domingo, 11 de abril de 2021

Pensamientos

 

Dios ha llegado a lo sumo en la demostración de su gracia; y el hombre ha llegado a lo sumo en la demostración de su culpa. Ambos han llegado a su extremo en la muerte de Cristo; y cuando le vemos coronado de gloria y sentado en el trono, tenemos la evidencia más poderosa de que solo falta que la salvación sea revelada, por un lado, y que el juicio emprenda sur curso, por el otro. (C. H. Mackintosh, Extracto Comentario de 1 Pedro 4:5)

EL DIABLO, LA CARNE Y EL MUNDO

 

El diablo tienta, la carne tienta


            Estas tres potestades tienen un vínculo muy íntimo entre sí, y todas trabajan en una combinación asidua y tenaz para la ruina y perdición de los hombres. La carne es la carroza y el mundo es el escenario donde el diablo anda y opera. Con todo esto, cada una de estas potestades tiene su esfera autónoma para obrar en el campo que los hombres le facilitan.

            La mayoría de las veces el hombre, después que ha caído y ha complacido sus placeres carnales, dice: “El diablo me tentó, el diablo se me metió y cometí un disparate; es que no sé cómo el diablo me cegó y caí en sus trampas.” Alguno ha dicho que ninguno cae en público sin antes haber caído en secreto. Las Escrituras definen claramente cuál es el pecado del hombre, cuál la tentación del diablo y cuál la maldad de mundo.

            Nunca leemos cuando el pecado de David de que Dios, o el profeta Natán, o el mismo David, acusaron al diablo de haberlo incitado a adulterar con Betsabé y a eliminar a Uría. No leemos que Acán haya sido impedido por el diablo a sustraer objetos del anatema en Jericó. Nada nos prueba que Esaú fue impulsado por el diablo a menospreciar su primogenitura; tampoco Nadab y Abiú a ofrecer fuego extraño en el altar; ni a Nabal para mostrarse tan avaro con David; y de otros tantos que por falta de espacio no podemos citar.

            En cambio, hay pruebas contundentes en la Palabra de Dios de casos donde el diablo sí hizo directamente su nefanda obra. “Mas Satanás se levantó contra Israel e incitó a David a que contase a Israel.” (1 Crónicas 21:1) A Pedro Cristo dijo: “Apártate de mí Satanás, me eres escándalo.” “Satanás os ha pedido para zarandearos.” (Mateo 16:23, Lucas 22:31)

           

Satanás dijo a Eva: “Mas sabe Dios que el día que comiereis de él ...” (Génesis 3:5) Leemos que Caín era del maligno y mató a su hermano. (1 Juan 3:12) Satanás tentó al Señor: “Si eres hijo de Dios.” ((Lucas 4:3) Pablo dijo: “Me es dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee.” (2 Corintios 12:7) Pedro preguntó a Ananías: “Por qué ha llenado Satanás tu corazón a que mintieses al Espíritu Santo?” (Hechos 5:3)

            El diablo está enjuiciado y eternamente condenado, no por ser diablo, sino porque enseñó a los hombres a pecar y a dudar de la veracidad de la Palabra de Dios. El hombre se ha adelantado en la maldad, que ha perdido dos cosas que el diablo conserva: “Los demonios creen, y tiemblan.” (Santiago 2:19) El hombre moderno ha perdido las dos cosas.

            Consideramos ahora que si el diablo tienta, la carne también tienta.

“Y el vulgo que había en medio tuvo un vivo deseo, y volvieron, y aun lloraron los hijos de Israel, y dijeron: “¡Quién nos diera a comer carne!” (Números 11:4 RV1909) y dice la Palabra que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y cebado. (Santiago 1:14)

            El incestuoso de la iglesia en Corinto fue tentado primero de la carne, entonces en la disciplina fue entregado a Satanás para la prueba de su fe con la muerte de la carne. El diablo le hizo la vida tan triste a aquel hermano que para siempre tendría el recuerdo de haber ofendido a su Señor. Aunque perdonado y restaurado, sentía con hondo pesar la mancha de su vestido.

            Es notorio que hoy día son pocos los caídos que dan muestras y señales de la profunda gravedad de su pecado. Algunos se olvidan muy pronto y empiezan a ocupar el lugar de jueces, criticando y murmurando los errores de sus hermanos. Otros no tienen la suficiente prudencia para esperar unos años, sino que al poco tiempo empiezan a tomar parte en el ministerio desde la tribuna.

            Y de la otra potestad leemos que “todo el mundo está puesto en maldad.” (1 Juan 5:19), y el mundo es el campo magnético de más grande tentación. En el mundo el diablo se pasea con su trío unificado: “La concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida.” (1 Juan 2:16)

            El mundo tiene sus riquezas y pasatiempos. Tiene sus modas y caprichos en las mujeres lo más deshonesto en los últimos tiempos, con sus faldas y pantalones que excitan la codicia y el deseo de la manera más vulgar. El mundo tiene sus cortes y composturas de cabello, sus pinturas extravagantes y sus pinturas llamadas naturales, pero que son pinturas que muchas hermanas usan para el cabello, para las uñas, para las mejillas, para las cejas. Todo esto junto con sus vestidos de corte anatómico que exhiben las formas de la mujer, vienen del mundo que trabaja para la carne, y la carne y el mundo para el diablo.

            El mundo tiene su política que ofusca los ojos y la mente de muchos. Demas fue uno de estos. (2 Timoteo 4:10) Del mundo vienen los noviazgos impuros y vulgares, y los matrimonios fuera de los principios bíblicos. La ruina de muchos matrimonios se debe a que en el noviazgo han revuelto y ensuciado el agua que se han de beber. Del mundo vienen los cumpleaños, los balnearios, las excursiones bastardas y las reuniones sociales que terminan en la molicie.

            Entonces ¿cuál será el remedio para resistir a estos tres enemigos? Bien:

 

·  lo del diablo: “Al diablo resistid y de vosotros huirá. (Santiago 4:17)

·  lo de la carne: Huid la fornicación. (1 Corintios 6:18)

·  Huye también los deseos juveniles (2 Timoteo 2:22)

·  lo del mundo:  Aborreced – “No améis el mundo ni las cosas que están en el mundo.” (1 Juan 2:15)

CONSTRUYENDO LA CASA EN UN LUGAR SEGURO

 

Durante los cálidos meses del verano, las hormigas construyen su vivienda en las tierras bajas o los valles. Pero parecen saber que el verano acabará y que llegará el invierno. Las hormigas se mudan entonces a un terreno más alto antes que lleguen las lluvias del in­vierno. Las aguas que se estancan en las tierras bajas causarán la muerte a las hormigas que se queden allí, pero en tierras más altas vivirán bien por encima de las aguas que destruyen y matan.


Cuando las personas edifican una vivienda, también quieren estar en un lugar seguro. Dios nos dice en su Palabra que debería­mos construir nuestras vidas en un lugar seguro. Hay sólo un lugar seguro donde las personas pueden edificar. El Señor Jesucristo es el único fundamento seguro, 1 Corintios 3:11. Una persona puede ser religiosa, y no haber construido su vida sobre un buen fundamento. Muchos líderes religiosos de los tiempos de Jesús no querían tener a Cristo como su fundamento, y escogieron seguir las propias enseñanzas de ellos.

¡Una buena casa necesita tener un buen fundamento! También necesita tener un buen constructor que la haya planeado y que su­pervise la obra. En las cosas espirituales, Dios es el constructor que escogió al Señor Jesucristo como la principal piedra del ángulo, 1 Pedro 2:4, Hebreos 11:10. Es importante tener un constructor que tenga buenas cualidades y una buena reputación, o el edificio

            Construyendo la casa en un lugar seguro puede resultar malo. Dios es un constructor perfecto. Él es bueno, bondadoso, sabio, justo, lleno de verdad, luz y amor, y podemos confiar en el completamente. Él es el gran Dios que ha planeado nuestra salvación.

Cuando oímos y obedecemos la Palabra de Dios, somos como un hombre sabio que edifica su casa sobre una roca. El Señor es nuestra roca espiritual, 1 Corintios 10:4b. Sin embargo, si no vamos a Cristo somos como un hombre insensato que edifica su casa sobre la arena. La casa de este hombre caerá cuando llegue la lluvia y sople el viento, Mateo 7:24-27. Su vida acabará en ruina y muerte eterna.

 

Las hormigas enseñan sabiduría

Las hormigas reconocen el peligro. Tenemos que damos cuenta de que estamos en peligro cuando nuestras vidas no están edificadas sobre Cristo. Este mundo será destruido un día. No podemos confiar en el hombre, Isaías 2:22, ni en nuestro dinero. Tenemos que dejar las tierras bajas y los valles del pecado, e ir a Cristo, quien nos pondrá sobre un terreno alto. Las hormigas se sienten felices de la protección de su hormiguero cuando llega el frío invierno. De la misma forma los creyentes son dichosos por el refugio que tienen al creer las buenas nuevas de Dios.

Las hormigas escogen la seguridad. Nuestro futuro hogar será un lugar preparado para nosotros, Juan 14:1-3. Será un hogar donde reinará la felicidad, Apocalipsis 21:3,4, un lugar de hermo­sura y luz porque Dios está allí, Apocalipsis 21 y 22. Podemos creer todas las promesas de Dios acerca de nuestro futuro hogar en el cielo, por cuanto «Él es la verdad». ¡Qué lugar más maravilloso será! Será un hogar seguro y duradero. Podemos guardar tesoros en el cielo mientras vivimos para el Señor, Hebreos 10:34. Los la­drones no pueden robar estas riquezas. Nuestro tesoro en el cielo no será dañado ni corroído ni se envejecerá, Mateo 6:20, 1 Pedro 1:4.




MEDITACIÓN

 


Alma mía, en Dios solamente reposa, porque de Él es mi esperanza. (Salmo 62:5)              


            Hay creyentes que a menudo desean hacer una gran obra para el Señor, pero se dan cuenta que deben realizar un trabajo tranquilo en un rincón escondido, y entonces se decepcionan. A veces también se desalientan tristemente de la compañía de creyentes con quienes caminan localmente. Esperaban que Dios convirtiera a una gran can­tidad de personas y que su pequeña reunión se volviera prominente y un centro de bendición, recibiendo públicamente la aprobación del Señor, y en lugar de eso ven debilidad y fracaso, y entonces se decep­cionan. Otras veces nos decepcionamos de los creyentes en gene­ral. Posiblemente nos habíamos imaginado que podríamos reunir a diferentes grupos dispersos del pueblo de Dios para caminar juntos en unidad y amor, solamente para darnos cuenta que esto condujo a discordia y más división, y entonces nuestra decepción aumentó.

Quizás el pueblo de Dios puso grandes esperanzas en el campo misionero. Y miles de misioneros fueron a trabajar en diversas par­tes del mundo, deseando que el baluarte del paganismo fuese que­brantado ante la luz del cristianismo, pero nuevamente se encuen­tran con la decepción debido a que esto es algo muy difícil. Otros tal vez piensan que después de diecinueve siglos de cristianismo, el mundo debería ser moralmente mejor, y en vez de eso deben admitir que jamás hubo tanta rebeldía, y se vuelven a decepcionar.

Sin embargo, si abandonamos nuestros propios pensamientos y buscamos los pensamientos de Dios, entonces no nos decepcio­naremos. Nuestras expectativas a menudo son muy limitadas y nuestras perspectivas muy estrechas. Pensamos en el presente y miramos solamente las cosas que se ven. En lugar de eso, miremos más allá de esta larga y oscura noche, y extendámonos hacia lo que está adelante. Consideremos el gran fin que Dios está obrando; una obra en la que Él está preparando, fuera de la miseria y ruina de este mundo, una Esposa que será apta para todo el amor de Cristo.

C. H. Mackintosh

LA VARA DE AARÓN QUE REVERDECIÓ

 


El arca del pacto cubierta de oro por todas partes, en la que estaba ... la vara de Aarón que reverdeció, Hebreos 9.4.


           

            En Números 16 leemos de una rebelión en el campamento de Israel en el desierto. Los causantes fueron Coré, Datán y Abiram. El motivo fue la envidia y la soberbia. Tal carnalidad es contagiosa, por lo que se juntaron con ellos doscientos cincuenta príncipes que querían hacerse sacerdotes en plena oposición a la Palabra de Dios. Pronto todo el pueblo fue contaminado con el espíritu de murmuración.

            Los tres cabecillas se enfrentaron con Moisés y Aarón, acusándoles de sobrepasar su autoridad y afirmando que todo el pueblo de Israel era santo y por lo tanto no debía haber distinción. Moisés no entabló una discusión con ellos sino llevó el caso en oración delante de Dios. A los que aspiraban el sacerdocio mandó a traer incensarios con carbones e incienso y presentarse delante de Jehová por la mañana.

            Entonces Moisés fue a la tienda de Coré, Datán y Abiram donde se había reunido la gente, y Dios hizo una cosa asombrosa: se abrió la tierra y se tragó las tiendas de esos rebeldes. Ellos descendieron vivos al infierno con todo lo que tenían, y los cubrió la tierra. Fuego salió de la presencia de Dios y consumió a los doscientos cincuenta príncipes. Sin embargo, se manifestó la clemencia en que Dios perdonó a los hijos de Coré, quienes fueron escogidos más bien para ser cantores en el servicio divino.

            En el Capítulo 17 leemos de las doce varas. El nombre de una tribu fue escrito en cada vara y éstas fueron puestas delante de Jehová durante una noche. Por la mañana la vara de Aarón había reverdecido mientras que las once restantes se quedaban como antes, muertas y secas. De esta manera Dios vindicó a su siervo Aarón como el único sumo sacerdote de Israel.

            Es de notarse que las varas no habían sido metidas en tierra, así que la vida en la de Aarón no era terrenal sino de arriba. Es un tipo de nuestro Señor, como el Padre le vindicó en resurrección como el gran sumo sacerdote de su pueblo. El vino del cielo y ha ido al cielo. En la vara no sólo hubo botones sino flores también. Estas nos hablan de las hermosuras del Señor: el más hermoso de los hijos de los hombres, la gracia se derramó en sus labios. Hubo a la vez almendras, evidencia de una vida fructífera, cual ninguna otra.

            La historia de los tres hombres nombrados se repite, en cambio, en el caso de Absalón quien por su soberbia quería destronar a su propio padre David y reinar en su lugar. Pero, en cuanto a Coré y su séquito, hubo intervención divina, mientras que Absalón sufrió una muerte trágica.

            Volviendo a nuestro Señor, Satanás despertó la envidia y el odio en los corazones de la nación, cosa que culminó en el crimen más horrendo de los siglos. Pero, “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”, Romanos 5.20. Dios es amor y es justo también, y tiene una cuenta pendiente con este mundo malvado. Al cabo de largos años de gracia, vendrá el día de venganza.

            En los tiempos apostólicos había hombres perversos, llamados falsos hermanos y falsos profetas. Judas advierte que “algunos hombres han entrado encubiertamente ... hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios”.

Y, para terminar: Si en realidad hemos resucitado con Cristo, que sean vistas las pruebas de la vida nueva como en la vara de Aarón:

 

·         Vida, no de la tierra sino de arriba, no en mundanalidad sino en espiritualidad.

·         “Flores” adornando la doctrina con un testimonio intachable, que refleje las virtudes de nuestro Señor.

·         “Almendras”, evidencia del fruto del Espíritu Santo en la vida.

           

            Bajo el régimen de la ley le estaba terminantemente prohibido a cualquier persona ajena a la familia de Aarón, ejercer el sacerdocio, aunque fuera un rey como Uzías. Al contrario, en esta dispensación de la gracia, todo creyente en Cristo, varón o hembra, no solamente es sacerdote santo sino también sacerdote real. Mayores son sus privilegios que los del sacerdocio bajo Aarón, pues con confianza puede entrar tras el velo rasgado y ofrecer sacrificios de alabanza, el fruto de labios que confiesan el nombre del Señor.

            “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes [excelencias] de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”, 1 Pedro 2.9. Y esto por los méritos de nuestro Señor Jesucristo.

NUESTRO INCOMPARABLE SEÑOR (4)

 

Hijo de David y Señor de David

 El primer título con que nuestro Señor se reviste en el Nuevo Testamento, en el primer versículo de Mateo, es el de Hijo de David: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”. Y el primer título dado a David es el de rey: “Isaí engendró al rey David, y el rey David engendró a Salomón”.


David como rey

El Espíritu Santo nota cuidadosamente que David está vinculado con Cristo según la carne, que es ascendiente del Señor. Nuestro Señor viene de la línea y familia de David, y como tal todas las glorias pertenecientes al reino, tema de la profecía del Antiguo Testamento, le corresponden a él.

            Al proseguir en la lectura de este capítulo al comienzo de Mateo, siguiendo las pisadas de las generaciones, nuestros ojos se centran en el nombre Jesús, el que viene no para salvar a Israel de los filisteos sino salvar a su pueblo de sus pecados. Antes de haber continuado mucho, aprendemos de hombres sabios del Oriente, preguntando en las calles de la ciudad capitalina de David dónde está aquel que ha nacido Rey de los judíos. Nuestro Señor es hijo de David. Está en la línea clara y directa de la sucesión de aquél, y por lo tanto nace Rey. El trono de David es suyo por derecho, y con ese trono el imperio mundano que le corresponde.

            David Baron, el conocido escritor judío y evangélico, ha señalado que nuestro Señor es el último cuya descendencia de David ha podido ser probada adecuadamente. Una vez destruidos Jerusalén y el templo en el año 70, y con ellos los registros genealógicos de la nación, hubiera sido humanamente imposible restablecer la secuencia ya conocida.

            Es claro en las Escrituras que el Mesías tendría que establecer que era en realidad el hijo de David. Este título se concedía por lo regular a nuestro Señor. En el Evangelio según Mateo hay hombres ciegos que le solicitan una bendición, empleando este lenguaje: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de nosotros”. Hay una mujer de los gentiles, de Sirofenecia, que busca también la benevolencia suya y emplea el mismo lenguaje. En el capítulo 12 la población se pregunta a una: “¿Será éste aquel Hijo de David?”

            En el capítulo 21 nuestro Señor reclama formalmente el trono de David. Deliberadamente cumple de una manera literal las palabras del Antiguo Testamento bien conocidas al pueblo judío. “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna”, Zacarías 9.9.

            Mientras Él procedía, el pueblo le aclamaba, diciendo: “¡Hosanna al Hijo de David!” Aun los niños le cantaban sus alabanzas en estas palabras, y cuando algunos les mandaron a guardar silencio, nuestro Señor respondió en las palabras de David: “De la boca de niños y los que maman perfeccionaste la alabanza”. Perfeccionamos la alabanza cuando damos a Cristo lo que le corresponde. Uno no precisa de cabeza llena de conocimiento bíblico, o un corazón desbordándose de visión misionera, para dar alabanza perfecta; cuando rendimos a Cristo lo suyo con la sencillez de un niño, perfeccionamos la alabanza.

            Sus enemigos han podido cuestionar su afirmación de ser el Hijo de David; no dudamos de que hayan querido hacerlo, pero aparentemente nadie se atrevió. Más adelante los apóstoles fueron acusados y encarcelados por predicar el evangelio, pero ninguno fue llevado ante un juez y acusado de haber mentido al proclamar que Jesús de Nazaret era el Hijo de David.

            Acordémonos: Esto era importante, una verdad a ser confesada en el evangelio. El evangelio de Dios difiere de las filosofías y los sistemas vaporosos, místicos y vagos que hombres han ideado y encajado sobre la raza humana. De ninguna manera pueden ser definidos en términos de realidad y certitud. Precisar su sentido es como intentar recoger vapor con tenedor.

            Pero el evangelio de Dios tiene sus raíces en la historia humana. “Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio”, 2 Timoteo 2.8, fue el instructivo que Pablo dio. Cristo, quien es la suma del mensaje que predicamos, es en verdad Hombre. Él cuenta con un linaje legítimo, humano, y la historia sobre la cual el evangelio se basa es una de la realidad humana.

            Así, cuando Pablo se sentó a escribir el tratado más profundo que existe, la explicación inspirada del evangelio como es la Epístola a los Romanos, él definió su evangelio en este mismo lenguaje: “Él evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las Santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”.

            Allí en la gloria nuestro Señor no rehúsa llevar ese mismo título. Cuando Juan miró y vio al Cordero en medio del trono, él sabía que contaba con la mayor autoridad para creer que aquel Cordero era idéntico a Uno cuyo título es El León de la Tribu de Judá. En el último de los mensajes que la Biblia tiene para su Iglesia, dice: “Yo soy la raíz y el linaje de David”.

David como profeta

No sólo está David delante de nosotros como un Rey en el Nuevo Testamento, sino como profeta también. Al recordar cuán ocupada y accidentada era la vida de David, nos sorprende lo poco que habla el Nuevo Testamento sobre lo que él hizo. Mucho más leemos allí de lo que dijo y escribió. Él es importante para nosotros como profeta porque, como recalcó Pedro en el Día de Pentecostés, “el patriarca David ... siendo profeta”, y “David ... mismo dice ...”

            David está vinculado con Cristo por cuanto es uno de los profetas que testificó anticipadamente de su sufrimiento y gloria. Las palabras que el Espíritu le mandó a escribir en sus salmos son palabras que fueron empleadas a menudo por los primeros predicadores cuando hacían saber a sus oyentes las demandas de Dios sobre ellos.

            David testifica acerca de la senda de Cristo. Pedro escribe citando lo que dice el Salmo 16 acerca de las palabras que se referían proféticamente a Cristo: “Veía al Señor siempre delante de mí”. Aquí hay un testimonio en cuanto al andar intachable de nuestro Señor. Adán fue colocado aquí en una hermosa escena de inocencia, pero él no veía al Señor siempre delante. Él cayó y nos involucró a todos en ruina. El Señor Jesús entró en una escena desfigurada por el pecado, pero veía siempre al Señor Jehová delante de él. Nada hizo sin referirse a Dios, y por consiguiente contaba con él siempre a su diestra y nunca fue conmovido. El andar de nuestro Señor fue uno de comunión continua y placentera, paso a paso en armonía con Dios. Las olas de tentación caían en vano sobre él; el gran Hijo de David no sería conmovido.

            En esa senda Él encontró profundo gozo. “Mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua”, Hechos 2.26, citando Salmo 16.9. No hay gozo tan pleno ni paz tan tranquila como el gozo y la paz de aquel que anda en comunión con Dios. Así, cuando nuestro Señor se encontró cara a cara con la oscuridad de la muerte, ésta fue su confianza “No dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción”. Pedro nos hace saber que David, al hablar así, no se refería a sí mismo. Las palabras del Salmo van mucho más allá de cualquier experiencia que David conoció. Hay un sepulcro no muy lejos de Jerusalén donde yacen aún ahora el polvo y los huesos de David, pero hay otro sepulcro, allá en un huerto, que está vacío. “Aquel a quien Dios levantó, no vio corrupción”, Hechos 13.37.

            David testificó acerca de la senda de Cristo, su andar perfecto, su muerte y resu-rrección. En el Salmo 110 testifica de la exaltación de Cristo. “Jehová”, escribe David, “dijo a mi Señor. “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies”. Pedro razona de la misma manera que David no ha podido decir esto acerca de sí mismo por cuanto él llama “mi Señor” a la persona acerca de quien escribe.

            Nuestro Señor mismo cita a David y señala que era profeta y que dio testimonio a la persona de Cristo. Hubo un día cuando nuestro Señor, habiendo contestado muchas preguntas, preguntó: “¿Qué pensáis del Mesías? ¿De quién es hijo?” Todo muchacho judío sabía eso. Era fácil, y contestaron enseguida: “De David”. “Pero”, prosiguió nuestro Señor, “David en el Espíritu le llama Señor; en una conversación celestial había oído a Jehová decir a su Señor: «Siéntate a mi derecha.» Ustedes dicen que es Hijo de David. David le llama Señor. ¿Cómo resuelven este enigma?”

            Hijo de David, con todas las ideas de subordinación que la palabra hijo comunica. Señor de David, con todas las ideas de superioridad que la palabra señor comunica. ¿Cómo pueden ser ciertas ambas cosas a la vez? Eso iba más allá de toda la teología de aquella gente de Mateo capítulo 22. David había escrito de Uno que vendría por su propia línea de descendencia según la carne, pero que era su Señor. No sólo hombre, sino Dios.

            Como profeta, David dio testimonio al poder de Cristo. Esa fue una gran reunión de predicación al aire libre de la cual se habla en Hechos capítulo 4. Tiene que haber sido al aire libre porque uno no concibe de una apertura como ésa si aquellos predicadores tuviesen un techo sobre la cabeza: “Soberano Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra ...” Pedro y Juan apenas habían sido sueltos de la cárcel y, llegando a los suyos, van a la oración. Las primeras palabras que salen de sus bocas son: “Soberano Señor”.

            Y ellos prosiguen, manifestando su fe al citar las palabras del segundo salmo. Las naciones se agitan, los potentados se oponen, los gobiernos persiguen, pero todos pueden hacer tan sólo lo que Dios ha dispuesto de antemano que hiciesen. El Señor que ellos servían era el Soberano, y con el desenvolvimiento de la historia del universo en sus manos. Por lo tanto, ellos dos y sus hermanos oraban con calma, no rogando ser liberados de sus perseguidores, o que sus enemigos fuesen desmenuzados como vasija de alfarero, Salmo 2:9, sino que les fuese concedida a ellos mismos gracia para hablar con denuedo la Palabra de Dios.

David como hombre

Contemplamos al Rey David con admiración, y guardamos una distancia respetuosa. Pensamos en David el profeta con algo de temor reverencial, teniendo presente la dignidad de ese oficio. Pero David era hombre también, un hombre de verdad, un hombre con pasiones como las nuestras; un hombre que conocía de cerca a Dios. En el Nuevo Testamento se habla no poco acerca de David como hombre de carne y hueso, y de su trato con Dios.

            En términos amplios, el Nuevo Testamento se divide en dos: los cuatro Evangelios y Hechos son históricos; las epístolas y el Apocalipsis son doctrinales. En cada una de estas dos divisiones, los primeros dos hombres del Antiguo Testamento que se mencionan son Abraham y David. No sólo Mateo, sino también la Epístola a los Romanos, nos presentan estos hombres; en el tercer versículo de esa epístola leemos de “nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne”. Sin embargo, el propósito en Romanos no es establecer genealogía sino de destacar las relaciones íntimas que los dos hombres gozaban con Dios.

            La primera palabra dicha en la Biblia acerca de David trata de esto mismo. Samuel habló a Saúl en el momento en que éste fue desechado, mucho antes de que figure el nombre de David; el profeta dice: “Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón”, 1 Samuel 13.14, y Pablo agrega, “... quien hará todo lo que yo quiero”, Hechos 13.22. Los capítulos vienen y van, y por fin aparece el joven David. Y luego el relato largo de su historia.

            Ahora, sabemos bien que la vida de David no estaba libre de mancha, y que los relatos del Antiguo Testamento narran fielmente sus fracasos tristes. Hay casi cincuenta referencias a David en el Nuevo Testamento, pero ni una de ellas hace mención de su comportamiento en Gat ante Aquis, cuando fingió locura y cambió su conducta por miedo de los filisteos, y la ocasión cuando dijo: “Al fin seré muerto algún día por la mano de Saúl”. El Nuevo Testamento pasa por encima de aquello. Ni una palabra se repite en el Nuevo Testamento sobre aquel horrible asunto de Urías el heteo y Betsabé su esposa. La debilidad suya en el hogar a causa de la cual dejó de atender primero a Amnón y luego a Absalón: nada hay sobre estos asuntos en el Nuevo Testamento. Ni su orgullo al censar el pueblo, ni esas palabras de venganza que pronunció contra Simei y Joab desde su lecho de muerte. Se guarda silencio.

            En cambio, el Nuevo Testamento dice de nuevo lo que Dios había dicho antes que sucedieran estas cosas: “Varón conforme a mi corazón”. Es que David era un hombre perdonado, y el perdón que Dios da lleva consigo el olvido de toda transgresión. Y cuando David había cumplido plenamente toda la medida del servicio que le fue asignado, el “durmió”, como dice Hechos 13.36. Lenguaje tierno es éste, figura del trabajador que, su faena del día realizada, se acuesta y entra en el reposo merecido.

Preguntas y Respuestas


 

1. ¿Qué suceso maravilloso ocurrió en Jerusalén al día de Pentecostés?

àEl Espíritu Santo descendió del cielo, según lo prometiera el Señor Jesucristo, y formó la Asamblea, bautizando a los creyentes allí congregados, en el Cuerpo de Cristo (Hch 2:1-4).

 

2. Se nos dice en Hch 2:47, que «el Señor añadía cada día a la Asamblea los que habían de ser salvos». ¿Qué demuestra esto con res­pecto a la Asamblea?

àEsto demuestra que la Asamblea ya estaba en existencia, de otro modo el Señor no hubiese podido añadir cada día a ella los que habí­an de ser salvos.

 

3. ¿Qué es necesario que hagan las personas para ser añadidas a la Asamblea que Cristo está edificando?

àPara ser añadidas a la Asamblea que Cristo está edificando es necesario que las personas crean al Evangelio y confíen en el Señor Jesucristo como su Salvador. Al hacerlo así, el Espíritu Santo los bautiza en el Cuerpo de Cristo.

 

4. Conteste la pregunta con más detalles citando de las Escrituras.

àCuando los pecadores creen al Evangelio y confían en el Señor Jesucristo como su Salvador (Jn 1:12, 13), nacen de nuevo por la operación del Espíritu Santo (Jn 3:5), y de este modo vienen a ser hijos de Dios (Gá 3:26). Dios envía el Espíritu Santo en sus corazones (Gá 4:6). El Espíritu Santo los sella para el día de la redención (Ef 1:13, 14; 4:30) y los bautiza en el Cuerpo de Cristo, la Asamblea (1 Co 12:13). Así es como el Señor Jesucristo, Quien está edificando Su Asamblea (Mt 16:18), añade a Ésta (Hch 2:47).

5. ¿Qué mandamiento dio el Salvador resucitado a Sus discípulos que de ser obedecido habría podido extender la Asamblea por todas partes sobre la faz de la tierra?

à«Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mr 16:15).

6. ¿Qué medio utilizó el Señor para hacer que los primeros misioneros salieran a predicar el Evangelio?

àPor medio de la persecución. La persecución los esparció, y mientras iban, predicaron el Evangelio a todas partes (Hch 8:1-4).

7. Cite un versículo que definidamente nos diga que el cuerpo del creyente es el templo del Espíritu Santo.

à1 Co 6:19: «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?».

La Trampa de las Transgresiones Toleradas (4)


 El Chisme

“Me llamo Chisme. No le tengo ningún respeto a la justicia.

Mutilo sin matar, rompo corazones y arruino vidas.

Soy astuto, malicioso, y con el paso del tiempo agarro más fuerza.

Mientras más me citan, más creen. Prospero en todo nivel de la sociedad.

Mis víctimas están indefensas; no se pueden proteger de mí

porque no tengo ni nombre ni rostro. Una vez que mancho alguna

reputación, jamás volverá a ser la misma.

Arruino carreras y causo noches de insomnio.

Creo sospechas y genero angustia. Incluso mi nombre sisea.

Me llamo Chisme”.

Autor desconocido


            Como cristianos somos muy prontos para condenar a aquellos que se involucran en formas serias de asalto verbal: “blasfemadores” (los que denigran, hablan mal o maldicen a otros), “acusadores falsos” (calumniadores - de la palabra griega para el diablo), y “murmuradores” (los que hablan en contra de alguien, o difaman a otros). Pero, ¿excusamos a los chismosos? ¿Somos culpables también de chismear? ¿Compartimos información de las vidas personales de otros que no sirve para ningún propósito noble?

            El chisme es información sobre la con-ducta y vida personal de otros, y a menudo es sensacional e íntima en su naturaleza. La palabra griega para “chisme” significa “susurrar”. La palabra en sí implica algo hablado en secreto que no debería ser mencionado abiertamente. Un “chismoso” e Íntimos.

            Aparte de “chismosos” y “susurradores”, hay otras descripciones a lo largo de la Biblia. El Antiguo Testamento habla de los que “andan en chismes” para describir al que “se dedica a sembrar chismes”, o uno que revela secretos que no deberían ser compartidos. El Nuevo Testamento habla de los que “se entremeten en lo ajeno” para referirse a los que se inmiscuyen en los asuntos de otros, y hablan interminablemente de los asuntos de otros. Una definición bíblica del chisme es la difusión de rumores o secretos, hablando de alguien a sus espaldas, o repitiendo alguna cosa sobre otro que realmente no es beneficioso.

            ¿Por qué nos llama la atención el chisme? El chisme es atractivo, despierta interés, es sensacional y revelador. Las palabras secretas a espaldas de otro le dan al chismoso la sensación de ser conocedor. “Las palabras del chismoso son como bocados suaves, y penetran hasta las entrañas”, Proverbios 18.8, 26.20-22. Hay algo en nuestra naturaleza pecaminosa y presumida que quiere oír de las fallas y los problemas de otros. En alguna forma perversa sentimos que los defectos de otros nos hacen ver mejor a nosotros mismos.

            Pero la realidad es que el chisme es pecaminoso. El chisme es una característica de los que han rechazado a Dios. Pablo dice del inconverso: “murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos”, Romanos 1.30. El chisme es producto de la naturaleza pecaminosa, no del Espíritu, y por eso Pablo temía que al llegar a Corinto hallaría “contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes”, 2 Corintios 12.20. El cristiano debería evitar el chisme debido a su fuente. Es fruto de la naturaleza caída.

            No solamente es pecaminoso, sino que también es dañino. Traiciona a amigos y causa resentimiento hacia otros. “El hombre perverso levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos”, Proverbios 16.28. Chismear divulga secretos y mancha reputaciones, y la gente juzga el carácter de otros basado sobre la información compartida. Hay amistades que son arruinadas cuando se pierde la confianza. “El que anda en chismes descubre el secreto; más el de espíritu fiel lo guarda todo”, Proverbios 11.13.

            Aún más serio es que el chisme genera desconfianza, resentimiento y contiendas entre creyentes. En Proverbios leemos: “Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa la contienda”, 26.20. Palabras alegadas, motivos insinuados, supuestas intenciones y verdades a medias son la esencia del chisme. El chisme no está comprometido con la verdad. No hay “verificadores de información” para analizar el chisme antes de que se comparta. Mientras más se repite, más se acepta como si fuera verdad. A menudo se perpetúa y le echa leña a los conflictos entre creyentes.

            En las Escrituras se les manda a los cristianos a quitar toda maledicencia y calumnia, y a evitar el chisme. En el Antiguo Testamento Dios dijo: “No andarás chismeando entre tu pueblo”, Levítico 19.16. En el Nuevo Testamento Pablo escribe: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”, Efesios 4.31. Pedro explica el mismo punto: “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones”, 1 Pedro 2.1. El cristiano no debe caracterizarse por ninguna forma de expresión difamatoria — maledicencia, detracciones, calumnia e incluso el chisme. Mas bien debe comprometerse a hablar la verdad. “Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros”, Efesios 4.25.

            Según el Señor Jesucristo, la marca que distingue a los cristianos es que muestren “amor los unos con los otros”, Juan 13.35. El chisme no es amor en acción. Compartir información privada o personal de otros creyentes (especialmente sus fallas y faltas) es lo opuesto a amarlos. El amor “no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad”, 1 Corintios 13.6. “Y, ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados”, 1 Pedro 4.8.

            El chisme se disfraza frecuentemente con ropa religiosa. Compartimos información “para que puedas orar”, o para que “sepas cómo es la situación verdadera”. Aunque ciertamente hay ocasiones en las que se requiere compartir información, tenemos que revisar nuestros motivos. ¿Hemos considerado el daño irreparable que nuestras palabras podrán causarles a otros? ¿Las palabras que hablamos han sido verificadas?    ¿Son palabras que destrozarán la reputación de otros? Examinemos, pues, nuestras conversaciones y revisemos bien nuestros motivos. En vez de chismear, hablemos palabras de verdad, motivados por amor.