domingo, 1 de septiembre de 2013

ÚLTIMOS PASOS

Mejor es el fin del negocio que su principio (Eclesiastés 7:8)
                                              


            El fin de una carrera es generalmente la parte más difícil. Aparece la fatiga y decae la atención necesaria cuando ésta debe ser más firme. Todo puede decidirse en los últimos pasos. Una caída a pocos metros de la meta puede hacer perder la totalidad de la carrera y hacer vano todo el esfuerzo llevado a cabo hasta allí. Pero a menudo, cuando la meta está a la vista, el corredor toma nuevo aliento y reúne sus últimas fuerzas para cruzar la línea de llegada como vencedor.
            El capítulo 21 del libro de Números nos presenta a Israel llegando al fin de la travesía por el grande y terrible desierto; no tenían más que rodear el país de Edom para alcanzar finalmente la frontera de la tierra prometida, objetivo muy próximo de ese interminable viaje. Sin embargo, allí, cuando estaban llegando, el pueblo se desalentó (o se impacientó) en el camino. ¿Qué sucedió luego?: murmuraron y hablaron contra Dios y contra su siervo. ¿Y cuál fue la causa de esto? Habían descuidado los recursos que Dios les proveía; faltaba el apetito por el maná, al cual estimaban como un “pan liviano”; se quejaban de que no había agua, ¡cuando habría sido suficiente hablar a la Peña para que de ella brotase abundantemente!
Triste estado que predispone a la caída y da ocasión a la serpiente —agente e imagen del enemigo— para hacer morir “mucho pueblo”. Ellos “quedaron postrados en el desierto” (1 Corintios 10:5) cuando estaban a punto de llegar a la tierra prometida. Los esfuerzos de cuarenta años, las privaciones, las largas jornadas, fueron pues completamente inútiles para “los más de ellos”.
La Iglesia, considerada no en su posición celestial, sino en su responsabilidad en la tierra, está en marcha hacia la Ciudad celestial. No hablamos de lo que lleva el nombre de Iglesia a los ojos de los hombres, sino únicamente de los verdaderos hijos de Dios. Muchos de ellos corren el riesgo de ser atacados por la fatiga y el desaliento. Quizá porque se han olvidado un poco de los recursos que tienen a disposición, han dejado de saborear el pan del cielo o han buscado agua en las agrietadas cisternas del mundo, en lugar de hablar a la Roca —Cristo— para pedírsela.
Las necesidades crecen cada vez más y, al mismo tiempo, son cada vez menos sentidas. Entonces se instala la insatisfacción y a ella le sigue la falta de firmeza, con lo cual se corre el riesgo de que la serpiente aproveche para hacer caer a muchos. Al decir esto no ponemos en duda la eterna seguridad del creyente; sabemos que Satanás no puede arrebatar la salvación de nuestras almas; pero si en la última etapa alguno de nosotros sufriese una caída por agotamiento ¡qué triste sería!
Todo manifiesta que estamos a punto de arribar. Llegará un año que será el último para la publicación de estos artículos. ¿Será el corriente? Nuestros predecesores, que ejercieron su ministerio durante las pasadas generaciones, dirigiéndose a ellas, aún hablan estando muertos (Hebreos 11:4).
Escuchémoslos por medio de sus escritos e imitemos el ejemplo de fe que nos han dejado; es nuestro deber para con ellos. No dejemos de saborear la Palabra que nos han enseñado a amar. Y, más que nunca, perseveremos en la oración.
Conscientes de nuestra debilidad, pero también de la inagotable gracia de Dios, miremos —como el pueblo lo hacía en figura— a Aquel que fue levantado en la cruz por amor de nosotros y que ahora, como Autor y Consumador de la fe, alcanzó el fin que se había propuesto, el objetivo que también nosotros alcanzaremos a su debido tiempo, quizá sólo dentro de un instante. De este modo, al contemplar el final glorioso de nuestra carrera, donde ya está Aquel a quien amamos, hallaremos la energía necesaria para terminar victoriosamente la última etapa.
- (Messager Évangélique, 1987)

EPAFRAS: El servicio de la oración

Colosenses 4:12


Hay una diferencia muy notable entre los anales inspirados del pueblo de Dios y todas las biografías humanas. Se puede muy bien decir de los primeros, que abarcan muchas cosas en pocas palabras, mientras que, de un gran número de las segundas, se puede decir, verdaderamente, que utilizan muchas palabras para poca cosa. La historia de uno de los santos del Antiguo Testamento ­—historia que comprende un período de 365 años— se resume en estas dos breves frases: “Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios” (Génesis 5:24). ¡Qué breves y, sin embargo, qué vastas y completas! ¡Cuántos volúmenes habrían llenado los hombres con los detalles de una vida así! Y, sin embargo, ¿qué más habrían podido añadir? Andar con Dios es una expre­sión que comprende todo lo que es posible decir de un individuo. Un hombre puede dar la vuelta al mundo, puede predicar el Evangelio en todos los cli­mas, puede sufrir por la causa de Cristo, puede alimentar a los que tienen hambre, vestir a los que están desnudos, visitar a los enfermos; puede leer, escribir, imprimir y publicar libros de edificación; en una palabra, puede hacer todo lo que le sea posible hacer al hombre y, con todo ello, su vida entera podría resumirse con esta corta frase: “anduvo con Dios”. Y podrá sentir­se dichoso si este resumen refleja la verdad, pues uno podría hacer práctica­mente todo lo que acabamos de enumerar sin haber caminado ni una sola hora con Dios y ni siquiera haber conocido lo que significa andar con Dios. Este pensamiento, profundamente serio y práctico, debería conducirnos a cultivar cuidadosamente la vida secreta, apartada de la vista de los demás, sin la cual los servicios más vistosos resultarán sólo en una llama fugaz y humo.
            Hay algo particularmente conmovedor en la manera en que el nombre de Epa­fras es presentado por primera vez a nuestra atención en el Nuevo Testamen­to. Las alusiones a este hermano son de lo más breves, pero, al mismo tiempo, de lo más significativas. Parece haber sido el tipo de una clase de hombres cuya necesidad se hace sentir vivamente en nuestros días. Sus trabajos —al menos en cuanto a lo que el inspirado escritor nos ha informado— no pare­cen haber sido muy llamativos ni atractivos. No eran de una naturaleza que atrajera las miradas o las alabanzas de los hombres, y no por ello dejaban de ser de los más preciosos, y hasta diría de incomparable valor. Eran trabajos hechos en la intimidad, después de haber cerrado la puerta tras de sí, trabajos hechos en el santuario, sin los cuales todo lo demás resulta, al final, estéril y sin valor. Él no nos es presentado por el biógrafo sagrado como un poderoso predica­dor, como un laborioso escritor, como un intrépido viajero, lo que podría haber sido si el Señor lo hubiese querido y lo que, en su debido lugar, es ver­daderamente útil y precioso. El Espíritu Santo no nos dice que Epafras fuese uno de esos hombres, sino que puso ante nuestras miradas ese carácter particularmente interesante, a fin de conmover hasta las fibras más íntimas de nuestro ser espiritual y moral. Nos lo presenta como un hombre de ora­ción, de oración solícita, ferviente, que se perece y combate por lograr su objetivo, de oración no tan­to por sí mismo como por los demás. Escuchemos al respecto el testimonio inspirado:
                “Os saluda Epafras, el cual es uno de vosotros, siervo de Cristo, siempre rogando encarecidamente [gr.: γωνίζομαι (agonizomai), esto es, agonizando, combatiendo] por vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere. Porque de él doy testimonio de que tiene gran solicitud por vosotros, y por los que están en Laodicea, y los que están en Hierápolis” (Colosenses 4:12-13).
            ¡Ése era Epafras! ¡Quisiera Dios que hubiera centenares de cristianos como él en nuestros días! Estamos agradecidos por tener predicadores, agradecidos por tener escritores piadosos, agradecidos por ver hermanos que viajan por la causa de Cristo, pero carecemos de hombres de oración, de hombres de la intimidad, de hombres como Epafras. Nos sentimos dichosos de ver hombres que predican a Cristo, dichosos de ver que son capaces de mane­jar la “pluma de escribientes muy ligeros” en favor de la noble causa, dichosos de verlos ponerse en camino —con verdadero espíritu evangélico— hacia “lugares que están más allá de nosotros” (2 Corintios 10:16), dichosos de verlos, con verdade­ro espíritu pastoral, yendo repetidas veces a visitar a sus hermanos de distin­tos lugares. A Dios no le place que despreciemos tan honorables servicios o que hablemos desfavorablemente de ellos; al contrario, no sabríamos expresar con palabras la alta estima que tenemos por tales hombres. Pero, así y todo, tenemos necesidad de un espíritu de oración, de oración fervien­te, perseverante, de oración combativa, sin la cual nada puede prosperar. Un hombre sin oraciones es un hombre sin savia. Un predicador sin oraciones es un predicador inútil. Un autor sin oración no escribirá más que páginas ine­ficaces. Un evangelista sin oración hará poco bien. Un pastor sin oración tendrá poco alimento para distribuir entre el rebaño. Tenemos necesidad de hom­bres de oración, de hombres como Epafras, de quienes las paredes de sus alcobas sean testigos de sus trabajos, de sus combates. Indiscutiblemente, tales son los hombres que el momento actual demanda sobre todas las cosas.
            Hay inmensas ventajas relacionadas con esos trabajos llevados a cabo en la intimidad, venta­jas muy particulares; ventajas para quienes se dedican a esos traba­jos y ventajas para quienes son objeto de ellos. Son trabajos tranquilos y modestos, cumplidos en el retiro, en la santa y santificadora soledad de la pre­sencia divina, fuera de la vista de los hombres. Quizá los colosenses nunca habrían conocido los trabajos de amor de Epafras con respecto a ellos si el Espíritu Santo no hubiera hecho mención de los mismos. Es posible que a algunos les haya parecido que él tenía poca solicitud y celo para con ellos; es probable que haya habido entonces, como las hay hoy en día, personas que miden el interés y la simpatía de un hermano por sus visitas o sus cartas. Ésa sería una falsa medida. Habría sido preciso verlo de rodillas para conocer el grado de su simpatía e interés por el bien de sus hermanos. Puede que el amor por los viajes nos haga ir a visitar a los hermanos; puede que la manía de escribir nos impulse a dirigir cartas a uno y otro lado, mientras que nada, salvo un verdadero amor por las almas y por Cristo, podrá jamás conducimos a combatir, como lo hacía Epafras, en favor de los hijos de Dios, para que estuvieran “firmes, perfectos, y plenamente asegurados en toda la voluntad de Dios”.
            Además, los preciosos trabajos de la intimidad no demandan un don especial, ni talentos particulares, ni facultades intelectuales eminentes. Todo cristiano puede dedicarse a ellos. Un hijo de Dios puede no tener capacidad para pre­dicar, para enseñar, escribir o viajar, pero todo cristiano puede orar. A veces se oye hablar de un don de oración: una expresión que no nos satis­face en absoluto; al contrario, nos choca. Se la aplica a menudo a una pura y fácil redundancia de ciertas verdades, muy conocidas, que la memoria retie­ne y los labios repiten, lo que, después de todo, es algo de muy poco valor. No ocurría así con Epafras, ni es lo que nos falta ni lo que deseamos sobre todo ahora. Lo que nos falta es un verdadero espíritu de oración, que se preocupe por todas las necesi­dades actuales de la Iglesia y que sepa presentar esas necesidades a través de intercesiones perseverantes, fervientes y plenas de fe ante el trono de la gracia. Este espíritu puede ejercitarse en todo tiempo y circunstancia. Por la mañana, al mediodía, por la tarde o la noche, toda hora es buena para aquel que trabaja así en la intimidad de su cuarto; en todo tiempo el corazón puede elevarse al trono de Dios; el oído de nuestro Padre está siempre abierto; su morada siempre es accesible. Acerquémonos en cualquier momento, o por cualquier motivo: él está siempre dispuesto a escuchar y listo para responder. Él es Aquel que oye, Aquel que otorga, Aquel que ama la oración hecha con importunidad, con insistencia. No hay palabras que él prefiera a éstas nuestras: “No te dejaré, si no me bendices” (Génesis 32:26). Él mismo dijo: “Pedid... buscad... llamad” (Mateo 7:7); es necesario “orar siempre y no desmayar” (Lucas 18:1); “todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:22); “y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios” (Santiago 1:5). Estas palabras son de aplicación general, pues van dirigidas a todos los hijos de Dios y el más débil de ellos puede velar, orar, recibir una respuesta y dar gracias.
            Más aún, nada es más adecuado para despertar en nosotros un vivo interés por el bienestar de los demás que el hábito de orar constantemente por ellos. Epa­fras tenía un profundo interés por los cristianos de Colosas, de Laodicea y de Hierápolis. Su interés por ellos le inducía a orar y sus oraciones le inducían a interesarse por ellos. Cuanto más nos interesemos por alguien, más orare­mos por él y, cuanto más oremos, más vivo y sincero será nuestro interés. Si somos impulsados a orar por los hermanos, podemos regocijaros anticipadamente de sus progresos en la fe y de su prosperidad espiritual. Asimismo, en cuan­to a los inconversos, cuando somos conducidos a presentarnos ante Dios en favor de ellos, podemos esperar su conversión con profundos y ansiosos dese­os, y luego, cuando ella tenga lugar, saludarla con sincero reconocimiento. Eso debería incitamos a imitar a Epafras, a quien el Espíritu Santo acuerda el honorable epíteto de “siervo de Cristo” a causa de sus fervientes oraciones por el pueblo de Dios (Colosenses 4:12).
            Finalmente, el motivo más elevado que pueda ser presentado para cultivar el espíritu de Epafras es el hecho de que él está completamente en armonía con el espíritu de Cristo, quien siempre vela por su pueblo y desea que todos sus rescatados estén “firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere”, de manera que aquellos que son llevados a orar con tal fin tie­nen el privilegio de estar en santa comunión con el gran Intercesor. ¿No es maravilloso que a pobres y débiles criaturas les sea permitido aquí abajo pedir a Dios precisamente lo que ocupa los pensamientos y las simpatías del Señor de gloria? ¡Qué lazo poderoso había entre el corazón de Epafras y el de Cris­to cuando el primero trabajaba y combatía por sus hermanos de Colosas!
            Hermanos: meditemos acerca del ejemplo que nos ha dejado Epafras, e imitémosle. Fijemos nuestra atención en una ciudad cualquiera, como Colo­sas, y combatamos con ardor, por medio de nuestras oraciones, a favor de los cristianos que se encuentren en ella. El momento actual es muy solemne, pues todo parece acercarse a una crisis: los caracteres se definen, los hombres toman partido, y así debe ser. Nosotros no somos dejados en la incerti­dumbre respecto de aquellos que desean servir al Señor y de aquellos que no lo desean. Pueda el Señor tener acceso en el corazón de algunos y preparar a los suyos para sufrir y hacer Su santa voluntad. Ello debe hacemos sentir pro­fundamente nuestra urgente necesidad de hombres que se asemejen a Epa­fras, que estén dispuestos a trabajar, de rodillas, por la causa de Cristo, o a llevar con gozo, si fuera preciso, las nobles “prisiones del Evangelio” (Filemón 13). Así fue Epafras. Tres veces se habla de él en las epístolas de Pablo. La primera (Colo­senses 1:7) como de un amado consiervo del apóstol, de un “fiel siervo de Cristo” a favor de los colosenses, quien había llegado a Roma para dar a conocer al pri­sionero Pablo el amor de ellos en el Espíritu. La segunda vez, como ya lo vimos, esencialmente como de un hombre de oración (Colosenses 4:12). La última vez, como “compañero de prisiones” del apóstol consagrado a los gentiles (Filemón 23).

            Quiera el Señor despertar en medio de nosotros un espíritu de ardientes ora­ciones y de intercesión. Es de desear que pueda él suscitar muchos cristianos formados en el mismo molde de Epafras. Son los hombres que hacen falta para los tiempos de crisis.

Libertad

Este mes os será principio de los meses;  para vosotros será éste el primero en los meses del año  (Éxodo 12:2). Cuando Jesús hubo tomado el vinagre,  dijo: Consumado es.  Y habiendo inclinado la cabeza,  entregó el espíritu (Juan 19:30).


La libertad es el bien supremo de todo hombre según el pensamiento del mismo hombre, porque piensa que él es libre y que puede tomar las decisiones que le parezcan razonables.  En este marco, en casi todos los países que alguna vez fueron colonias de alguna potencia, buscó tener libertad para gobernarse a sí misma y regir su propio destino, sin importar si esto condujese a los hombres a una confrontación  belicosa con el gobierno que está en el poder, y esto acosta de gran cantidad de vidas humanas. La libertad tiene precio de sangre y de sangre abundantemente derramadas en aras de la libertad.
            Cuando se firma el acta de independencia, marca el inicio de la vida de esa nueva nación. Hasta  el presente todas las naciones que se han independizado tienen una de ella, resguardadas en algún lugar seguro. Esta acta es el testimonio de la voluntad soberana a regirse autónomamente y es el documento legal  que sindica que es una nación soberana y libre.
            En relación a la salida de Israel de Egipto, donde estaban esclavizados ferozmente, también tenemos presente este proceso de independencia.  Ellos postularon a Faraón el deseo de Jehová que saliese el pueblo en su totalidad a la tierra prometida (Éxodo 3:16-17; 5:1). A lo cual Faraón se negó a esta petición  y le aumentó la carga de modo que no pudieron satisfacer la demanda del tirano (Éxodo 5:1ss).
            Dios demostró su poder sobre Faraón y la nación Egipcia enviado las plagas, siendo la última la que marcaría el punto culminante del juicio de Dios sobre este rey pagano. 
            La libertad  de una nación siempre ha implicado muertes de personas antagonistas. Dios había dicho: “Este mes os será principio de los meses;  para vosotros será éste el primero en los meses del año” (Éxodo 12:2).  Y Dios había ordenado que un cordero (o una cabra) fuese sacrificado ya sea para una familia  o dos según fuese el número de integrantes. La sangre de este sacrificio debía colocarse en el dintel de la puerta y en los dos postes. 
            El juicio que vendría, era sobre todos, incluso sobre las bestias (Éxodo 12:12). Si hubo algún israelita que no cumplió el mandato divino, sufrió la consecuencia de este juicio. Es más, si un egipcio hubiese sacrificado este cordero, la sangre de ese sacrificio hubiese salvado al hijo primogénito de esa familia.
            La noche del día fijado llegó, y Jehová demostró su poder.  El ángel de la muerte pasó casa por casa, y donde había sangre del cordero en los postes y el dintel de la puerta, pasaba de largo. Hubo un sacrificio (símbolo de un sacrificio mayor y perfecto), un ser que derramó su vida por el primogénito de esa familia. Visitó todas las casas y no hubo ninguna que no hubiese lloro por la muerte de un ser querido (cf. Éxodo 12:29-30).
            De este modo tenemos que en ambos bandos  hubo muertes, por el lado de Israel  un cordero, por el lado de Egipto, el hijo primogénito.
            Como cristiano, no estamos ajenos a este mismo hecho. Nuestra libertad del pecado y, por consiguiente, de la condenación eterna, también hubo derramamiento de sangre y muerte. Hemos dicho que Dios ordenó a Moisés (y por consiguiente a Israel) sacrificar un cordero que debía ser perfecto. En el Señor Jesucristo tenemos  al cordero sin mancha y perfecto.
            Si leemos en el Salmo 14, vemos lo que Dios ve sobre la tierra: Seres  que niegan a Dios para realizar sus obras abominables. Sus pensamientos son de continuo el mal. Nada bueno había en la tierra, ningún ser que hiciera lo bueno.  Pero para que se cumpliese la voluntad de Dios, de que  su pueblo se salvase, un cordero debía ser sacrificado y la sangre derramada ser puestas en “los postes y dinteles”  del corazón de todo aquel que creyese en la Salvación que Dios estaba otorgando.  Pero al mismo tiempo, la sangre en el dintel y los postes nos recuerda la cruz del calvario, al Señor con los brazos abiertos y su cabeza sangrando.
            Así como en Egipto, el juicio de Dios cayó, pero en su misericordia, no cayó sobre los primogénitos como debió haber sido, sino en su Hijo, su único hijo (Juan 3:16), el primogénito de toda creación (Colosenses 1:5). En Egipto, muchas madres lloraron la muerte de sus hijos, en el monte Gólgota había una sola madre que lloraba la muerte del Hijo de Dios, que había dado la vida  por todos.
            En toda nación se tiene un día de independencia, y todo creyente tiene su día en que comenzó a ser libre, el día en que se convirtió al Señor, en ese día pasó de muerte a vida, de esclavitud a libertad.  Pero en un nivel más global, en un nivel más inconmensurable, a un nivel más grandioso,  el día de la independencia  comenzó cuando el Señor gritó: “Consumado es” (Juan 19:30). ¡Sí! Es como si hubiese gritado: “¡Libertad! El resultado de su obra es que la deuda ha sido saldada, ya nada se debe nada, la justicia de Dios esta saciada, todo ha sido cancelado por la única obra que un ser humano perfecto y acepto había hecho. Por medio de un sacrificio, por medio de sangre derramada, por medio de una vida entregada,  dio la libertad a todo aquel que creyese en Él y lo aceptase como Salvador y Señor.
            Así como la libertad de las naciones significó sacrificios cruentos de cientos y miles de personas, en la obra de “independencia” de la esclavitud del pecado, la obra del Señor Jesucristo también significó que su vida fue entregada para el bien de su pueblo de una manera cruenta.

            ¡Cristiano!  ¡En Cristo Jesús tenemos libertad! ¡Demostremos que amamos a nuestro libertador, que nuestro andar sea digno del Señor, y añoremos encontrarnos pronto con Él!

Los Ángeles: Satanás

8. Su Obra


Miraremos este estudio desde cuatro puntos distintos para poder abarcar las distintas esferas en que actúa este ser angélico caído. Veremos en relación a Cristo y su obra; con relación a las naciones; en relación a los incrédulos; y por último, en relación al cristiano.
A.     Con relación a la obra redentora de Cristo
En relación a su obra ya se ha hablado en los puntos anteriores en una manera sucinta, ahora lo haremos un poco más detallado.
Podemos decir,  entre comillas, que Satanás fue el  causante de la obra redentora del Señor Jesucristo. Si él no hubiese intervenido en el Edén, la obra de Jesús en la Cruz no se hubiese consumado y estaríamos en una condición similar a la de Adán pero con mayor madurez por el tiempo transcurrido. Pero como Satanás, la “serpiente antigua” (Apocalipsis 12:9; 20:9), tentó a Eva en huerto del Edén, provocando que pecara y cayese de la condición y relación con Dios, él provocó que se estableciese la primera profecía que habla de la obra de Cristo y la interferencia que hace a la misma, y su propia derrota. “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15). Dios mismo establece el juicio y decreta que cuando se consumase la obra del Señor Jesucristo, Satanás sería derrotado, su cabeza sería herida.
Sabiendo esto, Satanás comenzó su trabajo oculto que interfería en la obra Divina. Provocó que Caín  matase a Abel, y con esto destruir la línea fiel que se acercaba a Dios como Él mandaba, ya que Caín estaba bajo sus lazos, lo cual lo excluía de la línea por el cual  nacería el Mesías. Pero Dios tenía otros planes,  ya que nació Set (Génesis 4:25), y de esta línea provendría el libertador de la raza humana.
Pero él no se quedó derrotado, sino que logró que el hijo de Dios, aquellos descendiente de Set, mirasen con agrado a las hijas de Caín (Génesis 6:2), y se corrompió la raza humana, siendo solo una familia la que se encontraba libre de estos lazos, la familia de Noé (Génesis 6:8).  Esta pasa por el juicio de Dios  la humanidad protegido por un arca de madera; y pasado éste,  se establece para formar un nuevo poblamiento, pero el hombre  quiso buscar su propio destino y llegar hasta el cielo, para ello construye una inmensa torre. Y Dios vuelve a juzgar a la humanidad y la divide en Pueblos (Génesis 11:1-9). De seguro Satanás había obrado y alentado la búsqueda de esta independencia de Dios.
Luego vemos como el pueblo escogido por Dios es esclavizado en Egipto. Como se intenta suprimir toda línea de varón al eliminar a los niños que nacían (Éxodo 1:16, 22).  Y cuando salió el pueblo, el becerro de oro apareció para representar al Dios verdadero. Y cuando estaban pronto a entrar a la tierra prometida, como se desviaron fácilmente ante la instigación de Balaam (Número 31:16; 2 Pedro 2:15; Judas 1:11; compare con Apocalipsis 2:14). Y una vez que estuvieron en la tierra, las siguientes generaciones siguieron a los dioses de los pueblos derrotados y se contaminaron.
Es posible que en todos los casos de la vida de Israel como pueblo, Satanás estuvo instigando soterradamente que siguiesen los  su propio camino (Éxodo 32:4,5; Levíticos 17:7; Deuteronomio 32:17; 2 Crónicas 11:15; Salmo 106:37; 1 Corintios 10:20; compare con Jueces 2:11, 12, 16, 17; Jueces 3:6, etc.). No se muestra en público hasta el caso del censo de Israel ordenado por David (1 Crónicas 21:1). Y posterior a eso se oculta nuevamente, pero podemos ver  su actuación detrás de los reyes que gobernaron a Israel y Judá, a los sacerdotes corrompidos (por ejemplo, Ezequiel 8) que ministraban en el templo, y no manteniendo la pureza de lo que llevaban en sus frentes: “Santidad a Jehová (Éxodo 28:36).
En todo este tiempo trató de corromper la línea por donde vendría el Salvador. Pero no pudo hacerlo.  Cuando el Señor nació, por medio de Herodes trató de matarlo (Mateo 2:16). Sin embargo Dios tenía previsto la protección del Niño. Y cuando lo vemos aparecer  directamente, es en la tentación del Señor (Mateo 4:1-11; Lucas 4:1-13). Por medios de medias verdades trató que el Señor cayese en sus “garras” como lo hizo con Adán y Eva en el Jardín.  Y en esta ocasión no salió como la vez anterior, como sucedió con el primer Adán, esta vez salió derrotado.
Satanás utilizó a muchas personas para  intentar frustrar  la obra de Cristo. Ya mencionamos a Herodes; Pedro al intentar disuadir al Señor de su camino (Mateo 16:23); los religiosos como son los fariseos, escribas y saduceos (Juan 8:44; Mateo 16:1; etc.). Y por último, tomó posesión del cuerpo de Judas para que el cometiera el acto de traición  (Juan 13:27).
Hay otros casos, pero estos bastan para ilustrar que Satanás utilizó a hombres para estorbar la obra redentora del Señor Jesucristo.

B.     Con relación a las naciones.
Las naciones son de su principado y dominio. A él le fueron entregadas y se las ofreció al Señor con la expresa  condición que el Dios Eterno, hecho hombre, le adorase a él, una criatura (Lucas 4:6,7).
De lo anterior desprendemos que él actúa fervientemente sobre estas para guiarlas de acuerdo a su derrotero. En Daniel 10 vemos que Daniel tuvo una visión y por veintiún días estuvo en ayunas.  Y al cumplirse el tiempo, un ángel se apareció para revelarle lo que había visto en visión (v.1). Este ser le dijo que la respuesta a la oración había sido inmediata. “Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia” (v.13).
Este “príncipe del reino de Persia”, que muchos piensan que es Satanás mismo (o un lugarteniente) quien está dirigiendo, desde el ámbito espiritual, el mundo material. De ser una interpretación correcta, corresponde con lo que Satanás le ofreció al Señor Jesucristo: los reinos de este mundo.
Satanás como Señor del mundo, se dedica a engañar en la actualidad a los gobiernos humanos (Apocalipsis 20:3). Engaña a las naciones para que se creen sistemas de represión del cristianismo verdadero. Sino recordemos lo que la historia nos indica: imperio romano inició la era de persecuciones;  los países con gobiernos “teocráticos” (ya sean “cristianos” o de otra religión) persiguen a los que intentan divulgar la verdadera fe; o países con régimen  ateísta (comunista) que arrebatan la vida a los creyentes o los encarcelan para que el evangelio no avance.
Hay leyes  que promueven la igualdad de condiciones a los homosexuales, sabiendo que esta perversión sexual es un pecado contra lo que Dios ha establecido (Romanos 1:26, 27), sabiendo que atenta contra todo lo que se llama familia.
Estos gobiernos son engañados, de modo que las leyes se presentan como un bien para la sociedad, pero lamentablemente no se visualiza que en realidad es una actitud perniciosa y que único que hace es socavar lo poco de cimientos  verdadero que tiene esta sociedad, mal llamada, “cristiana”.
 En un futuro cercano, este ser reunirá a todos los gobiernos para luchar contra Dios. La trinidad satánica se encargará de realizar esta convocatoria. El texto dice: “Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso” (Apocalipsis 16:13-14). Se dispondrán para batallar contra el mismo Señor Jesucristo cuando venga en Gloria. Pero de nada servirá, porqué, ¡Gloria sea dada a Dios!, el Señor Jesucristo vencerá (Apocalipsis 19:17-20; Zacarías 14:3, 12). Y una vez que esta batalla sea terminada, Satanás será encerrado para que no “engañe más a las naciones” (Apocalipsis 20:3).

C.      Con relación a los incrédulos
Con relación a los incrédulos, Satanás tiene especial control sobre los hombres. Se encarga de poder satisfacer sus necesidades ocultas y, a veces, perversas. Se encarga de tenerle todo lo que necesita.
A algunos, los que poseen un espíritu “místico”, les provee una gran variedad de religiones orientales o se las inventa para dejarlo tranquilo y contento con el “juguete nuevo”, para que estos puedan propagarla y enrolar a otros incautos que están en su misma situación. A otros, que son escépticos, les promueve el espíritu de negación de todo lo que es propio de Dios, generando aquellas “fe” ateísta o agnóstica.  Y  a algunos intelectuales les promueve el afán de conocimientos, es decir,  todo lo esotérico u oculto le atrae y lo envuelve en esas redes del saber.
                Pablo expresa lo anterior del siguiente modo: “Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4). El “dios de este siglo” se ha encargado de entenebrecer el entendimiento de los incrédulos con una diversidad y multiformes de ideas.  Tal vez el engaño más “diabólico” es el que se produce dentro del mismo “cristianismo” con la multitud de sectas que niegan los principios cristianos.  Aparecen por aquí y por allá hombres y mujeres que lo único que hacen son engañar a los incautos.  Tenemos a los Testigos de Jehová,  mormones, Ciencia Cristiana, Adventistas, Romanismo, Teosofista, los niños de Dios, Sólo Jesús y una infinidad de creencias (vea 1 Timoteo 4:1).  Y esto lleva a pensar a que aquellos que tiene un atisbo de deseo de buscar la luz a plantearse la siguiente pregunta: ¿cuál es la fe verdadera? ¿Quién tiene la verdad? Todo esto ha contribuido que muchas almas vayan a la muerte sin Cristo.
            Para colmo de males, últimamente han aparecido “apóstoles”, y otros no conformándose con este título agregaron el prefijo “súper” por lo cual son “superapóstoles”. Y después ¿qué serán? ¿Supersuperapóstoles?
            Satanás tiene una gran imaginación para mantener cautivo al hombre. Todo lo ha inventado y enredado para  arrebatar “la Palabra” del corazón de los hombres  (Lucas 8:12).
            Y aquellos hombres que han encontrado el Camino y Cristo les ha alumbrado (Juan 3:19),  Satanás los persigue ferozmente, como un león rugiente (1 Pedro 5:8).  Usa todos los medios para oponerse a la obra de Dios, especialmente a los mismo hombre (vea Apocalipsis 2:13), porque el deber del cristiano es ser cual un faro, como lo es su Maestro, y divulgar su fe a otros como el Señor lo ordenó (Mateo 28:19-20), y como el hombre aborrece la luz, intenta apagarla por el medio que sea.

D.     Con relación al cristiano.
Con relación al cristiano Satanás, sabiendo que no puede tomarle para sí, porque el cristiano es como un tizón arrebatado del fuego (vea Amos 4:11; Zacarías 3:2) y que  es propiedad de Dios, ha sido comprado a precio de Sangre (vea Mateo 27:6). O como lo expresa Juan en su primera carta: le hemos vencido porque hemos conocido al Padre (1 Juan 2:13), porque nuestra vida anterior llena de malas obras ha sido perdonada por causa de haber creído en el Señor Jesucristo (1 Juan 2:12). Por lo cual la lucha que tenemos es contra un ser derrotado (1 Juan 2:13), primero en la cruz del calvario y, segundo, porque hemos creído en esa obra.
 Ahora cuando un creyente es tocado por el enemigo, sea en la forma que sea, lo es porque Dios lo permite (lea Job 1 y 2 compare con 1 Juan 5:18) con el objeto que el creyente madure y crezca y alcance la plenitud de Cristo (2 Corintios 12:9).
Sin embargo, por nuestra propia concupiscencia, nuestros deseos carnales,  somos llevados y zarandeados por este ser. ¡Oh, cuántos cristianos que prometían dar abundante fruto han quedado en camino, se han vuelto al mundo! Han sido seducidos por los placeres de este mundo, lo han amado más (2 Timoteo 4:10).
Satanás ataca al creyente fiel con el fin de engañarlo, y que de ese modo deshonre a su Señor y con ello pueda acusarlo ante Dios mismo, y cuando no puede los calumnia (Zacarías 3:1; Apocalipsis 12:10).
Además, su obra personal con cada creyente es incitarlos  a mentir. Un ejemplo claro tenemos en el caso de Ananías y Safira (Hechos 5:3),  no tenían necesidad de entregar la totalidad de sus bienes, pero simularon hacerlo y por eso el juicio de Dios mismo no se esperó.
También influye o tienta a los creyentes a cometer inmoralidades  en la vida matrimonial, sino por demás Pablo insta que no se nieguen el uno al otro (1 Corintios 7:5).
Emplea demonios en su intento por derrotarle, por lo cual “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:11-12).
Introduce a seudos creyentes en la congregación, a falsos hermanos, que hacen corromper la obra.  El Señor lo previó en su parábola de la cizaña, que Satanás la plantaría (Mateo 13:38-39). Los apóstoles, ya en sus días, luchaban contra estos falsos obreros (Judas 1:4, 1 Juan 2:19; 2 Timoteo 4:14).
            Otra forma sutil de engaño que encontramos es la de una falsa santidad o deseos de apartarnos del mundo. Cuando el Señor oro: “No ruego que los quites del mundo,  sino que los guardes del mal” (Juan 17:15),  en ningún momento esta diciendo que nos metamos en un monasterio o seamos anacoretas, o nos enclaustremos de la forma que sea, o que nos quedamos sentado en la congregación sin hacer nada. De esa forma está atacando al creyente, impidiendo que trabaje y cumpla el cometido de salir y predicar el evangelio. En un claustro ¿qué podemos hacer de trabajo? Sólo orar (que no está mal, pero es insuficiente). La obra del Señor de la mies  necesita obreros. Sentados en la congregación ¿qué podemos hacer? Orar, escuchar y aprender de la palabra, pero debería ser como producto del trabajo que previamente se ha hecho. El labrador llega cansado a su casa a comer después que ha trabajado todo el día. En resumen, el Señor oró para que fuésemos preservados de mal y no que fuese sacado de este mundo, en el cual tenemos que trabajar para llevar a Cristo otras muchas almas.
            El dinero es tratado por el Señor como las riquezas injustas (Lucas 16:9) en función de su carácter;  ellas deben estar bajo nuestra mayordomía (Lucas 16:10-11). Si le damos mayor importancia y nos dedicamos a ellas, entonces estamos cambiando a Dios por un ídolo (Mammon), y con ello nos estamos oponiendo a Dios. Las riquezas deben ser un medio para llevar a otros a Cristo.
            Somos muy influenciado por el mundo. Corremos rápidamente a vestirnos de tal o cual moda. Las jóvenes creyentes les gusta vestir como las demás mujeres, siendo con ello están mostrando una sensualidad que no corresponde a una hija de Dios. El hombre quiere tener lo último en tecnología. Ambos debemos preguntarnos si ello honra a Dios y al Señor Jesucristo. En respecto a la moda, llegará el momento en que vistamos igual, porque nosotros no andamos vestidos como se usaba el 1800 o el 1900, pero no debemos apresurarnos. Con respecto a la tecnología, es similar a lo anterior, en algún minuto será necesaria, solo entonces debemos hacernos de ella.

Por último, si estorbó al Maestro (vea Mateo 9:11; 12:2, 10, 14, 24; 13:54-57; 15:1; 16:1; etc.), estorbará el trabajo que se realice en propagación del evangelio (1 Tesalonicenses 2:18; Hechos 13:45-50; 14:5-19; 17:5; 21:27; 25:3). Si no puede con estorbos habituales incitará la persecución de los creyentes, pero el mismo Señor nos anima a no temer a estos hechos (Apocalipsis 2:10).

La ley del Leproso y su purificación.

El log de aceite.
"Asimismo tomará el sacerdote del log de aceite y lo echará sobre la palma de su mano izquierda, y mo­jará su dedo derecho en el aceite que tiene en su mano izquierda, y esparcirá del aceite con su dedo siete veces delante de Jehová" (vers. 15-16).
Hasta aquí el sacerdote se ocupó continuamente del leproso, ahora lo deja de lado por un momento en tanto que derrama el aceite ante Jehová... Ya sabemos que en las Escrituras, el aceite es un símbolo del Espíritu Santo, y lo que hace el sacerdote en este momento nos habla de las delicias que Dios halló en la virtud del Es­píritu Santo manifestada en la vida y en la muerte de su amado Hijo; no olvidemos que el Espíritu Santo no es solamente una influencia, es "el Dios vivo y verda­dero". ¡Cuán precioso es recordar que una persona di­vina perfectamente agradable a Dios está aquí en la tierra, haciendo su voluntad por nosotros ahora, a glo­ria de Dios, como la hizo en perfección por Cristo en­tonces. ¿Os acordáis cómo desde lo alto de los cielos abiertos descendió el Espíritu Santo, en forma corporal de una paloma, sobre Jesús, señalando Dios el Padre a su Hijo entre la muchedumbre reunida a orillas del Jor­dán? (Mateo 3,16-17). Pues bien, ahora el mismo Espí­ritu Santo quien desde Pentecostés habita en la Iglesia y en cada creyente, está aquí abajo, más que nada, para glorificar a Dios reproduciendo unos rasgos de Cristo por cada uno de aquellos que son su templo (1. Corin­tios 6,19).
"Y de lo que quedare del aceite que tiene en su mano, pondrá el sacerdote sobre el lóbulo de la oreja derecha del que se purifica, sobre el pulgar de su mano derecha y sobre el pulgar de su pie derecho, encima de la sangre del sacrificio por la culpa" (vers. 17).
El "leproso" fue presentado a Jehová llevando so­bre sí la sangre del sacrificio por la culpa mientras el sacerdote derramaba el aceite como aspersión delante de Jehová; ahora aplica el aceite sobre el lóbulo de la oreja derecha del leproso, sobre su mano y su pie, enci­ma de la sangre. Esta aplicación del aceite representa la energía del Espíritu Santo que nos presenta a Dios en la virtud del sacrificio de Cristo, y que también nos revela el valor de su sangre, de su obra y su persona: "éste me glorificará —dijo el Señor— porque tomará de lo mío y os lo hará saber... él os guiará a toda verdad; porque no hablará de sí mismo, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que han de ve­nir" (Juan 16,13-14). Además el Espíritu es el poder para que el creyente sirva a Dios y le alabe; y bien sa­bemos que todas las variadas actividades de la Iglesia, que es templo de Dios por el Espíritu, dependen de su presencia (Efesios 2,22; 1. Corintios 12).
"Y de lo que quedare del aceite que tiene en su ma­no, el sacerdote lo pondrá sobre la cabeza del que se purifica" (vers. 18). ¡Parece que el aceite no se agota nunca! Aunque haya sido derramado siete veces delante de Jehová, puesto sobre la oreja, la mano, y el pie del leproso, queda todavía para ungir su cabeza. Esto nos recuerda la escena que leemos en 2. Reyes 4,1-7: mien­tras hay vasos que llenar, el aceite no se agota; y en 1. Reyes 17,14, Elias el profeta dice: "la tinaja de la harija no escaseará, ni se disminuirá la botija del aceite..." Pues Dios no da el Espíritu por medida (Juan 3,34). Por grande que sea nuestra necesidad de su po­der, estemos seguros que el Espíritu de Dios es más que suficiente para todo; y una vez nuestro ministerio para Dios y los hombres plenamente cumplido por el Espíritu aquí abajo, quedará aún para alabar en los atrios celes­tiales porque "estará con nosotros para siempre" (Juan 14,16).
Aquellos para quienes en Israel era prescripto reci­bir el óleo de la unción, eran los sacerdotes, los reyes, en un solo caso un profeta (1. Reyes 19,16)... y los le­prosos purificados. ¡En qué sorprendente y maravillosa compañía han sido introducidos! ¡Misterio insondable: sacerdotes y pecadores salvados, adoran juntos! Tal es la posición en la que desde ya el Señor ha introducido a sus rescatados: "nos hizo reyes y sacerdotes para Dios y su Padre" (Apocalipsis 1,6). Además, el Espíritu que hemos recibido es el Espíritu de adopción, "por el cual clamamos: ¡Abba Padre!" (Romanos 8,15). ¡Cuánto so­brepasa todo esto nuestra imaginación! Nadie hubiera pensado jamás que un ser vil, desterrado, inmundo, haya podido ser introducido en una posición en la cual cual­quier común del pueblo israelita "en la carne" era ex­cluido: la de sacerdote, de rey, y la más excelente de todas, la de hijo de Dios; no podemos sino prosternarnos en adoración ante el amor de nuestro Padre.
"Y hará el sacerdote propiciación por él delante de Jehová..." (vers. 18). El aceite parece completar la ofrenda, pero no es éste que ha expiado los pecados sino sólo la sangre derramada del sacrificio por la culpa. Mas el aceite colocado sobre la sangre muestra con cla­ridad cuán íntimamente el Espíritu Santo está unido a la ofrenda sangrienta de nuestro Salvador, y que sola­mente por ella podemos gozar de la presencia del Espí­ritu, quien a su vez nos revela toda la excelencia de esta ofrenda.

El sacrificio por el pecado, el holocausto y el presente de flor de harina
¿Qué más puede decirse? Agregar algo sería quizás echar a perder este cuadro que nos parece perfecto ya, pero descubrimos que faltan aún dos ofrendas; he aquí una: "ofrecerá luego el sacerdote el sacrificio por el pe­cado y hará propiciación por el que se ha de purificar por su inmundicia" (vers. 19). ¡Qué obra completa y perfecta realizó nuestro Salvador en la cruz del Calva­rio! No solamente los pecados son todos borrados para siempre por la sangre del sacrificio por la culpa, mas por el sacrificio por el pecado ha sido juzgada nuestra vieja e incurable naturaleza adámica, la "raíz" que pro­duce !os pecados. Ya que esta naturaleza no puede ser perdonada, ni mejorada, es juzgada, crucificada, sepul­tada (Romanos 6,6): nuestro "Sacrificio" por el pecado lo ha hecho todo. Moisés en su tiempo tuvo que cono­cer lo que el apóstol nos dice en el Nuevo Testamento de esa vieja naturaleza que no es sino pecado, cuando Jehová le ordena poner la mano en su seno, al retirarla está blanca de lepra. Mientras esperamos el momento de estar en nuestra habitación celestial donde no seremos más turbados por nuestra vieja naturaleza que tanto mal nos causa hasta hoy, podemos desde ya tenerla por muerta al pecado (Romanos 6,11).
Aun un toque final y el cuadro es perfecto: "y des­pués degollará el holocausto y hará subir el sacerdote el holocausto y la ofrenda sobre el altar. Así hará el sacer­dote propiciación por él y será limpio" (vers. 20).
Según la ordenanza establecida en el capítulo 4 del Levítico la persona que pecare debía posar su mano so­bre la cabeza de la víctima que traía por su culpa para que de esta manera sus pecados sean transmitidos sobre el sacrificio, como cuando era ofrecido un holocausto (capítulo 1,4) el adorador que lo traía ponía su mano sobre la cabeza del sacrificio, y así toda la eficacia de la ofrenda se transmitía sobre él. El holocausto (palabra que significa, enteramente quemado) expresa la perfec­ción del sacrificio de Cristo ofrecido a Dios en la cruz, y que por gracia nos es comunicada; además el holocaus­to es la más alta expresión de lo que un creyente puede ofrecer a Dios por Cristo en el servicio de la adoración y consagración.
La ofrenda del presente hecha de flor de harina, sustancia contenida en "el grano de trigo", suave, un­tuosa al tocar, sin asperezas, con una blancura inmacu­lada, convenía muy bien como símbolo de la humanidad perfecta de Cristo. En el capítulo 2 del Levítico tene­mos prescriptos los distintos modos de cocinar ese pre­sente de flor de harina que simboliza los distintos gra­dos de los sufrimientos de Cristo, siempre más intensos, a los cuales su vida perfecta fue sometida, para culmi­nar en el Gólgota. Con esa ofrenda del presente, la purificación del leproso es consumada.
Él puede repasar en su espíritu su vida anterior fue­ra del campamento, luego su purificación, su presenta­ción a Jehová; ve sobre él aquella sangre que borró to­dos sus pecados; es consciente de su nueva y maravi­llosa posición de rey, de sacerdote y de hijo en la cual acaba de ser introducido por el Espíritu; sus miradas siguieron el humo que subió de "la ofrenda por el peca­do" que lo ha purificado de su "yo" incurable. . . ¡Qué historia la suya! ¡Qué gratitud debe brotar de su co­razón!
¿Qué podría ofrecer ahora al que hizo tanto por él? Su corazón desborda de alabanza, las que acompañan el holocausto que ahora arde sobre el altar y que pro­porciona a Dios un anticipo del "suave olor" que subió de la cruz... Ofrece también "el presente de flor de harina", esa Vida, la de Cristo, pura y sin tacha, vida tan diferente de la suya. Así el leproso limpiado no está aquí en la posición de rey, sacerdote y de hijo solamen­te, sino en la de adorador también. Allí lo dejaremos prosternado ante el holocausto cuya fragancia sube ha­cia Dios, y podemos oírle exclamar como el salmista enajenado:
"ungiste mi cabeza con aceite, mi copa está rebosando"

Amigo lector creyente, estas experiencias, este ca­mino no son otra cosa que tus experiencias y tu camino; ¡gracia infinita! Pueda ella inclinar nuestros corazones hacia un amor más ardiente para Aquel que todo lo ha hecho a nuestro favor.

Los Seis Milagros del calvario

EL MILAGRO DE LOS SEPULCROS ABIERTOS
Y abriéronse los sepulcros (Mateo 27:52). El cuarto de los milagros del Calvario fue apertura de los sepulcros.
Esa perturbación de un cementerio tiene un significado e importancia propios entre los milagros del Calvario. En verdad, en cierto modo es el más sobresaliente de cuantos hemos considerado hasta ahora, la culminación de lo que le precedió así como también la culmi­nación en sí mismo de lo que va a seguir.

I.                   El LUGAR
En primer lugar consideremos el hecho tal cual está relatado: "Mas Jesús, habiendo otra vez exclamado con grande voz, dio el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rompió en dos, de alto a bajo: y la tierra tembló, y las piedras se hendieron; y abriéronse los sepulcros."
Así fue por medio del temblor que los se­pulcros fueron abiertos. Y podemos deducir que la mayoría, si no todos, estaban situados en y alrededor del Calvario. Como lo dijimos anteriormente, es probable que el temblor se sintiera más violentamente en su lugar de origen—el sitio de la influencia perturbadora. Sabemos que había un cementerio en el Cal­vario, puesto que la tumba de José, donde fue puesto Jesús, se encontraba en sus proximida­des.

ESTABLECIENDO EL LUGAR
Además, si ese hecho era un testimonio del poder de la muerte de Cristo, es muy probable que los sepulcros estuvieran próximos a la cruz. A más de esto, parece evidente que los sepulcros estaban cercanos a Jerusalén por el hecho de que al levantarse los santos entraron en la Santa Ciudad. Es pues interesante esta­blecer el lugar. También podemos deducir que los sepulcros eran rocosos—excavaciones en las rocas, y que la entrada a ellos era ce­rrada por medio de puertas de piedra, pues las declaraciones, "las piedras se hendieron" y "abriéronse los sepulcros" están relacionadas entre sí.

DIFERENCIA ENTRE LA FUERZA Y EL DESIGNIO
Dado, sin embargo, que la apertura de los sepulcros y la hendidura de las rocas eran una misma cosa, ¿por qué debemos presentarlos como hechos separados?
La razón es que hay una diferencia muy significativa entre los dos sucesos. La hendi­dura de las rocas fue una evidencia de fuerza; la apertura de los sepulcros una evidencia de designio. La hendidura de las rocas no presen­taba una profecía para el futuro. La apertura de los sepulcros era como una promesa de la gloria venidera.
El valor del hecho del temblor en sí no se perdió cuando se abrieron las tumbas, y tuvo, como hemos visto, un significado propio y bien definido. Del mismo modo, el hecho de abrirse los sepulcros no se confundió con el temblor, sino que también tuvo su identidad y valor propios. Es el cuarto en esta serie tan evidente de los milagros del Calvario. Fue el resultado inmediato del temblor, tal como el temblor fue el resultado del clamor victo­rioso desde la cruz, y fue así como el temblor una respuesta a ese clamor. En el momento en que Cristo murió, fueron abiertos los sepul­cros.

¿DE QUIENES ERAN LOS SEPULCROS?
Eran los sepulcros de los santos solamente— los hijos de Dios, el pueblo de Cristo. No fue­ron descubiertos los despojos mortales de nin­guno cuya alma, ahora separada del cuerpo, no tenía interés en la muerte que obró la apertura de los sepulcros.
Es una concepción muy sublime. ¡Los mu­chos sepulcros de los hijos de Dios, cada uno discriminado tan amante e individualmente, fueron a sus ojos los lugares monumentales de todo el mundo!
Y ahora notemos, que mientras que los sepulcros fueron abiertos en el mismo instante de la muerte de Cristo, sin embargo los cuer­pos que en ellos yacían no se levantaron sino hasta después de su propia resurrección—a la tercera mañana. "Salidos de los sepulcros, des­pués de su resurrección," nos dice el relato.
No es el hecho de la resurrección lo que ahora estamos considerando, sino simplemente el de la apertura de los sepulcros. Esta aper­tura tenía una fuerza en sí, aparte de su pro­pósito. Es algo que no se perdió de vista en las resurrecciones contempladas, como tam­poco se perdió en el temblor.
Fue por lo tanto un gran hecho de prepa­ración tal como solamente fue necesario hacer en el instante de la muerte de Cristo, precisa­mente cuando El entraba entre los muertos. No podía ser demorado hasta que volviera de los muertos, aunque la consumación del propósito de la apertura fuera así demorada.
En todas estas circunstancias, ¡cuán enfá­tico es lo milagroso! Con una abrumadora convicción, sentimos que es una de las más claras y potentes mediaciones de Dios, uno de sus más preciosos testimonios del triunfo de la muerte de Jesucristo.

II.                CLASE DE RESURRECCIÓN
En segundo lugar, este sentir de su enseñan­za tan preciosa parece justificarse por los sim­ples requerimientos del tema. El hecho de que los sepulcros fueron abiertos en el mismo instante de la muerte de Cristo, pero que las resurrecciones no se llevaron a cabo sino hasta tres días después, nos indica que los sepulcros abiertos eran para exponernos algo.

SU OBJETO ES UNA MANIFESTACION
Si las puertas de piedra fueron abiertas por medio del temblor tan sólo para permitir la salida de los cuerpos, entonces el temblor no hubiera tenido lugar sino hasta el momento de su salida. Pero esos sepulcros estuvieron abier­tos desde la tarde del viernes hasta el domingo por la mañana, expuestos a la visión de miles de espectadores. No se hubiera permitido que esos sepulcros fueran tapados durante el sá­bado. ¿No parece indicar todo esto que la apertura de los sepulcros era una manifesta­ción, que tenía un testimonio que ofrecer?

¿QUE CLASE DE RESURRECCION?
Preguntamos ¿qué objeto hubo en la aper­tura de esos sepulcros? ¿Qué clase de resurrec­ción fue ésta? ¿Se trata de la que el apóstol llamó "mejor resurrección," la verdadera re­surrección del cuerpo, el cuerpo espiritual e incorruptible? ¿O fueron los cuerpos simple­mente reanimados como en el caso de Lázaro?
Podemos probar por las Escrituras que se trata del segundo caso, y trataré de hacerlo más adelante. Lo que quiero establecer aquí es, sin embargo, que la apertura de los sepul­cros así lo indica, pues la idea de que los sepulcros tenían que ser abiertos para que sa­lieran los cuerpos espirituales es contradictoria. Un cuerpo espiritual tiene propiedades espi­rituales. Jesús con su cuerpo resucitado entró, sin necesidad de ninguna abertura, en el apo­sento donde estaban reunidos los apóstoles, y se nos dice que su cuerpo resucitado es el modelo de los cuerpos de resurrección de sus santos.
¿Se necesita un sepulcro abierto para tal resurrección? No. La partida de un espíritu humano de esta tierra no exige que las paredes y techo de una habitación sean quitados a fin de que pueda partir.

LA RESURRECCION DE CRISTO ES DIFERENTE
Esto lo tenemos demostrado por la salida del cuerpo de Cristo de la tumba. Una gran piedra cubría su sepulcro; pero cuando El abandonó el sepulcro esa piedra no había sido quitada. Fue quitada poco tiempo después para mostrar a los discípulos que el sepulcro esta­ba vacío, y así fueron convencidos de su resu­rrección. Un ángel descendió del cielo para efectuar esta obra. Pero cuando esto se llevó a cabo, Cristo no estaba allí.
Por otra parte, cuando Lázaro fue resuci­tado, resucitó con su cuerpo natural y por lo tanto se dio el mandato previo, "Quitad la piedra."
Por esta razón la apertura de esos sepulcros del Calvario puede armonizarse con esta con­clusión solamente, que lo que fue resucitado fue solamente el cuerpo natural, y no fue su resurrección final.

VIVIFICADOS PERO NO RESUCITADOS
Estos santos no fueron en sí mismos una adecuada expresión de la victoria de Cristo, ya que, según el capítulo quince de 1 Corin­tios, no fueron resucitados de entre los muertos sino simplemente vivificados.
Pero esta vivificación, en sí un evento tan estupendo, era sin embargo la ilustración y certificación de una mejor resurrección. Cuan­do Jesús dijo, "Yo soy la resurrección y la vida," El revivió el cuerpo de Lázaro dando una ilustración de la verdad por El expresada, aunque no fuera todavía la verdadera realiza­ción de sus palabras.

¿POR QUÉ HUBO UN NUMERO LIMITADO?
Y ahora tenemos la explicación por qué hubo cierta limitación al número de los sepul­cros que fueron abiertos. No era su resurrec­ción final, no era una discriminación esencial entre los santos. Todos los santos le son caros a Dios; pero el vivificar a unos cuantos de ellos fue suficiente para el propósito de la instrucción presente, como también suficiente para rendir digno tributo a la ocasión.
Se abrieron un número suficiente de tum­bas a fin de proveer una muestra del poder de la cruz, y el poder que fue manifestado por esos sepulcros abiertos ha sido desplegado a todo el pueblo de Dios de todas las épocas.
Y ahora, en tercer lugar, ¿qué enseñanzas nos ha legado?
Un símbolo es una señal incluida en la idea que representa. Un cordero es el símbolo de la mansedumbre, porque no se resiste, aunque la mansedumbre humana que simboliza es su­perior. En el Antiguo Testamento la muerte de un cordero prefiguraba la muerte de Cristo, porque su sangre derramada expiaba ciertas ofensas ceremoniales; aunque una expiación ceremonial no tiene comparación con la ver­dadera expiación de los pecados por Cristo.

SIMBOLO DE LA RESURRECCION GLORIOSA
Y    así la apertura de los sepulcros fue el sím­bolo del deshacimiento de todos los obstáculos a la gloriosa resurrección en cuerpos espiri­tuales e incorruptibles, porque fue el deshaci­miento de cuantos obstáculos impedían la aparición de los cuerpos vivificados. Las sim­ples puertas de los sepulcros, aunque sean de piedra, son barreras muy débiles comparadas con las dificultades de la resurrección de los muertos.
En efecto, se nos da a entender que la mejor resurrección estaba al alcance. Lo que había imposibilitado que los cuerpos de los santos sembrados en corrupción fueran levantados en incorrupción, lo que había imposibilitado tal resurrección, ahora, como lo demuestran esas tumbas vacías, ha sido quitado.
Y ya que el cuerpo resucitado implica la presencia del espíritu al cual pertenece, por lo tanto lo que impedía que los espíritus de los santos abandonaran Hades y fuesen revestidos con tal magnificencia de vida corporal, eso también, por la prueba de los sepulcros abier­tos, ahora ha sido quitado.
Por lo tanto, el Hades abierto era el equiva­lente de los sepulcros abiertos. Es decir que la muerte, la separación del espíritu del cuerpo, como también la corruptibilidad y disolución del cuerpo, eran ahora prácticamente abolidos para los santos.
Todo espíritu de los santos que estaba en Hades podría haber sido quitado de allí y reunido a su cuerpo en incorrupción y gloria. No había obstáculo que lo impidiera, sino so­lamente que no era el tiempo señalado por Dios.

LOS SANTOS NO ESTAN EN HADES AHORA
En prosecución de la victoria lograda en Hades, es decir, en el interior de la misma tie­rra, donde los muertos de Dios eran consola­dos, aunque no se hallaban en libertad bendita —allí ya no van los muertos de Dios. Desde la resurrección y ascensión de Cristo han ido a El allá arriba de todos los cielos.
No solamente esto, sino que a los muertos de Dios que habían ido a Hades, Jesús los tra­jo consigo cuando volvió de allí y los llevó con­sigo al cielo. Las puertas de Hades no prevale­cieron contra la iglesia.
¡Cuán simbólicamente hermoso, pues, es el hecho que fue el temblor lo que abrió los sepulcros! En otras palabras, la victoria de la muerte del Salvador había pasado a las almas de los santos "en el corazón de la tierra," y había derribado las puertas de su encierro.
Esa victoria en el corazón de la tierra fue sentida en la superficie, y la tierra temblante y las rocas hendidas dieron prueba de la gozosa revolución efectuada a favor de los santos en Hades.

LO QUE LOS SANTOS ESPERAN
Y así vemos que una parte de lo que fue hecho para el espíritu, simbolizado por la aper­tura de los sepulcros, ha llegado a ser una ex­periencia de los santos que han partido.
Mientras tanto, lo que fue hecho para el cuerpo, como también fue simbolizado, to­dos los santos lo están esperando. Fue efectua­do virtualmente, y es tan real como si ya hubiese sido llevado a cabo.
Todo obstáculo a la plena bendición para el alma de la resurrección, y a la plena gloria de la resurrección para el cuerpo, ha sido pues­to a un lado, y nosotros los santos solamente esperamos el tiempo señalado para nuestra manifestación.

IV.  VICTORIA SUBLIME
Y    fue la muerte de Jesucristo lo que efectuó victoria tan sublime a nuestro favor. Esta es otra lección de nuestro tema.
¿Cuándo fueron abiertos los sepulcros? En el preciso instante de su muerte. Este instante resulta más enfático porque los cuerpos muertos no fueron vivificados hasta tres días después, cuando Cristo resucitó. Los se­pulcros fueron abiertos a pesar de que la vivificación no tendría lugar entonces. Señaló una relación específica entre la muerte de Cristo y la apertura de los sepulcros.

CRISTO DESTRUYO EL PODER DE LA MUERTE
La muerte de Cristo abrió los sepulcros. Es decir, su muerte destruyó el poder de la muer­te. El poder de la muerte es el pecado. La muerte entró en el mundo por el pecado y es la pena del pecado. Por lo tanto, la muerte de Jesucristo, quien no tenía pecado propio, estaba llevando la pena del pecado por su pueblo.
Pero la muerte es principalmente la sepa­ración del alma de la vida de Dios, siendo la disolución del cuerpo apenas una sombra de muerte.
Por lo tanto, al morir y llevar la pena del pecado por su pueblo, Jesucristo murió no solamente en cuanto a su cuerpo, sino más terriblemente en el castigo sobre su alma. Fue hecho maldición por nosotros a fin de que pudiéramos ser redimidos de la maldición.
Así El agotó la pena del pecado a nuestro favor, e hizo posible que fuera quitada de no­sotros toda la condenación debida al pecado.
De ahí el hecho simbólico de la apertura de los sepulcros en el instante de su muerte. El poder de la muerte fue vencido por su muerte y todos los obstáculos que impedían que lo­gráramos la verdadera vida del alma y del cuerpo han sido quitados por completo.

LA VERDAD ACERCA DE LA EXPIACION
Es la verdad en cuanto a la expiación lo que aquí se nos enseña, el hecho de que la justicia de Dios fue satisfecha por medio del sufrimiento y muerte de nuestro bendito Sus­tituto.
A menos que lo que tenemos prefigurado en la apertura de las tumbas hubiera sido lle­vado a cabo, aun el mismo Cristo no podría haber resucitado. El vino a quitar los obstácu­los que impedían nuestra obtención de la vida verdadera, y a este fin llevó sobre sí la maldi­ción de Dios. Por lo tanto, si El no hubiera agotado la maldición, haciendo posible que fuera quitada de nosotros la maldición del pecado, la maldición todavía estaría sobre El y todavía estaría en poder de la muerte.
Si El no hubiera resucitado, no habría evi­dencias de su cumplimiento, ni hubieran sido quitados los obstáculos, ni habría victoria.
Por lo tanto, es imposible que el simbolismo pudiera ser otro. Esos cuerpos muertos no po­dían resucitar hasta que la victoria a nuestro favor fuese pronunciada. Pero la victoria, pronunciada por la resurrección de Cristo, fue el trofeo de su muerte.

LAS PUERTAS DE LAS PRISIONES FUERON ABIERTAS
Su muerte había abierto de par en par las puertas de la prisión, quitado la guardia y de­jado libre el camino. Al resucitar hizo uso de esta libertad.
Su resurrección aseguró para los suyos las bendiciones inherentes a la resurrección. Su resurrección confirió esta bendición a su pue­blo.
Su muerte es nuestra liberación judicial; su resurrección nuestra liberación real.
Su muerte es el perdón de nuestros pecados; su resurrección el certificado firmado de di­cho perdón.
Su muerte abrió el Hades; su resurrección lo vació. Su muerte es el sepulcro destruido; su resurrección significa los cuerpos muertos de sus santos que salen de sus sepulcros go­zando de la vida incorruptible y eterna.

LA SALVACION OFRECIDA HOY
¡La muerte de Cristo tiene tal poder re­dentor! "Los sepulcros fueron abiertos." Por lo tanto ya no existen obstáculos para que cada uno sea liberado personalmente aun en estos momentos de la muerte esencial. "El que cree al que me ha enviado," dijo Jesús, "pasó de muerte a vida" y "no morirá jamás."
Todo aquel que confía en Cristo es ahora libertado en su conciencia de la condenación del pecado y vive como un hijo de Dios, ha­biendo ya pasado de muerte a vida.
Entre tanto, su cuerpo corruptible espera el tiempo señalado, pues ya no existen obstácu­los en el camino de vida desde los portales de la tumba hasta la presencia de Dios, donde hay hartura de alegrías y deleites para siempre.

LA OBRA ESTA TERMINADA
En el mismo momento de la muerte de Cris­to, los sepulcros fueron abiertos. Recordé­moslo. En el mismo instante de su muerte to­dos nuestros pecados fueron expiados. Los sepulcros no fueron meramente abiertos en parte, ni los obstáculos quitados parcialmente.
No nos queda nada por hacer en cuanto a nuestro perdón y aceptación por parte de Dios. No podemos agregar nada a la obra de Cristo. Nuestra salvación del pecado está en El en estos momentos y es perfecta. Lo que tú y yo debemos hacer es recibirle y gozar de El. Re­cuerda, "el que es incrédulo al Hijo, no verá la vida."
Tal como soy; sin más decir,
Que a otro yo no puedo ir
Y tú me invitas a venir;

Bendito Cristo, vengo a ti.