jueves, 1 de febrero de 2018

DOCTRINA: CRISTOLOGÍA (Parte XXV)

Muerte, Resurrección y Ascensión.
Ascensión y exaltación.



I.             Introducción
La ascensión del Señor Jesucristo es un hecho histórico. Esta está muy vinculada a la Resurrección, que, si se niega esta, entonces su ascensión también debería negarse. La verdad es que es difícil para algunas personas aceptar este hecho, ya que contraviene las leyes naturales, pero si hemos aceptado como verdadero todos los demás hechos de su vida; y tenemos el testimonio de su resurrección como algo que sucedió realmente, entonces por fe aceptamos que Él se encuentra glorificado a la diestra del Padre Celestial. Esta verdad es corroborada por los evangelios, el libro de los Hechos, las epístolas, Apocalipsis y profetizado en el Antiguo Testamento; y creerlo como cierto parte de nuestra doctrina.

II.           El Hecho
         Esta doctrina enseña que “después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios” (Hechos 1:3). En este periodo no fue tiempo perdido como nos muestra el pasaje citado, sino de plena enseñanza “acerca del reino de Dios”. Y esto duró hasta que llegó o se cumplió el tiempo para que él volviese de donde vino. “Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. (Hechos 1:9). En cielo Él ocupó su lugar, es decir, está “sentado a la diestra de Dios” (Colosenses 3:1; Hebreos 10:12; Marcos 16:19). Revisen también los siguientes pasajes: Lucas 24:51; Hechos 1:9, 11; Efesios 1:20; 1 Timoteo 3:16; Filipenses 2:9.

III.    El significado de la ascensión y exaltación.
Citamos a William Evans[1]:
«Cuando hablamos de la ascensión de Cristo nos referimos a aquel hecho en la vida de nuestro Señor resucitado por el cual se separó visiblemente de sus discípulos para ir al cielo. Este hecho está relatado en Hechos 1:9-11: “Este mismo Jesús que ha sido tomado desde vosotros arriba en el cielo,” etc.
La exaltación de Jesucristo significa aquel hecho de Dios por el cual el Cristo resucitado y ascendido recibe el lugar de poder a la diestra de Dios. Fil. 2:9: “Por lo cual Dios también le ensalzó a lo sumo, y dióle un nombre que es sobre todo nombre.” Efes. 1:20, 21: “La cual obró en Cristo, resucitándole de los muertos, y colocándole a su diestra en los cielos, sobre todo principado y potestad.” Véase también Hebreos 1:3.»

IV.   Hechos Importantes que ocasionó la ascensión y exaltación
Este hecho puso fin oficial al ministerio de Cristo en la Tierra. El Hijo de Dios vino a cumplir una obra específica en la tierra con el fin de revelar al Padre y a él como el Verbo Divino; de modo que él sería el único mediador Divino entre Dios y el hombre (Juan 16:28; cf.  13:13).  Y dio origen a Su exaltación. Trenchard escribe al respecto: “De este modo [el Padre] anula el veredicto adverso del Sanedrín, tribunal que condenó al Príncipe de vida, haciéndole clavar en la cruz de Barrabás”[2]. La ascensión declara el triunfo de Cristo y su exaltación a la diestra del Padre, teniendo todo el poder y gloria que antes de la encarnación había tenido. “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís”. (Hechos 2:32, 33). “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.” (Ap. 3:21).  Dios le revistió de nueva gloria como Cabeza triunfante de la raza humana (Hechos 2:24-36; 3:13; Filipenses 2:8-11; Hebreos 1:3; 2:9). La Ascensión inaugura esta doble gloria del Dios-Hombre.
También marca el inicio del Ministerio como sumo sacerdote. (Hebreos 2:17,18; 4:14-16;5:1-10;6:20;7:24-28; 1 Juan 2:1,2). E Indica el comienzo del reino espiritual del Hijo de Dios como Rey-Sacerdote, cuyo fin será la victoria sobre sus enemigos (Salmo 1104; Hebreos 10:12, 13; 1 Corintios 15:24-28). Inaugura el periodo de Gracia y la obra del Espíritu Santo. (Juan 16:7). Cristo había dicho que Él debería irse para que viniese el “otro Consolador” (Paracletos; Juan 14:16), el cual tiene una misión específica que realizar (Juan 14:26; Juan 16:8). Promesa que se cumpliría diez días después de su ascensión (Hechos 2:1-4).
Su ida, de igual modo, se relaciona con su segunda venida. Los ángeles les declararon a los discípulos que estaban mirando al cielo viendo con nostalgia como el Señor era ascendido: “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11 comparemos con 1 Tesalonicenses 4:13-17).

V.           Testimonios.
                En el Antiguo Testamento encontramos atisbos de este hecho portentoso. David profetizaba cuando escribió: “Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre.” (Salmo 16:10, 11). También dice David: “Subiste a lo alto” (Salmo 68:18); y además dice: “Tú eres sacerdote para siempre... El Señor está a tu diestra” (Salmo 110:4, 5).
El Testimonio del propio Salvador nos revela que tenía pleno conocimiento de lo que sucedería con él después que resucitase: “Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lucas 9:51).  “¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?” “Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.  (Juan 6:62; 16:28)
En los evangelios encontramos distintas referencias a este hecho: Véase Marcos 16:19; Lucas 24:51; Hechos 1:9-11. El Libro de los Hechos relata cuando Esteban era martirizado, vio a su Señor glorificado a la diestra del Padre (Hechos 7:55, 56).
         Los apóstoles Pedro, Pablo y Juan nos dejaron su testimonio en sus cartas o en sus predicaciones.  Véase I Pedro 3:22; Hechos 3:15, 20, 21; 5:30, 31. Romanos 8:34; Efesios 1:20, 21; 4:8-10; Colosenses 3:1; I Timoteo 3:16. Apocalipsis 1:1-20.

VI.         La naturaleza de la Ascensión y Exaltación de Jesucristo.
La ascensión dio origen a una serie de hechos que lleva a la exaltación del Hijo al lado derecho del Padre para co-regir en conjunto esta humanidad. Desglosemos un poco los hechos de este periodo, para visualizar este proceso de glorificación del Señor Jesucristo. 
(1)  Encontramos que su ascensión fue vista por sus discípulos hasta que una nube le ocultó de la vista de ellos (Hechos 1:1, 2; 9-11). Y el autor de la carta a los hebreos completa lo que los apóstoles no pudieron ver: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.” (Hebreos 4:14).
(2)  Él fue hecho más sublime que los cielos. O en palabras de Pablo: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre…”. Esto significa que Él fue hecho más alto que todos los seres creados en los cielos, en la Tierra y debajo de la tierra; y todo ser deberá doblar su rodilla ante Él y confiesen que Él es el Señor (Hebreos 7:26; Filipenses 2:9).
(3)  Se sentó a la diestra de Dios (Hebreos 8:1; Efesios 1:20; Colosenses 3:1).

VII.        La necesidad de la Ascensión y Exaltación de Cristo.
¿Por qué era necesario que el Señor ascendiera y fuera exaltado? En la Escritura encontramos algunas razones que debemos tener en consideración:

(1)    Era necesario que el Hijo volviese al Padre, para que el Espíritu Santo fuese enviado por el Padre para que comenzase su obra en el mundo, convenciendo de pecado, justicia y juicio (Juan 16:8).
(2)    Para demostrar que su obra estaba completa. “A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. (Hechos 5:31). También leamos Hebreos 10: 9, 10 para reforzar esta consideración.
(3)    Para facilitar la adoración humana, de modo que Cristo fuese el objeto ideal de culto (Véase Juan 4:23, 24; Filipenses 2:10, 11).
(4)    Para ser Cabeza de la iglesia. “y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” (Ef. 1:22, 23).

VIII.      El Objetivo o propósito de la Ascensión y Exaltación.
A continuación, anotamos algunas de las razones que encontramos que tenía como objetivo que el Señor se fuese a su hogar:
(1)     El entró en el cielo como nuestro Precursor. (Hebreos. 6:20). La idea que hay detrás de esta frase es que Él señala el camino que debe seguir el cristiano.
(2)     Él entró en los cielos para tomar su lugar a la diestra del Padre, de modo que su obra llegue a todas las personas (Efesios 4:10).
(3)     El entró al cielo para dar dones (Efesios 4:8, 11). La idea implícita en este versículo es del general que reparte los despojos de la batalla a sus soldados.
(4)     Él fue al cielo para preparar lugar para los suyos (Juan 14:2, 3).
(5)     Para presentarse a nuestro favor delante de Dios (Hebreos 9:24).

IX.         El ministerio actual de Cristo
No porque haya cumplido el propósito de su venida a este mundo y haya ascendido, sentándose a la diestra del Padre, esté descansando. Por el contrario, está en completa actividad:
(1)  Cristo está orando por su pueblo, para garantizar la seguridad de su salvación (Hebreos 7:25); asegurar la comunión con Dios (1.a Juan 2:1); y es un poderoso protector (Juan 17:15).
(2)  Como ya lo hemos indicado, está preparando un lugar para nues­tra habitación eterna (Juan 14:3).
(3)  Cristo está ahora edificando la Iglesia que es su cuerpo (Mateo 16:18).
(4)  Como Cabeza de la Iglesia, tiene el debido control de todas actividades que ha delegado a los suyos (Efesios 4:8, 11).
(5)  Contesta nuestras oraciones (Juan 14:14); y da ayuda a quienes la solicitan (Hebreos 4:16; 2:18).
(6)  Él es la fuente de nutrición de los suyos para que estos den fruto abundante (Juan 15:1-16).

Los futuros ministerios de nuestro Señor los estudiaremos cuando veamos los temas de escatología. Reseñamos los siguientes puntos:
(1)  su venida para recoger a los suyos en el rapto de la Iglesia (1.a Tesalonicenses 4:13-18),
(2)  el derramamiento de la ira del Cordero sobre la Tierra durante el período de la tribulación (Apocalipsis 6:16-17),
(3)  la vuelta del Rey de reyes y Señor de señores para gobernar este mundo con vara de hierro (Apocalipsis 19:11-16),
(4)  y su Reino eterno, primero en el reino milenial y luego para siem­pre.

Conclusión del tema.
         A pesar de que el mundo (1 Juan 2:18; 4:3) quiere por todos los medios negar a Jesús, es decir, apagar su luz (cf. Juan 8:12; 9:5; 12:46). A través de la historia han apareciendo diferentes grupos religiosos no ortodoxos que han establecido características que no eran propias de él, que no estaban descritas en la Escritura. O han aparecido suplantadores hombres que mueren y no resucitan que tienen miles de seguidores que lo único que hacen es apropiarse de sus bienes y condenarlos a la perdición eterna. Otros creen haber encontrado sus huesos y los de su “esposa” en una tumba oculta por el tiempo … Otro grupo de persona que lo ha rebajado a “un dios” (vea la versión de ellos de Juan 1:1) como piensan los neo-arrianos, los mal llamados “Testigos de Jehová”. Podríamos seguir agregando ejemplos de las tergiversaciones que el enemigo de Dios ha estado creado para esconder la Verdad: que él es un ser derrotado y que tiene muy poco tiempo, ya que Dios tiene fijado una hora determinada para que llegue la consumación de los siglos.
         Nos hemos tomado más de un año en completar nuestro estudio sobre el tema de Cristología. Sólo hemos raspado un poco de esta inmensa montaña que es el Señor Jesucristo, su vida y su obra. Nunca fue la idea demorarnos tanto, sino que a medida que entrabamos en algún tema, nos dábamos cuenta de que unas pocas palabras no bastaban para expresar todo lo que se quería hablar del tema.
        Por tanto, al estudiar con claridad la doctrina de Cristo, este ejercicio nos permite reforzar nuestra fe, pero por sobre todo nos lleva a conocer a quien Amamos. Estos simples estudios son para iniciarlos, de modo que cada uno pueda profundizarlos. Estamos seguros de que jamás llegaremos a entender completamente la mente y el corazón de Dios de Nuestro Padre y del Señor Jesucristo en cuanto a la obra del Señor Jesucristo y sus alcances. Por más que lo intentemos no podemos, es como si intentáramos trasladar todo el contenido de los océanos de un lugar a otro. 
         Sentimos que hemos dejado abierta la puerta para que los hijos de Dios sigan estudiando acerca de su Señor, Jesús el Cristo.




Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. 
(Apocalipsis 1:5-6)



[1] Las Grandes doctrinas de la Biblia, Editorial Portavoz, Página 106.
[2] Trenchard, Estudio de Doctrina Bíblica, Portavoz, página 175.

COSAS QUEBRADAS

Dios usa para su gloria las personas y las cosas que han sido quebradas o vaciadas.
“Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: el corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” Sal. 51. 17.
Jacob fue lleno de poder espiritual porque su fuerza natural había sido quebrada completamente, Gn. 32. 24-31.
Gedeón y sus trescientos hombres escogidos fueron usados por Dios cuando quebraron los cántaros, manifestando así su luz, y como resultado sus adversarios fueron derrotados. Estos cántaros quebrados nos hablan del quebrantamiento de nosotros mismos.
La viuda pobre vació la única botija de aceite que tenía y así, Dios lo multiplicó para proveerle con que vivir y para pagar sus deudas, 2 R. 4.1-6.
Esther despreció la estricta etiqueta del palacio del rey, despreciando su vida, para obtener la salvación para su pueblo.
Los cinco panes fueron quebrados para el Señor, siendo multiplicados y usado» para dar alimento a una multitud.
María quebró su alabastro de ungüento de nardo espique de mucho precio, rindiendo así un servicio de amor para el Señor, que lo apreció y le alabó.
El Señor Jesús permitió que su precioso cuerpo fuera quebrado por los clavos, la lanza, y las espinas para que saliera de El aquel manantial de vida donde nosotros, pecadores, podemos beber y vivir eternamente.
“Más el que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed: más el agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salté para vida eterna” Jn. 4.14.
Tr. M. de K.,

Contendor por la fe, 1969

¿A qué época se refiere la profecía citada en Hechos 2:17-21?

Respuesta: Se refiere al tiempo después del arrebatamiento de la Iglesia. Habrá dos cosas de las cuales habla el apóstol en este momento; pero Pedro se detiene en la mitad del último versículo que cita. El final de dicho versículo dice que será en Jerusalén (Joel 2:32), y el apóstol no lo dice. De modo que cuando se verificarán estos acontecimientos el Señor tendrá Su reino establecido sobre la tierra, y habrá quienes invocarán Su nombre.
El contexto del capítulo 2 de Joel nos muestra que aquel día es un día de juicio, más "después de esto", dice el Señor "derramaré mi Espíritu sobre toda carne" (Joel 2:28). Habiéndose verificado un juicio en la Cruz, Dios derramó el Espíritu Santo después de la Ascensión. El Señor Jesucristo ha pasado por el juicio, y luego ha derramado su Espíritu sobre y en los que creen en Él (Hechos 2: 2-4). Zacarías 10:1 habla de la segunda lluvia en la "estación tardía". Es cuando el Espíritu será derramado por segunda vez.
Primeramente, a los diez días de haber ascendido el Señor al cielo (Hechos 1:9 y cap. 2), y después cuando saldrá para juzgar a su pueblo (Israel) y al mundo. Así pues, con excepción de Pentecostés, no habrá otro derramamiento del Espíritu en la presente economía de la gracia, la cual terminará pronto cuando venga el Señor a recoger a su amada Iglesia.
W. J. L.
Revista "VIDA CRISTIANA", Año 1956, No. 23.-

SEGUNDO CENSO DE LOS HIJOS DE ISRAEL

Números 26:1-65


Aquí tenemos la segunda enumeración de los hijos de Israel, cuando están a punto de entrar en la tierra prometida. ¡Cuán triste es considerar que de los seiscientos mil hombres de guerra que fueron enumerados al principio, solamente dos habían sobrevivido, Josué y Caleb! Los cuerpos de todos los demás “cayeron en el desierto”. Dos hombres de fe sencilla quedaron para recibir la recompensa.
¡Cuán solemne y lleno de instrucción es todo ello! La incre­dulidad impidió a la primera generación de entrar en el país de Canaán, y la hizo morir en el desierto. Este es el hecho sobre el cual el Espíritu Santo funda una de las exhortaciones y advertencias más apremiantes que puedan encontrarse en todo el Libro inspirado. ¡Escuchémosle! “Por lo cual... mirad, hermanos, que en ninguno de vosotros haya corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice ‘Hoy’, porque ninguno de vosotros se endurezca con engaño de pecado. Porque participantes de Cristo somos hechos, con tal que conservemos firme hasta el fin el principio-de nuestra confianza; entretanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. Porque algunos de los que habían salido de Egipto con Moisés, habiendo oído, provocaron; aunque no todos. Mas ¿con cuáles estuvo enojado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que no obedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de su incredulidad. Tenemos, pues, que, quedando aún la promesa de entrar en su reposo, parezca alguno de vosotros haberse apartado. Porque también a nosotros se nos ha evangelizado como a ellos; mas no les aprovechó el oír la palabra a los que oyeron sin mezclar fe (Heb. 3: 12-19; 4: 1 y 2).
Aquí está el gran secreto práctico: la Palabra de Dios mez­clada con la fe. ¡Preciosa mezcla! ¡Cosa única que puede ser de provecho a cada uno! Podemos oír mucho, hablar mucho, profesar mucho; pero es lo cierto que la medida del verdadero poder espiritual, poder para allanar las dificultades, poder para vencer al mundo, poder para adelantar, poder para apropiarnos lo que Dios nos concede, la medida de este poder es simplemente la de la mezcla de la palabra de Dios con la fe. Esa palabra está establecida para siempre en los cielos; y si ella está fijada en nuestros corazones por la fe, hay un lazo divino que nos une al cielo y a cuanto con él se relaciona; luego, en la propor­ción en que nuestros corazones estén así unidos al cielo y a Cristo que está allí, estaremos prácticamente separados del presente siglo, librados de su influencia. La fe toma posesión de todo lo que Dios ha dado. Ella penetra adentro del velo; ella se sostiene como viendo al invisible; se ocupa de lo que es invisible y eterno, no de lo visible y temporal. El hombre piensa que los bienes de la tierra son seguros; la fe no conoce nada seguro sino Dios y su Palabra. La fe toma la palabra de Dios y la oculta en lo íntimo del corazón, y la conserva como un tesoro escondido, la única cosa que merece ser llamado un tesoro. El feliz poseedor de ese tesoro se vuelve enteramente independiente del mundo. Puede ser pobre en cuanto a las riquezas de este mundo perecedero; pero si es rico en fe, posee indecibles rique­zas, “los bienes permanentes y la justicia”, “las riquezas inson­dables de Cristo”. Si quieres creer lo que Dios dice, y creerlo porque Él lo dice, —esto es la fe—, posees entonces realmente un tesoro que hace a su poseedor completamente independiente de la tierra, en la cual los hombres no andan más que por la vista. Hablan de “lo positivo” y lo “real”, en otras palabras, de lo que pueden ver y palpar. La fe no conoce de positivo y real, sino sólo la Palabra del Dios vivo.
Pues bien; fue la ausencia de esa fe bendita que detuvo a Israel fuera de Canaán, y fue la causa de que seiscientos mil hombres cayeran en el desierto. Es también la ausencia de esa fe que tiene a millares de hijos de Dios en la esclavitud y en las tinieblas, cuando debieran andar en la luz y la libertad; que les tiene en el abatimiento y en la tristeza, cuando debieran andar en el gozo y el vigor de la plena salud de Dios; que les tiene en el temor del juicio, cuando debieran andar en la espe­ranza de la gloria; que les tiene en la duda de si escaparán de la espada del exterminador de Egipto, cuando debieran alimen­tarse con el trigo de la tierra de Canaán.
Que el Señor derrame su luz y su verdad, a fin de conducir a sus hijos al goce de la plenitud de su parte en Cristo, para que tomen su verdadera posición, rindiendo al mismo tiempo fiel testimonio mientras aguardan su gloriosa venida.
Tomado del Libro “Estudios sobre el libro de LOS NUMEROS”

MEDITACIÓN

“Maldecid a Meroz, dijo el ángel de Jehová; maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová, al socorro de Jehová contra los fuertes” (Jueces 5:23).


El Cántico de Débora da cuenta de una maldición pronunciada contra Meroz por no acudir en ayuda del ejército de Israel cuando combatía contra los cananeos. La gente de Rubén también tiene parte en esta palabra fulminante; tenían buenas intenciones, pero nunca dejaron sus apriscos. Galaad, Aser y Dan comparten esta deshonra por no haber intervenido.
Dante dijo: “Los lugares más calientes del infierno están reservados para aquellos que permanecen neutrales en épocas de gran crisis moral”.
Los mismos sentimientos encuentran eco en el libro de Proverbios donde leemos: “Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro de muerte. Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿Acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, él lo conocerá, y dará al hombre según sus obras” (Proverbios 24:11-12). Kidner comenta: “Es el asalariado, no el verdadero pastor, el que pone como pretexto las malas condiciones (v. 10), lo imposible de la tarea (v. 11) y la excusable ignorancia (v. 12); pero el amor no se apacigua fácilmente, como tampoco el Dios de amor”.
¿Qué haríamos si una gran ola de antisemitismo barriera nuestro país, y el pueblo judío fuera apiñado como manadas en campos de concentración, introducido en cámaras de gas y luego echado a los hornos? ¿Arriesgaríamos nuestras propias vidas para otorgarles asilo?
O si algunos de nuestros compañeros cristianos fueran perseguidos y fuera un delito capital darles cobijo, ¿les daríamos la bienvenida en nuestras casas? ¿Qué haríamos?
Tomemos un caso menos dramático, pero más contemporáneo. Supongamos que eres el director de una organización cristiana donde un fiel empleado está siendo acusado injustamente para satisfacer el capricho de otro director que es rico e influyente. Cuando se toma el voto final, ¿te quedarías con las manos cruzadas y permanecerías callado?
Supongamos que hubiéramos formado parte del Sanedrín cuando Jesús fue juzgado o en la Cruz cuando fue crucificado. ¿Habríamos permanecido neutrales o nos habríamos identificado con él?
“El silencio no siempre vale oro; algunas veces es tan solo simple cobardía”.

VIDA DE AMOR (Parte II)

II. PREEMINENCIA Y VALOR DEL AMOR (1 CORINTIOS XIII 1-3)



Ahora, volviéndonos a este himno de amor, notad que se divide en tres partes principales.
Los versículos 1 a 3 demuestran la preeminencia del amor; los versículos 4 a 7 detallan sus prerrogativas; y los versículos 8 a 13 declaran su permanencia. La pri­mera parte revela el valor del amor; la segunda parte revela su virtud; y la tercera parte afirma su victoria.
En la primera estrofa hay una visión de la vida sin amor; en la segunda hay una visión de amor como el se­creto y la fuerza del carácter; y en la tercera hay una vi­sión del amor como la meta de la vida.
Consideramos ahora la primera de estas tres divi­siones.
Primeramente, en los versículos 1 a 3, hallamos la preeminencia del amor. En estos versículos, como hemos dicho, tenemos una visión de la vida sin amor. Se nos dice que contemplemos una vida colmada de poderes y servicios, de los cuales uno apenas se atreve a soñar y, no obstante, por falta de amor, todo es vano y vacío. Aquí el reflector del amor es dirigido sobre los grandes poderes de emoción, de intelecto y de voluntad del hom­bre, y cada uno de éstos en su óptimo grado se demues­tra ser sin valor, careciendo de amor. Estas cualidades se distinguen en la declaración por la frase “mas no tengo amor” repetida en los versículos 1, 2 y 3.
Ante todo, pues, se declara que el amor debe ser supremo en el corazón humano. “Si hablo las lenguas de los hombres y de los ángeles, *mas no tengo amor, vengo a ser metal que resuena, o címbalo que retiñe”. El amor debe estar en posesión de toda nuestra naturaleza emoti­va. “Hablando diversas lenguas” es la expresión, según el contexto, de un éxtasis de gozo, de palabras pronun­ciadas bajo la más fuerte emoción. Por un momento el apóstol se imagina poseer este don en su forma más ele­vada y en el mayor grado. Habla “las lenguas de los hombres y de los ángeles”; emplea el lenguaje de exce­lencia tanto terrestre como celestial; usa la medida de ex­presión más amplia y más plena imaginable, y esto como indicativo de la más elevada y más intensa emoción.
Sin embargo, dice, un don semejante, no acompaña­do de amor, hace que su ejercicio sea sin ningún valor, pues este hombre talentoso pero desamorado no es más que “metal que resuena”, o un “címbalo que retiñe”. Aunque el ejercicio de este don incluyera todo lo que ambos mundos pudiesen expresar de grande y glorioso, con todo, sin amor para armonizarlo, resultaría sola­mente disonancia áspera y sin sentido. El poder de ex­presión no es determinado por la extensión del vocabu­lario de un hombre, sino por la grandeza de su corazón.
Poesía, sentimentalismo y retórica no pueden com­pensar la ausencia de divino amor. Podríamos tener, si fuera posible, la boca de un Demóstenes o de un Crisóstomo, con todo, si fuera sin el Espíritu de Cristo, no tendríamos éxito. ¿De qué sirve la elocuencia sin amor? El don de la palabra no es solamente inútil, sino peli­groso, si no es acompañado por amor. El amor es el único lenguaje que tiene un significado universal y, co­mo la naturaleza, no necesita de palabras. El lenguaje sin amor es ruido sin melodía; es el rechinar de un batintín y no la música de un órgano. La charla es inútil sin caridad, así como el sonido sin alma. El lenguaje pue­de llamar la atención, pero tan sólo el amor puede satis­facer el corazón. Jesús dijo: “El primer mandamiento de todos es, Amarás...”, y Pablo dice que eso es la suma de todos los mandamientos y el cumplimiento de la ley.
En segundo lugar, se Nos dice que el amor debe ser supremo en la mente. “Si tengo el don de profecía, y entiendo todos los misterios y toda la ciencia; y si tengo toda la fe, como para trasladar montes, pero no tengo amor, nada soy”.
Es decir, que el amor debe tener el gobierno de nuestras facultades intelectuales. Ahora, observad aten­tamente, las cuatro cosas aquí mencionadas, cosas que atañen a nuestra actividad intelectual, más bien que emo­tiva o volitiva. Por “profecía” se entiende el poder de interpretar y declarar. Un profeta es uno que interpreta la vida a los hombres en los términos de su significado eterno, así que la profecía significa en realidad facultad inspirativa. Por “misterios” debemos entender la pene­tración de secretos divinos, el conocimiento de lo espiri­tual. Por “ciencia” se entiende inteligencia en la verdad; y por “fe” la cualidad que nos da el dominio sobre las dificultades de la vida, firmeza de creencia.
Otra vez el apóstol se imagina poseer cada uno de estos dones en su perfección ideal, percibir todos los con­sejos de Dios, poder profundizar la verdad, y ejercer toda la fe imaginable y, además, por el poder de inspi­ración, por la profecía o predicación, compartir sus dones con los demás. Sin embargo, dice, con todo esto, si me falta amor “nada soy”.
Balaam demuestra que la facultad de inspiración es posible sin amor. Caifás demuestra que la percepción espiritual es posible sin amor. Judas demuestra que mu­cho conocimiento de las cosas divinas es posible sin amor; y Jacobo y Juan demuestran que cierta clase de fe es posible sin amor. Es tan sólo el amor que hace que estos dones sean de, algún valor real a sus posee­dores. Estas cosas no son despreciables, pero sin amor resultan últimamente sin valor. Tan sólo el amor es la prueba de la vida espiritual y la piedra de toque del carácter cristiano.
Las cosas aquí detalladas son dones, pero el amor es una gracia, y sabemos que podemos poseer dones sin gra­cia, o gracia sin dones. Lo que deberíamos aprender del pasaje que estamos estudiando, es que más vale tener esta gracia sin dones que tener todos los dones sin esta gracia. La ausencia de amor significa egoísmo; y las facultades de inspiración, penetración, conocimiento y fe pueden ser muy egoístas.
La fe sin amor ha hecho mucho para amargar la vida del mundo. Doquiera se halle en la misma vida profundas convicciones y simpatías superficiales, existe la posibilidad de mucha crueldad inconsciente. Fe sin amor podrá remover montañas de su propio camino, solamen­te para colocarlas en el camino de un hermano. El egoís­mo puede ser inteligente, decoroso y aun espiritual. El mundo ha tenido sus profetas desamorados, eruditos desamorados, “pioneers” desamorados, hombres que han tenido poder sin gracia; pero no son éstos los que se recuerdan con cariño y son finalmente coronados.
Se ha hecho esta afirmación solemne: “También en nuestros días se puede ser un teólogo célebre, el instru­mento de poderosos avivamientos, el autor de hermosas obras en el reino de Dios, un misionero de nombradía mundial; no obstante, si en todas estas cosas el hombre (o mujer) es interesado y no es el soplo de amor divino que lo anima a la vista de Dios, será solamente apariencia y no realidad”.
Lo que tal hombre haga puede ser de valor para la Iglesia, pero donde falta amor, no le aprovecha nada a él. El apóstol dice que un tal hombre es “nada”, es de­cir, que su carácter no tiene valor real.
Y, finalmente, en este párrafo que trata de la pre­eminencia y el valor del amor, se nos enseña que el amor debe ser supremo en la voluntad humana. Todo el pasaje es psicológicamente sólido y exacto.
“Y si reparto todos mis bienes para dar de comer a pobres, y si entrego mi cuerpo para que me quemen, mas no tengo amor, de nada me aprovecha”.
El amor debe dominar la facultad de la voluntad. En el versículo 1 la idea tiene relación con nuestro poder emotivo; en el versículo 2, con nuestro poder intelec­tual; y en el versículo 3 con nuestro poder volitivo; y estas son nuestras principales facultades. En el reino del alma, estas deberían cooperar las unas con las otras, pero lo pueden hacer eficazmente tan sólo en la medida que el amor tenga el dominio de todas. Solamente el amor puede armonizar y dirigir nuestras diversas facultades, y tan sólo en la medida que el amor lo hace puede la vida cumplir su verdadero fin.
Ahora bien, aquí se mencionan dos cosas, siendo imposible concebirse nada más extremo en el ejercicio de la voluntad. Estas son, el reparto de todo lo que uno posee, y la entrega de uno mismo a las llamas del fuego. El sacrificio absoluto de la propiedad y de la vida. El apóstol se imagina haciendo este sacrificio, diciendo al mismo tiempo que si estos actos no fueran motivados y dirigidos por amor, no le aprovecharían nada. Puede parecer increíble que sacrificios tales como éstos pudiesen ser hechos por una persona desamorada, sin embargo, eso es lo que el pasaje supone, y no sin cierto fundamento.
Se ha dicho: “No hay ninguno que haya visto alguna vez el acto de dar la limosna en un monasterio o en el patio del palacio de un obispo o arzobispo español o siciliano, donde sumas cuantiosas son desparramadas en céntimos entregados a muchedumbres de mendigos, que no haya sentido la verdad del “Si reparto mis bienes”, casi satírico, del apóstol.
Y en cuanto a la segunda idea, se sabe que esto ha sido hecho. Hay la historia de un tal Sapricius, un cristiano de Antioquía, que, camino al patíbulo, se rehusó a perdonar a su enemigo Nicéforo. Está probado, que un hindú, un budista, en el tiempo de Augusto, se quemó a sí mismo. Quizás el apóstol Pablo haya visto su tumba en Atenas, que llevaba esta inscripción: Zarmochegas, el hindú de Barchogas, de acuerdo con las antiguas costumbres de la India, se hizo inmortal, y yace aquí”.
El significado del pasaje es que es concebible que un cristiano haga el supremo sacrificio impulsado por algún motivo que no fuese el amor. Las acciones en sí mismas no tienen valor intrínseco. Su valor, tanto como manifestaciones de carácter, como de provecho espiritual para el que las realiza, depende enteramente del móvil, y si bien el sentimiento del deber puede ser un móvil digno, el más elevado y más noble es el amor.
La acusación de nuestro Señor contra la Iglesia de Éfeso es una advertencia para todos nosotros: “Conozco tus obras, y tu trabajo y paciencia, y que no puedes sufrir a los malos; … y tienes paciencia, y por amor de mi nombre has sufrido y no te has cansado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor”.
¿Qué, pues, es la vida sin amor? El quíntuplo “si” y el cuádruplo “todos” del apóstol, crean una persona como nunca ha existido, uno que tiene inteligencia sin par, profunda penetración, vastos conocimientos, una fe sin límites y la voluntad de sacrificarse hasta el extremo, sin embargo, dice, si todas estas cualidades se hallaren en una sola persona, si no tuviere amor, lo que hiciere no le aprovechará nada, y él mismo no sería nada. A la vista de Dios todos los dones, sin amor, no tienen valor ninguno, pero el amor, aun cuando no exis­tan dones, es el todo. Por cierto, debemos tener en cuenta siempre que no se hace referencia a la amabilidad natural, o a un espíritu benévolo, sino al amor, que es espiritual, divino e indestructible.
Contemplemos bien la posibilidad de que el amor gobierne todo nuestro corazón, mente y voluntad, dominando todos nuestros sentimientos, pensamientos y elecciones. Luego, entreguémonos a esta sublime dirección y así experimentemos la voluntad de Dios para nosotros, que amemos con todo nuestro corazón, y toda nuestra mente, y todas nuestras fuerzas.