domingo, 5 de julio de 2015

Cuidar al rebaño

Dios mismo ha encomendado a algunos de sus siervos la preciosa tarea de cuidar a los Suyos. A éstos les ha dado el gran privilegio y también la responsabilidad de ser los instrumentos del Buen Pastor, es decir, del Señor Jesucristo. No es una obra para cualquiera. Tampoco es un servicio que uno decide hacer por sí mismo, sino que hay Alguien que encarga y a Quien se tiene que dar cuentas: “el gran Pastor de las ovejas” (Hebreos 13:20). No es para los cobardes, los perezosos o los que estén buscando beneficio propio. Es una obra para los valientes, los que son llamados por Cristo mismo, los que tienen un corazón dispuesto a sufrir por el rebaño.                                                            
A.B.
El Señor Jesús dijo: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalaria­do, y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas” (Juan 10:11-15).

CONFUSIÓN Y ORDEN

El Señor encontró un estado de triste y humillante y variada confusión en la tierra que recorrió día a día. Pero ello sólo brindó la ocasión para que Su senda resplandeciese más — ya que se trataba de luz y sólo luz, no empañada por las tinieblas e ininterrumpida por la confusión que existía a todo su alrededor.
El estado de la política y de la religión exhibía, en aquel día, esta confusión. La autoridad de los Romanos estaba allí donde Jehová debiera haber sido supremo; la imagen de César circulaba por la tierra de Emanuel. Y Él tuvo que ver con los Herodianos, los Saduceos, y los Fariseos, con sus propios parientes según la carne, en la ignorancia de ellos, con doctores de la ley y escribas en su soberbia y pretensiones, con las multitudes en su egoísmo e inconstancia, y con la baja condición de Sus propios discípulos.
Él tuvo que recorrer regiones tales como Galilea, Judea, y Samaria —diversas, quiero decir, no en cuanto a lugar, sino en cuanto a carácter. Ya que Samaria era la contaminada, Galilea la racional, Judea la religiosa. Vemos esto en Juan capítulos 4 y 5.
Galilea le recibiría, porque ellos habían visto los milagros que Él había obrado; pero ellos no creerían sin señales y prodigios, Al igual que la Cristiandad, y su andar de cada día, Galilea le brindó su fe y aceptación históricas. Ellos creyeron basados en un testimonio competente; pero no hubo ningún ejercicio de alma, ni tampoco un despertar de la conciencia.
Judea, o Jerusalén, se ocupaban de su templo y su día de reposo. La religión, o la observancia de ordenanzas, el mantenimiento de los que les honraba a ellos mismos en su propio lugar como la casa o centro de la adoración de la nación, era esencial para ellos y prevaleció para cegarlos y no ver los hechos del Hijo de Dios[1].
Samaria era inmunda. No tenía ningún carácter que mantener, ningún honor religioso que vindicar y defender. Pero allí, la conciencia fue despertada. Ningún milagro se había presenciado allí, pero no se buscó allí milagro alguno. Jesús fue recibido allí debido a que Sus palabras habían alcanzado sus almas.
Esto era Galilea, esto era Judea, y esto Samaria; Galilea la racional, Judea la religiosa, y Samaria la contaminada. Pero toda esa variada confusión sólo contribuyó a glorificar la senda de Aquel que supo de qué manera responder a cada hombre.
Herodianos y Saduceos y Fariseos, Sus parientes y Sus discípulos, los doctores de la ley, los escribas, y las multitudes, Galilea, Judea, y Samaría, todos a su manera y a su tiempo recibieron su respuesta de Él. Él no resistiría, pero aun así, escaparía de la trampa. Su voz no se oiría en las calles, y no obstante, Él los dejaría incapaces de responderle una palabra. Él no remedió la confusión, sino que pasó a través de ella, sólo glorificando más a Dios a causa de ella.
Y   ver esto es nuestro consuelo. Ello nos dice que las escenas en que nos vemos involucrados día a día no son nada nuevo, y no son, necesariamente, una sorpresa para nosotros. Ellas pueden ejercitarnos, y podemos caer bajo las mismas, y para nuestra humillación, pero no nos deben sorprender ni tampoco descorazonar. No necesitamos esperar remediarlas; sino, al igual que el Maestro, tenemos que pasar por ello. El juicio hará su obra en su momento, y la confusión cesará. Pero el tiempo del juicio no ha llegado aun plenamente. Jesús juzgó siempre al enemigo del pecador, pero nunca a los Suyos. Él contendió por nosotros contra Satanás, pero nunca contendió por Sus derechos contra el romano o el judío. Esa fue la combinación de debilidad y fortaleza en Él; pasando siempre por alto los errores de los Suyos, pero juzgando todo el poder del enemigo del pecador, destruyendo las obras del diablo.
Y   el orden vendrá después del juicio, tal como el juicio viene después de la paciencia. A su tiempo, esto existirá, ciertamente, así como la confusión existe ciertamente ahora. Su mano formará y moldeará una escena de orden en los días del reino venidero. Y de este orden Él ya ha dado, por medio de Su Espíritu, una y otra vez, en el progreso de Su gracia y sabiduría, promesas y muestras. Y mientras consideramos esto por un momento, tendremos que decir, ¡De qué manera más hermosa toman su lugar correcto las cosas cuando el Espíritu de Dios viene a regularlas! Y esto se lleva a cabo, puedo decir, silenciosamente —tal como la creación de antaño asumió todo su orden bajo el mismo Espíritu.
Yo veo un ejemplo de esto en Génesis 18. Jehová había acordado consigo mismo que revelaría un asunto a Abraham. Tras eso, los dos ángeles que le habían acompañado a Mamre, se alejan, mientras Abraham, por otra parte. Se acerca. ¡Qué sencillo, y sin embargo, que hermoso fue eso! La escena, sin ruido o esfuerzo, toma su debida forma. Los objetos que la llenan se ubican en sus lugares correctos —los ángeles dejando el lugar en posesión de aquellos que tenían un secreto entre ellos, mientras que ellos mismos, dejados a solas, se acercan uno al otro.
Así también Abraham nuevamente en Génesis 21. Él había sido distinguido recién por el favor divino. Había obtenido a Isaac y su casa fue establecida por Jehová. El Gentil viene a procurar su amistad. Abraham se la concede sinceramente — pero en la ocasión él asume el lugar del mayor, mientras Abimelec, aunque era rey, y Ficol, príncipe de su ejército que acompañaba a su amo, sin murmuraciones, asumieron el lugar del menor. Este fue otro testimonio de almas que encuentran su relación correcta el uno con el otro bajo la mano del Espíritu de Dios, estando todo entre ellos en el orden y la armonía de 'una esfera silenciosa'.
Lo mismo se ve, y eso, también en un campo de visión más amplio, en Éxodo 18. Las tribus de Israel redimidas se encuentran con Jetro en el monte de Dios. Aarón está allí, y Moisés está allí, cabezas de Israel, cabezas sacerdotal y real. Pero Jetro, no obstante, asume el lugar del mayor. Él era nada más que un extraño, visitando, en compañía de la mujer Gentil de Moisés, el Israel de Dios. Pero él era celestial —su persona y su lugar nos dicen eso — y él asume de inmediato, sin pedir permiso, y aun así sin equivocación, los derechos del celestial; y Moisés y Aarón le ceden instintivamente el lugar del mayor, tanto en el santuario como en el trono.
¡Oh, cuando el espíritu obra, qué final se da a la contienda, y a la emulación (o, imitación)! ¡y qué alivio para el corazón trae consigo una expectativa tal!
La entrevista de Salomón y la Reina de Saba demuestra lo mismo. Pedro, en la presencia del Señor, toma las relaciones mutuas en el mismo espíritu en Juan 13.
Pedro hizo señas, a la distancia, a Juan, y Juan, ante esas señas, estando cerca, presiona nuevamente el pecho del Señor; y juntos así consiguen el secreto de aquel pecho. No hay aquí celos, ninguna provocación. Uno apenas sabe en cual deleitarse más, si en las señas de Pedro a Juan, o en la presión de Juan sobre el pecho de Jesús, en Pedro usando a su hermano, o en Juan 'usando' a su Señor. Se trata de una escena exquisita — hermosa de contemplar, de feliz expectativa — pensar acerca de una comunión según semejante modelo, cuando ninguna envidia o provocación mancharán los intercambios de corazón con corazón, cuando no se oirá más la pregunta acerca de quién de ellos iba a ser el mayor (Marcos 9: 33-37), cuando la confusión provocada por las pasiones y los caracteres desaparecerá para siempre.
Y a estos dos casos del poder hermoso y regulador del Espíritu Santo debo añadir el de nuestro Señor y los dos discípulos en el camino a Emaús, en Lucas 24.
Jesús, un forastero, se unió a ellos en el camino, y ayudó a sus pensamientos, y alivió, de ese modo, los corazones. El camino era un terreno común. Pero cuando llegaron a casa de ellos, el forastero no importunará. Él puede unirse a ellos en el camino del Rey, pero el hogar de ellos era el castillo de ellos. No obstante, ellos no pueden permitir esto. Le deben demasiado como para dejarle marchar tan pronto, y Le apremian para que entre. Pero tras esto, cuando la fe se orienta hacia Él, si bien no tiene aún su conocimiento acerca de Él, de inmediato Él toma Su lugar apropiado. Él se convierte en el anfitrión en lugar de ser el huésped, el Señor de la fiesta dispensando sus mejores provisiones, mientras ellos, en la plenitud de sus corazones, una vez despiertos para conocerle, agradecidos y felices, reconocen Su título.
Todo está en su debido orden, Desde el principio hasta el final esto fue así. La escena en el camino común, la escena en la entrada de la morada, y luego la escena en el interior de la casa — todo es orden.
Y puedo decir, ciertamente, que todas estas cosas son atisbos pasajeros, en los días patriarcales o en los días evangélicos, de días felices por venir, cuando nuevamente las armonías de 'una esfera silenciosa', no unísonas, se dejarán oír, y provocarán el gozo de miles de corazones unidos. Porque al final, tal como al principio, en la escena de la redención final (Efesios 4:30; Romanos 8:23), así como en la de la creación al principio, todo estará en orden tanto en el cielo como en la tierra, bajo el poder del Verbo y el Espíritu de Dios. En la tierra, "Efraín no tendrá envidia de Judá, ni Judá afligirá a Efraín." (Isaías 11:13). "El lobo y el cordero serán apacentados juntos.” (Isaías 65:25). El buey y el asno ararán juntamente (véase Deuteronomio 22:10). Las naciones se complacerán en reconocer las glorias de Sion, y le suministrarán a ella, lo mejor que puedan hacerlo, Geba y Sabá, Nebaiot y Ceda. Y en los cielos todo será compactado y unido como en el misterio del "un cuerpo"; principados y potestades, y dominios y tronos pueden ser diversos (Colosenses 1:16), pero aun así, son dignidades coherentes y armoniosas.
Así, en los lugares del reino venidero. Sean terrenales o celestiales. Las cosas estarán en hermosura y orden — orden moral así como también natural. Los dos palos serán uno. (Ezequiel 37: 15 - 28). Judá e Israel morarán juntos bajo la misma vid y la misma higuera, y las naciones tomarán el segundo lugar, el lugar del "menor", y lo tomarán gozosamente.
«Todos los millones de sus santos allí
Se unirán en un cántico,
Y cada uno la dicha de todos verá
Con infinito deleite.»

La Reina de Saba fue demasiado feliz al ver la gloria de Salomón como para envidiarle por poseer dicha gloria. Y Pedro, en el monte santo, estuvo tan satisfecho en el poder de aquel lugar, que incluiría en su feliz actividad el hecho de servir a los que estaban por sobre él. ¡Qué alivio proporciona una perspectiva semejante! Ya es hora de cansarse y avergonzarse de toda la vanidad, la envidia, y la contienda, a las que somos sensibles en el interior y alrededor. La mujer Siro fenicia respiró el espíritu más alegre del reino venidero, cuando deseo tan sinceramente estar en segundo lugar después de Israel, agradecida de recibir la porción de los perrillos debajo de la mesa donde los hijos eran saciados. (Marcos 7: 24-30).
¡Bienaventuradas son las personas que están en ese caso! Bienaventuradas por el hecho de anticipar un estado de orden moral, santo, orden de la gracia, mantenido en el poder de la presencia de Dios, Las Escrituras prometen y presagian un orden como estos. Y es bueno que nosotros, amados, si podemos, pasemos a través de la confusión que está a nuestro alrededor, en algo de la luz y la pureza de la mente de Cristo, hasta que llegue esta época de orden.



[1] Una multitud de gente discapacitada permanecía en Betesda, aunque el Hijo de Dios anduvo sanando todo tipo de enfermedades, haciendo la obra de Betesda en una manera mucho mejor que Betesda. (Juan 5: 1-18)

ESTUDIE PARA SER APROBADO

Todo creyente debería ser un estudiante de la Biblia. Demasiados creyentes piensan que un estudio serio de las Sagradas Escrituras es solamente para su pastor o su ministro. Eso no es más que un error colosal. Cada hijo de Dios debería apropiarse diligentemente de la Palabra.
Un segundo error es pensar que para estudiar la Biblia se necesita un entrenamiento de seminario. ¡Error! Charles Haddon Spurgeon nunca tuvo un entrenamiento bíblico formal. Tampoco lo tuvieron G. Campbell Morgan o Harry A. Ironside.
Ellos fueron estudiantes devotos de la Palabra, y aprendieron sus profundas verdades a través de horas de estudio, meditación y oración. El primer paso hacia la plenitud de vida es la inteligencia espiritual,  crecer en la voluntad de Dios por medio del conocimiento de la Palabra de Dios.
Establezca un tiempo y lugar definidos en los cuales pueda estudiar sin distracciones. Muchos creyentes optan por las primeras horas de la mañana. Cada vez que usted mantenga esta cita fortalecerá el hábito. Cada vez que la deje a un lado lo debilitará.
También se puede disciplinar a usted mismo utilizando el tiempo libre para continuar sus estudios donde los dejó.
La motivación es tremendamente importante. El mayor incentivo para estudiar la Biblia es el hecho que es la Palabra de Dios. En la misma usted escucha a Dios hablarle. Cuando vive siendo consciente de esto, el estudiarla se convierte en un gozo y no en una tarea.
Otra motivación es tener que preparar para las clases de la Escuela Dominical o las Clases Bíblicas. Cuando usted sabe que tiene que explicar un pasaje o responder preguntas sobre el mismo también tiene un incentivo práctico.
Considérese bendecido si tiene el privilegio de enseñar la Palabra en una clase.
Otra experiencia que también motiva a leer la Palabra es testificar a los no creyentes, especialmente a los miembros de las sectas. A menudo ellos presentan argumentos que no somos capaces de responder. Nos sentimos avergonzados, y esto nos lleva a nuestro hogar a estudiar la Biblia hasta que podamos obtener una respuesta convincente.
En este sentido, los sectarios son nuestros amigos. Los creyentes que testifican crecen más rápido en el conocimiento de la Palabra.
No debería pensar que el estudio de la Biblia será fácil. Prepárese para cavar, para investigar, para comparar, para analizar.
Comience con oración. Pida que el Espíritu Santo le hable a medida que lee.
Pídale que le muestre cosas maravillosas de la Palabra de Dios (Sal. 119:18). Sométase a Él como su Maestro.
Luego decida qué libro de la Biblia va a estudiar. Esto dependerá en parte de dónde se encuentra en su vida cristiana (si usted es un nuevo creyente o si ya tiene algún trasfondo de las Escrituras).
No trate de hacer mucho a la vez. Es mejor tomar unos pocos versículos y extraer algo de los mismos que leer todo un capítulo y olvidarse rápidamente de lo que ha leído. En términos generales, un capítulo es demasiado.
Lea el pasaje una y otra vez hasta que sea parte de usted.
El estar familiarizado con las palabras de la Biblia es invaluable.
Haga preguntas sobre las cosas que no entiende. Cuando las personas me preguntan cómo estudio la Biblia, les digo, “Con un signo de interrogación en mi mente”. Esto no significa que tengo preguntas con respecto a la verdad de la Palabra. Significa que siempre me pregunto, “¿Qué significa esto?” En el libro “Los Discípulos se hacen, no nacen”, Walter A. Henrichsen escribió:
¿Qué dice que no logro entender? Escriba todos los problemas que tenga con el pasaje. Cuando comencé a estudiar la Biblia, pensaba que cuanto menos problemas encontraban, más entendía el pasaje. A medida que estudié más y más las Escrituras, me di cuenta que es más cierto pensar lo opuesto. Cuanto más profundizo en el pasaje, más problemas tengo. Es decir, me doy cuenta que hay más cosas en el capítulo que no entiendo.
Escriba su propio comentario sobre cada versículo. No ha asimilado el significado hasta que lo pueda explicar con palabras sencillas y entendibles. Luche por alcanzar esa meta. Un maestro llamado Russel L. Ackoff escribió:
Una vez tuve un alumno brillante, quien ahora es un profesor muy conocido, el cual escribió una tesis altamente técnica. Le pedí que asumiera que yo era un administrador corporativo común y corriente. ¿Podría explicarme su tesis brevemente?
Se dirigió al pizarrón y comenzó a llenarlo con símbolos matemáticos. Lo detuve y le recordé que yo era un administrador común y corriente y no un matemático.
Luego de una larga pausa él dijo "No creo que pueda explicarle muy bien las cosas si no utilizo un lenguaje técnico".
A menos que las personas se puedan comunicar en un lenguaje accesible, no sabrán de qué están hablando.
Obtenga ayuda de comentarios disponibles, diccionarios bíblicos y enciclopedias, versiones respetables de la Biblia, paráfrasis, libros que analizan cada palabra, y otras obras de referencia. Me beneficio mucho siempre que puedo acudir a este material.
Siga buscando respuestas a sus interrogantes. "Alguna de las preguntas que tiene serán respondidas en el transcurso de su estudio bíblico, algunas serán respondidas cuando hable con otros sobre las mismas, y otras nunca serán completamente respondidas".
Algunas veces los eventos de la vida cotidiana vierten luz sobre las Escrituras.
Los creyentes en un campo de concentración pueden ver tesoros en la Biblia que el resto de nosotros pasamos de largo.
Dele la bienvenida a las oportunidades para compartir el resultado de sus estudios. Esto esparce la bendición y lo libra de vivir en un mundo lleno de trivialidades.
Capítulo 27 del Libro Manual del discipulado

Estudios sobre el libro del profeta MALAQUIAS (Parte I)

INTRODUCCIÓN
Malaquías es cronológicamente el último de los profetas enviados a Judá después que éste hubo retornado del cautiverio. Hageo y Zacarías profetizaron durante los acontecimientos relatados en el libro de Esdras. Malaquías es posterior, pues menciona circunstancias análogas a las del capítulo 13 de Nehemías. Pero, todo lleva a pensar que su profecía fue pronunciada después de este período. De cualquier manera, su alcance sobrepasa infinitamente este marco más o menos restringido, pues Malaquías describe el estado moral del pueblo. Tal estado existía todavía en parte en tiempos de Juan el Bautista, último profeta del antiguo pacto, cuando Jesús, el Mesías prometido a Israel, estaba por aparecer en escena.
Muchos acontecimientos de marcada importancia tuvieron lugar durante los cuatro siglos y medio que transcurrieron entre Nehemías, último historiador del Antiguo Testamento, y el ministerio de Cristo. Malaquías no hace ninguna alusión profética a los acontecimientos que proliferaron en este período, mientras que Zacarías, asemejándose en ello a Daniel, los menciona claramente. Lo que ocurre es que Malaquías sólo toma en cuenta el estado moral del pueblo, destinado a recibir al Mesías, y los juicios que caerían sobre él si su conciencia obstruida no se despertara ante esta visitación, al mismo tiempo que un verdadero remanente esperaría la venida del Señor.
Como se ve en los tres últimos profetas del Antiguo Testamento, Dios había hecho subir a Judá del cautiverio de Babilonia para establecer el reinado de Cristo, si el pueblo le recibía; pero, si llegaba al colmo de su incredulidad rechazando a su Rey, Dios tenía en vista una salvación maravillosa que sería ofrecida a todas las naciones.
Malaquías, pues, no nos habla proféticamente del imperio de Alejandro, ni de los tiempos heroicos de los Macabeos, ni de la conquista romana, sino que describe el muy sombrío estado moral del pueblo y pone de relieve, sobre este fondo oscuro, la existencia de un pequeño remanente preparado, por la prueba, para proclamar la venida del Libertador.
Todo esto es de gran interés y muy digno de llamar nuestra atención, ya que se trata del porvenir de Israel y de la venida de Cristo, pero, como lo veremos a continuación, el libro de Malaquías, además, tiene para nosotros un alcance inmediato y considerable si lo aplicamos al estado actual de la cristiandad en su relación con la segunda venida del Señor. De ninguna manera queremos decir que Malaquías aluda a este asunto, pues todo el período de la Iglesia y la historia de la cristiandad están reservados al Nuevo Testamento y a sus profetas, mientras que el Antiguo Testamento guarda absoluto silencio a ese respecto; mas no olvidemos que la historia de Israel ofrece al cristiano una enseñanza que éste sería muy culpable si no la aprovechara. Las cosas que le sucedían a este pueblo eran un ejemplo y han sido escritas «para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos» (1 Corintios 10:1 1).
Consideraremos, pues, a lo largo de este estudio, por una parte la condición de Israel en relación con la primera venida de Cristo y, por otra parte, la de la cristiandad en relación con Su segunda venida, cuando él venga del cielo para recoger a los santos consigo. Este tema nos sorprenderá aún más por estar tan limitado. Contrariamente a lo que ocurre con otros profetas, Malaquías no nos dice ni una palabra del rechazamiento de Cristo y de sus sufrimientos expiatorios. Él anuncia su venida, y ¿quién la soportará si el Mesías no encuentra un pueblo dispuesto a recibirle?
Los que constituían el resto de Judá habían sido preparados de antemano para esta acogida. La gracia de Dios había hecho subir a esta tribu desde Babilonia. Ella habría sido el verdadero remanente si su corazón hubiese cambiado. Juan el Bautista la exhorta a ello con insistencia por medio del bautismo de arrepentimiento. El grueso de la nación, bajo la conducción de sus jefes, permanece sordo a la misión del mayor de sus profetas. Algunos lo escuchan, reciben al Mesías que viene a ellos y se convierten en el núcleo al cual se asociará más tarde el Israel profético. Acto seguido a la resurrección del Salvador, estos mismos discípulos forman, por cierto, el núcleo de la Iglesia, paréntesis celestial entre la venida del Mesías judío aquí abajo y su advenimiento con gloria para asumir el gobierno de Israel y del mundo, pero eso de ninguna manera impide que, como discípulos judíos que han recibido al Mesías, ellos sean el primer eslabón al cual habrán de soldarse los fieles del remanente judío de los últimos tiempos.

La primera pregunta que se nos plantea, pues, es ésta: ¿En qué estado moral se encontraba el pueblo, vuelto de Babilonia, para esperar la primera venida de Cristo? ¿En qué estado moral se encuentra hoy la cristiandad para esperar su segunda venida?

La Paga del Pecado es la Muerte

ROMANOS 6:23
Por el pecado de Salomón y de su hijo Roboam vino la ira de Dios sobre la nación de Israel y fue dividida en dos partes. No en dos partes iguales, sino diez tribus siguieron a Jeroboam, y dos se quedaron con Roboam. Todo esto confirmó la palabra de Dios dada por el profeta Ahías silonita: “Y no oyó el rey al pueblo; porque era designio de Jehová para confirmar la palabra que Jehová había hablado por medio de Ahías silonita a Jeroboam hijo de Nabat” (1 Reyes 12:15).
Habiendo recibido las diez tribus de la mano de Dios, Jeroboam procedió a edificar dos altares falsos y puso los dos becerros de oro que hizo en cada extremo de su reino, uno en Betel y el otro en Dan. "Y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto” (1 Reyes 12:28). Por su desobediencia y su pecado Dios mandó a un profeta a reprobarle, pero él no le hizo caso. La palabra de Dios dice pues, “Con todo esto, no se apartó Jeroboam de su mal camino, sino volvió a hacer sacerdotes de los lugares altos de entre el pueblo, y a quien quería lo consagraba para que fuese de los sacerdotes de los lugares altos, y esto fue causa de parecido a la casa de Jeroboam, por lo cual fue cortada y raída de sobre la faz de la tierra” (1 Reyes 13:33-34). Siempre después al referirse la escritura de Jeroboam agrega las palabras monótonas; “que hizo pecar a Israel”.
De este mal ejemplo los reyes que sucedieron a Jeroboam, todos ellos caminaban en sus mismos malos pasos. Cuando llegó al trono de Israel el rey Acab, hijo de Omri se dice de él. “Y reinó Acab, hijo de Omri sobre Israel en Samaría veintidós años. Y Acab hijo de Omri hizo lo malo ante los ojos de Jehová, más que todos los que reinaron antes de él. Porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por mujer a Jezabel, hija de Et-Baal rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal y lo adoró” (1 Reyes 16: 30-31)- Dios toma debida nota de los hechos malos aunque sean de los reyes. También hay una referencia en el capítulo que vamos a considerar, (es decir el veintiuno) el profeta Elías observó y dijo. “A la verdad ninguno fue como Acab, que se vendió para hacer lo malo ante los ojos de Jehová; porque Jezabel su mujer lo incitaba” (Véase el capítulo 21 de primer Reyes y los versículos 25-26). De esta nefanda unión la nación sufrió la ira de Dios, y el cielo no dio agua por espacio de tres años y seis meses. Durante el reino de Acab y Jezabel apareció el profeta Elías tisbita, un siervo de Dios que tuvo mucho celo para la honra de Dios. Después de su estadía en Sarepta de Sidón llego a Samaría a enfrentarse con el rey Acab y obtuvo la gran victoria sobre las fuerzas de Baal destruyendo a los cuatrocientos cincuenta profetas falsos. Pero los malos hechos del rey y de su reina iban de mal en peor, finalizando en la codicia que tuvo de la viña de Nabot de Jezreel, historia que se encuentra en el capítulo 21 de primer reyes- La codicia es condenada por el Apóstol Pablo en sus cartas, por ejemplo él escribe, “Pero...avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos,” (Efes. 5:3), y en el libro de los Proverbios 21: 26. “Hay quien todo el día codicia”. Parece por lo mucho que tuvo el rey Acab aún codiciaba la viña de Nabot. Prueba cierta que el hombre no está contento y desea añadir a sus bienes para satisfacer su codicia; no importa si por la fuerza quiera obtener lo que es de otro. La razón porqué Nabot le rehusó vender su viña es que la escritura le había prohibido hacerlo. La palabra de Dios enseñó terminantemente que “La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo” (Lev. 25: 23).
Tampoco el Señor Dios no quiso que la heredad de los hijos de Israel pasara de tribu en tribu. Véase todos los mandatos en el último capítulo del libro de Números. Entonces por esta razón hizo bien Nabot en no vender su posesión aunque fuera el rey que la pidiera. Seguramente tomó bastante coraje de negar al rey lo que quiso, pero Nabot tenía más temor a Dios que a los hombres. En nuestros días no hay tales hombres que pueden desafiar a reyes u otros oficiales si la palabra del Señor les prohíbe este modo de obrar. Le costó la vida a este fiel y humilde siervo de Dios pero su acción no se olvidó de parte de Dios. Al saber que Nabot no puede venderle su terreno llegó a casa muy triste y Acab no quiso comer. Un siervo del Señor observa, ‘‘Porque no pudo conseguir lo que deseaba, se metió en la cama como un niño quisquilloso”. Demuestra el poco carácter que tenía este hombre a pesar de ser el rey. Pero si el carácter de Acab era débil el de Jezabel se manifiesta que es sin escrúpulo y la vida de Nabot nada le importaba a ella- Prometió dar al rey dentro de poco la viña de Nabot. Su complot fue de escribir cartas a los ancianos de la ciudad de Nabot en el nombre de Acab y las selló con el anillo de Acab el rey. Su propósito fue que Nabot tenía que ser destruido a todo costo, no importa si tenían que emplear falsos testigos para obtener su infausto fin. El bajo estado de la nación en aquellos días se ve claramente en la actitud de los ancianos de la ciudad de no investigar el caso de Nabot antes de acusarle y matarle. La acusación fue que él había blasfemado de Dios y del rey y sin la oportunidad de defenderse fue llevado fuera de la ciudad y lo apedrearon hasta que murió. Cuando llegó la noticia a Jezabel de que fueron cumplidos los designios de sus cartas, dijo a Acab; “Levántate y toma la viña de Nabot de Jezreel, que no te la quiso dar por dinero; porque Nabot no vive, sino que ha muerto” (1 Reyes 2L15). En el versículo 16 del capítulo 21 de primer reyes, leemos, “Y oyendo Acab que Nabot era muerto se levantó para descender a la viña de Nabot en Jezreel, para tomar posesión de ella.” Según el parecer de los impíos no falta nada para impedir que goce de lo que se han posesionado, pero en el momento menos esperado y en plena gloria de su triunfo, nos avisa la escritura en el versículo 17 que, "Entonces vino palabra de Jehová a Elías tisbita, diciendo: Levántate, desciende a encontrarte con Acab rey de Israel, que está en Samaría; he aquí él está en la viña de Nabot, a la cual ha descendido para tomar posesión de ella”- Su éxito fue de muy poca duración, Dios había tomado debida nota de sus hechos y pronunció juicio sobre él y de su consorte Jezabel. Las palabras dadas a Elías para pronunciar contra esta pareja inicua nos enseñan el parecer de Dios sobre semejante iniquidad y crimen. Léase con mucho cuidado los versículos 19 al 26 del capítulo 21. Al oír la sentencia de Dios sobre sí Acab confesó lleno de tristeza y arrepentimiento, pero no era muy sincero, quizá fue más por el pavor del juicio venidero. Pero vemos la gracia de Dios. Vino la palabra de jehová a Elías diciendo. ¿“No has visto cómo Acab se ha humillado delante de mí? Pues por cuanto se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días; en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa” (1 Reyes 21:29). Su actitud humillante agrada a Dios por el momento pero tarde o temprano cayó la justa retribución de Dios sobre la mala casa de Acab y murieron los dos en el lugar señalado por la palabra del profeta. Hay un refrán antiguo que dice, “Aunque tarde el juicio de Dios, seguro es en alcanzar su fin”. Es imposible que el hombre se burle de Dios. En una de las escrituras eficaces se encuentran las palabras. “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. (Gal. 6:7).
Aprendamos la lección de esta trágica historia para que nos rindamos al Señor con todo corazón. "No deis lugar al diablo” (Efes. 4:27).
El Contendor por la Fe - Septiembre-Octubre -1968

Doctrina: El pecado.(Parte IX)

IX.         EL PECADO EN EL CRISTIANO.
El rey sabio dijo: “¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado? (Pro 20:9). Pablo responde: “No hay justo, ni aun uno…” Tal vez  se dirá que busquemos, somos muchos, alguien debe haber que pueda decir que está libre de pecado, que no tiene pecado. Aunque rebusquemos, ¡es inútil! Somos de la opinión de Pablo. Porque aunque se encontrase un hombre con características deseadas, Dios dirá que sus obras son como “trapos de inmundicias” (cf. Isaías 64:6) y que su sacrificio no sería aceptado, porque somos pecadores y ofendemos a Dios con nuestras obras manchadas por el pecado. Por tanto, no hay nadie que pueda decir que está libre de pecado y pueda salvarnos. En cambio Dios tenía una solución para el pecado, tenía a su “cordero”, en quien se complacía de manera completa (Mateo 3:17; 17:5; Marcos 1:11; Lucas 3:22; 2 Pedro 1:17). La obra que efectúo en la cruz del calvario fue aceptada a plena satisfacción de Dios (cf. Romanos 5:1; Filipenses 2:9).
En la cruz, la obra del Padre y del Hijo, es un faro (Juan 3:14) que alumbra el camino de retorno. El Señor vino a traer luz a esta humanidad que caminaba en la oscuridad (cf. Juan 8:12; Juan 3:19). “Quien cree en él, no es condenado; más el que no cree, ha sido ya condenado; por cuanto no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios” (Juan 3:18).
         Por tanto, el origen de la nueva vida en el creyente está en la muerte y resurrección del Señor Jesucristo. No la obtuvimos como algo que mereciéramos, pues recordemos que éramos seres condenados al fuego eterno, seres que “Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite” (Isaías 1:6). No merecíamos nada, y con ser así el don de Dios (Romanos 5:15) vino a nosotros trayéndonos vida, porque  “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2:5).
El cristiano tiene una nueva vida en Cristo (Romanos 6:4), tiene una posesión nueva, en la cual es constituido como hijo de Dios, por medio de la adopción. Al morir juntamente con Cristo (cf. Romanos 7:14), nos dio un nuevo ser (Efesios 2:15; 4:24), un nuevo hombre y el viejo hombre quedó clavado en la cruz (Romanos 6:6).
Un cristiano no practica el pecado (1 Juan 3:9; 5:18); el que vive una vida de pecado, no es Hijo de Dios (1 Juan 3:8,10). Sin embargo, el pecado en el creyente está a la puerta y nosotros, voluntaria o involuntariamente, lo dejamos entrar, y caemos en la tentación porque  “jugamos con él”. Si jugamos a tocar el pelaje del león, de seguro nos comerá la mano.
Las figuras que encontramos en la Biblia son ejemplos para el creyente a seguir y tener en cuenta. No olvidemos que la Biblia fue escrita para nuestra enseñanza (Romanos 15:4 cf. 1 Corintios 10:1-6). Allí encontramos lo necesario para que comprendamos que tal deseo que nos obsesiona es nocivo para nuestra vida y que debemos subyugarlos a la voluntad del Señor. Los tres enemigos que producen tales motivaciones actúan en formas independientes o relacionadas entre sí, pero resistiéndolos bajo el amparo del Señor, podemos vencerlos. Podemos ver que Israel vencía siempre cuando estaba completamente subyugado a Dios. Venció a Jericó y otros reyes (Josué 6:1-27; 13:21); pero cayó derrotado ante una pequeña ciudad (Josué 7:1-26). Es importante la oración de los hermanos en nuestras vidas. Pablo, siendo un gran hombre de Dios pedía que oraran por él y la extensión del evangelio (1 Tesalonicense 5:25; 2 Tesalonicense 3:1; Hebreos 13:18).  Cuando Israel peleaba con Amalec, en su primera batalla, Moisés, Aarón y Hur estaban en una actitud de oración indispensable para la victoria del pueblo de Dios (Éxodo 17:1-16).

Los enemigos.
Hay tres enemigos que nos incitan al pecado: Satanás, el mundo y la carne. Estos tres están relacionados entre sí de una manera muy fuerte.

Satanás
Satanás como enemigo de Dios ya no puede “ayudarnos” para llevarnos a la condenación, tal como lo hacía cuando no éramos hijos de Dios.  Pero si puede ponernos muchos tropiezos. En la Biblia lo muestra como “León rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8), al cual debemos resistir (Santiago 4:7).

El mundo.
Cuando se habla del mundo en las Escrituras, en la mayoría de los casos, se refiere al sistema organizado, cuyo amo es Satanás,  y su fin es  atrapar al hombre en las redes de pecado. Este mundo pone tropiezos al creyente (Mateo 18:7; cf. Apocalipsis 2:14),  lo aborrece  (Juan 15: 18), se alegra de la tristeza del creyente (Juan 16:20). Este mundo de tal modo tejido que atrapa al hombre y hace caer al creyente; pues este mundo era el que nos tenía esclavizados (Gálatas 4:3) y nosotros seguíamos esta corriente pues no había como salir. Este mundo es regido por el “príncipe de las potestades del aire” (Efesios 2:2). Sólo el Señor Jesucristo libera a este hombre con su perdón cuando se arrepiente. Recordemos que Él es la luz del mundo (Juan 3:19; 8:12).

La Carne
Cuando hablamos de carne no estamos hablando de la materia de que se compone nuestro cuerpo, sino de un sentido moral. La carne identifica a la esencia pecadora que está presente en el hombre, la que llamaremos carnalidad,  y esta se opone a Dios y excluye a Dios, porque pone su esperanza en las obras terrenas.  Por tanto, la “carne” es enemistad para con Dios (Romanos 8:7), y está en oposición al Espíritu Santo y a la dirección que quiere darnos (Gálatas 5:17,24; 4:3; Col. 2:8,20).
Las Escrituras también usan la expresión del “viejo hombre” en las Escrituras (Romanos 6:6; Efesios 4:22; Colosenses 3:9). Este es el hombre viciado con el pecado, cuyo fin es su destrucción. Procura estorbar al nuevo hombre que es según Cristo, haciéndole pecar.  Este “viejo hom-bre” es crucificado con Cristo cuando  un alma se convierte a Cristo; pero  intenta “desclavarse” y nos causa problemas si lo permitimos.
Tropiezos.
         Cuando se nos dice que el cristiano no practica el pecado (1 Juan 3:8,9), no quiere decir en absoluto que no cometa algún tipo de pecado. Quiere decir que no es habitual en él el pecado, que no es parte de su vida como algo propio y que cometa de la forma más natural. Es más, al creyente ya no le es natural cometer pecado, aunque él sea un pecador rescatado. Lo que hacía antes con agrado, ahora le provoca desagrado, y si comete algún pecado, le pesa en el corazón.
         Desgraciadamente el “hombre viejo”, la carne “incircuncisa” (cf. Col. 2:18), que se opone a todo lo que es santo y agradable a Dios,  provocará que pequemos – porque está viciado (Efesios 4:22) –, que sintamos deseos del “Egipto”.        
El mundo, con su vanagloria, intenta atraer al creyente a que sea parte de él, atrayendolo con sus bondades.  Egipto le ofrecía productos a Israel que no encontraban en el desierto y apareció la añoranza por lo que ha quedado atrás, al punto que algunos quisieron retroceder (vea Números 11:5; 14:4; 20:3-5). El mundo y la carne están íntimamente relacionados,  ya que el primero provee para los vicios del otro, y ambos están destinados a arrastrar al nuevo hombre a pecar, porque aun habitamos en cuerpo de pecado.
Satanás, como ya se ha citado, es como un “león rugiente” y procurará atrapar entre sus garrar a alguno que ande “ebrio” con lo que ofrece este mundo. El hecho que ruge es una alerta para que velemos y tengamos cuidados de evitarlo. Pedro nos dice precisamente esto, en la primera parte del versículo citado, con la expresión “Sed sobrios, y velad”. La sobriedad nos habla de la prudencia, y el “velad” la acción de estar alerta, con todos los sentidos bien calibrados.  Un hombre ebrio camina de aquí para allá sin control ni atención de los peligros que se le presentan, y en estas circunstancias el león le devora. Pablo nos entrega su visión para caminar con sobriedad por este mundo, utilizando la figura de los deportistas, ya que ellos sujetan su cuerpo a una dura disciplina: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Corintios 9:26-27). Muchos creyentes que eran lumbrera en el mundo, cayeron en las garras del pecado y esa luz se ha apagado. En la Biblia tenemos otros ejemplos que podemos tomar y aprender de ellos, no a seguirlos en sus malos pasos, sino a evitarlos. David es el ejemplo de un hombre que no fue prudente ni hizo caso a los consejos de sus súbditos más cercanos, estaba “ebrio” de orgullo. Encontramos que Dios prueba a los suyos pero siempre deja una salida para que el siervo pueda soportarla (1 Corintios 10:13). En 1 Crónicas 21 encontramos como Satanás incitó a David a hacer algo que era pecado, censar al Israel.  Si bien es cierto, que era una prueba de parte de Dios (2 Samuel 24:1), y que Dios mismo permitió que Satanás incitase a David, vemos que este hombre, que a pesar de tener muchos años de estar con Dios, fracasó. Tuvo la posibilidad del haber salido de esta prueba si hubiese hecho caso a sus hombres.
         Nada de lo que haga Satanás es en beneficio para Dios y los suyos.  Vemos  como este ser estorbó al Señor poniéndole tentaciones (Mateo 4:1-11), como indujo a Pedro a decir palabras de ruego e imploración que eran contra la voluntad de Dios y del Señor Jesucristo (Mateo 16:23).  O en el caso de Ananías y Safira que mintieron al Espíritu Santo (Hechos 5:3). Satanás no puede tocar a los hijos de Dios sin la autorización expresa de Dios (cf. Job 1:12; Lucas 22:31), pero si le pone estorbos que impiden el avanzar en su vida cristiana.

LOS VALIENTES DE DAVID

(2 Samuel 23:8-39)
David, después de pronunciar sus últimas palabras y rendir homenaje a la fidelidad de Dios (v. 1-7), dio testimonio de la fidelidad de sus amigos. En su casa, David sufrió decepciones, traiciones y abandonos; pero los amigos del principio, los hombres de la cueva de Adulam, siempre permanecieron con él. Así también fue consolado el apóstol Pablo al final de su vida, ante todo por la presencia fiel del Señor, pero también por la de Timoteo, de Lucas y de Onésimo.
En los versículos 8 a 39 tenemos una verdadera lista de honor. Se registran los nombres de los valien­tes, así como el detalle de las proezas de algunos de ellos. Los anales de la guerra traen a la memoria la bra­veza de estos valientes soldados, no de forma global, sino detallada.
Las últimas palabras de David evocan nuestro por­venir eterno, y esta lista de valientes nos muestra cómo seremos recompensados allá arriba. Es como una visión anticipada del tribunal de Cristo (1 Corintios 4:5).
Debemos servir al Señor en medio de una guerra, la cual no es contra carne y sangre, sino "contra hues­tes espirituales de maldad en las regiones celestes" (Efesios 6:12). Nuestros afectos por el Señor y por su Iglesia serán evaluados muy justamente. Un día, los registros de los vencedores ignorados de este mundo serán abiertos delante de todos. Todo lo que se haya hecho para el Señor tendrá su recompensa. Por ahora, el combate de la fe no ha finalizado, pero nuestra redención está cerca. Imitemos a Moisés, quien "tenía puesta la mirada en el galardón" (Hebreos 11:26). Dios dijo a Elí: "Yo honraré a los que me honran" (1 Samuel 2:30). Éste es el sentido de estos versículos.
Es llamativa, ante todo, la ausencia del nombre de Joab en la lista de los valientes. El valor, la fuerza y el celo no son criterios suficientes para hacer figurar a alguien en el registro de Dios, en lo que se conoce como "el libro de las batallas de Jehová" (Números 21:14). Se nos dice que cuando se inscriba a los pue­blos, Dios contará: "Éste nació allí". Sólo los que hayan nacido en Sion serán establecidos por el Altí­simo (Salmo 87:5-6). Son los que se hallan funda­dos en la gracia divina. Aquellos que hayan nacido en otro lugar, no podrán tener más que una gloria efí­mera. Joab constituye un ejemplo de esto. No había sido uno de los compañeros del principio. Entra en escena sólo después que David fuera ungido como rey en Hebrón. Éste lo había nombrado jefe de su ejér­cito (2 Samuel 24:2). Sin embargo, su lealtad y abne­gación por el rey estaban lejos de ser perfectas y le fueron causa de muchas tristezas. Tenía la sabiduría del mundo, era un buen político, pero no tenía fe ni piedad. Orgulloso, arrogante, obstinado, sólo busca­ba su propia gloria. Murió en su pecado (1 Reyes 2:28-34). ¡Qué tragedia! Una vida perdida, mientras que sus dos hermanos, menos ilustres, figuran, al igual que su escudero, en la lista de los valientes (2 Samuel 23:37). Si bien Joab es mencionado tres veces, sólo lo es indirectamente (v. 18, 24, 37).
Tal como lo señala el versículo 39, en esta lista de honor se mencionan treinta y siete valientes:
—  los tres primeros, aparte de los treinta (v. 8-12);
—   Otros tres —no mencionados— que formaban parte de los treinta (v. 13-17);
—  dos —Abisai y Benaía— distintos de los treinta (v. 18-23);
—   y por último, los treinta —que en realidad son treinta y dos— (v. 24-39). Se los llama "los treinta", porque dos de los treinta y dos habían muerto (Asael y Urías).
Si hacemos el cálculo, sumamos: 3 + 2 + 32 = 37.

Estos tres hombres que encabezan la lista de honor personifican la energía divina perseverante, manifes­tada en el creyente. Era Jehová quien obraba las gran­des victorias (v. 10, 12). Los filisteos, los enemigos de adentro —los más peligrosos—, fueron vencidos. "Si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado" (1 Pedro 4:11).
El primero de los tres valientes (v. 8) tiene el nom­bre adecuado: Joseb-basebet, que significa: «el que está sentado en un trono» o «en el primer lugar». Que haya dado muerte a ochocientos hombres o solamente a trescientos (véase 1 Crónicas 11:11), no quita que fuera una proeza. Los ejecutó de una sola vez, es decir que no flaqueó un instante hasta no acabar su obra.
Eleazar (v. 9-10) significa «Dios es auxilio». En las circunstancias referidas, tres hombres estaban con David. También estaba el ejército de Israel. Pero éste se había alejado, y la victoria fue obra de uno solo: Ele- azar. Su mano que se le quedó pegada a la espada nos enseña que, durante el combate, y aun después, debe­mos formar cuerpo con la Palabra de Dios, la espada del Espíritu. Todo el pueblo se benefició con la victoria de uno solo. Ello constituye un ejemplo de la energía espiritual que no se desanima, por más abandonos que podamos sufrir de todos lados.
Sama (v. 11-12) tampoco puso cuidado en el hecho de que el pueblo hubiese huido. Arriesgando su vida, salvó el alimento dado por Dios. Este no debe ser dejado en manos del enemigo: hermosa exhortación para nosotros los creyentes, a fin de que no permitamos que se nos arrebate el alimento de nuestras almas, ya por negligencia, por tibieza o aun por incredulidad o desprecio.

Los tres jefes siguientes no son nombrados en las hazañas que relatan estos versículos, sino a continua­ción de éstas, en la lista de los treinta, de la cual for­man parte (v. 24-39). Personifican la abnegación de la fe manifestada por un testimonio colectivo.
Habían mostrado su adhesión a David en la prueba, en la cueva de Adulam. Probablemente el episodio narrado tuvo lugar durante la guerra del capítulo 5. El valle de Refaim (5:18; 23:13) estaba invadido por los filisteos. Este valle se encuentra entre Adulam al oeste y Belén al este. Podríamos pensar que el pozo se hallaba cerca de la casa de Isaí. Con un suspiro de su corazón, movido por los recuerdos de su infancia, David expresó el anhelo de beber del agua de ese pozo. Fue un deseo sentimental, pero vano. Cualquier agua hubiese podido saciar su sed.
Estos tres hombres estaban cerca de David, lo que les permitió oír su voz. Era suficiente para ellos. El deseo de su amado rey, por más ligeramente que fuera expresado, fue tomado muy en serio. No se trataba de una orden; no obstante, expusieron su vida sin demora con tal de satisfacerlo. Con sublime abnegación, irrum­pieron por el campamento de los filisteos y trajeron el agua deseada para que su rey fuera refrescado. No nos sorprende la reacción de David, ya que conocemos su sensible corazón. Conmovido, respetó con admiración este gesto de amor. Tomó nota del éxito de esa proeza, pero no se sintió digno de beber el agua adquirida a tal precio, sino que la derramó como libación para Dios. A El solamente pertenecía la vida de esos hombres.
Este relato forma un hermoso ejemplo para noso­tros de una obra de amor. Tenemos los mandamientos de nuestro Señor; pero también poseemos su Palabra, la cual expresa todos sus deseos. Responder a ellos nos hará gustar la dulzura de su comunión (Juan 14:21, 23). Los filisteos que obstruían el camino constituyen una imagen de la carne que se mezcla con las cosas espirituales y que conduce al tradicionalismo y a un frío y estrecho legalismo, como también a un cristia­nismo mundano que frustra los deseos del corazón del Señor respecto de nosotros. En un tiempo de debilidad y abandono de la verdad, es un gozo para nosotros responder, no a órdenes, sino a los deseos de nuestro Señor, los que conocemos por su Palabra, aunque sea­mos tan sólo dos o tres.

Aquí nuevamente se trata de un grupo de tres hombres (v. 18, 22) que se distinguen de los treinta (v. 23). No son los del versículo 13. Sin embargo, sólo dos de los tres figuran en la lista de este capítulo: Abi­sai y Benaía.
Abisai, a quien encontramos varias veces en los libros de Samuel, es evaluado con precisión. Es el más eminente de este nuevo trío, pero inferior a los tres de los versículos 8 a 12. El gran acto que motiva su men­ción aquí es recordado con exactitud, pero sin detalle. Su energía es especialmente puesta en evidencia.
Hay tres hazañas de Benaía que se registran (él también ya es conocido; véase 2 Samuel 8:18; 20:23. Era jefe de los cereteos y los peleteos, los guardias per­sonales del rey). En primer lugar, mató a dos moabitas asemejados a dos leones a causa de su temeraria apa­riencia (compárese 1 Crónicas 12:8, donde está escrito con respecto a los de Gad: "Sus rostros eran como ros­tros de leones"). Seguramente que estos moabitas habían hecho temblar a más de uno, pero no a Benaía. Es posible que este suceso se sitúe en la guerra contra Moab, cuyo relato aparece en 2 Samuel 8:2. Benaía además tuvo que luchar contra un verdadero león que por algún motivo había sido puesto en un foso o se había caído accidentalmente en él. A pesar de la intem­perie —que dificultaba la lucha—, no vaciló en hacerle frente y matarlo. Tenemos aquí una imagen de Satanás, vencido por Cristo —el Hombre fuerte por excelencia— en la cruz. En tercer lugar, Benaía mató a un egipcio, también de apariencia aterradora, con su propia lanza. En esto imitó a su rey, quien venció a Goliat (1 Samuel 17). Al igual que Abisai, fue evaluado, pesado con precisión (2 Samuel 23:23). Como recompensa, tuvo acceso a una comunión íntima con David (Apocalipsis 2:17)

Versículos 24-39: los treinta
Por último, hallamos la lista de los treinta —o, más bien, de los treinta y dos— algunos de los cuales son conocidos: Elhanán (2 Samuel 21:19), Asael (2:18) y Urías (11:3). Este último nombre constituía para David un doloroso recuerdo de su vergonzosa caída, de un pasado que hubiera querido olvidar. Sin embargo, era necesario que Urías figurase en esta lista de honor. Era digno de ello.
¡Ojalá que esta porción de las Escrituras obre en los cristianos a fin de que cada uno "sufre penalidades como bueno soldado de Jesucristo" sin murmuracio­nes! (2 Timoteo 2:3). Aunque nuestros nombres y nuestros actos no sean mencionados en la lista de honor de los soldados eminentes, ello no nos privará en absoluto del gozo de haber servido a la gloria de Cristo. Y si recibimos de sus manos traspasadas una corona, la echaremos a sus pies, prosternándonos y diciendo: "A él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos" (Apocalipsis 1:6).         
Creced, 1997

Meditación.

“Sin profecía el pueblo se desenfrena; más el que guarda la ley es bienaventurado” (Proverbios 29:18).


Leemos en la primera parte del versículo de hoy: “Sin profecía el pueblo se desenfrena”, y por regla entendemos que se refiere a que debemos tener metas por las cuales trabajar. Tiene que haber un programa definido en mente con una descripción clara de los resultados deseados y los pasos que conducen a ellos.
Pero en nuestro texto la palabra “profecía” significa “una revelación de Dios”. Y la palabra “desenfrenar” significa “abandonar las restricciones”. La idea es que donde la Palabra de Dios no se conoce y se respeta, la gente se desboca.
El contraste se encuentra en la segunda mitad del versículo: “más el que guarda la ley es bienaventurado”. En otras palabras, el camino de la bendición se encuentra cuando se obedece la voluntad de Dios tal y como se encuentra en la Palabra.
Pensemos en la primera parte del versículo. Cuando la gente abandona el conocimiento de Dios, su conducta se vuelve incontrolable. Supongamos, por ejemplo, que una nación se aleja de Dios y explica que todo lo que existe se basa en un proceso evolutivo. Eso significa que el hombre es el resultado de un proceso meramente natural y no la creación de un Ser sobrenatural. Si esto fuera así, entonces nos quedaríamos sin base para las normas éticas. Todo nuestro comportamiento sería el resultado inevitable de causas naturales. Como lo señalan Lunn y Lean en La Nueva Moralidad: “Si la primera célula viviente evolucionó por un proceso puramente natural en la superficie de un planeta sin vida, si la mente del hombre es el producto de las fuerzas naturales y materiales como lo es un volcán, resulta tan irracional condenar a los políticos de Sudáfrica por el apartheid como condenar a un volcán por arrojar su lava”.
Si se rechaza la Palabra de Dios, entonces no hay leyes absolutas del bien y el mal. Las verdades éticas dependen de los individuos o los grupos que las erigen. La gente viene a ser el juez de su propia conducta. Su filosofía es “si te hace sentir bien, hazlo”. El hecho de que “todos lo hacen” es toda la justificación que necesitan.
De este modo el pueblo se desenfrena. Se abandona a la fornicación, al adulterio y la homosexualidad. El crimen y la violencia se incrementan en proporciones alarmantes. La corrupción invade el mundo de los negocios y del gobierno. Mentir y engañar vienen a ser formas aceptadas de conducta. El tejido de la sociedad se deshilvana.
         “...más el que guarda la ley es bienaventurado”. Aun cuando el resto del mundo se desmanda, el creyente puede encontrar la buena vida cuando cree y obedece la Palabra de Dios. Éste es el único camino que seguir.