendida, que alcanza hasta el fin de los tiempos. Es importante por lo tanto, la distinción entre qué parte del pasaje se refiere a aquella circunstancia que estaba cercana, y qué parte habla de la final y total liberación de Israel en el fin de los tiempos.
Hay, tal vez, un triple efecto que la profecía tendrá sobre nosotros cuando es interpretada correctamente. Primeramente, “Hasta que el día esclarezca... en vuestros corazones” (2 P. 1:19). Esto se refiere al brillo superior de la verdad cristiana en el Nuevo Testamento. El Apóstol Pedro pone esto en contraste con la “lámpara” que brilla en un lugar oscuro, lo cual se refiere a las Escrituras proféticas del Antiguo Testamento. Una guía más brillante nos ha sido dada ahora, en el concepto de la verdad del Nuevo Testamento. Esto no significa que vamos a descuidar las Escrituras del Antiguo Testamento. Pedro habla bastante en contra de esto, porque dice que haríamos bien en prestar atención a ellas. En la lectura de estas profecías del Antiguo Testamento, las verdades del Nuevo Testamento aparecen con un contraste más distintivo, tal como la clara luz del día excede la luz de una lámpara. Como resultado, se nos permite ver el gran contraste que hay entre las bendiciones de Israel, y las bendiciones celestiales y privilegios de la Iglesia. El efecto práctico de entender nuestras bendiciones cristianas, nos hará entender lo que es correctamente nuestro.
En segundo lugar, el aprendizaje de la profecía produce que el lucero de la mañana salga en nuestros corazones (2 P. 1:19). Esto se refiere a la venida de Cristo por Su esposa, la Iglesia, en el rapto. Cuando nos damos cuenta que antes de que todas estas cosas en la profecía se lleven a cabo, el Señor debe primero venir y llevarnos al hogar celestial, el hecho de Su venida por nosotros se vuelve aún más inminente.
En tercer lugar, leer la profecía nos da la posibilidad de ver el fin de este mundo. Cuando advertimos que todo esto quedará bajo el juicio de Dios, nos damos cuenta lo absolutamente inútil que es estar gastando nuestras energías en construir sobre algo que está condenado. El efecto práctico que causará en nosotros será estar más separados ahora del mundo. “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!” (2 P. 3:11-12).

Meditación.

“Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1:20).


El cuadro nos es familiar. Una reunión de la dirección de la iglesia está en marcha y debe tomarse una decisión. No se trata de alguna doctrina importante de la fe sino quizás acerca de reformas del local o de distribuir algunos fondos. Se produce un desacuerdo, se inflama la ira, se caldean los ánimos y los gritos irrumpen. Unos pocos individuos, decididos, los vocales de la mesa directiva, finalmente prevalecen. La reunión llega a su fin y se van con la ilusión de que han hecho avanzar la obra de Dios. La verdad es que hicieron avanzar cualquier cosa menos la obra de Dios y Su voluntad. La ira del hombre no obra la justicia de Dios.
Se cuenta la historia de que Emerson salió precipitadamente de una reunión de comité donde había habido muchos argumentos y lucha mental. Estaba furioso y parecía oír que las estrellas le decían: “¿Por qué vas tan enojado, hombrecito”? A lo que Leslie Weatherhead comenta: “Qué maravillosamente las silenciosas estrellas en su majestad y remota belleza acallan nuestros espíritus, como si estuvieran diciendo realmente: “Dios es lo suficientemente grande para cuidarte”, y “Nada de lo que te preocupa es tan importante como parece”.
Sabemos que, efectivamente, hay lugar para la ira justa. Esto ocurre cuando el honor de Dios está en juego. Pero Santiago no está pensando en eso cuando habla de la ira del hombre. Se refiere al hombre o a la mujer que insiste en salirse con la suya, y que cuando es obstaculizado, explota en ira. Se refiere a la orgullosa persona que considera que su juicio es infalible, y por lo tanto se muestra intolerante o inconforme.
Para los de este mundo, el temperamento explosivo es señal de fuerza, símbolo de liderazgo y un medio de demandar respeto. Creen que la mansedumbre es debilidad.
Pero el cristiano sabe mucho más. Entiende que cuando pierde la cabeza también pierde respeto. Toda explosión de ira es un fracaso. Es la obra de la carne y no el fruto del Espíritu.
         Cristo nos ha enseñado un camino mejor: El camino del dominio propio, de dar lugar a la ira de Dios, de mostrar mansedumbre a todos los hombres. El camino de soportar pacientemente el agravio, de volver la otra mejilla. El cristiano sabe que con cada manifestación de ira, oculta la obra de Dios, hace borrosa la diferencia visible entre él y los inconversos y que sella sus labios en lo que respecta al testimonio.

ALGUNAS MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO (Parte XI)

11. Ana, la madre de Samuel
La historia que nos interesa aquí se encuentra en los primeros dos capítulos de 1 Samuel. Para entender el pleno significado y resultado de su actuación, tenemos que recordar la condición de cosas descritas en Jueces y conocer también la historia de Samuel como está presentada en el 1 Samuel 3 en adelante. Los últimos versículos del libro de Rut nos preparan para una mejora en la condición decaída de Israel que encontramos en Jueces. Ana y su hijo Samuel iban a jugar papeles importantes en aquella restauración.
Comienzan los libros de Samuel diciéndonos que Ana era una de las dos esposas de Elcana y que no tenía hijos. Pero Elcana “amaba a Ana, aunque Jehová no le había concedido tener hijos”. Penina, la otra esposa de Elcana, se aprovechaba de esta circunstancia para burlarse de Ana, por lo que la estéril lloraba y no comía. Una vez al año toda la familia de Elcana subía al tabernáculo, y fue en una de estas visitas a Silo que ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente, diciendo: “Si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza”.
Las mujeres en Israel se apenaban al no tener hijos. En la ley de Moisés, un hombre que había tomado dos esposas tenía que ser justo para con los hijos de ambas; Deuteronomio 21.15 al 17. Sin embargo no es la voluntad de Dios que un hombre tenga dos esposas o que despida una para casarse con otra. La ley de Moisés permitía estas cosas en algunos casos, pero desde el principio Dios no lo planificó así, Mateo 19.8. En la iglesia un hombre con dos esposas no puede servir como anciano o líder, 1 Timoteo 3.2, 12.
Tengamos presente que Elí era muy viejo, 2.22; sus hijos eran hombres impíos, 2.12; la palabra de Dios escaseaba en aquellos días, 3.1. Ana concibió y consagró a uno que, fuera ya de su control, “creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras... y todo Israel sabía que Samuel era fiel profeta”, 3.19, 20.
Los problemas de esta dama fueron tres: la esterilidad, la burla de otra mujer en el hogar y luego la falta de comprensión de parte del sumo sacerdote. “Con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente”, 1.10. Su sacrificio fue básicamente uno: dar a su primogénito a Dios. Pasajes claves sobre tres etapas en su experiencia son: “Lo pedí a Jehová”, 1.20, 27; “... lo llevé y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá [en el tabernáculo en Silo] para siempre”, 1.22; “Le hacía su madre una túnica pequeña y se la traía cada año”, 2.19.
El tabernáculo se llama aquí la casa de Jehová y el templo, pero no era el templo que Salomón construyó muchos años más tarde. Elí el sacerdote temía al Señor pero no controlaba sus propios hijos, 2.22. Mujeres malas se acercaban muchas veces al tabernáculo y Elí no hacía nada para alejarlas.
Elí vio a Ana moviendo los labios sin decir nada en voz alta. Pensaba que había tomado un exceso de vino, como tantas otras mujeres que iban a ese lugar. Ella le explicó que estaba orando a Jehová. “No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora”. Al oír esto, el sacerdote pidió a Dios que su petición fuera concedida.
La oración de Ana llenó los requisitos de Isaías 66.2: pobre, humilde de espíritu y que tiembla a la palabra de Dios. La fe con que oraba se evidencia cuando dice el relato que ella se fue por su camino, y comió, y no estuvo más triste. Al cumplirse el tiempo Ana dio a luz un hijo y lo llamó Samuel, diciendo: “Por cuanto lo pedí a Jehová”.
Ana volvió a su hogar con la familia y al cabo de un tiempo Dios contestó su oración. Al nacer el bebé, ella le llamó Samuel, que quiere decir, Pedido de Dios. Ana cuidó al niño hasta que él pudo comer alimentos comunes. Parece que la familia tenía ciertos recursos económicos, puesto que Ana “después que lo hubo destetado, lo llevó consigo, con tres becerros... y lo trajo a la casa de Jehová en Silo; y el niño era pequeño”. Esto hace contraste con la ofrenda de los palominos que trajo María cuando se presentó en el templo con Jesús. Entonces le llevó al tabernáculo y se lo dio a Jehová. Le dijo a Elí que Dios había respondido a su oración. Samuel viviría en el templo y serviría al Señor Jehová durante toda su vida.
Así, la vida de Ana se caracterizó por oración y adoración. No nos extrañe que dedicó a su primogénito al servicio de Dios en el tabernáculo. La piedad de Samuel es, sin duda, un reflejo del ejemplo que le dio su madre y de las enseñanzas espirituales que le inculcó en tan corto tiempo que lo tuvo consigo. Unas diez veces la Biblia comenta sobre la oración o la actitud delante de Dios de madre e hijo respectivamente.
Para mostrar que pertenecía a Dios el muchacho que Ana pidió, ella dejaría crecer su cabello. Esta era la ley para cualquier hombre que quería servir a Dios por un período corto como un nazareo, Números 6.5. (Sansón fue puesto aparte a Dios como nazareo desde el día de su nacimiento, Jueces 13.5. ¿Qué le sucedió a él cuando fracasó como nazareo? Jueces 16.17 al 21. El hijo de Ana lo haría mejor).
Llegamos, entonces al canto, u oración, en el capítulo 2.
“La realidad es que en ningún caso plugo al Espíritu de Dios utilizar a una mujer para redactar las Sagradas Escrituras. Tampoco incluyó el Señor a una dama en el núcleo apostólico, aun cuando estaba rodeado de mujeres que en nada eran inferiores a los doce en su devoción a él. Pero también es una realidad que algunos de los poemas más nobles que se encuentran en la Palabra de Dios fueron pronunciados por mujeres. Son de valor infinito los pronunciamientos de María en Israel, Débora, Ana madre de Samuel, y de María de Nazaret”. (W.W. Fereday)
Ana cantó y oró. (Hablamos acertadamente de su canto, aunque el 2.1 dice que oró y el 1.28 que adoró. La adoración generalmente consiste en algunas de las formas del canto y oración). Fue primogenitora de Samuel que invocó el nombre de Dios, Salmo 99.6, y de “el cantor Hemán”, 1 Crónicas 6.33.
        Hay un marcado paralelo entre la adoración de Ana y la de la virgen María en Lucas 1.46 al 45. ¡Da a pensar dónde María leía en su Biblia! Como mínimo:

Ana:
Mi corazón se regocija en Jehová                   
Mi poder se exalta en Jehová             
Los arcos de los fuertes fueron quebrados     
Los débiles se ciñeron de poder                     
Jehová mata, y Él da vida                              
Él hace descender al Seol, y hace subir           
Los saciados se alquilaron por pan                
Los hambrientos dejaron de tener hambre

María 
Engrandece mi alma al Señor
Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador
Hizo proezas con su brazo
Esparció a los soberbios...
Quitó de los tronos a los poderosos
Exaltó a los humildes
A los ricos envió vacíos

A los hambrientos colmó de bienes
Ana pensaba en un rey, pero su hijo no sería aquel rey que gobernaría con gran poder y fuerza. Su hijo sería más bien el primero de una larga línea de profetas, y precisamente aquel que Dios emplearía en la introducción de un linaje real. Samuel iba a ungir a Saúl, pero más agrado tendría como consejero del venidero rey, David. Pero la profecía de Ana va más allá de David. Llega a Cristo, el verdadero, eterno Rey. De ahí la inspiración que María encontraría en el canto de Ana, aunque ésta tampoco sabría que su Hijo no entraría de una vez en su reinado.

UNA SOLA OFRENDA, VARIOS SACRIFICIOS (Parte XI)

(Levítico 1 a 7)
"A Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Corintios 2:2).
(Continuación)
4. EL SACRIFICIO DE PAZ (Levítico 3; 7:11-36)


Sacrificios espirituales
Los sacrificios espirituales de hoy son el "fruto de labios que confiesan su nombre" (Hebreos 13:15): ora­ciones de acciones de gracias y cánticos de alabanza.
Varias estrofas de cánticos corresponden a uno u otro de estos sacrificios.
El carácter del holocausto se expresa, por ejemplo, con estas palabras:

¿Y quién dirá el gozo que el Padre en Ti sintió
Cuando tu vida dando, el suave olor subió?
De ese perfume llenas el cielo
do ahora estás Junto al Padre ensalzado
do pronto volverás.
Estos cánticos no son muy comunes.
La ofrenda vegetal, la vida perfecta del Señor Jesús, se presenta en estrofas como éstas:
¡Jesús, qué dulce nombre!
En Ti viéronse unidas Divinidad y humanidad
En tan excelsa vida;
Nos revelaste al Padre,
Su grande amor mostraste;
Su gracia acá, su gloria allá
Tú sólo desplegaste.
Encontramos más frecuentemente cánticos que expresan el pensamiento del sacrificio por el pecado. Por ejemplo:

Contemplando, Señor, el miserable estado
Y el abismo del mal do estuvimos aquí,
Quisiste Tú morir, librarnos del pecado,
Que por nos en la cruz, llevaste sobre Ti.

En cuanto al sacrificio de paz, cantamos palabras que expresan el descanso que hallamos en la obra de Cristo, la paz que él hizo, la comunión con Dios y entre nosotros:

Con grande amor ¡oh Cristo! te entregaste,
En cruz colgado, de Dios maldición;
Tu propia sangre, el precio que donaste,
Fue nuestra paz y eterna salvación.
¡Tierno Jesús! de Dios el Muy amado,
Del Padre el don, supremo don de amor;
A Ti Señor, el Hijo consumado,
Te adora el alma con santo fervor.
Da paz y dicha inefable ¡Oh Jesús! tu comunión,
Y de tu amor insondable
Ya gozamos hoy el don;
Santos, de común acuerdo
Demos preces y virtud,
Al Cordero inmolado
Sea gloria en plenitud.
Reflexionemos en el sentido de los cánticos cuando expresamos la alabanza ante Dios. Cantar con el entendimiento nos ayudará a entrar en los diversos aspectos de esta obra maravillosa, única y eterna: la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.
Cantar es el gozo y el privilegio de los redimidos. 2 Crónicas 29:27-28 nos da el fundamento: "Cuando comenzó el holocausto, comenzó también el cántico de Jehová... Y toda la multitud adoraba, y los cantores cantaban... todo esto duró hasta consumirse el holo­causto". Jamás habría habido cántico si no hubiese habido holocausto. Con el sacrificio, simultáneamente comenzó el cántico. Jamás desaparecerá ante Dios el valor del holocausto, y el cántico sigue hasta que el holocausto se termine. Sin duda, Cristo fue ofrecido una vez para siempre, pero el perfume del olor grato de su sacrificio subirá ante Dios. El cántico de alabanza se cantará no sólo durante el tiempo de nuestra peregrina­ción, sino durante toda la eternidad.

Doctrina: Cristología (Parte XI)

V. La Deidad de Cristo
E. Oficios que se le atribuyen
         Encontramos en la Escritura oficios que son propios de la Deidad y que se le adjudican también al Señor Jesucristo, y con ellos podemos concluir que el Señor Jesucristo es Dios.  A continuación estudiaremos lo que la Biblia nos muestra sobre ellos:
1.   Creador
En el primer capítulo del Génesis encontramos que Dios está creando, y el “Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”. Solo vemos a Dios y al Espíritu Santo participando en el proceso de la creación, pero con respecto a la segunda persona de la Trinidad,  en el evangelio de Juan se nos indica  “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho… el mundo fue hecho por él”  (Juan 1: 3, 10). “Él creó todas las cosas” (Efesios 3:9b).  Y al mismo tiempo que Él creó todas las cosas,  estas fueron creadas “en él” y “por medio de él y para él” (Colosenses 1:16).
Y por último, el autor de la epístola a los hebreos cita el Salmo 102:25: “Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, Y los cielos son obra de tus manos” (Hebreos 1:10). El autor del Salmo le habla a Dios, Jehová; y el autor de la epístola la aduce al Hijo de Dios. Por tanto,  en todos estos pasajes  vemos que el Hijo es Dios, que estuvo en la creación de todo lo que existe, sea visible e invisible.

2.   Sustentador de todas las cosas
El autor de la epístola a los a los hebreos, nos dice respecto del Señor Jesucristo que es  quien sustenta todas las cosas. “El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,” (Hebreos 1:3). Y en la epístola a los colosenses nos dice que en él subsisten todas las cosas. “Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;" (Colosenses 1: 17).
De los textos citados, dos palabras sobresalen, y son “sustenta” y “subsisten”.  La primera indica que es sostén, el pilar fundamental; y una idea similar nos da la segunda palabra, que es de  mantener o conservar.  Ambas palabras nos indican que Él es la base primaria de sostenimiento y conservación de todas las cosas existentes. Por tanto, si  estas acciones son sólo aplicables a Dios y en estas son adjudicadas al Hijo de Dios, entonces podemos afirmar que Jesucristo es Dios.
3.   Perdonador de pecados
Cuando los escribas pronunciaron sus dudas respecto a las palabras del Señor, hicieron una afirmación potente, que sólo Dios podía perdonar pecados y no había otro, de ahí que ellos pensaban que el Señor blasfemaba (Marcos 2:7) por decir “Hijo, tus pecados te son perdonados” (v. 5).
Si bien es cierto que Él no necesitaba demostrar que podía perdonar los pecados, como fue el caso de la mujer pecadora cuando fue invitado a la mesa del fariseo, Él simplemente “a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados” (Lucas 7:48).  En cambio, Marcos 2:10 deja bien en claro que el milagro que iba a realizar en el paralítico era “… para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…”.
Cualquier persona puede decir “tus pecados son perdonados” porque es algo no sustancial, algo que no se ve. Pero, en cambio, el hacer caminar a un hombre que necesitaba de cuatros personas para desplazarse, quiere decir que realmente puede perdonar los pecados.
Concordamos con los escribas, que sólo Dios puede perdonar pecados. Entonces el Hijo es Dios, puesto que también puede hacer lo que sólo Dios hace.
4.   Resucita a los muertos.
La resurrección de los muertos desde siempre ha sido el poder de Dios obrando sobre hombres, nunca ha sido voluntad del hombre. No hay ningún caso, ya sea documentado o por historia (fiable) que nos diga que tal hombre pudo resucitar a uno que llevaba cuatro días muerto. En el antiguo testamento encontramos a Eliseo (2 Reyes 4), con todo y ser un gran profeta, a pesar que quiso usar su propio poder para resucitar al joven, no tuvo más remedio que orar a Jehová para que pudiera obrar este milagro por medio de él.
En cambio, el Señor en su voluntad resucita a los muertos. Sólo miremos los pasajes y veamos  si Él acudió, como Eliseo, por ayuda a Dios:
a)     La viuda de Naín  (Lucas 7:12-15)
b)   La hija de Jairo (Lucas 8:49-56)
c)    Lázaro  (Juan 6:39, 40). 
En cambio, Pedro tuvo que orar para que volviese  la vida a Dorcas (Hechos 9:40), tuvo que acercase a Dios, pedir que hiciese el milagro de devolverle la vida a aquella piadosa mujer.  En el caso del joven de Troas (Hechos 20:9-12), al que Pablo le devolvió la vida puede ser la excepción a la regla, pero pienso que a medida que Pablo baja rápidamente la escalera, oraba. Pablo era muy dependiente del Señor y creo que esta no sería la excepción para rogar por la vida del joven (cf. 1Tes 5:25; 2 Tes 3:1; Heb 13:18); y además enseñó que siempre debemos orar (1 Tes. 5:17; Rom. 1:9; Col 1:3, 9), aunque esta no sea respondida como quisiéramos que fuera (cf. 2Co 12:7-9;).
Con respecto al Señor Jesucristo, recuerde que él tenía poder para volver a tomar su vida (Juan 10:18). Sabemos que el murió y resucitó de entre los muertos (1 Corintios 15:12; Juan 2:2; Romanos 8:34; 14:9) de acuerdo a la voluntad de Dios (Hechos 2:32; Efesios 2:6; 1 Pedro 1:21; 1 Tesalonicenses 1:10; Hebreos 13:20). Y el Espíritu Santo también tomó parte activa en la operación de resurrección del Señor Jesucristo (Romanos 8: 11). Es decir, Dios, en sus tres personas, participó en la resurrección del Señor Jesucristo.
Teniendo claro esto, podemos estar seguros  que cumplirá su palabra de resucitarnos en el día postrero, porque tiene el poder para hacerlo, ya que en sí mismo los hizo, siendo el “primogénito de entre los muertos”, es decir, de los creyentes (Romanos 8:29; Colosenses 1:18; Apocalipsis 1:5). Si no tuviese poder, jamás hubiera dicho:
“Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero” (Juan 6:39, 40). 
         De hecho, los apóstoles entendieron lo mismo, pues esperaban que sucediese lo que él había prometido:
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.” (1 Juan 3:2;  cf. Filipenses 3:21) 
Aunque algunos piensan que tarda demasiado, y critican lo que no saben, y de lo que no son parte, nosotros sabemos que si Él, aparentemente se demora, es porque quiere a muchos más les llegue el evangelio y muchos más sean salvos (2 Pedro 3:9). 
5.   Ha de ser Juez de todos los hombres
Creo que a nadie le gusta ver a Dios como juez, porque todos somos culpables sin derecho a solicitar alguna revisión del caso, como lo podemos hacer antes los jueces de nuestras cortes de justicia. Por eso, muchos piensan que por ser uno de los atributos de Dios el Amor, va a perdonar a todos y nadie será condenado. Ante tal cosa, Dios se vería afectado, porque ninguno de sus atributos se superpone al otro.
Sabemos que el Padre no realizará este Juicio, sino lo hará el Hijo. “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo. (Juan 5:22).   Y Pablo lo tenía claro, ya que a los atenienses que escucharon su discurso, no dejó de expresarlo: “por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:31). Y este mensaje no fue particular para los atenienses por causa de su gran idolatría, sino que es para todos, ya que del capítulo uno de Romanos viene describiendo que todo hombre es pecador y que este en algún día establecido Dios le juzgará “por Jesucristo” (Romanos 2:16).
Otros pasajes que habla de este juicio son Mateo 16:27 y Mateo 25:31-32. Y, a raíz, de los versículos ya expuestos podemos decir que el que se sienta en el gran trono blanco (Apocalipsis 20:10-15) es el Señor Jesucristo.
Todos los creyentes también deben pasar por un tribunal. El tribunal de Cristo no es para ser condenados por nuestros pecados, porque eso ya fue “sentenciado” cuando creímos y aceptamos al Señor Jesucristo como Salvador personal y su obra en la cruz fue imputada a nuestro favor (Romanos 3:22; 4:21-25; 2 Corintios 5:21). Sino que este tribunal tiene relación con nuestras obras, para que sean juzgadas, sean estas  buenas o malas. (2 Corintios 5:10).
Terminamos esta breve explicación  con las palabras de Apocalipsis 22:12: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”.  Y concluimos que Quien juzga a toda la humanidad es el Señor Jesucristo, por tanto Él es Dios.
6.    Salvación. 
El ser humano, aunque lo niegue, es intrínsecamente religioso. Siempre ha buscado tener religión en su vida, aunque esté alejado de Dios. Ha ideado distintos medios para alcanzar la salvación del alma; pero siempre usando los esfuerzos propios, los que valen para llegar al estado “perfecto”.
En cambio, todo el mensaje de la Biblia es para indicarnos que nosotros no podemos alcanzar salvación por nuestra cuenta. Es más, nuestras obras son consideradas como inmundas, asquerosas (cf. Isaías 64:6). La mismas Escritura nos dicen que la obra hecha por Jesús es la ÚNICA que permite que el hombre pueda llegar a un estado superior al que alguna vez tuvo Adán y una seguridad que solo procede de Dios mismo. En palabras del Señor Jesús: “y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:28).  El hombre pecador puede acceder a este estado que es por gracia, y esta acción  no está sujeta a sus obras, ni por voluntad humana ajena a la obra de Cristo:
“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Juan 5:24-25).
“De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).

También encontramos la misma promesa en Juan 10:10 y  17:2 que refuerza lo expresado arriba.
Esta misma enseñanza expresó Pedro ante  los “Gobernantes del pueblo, y ancianos de Israel”: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Repetimos lo que ya hemos dicho, que solo en Cristo hay salvación, toda obra humana es vana y no acepta por Dios. Esta salvación por Dios provista por medio de su Hijo es gratuita, nada tiene que hacer el hombre, es por Gracia, es decir, es un regalo de Dios (Efesios 2:5, 8)
            El acto de aceptar esa Gracia Divina trae como consecuencia inmediata nuestra justificación, redención, santificación, adopción, y pasamos a ser hijos de Dios  (cf. 1 Corintios 6:11; Romanos 3:14; 5:1, 9; Efesios 1:5; Romanos 8:16-17).
         El llamado a recibir esta gracia de Dios es para todos, “el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad (1Timoteo 2:4). E incluso el deseo de Dios es una orden para el hombre pecador: “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan (Hechos 17:30). Pero desgraciadamente no todos están dispuestos a cumplir el deseo y orden de Dios, es más, es una minoría quienes aceptan la Gracia Divina.
         Con todo, a modo de resumen, podemos decir: que la salvación procede del Señor, sólo Él la puede dar, ya que con  nuestros medios nunca podremos alcanzar la Salvación que nuestra alma tanto anhela. ¡Es gratis, sin esfuerzos humanos vanos; solo hay que recibirla!