miércoles, 5 de septiembre de 2018

PENSAMIENTO


“… los creyentes deben esperar ansiosamente como Salvador al Señor Jesús (Fil 3:20), no en el nerviosismo febril de ciertos tesalonicenses (2 Ts 2:1,2; 3:6-12), ni la nauseabunda tibieza de los laodicenses (Ap. 3:14-22), sino la activa fidelidad de los de Esmirna (Ap. 2:8-11).” W. Hendriksen (citado por Samuel Pérez Millo, Mateo, página 1702).

Roca de la eternidad


Augustus Toplady (1740-1778)

Trad. T.M. Westrop


Roca de la eternidad,
Fuiste abierta para mí,
Sé mi escondedero fiel,
Paz encuentro solo en ti
Rico, limpio manantial,
En el cual lavado fui.

Aunque sea siempre fiel,
Aunque llore sin cesar,
Del pecado no podre
Justificación lograr
Sólo en ti teniendo fe,
Deuda tal podré pagar.

Mientras haya de vivir,
Y al instante de expirar,
Cuando vaya a responder
En tu augusto tribunal,
Sé mi escondedero fiel
Roca de la eternidad.



LA FE QUE HA SIDO UNA VEZ DADA A LOS SANTOS (Parte IV)

JUDAS 3


Una vez que estas cosas se confundieron, el bien fue sumergido, y todo junto fue llevado por la corriente. Consideremos el caso de las vírgenes prudentes y las insensatas; mientras duermen, todas pueden permanecer juntas, y ¿por qué no? Pero tan pronto como se levantan y arreglan sus lámparas, surge el problema del aceite, y ya no andan más juntas. Y nosotros encontraremos lo mismo. Vemos también que los tiempos de Josué eran tiempos de poder. Es verdad que los israelitas pecaron en Jericó y fueron derrotados en Hai, pero en general, fue un tiempo caracterizado por poder. Los enemigos fueron vencidos, y grandes ciudades, tremendamente fortificadas, fueron tomadas; la fe lo venció todo, y ése es un bendito cuadro del bien en medio del mal, y del poder que sigue el bien y que abate a los enemigos. En Jueces ocurre lo contrario; el poder de Dios estaba allí, pero el poder que se manifestó fue el del mal porque el pueblo no fue fiel. En seguida llegaron a Boquim (Jueces 2:1-5), esto es, lágrimas, lloro, mientras que en Josué habían ido a Gilgal, donde se había efectuado la completa separación de Israel respecto del mundo; habían cruzado el Jordán, lo que representó la muerte, y luego les fue quitado el oprobio de Egipto. Pero el ángel de Jehová subió a Boquim. No dejó a Israel, pese a que ellos se habían apartado de Gilgal. Se trataba de la gracia que los seguía. Y en cuanto a nosotros, si no vamos a Gilgal, si no volvemos a la completa humillación del yo en la presencia de Dios, no podremos salir en poder.
Si la comunión de un siervo con Dios no prevalece sobre su testimonio a los hombres, caerá y fracasará. Le es imprescindible renovar sus fuerzas. El gran secreto de la vida cristiana estriba en que nuestra comunión con Dios haga nada de nosotros mismos. Sin embargo, Dios no abandonó a Israel, y edificaron un altar a Jehová, pero lloraban junto al altar; no estaban en triunfo, sino que, por el contrario, sus enemigos triunfaron continuamente sobre ellos.
Luego Dios les envió jueces, y él estuvo con los jueces, aunque el pueblo había perdido su lugar. Eso es lo que tenemos que considerar de la misma manera. “Todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (Filipenses 2:21). ¿No fue eso perder su lugar? Yo no quiero decir que estos que menciona el apóstol dejaron de ser la iglesia de Dios. Si no tomamos en cuenta esto, nosotros también llegaremos a Boquim, el lugar de las lágrimas. El estado entero de la iglesia de Dios tiene que ser juzgado; solamente la Cabeza es quien no pierde jamás su poder, y hay una gracia adecuada para las condiciones presentes también.
Lo primero que veo al principio de la historia de la iglesia es este poder bendito que convierte 3000 almas en un día. Luego surgió la oposición; el mundo los puso en la cárcel, pero Dios muestra Su poder contra eso, y no dudo de que, si hoy fuésemos más fieles, Dios intervendría de una manera mucho más notoria. Pero el poder del Espíritu de Dios estaba allí, y todos andaban en una bendita unidad, mostrando ese poder, e incluso en medio del poder del mal, aunque esa escena no podía cerrarse sin que, lamentablemente, encontremos el mal obrando adentro, como lo vemos en Ananías y Safira. Ellos buscaron reputación mediante el aparente, aunque falso, hecho de sacrificar sus bienes. El Espíritu Santo estaba allí, y cayeron muertos, y vino gran temor sobre todos, tanto dentro como fuera. Así pues, antes de cerrarse la historia de las Escrituras, “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios” (1 Pedro 4:17). Esto es algo muy solemne que caracteriza el tiempo presente hasta que Cristo venga, y luego Su poder quitará el mal, lo cual es una cosa muy diferente.
Luego tenemos el testimonio de la Escritura acerca del mal flagrante allí donde debía hallarse el bien: “En los postreros días vendrán tiempos peligrosos; porque habrá hombres amadores de sí mismos” (2 Timoteo 3:1-2). En este pasaje, la iglesia profesante (porque de ella se trata) es descripta en los mismos términos que los paganos al principio de la epístola a los Romanos. Es una positiva declaración de que tales tiempos habrían de venir, y de que el estado de cosas que había prevalecido en el paganismo resurgiría. Luego dice que “los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:13). Pero Pablo le encarga a Timoteo que continúe en las cosas que había aprendido.
Algunos dicen ahora que la iglesia enseña estas cosas, pero pregunto: ¿Quién? ¿La iglesia? ¿Qué quieren decir? Es algo totalmente incierto, pues no hay ahora una persona inspirada en la iglesia para enseñar. Tengo que acudir a Pablo y a Pedro, y entonces sabré de quiénes aprendo. Como Pablo mismo dijo a los ancianos de Éfeso: “Os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia” (Hechos 20:32). Los malos hombres y los engañadores habían ido de mal en peor, pero el apóstol dirige a Timoteo a la certidumbre del conocimiento que había recibido de unas personas específicas (los apóstoles). Y para nosotros hoy cuando no hay apóstoles se trata de “las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación” (2 Timoteo 3:14-15). Tenemos que aprender todo esto, cuando la iglesia profesante es algo juzgado, y que se caracteriza por la mera “apariencia de piedad” (2 Timoteo 3:5). Creo que estos son los hechos que los cristianos deben enfrentar. ¿No vemos acaso a hombres, que una vez se llamaron cristianos, volviéndose atrás; tornándose incrédulos?
La mera formalidad se vuelve en abierta infidelidad o en abierta superstición. Es notorio, hasta de manera pública, cómo están las cosas. En esencia, el cristianismo es tal como Dios lo estableció; pero, exteriormente, en lo que se ve alrededor de nosotros, ha desaparecido. Lo que queremos es el cristianismo tal como se encuentra en la Palabra de Dios. De hecho, no hay nada que temer; en cierto sentido, es un tiempo bendito si nos encomendamos a Dios. Sólo que debemos mirar estas cosas con sencillez y entereza.

UNA FE VERDADERA


Muchas cosas en este mundo son falsas. En 1983 en EE. UU. las autoridades incautaron $23 millones en dinero falso y casi 1,800 personas fueron procesadas por procurar pasar billetes falsos.
Pero no son sólo los criminales que tienen un mo­nopolio de la falsedad. La Biblia dice que hay muchos cristianos falsos. Aparentan tener fe, pero conocen muy poco de la fe en Jesucristo, la única que salva.
La palabra “falso” tiene su origen en un juego de timo en que una argolla de bronce se vendía con engaño por una de oro.
El apóstol Santiago habla en contra de lo falso en el primer capítulo de su epístola. El ataca a La reli­gión superficial e hipócrita: Santiago 1:26-27.

UNA LENGUA FRENADA
La primera prueba de la verdadera fe es una lengua bajo el control del Espíritu Santo.
Moisés, un siervo destacado de Jehová, sufrió en una ocasión por su lengua no frenada. Cuando los is­raelitas en un momento no tenían agua, le acusaron a Moisés de haberlos llevado al desierto para morir. Sin dominio propio en este momento, Moisés gritó, "¡Oíd ahora, rebeldes!" y en vez de hablar a la roca, la golpeó. Dios apaciguó la sed del pueblo, pero por ese acto, Moisés no pudo entrar a la tierra prometida.
Recuerde al apóstol Juan. El también experimentó problemas con su lengua. Cuando la gente de Samaria no quiso recibir a Jesús, Juan y Jacobo se enojaron y querían que fuego descendiera del cielo y los consumiera. Pero Jesús les reprochó y dijo, “El Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas". Normalmente Juan era estable, pero allí, su lengua “salió de su carril”. El control de la lengua es una buena indicación de la madurez espiritual.

Aquí Santiago habla del aspecto positivo de la "religión pura" en acción. La verdadera salvación se demuestra por un corazón entendido: "Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones". Santiago no pretende dar una definición completa de la salvación aquí ni un plan para acción social. Simplemente sugiere cómo ilustrar una fe genuina, como si dijera, "Si hay algo sustancial en sus convicciones o realidad en su fe, entonces muestre amor y preocupación por los que padecen necesidad.

Finalmente, como "hacedores de la palabra", poseídos de una fe genuina y una religión pura, debemos tener vidas santificadas. "La religión pura... es esta... guardarse sin mancha del mundo". Una vez vi en un almacén un letrero que decía, "Mercadería un poco manchada - precio rebajadísimo". El cristiano que tiene la vida manchada por el pecado llega a ser de poco valor; su efectividad queda muy reducida.
¿Cómo podemos ser genuinos?
1) Recibir la Palabra de Dios diariamente.
2) Controlar la lengua, hablando la verdad en amor.
3) Cultivar un interés sincero hacia los necesitados.
4) Guardarnos sin mancha del mundo.

George Sweeting
Traducido con permiso de "Moody Monthly"
Contendor por la fe, 1985

¿ERES TÚ BARRO EN LAS MANOS DE DIOS?

En Romanos 9:21 leemos: “¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?”
Ciertamente sabemos cómo es la consistencia de la masa con la cual trabaja el alfarero: Es un barro blando, flexible, que se deja moldear en todas las direcciones, con el cual pueden ser formados los más diversos recipientes. ¿No nos hace pensar este barro en nuestra propia vida, siendo que el hombre fue formado de tierra? Pues, Génesis 2:7 dice: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. La masa del alfarero es el barro blando y moldeable. A él se refiere Pablo. Aún no está definido ni su contenido ni su forma. Pues todavía no está endurecido. Recién cuando este proceso ha terminado y la cocción revela la verdadera calidad de la vasija, se determina el uso final de la misma. Sucede así, también, en nuestra vida. Todos nosotros somos barro en las manos del alfarero. Él quiere moldearnos para que seamos vasos para honra. Para esto, sin embargo, Él necesita nuestro consentimiento, pues la Biblia dice: “Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos” (Prov. 23:26). Si respondemos al pedido de Dios y Le damos nuestro corazón y nuestra vida, Él puede moldearnos según Su voluntad y hacer de nosotros vasos para honra. De esta manera, nos afirmaremos y nuestras vidas serán para la gloria de Dios. La 
Biblia dice: “Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (2 Pe. 1:10). Pero si rechazamos las palabras de Dios y nos cerramos a Su ofrecimiento de salvación, sucederá lo que leemos en Efesios 4:17-19: “Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza”. Es nuestra decisión qué tipo de vasija queremos ser. Si aceptamos la salvación que Dios nos ofrece, llegaremos a ser vasos de honra. Pero si la rechazamos, seremos vasos de deshonra. ¡Nosotros tenemos que decidirnos, hoy, en la vida actual! En el transcurso de nuestra vida ocurre un proceso de endurecimiento - lenta pero continuamente, hasta el final de la vida. Nos vamos transformando cada vez más en un vaso de honra o, al contrario, en un vaso de deshonra. Los vasos de ira, los que no quieren hacerle caso a Dios, van perdiendo cada vez más su sensibilidad espiritual. “Han perdido la vergüenza, se han entregado totalmente a los vicios, y hacen toda clase de indecencias", traduce la Biblia en Lenguaje Sencillo el versículo de Efesios 4:19. Sin embargo, los vasos de honra afirman su llamado y elección. Dios los llamó, y ellos se dejaron llamar. Han dicho “sí” a la invitación de Dios. Y ahora Dios está formando sus vidas para que sean vasos de honra, de santidad y de pureza, vasos en los cuales Dios mismo habite por Su Espíritu Santo. Permíteme preguntarte: ¿Qué tipo de vaso eres tú? ¿Dejas que el barro de tu vida se endurezca por el endurecimiento de tu corazón, transformándote así en un vaso de deshonra? ¿O Le das tu corazón, toda tu vida, al Señor, para que Él pueda hacer de ti un vaso para Su honra? Quiero terminar con las palabras de Hebreos 3:7-8: “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”.
S.R.
Llamada de Medianoche, agosto 2014

¿ES USTED CRISTIANO?

Al principio de nuestra era (es decir, de la era cris­tiana), un emperador romano había contratado a un arquitecto griego para que le construyera un anfiteatro que superara en grandeza y amplitud a todos aquellos que existían en esa época. El ingenio de este arquitecto concibió el famoso Coliseo de Roma.
El día de la inauguración, el Coliseo estaba abarro­tado de espectadores. El emperador en persona presidía el acto y el arquitecto estaba sentado a su lado. La puerta del circo se abrió para dejar pasar a un pequeño grupo de cristianos que estaban dispuestos a morir antes que renegar de su Salvador. Cuando éstos apare­cieron, el emperador se levantó y dijo: «¡El Coliseo está terminado! Hoy estamos aquí para festejar este acontecimiento y rendir homenaje al arquitecto que ha construido este inmenso edificio. Vamos a celebrar el triunfo de su ingenio consagrando a estos cristianos a los leones».
De repente, en medio de los aplausos que se iban apagando, el arquitecto se puso de pie y gritó con fuerza: «¡Yo también soy cristiano!»
Durante un instante, los espectadores se callaron, sorprendidos, mudos de sorpresa, pero, de pronto, a ese silencio impresionante le sucedió un impetuoso torrente de odio al que nada habría podido contener. El arqui­tecto fue cogido y echado en la misma arena en la que el noble grupo de cristianos esperaba la muerte.
Entonces la puerta de la jaula se abrió lenta­mente y los leones hambrientos se abalanzaron a la matanza. Así, este arquitecto griego prefirió morir con el pueblo de Dios antes que gozar de los deleites temporales del pecado (véase Hebreos 11 :25-26), pues tenía puesta la mirada en el galardón celestial (Cristo).
Amigo lector, ¿puede usted decir: «Yo también soy cristiano?». Quizá responderá usted: «Oh, sí, somos todos cristianos en nuestro país». Sentimos decirle que todos aquellos que se dicen cristianos, muy a menudo no lo son más que de nombre.
Primeramente, un auténtico cristiano es aquel que ha hecho la feliz experiencia del nuevo nacimiento del cual habla la Biblia, es decir, que su vida y sus fines han cambiado. Desde entonces sigue al Señor Jesucristo, su nuevo Maestro para todas las cuestiones de su vida cotidiana.
En segundo lugar, un cristiano es un ser humano que ha sido convencido de su culpabilidad y de su estado de perdición ante Dios y que ha aceptado el per­dón, ofrecido como consecuencia de la muerte de Jesús. Ha encontrado en Jesús su Salvador y Señor. Posee la seguridad de su salvación eterna. Obtiene su fuerza y su gozo mediante la lectura cotidiana de la Biblia —la Palabra de Dios— y la oración, y su vida, desde aquel momento, es dirigida por su nuevo Maestro: Jesús mismo.
Amigo lector, ¿puede decir usted que es cristiano por fe en el amor de Cristo, quien se ofreció a sí mismo para morir por usted a fin de rescatarle de su pecado? ¿Le ha entregado usted su vida?
Si no fuera así, no se contente con ser un cristiano sólo de nombre y con profesar una religión sin haber "nacido de Dios" y haber sido verdaderamente cauti­vado por el Salvador. Una religión, la obediencia a sus preceptos —incluso escrupulosamente observados— no pueden asegurarle la salvación eterna. ¡Sólo Jesucristo salva —y por la eternidad— a todos aquellos que se confían a Él!
Así sea usted un «gran» pecador o, por el contra­rio, posea una sólida moralidad, en cualquier caso, tiene necesidad del Salvador. Sin Jesús, está usted perdido.
La salvación sólo está en Cristo, porque Jesús dijo: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Juan 14:6).
Le invitamos, pues, a mirar a Jesús, a creer su Pala­bra y a recibirle como su Salvador personal, a fin de que en todas las circunstancias sea capaz de decir vale­rosamente, como aquel arquitecto griego: «¡Yo tam­bién soy cristiano!»
Creced, 1989

SALVACIÓN Y RECOMPENSA (Parte VI)



En 1 Pedro 5:1-4 leemos acerca de otra corona. El que fue enviado especial­mente a cuidar las ovejas del rebaño de Cristo, escribe así:

“Ruego a los ancianos que es­tán entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cui­dando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey, y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros reci­biréis la corona incorruptible de gloria”.

Cada palabra de esta exhortación conmovedora es importante, y debe ser considerado con cuidado.
Notamos primeramente que aun­que Pedro era uno de los principales apóstoles de nuestro Señor Jesucristo, al cual fue dada una revelación especial y una misión particular, él no reclamaba ningún lugar de autoridad sobre los demás siervos de Cristo. Él era “anciano también con ellos” (v. 1). Esto es, que él se des­cribe como un “co-presbítero”, uno con los demás que también eran presbíteros. ¡Si Pedro era el primer Papa, está claro que él no lo sabía! No escribe como el “Santo Padre” a los que le están sujetos por obligación, sino que exhorta a sus co-ancianos, siendo él mismo uno de su compañía.
Es verdad que él había sido privile­giado más que muchos o quizá todos ellos. Había conocido al Señor, había guardado compañía con Él durante Su ministerio te­rrenal, y le había conocido también después de Su resurrección. Le había visto morir, era testigo (no participante) de Sus sufrimientos. Pronto compartiría con Él Su gloria.
Pedro recuerda las palabras del Sal­vador resucitado, dichas aquella mañana lejana en la orilla del mar: “Apacienta mis corderos...pastorea mis ovejas” (Jn. 21:15-16). Ahora él pasa esta exhortación a sus hermanos que están involucrados en la obra de ministrar al pueblo del Señor. Les dice: “Apacentad la grey”, no “to­mad dinero de la grey”. No hay nada más reprensible que pensar que una iglesia o asamblea cristiana deba un sueldo a un predicador o maestro que les imparta la Palabra de Dios. El que piensa en el mi­nisterio como una de “las carreras profe­sionales” y un mero medio de ganarse la vida, tiene pensamientos bajos. El verda­dero ministro de Cristo es un hombre que tiene el corazón de un pastor, que ama a la grey y la cuida por causa de Aquel que la compró con Su sangre. Los hermanos tienen una responsabilidad respecto a sus pastores, pero no de darles un sueldo.
También debe notarse que los ancianos no están puestos “sobre el re­baño”, aunque presiden en el Señor a los hermanos. Se les dice: “apacentad la grey de Dios que está entre vosotros”, El versículo 1 describe a los ancianos como “entre vosotros”, esto es, entre los demás hermanos de la asamblea, no por encima de ellos como una nobleza o jerarquía. Deben estar “entre” los hermanos de la asamblea donde el Señor les ha puesto. No en otros lugares, sino allí está su lugar de servicio al Príncipe de los pastores. Para esto les ha puesto allí. Las palabras: “...el rebaño en el cual el Espíritu Santo os ha puesto”, indican lo mismo, que Dios les ha puesto en una asamblea particular para que allí sirvan diligentemente al Señor. Es verdad que deben guiar a las ovejas, como leemos en Hebreos 13:17,

“Obedeced a vuestros pasto­res (literalmente “a los que os guían), y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, por­que esto no os es provechoso”

En la asamblea de Dios, si las cosas van como deben, no habrá ni pretensión de clero, por un lado, ni anarquía por el otro. La asamblea cristiana es una hermandad en la cual cada uno debe estar pensando en los mejores intereses de los demás, y donde puede ser ejercido libremente todos los dones dados por el que es la gran Cabeza de la Iglesia, para la bendición de todos.
A algunos les es dado en manera especial el servicio de sobreveedores. A éstos se les exhorta que cuiden de los demás, no por obligación, sino voluntaria­mente. Esto quiere decir que no lo hagan como una cosa desagradable que han sido obligados a hacer, sino con gozo en el corazón, sirviendo por causa de Cristo. Y aquellos que dedican todo su tiempo servir al Señor, ministrando la Palabra, aunque son sostenidos por las ofrendas voluntarias y alegres de los santos (como al Señor), no deben ser controlados por la codicia ni por deseos de ganancia económica.
Los ancianos no deben enseño­rearse sobre “la grey de Dios” que está a su cuidado. No deben considerar a sus hermanos como posesión suya. No son suyos, ni tampoco la iglesia es suya, sino que todo es del Señor.
Los hombres suelen usar expresio­nes como “mi iglesia” (probablemente sin pensar), “mi congregación”, etc., pero esto prácticamente niega y olvida que es Su iglesia, y la congregación del Señor. Pero, aunque el Señor les haya llamado a ser an­cianos y maestros de la Palabra, la iglesia nunca viene a ser propiedad de ellos.
Ha sido señalado que la frase “los que están a vuestro cuidado” es una sola palabra en griego: “kleros”, de donde sacamos la palabra “clero”. Entonces, paradójicamente, ¡los “laicos” son el clero! Todo el pueblo de Dios es Su “clero”, como está escrito, que la porción de Jehová es Su pueblo.
Entonces, qué cosa más solemne es el enseñorearse de este pueblo. Y, por otro lado, cuán agradecidos y receptivos debemos estar a aquellos que el Señor ha puesto para apacentamos y cuidamos, los cuales son llamados no sólo a ministrar la Palabra, sino también a ser ejemplos (modelos de comportamiento) a la grey.
Demasiadas veces los siervos del Señor encuentran que su responsabilidad y servicio no es agradecido. Sus labores fre­cuentemente no se valoran, y en estos casos deben decir con Pablo “Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gas­taré del todo, aunque amándoos más, sea (yo) amado menos” (2 Co. 12:15). Pero ¡viene el día de la recompensa! Cuando aparezca el Príncipe de los pastores, una corona de gloria le espera a cada siervo fiel que ha cuidado de Sus ovejas y corderos en Su ausencia. La gloria de esta edad pasará, pero la corona de gloria es incorruptible y eterna.
En esta vida, a menudo el siervo fiel es llamado a sufrir reproche y ver­güenza, a soportarlo cuando hablan mal de su bien, cuando sospechan y critican sus motivos. Los hombres le coronarían con espinas, como cruelmente le hicieron al Buen Pastor, pero como Él ahora '‘está coronado de gloria y de honra” (He. 2:9), así será en aquel día para los que le siguen.

“Ve, trabaja, gasta y sé gastado,
Tu gozo es hacer la voluntad del Maestro,
Así anduvo el Salvador,
¿No deben los salvados tam­bién así andar?”

Entonces, cuando sea llamado a Su tribunal para rendir cuentas acerca de las almas entregadas a su cuidado, el verdadero siervo-pastor se regocijará al escuchar estas palabras: “Está bien, buen siervo...entra en el gozo de tu señor”. Entonces la corona incorruptible de glo­ria adornará la cabeza que muchas veces tenía dolores por la ingratitud y la falta de comprensión en esta vida, y el resplandor eterno de aquel laurel de gratitud divina cubrirá la cabeza que antes se cansaba en el servicio.

MEDITACIÓN

“Aquel... predica la fe que en otro tiempo asolaba” (Gálatas 1:23).



Después que se convirtió Saulo de Tarso, las iglesias de Judea oyeron que este archi-perseguidor de la fe cristiana se había vuelto un ardiente predicador y defensor de la fe. Éste resultó ser un cambio notable.
En tiempos más recientes, ha habido incidentes espectaculares donde los hombres han cambiado radicalmente de modo similar al de Pablo.
Lord Littleton y Gilbert West decidieron en común derribar la fe de aquellos que defendían la Biblia. Littleton refutaría los datos de la conversión de Saulo, mientras que West probaría de manera contundente que la resurrección de Cristo era tan sólo un mito. “Ambos reconocieron que no sabían mucho de la historia bíblica, pero decidieron: “Vamos a ser honestos, debemos al menos estudiar la evidencia. A menudo conversaban durante su trabajo sobre los temas que traían entre manos. En una de estas conversaciones Littleton le abrió el corazón a su amigo y confesó que comenzaba a sentir que había algo en los relatos”. El otro replicó que había sido sacudido por los resultados de su estudio. Finalmente, cuando los libros estuvieron terminados, se reunieron los dos autores y encontraron que cada uno de ellos, en lugar de escribir en contra, había producido libros a favor de los temas que se habían propuesto ridiculizar. Estuvieron de acuerdo en que después de investigar toda la evidencia como expertos legales, no podían honestamente sino aceptar que el registro bíblico establecía como ciertos ambos temas” (Frederick P. Wood). El libro de Lord Littleton llevó por título La Conversión de San Pablo y el de West La Resurrección de Jesucristo. El incrédulo Robert C. Ingersoll desafió a Lew Wallace, un agnóstico a escribir un libro que mostrara la falsedad del registro con respecto a Jesucristo. Wallace empleó años investigando el tema, con gran pesar de su esposa, que era metodista. Comenzó a escribir, y cuando había terminado casi cuatro capítulos, se dio cuenta de que los registros referidos a Jesucristo eran ciertos. Cayó sobre sus rodillas en arrepentimiento y confió en Cristo como Señor y Salvador. Más tarde escribió el libro Ben Hur, donde presenta a Cristo como el divino Hijo de Dios.
Frank Morison deseaba escribir una historia con relación a Cristo, pero ya que no creía en los milagros, decidió limitarse a los siete días que conducían a la crucifixión. Sin embargo, a medida que estudiaba los registros bíblicos, extendió el tema hasta la resurrección. Convencido ahora de que Cristo había resucitado verdaderamente, le recibió como su Salvador y escribió el libro ¿Quién Movió la Piedra? cuyo primer capítulo se titula El Libro que se Negó a Dejarse Escribir.
La Biblia es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos. Ella misma es su mejor confirmación. Aquellos que la atacan y ridiculizan deben afrontar la posibilidad de que algún día crean en ella y vengan a ser sus defensores más devotos.

"EL AUTOR Y CONSUMADOR DE LA FE"


Preguntas: ¿Cuál es el significado de "el autor y consumador de la fe"? (Hebreos 12:2). ¿Hay alguna diferencia, y cuál es, si es que hay alguna, entre las palabras "Fe de Cristo" o "del Hijo de Dios" y "Fe en Cristo Jesús? ¿Tiene 1ª. Pedro 1:21 alguna relación con este tema?

Respuesta: Se habla aquí (Hebreos 12:2) del Señor como Aquel que había corrido toda la carrera de la fe como un Hombre en la tierra, hasta que Él se sentó a la diestra del trono de Dios. La nube de testigos del capítulo 11 de la epístola a los Hebreos podía llenar el pequeño sitio de ellos en la carrera de la fe, y ser un estímulo para aquellos que estaban llamados a andar en el mismo principio; pero hubo Uno que había andado todo el recorrido, desde el principio hasta el final del camino. Si los padres habían confiado en Dios y fueron libertados, Él clamó y no fue oído. Todo — incluso la copa de la ira — debía ser vaciada hasta el fondo antes de que llegase la respuesta. Él esperó a los que le podían consolar, y no halló ninguno — Sus amigos traicionan — Sus discípulos huyen; Pedro le niega; Abandonado por Dios, porque fue hecho pecado, Él camina con paso resuelto la senda de fe, mirando hacia adelante al gozo que estaba puesto delante de Él, hasta que se sentó en lo alto—como el 'Capitán', o el 'líder', o "el consumador de la fe." Nosotros Le contemplamos con determinación y no sólo somos alentados, como por los otros testigos, sino que somos sustentados y fortalecidos en la carrera que está puesta delante de nosotros. Al contemplarle a Él, el hombre nuevo está en vigor y actividad, y los pesos y los pecados que acosan se dejan a un lado con facilidad.
         "Autor" en este pasaje, es la misma palabra traducida como "Capitán" en Hebreos 2:10 (KJV1769) y como "Príncipe" en Hechos 3:15 (NTPESH) y 5:31 (RVR60).
         Con respecto a la pregunta: ¿Hay alguna diferencia, y cuál es, si es que hay alguna, entre las palabras "Fe de Cristo" o "del Hijo de Dios" y "Fe en Cristo Jesús? Respondo que las expresiones son sustancialmente las mismas. Hay, sin embargo, un bello matiz de diferencia. En Gálatas 2: 16, 20, tenemos la manera característica por la cual somos justificados, y por la cual vivimos — a saber, 'sobre el principio de la fe' siendo Cristo el objeto de ella — en contraste con "las obras de la ley." De modo que nosotros vivimos por "fe" en el "Hijo de Dios", como el objeto y motivo y manantial de nuestra vida.
         En Gálatas 3: 2, 6 — La "fe" es aquí el objeto del argumento del apóstol, en contraste con "la ley" — siendo Cristo Aquel que es el objeto de esta fe.
Por último, 1ª. Pedro 1:21 no tiene relación alguna con este tema.

F. G. Patterson
Traducido del Inglés por: B.R.C.O.

EL CAMINO HACIA LA GLORIA (Parte III)

LA SALVACIÓN POR LA FE


¿A quién le es ofrecida esta gracia? Al pecador perdido. Si lo es al pecador perdido, lo es a todos, puesto que todos somos pecadores. “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”, dijo Jesús (Lucas 5:31­32). Si usted no está convencido de su culpabilidad ante Dios, si no está horrorizado ante la perspectiva del juicio por venir, está rechazando ese mensaje como si no le fuese dirigido.
Quizá piensa usted que no tiene ninguna necesidad. No podemos más que advertirle de forma apremiante que su camino de propia justicia le conduce a la perdición. Póngase, pues, a la luz de Dios y véase tal como es. Cambie de dirección, arrepiéntase mientras aún hay tiempo.
Pero si usted acepta el veredicto de Dios en el sentido de que está usted muerto en sus delitos y pecados (Efesios 2:1), apartado de la fuente de vida, entonces escuche también su proclamación de gracia.

«¿Y qué debo hacer -preguntará usted- para obtener su perdón?» ¿Qué hacer? Nada. No podemos hacer nada; sólo tenemos que creer. La gracia es un don libre que no requiere nada a cambio (Romanos 4:3-5). «Hacer» es el vocablo del hombre orgulloso, quien no quiere convenir en que su incapacidad es total y querría añadir algo de él mismo a la obra perfecta de Dios. «Creer» es, por el contrario, el vocablo de Dios, quien repite incansablemente: «¡Cree! ¡Cree solamente!».
-    “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).
-    “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9­10).
-    “El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Juan 3:36).
-    “Por medio de él (Jesús) se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:38-39).
-    “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28).
-   “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16).
-    “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no (proviene) de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
-   “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1).
Jesús mismo afirma:
-    “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
-    “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47).
-    “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna” (Juan 6:40).
Tal es la simplicidad del Evangelio, el que es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).
¿Tiene usted todavía algunas dudas? Escuche la conclusión que el apóstol Juan da a su evangelio: “Pero éstas” -todas las cosas que Jesús ha hecho y dicho- “se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31); y aquella que da a su epístola: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13).
Evidentemente, creer en Jesús, creer “en su Nombre”, no es solamente tener por verdadero que vivió en la tierra, que murió en la cruz, y admitir el pensamiento general de que ello fue para salvación del mundo; es poner en él toda su confianza; es apropiarse para sí mismo lo que él es y lo que hizo; es aplicar a su propia condición de pecador perdido el valor de Su sacrificio, la virtud de su sangre vertida.
¿Qué precio tienen, para el alma sedienta de perdón, las declaraciones tan claras de la Palabra respecto a la eficacia de la sangre de Cristo?
-    “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
-    En Jesucristo, el Amado, “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).
-    “Fuisteis rescatados... con la sangre preciosa de Cristo” (1 Pedro 1:18, 19).
-    “La sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas” (Hebreos 9:14).
La sangre vertida es la vida quitada, es la muerte. La virtud de la sangre de Cristo, la eficacia de su muerte es ésta: por su sangre somos purificados de todo pecado, justificados, redimidos. Es la parte segura de todos aquellos que creen; “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre” (Romanos 3:24, 25).
Ojalá pueda usted unir de todo corazón su voz al himno de todos los redimidos: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre. A él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:5, 6).

VIDA DE AMOR (Parte IX)

VICTORIA DEL AMOR (continuación)



Esto trae a la luz otra verdad, a saber, que tan sólo el carácter cristiano permanece. Los dones son de la esencia del carácter, pero se afirma que nada permanece como la fe, la esperanza y el amor. Debemos creer que estos tres son, en cierto sentido, una descripción com­pleta de nuestro estado perdurable. En este versículo Pablo ha hallado una fórmula absolutamente completa y satisfactoria para el carácter cristiano “la fe, la espe­ranza y el amor”, con el amor en el lugar del honor. ¿No es esto la síntesis del cristianismo? Lo que sig­nificaban las virtudes cardinales, justicia, virtud, pru­dencia y templanza, para la antigüedad pagana; lo que la libertad, igualdad y fraternidad significaban para los revolucionarios franceses; lo que los derechos del hom­bre significaban para los fundadores de la República Norteamericana; lo que los tres grados en la ascensión espiritual, purificación, iluminación, unión con Dios, han significado para los místicos de todas las edades y naciones; también han significado y significan la fe, la esperanza y el amor para todos los Cristianos. La imita­ción de Cristo significa la vida de fe, la vida de esperanza y la vida de amor.
La fe, la esperanza y el amor perdurarán después que todas las otras cosas hayan pasado. A las puertas de la muerte dejaremos para siempre todas las otras ar­mas de las cuales Dios nos ha provisto para combatir por El, los dones y todas las demás capacidades para el servicio, pero llevaremos a través de esas puertas el ca­rácter moral y espiritual que la lucha de la vida ha des­arrollado en nosotros, y los tres elementos constitutivos del carácter cristiano son la fe, la esperanza y el amor. Pero el amor recibe una corona eterna; pues él es espe­ranza y virtud de fe, el que todo lo espera, todo lo so­porta, todo lo cree.
Ahora nos volveremos a la última gran verdad de este pasaje. Hemos considerado la excelencia y la per­manencia de las tres virtudes; la tercera es que “el ma­yor de ellos es el amor
Tenemos en este capítulo grados de valor; algunos dones son más grandes que otros. La fe, la esperanza y el amor son más grandes que los dones; y el amor es más grande que la fe y la esperanza. Pablo no dice que de estos tres el amor es más durable; no lo es, porque todos los tres permanecen, pero el amor es el mayor, no tan solo más grande que las cosas pasajeras, pero tam­bién el mayor de las cosas permanentes; no tan sólo la cosa más grande en la tierra, pero también la cosa más grande en la eternidad. Y naturalmente preguntamos ¿en qué es el amor más grande que la fe y la esperanza? En tres aspectos, por lo menos. Primero, porque mientras la fe y la esperanza son medios para alcanzar un fin, el amor es un fin en sí mismo. La fe y la esperanza son medios para el logro, pero el amor es lo que se ha lo­grado. La fe y la esperanza pertenecen a la carrera, pero el amor es el premio. No podemos descansar en la fe y la esperanza, sin ser menguadas, porque si eso fuera posible nuestra vista estaría puesta en el medio y no en el fin. Pero podemos y debemos descansar en el amor, pues en esto Dios mismo descansa.
Pero hay otra razón, porque contrariamente a la fe y la esperanza, el amor es sacrificante. No ejercemos y no podemos ejercer la fe y la esperanza eficazmente para otros, sino tan solo para nosotros mismos. Sin duda, por medio de la fe y la esperanza ejercemos una influencia más allá de nosotros mismos individualmente, pero son principalmente para nosotros. Nuestra fe y esperanza en Dios nos traen provecho espiritual, pero el amor es para otros. Nosotros mismos lo necesitamos, pero lo obtene­mos y lo conservamos tan sólo en la medida que lo damos. No podemos dar a otros nuestra fe y esperanza, pero po­demos darles nuestro amor. Por esta razón también el amor es supremo.
Pero hay otra razón, a saber, que la fe y la espe­ranza no son de la esencia divina; el amor lo es. No po­déis describir a Dios en términos de fe y esperanza. Dios, el que todo lo sabe, no cree; y Dios, el que todo lo po­see, no espera. Pero podéis describir a Dios en términos de amor — “Dios es amor”. La fe y la esperanza son algo para poseer, pero el amor es algo para ser. La fe trae la vida, la esperanza se extiende hacia la plenitud de la vida, pero el amor es vida. El amar es comprender el último significado de la vida y alcanzar su último ar­bitrio. El amor es la palabra clave de toda religión. No hay nada en todo el credo cristiano que no pueda ser interpretado por medio de él y en términos de él. Nin­guno habrá leído bien la Palabra de Dios al mundo en la carrera de Cristo Su Hijo hasta que sepa y sienta que su mensaje es que el amor es supremo.
Esta canción de amor es, pues, literatura perdurable y también verdad inmortal, y se resume en esto: “Cual­quiera que ama es nacido de Dios” — si amamos, Dios permanece en nosotros — “El que vive en amor, vive en Dios, y Dios en él”. Por lo tanto, amemos.
Una palabra final: en el cp. XIV. 1, una norma es prescrita. Es una lástima que la exhortación está separada del capítulo principal. Le pertenece esencialmente. Des­pués de aquel cántico de amor, el inspirado apóstol di­ce, “Seguid el amor”. Si se pregunta por qué debemos hacerlo, todo el capítulo XIII es la respuesta. Debemos seguir el amor porque el poseer amor, aun cuando no sea acompañado por dones, es el bien supremo. Debe­mos seguir el amor porque, aunque todos los dones de­ben cesar, el amor permanece. Y debemos seguir el amor porque, aun de aquellas cosas que son permanentes, el amor es el mayor.
Y si se pregunta ¿Cómo podemos seguir el amor? la única contestación es, practicándolo. Si preguntáis, ¿Cómo podemos practicar un amor como éste? se nos recuerda que el amor de Dios es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Alguien dijo, “Pero este tema de amor no es el mensaje de Keswick”. ¡Dios tenga misericordia de Keswick, si eso es cierto! “El amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” — eso nos trae nuevamente al mismo centro de todas las cosas, la manifestación de Dios en Cristo y el engendrar de la semejanza de Cristo en el alma humana por el Espíritu Santo, y Su obra suprema es la de derra­mar este amor en nuestros corazones, para que con él amemos a Dios, nuestro Creador, Redentor, Salvador y Soberano, y unos a otros.
Permitidme terminar con una narración sencilla. Mi amigo, Samuel Chadwick, ahora en la presencia del Se­ñor, contó esta historia.
Un día, en la estación de Leeds, entré en la sala de espera. Había un hombre en la sala, que estaba recos­tado contra la repisa y parecía estar afligido. Samuel Chadwick se acercó a él y, observando que estaba llo­rando, le dijo: “Mi amigo ¿ha sufrido usted alguna des­gracia?” Le contestó, “No precisamente”. “¿Qué le pa­sa?” “Bueno”, dijo, “mi hermano y yo habíamos aho­rrado un poco de dinero y decidimos emprender una pe­queña industria, así que fuimos a lo de Crossley y com­pramos un motor a gas y lo instalamos en nuestro esta­blecimiento. Después de trabajar unos dos años hallamos que estábamos perdiendo dinero; el motor no era bastante potente para el trabajo, así que decidimos volver a la casa y explicarles la situación. Contamos a la persona que nos atendió lo que sucedía — estábamos perdiendo dinero, el motor no era bastante potente. ¿Qué se podía hacer?”
“¿Recibieron el motor que pidieron, no es así? “Sí” “Temo que no podemos hacer nada más”.
Salieron del escritorio y de paso se encontraron con Francisco Crossley. Se dirigieron a él y le contaron lo que sucedía. Les llevó de nuevo a su escritorio, obtuvo todos los detalles, luego dijo, “Ahora bien, colocaré un motor en su establecimiento adecuado para el propósito, y si me hacen saber lo que han perdido con ese motor inadecuado durante estos dos años, se lo reembolsaré” Y el hombre lloró otra vez. Dijo, “Señor, hoy he visto a un hombre que es semejante a su Jesucristo, y me ha conmovido”.
“Carísimos, amemos”.