domingo, 4 de julio de 2021

Poesía

 


¡Oh Cristo! Él es la fuente.

¡El profundo y dulce gozo del amor!

¡De las aguas corrientes terrenales yo he bebido,

aguas más profundas beberé en las alturas!

Allá, con la plenitud de un océano,

la misericordia se engrandece en Él, y la gloria,

la gloria habita en la tierra de Emanuel.


La Esposa no mira sus vestidos,

sino el rostro de su Esposo amado.

Contemplaré, no la gloria,

sino a mi Rey lleno de gracia.

No la corona otorgada por Él,

sino sus manos traspasadas.

El Cordero es toda la gloria de la tierra de Emanuel

A. R. C.

Fuente: Revista Fe

Preguntas y Respuestas

 


1. Cuando en la actualidad surgen discrepancias respecto a orden o disciplina en la Asamblea, ¿a qué fuente segura de instrucción debemos recurrir?

àA la Biblia y volver a lo que hemos tenido «desde el principio» (2 Jn 5, 6).

2. ¿Cómo obtuvo Pablo su conocimiento sobre la Asamblea?

àPablo obtuvo su conocimiento sobre la Asamblea por revelación (Ef 3:3).

3. ¿Qué quiere decir Pablo cuando asevera que le fue dada para que cumpla o complete la Palabra de Dios?

àPor cumplir o completar la Palabra de Dios se entiende que Pablo fue elegido para hacer notoria la verdad acerca de la Asamblea. Esta verdad completó la serie de temas de que Dios ha tratado en Su Palabra (Col 1:24-26).

Muchos cristianos creen hoy que las asambleas pueden ser independientes una de otra. ¿Dispuso Pablo un orden a seguirse en una asamblea y otro orden en otra, o dispuso el mismo en cada asamblea?

El apóstol Pablo enseñó el mismo orden en todas las asambleas (1 Co 7:17).

 

4. ¿Fue indiferente el Señor en cuanto a lo que se hacía en las reuniones de las distintas asambleas o deseaba uniformidad en las mis­mas?

àEl Señor deseaba uniformidad en las asambleas (1 Co 11:16).

            Léase 1 Co 14:33-35 y demuéstrese cómo estos versículos enseñan que Dios tenía un orden para todas las asambleas cada una de las cuales era la expresión local de la Asamblea.

            Lo que era cierto en Corinto había de ser cierto «en todas las asambleas de los santos». Las mujeres habían de guardar silencio no sólo en la asamblea de Corinto, sino «en todas las asambleas». «Deshonesta cosa es hablar una mujer» no sólo en la asamblea en Corinto, sino en las asambleas en todas partes.

5. ¿Cómo debían ser recibidas las cosas que Pablo escribió a los corintios por ellos y por nosotros?

àLas cosas que el apóstol Pablo escribió a los corintios, debían ser recibidas por ellos y por nosotros como los mandamientos del Señor (1 Co 14:36-38).

Fred Wurst

ALMACENADO ALIMENTOS

 

Las hormigas cosechadoras son las que se mencionan en Pro­verbios 6:6; 30:25. El rey Salomón le dice al perezoso: «Ve a la hor­miga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio». Y él dice que la hormiga «prepara en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento» … La hormiga que lleva la semilla al hormiguero vuelve entonces al campo en busca de más alimentos…

Las hormigas cosecheras trabajan mucho más y guardan más alimentos que ningún otro tipo de hormiga... Tienen que recoger ali­mentos cuando están creciendo, y guardarlo con vistas a un tiempo de necesidad. Son expertas en guardar lo que recogen. Guardan alimentos para un tiempo de hambre, tal como lo hizo José en la tierra de Egipto, Génesis 41:34-36.

Los jóvenes [cristianos] necesitan «almacenar» la Palabra de Dios en sus co­razones, así como las hormigas almacenan sus alimentos. La Pala­bra debería ser aprendida y memorizada mientras la persona es joven y fuerte y tiene buena memoria. Dios dio su Palabra a los israelitas, y les mandó que la recordaran y que la tuvieran en mucha estima, Deuteronomio 11:18. También debían obedecer las cosas que habían aprendido, Deuteronomio 30:14.

            Podemos ser consolados recordando versículos bíblicos cuando estemos enfermos y no tengamos fuerzas para leer la Palabra. Puede que estemos rodeados por enemigos, pero la Palabra de Dios puede todavía ayudarnos, Salmo 23:5. El enemigo no puede inte­rrumpir nuestro suministro cuando tenemos alimento espiritual guardado en nuestros corazones y mentes. También podemos em­plear versículos memorizados para ayudar a animar a alguien que esté desalentado.

Algunas personas no apartan tiempo para estudiar, memorizar y obedecer la Palabra de Dios. Se preguntarán por qué quedan de­rrotados en sus años posteriores, mientras otros son fuertes, Deuteronomio 32:29.

Del Libro “Las Asombrosas Hormigas” de Adela de Letkeman, capítulo 9: Almacenado Alimentos

El Amor al Mundo y sus Caminos

 “Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:14-16).

           Estos jóvenes son exhortados a no amar al mundo. Puede parecer extraño que el apóstol Juan haya tenido que hacer esta advertencia a personas de semejante vigor espiritual. Pero este mismo vigor, por muy espiritual que fuere, crea un peligro. Habían salido con un vigoroso deseo de esparcir la verdad y dar testimonio de Cristo, sin temor, por la Palabra que permanecía en ellos, y por el poder del Espíritu Santo que obraba a través de ellos. Ahora bien, las mismas victorias obtenidas demuestran la existencia de un peligro, y los negocios con los hombres exponen al creyente a amar al mundo antes de saber hasta dónde llegará su influencia sobre nosotros. Pues no debemos suponer que el amor al mundo es solamente una inclinación por la apariencia o el placer, la música o el teatro, la caza, las carreras de caballos, el juego o tal vez cosas peores.

            El mundo es una trampa, mucho más sutil que la carne. Por ceder a los deseos de la carne, un hombre se desprecia a sí mismo, y otros, aunque intensamente comprometidos con el mundo, pueden sentir la vergüenza de esos caminos. Pero «los deseos del mundo» es otra cosa; se presenta como algo eminentemente respetable, pues ¿no es acaso lo que hace todo el mundo de cierto rango social? Ello es desear lo que a la sociedad le gusta, lo que piensan aquellos que son considerados luz y guías, y creen que es conveniente para la gente.

            Este agradable atractivo ejerce una poderosa influencia, especialmente en los jóvenes, y en los jóvenes fuertes que conocen al Señor y tienen el sincero deseo de hacer conocer la verdad.

            ¿Qué es el mundo, en el sentido espiritual? “El mundo”, moralmente, es lo que el diablo elaboró después de la caída del hombre. El “mundo” comienza con Caín y su descendencia. ¿Qué vemos en Caín? Condenado a ser errante y fugitivo en la tierra, luchó para borrar esta sentencia, y construyó una ciudad; no contentos con vivir el uno por un lado y el otro por otro, él y sus descendientes sintieron la necesidad de unirse. «La unión hace la fuerza», dicen los hombres. Por otra parte, un hombre hábil maneja fácil y rápidamente las cosas para alcanzar el puesto de arriba; y muchos tienen la esperanza de subir estos escalones algún día, de una u otra manera o en la medida que fuere. Dios y el pecado son rápidamente olvidados en estos esfuerzos.

            Así también, Caín construyó una ciudad y la llamó conforme al nombre de su hijo. Se manifestaron el orgullo y la búsqueda de la satisfacción personal, como así también el deseo de agradar a los demás, sin tener ningún pensamiento respecto de Dios. De esta familia nacieron las grandes invenciones (Génesis 4). Un hombre de un espíritu que no se halló en Abel, y ni siquiera en Set, quien es el sustituto de Abel, pero que se manifestó abundantemente en Caín y su progenie.

            Aquí comenzó la poesía de la sociedad, cuando Lamec escribió de forma agradable para sus mujeres; pues fue él mismo quien introdujo la poligamia, y justificó el homicidio en caso de defensa propia, lo que podríamos llamar un poema dedicado a los objetos de sus propios afectos. No era Dios sino sus mujeres lo que ocupaban sus pensamientos en relación con los acontecimientos que debían de haberlo afligido. Lamec no sólo hizo una apología de la historia de Caín, sino que halló en ella un pretexto para justificar su propio caso. Allí encontramos también el origen de la orgullosa vida de los nómades, y de los más civilizados deleites de los instrumentos de viento y de cuerda. De modo que, desde temprano, “el mundo” ya estaba en plena actividad. ¿No es éste el carácter “del mundo”? Sin duda que muchas cosas convenientes que se hallan en el mundo pueden ser utilizadas por un cristiano. Pero una sola mancha negra tiñe “al mundo”: la ausencia de un Cristo que, despreciado por el mundo, es tanto más amado por los suyos. Cíteme una sola cosa del mundo sobre la cual Cristo ponga su sello de aprobación. ¿Dónde se encuentra todo lo que Cristo apreciaba? ¿Dónde está aquello en lo que Él vivía y lo que Él amaba?

            Todo lo que está fuera de Cristo puede ser un objeto para el corazón del hombre caído; y tal es el mundo. Algunos emprenden el estudio de ciencias, otros prefieren literatura; otros se sienten inclinados por la política. Desgraciadamente, ¡hasta es posible dedicarse a religión, a la obra y a la adoración del Señor, en un espíritu mundano, y de una manera egoísta, buscando o bien algún provecho para sí o fama de ello! y ¡de cuántas maneras los hombres buscan popularidad con estas cosas! Esto también es “el mundo”. El nombre del Señor tomado aparte de Su voluntad y de Su gloria no es ninguna salvaguardia. Algunos autores lo emplearon de esta manera: escribieron sobre asuntos relacionados con las Escrituras, pero ¿qué tuvieron de mejor por ello? ya que aún permanecieron completamente sin Dios y a menudo como enemigos declarados de Cristo.

            De modo que, en el mundo, existen serios peligros para los jóvenes en el servicio del Señor. Cristo dijo de aquellos que el Padre le dio: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:16). Los que espiritualmente eran jóvenes fuertes son los que particularmente debían guardarse del “mundo”, porque, en su celo, éste podía convertirse en un objeto de valor a sus ojos. Podrían decir que su deseo era simplemente ganar el mundo para Cristo, que su objetivo era hacer que el mundo conociese a Cristo y su Evangelio.


            Sin embargo, es necesario que seamos dependientes de Él y guiados por su Espíritu para saber cuándodónde y cómo ir. No basta que nuestro propósito y nuestras metas sean buenos. El peligro principal del cual debemos cuidarnos es la manera de hacer las cosas. Siempre podemos fallar en “cómo” lo hacemos. El fin puede ser bueno, pero los medios deben estar también de acuerdo con la voluntad y con la Palabra de Dios. ¿Quién puede guiarnos y guardarnos en los medios que debemos adoptar? Únicamente Aquel a quien pertenecemos, quien obra en nosotros por su Palabra y su Espíritu.
William Kelly

DESPRECIO A LAS COSAS SANTAS

 

Profanar algunos pactos

               


Entre muchos de los de los compromisos que Israel quebrantó para con su Dios, notamos cuatro infracciones que dieron por resultado la profanación de varios pactos que Dios había hecho con ellos. De las experiencias de aquéllos aplicamos a la urgente necesidad de la Iglesia hoy día, ya que se cometen las mismas, y más provocaciones. “Y estas cosas le acontecieron en figura y son escritas para nuestra admonición, en quienes los fines de los siglos han parado.” (1 Corintios 10:11)

            Aunque en conjunto fue un solo pacto el de Dios con Israel, en su reglamentación observamos las diferentes infracciones que cometió Israel.

            • Profanando el pacto de Leví: “Mas vosotros os habéis apartado del camino; habéis hecho tropezar a muchos en la ley; habéis corrompido el pacto de Leví, dice Jehová de los ejércitos.” (Malaquías 2:8)

            Este pacto fue de paz, y fue celebrado en virtud del celo que mostró Finees, hijo de Eleazar, y la dignidad en vindicar el nombre de su Dios, el día en que el pueblo se dio a la licencia abominable de caer en la idolatría de Baal-peor. Pero ya para el tiempo de Malaquías el sacerdote se había bajado de sus altares. “En sus labios ya no habla ley de verdad. En vez de apartar a otros del pecado, más bien lo confundían y lo complicaban en la iniquidad.

            También hoy son muchos los creyentes que han perdido el celo de los primeros días. “Todos buscan lo suyo propio y no lo que es de Cristo Jesús.” (Filipenses 2:21) Unos han perdido aquella templanza para contener los apetitos. “Todo me es lícito, mas no todo conviene.” “Antes hiero mi cuerpo y lo pongo en servidumbre.” (1 Corintios 10:23, 9:27) Pablo fue celoso de la dignidad de la iglesia de Cristo. (2 Corintios 11:2)

            • Profanando el pacto de nuestros padres: ¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha criado un mismo Dios? ¿Por qué menospreciaremos cada uno a su hermano, quebrantando el pacto de nuestros padres?” (Malaquías 2:10)

            Este pacto era pacto de honor, alusivo a la alianza que Dios hizo con el pueblo en el Sinaí. “Ahora pues, si diereis oído a mi voz y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos ... y vosotros seréis mi reino de sacerdotes y gente santa.” (Éxodo 19:5,6) En todas las generaciones estos judíos debían reconocerse como hermanos por ser descendientes de un mismo Padre.

            También en la gracia dice el Señor: “Uno es vuestro maestro, el Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y vuestro Padre no llaméis a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el cual está en el cielo.” (Mateo 23:8,9) Siendo Dios nuestro Padre debemos andar dignos de tan noble adopción (Efesios 4:1) y el honor principal debe ser para nuestro Padre. (Malaquías 1:6) Siendo hijos de Dios por la fe en el Señor Jesucristo, todos somos hermanos. “Amando los unos a los otros con caridad fraternal. Previendo con honra los unos a los otros.” (Romanos 12:10,16)

            Los corintios dieron principio a la infracción de la unidad diciendo: “Yo cierto soy de Pablo, pues yo de Apolos, y yo de Cefas, y yo de Cristo.” Estaban peleando el hermano con el hermano en juicio ante los infieles. (1 Corintios 1:2, 6:10) Los corintios han tenido muchos sucesores que han multiplicado las divisiones en el pueblo de Dios.

            • Profanando el pacto de santidad: “Prevaricó Judá y en Israel y en Jerusalén ha sido cometida abominación; porque Judá ha profanado la santidad de Jehová que amó y se casó con hija de dios extraño.” (Malaquías 2:11)

            Este pacto era de separación. La simiente santa no debía ser mezclada con la de los pueblos gentiles. La noche que fueron redimidos por la sangre del cordero, fueron también consagrados un pueblo exclusivo para Dios. Dios era considerado como el esposo. El nunca falló a sus misericordias; por eso era considerado como adulterio la infidelidad de Israel.

            La Iglesia tiene advertencias muy claras en cuanto a nuestra separación. “No os juntéis en yugo con los infieles. ¿Qué compañía tiene la justicia con la injusticia? ¿y qué comunión la luz con las tinieblas? (2 Corintios 6:14,18) La separación del creyente implica más del yugo desigual en el matrimonio. Abarca el negocio, los compañeros, la política, las reuniones sociales, la diversa doctrina, los hermanos carnales. “No erréis: las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.” (1 Corintios 15:33) Dios es santo, y como tal pide que los hijos sean santos.

            • Profanando el pacto del matrimonio: “Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu mocedad, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto.” (Malaquías 2:14)

            Este pacto era de amor conyugal y la conservación de una simiente de Dios, v. 15. Ese pueblo en su caída, ya que por su pecado Dios los echó en tierra de extraños, empezó a ver las mujeres paganas con ojos codiciosos, como al principio de las generaciones. “Viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomáronse mujeres, escogiendo entre ellas.” (Génesis 6:2)

            Las mujeres judías oraban a Dios por sus maridos para que regresaran y no interrumpieron el pacto que en su mocedad juraron. Las mujeres llevaban sus ofrendas al altar del Señor, y las ofrecían con lágrimas, v. 13, como Anna en los días del sacerdote Elí. (1 Samuel 2:11)

            También la Iglesia ha sido desleal con su Señor. Si en los tiempos apostólicos el Señor recriminó a la iglesia de Éfeso, “Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor,” (Apocalipsis 2:4) cuánto más ahora que estamos más lejos de la cruz de Cristo. La prometida del Señor se está olvidando cada día más del pacto con El el día que creímos. Este pacto fue en la virtud de su sangre derramada en la cruz. “Para presentársela gloriosa para sí, una iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.” (Efesios 5:27)

            A propósito, ¿Qué hay de la fidelidad a nuestras esposas? ¿Tenemos secretos para ellas? ¿Las amamos con el amor del principio? ¿Los años nos hacen ver en ella algunos defectos? No nos engañemos; que, si no amamos a aquellos que estamos viendo, ¿Cómo amamos al Señor que no vemos?

            “Guardaos pues en vuestros espíritus, y no seas desleales.” (Malaquías 2:16)

José Naranjo

NUESTRO INCOMPARABLE SEÑOR (7)

 

V — Más que Salomón en este lugar


III. Mayor que Salomón como edificador

            Salomón fue el constructor del templo. David, el guerrero-rey, reunió por conquista los materiales, pero el construir no le fue permitido de Dios. La construcción no pudo comenzar hasta que la paz prevaleciera en todo lugar, fruto de la lucha, y sólo a un hombre de paz podría ser encomendada la obra de levantar la Casa de Dios.

            David fue informado del plano, pero Salomón fue autorizado a ejecutarlo. La procuración fue encomendada a David y a Salomón la incorporación de los materiales en la Casa. David, podemos afirmar, encontró el precio; Salomón reunió la sustancia conforme al hermoso diseño decretado por Dios. No habría templo sin haber victoria antes; tampoco habría templo sin labores pacientes y sabias.

            Nuestro Señor Jesucristo reúne las partes típicas de David y de Salomón. Es el Jehová fuerte y valiente, el Jehová poderoso en batalla, al decir del Salmo 24, y ante él alzan la cabeza las puertas eternas de los más altos cielos cuando regresa triunfante de su conquista en el Calvario. Sentado sobre el trono del Padre, Rey de justicia y Rey de paz, Él envió a su Espíritu Santo, cual Viceregente en la tierra, y por medio de él está construyendo su verdadero Templo: la Iglesia. Desde Pentecostés en adelante la obra está en progreso; regio el edificio, sabio el plan, costosísimos los materiales.

            Salomón obró con piedra buena, oro, plata y cedro labrado. Cristo obra con almas sin precio, en el material imperecedero de personalidades humanas. Salomón preparó su obra comenzando afuera y luego incorporándola a la estructura interna; véase proverbios 24.27. Las piedras fueron sacadas y labradas por obreros que hacían cada cual lo suyo en lugares lejanos de Moríah.

            Así, a lo largo de muchas generaciones los obreros de Cristo se han afanado en los dispersos rincones del mundo, buscando en las canteras de la humanidad las almas de sus semejantes. Estas “piedras vivas”, preparadas de antemano por las operaciones soberanas del Santo Espíritu de Dios, han sido puestas cada una en su lugar correspondiente en el Templo divino. En los días de Salomón las piedras ya acabadas fueron traídas desde su distancia nativa y ubicadas silenciosamente en sus posiciones respectivas. “Ni martillo ni hachas se oyeron en la casa, ni ningún otro instrumento de hierro”, 1 Reyes 6.7. Así también las piedras vivas de la casa espiritual, sin demostración ni clamor público, pero con aquel poder silencioso que caracteriza la obra de Dios, se están colocando de tal suerte que “todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor”, Efesios 2.21.

            Se han caído los pináculos resplandecientes de Salomón y han sido derrumbados sus muros masivos. Llegó el día triste cuando su “casa magnífica por excelencia” se sumó a las conquistas babilónicas, y el lamento de Isaías 64.11 fue: “La casa de nuestro santuario y de nuestra gloria, en la cual te alabaron nuestros padres, fue consumida al fuego ...” Desde hace siglos, ni una piedra se ha quedado sobre otra, pero el templo de Cristo no se caerá jamás ni prevalecerán contra él las puertas del Hades. Salomón construyó para el tiempo, Cristo para la eternidad. Salomón para la tierra, Cristo para los cielos.

            ¡He aquí Uno mayor que Salomón en este lugar!

J.B. Watson

EL CORDÓN DE AZUL

 

Habla a los hijos de Israel, y diles que se hagan franjas en los bordes de sus vestidos ... y pongan en cada franja de los bordes un cordón de azul. Y os servirá de franja, para que cuando lo veáis os acordéis de todos los mandamientos de Jehová, para ponerlos por obra. Números 15.37 al 41

En esta sencilla ordenanza a los israelitas hubo algo para hacerles recordar constantemente lo que eran y a quién pertenecían. Dios tenía un propósito cuádruple en mandar a poner este bordón en los vestidos: (1) Para inculcar en su pueblo la obediencia a sus mandamientos; (2) Para que no se desviasen de sus caminos; (3) Para que no fuesen olvidadizos de él; (4) Para que fuesen santos delante de él.

            El apóstol Pedro nos escribe en su segunda carta, diciendo: “No dejaré de recor-daros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente”. Es el buen ministerio de un pastor fiel no sólo enseñar cosas “nuevas” a quienes no las sepan sino repasar las “viejas” con quienes tienen conocimiento de la verdad.

                        Los israelitas eran un pueblo redimido y separado. Dios les había salvado para que fuesen enteramente suyos, pero conoce la tendencia al olvido del corazón humano. El apóstol Santiago nos habla en su carta del hombre que considera en un espejo su rostro natural y luego se olvida qué tal era.

            Así Israel. Ese pueblo se olvidaría de Dios y de sus obras: (1) Hicieron, pues, los hijos de Israel lo malo ante los ojos de Jehová, y olvidaron a Jehová su Dios, y sirvieron a los baales y a las imágenes, Jueces 3.7. (2) No guardaron el pacto de Dios ... sino que se olvidaron de sus obras, y de sus maravillas que les había mostrado, Salmo 78.11. La triste historia de Israel fue escrita para amonestarnos a nosotros, a quienes los fines de los siglos han alcanzado. Contamos también con tendencias de olvidar qué somos y a quién pertenecemos. “¿Y que no sois vuestros? Porque comprados sois por precio”, 1 Corintios 6.19,20.

            Azul es el color celestial y habla de lo que es divino: la verdad y el amor de Dios. Ese cordón de azul ha debido gobernar el andar y comportamiento de cada cual. El israelita estaba rodeado de esa franja y no podía pasarla por alto. En 2 Juan vemos que debemos andar en verdad y en amor. El Señor dijo a los suyos, “Permaneced en mí, y yo en vosotros”, Juan 15.4. Creo que ésta es la interpretación acertada del cordón de azul. Dios nos ha dejado en su Palabra un recuerdo de la vida de su Hijo en este mundo; Cristo nos ha dejado ejemplo, para que andemos en sus pisadas. Para él, el cordón de azul fue el principio predominante de la vida.

            El Espíritu Santo fue enviado por el Padre para cumplir lo que el Señor mismo había dicho a los suyos. “El Consolador, el Espíritu Santo ... os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”, Juan 14.26. ¡El Espíritu nos rodea como el cordón de azul!

S. J.SAWORD

La Trampa de las Transgresiones Toleradas (7)

La Avaricia y la Codicia 


Una triste característica de la naturaleza caída de los hombres es, no solo la falta de contentamiento por las bondadosas provisiones de Dios, sino también la búsqueda de placer y satisfacción en exceso, o en lo que es ilícito. Eva siguió el engaño del diablo, y cada generación desde entonces sigue buscando satisfacción sin cesar. La mentira del diablo no satisfizo los deseos de Eva, ni satisfarán los nuestros tampoco. Fuera del contentamiento en la voluntad de Dios, un corazón siempre pondrá la mira en algo más.

            A lo largo de la Biblia vemos ejemplos reales de personas que nos enseñan algo (1 Co 10.6). A la vez, el mundo tiene mucho que “ofrecernos”. En nuestras propias experiencias echamos un vistazo a algo, y en lo profundo de nuestro ser, sentimos la respuesta de nuestro corazón aun antes de que nuestros brazos se muevan. La avaricia y la codicia, como las otras cosas no deseadas que hemos estado viendo en esta serie, no le dan importancia a la voluntad de Dios, su ley, su tiempo, o la gracia presente. Demandan acción inmediata y abundante satisfacción del objeto que está en la mira, pero aún no en la mano. Trágicamente estos dos compañeros no limitan su influencia a los inconversos, sino que hallan oportunidades para expresarse en los redimidos también.

            En Efesios 2.3, Pablo habla de los deseos pasados de la carne y de la mente. Nuestro Señor habló de pecados cometidos en el corazón. Pedro nos dice en su primera epístola que hay “deseos carnales que batallan contra el alma”, 1 Pedro 2.11. Entonces, a partir de una mente influenciada, la avaricia se va desarrollando en el corazón y batalla contra el alma. En el mero centro de nuestro ser —nuestra mente, corazón y alma— hay una lucha diaria. No nos sorprende, pues, que los cristianos batallen para evitar la trampa de los deseos fuertes.

            La avaricia y la codicia están estrechamente vinculadas en la Biblia. Ambas palabras se usan para traducir varios términos hebreos y griegos relacionados con deseos fuertes. El deseo de la carne es la naturaleza innata del hombre que busca gratificarse a sí misma. Pablo nos dice en Gálatas 5.16: “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”. Es interesante que en este capítulo que trata sobre nuestra libertad en Cristo, Pablo sigue y comenta en el v. 24 que “los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos”. Cuando un hombre con esta perspectiva natural decide en su corazón alcanzar algo fuera de la voluntad de Dios para él, está codiciando o teniendo avaricia por eso. Muchos pecados se cometen por codicia; sin embargo, el pecado en sí de la codicia o la avaricia es sencillamente el fuerte deseo por un objeto, posición o experiencia.

            En Números 11 la gente extranjera tuvo un fuerte deseo de comer carne e influyó en el pueblo para que la exigiera. Ellos menospreciaron el maná y desearon carne. La carne no era pecaminosa, pero su fuerte deseo de obtenerla sí lo era, especialmente porque Dios ya había provisto lo necesario para ellos. Se nos dice en el Salmo 106 que “no esperaron su consejo” sino que “se entregaron a un deseo desordenado en el desierto; y tentaron a Dios en la soledad. Y Él les dio lo que pidieron; más envió mortandad sobre ellos” (vv. 13-15). No todos los deseos y afectos son codiciosos. Debemos tener intereses, enfoque y metas, especialmente en relación con las cosas eternas. Colosenses 3 nos dice que debemos buscar (como algo escondido) las cosas que están arriba. La vida nueva en Cristo nos da una visión nueva y un deseo por las cosas suyas. Este capítulo establece la meta de tener una mente enfocada en Cristo, un corazón enfocado en otros, y una vida influen-ciada por la Palabra de Dios. Esta meta desarrollará los resultados benditos de disfrutar la paz de Dios, su gracia, y un espíritu de agradecimiento. Estas son las verdaderas riquezas y deleites.

            Somos impresionados con el hecho de que una guerra contra nuestra alma puede empezar con una simple mirada o sonido. Un deseo solo tiene que ser lo suficiente fuerte para hacernos voltear la mirada, o causar que el dedo le dé clic al mouse para cambiar el rumbo de la vida. Es por eso que se nos dice que no debemos hacer provisión para la carne, que debemos abstenernos de los deseos carnales, y huir de las pasiones juveniles. El Salmo 119.37 dice: “Aparta mis ojos, que no vean la vanidad”.

            Es increíble que lo que nos puede ser tan atractivo en un momento de tentación realmente es algo tan feo e indeseable a la mente espiritual y lúcida. Juan nos dice que el deseo de la carne es del mundo y no del Padre. En otras partes del Nuevo Testamento, las palabras que acompañan estos deseos son: engañosos, necios y dañosos, juveniles, variados, mundanos, carnales y malvados. Cada corazón tiene el potencial de responder a algo que se encuentra en este mundo, y que es perverso. Si pensáramos en la fealdad y la raíz de la impiedad que está dentro de nosotros, repetiríamos el clamor de Pablo en Romanos 7.24: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” Solo nuestro Señor Jesucristo, sin ningún pecado propio, puede librarnos.

            Las diversas influencias de este mundo no podían nunca hallar cabida en su corazón. En Lucas 16 los fariseos se describen como avaros, y la palabra griega significa “amigo de la plata”. Nuestro Señor es amigo de pecadores. Y en vez de satisfacerse a sí mismo, Pedro nos dice que El “padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas”. Sus pisadas eran impecables. Eran pisadas sacrificiales. Las suyas eran pisadas que agradaban el corazón del Dios a quién Él se había encomendado.

            Tenemos que tomar una decisión a cada momento: seguir nuestros deseos y agradarnos a nosotros mismos, o seguir a nuestro Pastor y agradar al Padre. “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento”, 1 Timoteo 6.6.


Ganando Almas a la manera bíblica (7)

 

El verdadero Evangelio

Para poder ser un obrero efectivo, el ganador de almas debe cono­cer el verdadero mensaje del evangelio, debe ser capaz de detectar a las variaciones del mismo y ser capaz de responder objeciones.

            En su Epístola a los Gálatas, Pablo insistió que existe un solo evan­gelio verdadero, y que la maldición de Dios está sobre cualquiera que predica otro (Gálatas 1:8-9). El verdadero evangelio, por supuesto, es la salvación por fe solo en el Señor Jesucristo (Juan 14:6).

            Todos los otros evangelios o religiones pueden estar clasificados bajo tres grandes encabezados:

            1. El hombre se salva por buenas obras, buen comportamiento o méritos humanos de algún tipo. Esto puede incluir:

a)    ritos religiosos y ceremonias como el bautismo, la confirma­ción, la comunión, la penitencia, las oraciones, etc.

b)    guardar los Diez Mandamientos o algún otro reglamento de vida.

c)    buenas obras, donaciones a obras de caridad, dar lo mejor de uno mismo.

d)    sinceridad, honestidad o un buen comportamiento moral.

            2. El hombre se salva por la fe en Cristo, a través de las buenas obras mencionadas anteriormente.

            3. El hombre es salvo solo por la fe en Cristo, pero, para permane­cer salvo, debe guardarse por hacer buenas obras.

            En conclusión, todos estos muestran ser contrarios a la Palabra de Dios en Romanos 4:5: “Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”. Lea además Gálatas 3:3,11; Efesios 2:8,9; Tito 3:5.

            El evangelio son las Buenas Nuevas de que Cristo murió para salvar a los hombres porque ellos no podían salvarse a sí mismos, que resucitó, volvió al cielo, y ahora le da vida eterna a todo aquel que Lo recibe por fe (1 Corintios 15:1-4).

            Cualquier idea en la que se exprese que el hombre tiene algún tipo de mérito o poder para ayudar en su propia salvación, queda total­mente excluida (Romanos 3:27). Dios ve al hombre como muerto (Efesios 2:1), y, por tanto, débil (Romanos 5:6). La idea de merecer la salvación es atractiva para el corazón del hombre, pero le roba la gloria a Cristo como único Salvador (Isaías 42:8).

            Ahora, al presentar el evangelio a los no salvos, hay ciertos puntos en los que el obrero debe ser claro.

            1. Todos los hombres son pecadores y por lo tanto están perdidos. Si una persona argumenta que no ha cometido los pecados viles que han cometido otros, probablemente tenga razón. Sin embar­go, hay dos hechos que son ciertos:

a)    Es capaz de cometer todos estos pecados. Entonces, lo que tal persona es realmente, es mucho peor que lo que ha hecho.

b)    Si rechaza a Cristo, pasará la eternidad con los pecadores más perversos.

            Entonces, argumentar que uno es bueno en comparación con otros es un completo disparate.

            2. “Sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22). El obrero hará bien en enfatizar que Cristo derramó Su sangre de infinito valor para que los pecados de las mayores pro­fundidades fueran perdonados (1 Juan 1:7). Destaque el valor de Su sangre preciosa.

            3. La resurrección y glorificación de Cristo son de tremen­da importancia. El evangelio no termina con Cristo en la cruz. El Sal­vador está vivo, y pronto volverá por Su pueblo; y es también Juez, que pronto vendrá a castigar a aquellos que no obedezcan el evangelio (2 Tesalonicenses 1:8).

            4. La salvación es dada por Dios por medio de la gracia (Efe­sios 2:8). Eso significa que el hombre no la merece, que no tiene derecho sobre Dios y que no puede hacer nada al respecto. Significa que Dios sal­va al hombre sin tener un motivo ulterior para hacerlo, sin tener la espe­ranza de ser recompensado por los hombres y sin precio de ningún tipo.

            El pecador entonces puede venir a Cristo, tal como es, con todo su pecado, y recibir perdón y paz. Dios no le pide que se reforme prime­ro, o que le dé vuelta a la página.

            5. La salvación es recibida por el hombre en el principio de la fe (Romanos 3:28). Eso significa que el hombre le toma la pa­labra a Dios. Él se pone del lado de Dios contra sí mismo. Rechaza la idea de poder salvarse a sí mismo o de mantenerse salvo y se aco­ge sobre la misericordia del Señor. La fe hace que Dios sea todo y el hombre sea nada.

            Aquí podemos ver que la fe no es el salvador. Solo una persona vi­va puede salvar. Pero la fe acepta la salvación como un regalo de parte de Dios.

            La fe no es un acto meritorio o una buena obra. Un hombre es ne­cio cuando no le cree a Dios. Por tanto, no puede jactarse de su fe. Es la única respuesta cuerda, lógica y razonable que puede tener respecto a la Palabra de Dios.

            6. Aunque las buenas obras no tienen parte en la obtención de nuestra salvación, tienen un rol prominente después de que somos salvos (Tito 2:14). No somos salvos por buenas obras, si­no para buenas obras. Compare los versículos 9 y 10 de Efesios 2. Solo los que son nacidos de nuevo pueden producir buenas obras a los ojos de Dios. No hacen estas buenas obras para ser salvos, o para per­manecer salvos, sino porque son salvos. Todas las buenas obras reali­zadas por los creyentes recibirán recompensas en el Tribunal de Cristo (1 Corintios 3:12-15).

            Santiago enfatiza en su epístola que la fe sin obras es muerta (Santia­go 2:17). Aquí vemos que la fe que salva es la fe que funciona. La verda­dera fe produce buenas obras. Son el resultado inevitable de la salvación. Si un hombre es verdaderamente salvo, este producirá buenas obras.

            7. Cuando una persona es salva, todos sus pecados son per­donados-pasados, presentes y futuros. Cristo murió por todos nuestros pecados. Los pecados cometidos después de la conversión interrumpen nuestra feliz comunión con Dios, pero no afectan nuestra relación como hijos de Dios. Estos deben confesarse y abandonarse para que la comunión pueda restaurarse.

            8. Desde el momento en que una persona se convierte, Dios mismo lo califica para el cielo. Su calificación depende del valor de la sangre de Cristo. No se puede agregar nada a esa sangre.

            9. El cristiano tiene una posición perfecta delante de Dios por­que Dios lo ve en Cristo. Su vida diaria debería ajustarse a su posición.

            Cuando decimos que un creyente es completo, santo y sin mancha delante de Cristo, no quiere decir que Dios no sea consciente de los pecados en su vida. Lo que en realidad quiere decir es que Dios nunca lo condenará por esos pecados porque el Señor Jesucristo ya ha paga­do la pena.

            Ahora, hay tres grandes objeciones contra el evangelio de la gracia de Dios, a las cuales el ganador de almas debería saber responder. La primera es esta:

            1. Si todo lo que tuviera que hacer para ser salvo fuera cre­er en Cristo, entonces podría ir y vivir de cualquier forma.

            La respuesta a esto es que cuando la persona es salva, quiere vivir una vida santa por amor a Quien murió por sus pecados. El amor es el motivo más fuerte de todos. Las personas harán por amor lo que ja­más harían bajo la ley. “Porque el amor de Cristo nos constriñe” (2 Corintios 5:14).

            Muchos predicadores bien intencionados han sentido la necesidad de enseñar que la continuidad de la salvación de los creyentes se con­diciona a una buena vida para mantenerlos en caminos de santidad. Sin embargo, Dios sabe más que el hombre. Él da la salvación como un regalo incondicional, para no volverlo a tomar, y luego les pide a las personas que respondan frente a ese amor teniendo vidas puras y de­dicadas. Los cristianos son llamados a “servir, en amorosa gratitud a Aquel que murió para asegurarles las bendiciones para ellos, y Quien vive para mantenerlos para bendición”.

            Luego, existe otra objeción contra el evangelio:

            2. Si todo lo que hay que hacer para ser salvo es creer en Cristo, ¿entonces cómo se puede saber si se tendrá la fuerza o el poder para vivir como se debe?

            Una pregunta así pasa por alto el hecho de que cuando una perso­na es salva, el Espíritu Santo de Dios hace morada en su vida. El Espíritu Santo es Quien lo capacita para ser libre del pecado que habita en él. El creyente siente una repulsión por el pecado la cual nunca antes había experimentado, y un nuevo amor por la santidad.

            Además, el Señor Jesús insiste en mantener al cristiano en comu­nión consigo mismo y separado del mal.

            La tercera objeción prominente es esta:

            3. Si la salvación es por fe, entonces en realidad me está di­ciendo que los Diez Mandamientos, dados originalmente por Dios, no tienen valor.

            ¡Claro que no! La ley prometía vida por obediencia, pero muerte por la desobediencia. Todos hemos violado la ley, entonces todos so­mos culpables de muerte. Las demandas de la ley deben satisfacerse.

            El Señor Jesús fúe a la cruz para pagar la pena de la ley que nosotros habíamos roto. Cuando Lo aceptamos por la fe, la ley ya no puede con­denamos porque sus demandas fueron pagadas por nuestro Sustituto.

            Por tanto, “el evangelio no nos habla de un Dios cuyo amor ha si­do expresado por ignorar el pecado, sino de un Dios cuyo amor por el pecador solo pudo expresarse donde Sus santas demandas contra el pecado fueran justamente satisfechas y su pena fuera exhaustivamente soportada” (George Cutting).

            En estos días de predicación confusa, es importante que el gana­dor de almas entienda completamente la doctrina del evangelio de la gracia. Solo en la medida en que pueda explicarlo claramente podrá consolidar a los recién convertidos en la fe.

MEDITACIÓN

 

[Bernabé] exhortó a todos a que con propósito de corazón per­maneciesen fieles al Señor.  (Hechos 11:23)

UNA EXHORTACIÓN A PERMANECER FIELES AL SEÑOR (2)

          Un corazón distraído es la ruina de un cristiano. Cuando mi corazón está lleno de Cristo, ni mi corazón ni mi vista se sienten atraídos por la basura del mundo. Si Cristo mora en tu corazón por la fe, entonces no existirá esta pregunta: «¿Qué hay de malo en esto o aquello?», sino más bien: «¿Estoy haciendo esto por Cristo? ¿Puede Cristo acompañarme en esto?» No dejes que el mundo entre y confunda tus pensamientos. Este promete muchas cosas que no puede cum­plir. El hecho es que, el corazón de un cristiano es demasiado grande para el mundo, este no lo puede llenar. Al mismo tiempo, el corazón de los cristianos es muy pequeño para Cristo, pues Él llena los cielos de los cielos; sin embargo, Él llenará tu corazón y lo hará rebosar.

Meditemos nuevamente en que debe-mos permanecer fieles al Señor: no a una responsabilidad, no a alguna ley, sino al Señor. Bernabé sabía cuán engañoso es el corazón y con qué prontitud pone algo más en el lugar que le pertenece a Cristo. Tú tendrás que aprender a conocer qué es lo que hay en tu corazón. Permanece con Dios y aprenderás a conocer tu corazón junto con Él, bajo el poder de su gracia; de lo contrario, tendrás que aprenderlo con el diablo a través de tentaciones que te harán caer. Pero Dios es fiel, y si te has alejado de Él y otras cosas han entrado en tu corazón, endureciéndolo, y quieres volver a Él, Dios dice: debes tratar con tu corazón a fin de librarte de su poder engañoso.

Sin embargo, por más descuidado que hayas sido, por más lejos que te hayas alejado de Él, ¡vuélvete a Él! No dudes que se gozará al verte volver; medita en su amor; mira con horror al pecado que te aleja, pero no desconfíes de su amor, como tampoco un esposo o esposa querría ofender a su cónyuge desconfiando de su amor. Ódiate a ti mismo, pero recuerda cuánto te amó Él, y lo hará hasta el fin. No desconfíes de su obra ni de su amor.

J. N. Darby,

Devocional “El Señor está cerca 2020”, 01/12/2020

LA EPÍSTOLA A LOS EFESIOS (1)

 


El propósito de Dios (1:1-14)


1. Saludos apostólicos (1:1-2)

                   El escritor habla de sí como “Pablo, [un] apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios”, 1.1. Había otros apóstoles, con sus respectivas esferas de servicio. Él era el apóstol a los gentiles. No fue así por elección propia ni autonombramiento, sino “por la voluntad de Dios”. Al escribir a Timoteo dice que era apóstol “por mandato, epitagé, de Dios Salvador”, 1 Timoteo 1.1. De esta manera estaba seguro de estar en la corriente de la voluntad divina y autorizado por designación soberana.

                   Por regla general él habla del Señor como “Cristo Jesús”, un título que denota su gloria actual en resurrección, y describe a sus receptores como “los santos y los fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso”. Su creencia inicial se manifiesta en su fidelidad continua. El título “santos” significa el gran estado de santidad que les era suyo con base en la obra limpiadora de Cristo, mientras que “fieles” indica su carácter presente.

Su saludo en el versículo 2 está expresado en términos que apelarían tanto a judío como a griego. “Gracia” sería entendida por los gentiles y “paz”, salóm, por los judíos. La gracia es la fuente de la paz que fluye de ella, y cada una tiene su origen en Dios nuestro Padre y [sic] el Señor Jesucristo. La sola preposición “de” apo, gobierna los dos nombres ¾Dios y Señor¾ enfatizando así la absoluta igualdad de las dos Personas.

 

El propósito de Dios, 1.3 al 14

                   Estos versículos constituyen una de las oraciones gramaticales más largas en las Escrituras. Se trata, quizás, de la declaración más comprensiva del propósito de Dios, cada palabra cargada de un tomo de verdad. Su propósito abarca todo tiempo, abarca ambos pueblos e involucra las tres Personas de la Trinidad.

                   Abarca todo tiempo: Tal vez deberíamos decir más bien que va desde la eternidad hasta la eternidad. Mira atrás al pasado remoto y afirma que el creyente fue escogido en Cristo antes de la fundación del mundo. La época de este mundo que nos ha tocado es uno de esos hechos que los investigadores científicos no han determinado. Es cuestionable que lo descubran con exactitud; tal vez sea una de esas “cosas secretas” que pertenecen al Señor. Pero cuando quiera que el mundo haya sido fundado, fue antes de eso que Dios “nos escogió en él” con miras a que fuésemos “santos y sin mancha delante de él”, 1.4, un propósito que será realizado a la postre, 5.27, cuando seamos presentados a Él. No podemos abundar aquí sobre la elección, pero diremos que Dios no nos eligió como clase, sino como individuos conocidos a Él de antemano. Tampoco nos eligió porque sabía que íbamos a creer, sino que nosotros creímos porque nos escogió.

                   Este propósito tendrá su realización definitiva al llegar “la dispensación del cumplimiento de los tiempos”, 1.10, cuando todo sea sujeto a Cristo (“reunir todas las cosas en Cristo”). Aparentemente se refiere a una ocasión posterior al milenio, ya que éste es tan sólo uno de los “tiempos” (o “sazones” ¾ períodos caracterizados por algo en particular), al final del cual el hombre, bajo mandato de Satanás, se rebelará contra el mejor Rey que jamás haya tenido. Pero en este eterno futuro, cuando todo esté dirigido por Cristo, la dispensación de la plenitud abarcará tanto cielo como tierra. Habrá terminado para siempre la discordia que existe ahora. Todos los “tiempos” de la tierra habrán transcurrido; una vez que Dios haya realizado su propósito eterno por medio de las “sazones”, Él llevará todo a su predeterminada culminación y Cristo será Cabeza suprema. En ello nosotros los creyentes tendremos nuestra parte, como se percibe por los versículos 11 y 12.

                   De manera que los propósitos divinos tuvieron sus raíces en lo que nosotros llamamos una eternidad pasada, y tendrán su fruto definitivo en una eternidad todavía futura, las dos separadas por el acontecimiento central de la cruz (“por su sangre”, 1.7).  Las actividades pasadas de Dios señalaban todo esto, y sus actividades futuras fluirán de, y dependerán de, ello.

                   Abarca las dos partes, judío y gentil. Se debe notar los pronombres en esta sección (y, por cierto, en todo pasaje). El “nosotros” (sobreentendido en el español) en el 1.12 se refiere a los creyentes judíos, quienes, en lo que a su nación se refiere, habían esperado a un Mesías por venir. (“Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel”, Lucas 24.21). El “vosotros” del 1.13 se refiere a los gentiles, quienes, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio tocante a su salvación, habían confiado en el mismo Mesías y con esto fueron “sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Su acto de fe y su sellado fueron simultáneos, sin lapso de tiempo entre los dos hechos, 1.13. El incidente registrado en Hechos 19 (los doce señores en Éfeso) es de un carácter peculiar que no tratamos aquí.

                   Este “nosotros” y “vosotros” ¾1.12,13¾ están comprendidos en el pronombre “nos” del 1.3 y en la “nuestra” del 1.14. La naturaleza envolvente del propósito de Dios se desarrolla en el capítulo 2, como veremos.

                   Las tres Personas de la Trinidad divina están involucradas. La unidad de la Deidad y de la Trinidad es una verdad que el intelecto del hombre no puede explicar, pero su fe puede aceptar. Cada Persona tiene su propio territorio de actividad, y por ende es el Padre que elige, versículo 4, el Hijo que redime, versículo 7, y el Espíritu que sella, versículo 13. No es que sean acciones independientes; cada cual obra en armonía con las otras Personas. Cada cual realiza lo que es esencial para lograr el propósito eterno, al decir del 3.13. Esta cooperación armoniosa en la Deidad está insinuada en las tres parábolas de Lucas 15, en 1 Pedro 1.1,2, en 2 Tesalonicenses 2.13,14 y otras partes.

                   ¡Cuán maravilloso es que Dios, en la plenitud de su ser, se haya ocupado activamente a lo largo de siglos, y se ocupa hoy por hoy, en lograr el eterno bienestar de criaturas tan indignas como habíamos llegado a ser! ¡Y a tanto costo!

                   Se define un plan ordenado: Tengamos presentes los vocablos empleados: amor, 1.5; voluntad, 1.9; beneplácito, 1.9; propuesto, 1.9; designio, 1.11; el que hace, 1.11.

                   La fuente de todo este plan maravilloso se encuentra en el amor de Dios, lo cual le hizo tener una voluntad ¾ un deseo tal que Él se deleitaba en su amado Hijo único¾ y contar con el cielo repleto de “muchos hijos” como Aquel.

                   El pensamiento de tal cosa le daba “beneplácito”; la idea era agradable a su corazón. Por esto, y resuelto esto, propuso en sí mismo que así fuese; Él tomaría medidas para realizar lo que aquel amor había concebido. Pero había un obstáculo: el hombre estaba subyugado a sí mismo y a Satanás. Él tendría que ser librado de sus ataduras, pero hacerlo requeriría satisfacer las severas demandas de la justicia.

                   Por lo tanto, hubo el divino “designio” ¾consejo¾ sobre cómo vencer los obstáculos y cumplir con las demandas. La solución del problema estaba en la cruz ¾la redención por sangre¾ y una vez realizada ésta se puso en marcha por medio de Aquel que ahora está obrando todo “según el plan”.

                   La mayoría de nosotros hemos construido castillos en el aire y nos hemos deleitado al contemplarlos. El joven se compromete con una señorita en amor y desea  formar un hogar con ella; esa voluntad le da mucho beneplácito al reflexionar sobre el propósito, aun cuando habrá que enfrentar muchas dificultades, ya que hará falta “cortar el saco según la medida”. Pero, atendidas ya las cuestiones financieras y otras, se realizan las operaciones de construcción y él tiene la satisfacción de ver que se hacen todas las cosas día a día. Llega el momento feliz cuando los dos se instalan en la casa, su amor llevado a fruición, su deseo alcanzado, su propósito realizado, las dificultades superadas, y su corazón satisfecho.

                   Beneficios permanentes fluyen este propósito de Dios. Hay perdón, 1.7; adopción, 1.5; redención, 1.7. El perdón resuelve el pasado, la redención asegura el futuro, y la adopción como hijos garantiza el presente y el futuro también. Un examen adecuado de estos beneficios llenaría muchas páginas aquí, pero es algo que el lector haría bien en emprender. Se verá en ellos que Dios ha provisto para toda contingencia posible. Los términos empleados aquí no admiten restricción y deben ser interpretados de la manera más amplia posible.

                   El propósito declarado: Todo tiene como su fin “la alabanza de su gloria”, 1.12. La gloria es la excelencia desplegada, y este despliegue evoca alabanza. Esta gloria será desplegada en nosotros, de manera que seamos “para la alabanza de su gloria”. Pero somos introducidos por gracia soberana, de modo que es “alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”, 1.6,12,14. Dios ha declarado lo que Él mismo es, y esto a su vez ha resultado en que Él manifestara gracia en nosotros, y ello a su vez resulta en una doxología a lo largo de la eternidad sin fin.

E.W. Rodgers, Purley, Inglaterra;
Precious Seed tomo 23