sábado, 10 de octubre de 2020

Entre La duda y la Adoración

 


Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña que Jesús les había indicado. Cuando lo vieron, lo adoraron; pero algunos dudaban. Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:16-20).


            Es interesante observar que el encuentro de los discípulos con Jesús se caracteriza por la adoración y la duda. La palabra adoración es reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina: significa e implica caer postrado. Pero la palabra duda tiene que ver con la falta de determinación acerca de una creencia; por lo tanto, es la indeterminación del ánimo acerca de un hecho o noticia. Es vacilar e implica incertidumbre, irresolución e incredulidad. Al poner juntos adoración y duda, este texto adquiere una dimensión profundamente humana y realista.

            El grupo de discípulos que sale al encuentro de Jesús resucitado es una pequeña comunidad humana, con conflictos y dudas”. Por lo tanto, adoración y duda caracterizan el encuentro de los discípulos con Jesús. Entre la adoración y la duda, el conflicto y la tentación, esta comunidad de discípulos es recibida por Jesús. Hay palabras de consuelo, ánimo y esperanza. De ninguna manera Jesús los rechaza porque algunos dudaban. Jesús nos anima a todos a seguir adelante, por lo tanto, nuestras dudas no deben excluir la obediencia. Es a esta comunidad de discípulos y a nosotros que se nos encomienda la gran comisión. Se nos concede un mandato de confianza donde Jesús establece que toda autoridad se le ha dado en el cielo y la tierra. Es la autoridad amplia e ilimitada de Jesús. Podemos descansar y confiar en las palabras de Jesús. “Se me ha dado autoridad en el cielo y en la tierra”.

            Pero lo cierto es que Adoramos y a su vez Dudamos. Dudamos muchas veces sobre la dirección que debemos tomar y lo que debemos hacer. Otras veces dudamos sobre la protección del Señor ante las diferentes circunstancias como la enfermedad, la falta de empleo, los problemas familiares, los principios y valores que debemos mantener. La duda puede tener semejanza con una noche muy oscura donde no sabemos por dónde caminar. Pero en medio de las circunstancias Dios no deja solo a sus hijos y tampoco nos rechaza. Es precisamente en esos momentos donde necesitamos aferramos a una palabra del Señor.

            En el Sermón del Monte Jesús habla de nuestro presente y nos dice: “No te atormentes, no tengas miedo” y ante el desafío que tenemos el profeta Isaías nos recuerda: “Yo te pongo ahora como luz para las naciones, a ü fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra

            Los discípulos en su momento recibieron una palabra: “Este es mi Hijo amado: Escúchenlo”. Es precisamente ahí donde el camino del creyente se ilumina por una palabra. “Tu palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero”. Alessandro Pronzato nos comparte que si bien la lámpara no elimina la noche nos permitirá caminar. Podemos encontrar el sendero por el cual transitar por medio de su Palabra y presencia. Ante nuestras dudas, sufrimiento y dolor debemos mantenemos mirando al invisible que todo lo puede y nos dice: “estoy aquí”. Siendo así debemos arriesgamos y seguir en fe. La gran comisión es una invitación a experimentar la obediencia con carácter Universal e Integral.

            Lo más hermoso en este relato bíblico es que Jesús de ninguna manera nos rechaza. Nos recibe con amor y está dispuesto acompañamos en nuestro caminar. Nos recuerda cual debe ser nuestra labor por más adversas que sean las circunstancias y nos da una promesa: “Y les aseguro que estaré con ustedes siempre hasta el fin del mundo” Mat. 28:20. Esta promesa del Señor debe ser nuestra gran motivación para la obediencia. Su presencia, provisión y consuelo van junto a la tarea que tenemos por delante y no separadas de la misma.

            Entre la adoración y la duda consideremos fiel al que nos ha hecho la promesa para seguir a Jesús.

De: Edificación Cristiana.

Sendas de Luz, Año 2016, N° 1.


La Biblia, El Libro de la Esperanzas

 La Biblia no es un libro muerto. Es el Libro de ayer es también el Libro de Hoy y será el Libro de mañana. La Biblia es el Libro de la esperanza porque es el Libro de Dios y Dios es la eterna esperanza del hombre. La presencia viviente de Dios se siente palpitar entre las páginas del Libro, y ese le da al mensaje de la Biblia un sentido siempre actual, un carácter de permanencia y de futuro lleno de esperanza y seguridad. El hombre se sentiría abrumadoramente perdido al no haber aprendido de las páginas de la Biblia del amor de Dios en Cristo Jesús y del sacrificio de Cristo en el Calvario que convierte lo que parecía un camino cerrado de desesperación en puerta iluminada por la esperanza. La Biblia es el libro de la Esperanza precisamente porque Dios lo inspiro para el hombre, para orientarlo en medio de sus perplejidades y conflictos espirituales, para conducirlo de la mano por entre los caminos tortuosos del mal, para la liberación de su alma y para mantenerlo unido a la fuente eterna de la vida.

            La Biblia tiene un mensaje personal para cada individuo de acuerdo con su condición. Cada hombre y cada Mujer encuentra en él lo que necesita; cada vida, no importa en que red de pecado se halle aprisionada se encuentra con la mano liberadora de Dios que la saca de allí y la echa a andar otra vez con una canción nueva de esperanza dentro del corazón y un poder suficiente para vencer el mal y no caer entre sus redes de nuevo. Fuera de la Biblia no hay respuesta porque la respuesta al pecado es Cristo, y Cristo se ha puesto al alcance por la revelación suprema de Dios en el Libro de los libros.

            La Biblia es el libro de la esperanza para el hogar. A nadie escapa la importancia que tiene en la vida humana el hogar ni tampoco el hecho pavoroso de la desintegración del hogar en los tiempos modernos. Al contemplar el panorama sombrío que ofrece el hogar moderno en todos los rincones de la tierra, tenemos que volvernos con el corazón confiado hacia la Palabra de Dios como el Libro de la esperanza para el hogar. Todo hogar tiene un rudo esfuerzo de ajuste y armonía; todo hogar reclama amor, comprensión, buena voluntad y espíritu de sacrificio de aquellos que lo integran. Todo eso no se logra con recursos meramente humanos; se hacen indispensables los recursos divinos, cuya fuente principal a nuestro alcance es la Palabra de Dios. No hay otro fundamento sobre el cual edificar la vida hogareña.

            La Biblia es el Libro de la Esperanza para la Iglesia. La Iglesia hoy día está en este mundo con la misión de rescatarlo de su vaciedad espiritual, de su sentido de indiferencia hacia los valores eternos, su preocupación desmedida por las cosas materiales, de su familiaridad con el pecado, de todo lo que pertenece a los dominios del diablo. Es esta una tarea formidable que la Iglesia cristiana no puede llevar a cabo sin el mensaje redentor de la Palabra de nuestro Dios. La Iglesia cristiana no puede entregarse a la desesperación en su lucha contra el mal mientras conserve la herencia que el Señor le dio en su Palabra; porque allí radica su esperanza de triunfo; porque al decir el apóstol Pablo ‘’es viva y eficaz y más penetrante que una espada de dos filos”.

            La Biblia es el Libro de la Esperanza para las Naciones. Muchas veces hoy día nos sentimos tentados a desfallecer ante las amenazantes nubes de guerra, o la injusta distribución de la riqueza, o el predominio del crimen y la violencia o la persistencia de la pobreza y la amarga miseria. No hay mucha base para creer que delante de nosotros se abre un futuro luminoso porque las señales de los tiempos son desquiciantes y sombríos. Sin embargo, queda un canto de esperanza en medio de la noche; mientras la Palabra de Dios permanezca hay lugar para la esperanza. Hoy, más que nunca la Biblia circula por millones inundando el mundo con su mensaje salvador; la demanda es cada vez más creciente y la urgencia de su sentido espiritual se siente cada vez más como una necesidad para las naciones.

            Si estamos de acuerdo que la Biblia es el Libro de la esperanza para el individuo, para el hogar, para la Iglesia y para las naciones, entonces no podemos cruzamos de brazos frente a un mundo tan necesitado de la Palabra de Dios. Hemos de comenzar, primero, por atesorar dentro de nosotros los valores eternos que ella contiene y por hacer de sus enseñanzas la practica fiel de nuestra vida de cada día y hemos de compartir al mismo tiempo el pan de vida con que nos nutrimos nosotros, para que no haya quien padezca hambre de este pan del cielo que hemos recibido de nuestro Dios. Han pasado varios siglos después de la venida de Cristo al mundo y todavía hay terceras partes de la familia humana que no conoce el Libro porque nadie se lo ha llevado y el clamor de millones de hombres y mujeres podría expresarse en esta frase conmovedora, ‘'¿Por qué no nos habéis traído el Libro?”. Es urgente, es imperativo que como seguidores de Cristo entreguemos las buenas nuevas a las almas hambrientas y sedientas que llenan todos los caminos del mundo.

Sendas de Luz, 2013, N° 2.

Aguarda a Jehová

 Salmo 27:14


            El Espíritu Santo tiene sus propias palabras para hacernos entender algunas verdades profundas. Las palabras "Aguarda” y "Espera” tienen a menudo, apariencia de solamente darnos algún aviso oportuno, pero en realidad, tienen en sí una profundidad de experiencia que no todos los hijos de Dios entienden, o si las entienden, quieren decir tanto, que no fácil­mente son obedecidas.

            Las palabras "Aguarda” y "Espera” están en completa oposición al espíritu de la vida moderna. Dios nos dice "aguarda”, pero nosotros nos queremos mover de un lado a otro con rapidez. Él nos dice: "Es­tad quietos”, pero nosotros queremos constante excitación y muchas veces nos irritamos y nos ponemos nerviosos cuando alguien nos aconseja la quietud, y nos rebelamos y proseguimos con determinación en contra del consejo que es de acuerdo con la Palabra de Dios. Después, cuando la ligereza nos trae fracasos y tristezas, realizamos nuestra desobediencia las pala­bras que oímos. A menudo, arreglamos nuestros asun­tos rápidamente y así nos envolvemos en tremendos e innecesarios sufrimientos. La dificultad es que oramos, pero no esperamos, ni muchas veces queremos saber la mente del Señor, porque nos parece que será contrario a lo que nosotros deseamos, por lo tanto, nos levantamos apresuradamente para no dar oportunidad al Señor de decirnos la palabra "aguarda”, "espera”.

            La impaciencia es una de las más poderosas fuer­zas que embarga al creyente e impide la voluntad de Dios. “Aguarda", "espera" es un fundamento segu­ro para el corazón rendido a la voluntad de Dios. Dios es nuestro refugio y fortaleza y si queremos experimentar su voluntad en cualquier asunto, tene­mos que aprender a "esperar", que quiere decir “confiar", para tener la mente de Dios.

            David dijo una vez: "Estos confían en carros, y aquéllos en caballos; más nosotros del nombre de Jeho­vá nuestro Dios tendremos memoria" Sal. 20.7. ¿Por qué se hace mención de carros y caballos? Porque se recuerda cuando Israel pasó el mar Rojo Dios deshizo los carros y los caballos en quienes los egipcios tenían gran confianza. Por eso también hallamos en el Sal­mo 33.17; "Vanidades el caballo para salvarse; por la grandeza de su fuerza no librará". "El caballo se apareja para el día de la batalla: más de Jehová es el salvar" Pr. 21.31.

            En 2 Crónicas 20 hallamos una ilustración llena de la más grande enseñanza para nosotros de lo que quiere decir "aguarda a Jehová", Cuando a Josafat se le dijo: "Contra ti viene una gran multitud" él tuvo temor y fue a consultar a Jehová, y no sólo él, sino muchos otros se juntaron para pedir socorro a Jehová, y Él les respondió: "No temáis ni os amedren­téis delante de esta tan grande multitud: porque no es vuestra la guerra, sino de Dios...No habrá para qué vosotros peleéis en este caso: paraos, estad que­dos, y ved la salud de Jehová con vosotros". ¿Qué fue el resultado? Ellos se estuvieron quedos, cantando a Jehová y alabando la hermosura de su santidad, mien­tras tanto, Dios peleó por ellos y, al final, cuando llegaron al valle de Beracah recogieron grande despo­jo, hallando "muchas riquezas entre los cadáveres, así vestidos como preciosos enseres, los cuales tomaron para sí, tantos, que no los podían llevar; tres días du­ró el despojo, porque era mucho". No solamente eso, se volvieron a Jerusalén con gozo, "porque Jehová les había dado gozo de sus enemigos". Llegaron a la casa de Dios con salterios, arpas, y bocinas para alabar y cantar a su Dios y Él les fue por pavor sobre todos los reinos de aquella tierra ¡¡¡y Josafat tuvo reposo; "porque su Dios le dio reposo de todas par­tes". ¡Qué maravilloso cuadro de él que "aguarda" y "espera" a su Dios!

            Nuestra misma experiencia nos hace descubrir que ¡a más grande y triste infidelidad hacia Dios es el no esperar en El. Esa dificultad la tenemos en no­sotros mismos, y llegamos a ser tales que creemos tener gran sabiduría y fuerza para arreglar nuestros propios asuntos. Esta dificultad viene del mismo cora­zón. Creemos en Dios, tomamos sus promesas, pero realmente no esperamos, descansando en El. Pensa­mos que creemos a Dios, pero realmente somos extra­ños a lo que quiere decir: "Sí, espera a Jehová". Eso envuelve una completa confianza y un deseo de verdaderamente hacer su voluntad y esperar a lo que El realmente quiere.

            Este "espera en Jehová", llena de descanso el alma. Cuando nos acostumbramos a orar y esperar verdaderamente en Dios, trae gloria y alabanza a El mismo, y nos da paz y seguridad a nosotros, pero la mayor parte de las veces, nos arrodillamos y oramos ligero, porque NOS URGE ir a hacer algo y sólo repetimos nuestras oraciones, sin esperar siquiera para oír la voz de Dios, Nosotros hablamos, pero no dejamos tiempo para que Ei nos hable y así, salimos de su presencia sin siquiera tener seguridad de su voluntad en lo que hemos pedido.

            En Josafat hallamos otra lección maravillosa que bien puede ser la experiencia personal de muchos de los hijos de Dios. En contraste con la que hemos visto antes, Josafat trabó amistad con Acab, y no solo amistad, sino parentesco. Este Acab mató mu­chas ovejas y bueyes para recibir a Josafat quien llegó a visitarlo. Sin duda lo hizo con astucia, porque quería pedir a Josafat ir a la guerra con él en contra de Ramoth de Galaad. Al decirle: “¿Quieres venir conmigo a Ramot de Galaad?” Josafat le con­testó: “Como yo, así también tú; y como tu pueblo, así también mi pueblo: iremos contigo a la guerra”. Después para llenar las fórmulas de consultar a Jehová Josafat dijo: “¿Hay aún aquí algún profeta de Jehová, que por él preguntemos?” ¿De qué servía la consulta, si ya había dicho antes: “como yo, así también tú; y como tu pueblo, así también mi pueblo: iremos con­tigo a la guerra”? ¡Pobre Josafat! A pesar de que oyó las palabras del profeta que decía si rey Acab: “Jehová ha decretado el mal acerca de ti” acompañó a Acab a la guerra, y como el enemigo había dicho: “no paliéis con chico ni con grande, sino sólo con el rey de Israel”, al ver a Josafat vestido con vesti­duras reales, se dirigen a él y lo cercan para ma­tarlo, pero “Josafat clamó y ayudóle Jehová, y apartólos Dios de él” 2 Cr. 18.1-31.

            Aquí vemos pues, las dos maneras de acercarse a Dios para conocer su voluntad: la una, con deseo ver­daderamente de no sólo conocerla, pero también ha­cerla, esperando en El: y la otra, consultando, pero teniendo ya decidido lo que se quiere hacer.

            En Jeremías 42 hallamos otra lección. Después de haber caído en cautividad en Babilonia, el resto se dirigió a Jeremías, para que éste hiciera oración por ellos a Jehová, consultándole qué debían hacer, si quedarse en Jerusalén o salir de allí. Jeremías fiel­mente consulta a Dios por ellos y les lleva la respues­tas “Así ha dicho Jehová Dios de Israel, al cual me enviasteis para que hiciese caer vuestros ruegos en su presencia: si os quedareis quietos en esta tierra, os edificaré, y no os destruiré; os plantaré, y no os arrancaré”, pero al oír esas palabras que íes orde­naban quedarse quietos en el lugar donde estaban, como no les parecía esa quietud, se rebelaron y le dijeron a Jeremías; “Mentira dices; no te ha enviado Jehová nuestro Dios para decir: no entréis en Egipto a peregrinar allí”. Ellos querían ir a Egipto, porque pensaban que allí no oirían sonido de trompeta, ni verían guerra ni hambre, por lo tanto, aunque con­sultaron para saber la voluntad de Dios, como esa voluntad era en contra de lo que ellos querían, la hi­cieron completamente a un lado y decidieron irse a Egipto y más tarde Dios, para castigar su desobedien­cia, tuvo que castigar a Egipto también y allí les al­canzó el mal que Jehová había dicho les alcanzaría.

            “No te apresures a irte de delante de él” ...por­que él hará todo lo que quisiere, Ec. 8.3. Cuando rea­lizamos que después de todo nuestro afán El hará según su voluntad, es para nosotros quedarnos completa­mente quietos y sumisos a ese querer y a esa voluntad, pero la impaciencia y el apresuramiento es lo que nos coloca bajo la mano fuerte de nuestro Dios para cas­tigarnos y hacernos pasar años, a veces, de sufrimien­to y disciplina.

            Moisés, tal vez más que ningún otro, tuvo que pasar por esta experiencia que le costó 40 años de espera y sumisión, escondido en el desierto de Madián hasta que su voluntad había entrado en tal sumisión a la de Dios, que llegó a ser completamente flexible en las manos de Él, La Palabra nos dice que. cuando Moisés era ya grande “LE VINO VOLUNTAD de visitar a sus hermanos los hijos de Israel... Pero ÉL PENSABA que sus hermanos entendían que Dios les había de dar salud (salvación) por su mano; más ellos no lo habían entendido” Hch, 7.23-28,

            Ciertamente que era la voluntad de Dios que él viniera a ser el libertador de sus hermanos, pero no era el tiempo de Dios, no estaba su siervo en condi­ciones para hacerlo todavía. La ligereza de su carác­ter en aquel entonces, le precipitó a querer cumplir los planes de Dios y Dios permitió que aquel su siervo tan amado viniera a parar en ser un asesino, por cuya causa tuvo que salir huyendo y meterse a la verda­dera escuela de Dios en el desierto. Todo esto es muy maravilloso para nuestro corazón que está siempre tan listo a hacer lo que pensamos es lo mejor. Gra­cias a Dios que Moisés pudo quedarse quieto en aquel desierto, donde apacentó las ovejas de Jetro su sue­gro, Debe haber sido duro para él, salir de todo un palacio con todas las comodidades, y de repente en­contrarse metido y obligado a permanecer escondido por causa de su ligereza, pero gracias a Dios que supo quedarse allí completamente quieto, hasta que Dios, Dios mismo, se le apareció y se le reveló como el Dios Todopoderoso. Entonces, fue capacitado para real­mente cumplir aquellos propósitos que antes quiso hacer sin la orden de Dios.

            Podríamos pasar por toda la Biblia y y en toda ella encontramos los mismos fracasos y castigos, por causa de no esperar a Jehová. “La intención de la car­ne es enemistad contra Dios: porque no se sujeta a la ley de Dios” Ro. 8.7, entonces, no sujetarnos a su voluntad es también pecado y, por lo tanto, el siempre engendra muerte, No “esperar” o “aguar­dar” a Jehová es pecado y naturalmente nos llevará a fracaso y disciplina.

            Quiera Dios darnos esa confianza completa para esperar siempre en El, para que gocemos de mejor y más abundante bendición y alegría en nuestro corazón.

            Espera en Jehová...encomienda a Jehová tu camino, espera en él: y él hará... Calla a Jehová y espera en él...Espera en Jehová y guarda su camino, y él te ensalzará” Sal. 37,3,7,34: “Aguarda a Jehová: esfuérzate, y aliéntese tu corazón. Sí. espera a Jeho­vá” Sal. 27.14.

Contendor por la fe, 1944, N° 53-54 

Lecciones espirituales de la vida de Isaac

 

Nacimiento y ofrenda

El nacimiento de Isaac fue el cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham. La historia está en Génesis 18.9 al 13 y 21.1 al 3.

            Al principio Sara se rio en incredulidad, cuando Dios le dio la promesa, creyendo ella que era demasiado vieja, y Él tuvo que reprenderla. Pero después ella creyó, según Hebreos 11.11: “Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido”.

            Dios mismo dio el nombre antes que Isaac fuese engendrado. Esto nos hace pensar en la omnisciencia divina de haber escogido a cada individuo en el cuerpo místico de Cristo “desde antes de la fundación del mundo”, Efesios 1.4.

            El nombre quiere decir “risa”, y ciertamente el nacimiento de ese niño fue causa de alegría para Sara y Abraham. Fue demostrado que lo que por la naturaleza es imposible, es posible para Dios. Nunca debemos limitar el poder suyo, y podemos pedirle grandes cosas con tal que sean conformes a su voluntad y para su gloria.

            En Génesis 22 vemos la crisis mayor en la vida de Isaac, y ¡qué admiración sentimos por él! Era de unos veinte años de edad, fuerte para llevar aquella carga de leña hasta la cumbre. Sin embargo, él no intentó huir ni resistió a su padre cuando éste le ató al altar. En esto Isaac es un tipo de nuestro Señor, de quien el profeta escribió: “Yo no fui rebelde, ni me volví atrás”, Isaías 50.5.

 

Matrimonio

En Génesis 24 tenemos la bella historia de cómo Isaac recibió a su esposa Rebeca. Dios arregló todo de acuerdo con el deseo de Abraham y las oraciones de su mayordomo fiel. Es una lección para quien contemple el matrimonio, en el sentido que uno puede y debe poner todo en manos de Dios para conseguir el cónyuge idóneo. La oración y el Espíritu Santo son los medios, y no el seguir las apariencias ni el gusto de la carne.

            La decisión de Rebeca fue admirable. Ella estaba dispuesta a emprender el largo viaje, despidiéndose de su familia para siempre.

            El mayordomo es tipo del Espíritu Santo, como hemos sugerido ya. El acompañó a la señorita en todo el camino, sin duda animándola y dándole una descripción de su novio. El Espíritu se llama el Consolador, palabra que en el griego significa uno que anda al lado de otro.

            El Espíritu Santo nos revela las excelencias y los propósitos de nuestro Señor y llena nuestros corazones con la esperanza gloriosa de su pronta venida a buscarnos. Al fin del viaje Isaac estaba allí esperando a la suya. Le introdujo a la casa de su madre, ya difunta ella, y la amó. Es de notar que Isaac nunca buscó otra mujer, como hicieron los otros patriarcas, sino que se contentó con Rebeca toda su vida.

Conducta

“Subió de Beerseba [el pozo del juramento]. Y se le apareció Jehová aquella noche, y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham tu padre; no temas, porque yo estoy contigo, y te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham mi siervo. Y edificó allí un altar, e invocó el nombre de Jehová, y plantó allí su tienda; y abrieron allí los siervos de Isaac un pozo”, 26.23 al 25.

            A Isaac le fue quitado el temor, y él recibió la promesa de la presencia divina y de bendición en cuanto a prole. El proceder del patriarca consta de cuatro acciones: (1) edificó un altar; (2) invocó el nombre de Dios como su soberano; (3) levantó su tienda, insignia de peregrino; (4) abrió un pozo para refrigerio.

            Hablando espiritualmente, estos pasos representan el aprecio cuádruple que el creyente tiene de su Señor: (1) el altar: Cristo como su Salvador y la obra de la cruz, por la cual puede acercarse y gozar de comunión con el Padre; (2) “Invocó el nombre de Jehová”: la confesión de Cristo como Señor y dueño de su vida, y la oración; (3) la tienda: una figura de Cristo en su vida terrenal, el Verbo hecho carne, quien “habitó” entre nosotros. Vimos su gloria, lleno El de gracia y verdad, separado de la política y la sociedad mundana. (4) el pozo: Cristo como el manantial inagotable de la vida, fuente de bendición y satisfacción para los suyos.

            La última palabra del apóstol a los santos, en 2 Pedro 3.18, fue: “Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Nuestro aprecio de él debe manifestarse en nuestro servicio. Que sea así.

¿Para quién vivimos?

 

José Naranjo

Jonás en el barco


No debían ser muy gratas las impresiones que dejó Jonás en los marineros tripulantes del barco que partía para Tarsis. (Jonás 1:1-15).


            Jonás vivió para sí; parece ser de los hombres que piensan que agradando ellos a Dios, poco les importa si los demás se perdieren o se salvaren. Fuera del capítulo 2 con sus experiencias en el fondo del mar, su contrición y oración, se muestra huraño e irascible. No hizo nada para introducir el conocimiento del Dios vivo y verdadero a aquellos paganos idólatras. Jonás no se comportó como un embajador de Dios ante aquellos extranjeros; se entiende que su corazón no estaba bien con su Señor a causa de su desobediencia.

 

·         El hombre que debía estar firme estaba caído, v. 10.

·         El que debía reprender a otros fue reprendido, v. 6.

·         El que debía ser fiel a la ordenanza de su Dios, huía, v. 3.

·         El que debía estar orando, tenía a los paganos orando por él, v. 14.

·         El que debía traer bendición, trajo castigo, v.12.

·         El que debía ser honrado y puesto en alto, es echado abajo, v. 15.

           

            Una de las virtudes que ataca el pecado es la gracia del creyente para con los demás. Cuando hay mala conciencia el rostro se pone duro, las palabras ásperas; hay tendencias de aislarse de los demás; la humildad se aleja para dar cabida al orgullo.

            Es verdad que Dios ve integridad donde el humano ve flaqueza y extravío, pero no podemos cerrar las páginas de la historia y sentarnos a mascullar nuestras dudas, pues de nuestras meditaciones sacamos edificación provechosa. Jonás en el barco se aisló de los marineros (no para orar) y “se echó a dormir.” En Nínive, después de dar su austero mensaje, se aisló de los ninivitas, y debajo de una choza se sentó “hasta ver qué sería de la ciudad.”

            Hermanos, ninguno de nosotros vive para sí. (Romanos 14:7) Tenemos sobre los demás un influjo para bien o para mal. Algo pasa en el creyente que no está testificando para su Señor. Hay varias condiciones que pueden coadyuvar a su apatía:

 

·         que no está perfecto en el amor (1 Juan 4:17,18).

·         que hay reservas en su vida para el Señor; Pablo dijo: “Para mí el vivir es Cristo.” (Filipenses 1:21)

·         que el creyente está caído: “Tú pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? (Romanos 2:21).

·         que nunca ha experimentado el nuevo nacimiento.

            En ninguna parte de la Biblia el Señor acusa a su profeta Jonás. Su experiencia en el vientre del pez y en el fondo del mar es uno de los grandes tipos de la resurrección de Cristo (Mateo 12:39-41), prueba que su Dios era paciente con él. Así es el Señor con nosotros; por tanto, espera nuestra colaboración.

            La muchacha cautiva en Siria no se recluyó en silencio, ni a llorar su adversidad, ni tampoco a probar licencias porque estaba ausente de sus hermanos. Estaba testificando de su Dios. (2 Reyes 5:1-4) David y Jeremías, cada uno en su tiempo, pasaron grandes pruebas; cada uno resolvió cerrar la boca y no testificar del nombre de su Dios, pero no pudieron. Estaban sumamente ligados por el amor a su Redentor y a su pueblo. (Salmo 39:1-3, Jeremías 20:7-11)

            Hay un gran número de creyentes que están viviendo la vida para sí, y cuando son exhortados y llamados para ayudar en las cosas del Señor se tornan “respondones.” Sería bueno llevarlos al Médico y decirle: “Examínales, oh Dios, y conoce su corazón; pruébales y reconoce sus pensamientos: y ve si hay en ellos camino de perversidad, y guíales en el camino eterno.” (Salmo 139:23,24)

LA LEY Y LA GRACIA (2)

 


Ahora, hay incluso muchos hijos de Dios que piensan que este es exactamente el tenor de los tratos de Dios con nosotros; es decir, la ley y la gracia mezcladas -la gracia que impide la acción de la ley; la ley nos hace culpables, pero la gracia se interpone para proteger al culpable según las palabras que leemos en la primera parte de Éxodo 34. Allí Jehová se proclama a Él mismo en el carácter de legislador, aunque él declara Su paciencia y misericordia, como está dicho, "Jehová, Jehová, Dios compasivo y clemente, lento en ira. . .; que perdona la iniquidad, la trasgresión y el pecado. . .!" (Éxodo 34: 6, 7 - Versión Moderna). Pero también se agrega, "y que no tendrá por inocente al culpable; el que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación."(Éxodo 34: 7 - LBLA). Ustedes observarán ahora que mientras que tal sea el principio de los tratos de Dios -que no es sólo la ley, ni sólo la gracia, sino las dos juntas- mientras éste es el caso, siempre que el mediador se acerca para hablar al pueblo, tiene que ponerse un velo sobre su rostro. Cuando él entra delante de la presencia de Dios, el velo es quitado; en la gloria, en presencia de la gloria, no hay ningún velo. Pero mientras el hombre tuvo que ver con la ley, aunque había misericordia y gracia mezcladas con esta, el velo debía estar puesto cuando él hablaba con el pueblo.

            Ahora, la cosa notable sobre la que yo llamaría su atención es esto, que nuestra posición está en contraste con ambas. Nuestra posición no es ni tener que ver solamente con la ley, ni con la ley mezclada con la gracia; nosotros estamos en presencia de la gracia y de la gloria, absolutamente sin la ley. Esto es precisamente lo que el apóstol muestra en 2a. Corintios 3. Él no se refiere aquí al contraste de Éxodo 19 o 20, sino solamente a la ocasión de la ley y la gracia mezcladas en Éxodo 34; y él nos permite ver que el ministerio en ese día era uno de muerte y condenación. La razón es esta, que, si la ley entra en todo, si yo tengo que ver con ella como lo que me gobierna y es bajo lo que yo estoy, mientras más misericordia se muestra, más culpable yo soy, y Él por ningún motivo tendrá por inocente al culpable.

            Ahora, ese carácter totalmente condenatorio no salió a la luz mientras Dios estuvo tratando con los hombres antes de Cristo, pero cuando Cristo vino, Dios se mantuvo en Sus principios con suma delicadeza y con toda Su autoridad. La razón es, que había venido Uno que podría resolver todas las dificultades, podría satisfacer toda la necesidad y podría librar de todo dolor y peligro. Era porque ahora el Hijo de Dios había llegado a ser el Hijo del Hombre, y el Hijo del Hombre estaba dispuesto a sufrir en la cruz, no aún para administrar la gloria.

            Por ello es que nuestra posición se pone en contraste claro y positivo. El apóstol dice, "Y si el ministerio de muerte, grabado con letras sobre piedras, vino con gloria -tanto que los hijos de Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual se había de desvanecer-, ¡cómo no será con mayor gloria el ministerio del Espíritu! Porque si el ministerio de condenación era con gloria, ¡cuánto más abunda en gloria el ministerio de justificación!" (2a. Corintios 3: 7, 8, 9 - RV1909 Actualizada). Él no nos pone en el lugar de los hijos de Israel, sino que se preocupa de mostrar que es según el tipo de Moisés acercándose delante de la presencia de Dios, donde él se quita el velo. Ésta es ahora la señal de nuestra posición, y no los hijos de Israel. En conclusión, no es el hombre que ponía un velo sobre su rostro, y los hijos de Israel temerosos de él debido a la gloria de su rostro que no podían mirar; sino el hombre con el rostro descubierto delante de la presencia de Dios, cuando se vuelve, no al pueblo con un velo sobre su rostro, sino a Dios en la gloria sin el velo.

            Tal es ahora nuestra posición; tal es la posición de todos los cristianos, si ellos sólo lo supieran. Esto es declarado completamente en el último versículo. Él dice, "Empero nosotros todos, con rostro descubierto, mirando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados en la misma semejanza, de gloria en gloria, así como por el Espíritu del Señor."(2a. Corintios 3: 18 - Versión Moderna). "Nosotros todos" está en contraste con Moisés, un solo hombre. La posición del cristiano está tipificada por Moisés en la presencia de Dios, y no por los hijos de Israel en presencia de Moisés con un velo sobre su rostro. "Nosotros todos", porque Dios no hace la más pequeña diferencia en este respecto; el cristiano más débil tiene exactamente la misma posición ante Dios. Siempre que sea asunto de la posición, del simple efecto o del resultado de lo que el Señor Jesús ha logrado y nos ha dado por gracia, no hay ninguna diferencia en lo absoluto. Hay una diferencia cuando es un asunto de poder espiritual, y hay todo el sitio posible para la variedad. Así como en el primer Adán no hay ninguna diferencia en el hecho general de que todos han pecado; sin embargo, hay grados de diferencia cuando ustedes llegan a ver hasta qué punto las personas han entrado en pecado.

William Kelly

HOMILÉTICA (4)

 

LA PREDICACIÓN ES EL MEDIO ORDENADO POR DIOS PARA DIVULGAR EL EVANGELIO.

El orden divino esbozado: Léase repetidas veces Romanos 10: 6-17. Este es el pasaje clásico sobre este asunto. Subráyense las 7 palabras claves: confesar - salvo - invocar - creer - oír - predicar - enviado. Cada una de estas palabras tiene un vínculo con las demás y nos presenta una progresión lógica de pensamiento. Observemos que el orden lógico está invertido.

            Notemos estos pasos: 

(1) Una persona confiesa a Cristo como su Salvador ¿Por qué? (2) Porque es salva ¿Cómo sucedió? (3) Por invocar el nombre del Señor ¿Por qué lo hizo? (4) Porque creyó en un mensaje ¿Cómo llegó a creer? (5) Oyó la palabra de verdad ¿Cómo llegó a oír (6) Un predicador proclamó el evangelio ¿Por qué llegó con el mensaje? (7) Fue enviado por Dios.

            Observemos ahora este pasaje a la inversa: Un predicador es enviado con el mensaje; proclama el mensaje; su proclamación es oída; el oyente invoca el nombre del Señor y es salvo; la persona salva confiesa a Cristo como el Señor de su vida.

            Visto de cualquiera de los extremos tenemos ante nosotros el ciclo de la Gracia Divina. El predicador es enviado por Dios y el pecador es traído a Dios

 

La comisión divina entregada: Leamos Mateo 28: 18-20. y también Marcos 16: 15-16. No debe haber duda alguna en la mente de ningún hijo de Dios respecto al significado de estas palabras de su Maestro. Cada creyente debe principiar en la esfera particular que constituye su "mundo" y predicar allí el evangelio.

            Debemos vincular esta comisión con las palabras del Señor Inmediatamente antes de su ascensión. A la luz de la inminente venida del Espíritu Santo, Él dijo así discípulos: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotras el Espíritu Santo y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra (Hch. 1:4-9).

            Actuar sin una revelación de Dios es presunción. No actuar después de recibir una revelación es incredulidad y desobediencia. El lenguaje de la fe es: "Yo confío en Dios que será así como me ha dicho" (Hch. 27:25).

 

La fe es una condición esencial para la salvación: La respuesta de Pablo a la pregunta del carcelero:"¿Que debo hacer para ser salvo?" fue: "Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo" (Hch. 16:30-31). La responsabilidad del predicador es predicar la Palabra de Dios en dependencia del Hijo de Dios y en el poder del Espíritu Santo. Allí termina su responsabilidad. Sólo Dios puede salvar y Él hará esto cuando el pecador cumpla la condición fijada por Él mismo: fe en la persona y obra de su Hijo.

 

Es el medio por el cual el creyente es edificado en su fe:  Lea 2 Ti. 3: 15-17

a) Hace sabio para la salvación

b) Establece en doctrina o enseñanza con respecto a los fundamentos de la fe.

c) Redarguye. La Biblia es como una plomada que revela todo lo torcido.

d) Corrige, permite que el creyente ajuste su vida a la voluntad de Dios.

e) Instruye en justicia, le anima a llevar una vida de rectitud.

f) Desarrolla la madurez cristiana.

g) Suministra todo lo necesario para la vida cristiana

 

El Propósito triple del ministerio de la Palabra de Dios. (Ef.4:12)

1.- Que el pueblo pueda llegar a plena madurez en la fe, en vez de permanecer como niños (Heb. 5:12-14; 1 Co. 3:1; Gá. 4:19). La prolongada infancia espiritual es una verdadera tragedia.

2. - Que se haga la obra del ministerio. Esta tiene varios aspectos: Algunas veces es menester Amonestar (1 Ts. 5:14); otras, tendrá que ser Reprensión (1 Ti. 5:20); también es Consolar (1 Ts. 4:18). Cualquiera que sea la necesidad, el predicador encontrará en la Palabra todo lo que necesita para su ministerio (Col. 1:26-29).

3. - Que el cuerpo de Cristo sea edificado. Tenemos aquí la meta suprema. La prueba definitiva del ministerio es el crecimiento espiritual de la asamblea de creyentes

¿La confesión de los pecados debería ser en público o en privado?

 


            En el AT hay casos interesantes de personas confesándole a Dios los pecados del pueblo de Dios. Daniel, en su capítulo 9, pasa 20 versículos confesando su pecado y el pecado de su pueblo Israel, y derramaba su ruego delante de Jehová su Dios. La confesión de Daniel, como resultado de su lectura de las Escrituras y su oración ferviente, se hizo en privado. Pero a veces la confesión en privado resulta en una expresión pública. Leemos que “mientras oraba Esdras y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la casa de Dios, se juntó a él una muy grande multitud de Israel, hombres, mujeres y niños; y lloraba el pueblo amargamente. Entonces respondió Secanías hijo de Jehiel, de los hijos de Elam, y dijo a Esdras: Nosotros hemos pecado contra nuestro Dios, pues tomamos mujeres extranjeras de los pueblos de la tierra”, Esdras 10.1-2. Asimismo, Nehemías siente la carga del pecado del pueblo y en oración dice: “Esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos; y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo” (Neh 1.6-7). Poco después vemos que la confesión de uno en privado resulta en la confesión colectiva y pública, cuando “se reunieron los hijos de Israel en ayuno, y con cilicio y tierra sobre sí. Y ya se había apartado la descendencia de Israel de todos los extranjeros; y estando en pie, confesaron sus pecados, y las iniquidades de sus padres. Y puestos de pie en su lugar, leyeron el libro de la ley de Jehová su Dios la cuarta parte del día, y la cuarta parte confesaron sus pecados y adoraron a Jehová su Dios” (Neh 9.1-3). En el NT, hay casos de confesión pública (Mr 1.5; Hch 19.18). Si el pecado ha sido conocido públicamente, o si ha afectado a muchos de manera amplia, la confesión tendrá que reflejar eso. Seguramente el tipo y efecto de nuestro pecado determina si se requiere una confesión en privado o de manera más amplia.

ELIAS

 Dios nunca se dejó a si mismo sin testimonio en la tierra. En las épocas más oscuras de la historia humana el Señor ha levantado y mantenido un testimonio para sí. Ni la persecución ni la corrupción han podido destruirlo enteramente. En los días antediluvianos, cuando la tierra estaba llena de violencia y toda carne habla corrompido sus caminos, Jehová tenía un Enoc y un Noé para actuar como sus portavoces. Cuando los hebreos fueron reducidos a una esclavitud abyecta en Egipto, el Altísimo envió a Moisés y Aarón como embajadores suyos; y en cada período subsiguiente de su historia les fue enviando un profeta tras otro. Así ha sido también durante el curso de la historia de la Cristiandad: en los días de Nerón…la lámpara de la verdad nunca se ha extinguido. Asimismo, en este texto de I Reyes 17 contemplamos de nuevo la fidelidad inmutable de Dios a su pacto al sacar a escena a uno que era celoso de Su gloria y que no temía el denunciar a Sus enemigos.

            Después de habernos detenido a considerar el significado de la misión particular que Elías ejerció, y de haber contemplado su misteriosa personalidad, pensemos ahora en el significado de su nombre. Es por demás sorprendente y revelador, ya que Elías puede traducirse por «mi Dios es Jehová», o «Jehová es mi Dios». La nación apóstata había adoptado a Baal como su deidad, pero el nombre de nuestro profeta proclamaba al Dios verdadero de Israel. Podernos llegar a la conclusión segura, por la analogía de las Escrituras, que fueron sus padres quienes le pusieron este nombre, probablemente bajo un impulso profético o como consecuencia de una comunicación divina. Los que están familiarizados con la Palabra de Dios, no considerarán ésta una idea caprichosa. Lamec llamó a su hijo Noé, "diciendo: Éste nos aliviará (o será un descanso para nosotros) de nuestras obras» (Génesis 5:29) -Noé significa «descanso» o «consuelo»-. José dio a sus hijos nombres expresivos de las diferentes provisiones de Dios (Génesis 41:51,52)…

            Fácilmente se echa de ver con cuanta exactitud el nombre de Elías correspondía a la misión y el mensaje del profeta; y ¡cuánto estímulo debía proporcionarle la meditación del mismo! También podemos relacionar con su nombre sorprendente el hecho de que el Espíritu Santo designara a Elías «tisbita», que significativamente denota el que es extranjero. Y debemos anotar, también, el detalle adicional de que fuera "de los moradores de Galaad", que significa rocoso debido a la naturaleza montañosa de aquella tierra. En la hora crítica, Dios siempre levanta y usa tales hombres: los que están dedicados completamente a Él, separados del mal religioso de su tiempo, que moran en las alturas; hombres que en medio de la decadencia más espantosa mantienen en sus corazones el testimonio de Dios.

            «Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra» (I Reyes 17:1). Este suceso memorable ocurrió unos ochocientos sesenta años antes de Cristo. Pocos hechos en la historia sagrada pueden compararse a éste en dramatismo repentino, audacia extrema, y en la sorprendente naturaleza del mismo. Un hombre sencillo, solo, vestido con humilde atavío, apareció sin ser anunciado ante el rey apóstata de Israel como mensajero de Jehová y heraldo de juicio terrible. Nadie en la corte debía saber demasiado de él, si acaso alguno le conocía, ya que acababa de surgir de la oscuridad de Galaad para comparecer ante Acab con las llaves del cielo en sus manos. Tales son, a menudo, los testigos de su verdad que Dios usa. Aparecen y desaparecen a su mandato; y no proceden de las filas de los influyentes o los instruidos. No son producto del sistema de este mundo, ni pone este laurel en sus cabezas…

            Elías fue llamado a comunicar el mensaje más desagradable al hombre más poderoso de todo Israel; pero, consciente de que Dios estaba con él, no titubeó en su tarea. Enfrentándose súbitamente a Acab, Elías le hizo ver de manera clara que el hombre que tenía delante no le temía, por más que fuera el rey. Sus primeras palabras hicieron saber al degenerado monarca de Israel que tenla que vérselas con el Dios viviente. «Vive Jehová Dios de Israel», era una afirmación franca de la fe del profeta, y al mismo tiempo dirigía la atención de Acab hacia Aquel a quien había abandonado. «Delante del cual estoy» (es decir, del cual soy siervo; véase Deuteronomio 10:8; Lucas 1:19), en cuyo nombre vengo a ti, en cuya veracidad y poder incuestionable confío, de cuya presencia inefable soy consciente, y al cual he orado y me ha respondido.

Extracto, Capítulo 2, Elías, A.W. Pink

LA SEGUNDA EPÍSTOLA A TIMOTEO (9)

 


3. La senda del Piadoso en un Día de Ruina

 

Capítulo 2

(c) La senda de Dios para el individuo en un día de ruina (versículos 19-22)


(V. 19). Habiendo predicho la mala condición en que la Cristiandad caería, el apóstol ahora nos instruye de qué manera actuar en medio de la ruina. Antes de hacerlo él nos presenta dos grandes hechos para el consuelo de nuestros corazones:

         En primer lugar, independientemente de la magnitud del fracaso del hombre, "el fundamento de Dios está firme." El fundamento es la propia obra de Dios - cualquiera sea la forma que esta obra pueda tomar - ya sea el fundamento en el alma, o el fundamento de la iglesia en la tierra, por medio de los apóstoles y la venida del Espíritu Santo. Ningún fracaso del hombre puede anular el fundamento que Dios ha puesto, o evitar que Dios complete lo que Él ha comenzado.

         En segundo lugar, se nos dice para nuestro consuelo, "Conoce el Señor a los que son suyos", y, como alguien ha dicho, “Este conocimiento es nada menos que un conocimiento de corazón a corazón, una relación entre el Señor y los que son Suyos”. La confusión ha llegado a ser tan grande, creyentes e incrédulos se hallan en una asociación tan cercana, que, en lo que respecta a la masa, nosotros no podemos decir categóricamente quién es del Señor y quién no lo es. En una condición tal, que consuelo es saber que lo que es de Dios no puede ser desechado, y aquellos que son del Señor, aunque estén escondidos en la masa, a la larga no se pueden perder.

         La obra de Dios, y los que son del Señor, saldrán a la luz en "aquel día" al cual el apóstol alude una y otra vez en el curso de la Epístola (2 Timoteo 1: 12, 18; 2 Timoteo 4:8).

         Habiendo consolado nuestros corazones en cuanto al carácter permanente de la obra de Dios y la seguridad de aquellos que son del Señor, el siervo de Dios instruye al individuo de qué manera actuar entre las corrupciones de la Cristiandad.

         Después de la partida de los apóstoles, la decadencia comenzó rápidamente y ha continuado a través de los siglos hasta que, hoy en día, vemos en la Cristiandad la solemne condición predicha por Pablo. Además, como hemos visto, el apóstol no mantiene ninguna esperanza de recuperación por parte de la masa. Por el contrario, él nos advierte más de una vez que, con el paso del tiempo, habrá un incremento del mal. No sólo aumentarán "los discursos profanos y vacíos" (2 Timoteo 2:16 - VM), sino que los "hombres malos y los impostores irán de mal en peor." (2 Timoteo 3:13 - VM), y llegará el tiempo cuando los que componen la profesión cristiana "no soportarán la sana doctrina" y, "apartarán sus oídos de la verdad." (2 Timoteo 4: 3, 4 - LBLA).

         Si, como se nos muestra, no hay ninguna perspectiva de recuperación para la gran masa de la profesión cristiana, ¿cómo debe actuar el individuo que desea ser fiel al Señor? Esta pregunta profundamente seria es abordada y respondida por el apóstol en el importante pasaje que sigue a continuación - un pasaje que señala claramente la senda de Dios para el individuo en un día de ruina (versículos 19-22).

         Primeramente, notemos que no se nos dice que dejemos aquello que profesa ser la casa de Dios en la tierra. Esto es imposible a menos que salgamos de la tierra o nos convirtamos en apóstatas. No debemos abandonar la profesión del cristianismo a causa de que, en manos de los hombres, esa profesión ha llegado a corromperse. Es más, no se nos dice que reformemos la profesión corrupta. A la Cristiandad, como un todo, ya no es posible reformarla. Sin embargo, si no debemos dejar la profesión, ni debemos procurar reformar la masa, ni establecernos quietamente y aprobar la corrupción asociándonos con ella, ¿cuál es el curso que deberíamos seguir?

         Habiendo consolado nuestros corazones el apóstol procede a presentar ante el creyente individual la senda en la cual Dios querría que caminara en un día de ruina. Podemos estar seguros que, no obstante, lo oscuro que sea el día, cuán difíciles sean los tiempos, cuán grande sea la corrupción, nunca ha habido, ni nunca habrá, un período en la historia de la iglesia en la tierra cuando los piadosos son dejados sin instrucción en cuanto a la senda en medio de la ruina. Dios ha visto con anticipación la ruina, y Dios ha suministrado en Su palabra lo necesario para un día de ruina. Nosotros podemos, por no estar ejercitados, no discernir la senda; por carecer de fe, podemos vacilar en tomarla; a pesar de todo, la senda de Dios está señalada para nosotros tan claramente en el día más oscuro como en el más resplandeciente.

         Entonces, si Dios ha señalado una senda para Su pueblo en un día de ruina, es evidente que no se nos deja que inventemos una senda o que simplemente hagamos lo mejor que podamos hacer. Nuestra parte es procurar discernir la senda de Dios y entrar en ella en la obediencia de la fe, buscando al mismo tiempo la gracia de Dios que nos mantenga en la senda.

         La separación del mal es el primer paso en la senda de Dios. Si no puedo reformar los males de la Cristiandad, yo soy responsable de andar en orden. Aunque no puedo renunciar a la profesión del cristianismo, puedo, en efecto, separarme de los males de la profesión. Notemos cuidadosamente cuántas veces, bajo diferentes términos y diferentes maneras, se insta a la separación del mal en la Epístola. El Apóstol dice:

 

·         "Evita los discursos profanos y vacíos." - 2 Timoteo 2:16, VM;

·         "Apártese de iniquidad" - 2 Timoteo 2:19;

·         "Si pues se purificare alguno de éstos" (de los instrumentos para usos viles) - 2 Timoteo 2:21 - VM.

·         "Huye también de las pasiones juveniles" - 2 Timoteo 2:22;

·         "Evita las cuestiones necias y nacidas de la ignorancia" - 2 Timoteo 2:23, VM;

·         "Apártate también de los tales" - 2 Timoteo 3:5, VM.

 

         En primer lugar, entonces, le corresponde a todo aquel que invoca el Nombre del Señor apartarse de la iniquidad. No debemos unir el Nombre del Señor con el mal en ninguna forma. La confusión y el desorden de la Cristiandad ha llegado a ser tan grande que, por un lado, podemos fácilmente juzgar mal que una persona no es del Señor, cuando en el fondo es un creyente verdadero - pero, "Conoce el Señor a los que son suyos." Por otro lado, aquel que confesa al Señor es responsable de apartarse de la iniquidad. Si él rechaza hacerlo, no puede quejarse si es juzgado mal. En un día de confusión ya no es suficiente que una persona confiese al Señor. Su confesión debe ser puesta a prueba. La prueba es, ¿nos sometemos a la autoridad del Señor separándonos de la iniquidad? Permanecer asociados con el mal y con el Nombre del Señor es unir Su Nombre con el mal.