lunes, 21 de noviembre de 2011

EL LIBRO DEL PROFETA HAGEO

Introducción
            Al considerar los capítulos 4 y 5 del libro de Esdras, vemos cómo los adversarios de Dios y del remanente que volvió a Jerusalén bajo la dirección de Zorobabel y de Jesúa, que habían comenzado a reconstruir el templo, consiguieron interrumpir la obra. También vemos cómo Dios levantó dos profetas, Hageo y Zaca-rías, gracias al ministerio de los cuales la obra fue reiniciada.
            La profecía de Hageo está cuidadosamente datada. Se divide en cuatro partes, todas pronunciadas en el segundo año de Darío. La primera fue en el primer día del sexto mes (1:1), la segunda el día veintiuno del séptimo mes (2:1), la tercera el día veinticuatro del noveno mes (2:10) y la última, aunque distinta de la precedente, el mismo día (2:20). En primer lugar, notemos que Dios siempre reconoce la validez de sus propias acciones de gobierno. Había puesto a Israel de lado como nación, y había comenzado “los tiempos de los gentiles”; por tal motivo las fechas se dan en relación con la nación que en ese momento estaba en el poder, y no en relación con el pueblo judío.
            Este detalle debe tener un significado para nosotros. Vivimos en los últimos tiempos de la triste historia de la Iglesia, como cuerpo profesante en la tierra, sujeto al santo gobierno de Dios. Podemos hacernos una idea de este gobierno si consideramos los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis, en los cuales el Señor, como Juez, examina sucesivamente las siete iglesias. Ahí, habla de quitar el candelero del testimonio, o de “pelear contra” los malos. Y si bien hay alguna que otra breve expresión de aprobación, sólo habla de “poca fuerza” y de un mínimo de fidelidad.
            Haríamos bien en recordar esto, con mucha humildad. Los vencedores, en las siete iglesias, no están exentos de los penosos resultados del gobierno de Dios; pero deben vencer en las circunstancias de ese momento. El apóstol Pedro escribe: “Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 Pedro 4:17). Desde entonces han transcurrido una veintena de siglos, un hecho que guarda relación con nuestra dolorosa debilidad de hoy en día.
            Dios levantó al profeta Hageo a causa de la gran debilidad que caracterizaba al remanente que había vuelto a Jerusalén. Un nuevo rey de Persia, Artajerjes, había sellado un edicto contrario al de Ciro, y ellos dejaron de trabajar en la casa de Dios y, sin demasiada preocupación, y a la vista de todos, se pusieron a construir sus propias casas muy bien decoradas y cómodas. Por esto, el profeta comienza dirigiéndoles una palabra de reproche.

Capítulo 1
            El pueblo había adoptado una actitud fatalista, diciendo: “No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada”; y se habían puesto a construir para sí mismos. Hace un tiempo atrás, escuchamos a cristianos decir, a pesar de las palabras del Señor en Hechos 1:8, que el tiempo de evangelizar “hasta lo último de la tierra” no había llegado, y se pusieron a desarrollar lo que consideraban como sus propios asuntos espirituales. No había nada de malo en que estos judíos construyesen sus propias casas, pero lo que estaba mal, era el hecho de concentrarse en ello, dejando de lado la devastada casa de Dios. Por esa razón Dios mandó la sequía y empobreció sus cosechas.
            No hay nada de malo en que nosotros hoy nos preocupemos por nuestro propio estado espiritual. Al contrario, somos exhortados a “edificarnos sobre nuestra santísima fe” (Judas 20), pero, como lo muestran los versículos siguientes, debe ser el fruto del amor de Dios, que se expresa en compasión hacia “algunos” y salvando a “otros” con temor (v. 22-23). No nos concentremos en nosotros mismos, descuidando la obra y los intereses de Dios hoy. Esta palabra de nuestro Señor aún es válida: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
            ¿Qué es de nosotros hoy en día? ¿Merecemos los reproches de descuidar los intereses de Dios a favor de los nuestros? ¡Tememos que a menudo pase esto! Aceptemos, pues, este reproche, en la humildad de espíritu que conviene.
            Es lo que hicieron Zorobabel, Je-súa y el pueblo, antes de poner manos a la obra obedeciendo la palabra de Dios. Hageo, para ellos, era el enviado de Dios, quien llevaba el mensaje de Dios asegurándoles que Él mismo estaba con ellos en la continuación del trabajo. Tanto agradó esto a Dios, que el mismo día que se pusieron a trabajar fue registrado en el último versículo del capítulo: ¡exactamente veintitrés días después que se les había dirigido la palabra de reprensión!
            El apóstol escribe: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31), y esto, aunque fue anunciado en tiempos del Nuevo Testamento, era igual de cierto en tiempos pasados. El pueblo no tardó en descubrir que las dificultades desaparecían cuando Dios estaba con ellos, como nos lo muestra el libro de Esdras. Sus adversarios reaccionaron enérgicamente cuando el trabajo recomenzó, y llevaron el hecho ante el rey. Pero sobre el trono de Persia estaba otro rey, quien invalidó el decreto de Artajerjes y puso en vigor el decreto original de Ciro, por orden del cual el remanente volvió a Jerusalén. De modo que, una vez más, la palabra de Dios era obedecida, y la obediencia es siempre el camino para la bendición.

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